Los fantasmas bajo llave - Universidad Autónoma del Estado de

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Heber Quijano
Los fantasmas bajo llave
Guillermo Fernández sólo lo conocía de vista. Sin embargo, le había leído poemas sueltos, muchas traducciones, y sabía de su
tutela en el taller de poesía que dirigía, así como de sus galardones italianos.
En ese sentido, lo conocía como todo lector conoce a sus escritores. Me enteré
de su muerte en las redes sociales con asombro y rabia. Pocos días antes,
en alguna librería de viejo, me había comprado su poemario Bajo llave. Lo
leí bajo el espectro de su muerte a la distancia y sus palabras revelaron una
lucidez —de pronto siniestra, de pronto profética— que sólo la poesía puede provocar. En la segunda lectura, esa lucidez no se difuminó, antes bien,
se confirmó y se ahondó en la certeza de sus intuiciones: “La inocencia es
un cacho de carne / que se pudre en la carne de las fieras (“Por principio”,
Fernández, 1983: 7).
Bajo llave está subdividido en cuatro secciones: “Bajo llave”, “El reino
de los ojos”, “Dedicatorias” y “Retratos de familia” (traducciones). Si bien
hay diferencias notorias en estas subdivisiones, la temática más persistente
(sobre todo en “Bajo llave”) gira en torno a una intuición del desastre, en
la cual convergen tanto la percepción del paso del tiempo —y, por ende, la
cercanía de la muerte— como el agobio provocado por una derrota amorosa.
A casi treinta años de la publicación de Bajo llave, esa intuición del
desastre es la intuición poética, poblada de fantasmas y polvo, de una
Los fantasmas bajo llave
Heber Quijano
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La Colmena 75, julio-septiembre 2012
A
Mejor cerrar los ojos y aguardar
sumisamente al borde de una acera
los amables recuerdos de fantasmas
golpeando con paciencia tu bastoncito blanco
Guillermo Fernández
certeza que todos tenemos, pero de la cual no
nos percatamos sino hasta los últimos y fatídicos momentos. De la misma forma, la derrota
amorosa —a pesar de cierto optimismo en “El
reino de los ojos”— es consignada mediante las
alusiones a la ‘primavera’.
La confrontación entre esa intuición del desastre y la derrota amorosa bien podría ser interpretada como una dicotomía Eros-Tánatos,
legible, de manera sintomática, en “Bajo llave”
(Fernández, 1983: 19):
El tiempo pasa por las cosas
lamiendo la existencia
con su lengua de polvo
La Colmena 75, julio-septiembre 2012
Y repito tu nombre imaginario
(seguramente imaginario)
por ver si en este invernadero
la primavera me devuelve
esa flor encarnada y taciturna.
El placer pasajero de esa one night stand, esa
“flor de un día” —como la del tango “Nostalgias”
de Enrique Cadícamo—, sólo acentúa la soledad
desvalida en un mundo, en un cuarto que produce extrañamiento, cual si despertáramos desolados (“abandonados en un invernadero”) con
la resaca de una fiesta de la que no recordamos
haber participado:
[…]
Uno habla
Cuando te vas
porque la sangre está segura de andar fue-
se amotinan en casa las palabras
ra de casa
me encierran bajo llave
es ella quien recuerda otra latitud
afilan las cucharas
[…]
me miran con tus ojos
Somos piedras desvalidas de esta tierra
carcomen mis oídos con las mismas
los abandonados en un invernadero
patrañas
los que fuimos siervos felices en otras eras
En lo que pareciera una confesión de fe, el amor
pesa porque, como todo en la vida, está condenado al transcurrir del tiempo, a ser lamido por
esas “lenguas de polvo” que convierten todo
en cenizas. El tiempo pasa por las cosas pero
también lo hace en donde más duele, en lo que
no es asimilado por los sentidos, o como diría
Gilberto Owen “hay cosas ay que nos duele saber sin los sentidos”: la razón y el sentimiento.
Ahí es donde comienzan a salir esos fantasmas
agobiantes y ominosos: “las palabras […] afilan sus cucharas […] carcomen mis oídos con
las mismas patrañas”.
Los destellos provocados por el amor —y
por el placer implícito—, generan en el sujeto
lírico de Bajo llave la confrontación entre la
vejez (“invernadero”) y la juventud (“primavera”), como leemos en “Compromiso histórico”
(Fernández, 1983: 48):
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enjardinada por la flor de un día
los desdichados reyes de este extraño reino (“Uno habla”, Fernández, 1983: 33).
Aun cuando pudiera parecer muy esquemática
tanto la confrontación entre ‘amor’ y ‘muerte’
como entre ‘juventud’ y ‘vejez’, el sujeto lírico
de Bajo llave no se solaza en la melancolía como
si remitiera a la rememoración de los tiempos
pasados, que acariciaron su faz. Por el contrario,
hay un pesimismo existencial que linda en la misantropía y el hartazgo, iniciado en el espejo de
“Ese otro” (Fernández, 1983: 34):
Alguien sueña por ti todos tus sueños
y camina a lo largo de tu cuerpo
a lo largo de todas tus edades
[…]
Hoy sabes que alguien más habita en ti
que se tensa desde adentro la piel de tu
tambor […]
el que se pone a hablar con los fantasmas
Pero estoy triste
[…]
Sé que ha sido una noche
Entre dos aguas quedarás flotando a la deriva
Heber Quijano
Los fantasmas bajo llave
sin saber cuál de los dos es el impostor
cómo es que la pintura de la casa te salude así
ni quién está diciendo estas palabras
como si nada
en medio de este vaho bostezado por la peste
Estos fantasmas tienen la ambigüedad de los
ángeles. Pareciera que le siguen a todos lados,
que signan la sombra del sujeto lírico; sin embargo, pueden ser despiadados asesinos a sueldo o ángeles exterminadores, no en el sentido
teológico, sino en el metafórico. De la misma
forma que los ángeles de Rafael Alberti tienen
un aire doméstico, casi irreconocible, en Bajo
llave conviven con sus propios hábitos como
mascotas aciagas. Leámoslo en “Tus fantasmas” (Fernández, 1983: 11):
Ellos comienzan a moverse en las manchas
de los muros
Vuelvo a mi casa
descienden como arañas ateridas
pensando que voy a encontrarme con mi
te llaman por tu nombre desde la congoja
pleno de fantasmas
[…]
[…]
Noche a noche se acercan a tu cama
y entro a la cama y aúllo
a beber en las sábanas el agua de la resurrección
por la invisible pirámide
trastabillando entre los restos del naufragio
de palabras que me trago
buscando a ciegas el don de sus arcangelías
y luego apestan el aire
porque ellos son los primogénitos del corazón
(“Algo como romance”, Fernández, 1983: 9).
y bajo la frialdad de sus despojos
La poesía de Guillermo Fernández conversa con
esos espectros, los ayuda a pasear en la alcoba,
pues esos fantasmas ya no están bajo llave sino
acechantes a la libre asociación. Su sola presencia apesta, cual demonios medievales, todo
a su alrededor. Aun cuando sea la primavera
misma (“Elogio de la primavera”, Fernández,
1983: 8), con el sol pregonando sus albores:
Es otra vez la mañana
la bruja con su cesta de manzanas
podridas
y la sed en el medio día de los páramos
la dispensadora de sonrisas en el hocico
de las hienas
la abuelita del cuento con colmillos largos
Pregúntale a la almohada
cómo es que siguen en pie los mismos muros
cómo es que el techo no se ha desplomado
Los fantasmas bajo llave
alienta aún el sol de la medianoche
[…]
Que vengan todos y se sienten a tu lado
para esperar estoicamente la mañana […]
Su carácter funesto, pero sagrado, se refleja en
términos como: ‘resurrección’, ‘arcangelías’,
sobre todo si seguimos a Roger Caillois (2006)
respecto a la ambigüedad de lo sagrado. Bien
podríamos llamar a éstos los ángeles, los ángeles de la náusea. La náusea, insisto, del hartazgo, de la desolación solitaria que se acendra con la vejez. La náusea provocada por la
conciencia del fracaso ante el paso devastador
del tiempo y ante el más devastador fracaso del
tiempo mítico del amor. La aparición de estos
fantasmas es súbita, como súbita es la revelación confirmatoria del desastre.
En “Petrificaciones” (Fernández, 1983: 12-13),
Heber Quijano
La Colmena 75, julio-septiembre 2012
Entre las grietas provocadas por esas confrontaciones ‘juventud’-‘vejez’ y ‘amor’-‘muerte’
surgen los versos más estremecedores de este
poemario. Y no digo ‘estremecedores’ con el
patetismo del melodrama, sino con esa cualidad del buen arte consistente en provocar sensaciones físicas en su espectador, como quería
Kafka. Esa intuición del desastre incita al lector a sentir arcadas de fastidio y una impresión
de fracaso, sugeridos por los versos en los que
esos fantasmas de los amores pasados se arremolinan alrededor del sujeto lírico en un aquelarre lastimoso, invocando, como los ángeles
de Rilke, esa belleza que linda en lo terrible:
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pareciera que el sujeto lírico disfruta que esos
ángeles, como sombras, le sigan a todos lados.
Acostumbrado a ellos, su petrificación confirma
lo terrible del desastre. El sujeto lírico asume,
entonces, que su único destino es sufrir el paso
del tiempo “hasta dejar un cuervo en tu cabeza”, despeñándose a cada lengüeteada de polvo
“en una catarata de ceniza”:
Pero los amo
Ellos vienen contigo cada noche
saben el número preciso de tus pasos
(si alguna vez miras atrás sobre tu hombro
advertirás qué profundas huellas dejas
cómo trituran el cemento tus zapatos)
a los lectores. El amor, la muerte, el transcurso
del tiempo, la fragilidad anímica causada por
la melancolía, los fracasos del amor son temas
que a todos nos atañen y sobre los que más se
escribe, porque todos los vivimos. Sin embargo,
ese tono indolentemente trágico, impreso en la
poesía de Guillermo Fernández, deja al lector
un matiz amargo, incómodo, nada complaciente. Los poemas de Bajo llave aciertan como
dardos precisamente donde más duele. Así sabe,
así duele la verdad —en versos de Guillermo
(Fernández, 1983: 77)—: “Pero qué perra suerte: del mugroso teclado / los dedos sólo tocan /
las notas de la muerte”.LC
Ellos peinan el cabello de la luz
hasta dejar un cuervo en tu cabeza.
No lo sabes aún pero en tus ojos
Referencias
arden puertas de ciudades fantasmas
y tu conversación convoca sombras
Caillois, Roger (2006), El hombre y lo sagrado, México, FCE.
[…]
Fernández, Guillermo (1983), Bajo llave, México, Katún.
Y cuando de la altura momentánea
nos despeñamos todos como fardos
Kafka, Franz (1996), La metamorfosis, Madrid, Alianza.
Rilke, R. M. (2007), Elegías de Duino. Los Sonetos a Orfeo,
Madrid, Cátedra.
en una catarata de ceniza
siempre tendré que reencontrarte
entre piedras porosas troncos derribados
alentando tu nombre en los rescoldos
Si “Bajo llave” es, como ya mencionamos, el delta
del poemario; “El jarrón de bronce” (Fernández,
1983: 22) sería entonces la crecida del río, donde
la fuerza de la corriente arrastra todo a su paso,
más con la potencia destructora que con el flujo
fertilizador:
Trágate los fantasmas
los sillones sin nadie
a ese lobo que aúlla
La Colmena 75, julio-septiembre 2012
al tuerto amanecer
Hártate de vacío
de esta música muerta de todo el abandono
mientras vuelve a caer
en tus ojos podridos
otra capa de polvo
Si algo hace universal a un poeta es la intensidad con que son tocados los temas más cercanos
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Heber Quijano
Heber Sidney Quijano Hernández. Maestro en Humanidades y
licenciado en Letras Latinoamericanas por la Universidad
Autónoma del Estado de México. Publicó el poemario Derroteros del alba (Premio Internacional de Poesía “Gilberto Owen
Estrada”, UAEM, 2006); Cuerda floja (Biblioteca Mexiquense
del Bicentenario, 2010); los pliegos Tierra de nadie. El espía
y Asedio de la sombra. Ha colaborado en diversas revistas; es
docente del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de
Monterrey, campus Toluca, sede Metepec.
Los fantasmas bajo llave
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