Unidad 2.La crisis del Antiguo Régimen

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IES Bárbara de Braganza
2º Bachillerato
2015-16
UNIDAD 2 LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1788-­‐1833) Fechas: 1808, 1812, 1833. Personajes: José Mª Calatrava, Fernando VII, Godoy, José I, Muñoz Torrero, Rafael de Riego. Términos: Antiguo Régimen, Cortes de Cádiz, Desamortización, Manifiesto de los Persas, Mayorazgo, Monarquía Constitucional, Motín de Aranjuez, Sufragio Censitario, Sufragio Universal y Trienio Constitucional. Cuestiones (asociadas a los textos 3 y 4): • Las Cortes de Cádiz: constitución, composición y obra legislativa. •
La Guerra de la Independencia: causas, desarrollo y consecuencias. •
Extremadura en las Cortes de Cádiz. •
El reinado de Fernando VII: liberales y absolutistas. •
El proceso de emancipación de las colonias españolas de América. •
Extremadura bajo el reinado de Fernando VII. El reinado de Carlos IV va a demostrar que era imposible modernizar el país por la vía del reformismo ilustrado. La crisis tuvo su momento culminante en 1808, la Guerra de la Independencia ratifica la quiebra del Antiguo Régimen y el inicio de un proceso que culminará con la revolución liberal. Durante la Guerra contra los franceses, las ideas revolucionarias originadas también en Francia penetraron con fuerza. Se dieron a conocer los conceptos de soberanía nacional, libertad, igualdad, encarnados en las Cortes de Cádiz. En ellas se diseño la Constitución de 1812, el programa esencial del liberalismo durante décadas, con el que se inició el desmantelamiento de la sociedad estamental y el absolutismo. El reinado efectivo de Fernando VII supuso un paréntesis de reacción, de intento de conservar a toda costa el absolutismo. Durante veinte años de gobierno despótico los liberales fueron perseguidos y las reformas aplazadas, pese al breve período de libertad del Trienio Constitucional. Pero la experiencia anterior había sido un punto de no retorno, y el derrumbamiento definitivo se desencadenará inevitablemente a la muerte del rey. En esta etapa de transformación, España perdió la mayor parte de sus dominios en América. Los criollos americanos invocaron, para obtener su independencia, las mismas ideas liberales que tanto costaba imponer en la metrópoli. 1. EL INICIO DE LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN: EL REINADO DE CARLOS IV 1.1. El impacto de la Revolución Francesa Al contrario que su padre, Carlos IV era un hombre débil, políticamente inepto y dominado por su esposa, María Luisa. Se desentendió del gobierno, que mantuvo inicialmente en manos del conde de Floridablanca. En mayo de 1789 decidió convocar Cortes generales para que jurasen a su heredero, el futuro rey Fernando. Tras la jura, las Cortes derogaron la Ley Sálica fijada por Felipe V y aprobaron el restablecimiento de la herencia dinástica fijada por las Partidas, que facilitaba la sucesión femenina al trono. 1
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En esos instantes se estaba produciendo la Revolución Francesa, que provocaría en España una reacción política conservadora. Dio lugar a la disolución precipitada de las Cortes, ante el temor de que se repitiera lo ocurrido en Francia. Sucesivos decretos y órdenes prohibieron la entrada de propaganda y establecieron una rígida censura para evitar que las ideas revolucionarias se difundieran (“un cordón sanitario”). Conforme la revolución se radicalizaba, la tensión con Francia fue aumentando y el fin de la monarquía francesa y el posterior procesamiento de Luís XVI provocaron la caída de Aranda (partidario de la neutralidad) y la llegada al poder de Manuel Godoy. Francisco de Goya: La familia de Carlos IV,1801. 1.2. El valimiento de Godoy y las guerras con Francia e Inglaterra Godoy, guardia de corps, debía su ascenso al apoyo de los reyes, y especialmente de María Luisa de Parma, con quien mantenía relaciones íntimas. Pese a que se granjeó la animadversión de todos los sectores del país, por el escándalo y las envidias que suscitaba su situación en la Corte, pero también por los fracasos de su política, Godoy demostró tener cierto talento político y una capacidad de trabajo considerable. Tras fracasar en el intento desesperado de salvar la vida de Luis XVI, ejecutado en enero de 1793, en marzo estalló la Guerra de los Pirineos contra la República francesa. El conflicto fue un desastre militar que terminó en julio de 1795 con la paz de Basilea (entrega de Santo Domingo y una serie de acuerdos secretos de comercio favorables a Francia). En agosto de 1796 se renovaron los acuerdos con Francia (primer Tratado de San Ildefonso), que llevaron a España a entrar en guerra contra Inglaterra. Los ingleses derrotaron a la escuadra española, bloquearon los puertos y el comercio colonial se hundió. Mientras, el gobierno tuvo que afrontar la gravísima situación financiera de la Corona. El hundimiento del mercado colonial y la depreciación de los vales habían dejado a la Hacienda exhausta. Las guerras habían disparado los precios y el hambre se extendía entre la población, 2
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aumentando el descontento. En esa situación, el gobierno puso en marcha en enero de 1798 la primera desamortización de bienes de la Iglesia, a la que se ligaba por vez primera el problema de la deuda. Se trataba de expropiar y vender los bienes raíces de la Iglesia destinados a obras de beneficencia, dedicando el importe a la amortización de deuda. Sin embargo, y aunque se obtuvo una cantidad importante, la deuda no dejó de crecer, y las tierras fueron a parar a los grandes propietarios, por lo que sirvió sólo para reforzar la estructura agraria existente. Además, el desmantelamiento de las instituciones de beneficencia perjudicaba, ante todo, a las clases más desfavorecidas. La Iglesia reaccionó con dureza contra el desprestigiado Godoy, a quien acusaba por su política de apoyo a los ilustrados y a quien atribuía toda la responsabilidad de la desamortización. En marzo de 1798, tras la humillante paz con los ingleses, los reyes optaron por despedir a Godoy. Durante dos años, diferentes ministros intentaron sostener la política de paz y de restablecimiento económico, sin demasiados resultados. En 1800, tras su llegada al poder, Napoleón forzó la firma del segundo Tratado de San Ildefonso y la vuelta de Godoy. Un año después, Francia y España entraron en guerra contra Portugal, el viejo aliado inglés. La guerra de las Naranjas fue un paseo militar, que permitió a Godoy cubrirse de honores, pero que poco reportó a España (la plaza de Olivenza y los territorios circundantes) En 1804 estalló una nueva guerra contra Inglaterra, que se saldó con la derrota de las armadas española y francesa en Trafalgar (octubre de 1805). El desastre supuso el fin de la potencia naval española y la pérdida del ya precario control marítimo español sobre sus colonias americanas. Entre 1806 y 1807, Godoy intentó desmarcar al país de la alianza con Francia. Pero ya no tenía respaldo alguno. Se le veía como el responsable de la derrota militar, del colapso del comercio colonial y de la grave situación económica y social del país, castigado por las epidemias y las malas cosechas. La situación era ya caótica cuando, en 1807, la decisión de Napoleón de intervenir en Portugal precipitó la crisis definitiva. 2.-­‐ LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1808-­‐1814) 2.1. El estallido del conflicto: las causas En 1807, Napoleón obtuvo el consentimiento de Carlos IV para que sus ejércitos atravesasen España para atacar Portugal, aliada de Inglaterra, a cambio de un futuro reparto de Portugal entre Francia, España y un principado para el propio Godoy (Tratado de Fontainebleau). El 18 de marzo de 1808 estalló un levantamiento, el Motín de Aranjuez, en donde se encontraban los reyes, quienes, bajo los consejos de Godoy y ante el temor de que la presencia francesa terminase en una real invasión del país, se trasladaban hacia el sur. El motín, dirigido por la nobleza palaciega y el clero, perseguía la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando, alrededor del que se habían unido todos quienes querían acabar con Godoy. Los amotinados consiguieron sus objetivos, poniendo en evidencia una crisis profunda en la monarquía española. Carlos IV escribió a Napoleón haciéndole saber los acontecimientos y reclamando su ayuda para recuperar el trono que le había arrebatado su propio hijo Fernando VII. El Emperador se reafirmó en su impresión de debilidad, corrupción e incapacidad de la monarquía española y se decidió definitivamente a invadir España. 3
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Carlos IV y Fernando VII fueron llamados por Napoleón a Bayona (Francia), adonde acudieron con presteza y donde, sin mayor oposición, abdicaron ambos en la persona de Napoleón Bonaparte. Legitimado por las abdicaciones, Napoleón nombró a su hermano José, rey de España. Mientras se desarrollaban los hechos de Bayona, en España se inició un alzamiento popular contra la presencia francesa. El 2 de mayo, ante las confusas noticias de que Fernando VII había sido secuestrado por Napoleón, el pueblo de Madrid se alzó de forma espontánea contra la presencia francesa. Aunque fue duramente reprimido por las tropas al mando del general Murat, su ejemplo cundió por todo el país y la población se levantó rápidamente contra el invasor. Ante la sorpresa de los franceses, un movimiento de resistencia popular frenó el avance de las tropas imperiales. A partir de ese momento se enfrentaran dos fuerzas con modelos políticos distintos: la monarquía de José Bonaparte y las Juntas. 2.2. El desarrollo de la guerra Desde el punto de vista bélico, los restos del ejército tradicional español eran incapaces de oponerse al avance de las fuerzas francesas. La guerrilla y los sitios fueron las formas de impedir el dominio francés sobre el territorio español. Los sitios consistían en la resistencia de las ciudades españolas (Zaragoza, Gerona...) al avance francés. Las ciudades sitiadas resistían con tal de no dejar avanzar al ejército invasor y, de esta forma, desgastar a las tropas napoleónicas y dar tiempo a la organización de la resistencia en el resto del país. La guerrilla fue la forma espontánea y popular de resistencia armada contra el invasor. Partidas formadas por campesinos, burgueses, sacerdotes o gente de cualquier otra ocupación, se organizaban con un jefe de cuadrilla al frente para luchar contra los franceses. Su mejor arma era el conocimiento del terreno y el apoyo de la población. No se enfrentaban a campo abierto, sino que actuaban en pequeños grupos, hostigaban al ejército, destruían sus instalaciones o asaltaban los cargamentos de avituallamiento. Para Napoleón, la invasión de Portugal iba íntimamente ligada al dominio completo de la Península Ibérica. Por ello, dispuso sus tropas estratégicamente en Barcelona, Vitoria y Madrid para que, en su despliegue, ocupasen toda la Península. Napoleón no esperaba encontrar grandes resistencias. Pero las previsiones de Napoleón Bonaparte se desbarataron ante la resistencia popular. Las ciudades de Gerona y Zaragoza resistieron durante meses el ataque francés e impidieron el avance de las tropas en la zona de Levante. Asimismo, sorprendentemente, el ejército francés fue derrotado en Bailén (julio de 1808) por las tropas españolas, lo que impidió la toma de Andalucía y obligó al repliegue de gran parte de los soldados napoleónicos más allá del Ebro y al abandono de la ciudad de Madrid. Napoleón en persona llegó a España en otoño y coordinó las acciones que condujeron a la toma de Madrid y a un teórico dominio de casi todo el territorio español. A partir de ese momento, fue esencialmente la guerrilla la única fuerza de resistencia frente al invasor. Desde mediados de 1812, el curso de la guerra empezó a ser desfavorable para los franceses. La campaña de Rusia había obligado a Napoleón a desplazar allí gran parte de su ejército y, aprovechando la coyuntura, las fuerzas españolas, apoyadas por un ejército británico al mando del general Wellington, comenzaron a hostigar gravemente a los franceses. Incapaz de mantener los dos frentes y tras la derrota de Vitoria, Napoleón decidió pactar el fin del conflicto (Tratado de Valençay, que restituía la Corona de España Fernando VII)) y hacia finales de 1813 sus tropas empezaron a abandonar el territorio español. 4
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La Guerra de Independencia . 2.3. Las consecuencias de la guerra. La guerra supuso un enorme colapso demográfico. Se calcula que hubo medio millón de muertos, una cifra considerable para una población total de unos 11 millones en 1807. A las bajas producidas en combate hay que añadir las debidas a las epidemias y a las hambrunas, sin olvidar el exilio de los miles de afrancesados. Los daños materiales no fueron menores. Ciudades como Zaragoza, Gerona o San Sebastián quedaron totalmente arrasadas. Fueron destruidos edificios y monumentos artísticos. Además, los franceses también llevaron a cabo un importante expolio de obras artísticas, sólo parcialmente devueltas tras la guerra. Respecto a los daños económicos, la industria perdió no sólo el ritmo de progresión de los años de preguerra, sino también numerosas fábricas y, lo que es más grave, el mercado colonial. Pero fueron los campesinos quienes soportaron el peso principal: alistamientos masivos y campos arrasados dejaron un país agotado en su principal fuente de riqueza. Por si fuera poco, la guerra arruinó definitivamente la Hacienda española. En cuanto a la repercusión internacional, la guerra española fue decisiva para la derrota napoleónica. El bloqueo contra Inglaterra quedó roto. Bailén reavivó la resistencia europea, al demostrar que los ejércitos del emperador eran vulnerables. Además los franceses se vieron obligados a mantener grandes contingentes en la Península. Por otro lado, la guerra activó el proceso de independencia de la América española. Ante el vacío de poder creado, los grupos criollos optaron por negarse a acatar la nueva monarquía francesa. Sustituyeron a las viajas autoridades, organizaron sus propias Juntas y comenzaron un proceso de autogobierno que está en el inicio del proceso de emancipación de las colonias. 3.-­‐ LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812. EL LIBERALISMO ESPAÑOL. 3.1. La monarquía de José Bonaparte y las Juntas Una pequeña parte de los españoles, a los que se conoce como afrancesados, y entre los que se hallaban numerosos intelectuales y altos funcionarios y una parte de la alta nobleza, aceptaron al nuevo monarca José Bonaparte y participaron en su gobierno. Procedentes en su mayoría del Despotismo Ilustrado, se sentían vinculados con el programa reformista de la nueva monarquía, al tiempo que creían que la monarquía napoleónica era la mejor garantía para evitar excesos revolucionarios. 5
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Con escaso apoyo y una total incomprensión, José Bonaparte intentaría una experiencia reformista que pretendía acabar con el Antiguo Régimen: desamortizó parte de las tierras del clero, desvinculó los mayorazgos y las tierras de manos muertas y legisló el fin del régimen señorial. El Estatuto de Bayona (1808), en realidad una especie de Carta Otorgada, reconocía la igualdad de los españoles ante la ley, los impuestos y el acceso a los cargos públicos. Por último, se abolió la Inquisición y se inició la reforma de la Administración. El grueso de la población española formó lo que se conoce como el frente patriótico, es decir, todos quienes se opusieron a la invasión. Ahora bien, en este bando encontramos posiciones muy diferentes. La mayor parte del clero y la nobleza buscaba la vuelta al absolutismo bajo la monarquía de Fernando VII; por contra, algunos sectores ilustrados (Floridablanca o Jovellanos) deseaban la vuelta de Fernando VII, del que se esperaba que impulsase el inicio de un programa de reformas que permitiera la permanencia de la vieja monarquía tradicional junto a la modernización del país. La burguesía, los intelectuales, los sectores claramente liberales veían en la situación revolucionaria creada por la guerra la ocasión de instaurar un sistema liberal-­‐parlamentario. Por último, gran parte de la población, al margen de posiciones ideológicas claras, afrontó la guerra como un movimiento de defensa contra un invasor extranjero. En Galicia, Andalucía, Aragón, Castilla, etc., la población reclamó la defensa contra la invasión francesa y surgieron Juntas de Armamento y Defensa, al principio fueron Juntas locales y provinciales que reaccionaban ante el desconcierto o la apatía de las clases privilegiadas y expresaban la forma de organización del movimiento insurreccional popular. 3.2. El proceso de formación de las Cortes y su composición Desde el comienzo de la guerra, en el verano de 1808, las juntas locales y provinciales que dirigían la resistencia enviaron representantes para formar una Junta Central Suprema que coordinara las acciones bélicas y dirigiera el país durante la guerra. Floridablanca y Jovellanos eran sus miembros más ilustres. La Junta reconoció a Fernando VII como el rey legítimo de España y asumió, hasta su retorno, su autoridad. Ante el avance francés, la Junta huyó a Sevilla y de allí, en 1810, a Cádiz, la única ciudad que, ayudada por los ingleses, resistía el asedio francés. La Junta Central se mostró incapaz de dirigir la guerra y tras largas discusiones se llegó a la conclusión de que sólo las Cortes del reino, elegidas mediante sufragio universal podían aprobar, en nombre del país, las reformas necesarias. Por tanto, se decidió convocar unas Cortes y en enero de 1810 se disolvió, tras la convocatoria de las Cortes, manteniendo, en tanto éstas se reunían, una regencia formada por cinco miembros. Quienes propugnaban los cambios eran los liberales. El liberalismo había penetrado en España procedente de Francia a partir del estallido de la revolución, pero era minoritario hasta que la guerra ofreció la oportunidad para difundir las ideas liberales. Los liberales exigían un sistema libre, parlamentario y la defensa de los intereses políticos y económicos de la burguesía. El proceso de elección de diputados a Cortes y su reunión en Cádiz fueron necesariamente difíciles. En un país dominado por los franceses era imposible una elección de representantes y en muchos casos se optó por elegir sustitutos o diputados entre las personas de cada una de las provincias que se hallaban en Cádiz. El ambiente liberal de la ciudad influyó en que gran parte de los elegidos tuvieran simpatías por estas ideas. La mayoría procedía de las capas medias urbanas (funcionarios, abogados, comerciantes y profesionales). Las Cortes se abrieron en septiembre de 1810 y el sector liberal consiguió el primer triunfo al forzar la formación de una cámara única, frente a la tradicional representación estamental. Asimismo, 6
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en su primera sesión aprobaron el principio de soberanía nacional, es decir, el reconocimiento de que el poder reside en el conjunto de los ciudadanos y que se expresa a través de las Cortes formadas por representantes de la nación. Entre sus miembros se formaría una comisión encargada de elaborar una constitución y presidida por Muñoz Torrero. 3.3. La obra de Cádiz: la Constitución de 1812 y otras medidas Tras año y medio de debates, la Constitución se promulgó el día 19 de marzo de 18121, día de San José, por lo que se la conoce popularmente como “la Pepa”, es el texto legal de las Cortes que mejor define el espíritu liberal. El texto constitucional plasma también el compromiso existente entre los sectores de la burguesía liberal y los absolutistas, al reconocer totalmente los derechos de la religión católica, caballo de batalla del sector absolutista, especialmente del clero. Desde un punto de vista formal, la Constitución contiene una declaración de derechos del ciudadano: la libertad de imprenta, la igualdad de los españoles ante la ley, el derecho de petición, la libertad civil, el derecho de propiedad y el reconocimiento de todos los derechos legítimos de los individuos que componen la nación española. La nación se define como el conjunto de todos los ciudadanos de ambos hemisferios, es decir, se colocan en pie de igualdad los territorios peninsulares y las colonias americanas. La estructura del Estado se corresponde con el de una monarquía limitada, basada en la división de poderes. El poder legislativo, las Cortes unicamerales, representan la voluntad nacional y poseen amplios poderes: elaboración de leyes, aprobación de los presupuestos y de los tratados internacionales, mando sobre el ejército, etc. El mandato de los diputados se establecía en dos años y eran inviolables en el ejercicio de sus funciones. El sistema electoral quedó fijado en la propia Constitución: el sufragio era universal masculino e indirecto. El monarca es la cabeza del poder ejecutivo, por lo que posee la dirección del gobierno e interviene en la elaboración de las leyes a través de la iniciativa y la sanción, poseyendo veto suspensivo durante dos años. El poder del rey está controlado por las Cortes, que pueden intervenir en la sucesión al trono, y la Constitución prescribe que todas sus decisiones deben ser refrendadas por los ministros, quienes están sometidos a responsabilidad penal. La administración de justicia es competencia exclusiva de los tribunales y se establecen los principios básicos de un Estado de derecho: códigos únicos en materia civil, criminal y comercial, inamovilidad de los jueces, garantías de los procesos, etc. Otros artículos de la Constitución contemplan la reorganización de la administración provincial y local, la reforma de los impuestos y la Hacienda Pública, la creación de un ejército nacional y la obligatoriedad del servicio militar, y la implantación de una enseñanza primaria pública y obligatoria. Asimismo consagra la igualdad jurídica, la inviolabilidad del domicilio y la libertad de imprenta para libros no religiosos. En resumen, el texto establece los principios de una sociedad moderna, con derechos y garantías para sus ciudadanos y constituye un ejemplo de constitución liberal, inspirada en los principios de la francesa de 1791, pero más avanzada y progresista. Los legisladores, esperanzados en el triunfo, intentaron aprovechar la situación revolucionaria creada por la guerra, para elaborar un marco legislativo mucho más avanzado de lo que el conjunto de la sociedad española hubiera permitido en una situación normal. La Constitución 1
Texto 3 de las pruebas de acceso a la universidad
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de Cádiz fue, asimismo, ejemplo para otras muchas constituciones europeas y americanas en los años posteriores e inspirará en el futuro el constitucionalismo español del siglo XIX. Además del texto constitucional, las Cortes de Cádiz aprobaron una serie de leyes y decretos destinados a eliminar las trabas del Antiguo Régimen y a ordenar el Estado como un régimen liberal. Así, se decretó la supresión de los señoríos jurisdiccionales, distinguiéndolos de los territoriales, que pasaron a ser propiedad privada de los señores. También se decretó la eliminación de los mayorazgos y la desamortización de las tierras comunales, con el objetivo de recaudar capitales para amortizar la elevada deuda pública. Se votó la abolición de la Inquisición, con una fuerte oposición de absolutistas y el clero, y la libertad de imprenta. Finalmente, cabe señalar la libertad de trabajo, la anulación de los gremios y la unificación del mercado. Este primer liberalismo marcó las líneas básicas de lo que debía ser la modernización de España. A pesar de la importancia de su obra, las Cortes no tuvieron gran incidencia práctica en la vida del país. La situación de guerra impidió la efectiva aplicación de lo legislado en Cádiz y, al final de la guerra, la vuelta de Fernando VII frustró la experiencia liberal y condujo al retorno del absolutismo. 4.-­‐ EL REINADO DE FERNANDO VII (1814-­‐1833) A finales de 1813, Napoleón decidió firmar la paz con España (Tratado de Valençay), reconocer a Fernando VII como monarca legítimo, permitir su vuelta al país y retirar sus tropas del territorio español. 4.1. El retorno al absolutismo (1814-­‐1820) El regreso de Fernando VII planteó el problema de integrar al monarca en el nuevo modelo político, definido por las Cortes de Cádiz en la Constitución de 1812. Fernando VII había abandonado el país como un monarca absoluto y debía volver como un monarca constitucional. Los liberales tenían sus dudas respecto a la buena voluntad del Rey para jurar la Constitución y comprometerse a respetar el nuevo marco político. Fernando VII, en un principio, temió enfrentarse a aquellos que durante seis años habían gobernado el país y habían resistido al invasor y, por tanto, mostró voluntad de aceptar sus condiciones. Frente a los liberales, los absolutistas, nobleza y clero sabían que la vuelta del Monarca era su mejor oportunidad para volver al Antiguo Régimen. Se organizaron rápidamente para mostrar al Rey su apoyo incondicional para que se restaurase el absolutismo (Manifiesto de los Persas) y movilizaron al pueblo para que le mostrase su adhesión incondicional (le llamaban ‘el Deseado”). Fernando VII, seguro ya de la debilidad del sector liberal, traicionó sus promesas y, al llegar a España, protagonizó un golpe de Estado, al declarar mediante el Real Decreto de 4 de mayo de 18142 “nulos y de ningún valor ni efecto” la Constitución y los decretos de Cádiz, y anunció la vuelta al absolutismo. Inmediatamente fueron detenidos o asesinados los principales dirigentes liberales, mientras otros huyeron hacia el exilio. En los meses siguientes se produjo la restauración de todas las antiguas instituciones, se restableció el régimen señorial y se restauró la Inquisición. Era una vuelta en toda regla al Antiguo Régimen. La situación internacional era además favorable. Las potencias absolutistas europeas vencedoras de Napoleón habían conseguido en el Congreso de Viena restaurar el viejo orden en toda Europa y la Santa Alianza garantizaba la defensa del absolutismo (“Legitimismo”) y el derecho de intervención en cualquier país para frenar el avance del liberalismo. 2
Texto 4 de las Pruebas de acceso a la universidad
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El rey Fernando VII y su gobierno tuvieron que hacer frente, sin embargo, a un objetivo imposible: rehacer un país destrozado por la guerra, con la agricultura deshecha, el comercio paralizado, las finanzas en bancarrota y todas las colonias en pie de guerra por su independencia, y ello con los viejos métodos del Antiguo Régimen. Sus gobiernos fracasaron uno tras otro. La oposición a la nueva situación no tardó en manifestarse. La burguesía liberal y las clases medias urbanas reclamaban la vuelta al régimen constitucional. Una parte del campesinado se negaba a volver a pagar rentas y tributos y se oponía a la restauración del régimen señorial. Por último, en el ejército, la integración de parte de los jefes de la guerrilla dio lugar a la creación de un sector liberal, partidario de reformas. El recurso a la represión fue la única respuesta del gobierno. Pronunciamientos militares liberales (Mina, Lacy, Porlier...), algaradas en las ciudades y amotinamientos campesinos, aunque fracasaron entre 1814 y 1820, evidenciaron el descontento y la quiebra del modelo de monarquía absoluta. 4.2. El Trienio liberal (1820-­‐1823) El 1 de enero de 1820, el coronel Rafael de Riego, al frente de una compañía de soldados acantonados en Cabezas de San Juan (Sevilla), en espera de marchar hacia la guerra en las colonias americanas, se sublevó y recorrió Andalucía proclamando la Constitución de 1812. La pasividad del ejército, la actuación de la oposición liberal en las principales ciudades y la neutralidad de los campesinos obligaron al Rey, finalmente, a aceptar, el 10 de marzo, convertirse en monarca constitucional. Fernando VII nombró un nuevo gobierno (liberales moderados como Martínez de la Rosa) que proclamó una amnistía y convocó elecciones. Las Cortes se formaron con una mayoría de diputados liberales e iniciaron rápidamente una importante obra legislativa. Restauraron gran parte de las reformas de Cádiz, como la libertad de industria, la abolición de los gremios, la supresión de los señoríos jurisdiccionales y de los mayorazgos, y elaboraron nuevas normas como la disminución del diezmo, la venta de tierras de los monasterios, la reforma del sistema fiscal, del código penal y del funcionamiento del ejército. Con su acción pretendían liquidar el feudalismo en el campo e introducir relaciones de tipo capitalista entre propietarios de la tierra y campesinos arrendatarios. Asimismo, deseaban liberalizar la industria y el comercio, eliminar las trabas a la libre circulación de mercancías y permitir el desarrollo de la burguesía comercial e industrial. También crearon la Milicia Nacional, un cuerpo armado de voluntarios, formado por las clases medias, esencialmente urbanas, con el fin de garantizar el orden y defender las reformas constitucionales. Las reformas suscitaron rápidamente la oposición de la monarquía. Fernando VII había aceptado el nuevo régimen sólo forzado por las circunstancias. Desde el primer momento, no sólo paralizó todas las leyes que pudo, recurriendo al derecho de veto que le otorgaba la Constitución, sino que conspiró de forma secreta contra el gobierno y buscó la alianza con las potencias europeas absolutistas para que éstas invadiesen el país y restaurasen el absolutismo. También grave para el nuevo régimen fue la oposición que le mostró parte de los campesinos. Las leyes del Trienio los convertían en arrendatarios que podían ser expulsados de las tierras si no pagaban con dinero. En una economía todavía de autosuficiencia, con escasos mercados, los campesinos no conseguían que sus productos alcanzaran el valor suficiente para reunir la cantidad de moneda requerida. Los campesinos se sintieron más 9
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pobres y más indefensos con la nueva legislación capitalista y se alzaron contra los liberales. La nobleza tradicional y sobre todo la Iglesia, perjudicada por la supresión del diezmo y la venta de bienes monacales, animaron la revuelta contra los gobernantes del Trienio. En 1822 se alzaron partidas absolutistas en Cataluña, Navarra, Galicia y el Maestrazgo, que llegaron a dominar amplias zonas de territorio y que establecieron una regencia absolutista en la Seo de Urgel en 1823. Las dificultades dieron lugar a enfrentamientos entre los propios liberales. Un sector, los moderados (“doceañistas”), era partidario de realizar las reformas con prudencia e intentar no enemistarse con el rey y la nobleza, por un lado, y no asustar a la burguesía propietaria, por el otro; los exaltados planteaban la necesidad de acelerar las reformas y enfrentarse con el monarca, confiando en el apoyo de los sectores liberales de las ciudades, de parte del ejército y de los intelectuales, y de la prensa. 4.3. La Década absolutista (1823-­‐1833) A pesar de todos los obstáculos y de las divisiones internas, el régimen del Trienio finalizó debido a la intervención de las potencias absolutistas europeas. La Santa Alianza respondió a las peticiones de Fernando VII y en el Congreso de Verona encargó a Francia intervenir en España para restaurar el absolutismo. En abril de 1823, unos 100.000 soldados (los Cien Mil Hijos de San Luis) al mando del duque de Angulema, ayudados por realistas españoles, irrumpieron en territorio español y repusieron a Fernando VII como monarca absoluto. La vuelta al absolutismo fue seguida, como en 1814, de una feroz represión contra los liberales y de nuevo gran parte de ellos marchó hacia el exilio. Se depuró la Administración y el ejército, se crearon comisiones de vigilancia y control, y un verdadero terror se extendió por el país contra todo posible partidario de las ideas liberales. La única preocupación del gobierno de Fernando VII, aparte de la represión, fue el problema económico. Las dificultades de la Hacienda, agravadas por la pérdida definitiva de las colonias americanas, forzaron al Rey a partir de 1825 a adoptar posiciones más abiertas a la colaboración con el sector moderado de la burguesía financiera e industrial (gobierno de Cea Bermúdez). La actitud del Rey fue mal vista por el sector más conservador y tradicionalista de la Corte, la nobleza y el clero, ya muy descontentos porque Fernando VII no hubiese repuesto la Inquisición o no persiguiese con suficiente saña a los liberales. En Cataluña se levantaron partidas absolutistas y en la corte, dicho sector, conocido como realistas, se agrupó alrededor de don Carlos María Isidro, hermano del rey y su previsible sucesor, dado que Fernando VII no tenía descendencia. 4.4. El conflicto dinástico En 1830, el nacimiento de una hija del Rey, Isabel, dio lugar a un grave conflicto en la sucesión al trono. La Ley Sálica, de origen francés e implantada por Felipe V en España, impedía el acceso al trono a las mujeres, pero Fernando VII, influido por su mujer María Cristina, promulgó la Pragmática Sanción, que derogaba la Ley Sálica y abría el camino al trono a su hija y heredera, Isabel II. Los partidarios de don Carlos (carlistas) se negaron a aceptar la nueva situación e influyeron, en 1832, sobre el Monarca gravemente enfermo, para que fuera repuesta la Ley Sálica, pero, sorprendentemente, el rey se restableció y volvió a poner en vigor la Pragmática Sanción. 10
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No era sólo una disputa acerca de si el legítimo monarca era el tío o la sobrina, sino que se trataba de la lucha por imponer un modelo u otro de sociedad. Alrededor de don Carlos se agrupaban las fuerzas más partidarias del Antiguo Régimen. Por contra, María Cristina comprendió que, si quería salvar el trono para su hija, debía buscar apoyos en los sectores más cercanos al liberalismo. Nombrada regente mientras durase la enfermedad del rey, formó un nuevo gobierno de carácter reformista, decretó una amnistía que supuso la vuelta de 10.000 exiliados liberales y se preparó para enfrentarse a los carlistas. En 1833, Fernando VII murió, reafirmando en su testamento a su hija Isabel, de tres años de edad, como heredera del trono, y nombrando regente a María Cristina hasta la mayoría de edad de su hija. El mismo día, don Carlos se proclamó rey, iniciándose un levantamiento absolutista en el norte de España. Fue el inicio de la primera guerra carlista. Esquema-­‐resumen del reinado de Fernando VII 5-­‐. LA INDEPENDENCIA DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA. 5.1. Las causas de la independencia A lo largo del siglo XVIII, la decidida preocupación de los Borbones por los territorios de ultramar había dado lugar a una etapa de prosperidad basada en la reactivación del comercio y en la puesta en marcha y explotación de numerosas plantaciones. El crecimiento económico propició el desarrollo de un poderoso grupo burgués criollo, de raza blanca pero nacido en América. Fue entre esta burguesía criolla, próspera y conocedora de las ideas ilustradas, donde las ideas de emancipación de la metrópoli tomaron cuerpo y se fraguaron los programas y los proyectos de independencia basados en el ideario liberal. Estos anhelos estaban provocados por el trato discriminatorio dado a los criollos en los cargos coloniales, por el sometimiento a fuertes impuestos y cargas y por el control que sobre la economía, y esencialmente el comercio, ejercía España. El ejemplo de Estados Unidos fue además crucial para mostrar que era posible enfrentarse a la metrópoli y conseguir la victoria. Además, Gran Bretaña, deseosa de controlar el mercado americano, se encargó de azuzar y respaldar los 11
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movimientos independentistas, convencida de que, una vez independientes, podría dominar fácilmente el mercado de las nuevas naciones. 5.2. El proceso de emancipación Una primera fase coincidió con la guerra en España. Así, a partir de 1808, al venirse abajo todo el aparato administrativo e ideológico de la metrópoli, España no podía resistir la escalada de los intereses secesionistas de los territorios ultramarinos. En un principio, los criollos optaron por no someterse a la autoridad de José Bonaparte y crearon juntas que, a imitación de las españolas, asumieron el poder en sus territorios. Sin embargo, aunque teóricamente se mantenían fieles a Fernando VII, se negaron a aceptar la autoridad de la Junta Suprema Central y, de hecho, hacia 1810 muchas de ellas se declararon autónomas respecto a la metrópoli. Los focos más declaradamente secesionistas fueron el virreinato de la Plata, donde José de San Martín proclamó, en 1810, en la ciudad de Buenos Aires la independencia de la República Argentina, el virreinato de Nueva Granada y Venezuela, a cuyo frente se situará el otro gran líder de la independencia americana, Simón Bolívar, y México, cuyo levantamiento dirigieron Hidalgo y Morelos. Las Cortes de Cádiz, aunque formalmente consideraron a las colonias territorio español y pretendieron, como mínimo, reconocer los derechos de los criollos, eran incapaces de intervenir frente al movimiento independentista, dado que apenas podían hacer cumplir su legislación en el territorio hispano. En 1814, finalizada la guerra hispanofrancesa, se inicia una segunda fase en la que el gobierno de Fernando VII, en vez de buscar el acuerdo con los americanos, respondió con el envío de un ejército de 10.000 hombres que logró pacificar Nueva Granada y México, aunque se mostró impotente en el virreinato del Río de la Plata, confirmándose la independencia de Argentina (1816) y desde allí el ejército de San Martín atravesará los Andes y derrota a los españoles en Chacabuco, permitiendo la independencia de Chile en 1818 se consolidaron ya como naciones independientes. La última fase del proceso se desarrolló tras la revolución de 1820 en España. En los años anteriores, la total intransigencia de la monarquía respecto a la autonomía de las colonias, a pesar de carecer de dinero y de tropas, ayudó al crecimiento y la expansión del movimiento libertador. Bolívar derrotó al ejército español en Carabobo (1821) y puso las bases para la formación de la Gran Colombia, que dio origen posteriormente a las repúblicas de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. En México, el movimiento independentista liderado por Iturbide logró atraerse a la Iglesia y a las clases poderosas y en 1822 se independizó de la metrópoli. Tras la derrota de Ayacucho (1824) y la independencia de Perú y Bolivia (en honor a Simón Bolívar), se acabó la presencia española en la América continental. Sólo las Antillas (Cuba y Puerto Rico), más las Filipinas, permanecieron en posesión de la Corona. No obstante, la emancipación de las colonias y la creación de repúblicas independientes no solucionaron todos los problemas existentes. La inestabilidad política y el fraccionamiento, las convulsiones sociales, la dependencia económica y el tutelaje político de Estados Unidos marcarán buena parte del futuro de los nuevos Estados. 12
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Las nuevas naciones americanas 6.-­‐ EXTREMADURA EN LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN 6.1. La Guerra de Independencia en Extremadura (1804-­‐1814) y las Cortes de Cádiz En el terreno político, como en las demás regiones españolas, la administración del Antiguo Régimen hizo patente un vacío de poder que fue asumido por las Juntas. Entre las primeras en aparecer se encuentran las de Badajoz, Cáceres y Plasencia, integradas en otra de ámbito provincial, la Junta de Extremadura, con competencias político-­‐administrativas y responsable de crear y mantener un ejército permanente en la región. Desde el punto de vista militar, la importancia dada a Portugal, tanto por parte francesa como inglesa, convirtieron a Extremadura, región limítrofe con este país, en un objetivo principal de ambos ejércitos. De esta forma, la lucha contra las tropas napoleónicas se organizó en Extremadura mediante fuerzas militares regulares y guerrillas. El ejército en Extremadura llegó a contar con 20.000 hombres, pero sin la preparación militar adecuada, lo cual explica las derrotas iniciales (Medellín y Gévora). Más fructífera fue la colaboración con las tropas inglesas, junto a las que se lograron algunas victorias de cierta importancia como la de La Albuera, en 1811. Los objetivos prioritarios de este ejército fueron dos: asegurar el control de los principales puentes que daban acceso a la región y mantener las ciudades más importantes libres de la ocupación francesa. Además de la guerra con tropas regulares, también destacó la actividad de partidas guerrilleras (Antonio Morillo, Catalina Martín), cuya actividad se vio favorecida por la abundancia de zonas abruptas. Las consecuencias de la guerra de Independencia fueron de gran impacto en la región. Hubo importantes pérdidas de vidas humanas, se arruinaron muchas poblaciones, que durante la guerra fueron saqueadas y destruidas, se destruyeron cosechas y se perdió parte del patrimonio artístico a causa del saqueo y la destrucción por la guerra. En cuanto a las Cortes de Cádiz, Extremadura aportó 12 diputados y, entre sus miembros, predominaban la nobleza, el clero y los militares. Unos sostuvieron posiciones absolutistas y otros liberales. Entre éstos cabe destacar la labor de Muñoz Torrero, considerado uno de los principales ideólogos de la Constitución de 1812. Junto a él también destacarían Francisco Fernández Golfín y José Mª Calatrava. Las intervenciones de los diputados extremeños se centraron principalmente en temas como la libertad de 13
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imprenta, la venta de baldíos y terrenos comunes, y la supresión de la Inquisición y del régimen señorial. 6.2. Extremadura durante el reinado de Fernando VII. El sexenio absolutista comenzó en Extremadura con el arresto y el encarcelamiento de afrancesados y liberales. Calatrava y Muñoz Torrero, figuras destacadas tuvieron que vivir en el exilio, especialmente en Portugal. Estas medidas represivas se complementaron con la supresión de las instituciones liberales como la Diputación de Extremadura o las asociaciones liberales. En Extremadura también proliferaron las sociedades patrióticas y milicias de diferente signo ideológico, más liberal en las ciudades y más asociada al absolutismo en los ámbitos rurales. El Trienio Liberal contó con el apoyo mayoritario de la población extremeña, que canalizó su participación política a través de sociedades patrióticas como la Asamblea Constitucional de Badajoz. Durante el trienio se elaboró también un nuevo modelo de organización territorial, que dividió el territorio de Extremadura en dos provincias: Cáceres y Badajoz. El fin de este período de reformas es evidente ya en 1822. Igualmente, las disputas entre liberales y absolutistas se reflejaron en enfrentamientos armados de poco calado, sin plantear una situación excesivamente comprometida para el régimen constitucional. La Década absolutista comenzó como lo había hecho el sexenio: con el encarcelamiento o la emigración de numerosos liberales extremeños. Más tarde, los absolutistas más intransigentes se organizaron en Extremadura en sociedades conspiradoras, con conatos de levantamiento que finalmente no llegaron a producirse. También los liberales protagonizaron varios levantamientos, a los que siguió una dura represión. En uno de ellos, el de Torrijos, fue detenido y fusilado uno de los más insignes políticos extremeños de esa primera mitad del siglo XIX, Francisco Fernández Golfín. Fusilamiento de Torrijos, de A. Gisbert.
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