algunas reflexiones sobre el concepto "soberanía".

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ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL CONCEPTO “SOBERANÍA”.
APORTES PARA EL DEBATE DE POLÍTICA EXTERIOR EN CHILE
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL CONCEPTO "SOBERANÍA".
APORTES PARA EL DEBATE DE POLÍTICA EXTERIOR EN CHILE
SUPERANUS
Resumen. Este ensayo se propone analizar los usos del concepto “soberanía” y, de esa
forma, constituir un aporte a los debates sobre política exterior en Chile. Basándose en
premisas teóricas y metodológicas provenientes del análisis de discurso, la formación
de conceptos en ciencias sociales y una tipología de la soberanía, se discuten las
ventajas y limitaciones cuando se refiere dicha categoría. Como modo de ilustrar dicho
análisis, se reflexiona sobre los desafíos que representa la fijación de significados del
significante “soberanía” para los escenarios de integración regional, tomando como
ejemplo algunas trazas discursivas expresadas en el Tratado Constitutivo de UNASUR.
Una conclusión importante es la necesidad de desanclar el uso de la noción de
“soberanía” de su acepción predominante, complejizando los debates sobre política
exterior.
Palabras clave
Soberanía – Conceptos Políticos – Política Exterior
Integración Regional – Discursos
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I. INTRODUCCIÓN
El 01 de abril de 2013, el Presidente de la República, Sebastián Piñera, y el Canciller,
Alfredo Moreno, recibieron en La Moneda a líderes de todos los sectores políticos con
representación parlamentaria para abordar la inminente demanda que el Estado de
Bolivia presentaría ante la Corte Internacional de Justicia de la Haya (CIJH) por
reclamaciones territoriales asociadas a una salida soberanía al mar pacífico, lo que hizo
efectivo el día 24 de abril. En la oportunidad, el Presidente Piñera recalcó que “siempre
dentro del respeto del derecho y los tratados internacionales, Chile va a defender con
mucha fuerza y decisión lo que nos corresponde, lo que nos pertenece, nuestro
territorio, nuestro mar y nuestra soberanía. Ningún país debe llamarse a engaño: la
actitud de diálogo y la actitud constructiva no debe confundirse jamás con una actitud
de debilidad en la defensa de nuestra soberanía, territorio y mar”1.
Reforzando esa posición, el día 24 de abril, materializada la presentación boliviana, el
Presidente Piñera sostuvo: “quiero dar la más plena garantía a todos y cada uno de mis
compatriotas de que, utilizando todos los instrumentos de los tratados y del derecho
internacional, este Presidente va a defender con toda la fuerza del mundo, cada metro
cuadrado de nuestro territorio y cada metro cuadrado de nuestro mar. Y que no vamos
a ceder soberanía chilena a ningún país, porque nuestro territorio, nuestro mar, nuestra
soberanía nos pertenece legítimamente a todos los chilenos”2. Antes, el 16 de enero de
2008, el Estado de Perú había recurrido a la misma Corte “invocando que la
delimitación marítima entre los dos países tenía que ser definida mediante criterios
distintos a los de la línea del paralelo que rige actualmente”3, es decir, desafiando
internacionalmente la soberanía nacional.
Gobierno de Chile (2013) “Reunión con parlamentarios y políticos para abordar tema boliviano”. Sección Discursos, 01 de
abril de 2013. En http://www.gob.cl/discursos/2013/04/01/reunion-con-parlamentarios-y-politicos-para-abordar-temaboliviano.htm (énfasis propio).
2
Presidencia de la República (2013) “Palabras de S.E. el Presidente de la República, Sebastián Piñera, en ceremonia de
colocación de primera piedra de hospital de Puerto Aysén”. Sección Discursos, 24 de abril de 2013. En
<http://www.prensapresidencia.cl/discurso.aspx?codigo=8410>
3
Gobierno de Chile (2012) “Caso Perú – Chile en la Corte Internacional de Justicia”. Cronología del Caso. En
<http://www.gob.cl/media/2012/11/Cronología-del-caso.pdf>
1
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Como se aprecia, ambas intervenciones, que fijan la posición chilena en política
exterior, contienen el siguiente núcleo argumental: la soberanía chilena se identifica
plenamente con el territorio físico delimitado, pertenece legítimamente a un “nosotros”
(la comunidad imaginada nacional) y se defiende jurídicamente con el derecho
internacional. Pero, ¿de qué, exactamente, estamos hablando cuando referimos la
categoría “soberanía”? Etimológicamente, el vocablo soberanía proviene del latín
“superanus” y está constituida por dos partes: super (encima) y el sufijo anus
(pertenencia, procedencia, relación). La soberanía, así vista, es la capacidad o
autoridad de alguien o algo por encima de todos. En esa perspectiva, la soberanía está
vinculada a la dimensión estatal, por cuanto es el Estado la entidad moderna que posee
el monopolio de la decisión por encima de todos. Con ese marco, las teorías del Estado
han establecido la existencia de la dimensión interna y externa de la soberanía estatal.
Otras aproximaciones, sin embargo, han abordado la soberanía trascendiendo los
límites del Estado (aunque en concordancia con el derecho internacional), por ejemplo,
en clave de soberanía compartida tomando como modelo el proceso de integración de
la Unión Europea (López Escuedero et al, 2000), o incluso en clave de capacidades
individuales (PNUD, 2004). Este tipo de discusiones, no obstante, parecieran estar
ausentes del debate público.
Ello podría explicarse pues los debates públicos, particularmente los debates políticos,
se caracterizan por el uso de múltiples conceptos o categorías que pretenden instalar
determinadas visiones de la realidad y, por tanto, contribuyen a construirla socialmente.
En términos socio-lingüísticos, ésta es una de las conclusiones relevantes (simplificada)
derivada de aquella tradición epistemológica que conocemos como constructivismo
social (Berger & Luckmann (1968) 2001). En ese marco, una interesante perspectiva de
análisis sobre lo político es aquella que vincula el uso de ciertos conceptos (y en una
perspectiva aún más amplia la producción y difusión de discursos) con los procesos
sociopolíticos.
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En particular, pareciera ser metodológicamente productivo observar con detención el
uso de determinados conceptos para analizar cómo ello incide en la esfera de acción en
la que esos conceptos se inscriben. Al respecto, una premisa teórica importante es que
los conceptos pueden ser presentados públicamente por los actores políticos como si
ellos remitiesen a una definición unívoca, esto es, conceptos fijados en su significado y
clausurados discursivamente (Laclau & Mouffe, (1985) 2004), o bien, ser presentados
estratégicamente como conceptos despolemizados, mientras que en realidad se trata
de “conceptos esencialmente polémicos” (Freeden, 1996), es decir conceptos sobre los
cuales existen muchas disputas. Al ser presentados como conceptos despolemizados,
lo que hay es una naturalización de “los significados de términos políticos convirtiendo
una variedad de significados opcionales en una certeza monolítica” (Larraín, 2010:167).
La certeza monolítica “es el rasgo inevitable de una decisión política” (p. 169). Pero los
conceptos y categorías no tienen significados fijos o esenciales. Más bien, “se
construyen mediante su uso en el contexto de otros conceptos” (p. 168)4.
A lo que se apunta, en definitiva, es que conceptos cuya definición o elementos
caracterizadores no se explicitan en los debates políticos pueden ser: i) conceptos
potencialmente vacíos de significado, también denominados conceptos flotantes
(Laclau & Mouffe, (1985) 2004); o ii) conceptos con múltiples significados
(esencialmente polémicos), pero fijados en significados parciales, despolemizados
(Freeden, 1996).
En el primer caso, los actores políticos lucharán o bien por dotar de un contenido
particular al concepto, o bien por mantenerlos potencialmente vacíos de contenido
particular resguardando que en ellos se sientan identificados una multiplicidad de
actores (pues cada actor significará el concepto según sus motivaciones y generará una
cierta identidad con él). Este último caso suele ser la estrategia utilizada por los
4
Por ello Freeden propone el análisis morfológico, pues los conceptos adquieren sentido cuando se considera su posición
estructural vis-à-vis otros conceptos políticos: conceptos nucleares, conceptos adyacentes y conceptos periféricos.
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movimientos sociales cuando aspiran a representar más allá de su sector específico 5. Si
el primer caso encuentra un buen ejemplo de uso en los movimientos sociales, el
segundo caso (conceptos con múltiples significados, pero fijados en significados
parciales), pareciera encontrar buenos ejemplos en el uso que le dan los gobiernos. Es
decir, habría un predominio en la asignación de significado de ciertos conceptos
utilizados, versus otros significados posibles pero no deseados. Lo anterior no supone
que sea negativo dotar a ciertos conceptos de significados principales; es más, al igual
que en el caso de los movimientos sociales, ello tiene sus rendimientos.
Ejemplos en ambos sentidos hay varios. Piénsese cuando los debates políticos en Chile
refieren términos como “participación”, “democracia”, “gobernabilidad”, “seguridad” o
“populismo”. Claramente cada uno de estos conceptos posee múltiples definiciones
teóricas, y pueden ser operacionalizados en diversos elementos empíricamente
verificables. Son densos conceptualmente. Sin embargo, sus usos dependerán del
interés que el actor emisor posea, dotándolo de un cierto contenido particular, fijando su
significado o dejándolo flotar libremente.
En la esfera de acción que compete a la política exterior, hay un concepto clave que
puede ser analizado en el sentido teórico-metodológico descrito. La categoría
“soberanía” bien puede ser concebida y analizada como un concepto -funcional y/o
disfuncional- a la política exterior de un país. La soberanía sería un concepto con
definiciones múltiples, pero con significados o usos limitados. Correspondería a un
concepto polémico, pero despolemizado discursivamente.
Las páginas que siguen reflexionan en torno a los usos de la soberanía como categoría
conceptual relevante para la política exterior, mostrando sus rendimientos y
limitaciones. Se pretende, por tanto, realizar un aporte metodológico y conceptual a los
Notable resulta ser el ejemplo de Chile con el uso del concepto “No al lucro”, que ha articulado amplias cadenas de
significantes en distintos sectores sociales.
5
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debates sobre política exterior en Chile. Para ello, el trabajo se estructura en cuatro
secciones. Aparte de esta introducción, se discute y reflexiona sobre la noción de
soberanía asociada a la formación de conceptos en ciencias sociales, específicamente
en relaciones internacionales, proponiendo un esquema de análisis a partir de los
posibles usos de la soberanía (parte II); enseguida se expone un análisis aplicado de la
soberanía y los desafíos que sus usos conceptuales imponen a los procesos de
integración regional ilustrado a través de extractos del Tratado Constitutivo de UNASUR
(parte III); en la última sección se exponen algunas reflexiones finales (parte IV).
II. USOS DEL CONCEPTO “SOBERANÍA”
Los estudios internacionales pueden ser adscritos a la ciencia política como una de sus
subdisciplinas. O bien, ser concebidos como disciplina autónoma de naturaleza
eminentemente transdisciplinaria (en tanto se incluye en ella el derecho, la economía, la
politología, la historia, la sociología, entre otras disciplinas). En cualquiera de los dos
casos, estamos frente a un área de estudios perteneciente o estrechamente vinculada a
las ciencias sociales. En ese sentido, la formación y el análisis de conceptos deviene en
una estrategia metodológica y un procedimiento analítico útil para observar fenómenos
internacionales. En efecto, muchas cuestiones relevantes para la evaluación de los
problemas internacionales han sido investigadas y en parte clarificadas por las ciencias
sociales (Calduch, s/a:130). Incluso, desde un punto puramente teórico-conceptual, la
evaluación sistemática de la literatura científica o la utilización de resultados teóricos,
constituyen fuentes de conocimiento de la mayor relevancia en relaciones
internacionales (Calduch, s/a).
En esa línea, la evaluación de conceptos en relaciones internacionales nos puede decir
“algo más” sobre este campo de estudio. Condición necesaria para ello es precisar lo
que entenderemos por concepto. Un concepto es “expresión de un término (palabra),
cuyos significados son declarados por definiciones, lo que se relaciona con los
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referentes” (Sartori, 2000:65). Aquellos conceptos que tienen referentes son conceptos
empíricos, es decir “reducible a cosas observables” (p. 66). Esa reducción, no obstante,
presenta riesgos, tales como identificar una serie de elementos observables que si bien
forman parte del concepto, no lo definan. Por ello, señala Sartori, “el problema previo es
<delimitar>, o limitar, esto es, <aferrar el referente> estableciendo sus confines: qué
está incluido en él, y por lo mismo qué está excluido” (p. 67).
De ahí que la estrategia para formar y definir un concepto sea identificar sus
características definidoras siendo la operación más importante… separar las
características definidoras de las características contingentes. Las características
definidoras, o definitorias, son las características necesarias, sin las que una palabra no
tiene aplicabilidad” (Sartori, 2000:68). Así, definir un concepto es “quedarse con las
definiciones mínimas” (p. 69). Las características contingentes, en tanto, pueden
aparecer momentánea y/o espectralmente para contribuir u obstruir la comprensión de
un concepto. Por lo tanto, “hasta que los conceptos no están “formados”… no sabemos
de qué estamos hablando” (p. 75).
Establezcamos, por tanto, que la soberanía es un concepto perteneciente al campo de
las relaciones internacionales y, más precisamente, un concepto político, por cuanto se
vincula con la distribución de poder en el sistema internacional. En ese marco, la
soberanía pertenecería a aquella clase de conceptos con definiciones múltiples, pero
con usos limitados, fijados o despolemizados. Georg Jellinek ha planteado que la
soberanía es, derechamente, un concepto polémico. O bien, debido a la creciente
pérdida de soberanía (Castells, 1997), ella sería expresión de una insistencia ciega en
el uso de un concepto, vacío, que ha perdido por tanto su razón de ser. Sin embargo,
desde el punto de vista del derecho internacional, “no tiene sentido hablar del fin de la
soberanía” (Hillgruber, 2009:12).
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La clave radica entonces en proponer un esquema para la clarificación de conceptos
polémicos. Dicho esquema metodológico es el proporcionado por Kurt Weyland (2001)
quien, basándose en Sartori (1984), estudia un concepto político según las “directrices
para el análisis de un concepto”. En nuestro caso, buscamos aplicar dicho esquema al
concepto de soberanía, teniendo como horizonte los usos en política exterior chilena.
Tres estrategias existen para clarificar conceptos polémicos o no claros: i) la
acumulación elabora definiciones que combinan los atributos de diferentes dominios.
Sólo los casos en que todas las características principales de los diferentes dominios
son aplicadas, califican como ejemplos de este concepto, llamados conceptos
acumulativos; ii) la adición conecta los atributos de diferentes ámbitos. Cualquier caso
que muestre al menos una de las características definitorias es subsumido bajo el
concepto de que se trate. Mientras solamente los casos que comparten todos los
atributos de diferentes ámbitos se consideran casos completos, los casos en que
participan algunas de estas características califican como "subtipos disminuidos"
marcados por adjetivos calificativos, creando conceptos radiales; iii) la redefinición
identifica el dominio principal entre los diferentes ámbitos y descarta los atributos de
otros dominios. Genera definiciones "mínimas" que contienen sólo los atributos de un
dominio que son necesarios y suficientes en forma conjunta para identificar las
instancias de un concepto, generando los conceptos clásicos (Weyland, 2001).
Pensando como teoría de conjuntos, los conceptos clásicos minimizan los conflictos
fronterizos, apoyándose en las definiciones mínimas que se centran en un dominio,
facilitando su delimitación (Weyland, 2001:03).
¿A qué tipo de concepto corresponde, exactamente, la soberanía? La respuesta es en
función de a qué concepto se recurra. Pero condición necesaria para dicho examen es
conocer los posibles usos o las variadas definiciones de la soberanía. Suele plantearse
que
la
soberanía
está
indisolublemente
asociada
al
Estado,
presentándose
habitualmente como doble: externa e interna: “la primera se manifiesta en las relaciones
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internacionales de los Estados, excluyendo cualquier subordinación o dependencia
entre ellos y situándolos en un plano de igualdad en sus relaciones recíprocas”. La
segunda, en tanto, implica que el Estado detenta “una autoridad suprema en el sentido
de que su voluntad predomina sobre todas las voluntades” (Carré de Malberg en
Moreno, 2007). Esa división suele ser funcional pero irreal, pues la soberanía sería
siempre una, con múltiples expresiones. Por ello, al juzgar la soberanía estatal
debemos tratar separadamente la soberanía interna y la soberanía externa (Hillgruber,
2009).
La confusión parece ser un mal aliado en la búsqueda de clarificar el concepto de
soberanía para el análisis de fenómenos internacionales. “El hecho de que reine tanta
confusión respecto del contenido y sentido de la soberanía radica no sólo en la
naturaleza indefinida de dicho concepto, en su ‘siniestra ambigüedad’, sino también en
que la concepción en que éste se basa no sale a la luz” (Hillgruber, 2009:04). Dicha
concepción basal tiene profundos sustratos filosóficos, morales, jurídicos y políticos, lo
que contribuye con el oscurantismo reinante en este campo discursivo (Moreno, 2007).
Pero al menos podríamos concordar en que la soberanía operaría como un concepto
adyacente al Estado-nación, que operaría como concepto nuclear. Es decir, concebir la
soberanía como uno de los atributos inherentes al ejercicio del poder estatal. “La
soberanía no es, pues, más que un carácter de la potestad del Estado, pero no se
confunde con esta última” (Moreno, 2007:IV-04). Aunque conceptualmente la soberanía
amenaza espectralmente la potestad estatal hasta el punto de confundirse con ella.
Ahora bien, si antes decíamos que la soberanía es un concepto empírico, podemos
entonces atribuirle referentes. Hay autores que, como Hillgruber (2009) defienden que
la soberanía, a pesar de ese componente empírico, es en su núcleo un concepto
jurídico. En esa perspectiva, “de la imposibilidad práctica de una actuación soberana no
se derive lógicamente la inexistencia de soberanía, pues, como concepto jurídico que
es no desea saber cómo es la práctica estatal, sino cómo debe ser ésta en caso de
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conflicto” (Di Fabio, 1998, en Hillgruber, 2009:05). Así vista, la soberanía se activa y los
actores políticos apelan a la soberanía cuando se presentan coyunturas críticas (crisis o
conflictos), no en coyunturas rutinarias.
Por ejemplo, cuando se trata de conflictos internacionales, operará la noción más
clásica de soberanía, aquella identificada con el Estado-nación y la defensa de sus
límites físicos, pertenecientes legítimamente a la comunidad imaginada que
denominados nación, idea reforzada por los medios de comunicación que contribuyen a
instalar el discurso sobre lo nacional, que deviene en funcional para la política exterior,
en tanto conserva la unidad (psicológica y territorial) y los confines de la nación
(Anderson, 1983 en Schlesinger, 2002). Otra interpelación a la soberanía clásica se
expresa en los esfuerzos de cooperación supraestatal que tendrían como horizonte
procesos más profundos de integración regional, por ejemplo en el caso de la Unión de
Naciones Suramericanas.
Ante este tipo de interpelaciones, la soberanía ha tenido, históricamente, una
extraordinaria capacidad de adaptación. La soberanía es, en ese sentido, sempiterna.
Es un principio subsistente (Hillgruber, 2009). A pesar del diagnóstico de Manuel
Castells (1997), el Estado soberano se ha visto enfrentado a mayores riesgos que los
vigentes: la soberanía posee una extraordinaria capacidad de adaptabilidad. Podemos
incorporar entonces la noción de “soberanía perdurable” de Stephen Krasner (2001),
quien
distingue
cuatro
usos
que
se
realizan
del
término:
“soberanía
de
interdependencia”, “soberanía interna”, “soberanía westfaliana” y “soberanía legal
internacional”. Siguiendo el esquema de análisis de conceptos, los usos posibles
permiten clarificar un concepto polémico, pues estamos explicitando sus múltiples usos.
Son nociones flotantes, disponibles para el uso estratégico de los actores políticos.
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La “soberanía de interdependencia” se refiere a la capacidad de los Estados para
controlar el movimiento a través de sus fronteras. Se ve vulnerada cuando se producen
intromisiones ilegales. La política migratoria suele regular este tipo de soberanía.
La “soberanía interna” se refiere a las estructuras de autoridad dentro de los Estados y
a la capacidad de estas estructuras para regular efectivamente el comportamiento. Es
la “cara interna” de la soberanía.
La “soberanía westfaliana” se refiere a la exclusión de fuentes externas de autoridad
dentro de sus propios límites: el Estado tiene un monopolio sobre la toma de decisiones
autorizadas. Es la conocida regla de la no intervención en los asuntos internos de otros
Estados en el derecho internacional.
Finalmente, la “soberanía legal internacional” se refiere al reconocimiento mutuo entre
Estados en tanto entidades territoriales jurídicamente independientes que son capaces
de incorporarse en acuerdos contractuales voluntarios (Krasner, 2001). Esta última
variante ha sido ampliamente desarrollada en la literatura sobre soberanía (Moreno,
2007; Hillgruber, 2009).
De este modo, es factible pensar la soberanía como concepto articulador, nuclear, y ver
sus usos múltiples como conceptos adyacentes. Es decir, examinar la soberanía será
posible únicamente analizando su posición estructural en medio de otros conceptos y
usos posibles. O, lo que es lo mismo, situar los usos del concepto soberanía en
contextos temáticos específicos. Un análisis empírico en esa línea puede rastrearse en
los esfuerzos asociados a los procesos de integración regional. Particularmente
interesante son los discursos declarativos que originan estos procesos. El Tratado
Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) es ilustrativo al
respecto.
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III. LA SOBERANÍA COMO LÍMITE POLÍTICO Y COMO DESAFÍO CULTURAL PARA
LA INTEGRACIÓN REGIONAL: EL CASO DE UNASUR
Chile ha sido un activo promotor de diversos mecanismos de integración regional. Hay
instalado un discurso de integración regional. La realización de la Cumbre de Estados
Latinoamericanos y del Caribe en Chile el año 2013 (CELAC) y la constitución de la
Alianza del Pacífico ratifican esa vocación. Antes, Chile promovió fuertemente la Unión
de Naciones Suramericanas (UNASUR).
UNASUR es uno de los últimos y más importantes esfuerzos de integración regional
latinoamericana. Su acta de nacimiento data del año 2008 y es un intento más por
constituir un espacio de diálogo y coordinación de acciones a nivel supranacional en
Sudamérica. Como esfuerzo de integración presenta, no obstante, el límite político de la
soberanía. O, desde un punto de vista alternativo, la soberanía refuerza el orden
jurídico internacional, la capacidad estatal y, finalmente, la soberanía popular en sentido
clásico (Hillgruber, 2009). Como límite político, el punto problemático radicaría en la
persistencia de los conceptos adyacentes a la soberanía: las identidades estatales y el
discurso nacional; discurso configurado por un principio de orientación y acción que es
a la vez el eje articulador que condiciona el proceso mismo de la integración: la
soberanía.
Como desafío cultural, en tanto, la constitución de espacios posnacionales vía procesos
de integración regional requieren más que la apertura de mercados o la supresión
parcial o total de barreras arancelarias; para ser viables culturalmente necesitan,
además, conciliar identidades políticas múltiples: locales o subnacionales -asociadas
generalmente a grupos étnicos o religiosos-; nacionales -asociadas al moderno Estado
nacional-; y supranacionales -asociadas a la generación de espacios o bloques
regionales basados en historias y culturas compartidas.
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En el caso de la región, resulta clave comprender el rol del Estado en la constitución de
identidades nacionales, sustentada en la reafirmación del principio de soberanía y en la
conformación de la “comunidad imaginada” (Anderson, 1993). Dicha reafirmación del
concepto clásico de soberanía y de un imaginario nacional deviene entonces en un
fortalecimiento del discurso político del Estado nacional, requiriendo potenciar
condiciones de posibilidad para la expresión de identidades políticas alternativas, tal
como las identidades posnacionales o supranacionales.
Con el concepto de “soberanía perdurable” Krasner (2001), es factible observar que en
los procesos de integración sigue primando el concepto más clásico de Estado
nacional: aquel delimitado territorialmente, con el monopolio del uso de la fuerza
legítima sobre la comunidad política y con autonomía jurídica. Dice Garretón al
respecto: “la principal y casi única diversidad reconocida históricamente en América
Latina es la de los diferentes Estados-Nación” (Garretón, 1999: 14).
Sobre esa base, la integración regional en un contexto de globalización puede modificar
la matriz conceptual clásica de soberanía, por ejemplo mediante el fortalecimiento de
nuevas identidades que emergen por las propias lógicas de la globalización que
desbordan las capacidades del Estado-Nación (Castells, 1999). No obstante, al
deconstruir ciertas trazas discursivas del proceso de integración que UNASUR
proyecta6, se ve cómo el refuerzo del concepto clásico de soberanía opera como núcleo
articulador de un discurso de integración regional que presenta tensiones con sus
conceptos adyacentes y con el propio discurso estatal.
6
Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), firmado en Brasilia el 23 de mayo del año 2008
por los siguientes doce Estados a través de sus representantes: República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez;
República de Argentina, Néstor Kirchnner; República de Bolivia, Evo Morales; República Federativa de Brasil, Luiz Inácio
Lula da Silva; República de Chile, Michelle Bachelet; República Colombia, Álvaro Uribe; República de Ecuador, Rafael
Correa; República Cooperativa de Guyana, Bharrat Jagdeo; República de Paraguay, Nicanor Duarte; República del Perú,
Representante; República de Suriname, Ronald Venetiann; República Oriental de Uruguay.
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Por ejemplo, el cuarto punto preambular del Tratado Constitutivo establece una de las
definiciones políticas fundamentales del proyecto integrador: el sitial de privilegio que en
la articulación discursiva adquiere el Estado soberano:
“Seguras de que la integración es un paso decisivo hacia el
fortalecimiento del multilateralismo y la vigencia del derecho en las
relaciones internacionales para lograr un mundo multipolar, equilibrado
y justo en el que prime la igualdad soberana de los Estados”.
Es la expresión material de la “soberanía perdurable” y, específicamente, la referencia
al mantenimiento de la soberanía legal internacional. El siguiente punto del preámbulo
refuerza definitivamente la persistencia del Estado nacional y la soberanía perdurable:
“Ratifican que tanto la integración como la unión suramericana se
fundan en los principios rectores de: irrestricto respeto a la soberanía,
integridad e inviolabilidad territorial de los Estados; autodeterminación
de los pueblos; solidaridad; cooperación; paz; democracia; participación
ciudadana y pluralismo; derechos humanos universales, indivisibles;
reducción de las asimetrías y armonía con la naturaleza para desarrollo
sostenible”.
Estos enunciados fijan discursivamente los principios rectores del proceso de UNASUR:
irrestricto respeto a la soberanía, que remite a la soberanía westfaliana; integridad e
inviolabilidad territorial de los Estados, que refiere a la mantención de la soberanía de
interdependencia; y, finalmente, la autodeterminación de los pueblos, que implica el
refuerzo de la soberanía interna. Por tanto, ambos puntos del Tratado Constitutivo
refuerzan los cuatro tipos de soberanías, configurando un escenario donde la identidad
Estado-nacional, enaltecida, afecta (en un sentido u otro) el esfuerzo integrador.
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Luego, una segunda parte del Tratado Constitutivo es la definición de los objetivos del
proyecto integrador. En primer lugar, el objetivo general refuerza el concepto de un
espacio de integración y otorga centralidad a su desafío cultural, aunque al final del
objetivo refuerza la centralidad y fortalecimiento del principio de soberanía estatal:
“Construir, de manera participativa y consensuada, un espacio de
integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus
pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, las políticas sociales, la
educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento y el medio
ambiente,
entre
otros,
con
miras
a
eliminar
la
desigualdad
socioeconómica, lograr la inclusión social y la participación ciudadana,
fortalecer la democracia y reducir las asimetrías en el marco del
fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados”.
De este modo, el concepto clásico de soberanía entra en tensión permanente con el
esfuerzo de integración regional que propugna UNASUR, reflejando la existencia de
contradicciones propias de procesos que involucran identidades políticas múltiples, en
el marco de un discurso nacional cuyos conceptos centrales y adyacentes reafirman las
voluntades estatales y de política exterior de sus actores estratégicos.
IV. REFLEXIONES FINALES
El presente ensayo clarificó y analizó los usos del concepto “soberanía”, aportando a
los debates sobre política exterior en Chile y América Latina. Considerado como
concepto político que forma parte del campo de las relaciones internacionales, la
soberanía debe leerse en sus contextos discursivos y temáticos específicos.
Es un concepto polémico desde el punto de vista de las ciencias sociales, pero
despolemizado o fijado en significados parciales desde el punto de vista de la política
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exterior. La contribución analítica y metodológica radica entonces en examinar los usos
de que la categoría soberanía posee, y con ello complejizar los debates sobre la política
exterior.
Por ejemplo, se ha podido ver cómo el proyecto de UNASUR produce y reproduce el
concepto clásico de soberanía, vinculado a conceptos adyacentes –identidad nacional,
Estado-nacional, soberanía perdurable- que refuerzan un discurso nacional en el marco
de esfuerzos supranacionales por profundizar procesos de integración regional. Por
ello, complejizar los debates sobre la política exterior pasa también por analizar y
evaluar el la producción, los usos y el rendimiento de sus conceptos centrales.
V. BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS
ANDERSON, Benedict, Comunidades imaginadas. Sobre los orígenes y difusión del
nacionalismo. México, FCE, 1993.
BERGER P., & T. LUCKMANN, La construcción social de la realidad. Amorrortu
editores, Buenos Aires, 2001.
BOUZAS, Roberto, “Políticas nacionales y ‘globalización’. Incertidumbres desde
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