¿canto gregoriano en castellano?

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¿CANTO GREGORIANO
CASTELLANO?
EN
por
Dom León Toloza
O.S.B
En este breve artículo la intención es fundamentalmente musical, sin
pretender plantear ni menos aún analizar problemas de otra índole conexos con el tema del epígrafe. Tales serían, por ejemplo, los aspectos
teológicos y pastorales, cuyo tratamiento parece más propio de una revista de música religiosa o de vida litúrgica.
En general se reconoce al canto gregoriano una preeminencia ante toda otra música vocal para el servicio religioso en la liturgia católica romana. El se adapta especialmente bien al desarrollo del culto
y a las funciones que en él corresponden aloa los oficiantes, a los ministros inferiores, a la schola, a la asamblea de fieles. Para una asamblea
jerárquica como es la de los fieles y clero reunidos para el culto ofrece el
canto gregoriano formas probadas.
Haciendo un esbozo rápido de estas formas en función de su utilización para el culto, reconocemos las de tipo recitativo, con leves cadencias acentuales, como son usadas por celebrantes (oraciones, prefacio, Pater nos ter) y ministros (lecciones); las de tipo antifónico, es decir, de recitación alternada de dos coros, como se ve en la salmodia de
las horas canónicas, y que viene a corresponder de hecho también a un
tipo de recitativo con cadencias fijas; las de tipo responsorial, como las
que corresponden a la ejecución del salmo invitatorio 94 (95) en el oficio de vigilias nocturnas, o las de los responsorios, ya breves, ya largos,
de las mismas vigilias, o las de los responsorios graduales de la misa. Diversos trozos gregorianos participan de uno u otro tipo, en combinaciones: tales vendrían a ser los salmos procesionales de la misa (introito,
ofertorio, comunión) y que corresponden realmente al tipo responsorial, pero que hoy se denominan de antífona intercalada; problema
aparte lo constituyen los Aleluyas con su versículo, por cuanto originalmente eran una aclamación, que luego se alargó con un versículo salmódico, viniendo a quedar de hecho en responsorio.
Una forma distinta es la que se conoce hoy bajo el nombre de aclamaciones, y que es constituida por los saludos e invitaciones del celebrante o ministros (Dominus vobiscum, Oremus, Flectamus genua, Humili ate capita vestra, Sursum corda, etc.) , y las respuestas correspondien«<
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tes de la asamblea (Amen, Et cum spiritu tuo, Habemus ad ;Dominum,
Deo gratias, ete.) .
Ahora bien, la lengua en la que la liturgia romana pronuncia y
canta todos estos textos es el latín. Dejando completamente a un lado
el problema, tan debatido en los últimos tiempos, de la conveniencia
de mantener esta lengua en la liturgia, hay simplemente que comprobar
un hecho y es el siguiente: ya desde la baja edad media hasta nuestros
días se ha procurado en tregar a los fieles en lengua vernácula los tesoros doctrinales y encológicos encerrados en las fórmulas latinas, lengua
que iba resultando cada vez más incomprensible.
De inmediato surgió la cuestión, ciertamente mucho más difícil de
solucionar, en torno a las melodías que deberían acompañar los nuevos
textos. Las insuperables cualidades del canto gregoriano tradicional como música vocal litúrgica y la indiscutible belleza de sus fórmulas melódicas, insinuaban no abandonar del todo tampoco ese tesoro. Pero la
forma como resolvieron los cantores medievales este problema, y la
manera como lo han intentado músicos en los tiempos modernos, parten en verdad de puntos de vista diversos; podríamos decir que se trata de metodología dispar.
Antes de proceder a una breve comparación entre ambos procedimientos, establezcamos algunas premisas necesarias. Los estudios sobre
la gestación y evolución del repertorio conocido como canto gregoriano
(acerca de la fundamentación bibliográfica y la perspectiva panorámica
de estos problemas, me remito a nuestro estudio publicado en la Revista
Musical Chilena N.os 77 y 78), han llevado a la conclusión científicamente cierta de un proceso muy lento a partir de formas muy simples.
En el comienzo fue la palabra, fue el texto, que era leído en forma inteligible y solemne. De esta recitación pública fueron derivándose las
formas más adornadas que hoy conocemos. Este desarrollo, que debe haber ocupado unos seis o siete siglos, y cuyas etapas no nos son aún bien
conocidas, establece la Íntima conexión entre la lengua y su revestimiento musical. Es decir, una multitud de fenómenos que podrían estimarse puramente musicales, dependen en realidad de accidentes textuales
a los que sirven de expresión. Esto no significa de ningún modo que la
variedad de fórmulas fuera infinita para todos y cada uno de los textos. Más arriba me he referido ya al sistema de cadencias fijas para cierta forma de salmodia, sistema que en la salmodia más adornada (tractos, graduales) va a transformarse en el sistema de fórmulas melódicas
cadenciales. Lo que se llama técnicamente centonización no es sino la
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aplicación del principio de adaptación, que hoy todavía practica cualquier coro gregoriano al cantar un mismo salmo con recitativos modales
distintos. Naturalmente, esta adaptación de textos diversos a una misma
melodía fue practicada con destreza sólo durante el período de formación del repertorio, durante el cual los cantores poseían perfectamente
afinado el sentido del fraseo latino y fraseo gregoriano. A modo de
ejemplo puede hacerse la comparación, por medio de un rápido análisis estructural, entre los ofertorios Stetit A ngelus (29 de septiembre) ,
]ustorum animae (Común de Mártires) y "Viri Galilaei" (antiguo
ofertorio de Ascensión, hoy desaparecido y probable ancestro de los
otros dos); o también el célebre gradual Christus factus est Oueves
Santo) con otros graduales de modo v pertenecientes al antiguo fondo
gregoriano; el gradual citado es en verdad una hábil centonización de
fórmulas corrientes en los graduales de modo v. Por el contrario, compárense las antífonas de comunión Factus est repente (Pentecostés)
y Quotiescumque (Corpus Christi), para darse cuenta de lo que significa una adaptación desgraciada; un caso todavía más lamentable
que es el que se refiere al gradual Rogate quae ad pacem (Misa votiva por la unidad de la Iglesia) , que es una adaptación sumamente infeliz del maravilloso gradual Laetatus sum (IV Domingo de Cuaresma) .
A veces ha sucedido que por variar la versión de los salmos, ciertas esferas eclesiástica~ han obligado también a variar el texto en los
trozos musicales. Que ello no sucede sin perjuicio del sentido musical
lo demuestran, por ejemplo, el gradual Posuisti (S. Vicente en el propio benedictino, o el gradual A udi filia de la nueva misa para la
Asunción (15 de agosto) , en cuyo primer verso se ha seguido el nuevo
salterio de Pío XII contra el texto antiguo que traía el original (cantado para la fiesta de Sta. Cecilia el 22 de noviembre) , con el consiguiente descalabro para el ritmo. Según parecer de los peritos, manifestado en
frecuentes congresos musicales, habría que abstenerse en verdad de intentar centonizaciones o adaptaciones, existiendo todavía muchísimo material inédito de las mejores épocas.
Si, en consecuencia, la adaptación de una melodía gregoriana sobre texto latino, a otro texto, también en latín, no se realiza sino con
detrimento del sentido musical, ¿cuál vendrá a ser entonces la violencia
que debe verse impuesta el canto gregoriano cuando se lo utiliza para
revestir textos en otra lengua!
Aquí podría levanta~e fácilmente la objeción de que al intentar
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dejar el canto gregoriano sólo con su original texto latino, se peca por
exceso de purismo y se cierra para siempre a las nuevas generaciones
el acceso a una música que va siendo cada vez más desconocida. Tal objeción sólo parece real. En verdad, al insistirse en la imposibilidad artística (posibilidad física siempre la habrá, desgraciadamente) de cantar las melodías gregorianas en lengua vulgar, no se hace sino salvaguardar la honradez en este tipo de cosas, preservando al mismo tiempo al
canto en lengua vernácula del descrédito en que caería, al pretender obligar al texto a amoldarse a una música que no está en consonancia con el
espíritu de la lengua.
Por otro lado, conviene ahora hacer varias distinciones. Al principio de estas líneas hice alusión a las diversas formas de participación del
canto en el servicio litúrgico. Pues bien, varias de esas formas no son
propias de una lengua determinada sino que pertenecen pura y simplemente a fenómenos comunes a todas ellas. Me refiero especialmente a
la recitación y, en cierto modo, a la salmodia alternada entre dos coros.
Ha de confesarse que la misma gente que, al parecer, no experimenta
ninguna molestia en oír los textos latinos solemnemente recitados, no
puede soportar la misma solemnidad cuando se trata del castellano. Posiblemente se trata de fallas en la educación del idioma (parece ser que la
recitación y los ejercicios de recitación van en retroceso en las escuelas) .
De todos modos hay varias comunidades que practican regularmente la
salmodia recitada en castellano, con buen resultado. Así podría establecerse que habría varias formas muy despojadas y simples que valdría la
pena ensayar en lengua vernácula, ya que no están unidas tan estrechamente con el latín.
Sabemos además que en la baja edad media fueron compuestas varias melodías, preferentemente himnos y "prosas", que se apartan del
canto gregoriano auténtico precisamente en el ritmo; cabría preguntarse si tales melodías no podrían adaptarse con mayor facilidad, por haberse compuesto en época paralela a la formación de los idiomas nacionales y traducir el sentido rítmico propio de éstos. En este caso (p. ej, melodías de secuencias, o del Ubi caritas) el problema reside en determinar
el ritmo de la composición. El hecho de que aparezcan en nuestros libros actuales asimiladas en su notación y ritmo a las melodías gregorianas, no es decisivo para concluir que tales composiciones participan
del ritmo libre gregoriano.
Querer emplear estas melodías gregorianizadas con un texto castellano, en contrapunto a veces grotesco de sílaba contra nota, no es ha1<
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cer honor ni al texto ni a la melodía ni al genio de la lengua castellana.
Ni siquiera algún ensayo, disimulado tras una armonización por lo demás harto dudosa y mucho órgano detrás, logra disipar la desazón de
asistir a algo ficticio.
Me parece que la forma como la edad media inmediatamente anterior a la reforma protestante enfrentó el mismo problema era, con mucho, más realista. Sin pretender entrar en detalles me limito al principio: de un breve motivo gregoriano, muy lineal, se retiene por ejemplo
el incipit, o alguna interválica más característica, y sobre este tema inicial se desarrolla lo suficiente para completar una estrofa. De este modo poseemos en todos los repertorios medievales europeos, junto a melodías religiosas de origen puramente profano, muchísimos temas que
traicionan su proveniencia gregoriana.
De estas primeras sabias utilizaciones de temas gregorianos, sin adaptación esclava de la sucesión melódica, se desenvuelve, para citar un
caso, todo ese movimiento musical que hará posible en Alemania la
creación de los Kirchenlieder luteranos. Y en estos nos encontramos ante textos litúrgicos -antífonas o himnos preferentemente-, admirablemente bien traducidos del latín al alemán, y revestidos de melodías verdaderamente sagradas. Pero aún en el caso de ir más allá y emplear un
tema gregoriano en toda su extensión, se cuidaba en primer lugar el
texto, y era él, el que determinaba la forma bajo la cual el tema musical
iba a ser integrado. El mismo himno ya citado anteriormente Ubi caritas (ceremonia del lavado de los pies el Jueves Santo) nos puede proporcionar un punto de comparación: bastaría cotejar la versión que bajo el nombre de "Wo die Liebe und die Güte wohnt" se encuentra en
algunos Gesangbücher diocesanos alemanes, y que se caracteriza por reminiscencias bastante libres del tema original, y una versión reciente al
castellano, con todas las fallas que hemos venido señalando.
Tal vez una investigación más detallada de los diversos repertorios
medievales, bajo este punto de vista, podría entregar mayores precisiones. Particularmente sería lo referente al repertorio español. De la aplicación del principio aludido conozco un ejemplo actual bastante bien
logrado; se trata de un himno de Adviento en catalán, compuesto por
dom Ireneo M. Segarra OSB, y basado en la antífona tardía Ecce nomen Domini Emmanuel (cuyas primera y segunda parte dieron en la
edad media nacimiento a multitud de temas navideños, hoy todavía en
uso en algunas regiones de Europa central) .
De lo hasta ahora dicho se desprende que toda la cuestión es basji<
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tan te complicada, especialmente porque requiere vastos conocimientos
del repertorio gregoriano, sentido muy agudo del idioma y de lo que de·
be ser un cántico religioso, aparte de maestría musical, cualidades estas
que son difíciles de encontrar reunidas en una persona. Todo esto naturalmente en el caso de querer utilizar a toda costa temas gregorianos. Tal
vez habría menos complicación si hubiera decisión de dejar las cosas tal
como fueron creadas, y emprender en cambio un esfuerzo serio para componer la música necesaria, según el espíritu del canto gregoriano, hecho
de reverencia, expresión, sencillez y hasta pobreza.
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