Leonardo Boff LA VOZ DEL ARCO IRIS Hacia una Espiritualidad

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Leonardo Boff
LA VOZ DEL ARCO IRIS
Hacia una Espiritualidad Planetaria y Ecológica
7.-ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA: RETOS ÉTICO-SOCIALES DE LA ECOLOGÍA
Cuando hablamos aquí de espiritualidad pensamos en una experiencia de base omnienglobante con
la cual se capta la totalidad de las cosas exactamente como una totalidad orgánica, cargada de
significado y de valor. En su sentido originario espíritu, de donde viene la palabra espiritualidad, es la
cualidad de todo ser que respira. Por lo tanto es todo ser que vive, como el ser humano, el animal y la
planta. Pero no sólo eso, la Tierra entera y todo el universo son vivenciados como portadores de espíritu,
porque de ellos viene la vida, proporcionan todos los elementos para la vida y mantienen el movimiento
creador y organizador.
Espiritualidad es la actitud que pone la vida en el centro, que defiende y promueve la vida contra todos
los mecanismos de disminución, estancamiento y muerte. En este sentido lo opuesto al espíritu no es
cuerpo, sino muerte, tomada en su sentido amplio de muerte biológica, social y existencial (fracaso,
humillación, opresión). Alimentar la espiritualidad significa estar abierto a todo lo que es portador de vida,
cultivar el espacio de experiencia interior a partir del cual todas las cosas se ligan y se re-ligan, superar los
compartimentos estancos, captar la totalidad y viven-ciar las realidades —más allá de su factibilidad opaca
y a veces brutal— como valores, evocaciones y símbolos de una dimensión más profunda. El hombre/mujer
espiritual es aquel que siempre p e r c i be el otro lado de la realidad, capaz de captar la profundidad que se
re-vela y vela en todas las cosas, y que consigue entrever la relación de todo con la Última Realidad.
La espiritualidad parte no del poder, ni de la acumulación, ni del interés, ni de la razón instrumental;
arranca de la razón emocional, sacramental y simbólica. Nace de la gratuidad del mundo, de la relación
inclusiva, de la conmoción profunda, del movimiento de comunión que todas las cosas mantienen entre sí, de
la percepción del gran organismo cósmico empapado de huellas y señales de una Realidad más alta y
más última.
Hoy en día sólo llegamos a este estadio mediante una crítica severa del paradigma de la modernidad,
asentado en la razón analítica al servicio de la voluntad de poder sobre los o t r o s y sobre la naturaleza.
Necesitamos superarlo e incorporarlo en una totalidad mayor. La crisis ecológica revela la crisis de sentido
fundamental de nuestro sistema de vida, de nuestro modo de sociedad y de desarrollo.
No podemos seguir apoyándonos en el poder como dominio y en la voracidad irresponsable de la
naturaleza y de las personas. No podemos seguir pretendiendo estar por encima de las cosas del
universo, sino al lado de ellas y a favor de ellas. El desarrollo debe ser con la naturaleza y no contra la
naturaleza. Lo que actualmente debe ser mundializado no es tanto el capital, el mercado, la ciencia y la
técnica; lo que fundamentalmente debe ser más mundializado es la solidaridad con todos los seres
empezando por los más afectados, la valorización ardiente de la vida en todas sus formas, la participación
como respuesta a la llamada de cada ser humano y a la propia dinámica del universo, la veneración de la
naturaleza de la que somos parte, y parte responsable. A partir de esta densidad de ser, podemos y
debemos asimilar la ciencia y la técnica como formas de garantizar el tener, de mantener o rehacer los
equilibrios ecológicos, y de satisfacer equitativamente nuestras necesidades de forma suficiente y no
perdularia.
Los maestros del ethos moderno de la relación persona-naturaleza nos han desviado del camino recto.
Necesitamos revisitar a otros maestros fundadores de otra tradición espiritual más integradora, que
iniciaron una nueva delicadeza con la naturaleza, como Francisco de Asís, Teilhard de Chardin, Mahatma
Gandhi, y toda la gran tradición platónico-agustiniana-buenaventuriana-pascaliana y existencialista. Para
ellos conocer no era nunca un acto de apropiación y de dominio sobre las cosas; era una forma de amor y
comunión con las cosas. Todos ellos valorizan la emoción como camino hacia el mundo y como forma de
hacer la experiencia de la divinidad.
Un tipo de espiritualidad: la ecología profunda
Como ya hemos visto Ernest Haeckel, biólogo alemán (1834-1919) creó en 1866 la palabra ecología y la
definió como el estudio de la inter-retro-relación de todos los sistemas vivos y no-vivos entre sí y con su
medio ambiente, entendido éste como una casa de donde deriva la palabra ecología (oikos en griego =
casa). De un discurso regional, como subcapítulo de la biología, ha pasado a ser actualmente un discurso
universal, tal vez el de mayor fuerza movilizadora del tercer milenio.
El actual estado del mundo (polución del aire, contaminación de la tierra, pobreza de dos terceras partes
de la humanidad, etc.) revela el estado de la psique humana. Estamos enfermos por dentro. Así como existe
una ecología exterior (los ecosistemas en equilibrio o en desequilibrio), también existe una ecología
interior. El universo no está únicamente fuera de nosotros, con su autonomía, está también dentro de
nosotros. Las violencias y las agresiones al medio ambiente lanzan raíces profundas en estructuras
mentales que poseen su ancestralidad y genealogía en nuestro interior.
Todas las cosas están dentro de nosotros como imágenes, símbolos y valores: el sol, el agua, el
camino, las plantas, los minerales viven en nosotros como figuras cargadas de emoción y como
arquetipos. Las experiencias benéficas que la psique humana ha vivido en su larga historia, en contacto con
la naturaleza y también con el propio cuerpo, con las más diversas pasiones, con los otros como masculino
y femenino, padre y madre, abuelos, nos, hermanos y hermanas, dejan marcas en el inconsciente
colectivo y en la percepción de cada persona. Hay una verdadera arqueología interior y los analistas de lo
profundo han puesto a punto un minucioso código para leerla y descifrarla. Sabemos cine el proceso de
individuación se hace en diálogo con las figuras del padre, de la madre, de los familiares, de la casa, del
medio ambiente, de los seres y objetos cargados de significado, positivo o negativo.
Ciertamente en su afán de supervivencia, en una fase ancestral peligrosa, el ser humano tuvo que
desarrollar su instinto de agresividad, si bien en situaciones más amenas puede manifestar sus
potencialidades de convivencia y apoyo mutuo. Tales matices comportamentales dejan marcas en el
universo interior del ser humano y en las reacciones colectivas de un pueblo. Otras veces el proceso de
personalización individual deja vestigios en comportamientos actuales. Por ejemplo, en la experiencia de
cada uno existe «su mundo», el cuerpo, la familia, la casa, el espacio de la subjetividad. Este ámbito se
mantiene cuidado y limpio. Fuera de él existe el vacío, la realidad amorfa y lo indeterminado. Ahí puedo
tirar objetos y descuidar su cuidado, pues se tiene la un presión de que tales espacios no existen o
que nadie los ve. De aquí se entienden los hábitos culturales de tirar basura en lugares solitarios, en los
lagos y en los mares, aparentemente sin dueño. Para la psicología infantil, lo que no se ve no existe.
Como residuo de esta visión puede permanecer en el adulto la idea de que un objeto que no es visible
no existe. Por eso lanza al fondo del mar o esconde bajo tierra desechos nucleares o tóxicos con la
ilusoria sensación de haberlos realmente eliminado.
La cultura del capital imperante hoy en el mundo, ha elaborado métodos propios de construcción
colectiva de la subjetividad humana. En realidad los sistemas, también los religiosos e ideológicos,
solamente se mantienen porque consiguen penetrar la mente de las personas y construirlas por dentro.
El sistema del capital y del mercado ha conseguido penetrar todos los poros de la subjetividad personal
y colectiva, determinando el modo de vivir y de elaborar las emociones, la forma de relacionarse con los
otros, con el amor y la amistad, con la vida y con la muerte. Así se divulga subjetivamente que la vida no
tiene sentido si no está dotada de símbolos de posesión y de status, como un cierto nivel de consumo,
de bienes, de aparatos electrónicos, de coches, de algunos objetos de arte, de vivienda en sitios de
prestigio.
Los distintos sistemas fabrican socialmente al individuo que se les adecúa, con las virtudes que lo
refuerzan, refrenando las fuerzas que podrían ponerlo en crisis o que le permitirían elaborar una
alternativa. Por eso Herbert Marcuse hablaba justamente de la fabricación moderna del hombre
unidimensional. En lugar de enseñar a controlar los impulsos naturales del ser humano, el sistema
incentiva algunos, reforzándolos intencionalmente de maner a empobrecida, y otros simplemente los
elimina. Así la sexualidad viene proyectada como simple descarga de tensión emocional a través del
intercambio genital. Se oculta el verdadero carácter de la sexualidad, cuyo lugar no es sólo la cama, sino
toda la existencia humana como potencialidad de ternura, de encuentro y de erotización de la relación
hombre/mujer.
Otras veces se da satisfacción a las necesidades humanas ligadas al tener y al subsistir; enfatizando el
instinto de posesión, la acumulación de bienes materiales y el trabajo solamente como producción de
riqueza. En la era tecnológica se verifica en la psiqué la invasión de objetos inanimados sin ninguna
referencia humana. Los artefactos crean soledad, los datos de la informática y del ordenador llegan
destituidos de tonalidad afectiva. Se genera el individualismo con personalidades áridas, emotivamente
fragmentadas, hostiles y antisociales. Los otros son vividos como extraños e impedimentos para la
satisfacción de los deseos individuales. Se oculta la otra necesidad fundamental del ser humano que es la
necesidad de ser, de elaborar su identidad única. Aquí no cabe la manipulación y la fabricación colectiva de
la subjetividad, como tan bien lo ha subrayado Félix Guattari en toda su producción intelectual, sino la
libertad, la creatividad, la osadía de seguir caminos difíciles pero personales. Tal dimensión es subversiva
para los sistemas de regulación social, moral y religiosa. Pero es a partir de tales caminos como el ser
humano puede enfrentarse al mundo del tener sin caer en su obsesión y ser víctima de su fetichismo. Ya lo
decía el cacique piel roja, Seattle:
Cuando el último árbol sea derribado, cuando el último río sea envenenado, cuando el último pez sea
capturado, solamente entonces nos daremos cuenta de que no se puede comer dinero.
La ecología de la mente trata de recuperar el núcleo valorativo-emocional del ser humano ante la
naturaleza. Procura desarrollar la capacidad de convivencia y de escucha del mensaje que todos los seres
lanzan con su presencia y de reforzar la potencialidad de encantarse con el universo, con su complejidad,
majestad, grandeza. Busca animar las energías positivas del ser humano para enfrentar con éxito el peso
de la existencia y las contradicciones de nuestra cultura dualista, materialista, machista y consumista.
Favorece el desarrollo de la dimensión mágica y chamánica de nuestra psique. El chamán que vive en cada
uno de nosotros no entra en sintonía únicamente con las fuerzas de la razón, también con las fuerzas del
universo, presentes en nosotros por nuestros impulsos, intuiciones, sueños y visiones. Cada ser humano es,
por naturaleza intrínseca, creativo. Incluso cuando imita o copia lo hace partiendo de sus matrices,
dejando siempre una nota de su subjetividad irrepetible.
De este modo el ser humano se abre al dinamismo cósmico originario que lleva todo hacia delante,
lo diversifica, lo vuelve más complejo y lo hace culminar en estadios más altos de realidad y de vida.
La mente necesita involucrarse conscientemente en este pro-ceso. Es su revolución específica. Sin la
revolución de la mente será imposible la revolución de la relación persona-naturaleza. La nueva alianza entre
ser humano y naturaleza tiene sus raíces en la profundidad humana. En ella se elaboran las grandes
motivaciones, la magia secreta que trasforma el mirar cada realidad, transfigurándola y descubriéndola
como un eslabón de la inmensa red terrena y cósmica.
Entre la multitud de propuestas queremos presentar las tendencias más relevantes de la discusión
actual. Vemos cuatro principales formas de expresión: la ecología ambiental, la ecología social, la
ecología mental y la ecología integral.
Ecología ambiental
Esta primera vertiente se preocupa del ambiente, para que no sea excesivamente desfigurado, en
función de la calidad de vida, de la preservación de las especies en vía de extinción y de la renovación
permanente del equilibrio dinámico, construido a lo largo de millones y millones de años de evolución.
Ve la naturaleza fuera del ser humano y de la sociedad. Busca nuevas tecnologías menos contaminantes,
privilegiando soluciones técnicas. Esta postura es importante porque busca corregir excesos de
voracidad del proyecto industrial mundial, que siempre implica altos costes ecológicos.
Si no cuidamos el planeta como un todo podemos ponerlo en grave riesgo de destrucción de partes de
la biosfera y, si llegáramos al límite, inviabilizar la propia vida del planeta. Bastaría utilizar las armas
nucleares,
químicas
y bacteriológicas
de
los
arsenales
existentes
y
continuar
contaminando
irresponsablemente las aguas, envenenando los suelos, contaminando la atmósfera y agravando las
injusticias sociales entre el Norte y el Sur para provocar un cuadro apocalíptico.
Ecología social
La segunda —ecología social— no quiere sólo el medio ambiente, quiere el ambiente entero. Inserta al ser
humano y a la sociedad dentro de la naturaleza como partes diferenciadas de ella. Se preocupa de
embellecer la ciudad con mejores avenidas, plazas o playas más atractivas y prioriza también el
saneamiento básico, una buena red de escuelas y un servicio de salud decente. La injusticia social
significa violencia contra el ser más complejo y singular de la creación, que es el ser humano, hombre y
mujer. Él es parte y parcela de la naturaleza.
Según esta compresión la injusticia social se muestra por lo tanto como injusticia ecológica contra el
todo natural-cultural humano. La ecología social propugna un desarrollo sostenible, que atiende las
carencias de los seres humanos de hoy sin sacrificar el capital natural de la Tierra, tomando también en
consideración las necesidades de las generaciones del mañana, que tienen derecho a satisfacerse y a
heredar una Tierra habitable, con relaciones humanas mínimamente decentes.
Pero el tipo de sociedad construida en los últimos 400 años impide realizar un desarrollo sostenible. Es
energívora, ha montado un modelo de desarrollo que saquea sistemáticamente todos los recursos de la
Tierra y explota la fuerza de trabajo. Las fuerzas productivas y las relaciones de producción son
consideradas actualmente como fuerzas destructivas y relaciones de producción de desequilibrios
ecológicos desproporcionados. En este marco el desarrollo sostenible sigue siendo una aspiración y
representa la negación del actual modelo social de producción.
En el imaginario de los fundadores de la sociedad moderna el desarrollo se movía entre dos infinitos: el
infinito de los recursos naturales y el infinito del desarrollo hacia el futuro. Pero dichos presupuestos han
revelado ser una ilusión. Los recursos no son infinitos, la mayoría se está agotando, principalmente el
agua potable y los combustibles fósiles. Y el tipo de desarrollo lineal y creciente hacia el futuro no es
universalizable. Por lo tanto no es infinito. Si las familias chinas quisieran tener el nivel de consumo perdulario
norteamericano implicaría la muerte y la exclusión de millones y millones de personas.
Necesitamos, pues, algo distinto al desarrollo sostenible. Carecemos de una sociedad sostenible que
encuentre para sí el desarrollo viable que satisfaga las necesidades de todos. El bienestar no podrá ser
solamente social, tendrá que ser sociocósmico. Deberá atender a los demás seres de la naturaleza, como
las aguas, las plantas, los animales, los microorganismos, pues todos junio', constituyen la comunidad
planetaria en la que nos incluimos y, sin ellos, nosotros no podríamos vivir.
Ecología mental
La tercera —la ecología mental— llamada también ecología profunda sostiene que las causas del déficit de la
Tierra se deben al tipo de sociedad que actualmente tenemos y al tipo de mentalidad predominante, cuyas
raíces remontan a épocas anteriores a nuestra historia moderna, incluyendo la profundidad de la vida
psíquica humana consciente e inconsciente, personal y arquetípica.
En nosotros existen instintos de violencia, voluntad de dominio, arquetipos sombríos que nos alejan de
la benevolencia con relación a la vida y a la naturaleza. Dentro de la mente humana se inician los
mecanismos que nos llevan a la guerra contra la Tierra, y se expresan mediante una categoría:
antropocentrismo.
El antropocentrismo considera al ser humano rey/reina del universo. Los demás seres tienen sentido si
están ordenados al ser humano; están ahí para su disfrute. Esta interpretación rompe con la ley más
universal: la solidaridad cósmica. Todos los seres son interdependientes y viven dentro de una
intrincadísima red de relaciones. Todos son importantes.
No es posible que alguno sea rey/reina y se considere independiente, sin necesidad de los otros.
La moderna cosmología nos enseña que todo tiene que ver con todo en todos los momentos y en todas
las circunstancias. El ser humano olvida esa intrincada red de relaciones, se aleja de ella y se sitúa sobre las
cosas, en lugar de sentirse al lado y con ellas en una inmensa comunidad planetaria y cósmica.
Algunas tareas importantes que se propone la ecología mental son: Trabajar una política de sinergia y
una pedagogía de la benevolencia, a fortalecer en todas las relaciones sociales, comunitarias y
personales. Favorecer la recuperación del respeto hacia iodos los seres, especialmente los vivos, pues
son mucho más antiguos que nosotros. Por último, propiciar una visión no-materialista y espiritual de la
naturaleza que favorezca el encantarse de nuevo ante su complejidad y venerar el misterio del universo.
Esto únicamente podrá conseguirse si primero rescatamos la dimensión ánima, dimensión de lo
femenino en el hombre y la mujer. A través del principio femenino el ser humano se abre al cuidado, se
hace sensible a la profundidad misteriosa de la vida y recupera su capacidad de maravillarse. Lo femenino
ayuda a rescatar la dimensión de lo sagrado. Lo sagrado siempre pone límites a la manipulación del
mundo, origina la veneración y el respeto, fundamentales para salvaguardar la Tierra. Crea la capacidad de
re-ligar todas las cosas a su Fuente creadora y ordenadora. De esta capacidad re-ligadora nacen todas las
religiones. Es importante que revitalicemos hoy las religiones para que cumplan su función re-ligadora y
encuentren expresiones religiosas adecuadas a la nueva experiencia ecológica, que es ecuménica,
holística y mística. Para superar la crisis ecológica se necesita otro perfil de ciudadanos, con otra
mentalidad, más sensible, más cooperativa y más espiritual.
Ecología integral
Finalmente, la cuarta —ecología integral— parte de una nueva visión de la Tierra, inaugurada por los
astronautas a partir de los años sesenta del siglo XX, cuando se lanzaron las primeras naves espaciales
tripuladas. Ellos vieron la Tierra desde afuera. Desde la nave espacial o desde la Luna, la Tierra —según el
testimonio de algunos de ellos— aparece como un resplandeciente punto azul-blanco que cabe en la
palma de la mano y puede esconderse detrás del dedo pulgar. Desde esa distancia se borran las
diferencias entre ricos y pobres, occidentales y orientales, neoliberales y socialistas. Todos son igualmente
humanos.
Es más, desde esa perspectiva Tierra y seres humanos aparecen como una misma entidad. El ser
humano es la propia tierra que siente, piensa, ama, llora y venera. La Tierra surge como el tercer planeta
de un sol, uno de los 100.000 millones de soles de nuestra galaxia, que a su vez es una entre 100.000
millones de otras del universo, universo que posiblemente es uno entre otros, paralelos y distintos al
nuestro. Y nosotros, seres humanos, hemos evolucionado hasta el punto de poder estar aquí para hablar
de todo esto, sintiéndonos ligados y religados a todas estas realidades. Todo transcurrió con una precisión
capaz de permitir nuestra existencia aquí y ahora. De no ser así no estaríamos aquí.
Los cosmólogos, gracias a la astrofísica, a la física cuántica, a la nueva biología, en una palabra a las
ciencias de la Tierra, nos hacen ver que todo el universo se encuentra en cosmogénesis. Es decir, está
todavía en génesis, constituyéndose y naciendo, formando un sistema abierto, capaz siempre de nuevas
adquisiciones y expresiones. Por lo tanto nada está acabado y nadie ha terminado de nacer. Por esto
tenemos que tener paciencia con el proceso global, los unos con otros, y con nosotros mismos, pues
nosotros humanos también estamos en proceso de antropogénesis, de formación y de nacimiento.
Conclusión: una visión holística y liberadora de la ecología
La ecología integral procura habituar al ser humano a esta visión integral y holística. El holismo no es la
suma de las partes sino captar la totalidad orgánica, una y diversa en sus partes, articuladas siempre entre
sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad.
Esta cosmovisión despierta en el ser humano la conciencia de su misión dentro de esa inmensa
totalidad. Él es un ser que puede captar todas esas dimensiones, alegrarse con ellas, alabar y agradecer a
la Inteligencia que ordena todo y al Amor que mueve todo, sentirse un ser ético, responsable por la parte
del universo que le cabe habitar, la Tierra.
Según importantes científicos, la Tierra es un superorganismo vivo, Gaia, con refinadísimos calibres de
elementos físico-quími-cos y auto-organizativos que solamente un ser vivo puede tener. Nosotros, seres
humanos, podemos ser el demonio de la Tierra o su ángel de la guarda. Somos co-responsables del destino
de nuestro planeta, de nuestra biosfera, de nuestro equilibrio social y planetario.
Esta visión exige una nueva civilización y un nuevo tipo de religión, capaz de re-ligar Dios y mundo,
mundo y ser humano, ser humano y espiritualidad del cosmos.
El cristianismo está llamado a profundizar la dimensión cósmica siempre presente en su fe. Dios está
en todo y todo está en Dios (panenteísmo, que no es lo mismo que panteísmo, que afirma
equivocadamente que todo es indiferentemente Dios). La encarnación del Hijo implica asumir la materia e
insertarse en el proceso cósmico (el Cristo Cósmico de san Pablo, Duns Scoto y Teilhard de Chardin). La
manifestación del Espíritu Santo se revela como energía universal que hace de la creación su templo y su
lugar privilegiado de acción. Si el universo es una intrincadísima red de relaciones, donde, como decíamos
antes, todo tiene que ver con todo en todos los momentos y lugares, entonces la forma como los
cristianos llaman a Dios, Santísima Trinidad, constituye el prototipo de ese juego de relaciones. La Trinidad
no es un enigma matemático. Significa entender el misterio último como una inter-relación absoluta de tres
divinas Personas, que emergen siempre simultáneamente en un juego de interrelaciones hacia dentro y
hacia fuera sin fin y eterno.
Según esta visión verdaderamente holística y globalizante comprendemos mejor el ambiente y la
manera de tratarlo con respeto (ecología ambiental). Entendemos las dimensiones de la sociedad que
debe ser sostenible y ser expresión de convivialidad entre los humanos y de todos los seres entre sí
(ecología social). Nos damos cuenta de la necesidad de superar nuestro antropo-centrismo a favor del
cosmocentrismo y de cultivar una intensa vida espiritual al descubrir la fuerza de la naturaleza dentro de
nosotros y la presencia de las energías espirituales que están en nosotros y que actúan desde el
principio en la formación del universo (ecología mental). Y, finalmente, captamos la importancia de
integrar todo, de lanzar puentes hacia todas partes y de entender el universo, la Tierra y a cada uno de
nosotros como un nudo de relaciones orientado hacia todas las direcciones (ecología integral).
Solamente en el vaivén de estas relaciones, no fuera de ellas, nos sentiremos realizados y serenados
interiormente, construyen do una relación con la naturaleza y jamás contra ella. Más que dar una tregua,
es preciso que hagamos las paces con la Tierra. Cabe rehacer una alianza de fraternidad/sororidad y de
respeto con ella. Y sentirnos imbuidos del Espíritu que todo penetra y de aquel Amor que, según Dante,
mueve el cielo, todas las estrellas y nuestros corazones.
No cabe oponerse a todas las corrientes de la ecología, Hay que distinguir cómo se complementan y en
qué medida nos ayudan a ser seres de relaciones, productores de patrones de comportamiento que
tengan como consecuencia la preservación y la potenciación del patrimonio formado a lo largo de 15.000
millones de años. Ha llegado costosamente hasta nosotros y nosotros debemos pasarlo adelante,
enriquecido, dentro de un espíritu sinérgico y afinado con la gran sinfonía universal.
8.-ECOLOGÍA SOCIAL FRENTE A LA POBREZA Y LA EXCLUSIÓN
Hablamos hoy de las muchas crisis que estamos sufriendo: crisis económica, energética, social,
educativa, moral, ecológica y espiritual. Si observamos bien veremos que en todas ellas se encuentra la
crisis fundamental: la crisis del tipo de civilización que hemos creado en los últimos 400 años. Esta crisis
es global porque este tipo de civilización ha sido prácticamente difundida e impuesta a todo el globo.
¿Cuál es la señal visible que caracteriza este tipo de civilización? Que produce pobreza y miseria por
un lado y, por el otro, riqueza y acumulación. Este fenómeno se nota a nivel mundial: hay pocos países
ricos y muchos países pobres. Se nota principalmente en el ámbito de las naciones: pocos estratos
beneficiados con gran abundancia de bienes de vida (comida, medios de salud, de vivienda, de
formación, de diversión), y grandes mayorías carentes de lo esencial para vivir. Incluso en los llamados
países industrializados del hemisferio norte hay bolsas de pobreza (Tercer Mundo en el Primer Mundo) así
como hay sectores opulentos en el Tercer Mundo (Primer Mundo en el Tercer Mundo), en medio de la
miseria generalizada. Las críticas que siguen pretenden denunciar las causas de esta situación.
Críticas al actual modelo de sociedad
Hay tres líneas de crítica al actual modelo de civilización y de sociedad, tal como lo han señalado
destacados analistas.
La primera, hecha por los movimientos de liberación de los oprimidos, dice: el núcleo de esta
sociedad no está construido sobre la vida, el bien común, la participación y la solidaridad entre los
humanos. Su eje estructurador está en la economía de corte capitalista, conjunto de poderes e
instrumentos de creación de riqueza —y ahora viene su característica básica— mediante la depredación de
la naturaleza y la explotación de los seres humanos. La economía es la economía del crecimiento ilimitado,
en el menor tiempo posible, con la mínima inversión y máxima rentabilidad. Quien consiga obedecer esta
lógica y mantenerse dentro de esta dinámica acumulará y será rico a costa de un permanente proceso de
explotación.
Por lo tanto, la economía se orienta por un ideal de desarrollo material, mejor podríamos llamarlo
crecimiento, que se sitúa entre dos infinitos como ya hemos visto en el capítulo anterior: los recursos
materiales supuestamente ilimitados y el futuro abierto indefinidamente hacia delante.
Para este tipo de economía de crecimiento, la naturaleza se degradada a un conjunto de recursos
naturales o materias primas, disponibles a favor de intereses humanos particulares. Los t r a b a j a dores
son considerados como recursos humanos, o peor, como material humano, en función de una meta de
producción Como puede deducirse, su visión es instrumental y mecanicista: personas, animales,
minerales, en fin, todos los seres pierden su valor intrínseco propio y su autonomía relativa, quedando
reducidos a simples medios para un fin fijado subjetivamente por el ser humano, que se considera el
centro y el rey del universo.
¿Cuáles son las críticas principales a este modelo social? Que no consigue crear riqueza sin generar al
mismo tiempo pobreza, que es incapaz de conseguir desarrollo económico sin producir simultáneamente
explotación social nacional e internacional. Y tampoco es democrático porque monta un sistema político
de control y de dominio del proceso productivo por parte de los detentores del poder económico. La
democracia acaba en la puerta de la fábrica o crea democracias reducidas (nuestras democracias
liberales representativas) o democraturas (democracias bajo tutela militar), pero nunca se instaura una
democracia que sirva como valor universal, que respete los contenidos de la palabra democracia, es
decir, la forma de organización social asentada por el pueblo organizado, forma que se articula alrededor
del bienestar de la mayoría mediante la participación, creando así niveles crecientes de igualdad, de
solidaridad y de respeto a las diferencias. De esta crítica han nacido los movimientos de los oprimidos por
su liberación, que van desde la lucha de los sin-tierra y los sin-techo hasta los sindicatos combativos
organizados autónomamente. Nació así la cultura de la ciudadanía, de la democracia, de la participación,
de la solidaridad y de la liberación. En ella echa sus raíces la teología de la liberación, la primera síntesis
teológica nacida en el Tercer Mundo (América Latina), co n repercusiones en todas las Iglesias y en los
centros metropolitanos de pensamiento. Postula un desarrollo que atienda a las demandas de todos y no
solamente a los más fuertes; una economía de lo suficiente para todos.
La segunda línea crítica procede de los grupos pacifistas y de la no-violencia activa. Estos grupos se
dan cuenta de que el tipo de sociedad de desarrollo desigual produce mucha violencia. Violencia social e
injusticia societaria por causa de la desigualdad; violencia a nivel nacional e internacional. Esta violencia es
consecuencia directa de la dominación de ciertos países que detentan el poder científico y técnico sobre
otros más atrasados. El conflicto generalizado tiene mil rostros, los más conocidos de los cuales son los
conflictos de clase, de etnia, de género, de religión. El modelo vigente de sociedad no favorece la
solidaridad, y sí la competencia; no el diálogo y el consenso, y sí la disputa y la lucha de todos contra
todos. Por eso las potencialidades humanas de sensibilidad hacia el otro, de enternecimiento con la vida y
de colaboración desinteresada pasan a un segundo lugar para dar paso a los sentimientos menores de
exclusión y de ventaja personal o clasista. Mantener la cohesión mínima de una sociedad desestabilizada
internamente requiere cuerpos militares para el control y la represión. En la esfera mundial se crean
cuerpos militares de anti-insurgencia para que actúen en todo el sistema mundial apoyados por el
complejo industrial que incentiva la carrera armamentista y la militarización de toda insurgencia.
Datos recientes señalaban que dos terceras partes de la inteligentzia mundial trabaja en proyectos
militares. Incluso después del fin de la guerra fría se aplican en la industria de muerte cerca de 1 a 3
billones de dólares por año mientras que a la conservación del planeta y de sus ecosistemas se
destinan solamente 130.000 millones.
Contra esta tendencia han surgido en todo el mundo movimientos por la paz y por la no-violencia
activa. Proponen un modelo social que consiga la justicia mediante la democracia social. La violencia militar
y la guerra atómica constituyen formas específicas de agresión global, capaces de producir el ecocidio,
biocidio y geocidio de vastas regiones del planeta.
El tercer grupo de críticas que nos interesa directamente es el de los movimientos ecológicos.
Constatan que los tipos de sociedad y de desarrollo existentes no consiguen producir riqueza sin producir
simultáneamente degradación ambiental. Lo que el sistema industrial produce en demasía es basura,
residuos tóxicos, escoria radioactiva, contaminación atmosférica, lluvias acidas, disminución de la capa de
ozono, envenenamiento de la tierra, de las aguas y del aire; en una palabra, deterioro de la calidad
general de vida. El hambre de la población, las enfermedades y la falla de vivienda, de educación y de
descanso, la ruptura de los lazos familiares y sociales son agresiones ecológicas contra el ser más
complejo de la CREACIÓN, el ser humano, especialmente contra el más indefenso, que es el pobre y
excluido.
Estas preocupaciones están creando una cultura ecológica, es decir, una conciencia colectiva de
responsabilidad por la supervivencia del planeta con su inmensa biodiversidad y por el futuro de la
especie Homo.
Es importante articular hoy todos estos frentes críticos al sistema imperante, mirando hacia un nuevo
paradigma de civilización y de sociedad, en la que podamos caber todos y donde imperen relaciones más
benevolentes con el medio ambiente.
Somos parte de un inmenso equilibrio/desequilibrio ecosocial
Queremos ahora profundizar la tercera corriente, la ecológica, en su dimensión social. El gran reto viene
de la pobreza y de la miseria. Estos son los principales problemas ecológicos de la humanidad, no el titíleón dorado, ni el oso panda de China ni las ballenas de los océanos.
Comencemos diciendo que pobreza y miseria son problemas sociales y no naturales ni fatales. Son
causadas por la manera como se organiza la sociedad. Hoy tenemos conciencia de que lo social es parte
de lo ecológico, en su sentido amplio y verdadero. Ecología tiene que ver con las relaciones de todo con
todo, en todas las dimensiones. Todo esta interconectado. No hay compartimentos estancos, lo ambiental
por un lado y lo social por el otro. La ecología social se propone estudiar las conexiones que las
sociedades establecen entre sus miembros y las instituciones, y las de todos ellos con la naturaleza que
los contiene.
En primer lugar conviene señalar:
—En ecología no basta el conservacionismo (conservar las especies en extinción), como si la ecología
se restringiese únicamente a un sector de la naturaleza, el biótico amenazado. Hoy en día todo el planeta
debe ser conservado porque todo él está amenazado.
—No basta el preservacionismo (preservar mediante reservas o parque naturales regiones donde se
conserva el equilibrio ambiental). Esto favorece principalmente el turismo ecológico e induce un
comportamiento reduccionista: el ser humano se comporta con respeto y veneración solamente en esas
unidades de conservación, en los demás sitios sigue la lógica de la devastación.
—No basta el ambientalismo, como si la ecología no tuviese que ver más que con el ambiente natural,
el verde, las especies y el aire. Esta perspectiva podría ser reduccionista y antihumanista, presuponiendo
que el ambiente siempre es mejor sin la presencia del ser humano. Éste sería más bien el satanás de la
tierra que su ángel bueno y protector. Se dice: donde el ser humano se hace presente muestra agresión y
apropiación egoísta de los bienes de la Tierra. Esta visión ambientalista se encuentra fácilmente en
muchos ecologistas del hemisferio norte. Después de haber dominado política y económicamente el mundo,
lo quieren purificado solamente para ellos.
La realidad es que el ser humano hace parte del medio ambiente. Es un ser de la naturaleza, con
capacidad de modificarse y de modificarla y así hacer cultura. Puede intervenir potenciando la naturaleza
o agrediéndola.
Tenemos que estar atentos a cierto ambientalismo político que esconde tras sus proyectos una
actitud de violación ecológica permanente. Dicho ambientalismo político quiere la armonía entre
sociedad y ambiente, pero sin renunciar a la actitud de saqueo del ambiente natural cuando no afecta
al habitat humano Perdura en él la visión antropocéntrica, según la cual el ser humano puede y debe
dominar la naturaleza. Más que la armonía permanente lo que quiere en realidad es una simple tregua,
necesaria para que la naturaleza se rehaga de sus heridas y vuelva a ser devastada. Lo que importa
actualmente es superar el paradigma de la modernidad, que se expresa mediante la voluntad de poder
sobre la naturaleza y sobre los otros, e inaugurar una nueva alianza del ser humano con la naturaleza,
alianza que convierta a ambos en aliados respecto al equilibrio, la conservación, el desarrollo y la
garantía de un destino y futuro comunes.
—No basta la ecología humana que se ocupa de las acciones y reacciones del ser humano universal
en relación con su ambiente. Es importante porque trabaja las categorías mentales (ecología mental) que
permiten que el ser humano singular sea más o menos benévolo o más o menos agresivo. Se trata, sin
embargo, de una visión idealista, pues el ser humano histórico no vive sino en las mallas de relaciones
sociales determinadas. Las mismas predisposiciones mentales y psíquicas tienen una característica
eminentemente social. Por eso necesitamos de una adecuada ecología social que sepa articular la
justicia social con la justicia ecológica. Los problemas de la pobreza y la miseria deben ser discutidos
dentro de la justicia social. Pobreza y miseria son cuestiones eco-sociales que deben encontrar una
solución ecosocial.
a) ¿Qué es la ecología social?
Existen actualmente reflexiones maduras sobre la ecología social, comenzando por la contribución de la
Enciclopedia francesa de Ecología de Charboneau Rhodes y de las obras de antropología Social de E.
Morin. También es importante el aporte canadiense de M. Bookchin y del noruego A. Naess. Pero este
campo adquiere fuerza singular en América Latina, especialmente después de la conferencia
internacional sobre medio ambiente organizada por las Naciones Unidas en 1972 en Estocolmo. Allí se
enfrentaron las dos visiones básicas, la de los países del Norte, preferentemente ambientalista, y la de los
países del Sur, preferentemente político-social. Surgió entonces una fuerte corriente latinoamericana de
ecología social con Carlos Herz y Eduardo Contreras en Perú y en Uruguay con Eduardo Gudynas, uno de
sus mejores formuladores teóricos. Define la ecología social como «el estudio de los sistemas humanos en
interacción con sus sistemas ambientales». Los sistemas humanos abarcan a los seres humanos
individuales, las sociedades y los sistemas sociales. Los sistemas ambientales comprenden componentes
naturales (selvas, desiertos, sabanas), de civilización (ciudades, fábricas), y humanos (hombres, mujeres,
niños, etnias, clases, etc.)
b) Los principales puntos de la ecología social
Según estos autores los postulados fundamentales de la ecología social son:
1) El ser humano interacciona siempre intensamente con el ambiente. Ni el ser humano ni el
ambiente pueden ser estudiados separadamente. Hay aspectos que no se pueden comprender sin esa
interacción mutua, particularmente la selva secundaria, toda la gama de semillas (maíz, trigo, arroz, etc.)
y de frutas, resultado de millares de años de trabajo de construcción genética.
2) Tal interacción es dinámica y se realiza en el tiempo. La historia de los seres humanos es
inseparable de la historia de su ambiente y de la interacción de ambas.
3) Cada sistema humano crea el ambiente que le es adecuado. Son diferentes y con simbolizaciones
particulares, por ejemplo, el ambiente habitado por los ianomami, el de los seringueros o el de los
latifundistas, el de los europeos o de los chinos.
4) La ecología social se interesa por cuestiones como: ¿Por medio de qué instrumentos actúan los
seres humanos sobre la naturaleza?, ¿Con tecnología intensiva, con agrotóxicos o con adobos
orgánicos? ¿De que forma se apropian los seres humanos de los recursos naturales?, ¿de forma
solidaria, participativa o elitista, con tecnologías no-socializadas? ¿Cómo se distribuyen ¿de forma
equitativa de acuerdo al trabajo de cada uno, atendiendo a las necesidades básicas de todos, o de forma
elitista y excluyente? ¿De qué manera afecta una distribución desigual a los grupos humanos? ¿Qué tipo
de discurso usa el poder para justificar la concentración de riqueza en pocas manos, para legitimar una
relación de desigualdad que tiende a la dominación? ¿Cómo reaccionan los movimientos sociales frente al
Estado y al capital para mejorar los sueldos, las formas de participación y la calidad de vida en el trabajo,
la ciudad y el campo?
A la discusión de la ecología social pertenecen la pobreza y la miseria de las poblaciones periféricas, la
concentración de la tierra en el campo y en la ciudad, las técnicas agrícolas y agropecuarias, el crecimiento
de la población y el proceso de inflamiento de las ciudades, el comercio internacional de alimentos y control
de patentes, la producción de alimentos transgénicos, la aparición del agujero en la capa de ozono, el
efecto invernadero, la destrucción de las selvas tropicales y boreales, el envenenamiento de las aguas, de
los suelos, de la atmósfera, etc.
c) Una eco-ecología integral
En una perspectiva integral la sociedad y la cultura pertenecen también al complejo ecológico. Ecología, ya
lo hemos dicho, es la relación que todos los seres, vivos e inertes, naturales y culturales, tienen entre sí y
con su medio ambiente. En esta perspectiva también las cuestiones económicas, políticas, sociales,
educativas, urbanísticas y agrícolas entran en el campo de consideración de la ecología, como ecología
social. En ecología la pregunta básica es siempre: ¿en qué medida esta o aquella ciencia, actividad social,
práctica institucional o personal ayudan a mantener o a romper el equilibrio de todas las cosas entre sí, a
preservar o a destruir las condiciones de evolución/desarrollo de los seres? Nosotros, con todo lo que
somos por naturaleza y hacemos por cultura, somos p a r t e de un inmenso equilibrio del ecosistema.
Ingemar Hedström, un sueco que vive desde hace algunos años en Costa Rica, uno de los buenos ecólogos
sociales de América Latina, dice:
La ecología se ha convertido en una crítica e incluso en una denuncia del funcionamiento de las
sociedades modernas. Entre las cosas que se han denunciado, está la sobrexplotación del hemisferio
Sur, es decir, del llamado Tercer Mundo, por parte de los países comparativamente ricos del Norte, del
llamado Primer Mundo. En este sentido tomar conciencia de la problemática ecológica global implica
adquirir conciencia de la situación socioeconómica, política y cultural de nuestras sociedades, lo cual
significa conocer la explotación de los países del Sur por los industrializados del Norte.
El actual sistema social, antiecológico y generador de miseria
Dentro de los parámetros de la ecología social debemos denunciar que el sistema social en el que vivimos
—del orden del capital, hoy mundialmente integrado— es profundamente antiecológico.
En todas sus fases de realización histórica se basó y sigue basándose en la explotación de las personas
y de la naturaleza. En su afán de producir desarrollo material ilimitado, crea desigualdades entre el capital y
el trabajo, y entre quien está en el mercado y quien no lo está. De esto se deriva el deterioro de la calidad
de vida en sus distintas dimensiones: material, psíquica, social, cultural y espiritual.
En América Latina este orden fue implantado en el siglo XVI por la conquista europea, con la virulencia
del genocidio, imponiendo a los que aquí vivían una forma de trabajar y de relacionarse con la naturaleza
que implicaba ecocidio, es decir, la devastación de nuestros ecosistemas. Se nos incorporó a una totalidad
mayor, la economía capitalista, perjudicial a los más débiles y periféricos. Nuestro sistema capitalista es de
economía de exportación dependiente.
Se implantó aquí la apropiación privada de la tierra, de sus riquezas, y de las aguas, fuente de
riqueza. Dicha apropiación se operó de forma desigual e irracional. Una minoría posee las mejores tierras,
muchas veces no-cultivadas, dejando las tierras más pobres a las mayorías que, para sobrevivir, se ven
forzadas a explotarlas, agotando el suelo y desmantelándolo, rompiendo de este modo el equilibrio natural.
Los negros, en otro tiempo esclavizados, con la liberación jurídica no fueron compensados en modo
alguno. De la senzala fueron lanzados directamente a las favelas. Tuvieron que ocupar las colinas,
desmatar, abrir canales de saneamiento al aire libre, viviendo así bajo la amenaza de muchas
enfermedades, de derrumbes del terreno y de muerte. Todas estas manifestaciones han significado
otras tantas agresiones al ambiente, provocadas socialmente.
Cada vez está más claro que la deuda externa tiene un significado político. Desde el punto de vista
económico los bancos se han asegurado y están protegidos contra el impago. A pesar de esto se
mantiene, como instrumento de control y para aumentar la dependencia de los centros de poder
situados en los países del Norte. A través de la deuda el sistema continúa imponiéndose a todos,
elaborando políticas globales que favorecen sus intereses estratégicos. Estimula un desarrollo que
privilegia los megaproyectos y las monoculturas (soja en Brasil, ganado en América Central, frutas en
Chile, etc.); proporciona créditos para imple-mentar tales proyectos, como la financiación del Banco
Mundial, del BID y del FMI. Así se crea el endeudamiento. El pago de la deuda y de sus intereses se
hace por la exportación de materias primas y manufacturadas, cuya cotización se rebaja en el mercado
mundial, lo cual no permite pagar toda la deuda; entonces se reducen las inversiones sociales para,
con lo que sobra, compensar una parte de la deuda. Esta estrategia produce una verdadera devastación
social en las políticas públicas concernientes a la alimentación, la salud, la creación de empleo y la
organización de las ciudades. El déficit ambiental marcha al lado de esta tasa social perversa, pues
los pobres ocupan las áreas peligrosas de las ciudades, se lanzan hacia la frontera agrícola,
destruyendo bosques en su esfuerzo por sobrevivir, haciendo quemas, contaminando los ríos con los
garimpos (extracción de oro a cielo abierto), o con la pesca y la caza predatorias. A causa de la
insolvencia de los países deudores se les hacen nuevos préstamos para pagar los intereses que
adeudan, con los intereses nuevos aumentados como condición para la financiación de nuevos
proyectos. Y así se renueva el círculo de la dependencia, del neocolonialismo y de la dominación.
Sería importante cancelar la deuda o transformarla en inversión pero no resolvería de raíz la cuestión
fundamental. Mientras permanezca el modelo de desarrollo imperante, dirigido hacia fuera, produciendo lo
que los ricos quieren que produzcamos para ellos, y no atendiendo a nuestro mercado interno, volveremos
a este círculo vicioso con sus mismas consecuencias perversas.
El economista estadounidense Kennet E. Baoulding llama a la economía capitalista economía de
cowboy: se basa en la abundancia, aparentemente ilimitada, de recursos y de espacios libres para invadir y
establecerse. Es el antropocentrismo incontrolado. La otra economía, hacia la cual debemos caminar, se
llama economía de la nave espacial Tierra. En esta nave, como en cualquier otro transporte aéreo, la
supervivencia de los pasajeros depende del equilibrio entre la capacidad de carga del aparato y las
necesidades de los pasajeros. El ser humano debe acostumbrarse a la solidaridad, como virtud
fundamental, encontrar su lugar en el sistema ecológico equilibrado, para poder producir y reproducir su
vida y la vida de los demás seres vivos y ayudar a preservar el equilibrio natural. La Tierra es un sistema
limitado, equilibrado, y no permite ningún tipo de aventura antiecológica.
En las reflexiones hechas hasta ahora aparece claramente la interrelación entre sociedad y medio
ambiente, y la forma como se influencian positiva o negativamente entre sí.
La propuesta de Chico Mendes se volvió paradigmática. El proponía un desarrollo extractivista que
combinaba lo social con lo ambiental. Sabía que los pueblos de la selva (consideración social) necesitan
de la selva para sobrevivir (consideración ambiental). Y captó los dos tipos de violencia, la violencia
ecológica contra el medio ambiente y la violencia social contra los indígenas y seringueros. Ambas
obedecen a la misma lógica, la de la acumulación mediante la dominación de personas y la explotación de
las cosas.
¿Cómo, entonces, se hará el desarrollo y se montará la sociedad de los pueblos de la selva de manera
que rompan con esa lógica? En primer lugar hay que respetar, apoyar y reforzar todo el conocimiento que
los pueblos de la selva (indígenas y seringueros) han desarrollado en miles de años de historia, su
conocimiento de la naturaleza, de los árboles, de las hierbas, del suelo, de los vientos, de los ruidos
de la selva. Y al mismo tiempo incorporar nuevas tecnologías que traigan más beneficios sociales sin
sacrificar el equilibrio natural y social.
Injusticia social e injusticia ecológica
En este contexto emerge la exigencia de una ética que no se restrinja al comportamiento de los
seres humanos entre sí, sino que se amplíe a su relación con el medio ambiente (aire, tierra, aguas,
animales, bosques, procesos productivos, etc.).
Para comenzar debemos superar la comprensión de la ética ambiental muy difundida entre los países
ricos del Norte. De acuerdo a esa ética tenemos que superar nuestro antropocentrismo, limitar la violencia
contra la naturaleza presente en el modelo de desarrollo ilimitado, acoger la alteridad de los demás seres
de la creación y ser reverentes ante la totalidad de la naturaleza. De esta ética surgirá, seguramente, una
nueva benevolencia y se recuperará el encantamiento perdido por el proceso de tecnificación y
secularización. Hay valores inestimables en esta ética ambiental.
Pero omite en su reflexión un eslabón fundamental: el contexto social con sus contradicciones. No
existe sólo el ambiente natural, donde están los seres humanos socializados en la forma de habitar, de
trabajar, de distribuir los bienes, de actuar y reaccionar frente al ambiente. En este contexto social hay
violencias, están los condenados a vivir con una pésima calidad de vida, con el aire contaminado, las
aguas infectadas, viviendo sobre suelos envenenados. Todo esto es una nueva agresión.
La ética no puede ser únicamente ambiental, deberá ser socioambiental, ya que lo social está
marcado por lo ambiental y éste por lo social.
Distinguimos así dos tipos de injusticia: la injusticia socio-económico-política (consecuencia de la
violencia contra los trabajadores, contra los ciudadanos y contra las clases subalternas), injusticia que
alcanza directamente a las personas y a las instituciones sociales; y la injusticia ambiental, que es la
violencia contra el medio ambiente, contra el aire, contra la capa de ozono, contra las aguas. Estas
injusticias afectan, indirecta pero nocivamente, a la vida humana produciendo enfermedades,
desnutrición y muerte, a la biosfera y a todo el planeta. Se impone por tanto una justicia social que se
armonice con la justicia ambiental.
Esta nueva ética socioambiental debe mantenerse equidistante de las dos crispaciones que quiebran
siempre el equilibrio ecológico: el naturismo y el antropocentrismo. El naturismo concibe la naturaleza como
un sujeto hipostasiado en sí, con sus leyes inmutables, intocables y sagradas; los seres humanos deben
someterse a ellas. El antropocentrismo dice lo contrario: el ser humano es rey y señor de la creación,
puede intervenir a su gusto y no debe sentirse ligado ni limitado por la naturaleza.
Ambas visiones están equivocadas porque separan lo que debe estar unido. Naturaleza y ser humano
siempre son interdependientes, uno está dentro del otro, son partes de un todo mayor, el ecosistema
planetario. Dentro de él, como uno de sus seres singulares, está el ser humano, hombre y mujer, está la
sociedad como conjunto de relaciones entre esos seres, con sus instituciones y estructuras de producción,
de distribución y de significado.
Como parte y parcela del medio ambiente el ser humano posee su singularidad. Dentro de la especie de
los seres vivos se presenta como un sujeto moral, es decir, un ser vivo complejísimo, capaz de actuar
libremente, de sopesar argumentos a favor y en contra, de tomar posición movido por el interés, y
también por solidaridad, compasión y amor. Eventualmente puede pensar y obrar movido por el interés
del otro. Puede también, por solidaridad y amistad, sacrificar ventajas personales. Puede intervenir en los
ritmos de la naturaleza, respetándolos o modificándolos. Todo esto lo convierte en un ser responsable. Y la
responsabilidad lo convierte en un ser ético. Puede sentirse el ángel bueno de la naturaleza, su custodio, el
heredero responsable ante su Creador, igual que puede comportarse como el demonio de la Tierra,
destruyendo, rompiendo equilibrios, y devastando especies de seres vivos e incluso a sus semejantes.
En el proceso histórico-cultural el ser humano siempre ha intervenido en el medio ambiente. Ha
utilizado la violencia así como su ingenio para mejorar en su beneficio ciertas especies (el tomate, la
patatina, el maíz, etc.). Los daños ecológicos fueron de poca monta, a excepción de los mayas, que
devastaron la naturaleza hasta el punto de autodestruirse como cultura. Pero en los últimos cuatro siglos,
con el montaje de la máquina i n d u s trial, la agresión se ha vuelto fuerte y sistemática, transformando todo
en recurso para la acumulación y beneficio, primero de los sectores que detentaban esos medios, y,
después, de los demás.
El resultado actual es desolador. El ser humano elaboró una relación injusta y humillante con la
naturaleza. La Tierra no aguanta más la máquina de muerte de la voracidad capitalista. Se impone
urgentemente una justicia ecológica.
La justicia ecológica significa lo siguiente: el ser humano tiene una deuda de justicia con la Tierra. La
Tierra posee su subjetividad, su dignidad, su alteridad, sus derechos. Existía muchos millones de años
antes de que existiese el ser humano y tiene derecho a seguir existiendo con su complejidad, con su
patrimonio genético, con su bien común, con su equilibrio, y con su-, posibilidades de continuar y de
evolucionar.
Uno de sus hijos, el ser humano, se volvió contra ella. La justicia ecológica propone una nueva actitud
con la Tierra, de benevolencia y de mutua pertenencia, y al mismo tiempo una actitud de reparación de las
injusticias practicadas. Si el proyecto científico-técnico desestructuró, hoy puede redimirse.
Esta injusticia ecológica se convirtió en injusticia social porque, debido al agotamiento de los recursos,
a la contaminación atmosférica, en fin, a la mala calidad de vida, el ser humano y toda la sociedad fueron
alcanzados.
La nueva ética socioambiental sólo se implementará si surge y crece cada vez más una nueva
conciencia planetaria, la conciencia de ser responsables del destino común de todos los seres. De esta
nueva conciencia se irá formando lentamente una nueva cultura ecológica, el predominio de un paradigma
más reverente e integrado con el medio ambiente.
Un importante filósofo de la ética de la responsabilidad, Hans Joñas, formuló, en la línea de Kant, un
nuevo imperativo ético para nuestros días: «Compórtate de tal manera que los efectos de t u s acciones
sean compatibles con la permanencia de la naturaleza y de la vida humana sobre la Tierra».
Desde el punto de vista teológico podemos hablar de pecado ecológico. Es decir, de aquellas actitudes
que comprometen el equilibrio ecológico y la evolución, y que provocan consecuencias dañinas para los
seres vivos, incluidos los seres humanos.
Este pecado ecológico no se limita exclusivamente al presente. Toca el futuro, pues pueden hacerse
intervenciones sobre la naturaleza cuyas consecuencias, más allá de las generaciones actuales, alcancen
a los que todavía no han nacido. El precepto bíblico de «no matarás» (Ex 20,13) abarca también al
biocidio y ecocidio futuros. No nos es permitido crear condiciones ambientales y sociales que en el futuro
produzcan enfermedades y muerte a los seres vivos, humanos y no humanos. El pecado ecológico es un
pecado social e histórico.
En razón de estos posibles efectos se entiende la solidaridad generacional. Debemos sentirnos
solidarios de aquellos que todavía no han venido al mundo. Ellos tienen derecho a vivir, y a gozar de
buena salud, a disfrutar de la naturaleza, a consumir aguas limpias, a respirar aire oxigenado, a
contemplar las estrellas, la luna y el sol, en fin, la naturaleza conservada e integrada humanamente.
Consecuencia de esta nueva conciencia ética es la llamada reconversión de la deuda externa de los
países deudores en función de políticas protectoras del medio ambiente natural y social. De acuerdo a esta
propuesta, parte de la deuda externa sería cancelada para que los estados y empresas se dispusiesen a
proteger el medio ambiente y a mantener relaciones sociales más simétricas y justas. Pero no basta la
reconversión de la deuda hecha a los estados y a las grandes empresas. Para ser socialmente justa
debería también incorporar como interlocutores a los grandes movimientos sociales y a sus
representantes. Ellos serían los sujetos de una trasformación económica, política y social que atendiese
sus demandas históricas y que articulase justicia social con justicia ecológica de forma permanente.
Por otra parte es farisaico e injusto que los grandes países del Norte exijan que los países pobres del
Sur presten atención al medio ambiente sin proporcionarles condiciones técnicas que faciliten la
preservación ecológica. Por el contrario, lo que vemos es la transferencia de tecnologías sucias hacia los
países pobres a fin de que produzcan para el mercado internacional productos consumibles a costa de
una tasa considerable de perjuicios ecológicos.
La ecología convencional surgió desvinculada del contexto social. Igualmente las teologías vigentes,
entre ellas la teología de la liberación, fueron elaboradas sin incluir el contexto ambiental. Ahora debemos
integrar las perspectivas dentro de una visión más completa y coherente: la lógica que lleva a dominar
clases, a oprimir pueblos y a discriminar personas y la que lleva a explotar la naturaleza es la misma. Es la
lógica que quiere el progreso y el desarrollo ininterrumpido y creciente como modo de crear condiciones
de felicidad humana. Pero esta forma de querer ser felices está destruyendo las bases que sostienen la
felicidad: la naturaleza y el propio ser humano.
Para llegar a la raíz de nuestros males, y también a su remedio, necesitamos una nueva cosmología
espiritual, es decir, una reflexión que vea el planeta como un gran sacramento de Dios, como el templo del
Espíritu, el espacio de la creatividad responsable del ser humano, la morada de todos los seres creados en
el Amor, etimológicamente, ecología tiene que ver con morada. Cuidar de ella, repararla y adaptarla a
eventuales nuevas amenazas, ampliarla para que albergue nuevos seres culturales y naturales es su tarea
y su misión.
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