1 EL ESTUDIO DE EVANGELIO, UN DON

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EL ESTUDIO DE EVANGELIO, UN DON
INTRODUCCIÓN
Estamos en la Navidad de 1856. A. Chevrier, sacerdote sencillo y celoso, recibe una gracia
«místico-apostólica»1 Su existencia de pastor experimentará un nuevo rumbo: «Es una gracia
para la misión». La luz radiante del misterio de la Encarnación irrumpe, silenciosa y
transformadora, en su corazón e ilumina su inteligencia apostólica. El Verbo eterno viene en
la carne2, a resucitar lo que estaba muerto3.
Seducido por la belleza y bondad del Hijo, que viene al encuentro de los hombres en pobreza y humildad, el joven sacerdote se decide a seguirlo más de cerca, para contribuir más
eficazmente en la misión de liberar a los cautivos, de salvar a los ignorantes, pobres y pecadores. La configuración con Cristo pobre es el camino para enriquecer a todos. He aquí su testimonio, tal como lo relata Jean-Marie Laffay: «El Hijo de Dios descendió sobre la tierra para
salvar a los hombres y convertir a los pecadores. ¿Y qué vemos sin embargo? ¡Cuántos pecadores hay en el mundo! Los hombres siguen condenándose. Entonces, me decidí a seguir a
nuestro Señor Jesucristo más de cerca para ser más capaz de trabajar eficazmente en la salvación de las almas y mi deseo es que vosotros hagáis lo mismo»4 ¿Cómo cultivar la gracia recibida? A. Chevrier se da cuenta que el atractivo viene del Padre5, pero reclama una colaboración inteligente, práctica y tenaz por su parte. La felicidad y la fecundidad se hallan encadenadas a la fidelidad. “Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla... El que
considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz” (Sant 1,22.25). Sostenido
y alentado en su libertad por el Espíritu, pasa a la acción.
Sus escritos dan fe del camino decidido, y recorrido. Para imitar y anunciar a Jesucristo, es
necesario conocerlo. En 1857 escribe: «Estudiar a Jesús en su vida mortal, en su vida eucarística, será mi único estudio. Imitar a Jesucristo será mi único deseo, el fin único de todos mis
pensamientos, la meta única de todas mis acciones»6. En la adoración silenciosa y en la celebración, el ministro del Evangelio se deja transformar en buen pan para su pueblo. En las Escrituras, en particular los evangelios y las cartas de san Pablo, estudia la persona y misión del
Enviado del Padre, para convertirse en signo vivo de su presencia en medio de los pobres y
para dárselo a conocer como su Salvador y Maestro. Así perfila su itinerario personal de discípulo y testigo de la Buena Nueva. Así forma a los cristianos según el Evangelio, al «sacerdote según el Evangelio» o «verdadero discípulo de Jesucristo». Su conocimiento es «el centro donde todo se encuentra y de donde todo parte» (VD 104). He aquí un texto significativo,
en el que Jesús es presentado como el resorte del sacerdote según el Evangelio: «Jesucristo
debe ser nuestra vida, es decir, Jesucristo debe ser el objeto habitual y constante de nuestro
pensamiento, hacia donde se dirijan, día y noche, todos nuestros deseos, nuestros afectos.
1 La expresión es del P. Ancel. En su libro “El Prado, la espiritualidad apostólica del P. Chevrier”, explica bien que una gracia mística no ha
de entenderse como un fenómeno extraordinario reservado a una elite de creyentes. El mismo P. Chevrier insistía en que no debían desearse
gracias excepcionales. Pero su encuentro con el Verbo encarnado y con su misión han de considerarse como obra del Espíritu. Por otra parte,
si toda gracia es misionera «por añadidura», la recibida por el coadjutor de St. André lo es para evangelizar a los pobres, razón última de la
existencia del Prado.
2 Cf. Jn 1,14; Rom 8,3-4; Flp 2,6-11; 2Cor 8,9.
3 Cf. Jn 6,37-58.
4 “Procès de béatification”, t. 2, declaración de Jean-Marie Laffay, art. 20.
5 Cf. Jn 6,44.65.
6 Manuscritos 10/1c. Estas líneas se encuentran en el primer reglamento de vida, escrito por A. Chevrier a fines de 1857. En él se insiste
sobre la necesidad de estudiar a Jesucristo en el Pesebre, la Cruz y la Eucaristía, para ser eficaz apostólicamente.
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La madre vive para su hijo,
La esposa para su esposo,
El esposo para su esposa,
El amigo para su amigo,
El avaro para su dinero,
El egoísta para sí mismo,
El negociante para su comercio.
Esta es la vida de estos seres, ponen su vida en lo que buscan, en lo que aman y cuando están lejos de su objeto, lloran, languidecen, gimen hasta que se han reunido con el objeto de su
amor. Para nosotros, nuestra vida, es Jesucristo. En un reloj hay un resorte que hace mover
todas las ruedas y da la hora. Es Jesucristo quien debe ser, en nosotros, ese resorte invisible,
escondido, y hacernos señalar siempre a Jesucristo mismo» (VD 117). La existencia, reflexión, predicación y acción de A. Chevrier giran siempre en torno al Verbo encarnado en su
misión de instaurar el Reino de Dios entre los pobres de la tierra. Jesucristo «es el principio de
todas las cosas, él es el fundamento sobre el cual todo debe sostenerse, la raíz de donde debemos sacar la savia que ha de darnos la vida, el centro hacia el cual todo debe converger, el
fin hacia el cual todo debe llegar» (VD 107).
Como un auténtico «obrero del Evangelio», estudiará con disciplina, método y tenacidad
las Escrituras hasta el final de su vida7. Como Pablo8, el P. Chevrier inicia a sus compañeros
de camino en este estudio de Jesucristo. Es el trabajo principal del discípulo. «Nuestro primer
trabajo es, pues, el de conocer a Jesucristo para luego ser totalmente de él» (VD 46). Un catequista estudia a Jesucristo para llevar a cabo su responsabilidad primordial: «La misión de
predicar es la más importante de todas, precede a todas las demás; hay que predicar antes de
bautizar; predicar antes de confesar, para convertir, iluminar, instruir, misión fundamental; sin
ella, nada en el mundo» (VD 444). El camino a seguir: Lectura y el comentario de la Palabra
oída, vista y palpada. «No es el libro el que instruye, sino el sacerdote» (VD 450). El catequista ha de hablar como testigo de la fe. El formador ha de colaborar con el Espíritu para
formar a Cristo en el discípulo, pero sería imposible si lo desconociera.
En estas páginas, presentaré, ante todo, cómo realizar el estudio de nuestro Señor Jesucristo en nuestros días, de acuerdo con el dinamismo y objetivos que animaron al P. Chevrier.
Los evocaré brevemente en los dos primeros apartados, pues determinan la manera de hacer el
Estudio del Evangelio en el Prado.
I. EL CONOCIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Entre los signos de los tiempos mesiánicos se encuentran: La evangelización de los pobres y
el conocimiento de Dios. Jesús es, a un tiempo, el Salvador de los hombres y el Revelador del
Padre. La evangelización de los pobres inaugura la era mesiánica: “Id y contad a Juan lo que oís
y veis: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los
muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena nueva; ¡y dichoso aquel que no se escandalice de mí!” (Mt 11,4-6; Cf. Is 26,19; 29,18s; 35,5s; 61,1s; Lc 4,17-21). Pero el fundamento de su
evangelización se halla en el recto conocimiento de Dios. Cuando falta el conocimiento, los pobres son menospreciados, la justicia se quiebra y los ídolos reclaman sus víctimas. He aquí la característica clave de la Nueva y definitiva Alianza anunciada por el profeta Jeremías: “Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: ‘Conoced a Yah7 Ver el buen articulo de Yves Musset, “L’étude d’Évangile chez le Père Chevrier”, PPI, nn. 55 (p. 9-25) y 56 (9-18; 63-67), año 1992.
8 En las cartas a Timoteo, se encuentran recomendaciones como las siguientes: “Dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza”
(1Tim 4,13). “Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como hombre probado, como obrero que no tiene por qué avergonzarse, como
fiel distribuidor de la Palabra de Dios (2Tim 2,15). “Timoteo, guarda el depósito. Evita las palabrerías profanas, y también las objeciones de
la falsa ciencia” (1Tim 6,20).
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veh’, pues todos ellos conocerán del más chico al más grande” (Jer 31,34).
Para San Pablo ningún bien es superior al conocimiento de Jesucristo: “Juzgo que todo es
pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Flp 3,8). La bondad y la
belleza infinitas del Hijo fascinan a quien hace la experiencia de la salvación. Su amor y hermosura atraen de manera irresistible. Enamorado y encandilado, el discípulo vive de su Señor y para
su Señor. Y desde Él considera la realidad con nuevos ojos.
El P. Chevrier comprendió bien que entre este conocimiento y el resto de la realidad no hay
comparación posible, pues son realidades de orden diferente. Su expresión radical: «Conocer a
Jesucristo lo es todo. El resto no es nada» (VD 113-114), ha de entenderse en esta perspectiva.
No se niega el valor de lo creado. Dios lo creó y vio que era bueno9 Su expresión recalca que las
realidades de este mundo no son comparables con el bien supremo de los tiempos mesiánicos, el
verdadero conocimiento de Dios en y por Jesucristo.
En este conocimiento se encuentra la vida eterna. “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17,3). Para el discípulo, por tanto, la vida
sin ocaso no se sitúa en un más allá intemporal; comienza en el hoy de la fe y se despliega en el
conocimiento del Padre y del Hijo en el Espíritu.
Este don, Pablo lo suplica para sus comunidades: “Y lo que pido en mi oración es que vuestro
amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, con que podáis aquilatar lo mejor para ser puros y sin tacha para el Día de Cristo, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Flp 1,9-10). Este conocimiento,
desarrollo de la fe y del amor, es la fuente de una existencia nueva, la del hombre nuevo creado
en Cristo. A los gálatas, tentados de apartarse del camino de la libertad filial, escribe: “En otro
tiempo, cuando no conocíais a Dios, servíais a los que en realidad no son dioses. Mas, ahora que
habéis conocido a Dios, o mejor, que él os ha conocido ¿cómo retornáis a esos elementos sin
fuerza ni valor, a los cuales queréis volver a servir de nuevo?... Me hacéis temer no haya sido en
vano todo mi afán por vosotros” (Gal 4,8-11).
Estamos así lejos del conocimiento intelectual que busca posesionarse de un objeto. En su
sentido bíblico, conocer a una persona es entrar en comunión de vida, misión y destino con ella.
El conocimiento es el bien supremo, pues hace uno con el Hijo10 . Pablo, al hablar del carisma
superior del amor, afirma: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo,
confusamente. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo imperfecto, pero entonces conoceré como soy conocido” (1Cor 13,11-12).
Este conocimiento es obra característica del Espíritu de santidad en los discípulos. Sólo él
puede introducirlos en la vida intima de Dios; sólo él puede configurarlos con el Hijo; sólo él
sostiene al hombre interior para que se sumerja en al amor de Cristo. La adoración, la acción de
gracias, la alabanza, la súplica y la conversión progresiva son fruto de su energía.
El P. Chevrier gustó y meditó ampliamente estas palabras de Pablo: “Por eso doblo mis rodillas ante el Padre... para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis vigorosamente
9 «Y
vio Dios que estaba bien». Con esta afirmación, repetida por el autor sagrado al fin de cada día de la creación, se establece la bondad de
la creación. San Juan de la Cruz ve a la creación revestida de nueva hermosura y dignidad por la encarnación y resurrección de Cristo: «En
este levantamiento de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su resurrección según la carne, no solamente hermoseó el Padre las
criaturas en parte, más podremos decir que del todo las dejó vestidas de su hermosura y dignidad» (C. 36,5). La experiencia del místico
auténtico conduce a un amor acrisolado de las criaturas. Tal fue también la experiencia de san Francisco de Asís.
10 Jesús decía a sus discípulos en el momento de pasar de este mundo a su Padre: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si
me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en el Padre y vosotros en mí y yo en vosotros”
(Jn 14,19-20). Conocer es entrar en esta maravillosa comunión de vida y de destino con el Hijo venido en la carne.
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fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en
vuestros corazones, para que arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos
los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo,
que excede todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios” (Ef
3,14-19). En quien conoce así, el poder de Dios actúa en él y su existencia alcanzará la plenitud
del amor, la plenitud misma de su Señor.
Este conocimiento de la fe y del amor lleva al discípulo a salir de sí mismo, para entrar en
comunión con los sufrimientos y la muerte de Cristo. “Y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión con sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando
de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3,10-12). La alegría del apóstol es plenamente pascual: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en
mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col
1,24). Su vivir es un vivir para Él: “Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno
murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los
que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Cor 5,14-15; Cf. Rom 14,7-9).
Este es el horizonte abierto por el conocimiento de Jesucristo. Horizonte que supera la capacidad del discípulo, pero hacia el que puede encaminarse con libertad y firmeza, ya que ha sido alcanzado en su corazón y en su cuerpo por el poder del Resucitado. “No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12).
El conocimiento de Jesucristo es don y camino a recorrer con fe, seguridad, audacia y alegría.
Arranca siempre de la experiencia de haber sido conocido, amado en primer lugar. Como el Padre le conoce, nos conoce el Hijo a nosotros. Es un conocimiento dador de vida. ¡Qué terrible
suena la sentencia de Jesús ante los que dicen: “Señor, Señor”, pero no cumplen la voluntad de
su Padre: “¡Jamás os conocí; apartáos de mí, agentes de iniquidad!” (Mt 7,23).
II EL ESTUDIO DE NUESTRO SEÑOR EN LAS ESCRITURAS
«Estudiar a Jesús en su vida mortal, en su vida eucarística -escribía A. Chevrier en 1857-,
será mi único estudio». El Concilio Vaticano II recalca: «Toda la predicación de la Iglesia,
como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la sagrada Escritura» (DV 21).
Por otra parte, urge «la lectura asidua de la Escritura para que se adquiera la ciencia suprema
de Jesucristo, pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (DV 25). Este estudio del
texto ha de hacerse en la liturgia, en la lectio divina, en la oración y a través de otras iniciativas adecuadas.
Las Escrituras santas son, para la persona de fe, presencia viva del Verbo de Dios. En la
comunidad eclesial, el Espíritu las vivifica y transforma en palabra viva y operante11 . «En los
libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21). Y en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia añade el
Concilio: «Cristo está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (SC 7). El creyente, pues, es solicitado a entrar en diálogo con el
Viviente.
Y puesto que el Resucitado es y permanece el Verbo encarnado, las Escrituras leídas y meditadas en el Espíritu permiten vivir una relación dialogal con Jesús. Es preciso que sea bien
comprendida esta dinámica, fundamento del «estudio espiritual del Evangelio» y de sus peculiares características. Las ciencias exegéticas son útiles y necesarias en la medida que propician este diálogo vital y liberador. Se apartarían de su finalidad, si encerrasen al creyente en la
11 Cf. Heb 4,12; 1Tes 2,13; Hch 20,32.
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objetividad de un libro o de una historia del pasado. El Espíritu hace al discípulo contemporáneo de Jesús, como lo fueran los profetas y los apóstoles12, que hablaron y escribieron bajo su
influjo. Él adentra a todo hombre en el hoy de Dios, en la historia de Jesús, pues ella es y
permanece la historia de «Dios con nosotros».
El estudio arranca «de un sentimiento interior», «de un soplo divino», «de una pequeña luz
divina», «de un atractivo por Jesús». «Él nos ha sido dado para ser nuestra sabiduría, nuestra
justicia, nuestra santificación, nuestra redención. Él es el camino, la verdad, la vida. Él es
nuestro rey, nuestro maestro, nuestro jefe y nuestro modelo» (VD 107). El estudio de Nuestro
Señor Jesucristo es, en última instancia, el cultivo del don del Padre. «Si nos sentimos atraídos por poco que sea hacia Jesucristo, ¡ah!, cultivemos este atractivo, hagámoslo crecer en la
plegaria, la oración, el estudio, para que crezca y dé frutos. Y digamos, con el esposo del Cantar: Atráeme en pos de ti, correremos siguiendo tu perfume» (VD 119). Este estudio, aunque
conlleve algo de disciplina, brota en el Prado de una seducción, de la admiración por el Verbo
encarnado en misión. Más que obligación, es fruto de una pasión cordial. En efecto el conocimiento nace del amor y desarrolla el amor como seguimiento, servicio y anuncio.
El conocimiento de una persona reclama escucha silenciosa y amorosa. La persona es irreductible a un objeto. Sin una autocomunicación libre de su parte, nadie llegará a conocerla en
la subjetividad que la funda y sustenta. El estudio de Jesucristo se convierte así en una escucha sencilla y cordial, en un acto de obediencia gozosa y generosa. La inteligencia no busca
poseer o controlar, sino recibirlo como su único Señor y Maestro. «Está a los pies del Maestro, como María, y no se deja coger ni por el razonamiento ni por las pasiones que se revuelven. El Maestro habla, no tiene otros pensamientos, otros deseos sino comprender lo que oye
y ponerlo en práctica, nutrir con ello su alma. Es el amor el que le guía y nada más» (VD
125).
En el «estudio de Nuestro Señor Jesucristo», la inteligencia se pone al servicio del amor,
para un don más total de la persona a Aquel que nos conoció y nos amó primero. El discípulo
estudia sus gestos y palabras, sus actitudes y sentimientos, el contexto social y la tradición
histórica, para unirse con quien le ha llamado de las tinieblas a la luz admirable. Quiere que
las obras del Maestro se prolonguen en él de acuerdo con la promesa: “Yo os aseguro: el que
crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12).
Las repercusiones pastorales no son difíciles de entrever. Quien vive de Cristo, en Él y
como Él, será signo eficaz de su presencia; hablará de Él como de Alguien conocido y amado;
dará testimonio de lo que ha visto y oído. Su palabra tendrá la autoridad y la frescura de quien
ha escuchado el testimonio del Padre sobre el Hijo y el testimonio de Éste sobre Aquél. En
efecto, sólo el Padre da a conocer al Hijo y el Hijo al Padre en el Espíritu13. Este conocimiento
hace a los testigos y servidores de la Palabra encarnada.
Para A. Chevrier, siguiendo una tradición que remonta hasta los padres de la Iglesia, el Pesebre, la Cruz y la Eucaristía son los tres hitos principales de la revelación. En el Pesebre se
revela el amor del Padre14 y la gloria del Hijo venido en la carne: "Y la Palabra se hizo carne,
y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). En la Cruz aparece radiante el amor del
12 1Pe 1,10-12 nos recuerda que los profetas y los apóstoles actuaban bajo la acción del mismo Espíritu que guía hoy la lectura creyente de
las Escrituras. Éstas no son letra de ayer, pues están como habitadas por el Espíritu que las vivifica y las hace vivificantes para quien las
acoge en la fe.
13 Cf. Lc 10,21-22; Mt 11,25-27; 16,17; Jn 1,18; 6,46; 3,11s; 17,6s.
14 Cf. Jn 3,16; 1Jn 4,9; Rom 8,32.
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Hijo al Padre y a sus hermanos hasta el extremo15. El Hijo avanzó hacia la muerte, con libertad y urgencia, pues estaba como inmerso en el amor y la gloria del Padre, aunque la carne no
entendiese. La belleza de Jesucristo alcanza en el madero su plenitud. Un testigo aportaba estas palabras de A. Chevrier: «En su pasión es donde ha sido Nuestro Señor el más hermoso y
el más perfecto»16. En la Eucaristía, el Resucitado sigue entregándose a los hombres como
comida y bebida de salvación. Unido al pan venido del cielo, el discípulo y apóstol se convierte en buen pan para los hambrientos.
Este estudio forma a los verdaderos colaboradores del designio de Dios. «Todo está encerrado en el conocimiento de Dios y Nuestro Señor Jesucristo... Ningún estudio, ninguna ciencia deben ser preferidas a ésta. Es la más necesaria, la más útil, la más importante, sobre todo
para el que quiere ser sacerdote, su discípulo, porque sólo este conocimiento puede hacer a los
sacerdotes» (VD 113).
Teniendo en cuenta la dinámica y los objetivos, que se desprenden de cuanto acabo de indicar, paso a reflexionar sobre los caminos a seguir para prolongar las intuiciones de A. Chevrier, de acuerdo con la sensibilidad cultural de nuestro tiempo, la conciencia hodierna de la
Iglesia y el progreso de la exégesis.
III. LA PRÁCTICA DEL ESTUDIO DEL EVANGELIO EN EL PRADO
Para el ministro del Evangelio, el estudio de Nuestro Señor Jesucristo es gracia y exigencia, pues ha sido colocado al frente de sus hermanos, para darles la ración de buen pan en el
momento oportuno17. En el pastor, la pasión por Jesucristo y por la evangelización de los pobres se funden en la caridad pastoral18 .
A. Chevrier realizó el Estudio del Evangelio, ante todo, en los evangelios y en las cartas de
san Pablo. En aquellos buscó contemplar e interiorizar la persona del Enviado del Padre en
misión. En Pablo, indagó la respuesta del «Verdadero discípulo» o «del sacerdote según el
Evangelio». El Apóstol de las gentes le parecía ser el paradigma del verdadero discípulo y
apóstol de Jesucristo. Cierto, el único Modelo es el Hijo, pero Pablo representa la fe de la
Iglesia que contempla e imita en el Espíritu. El «amigo de los pobres» quiere conocer, amar,
seguir a Jesucristo, para llevar a cabo su obra. No se trata de copiarlo como un modelo estático, sino de marchar en su Espíritu para realizar su misma misión19. Y esto es lo que hizo precisamente el que fuera elegido como instrumento para llevar el nombre de Jesús «ante los
gentiles, los reyes y los hijos de Israel» (Hch 9,15).
15 Cf. Jn 14,30-31; 13,1; 10,17-18.
16 A. Chevrier, “Escritos Espirituales”, p. 84. He aquí un texto de su pluma: «Jesucristo ha cumplido su misión de Salvador del modo más
perfecto ante su Padre y ante nosotros. ¡Con qué generosidad se ofrece a su Padre! ¡Con qué sumisión acepta los rigores de su justicia! ¡Con
qué calma habla de su muerte y se la anuncia sus discípulos! ¡Con qué ardor incluso la desea! Llegado el momento, ¡con qué valor se
presenta a sus enemigos! ¡Con qué dignidad les habla! ¡Con qué bondad los trata! ¡Con qué dulzura se entrega a ellos y se deja conducir
adonde ellos quieren! ¡Con qué majestad habla a su jueces! ¡Con qué paciencia sufre! ¡Qué silencio en todas las acusaciones! ¡Con qué
humildad recibe las afrentas y las injurias! ¡Con qué bondad perdona! ¡Con qué perfección obedece! ¡Con qué amor sufre! ¡Con qué poder
muere! Todo esto, voluntariamente, por amor a su Padre y a nosotros. Es el gran mártir del amor y de la obediencia»
17 Cf. Lc 12,41.
18 Las reflexiones siguientes estarán centradas en el Estudio del Evangelio tal como se invita a practicarlo en la formación de los sacerdotes
del Prado, pero sus intuiciones son igualmente válidas, en mi opinión, para todos los que se sienten llamados y enviados a evangelizar a los
pobres.
19 He aquí unas palabras significativas: «Seguidme en el camino que he tomado para llevar a cabo mi misión... Tenéis que continuar mi
obra... Yo he convertido el universo: he tomado el camino del pesebre, de la cruz. Tomad el mismo camino para llegar al mismo fin, de otro
modo no llegaréis... en el espíritu. Os envío como mi Padre me ha enviado; haced, pues, como yo, si queréis llevar a cabo la misión que os
confío en nombre de mi Padre» (VD 342, nota).
7
El Estudio del Evangelio, como la misión, se realiza bajo el influjo del Espíritu. Él guió la
investigación de los profetas y el testimonio de los apóstoles; bajo su inspiración se escribieron las Escrituras y bajo su asistencia son interpretadas en la Iglesia. En la comunión con esta
gran Tradición de fe se realiza el Estudio del Evangelio en el Prado.
Es una auténtica «in-vestigación». Y se esfuerza por entrar en la que realizaron los profetas, los evangelistas y los mismos apóstoles. Cristo prometió y envió el Paráclito, para que
condujese a los suyos a la verdad plena. Pero la acción del Espíritu exige que la inteligencia
busque con su luz y energía. La tarea del que investiga, consiste en rastrear los vestigios de
Aquel que anima la marcha del pueblo creyente a lo largo de la historia.
Los profetas investigaron. Después de decir cómo la salvación llegó por Jesucristo, la primera carta de Pedro añade: “Sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas, que
profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros, procurando descubrir a qué tiempo y a qué
circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando les predecía los sufrimientos destinados a Cristo y las glorias que les seguirían. Les fue revelado que no administraban en beneficio propio sino a favor vuestro este mensaje que ahora os anuncian quienes
os predican el Evangelio, en el Espíritu Santo enviado desde el cielo” (1,10-12). Los profetas,
hombres de silencio, meditación y escucha, investigaron en la Promesa y en la Alianza de
Dios con los padres en la fe, con el pueblo de dura cerviz. Indagan y proyectan en el futuro la
luz recibida; así fueron nuestros servidores.
El apóstol Pablo, por su parte, indagó la totalidad del designio de Dios revelado en la
muerte y resurrección de Jesucristo. Trabajó para esclarecer cómo se había dispensado “el
Misterio escondido desde siglos en Dios” (Ef 3,9). Y no ahorró esfuerzos para anunciarlo íntegramente a sus comunidades, como lo recuerda en su despedida a los presbíteros de Efeso:
“Os testifico en el día de hoy que yo estoy limpio de la sangre de todos, pues no me acobardé
de anunciaros todo el designio de Dios” (Hch 20,26-27).
Pero es el prólogo del evangelio de Lucas, el que mejor da cuenta de cómo debe ser el estudio de los llamados a evangelizar a los pobres, a consolidar su fe y esperanza. “Puesto que
muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal
como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores
de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las
enseñanzas que has recibido” (Lc 1,1-4). El estudio de Jesucristo es un servicio a la fe de los
que aman a Dios. El P. Chevrier fue, ante todo, un catequista, un evangelizador de los pobres;
su Estudio del Evangelio se inscribe en estos parámetros. ¿Cómo avanzar en esta investigación de acuerdo con la tradición de los profetas, de los evangelistas y de los apóstoles? He
aquí un camino entre otros.
1. Plantear cuestiones vitales al evangelio
«El discípulo» y «educador de la fe»20 acude al Evangelio con sus cuestiones y problemas
vitales. La acción reclama una valoración correcta de la realidad humana a la luz de Cristo.
Los «labios de discípulo» provienen de un «oído de discípulo». Nadie podrá mostrar el recto
camino a seguir, si no conoce la meta del designio de Dios sobre el hombre y cada persona en
concreto. Para adecuar su vida a la del Maestro y servir a los otros, es necesario interrogar las
Escrituras. «Quien tiene el espíritu de Dios, escribía A. Chevrier, no dice nada de sí mismo,
no hace nada de sí mismo; todo lo que hace se apoya en una palabra o una acción de Jesucris20 El Concilio Vaticano II insiste en PO 6 sobre la misión del sacerdote en cuanto educador de la fe. Han de procurar que cada fiel y el
conjunto de la comunidad cultiven su propia vocación de conformidad con el Evangelio, a fin de que sigan a Jesucristo en los
acontecimientos de la vida ordinaria y de la historia de la sociedad en la que se encuentran inmersa la Iglesia.
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to que ha tomado como fundamento de su vida; Jesucristo es su vida, su principio, su fin»
(VD 227-228). En todas las circunstancias de su vida debe preguntar a las Escrituras para caminar bajo la luz de Cristo.
Por otra parte, el educador de la fe debe sopesar bien el espesor social y humano del caminante, si quiere orientarlo correctamente. Es preciso que todo lo vea en la luz de Cristo. En Él
se encuentra «el verdadero juicio de las cosas»; la sabiduría de Dios «está derramada en toda
su vida». «Él es nuestra regla de conducta». Y aunque en los hombres pueda encontrase algún
atisbo de la verdadera sabiduría, el P. Chevrier recuerda: «No es necesario ir muy lejos para
encontrar la Sabiduría, está en Jesucristo, es suficiente conocer, estudiar a Jesucristo. Hay
quienes la buscan en los grandes, en la filosofía, en los viajes, en el estudio, está en Jesucristo.
Yo no sé más que a Jesucristo y a Jesucristo crucificado, dice san Pablo. No somos sabios sino en Jesucristo. No seremos justos sino en Jesucristo. No seremos santos sino en Jesucristo»
(VD 91). Pero ¿cómo investigar, cómo preguntar a los evangelios, para encontrar la luz en el
Verbo encarnado, «en su vida mortal», por usar una expresión del apóstol de la Guillotière?
¿A quién y cómo han de estar dirigidas las preguntas del discípulo y del educador de la fe?
Ciertas preguntas prejuzgan la Novedad de la Palabra y la libertad del Espíritu; conviene mantenerse alerta.
Los evangelios recuerdan cómo una pregunta puede ser inútil, capciosa, trasnochada, impertinente y aún perversa. Los discípulos preguntaban inútilmente sobre el número de los que
se salvarían21, sobre el momento de la restauración del reino de Israel22 o sobre el futuro del
discípulo amado23 . Marta preguntaba para que Jesús diera a María la orden de ayudarla24. Los
fariseos preguntaban capciosamente25, para probar al Maestro. Otras preguntas provenían de
esquemas culturales y religiosos predeterminados, como ante el ciego de nacimiento26. El joven rico inquiere27, pero sin estar abierto a la Novedad de la Palabra en su vida. Y no faltan
preguntas, cuyo objeto es conducir a Jesús hasta la muerte28.
Demos un paso más. Ciertas preguntas pueden resultar útiles, pero sin ir al fondo del dinamismo del estudio de Nuestro Señor Jesucristo en las Escrituras. Así, cuestiones como:
¿Qué debo hacer con los pobres? ¿Qué piensa Jesús de los pobres? ¿Cómo forma a sus discípulos?, son interesantes, pero su formulación puede conducir a callejones sin salida. El Estudio del Evangelio deriva pronto en búsqueda de una doctrina o de una práctica. Su finalidad
es más profunda y más mística. Como el Padre es quien habla, actúa y se revela en el Hijo, así
el discípulo está llamado a marchar, hablar y actuar en su Espíritu. La meta no es copiar a alguien del pasado, sino que el Resucitado siga hablando y obrando en una situación concreta y
de acuerdo con su personalidad y vocación. He aquí un texto significativo: «Viendo obrar a
Jesús, vemos las acciones mismas del Padre, porque el Hijo no hace nada por sí mismo, y es
él Padre quien hace él mismo sus obras. ¡Qué bella armonía! ¡Qué acuerdo entre el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo en Jesucristo! Y nosotros, ¿Qué tenemos que hacer? Estudiar a nuestro Señor Jesucristo, escuchar su palabra, examinar sus acciones, a fin de conformarnos con él
y llenarnos del Espíritu Santo» (VD 225). Insisto, no es lo mismo conocer a Jesús que tener
información sobre las actitudes, manera de pensar y de actuar de un personaje del pasado.
21 Cf. Lc 13,23
22 Cf. Hch 1,6-8
23 Cf. Jn 21,21-22
24 Cf. Jn 10,38-42.
25 Cf. Mt 22,15-22.
26 Cf. Jn 9,1-5.
27 Cf. Lc 19,16-22.
28 Mc 14,60-64.
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La finalidad del Estudio del Evangelio, por otra parte, se orienta a instaurar un verdadero
diálogo; y éste comporta sus exigencias. Requiere entrar en una relación viva con Jesús, como
con un contemporáneo. Además, como Pablo lo recuerda, el riesgo de quedarse en «un conocimiento según la carne»29, que no respete el señorío de Cristo, es una amenaza constante. Las
preguntas, con frecuencia, encadenan la novedad de las Escrituras. Existe el peligro de reducir
el Evangelio a un libro de recetas o de respuestas. Ahora bien, la Palabra es viva, libre, operante, creadora de novedad, sorprendente. No se limita a responder a las cuestiones del hombre limitado, sino que lo interroga y cuestiona, e interviene con autoridad en su vida. El discípulo y educador de la fe escudriña las Escrituras, para abrirse al discernimiento y juicio de
Dios. Jesús vino a dar cumplimiento a la esperanza depositada por el Padre en el corazón de la
creación; y no dudó en cuestionar, purificar y juzgar las falsas expectativas de los hombres.
Las Escrituras no son una biblioteca del pasado, sino una Palabra viva que penetra en los entresijos del hombre. Quien no acepta de entrada la intervención y aún la contradicción inherente a la Palabra, su Estudio del Evangelio se convertirá en búsqueda de confirmación de
su acción o pensamiento. Reduciría así el Evangelio de Cristo a cosa de hombres. Era el reproche de Pablo a los insensatos gálatas30.
¿Cómo hacerlo de manera correcta?
Puesto que hay maneras insensatas de plantear las cuestiones al Evangelio, veamos cómo
hacerlo de manera correcta:
Antes de plantear la cuestión, es preciso renovar el acto de fe. Creo que el Padre viene a mi
encuentro para «entretenerse conmigo». El Resucitado sigue saliendo al encuentro de los suyos para abrirles sus inteligencias y dárseles a conocer. Nadie conoce como conviene. Los
pensamientos de Dios y los de los hombres difieren; sus caminos, también. La fe abre al diálogo, en el que el discípulo se deja recrear por la Palabra.
Tomar el tiempo necesario, para decirse a sí mismo qué quiere preguntar a Jesucristo. Es
preciso dilucidar de dónde nacen mis preguntas y qué esconden en profundidad.
Formular con sencillez, apertura y concreción la pregunta al Evangelio, a fin de recibir la
luz proveniente de Jesús. “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). El Estudio del Evangelio busca la luz que
permita a la libertad tomar decisiones con responsabilidad y creatividad. Dios no viene a resolver los problemas de la humanidad; la bendice y libera para que avance con el amor y la
responsabilidad del Hijo amado.
Las preguntas anteriores sobre los pobres y la formación de los apóstoles, podrían formularse más correctamente, a mi entender, de la manera siguiente: ¿Cómo se me revela Jesús en
su acción con los pobres? ¿Cómo se me da a conocer cuando habla de los pobres? ¿Quién es
Jesús para formar así a sus discípulos?
Esta manera de preguntar tiene sus ventajas: Centra de entrada en la persona de Jesús;
adentra en la libertad filial, cuyo fundamento se halla en la comunión con el Padre; adapta la
respuesta al hoy de los pobres; recuerda que nadie es maestro como Jesús, el único Maestro y
Preceptor, dado por el Padre a los hombres; la perspectiva mística del estudio de Nuestro Señor Jesucristo se recalca mejor. También evita que el Estudio del Evangelio derive en voluntarismo, moralismo, iluminismo o fundamentalismo. La Palabra de Dios funda la existencia,
pero no elimina la libertad de la criatura. El hombre debe buscar aun a riesgo de equivocarse.
29 Cf. 2Cor 5,16. Jesús es el viviente. Al resucitarlo de entre los muertos, el Padre ha sellado definitivamente el testimonio: “Éste es mi Hijo,
mi Elegido; escuchadle” (Lc 9,35). El Verbo encarnado es realmente Dios.
30 Cf. Gal 1,6.14; 3,1-5; 5,1-13. Pablo reacciona con vehemencia contra quienes quieren transformar el Evangelio de Cristo y reducirlo a
cosa de los hombres. Está en juego la libertad de los que han recibido el Espíritu de la filiación.
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El Evangelio es una fuerza de salvación, para que el discípulo colabore libremente en la
herencia del Padre. En Pablo era Cristo quien vivía y actuaba, pues sostenía su libertad y creatividad para llevar a cumplimiento la Palabra31.
Buscar la respuesta de Dios en su Verbo encarnado. Para explicar lo que quiero sugerir,
tomo el ejemplo de la carta a los Hebreos. El autor se sitúa ante una comunidad en crisis. No
ofrece soluciones; lanza una invitación apremiante para afrontar la persecución a la luz del
Hijo, Apóstol y Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza. ¿Cómo lo hace? Busca en Cristo, por el
que el Padre nos ha dicho todo y por quien tenemos abierto el acceso hacia la Patria definitiva. San Juan de la Cruz comprendió esta lógica, cuando comenta: «Porque en darnos, como
nos dio, a su Hijo, que es su Palabra, que no tiene otra, todo nos lo habló y de una vez en esta
sola Palabra, y no tiene más que hablar. (...) Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a
Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a
Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo. Porque le podría Dios responder de esta manera: “Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra,
¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en el te lo tengo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas»32. La
fuerza y la esperanza de la comunidad radica en avanzar con los ojos y los oídos puestos en
Aquel que inicia y consuma la fe. El educador de la fe ilumina e introduce en la fe cordial y
esperanzada. La comunidad, sin embargo, debe hacer frente al camino con libertad y responsabilidad. Cristo nos ha liberado para la libertad.
El Estudio del Evangelio exige libertad ante las culturas, modas e ideologías, incluidas las
propias experiencias. Jesús decía a los judíos: “Investigad las Escrituras, ya que creéis tener
en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí... Porque si creyerais a Moisés, me
creeríais a mí, porque él escribió de mí” (Jn 5,39.46). Cristo es el centro y el fin de las Escrituras. Sólo él puede iluminarlas plenamente. Quien busca su propia gloria y prestigio, se cierra al camino de la luz y de la vida.
“En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Jn
1,1). Ella es anterior en el ser y en el conocer. María muestra al discípulo el camino a seguir
para recibirla con inteligencia y sumisión. Conturbada por las palabras del ángel, “discurría
qué significaría aquel saludo”. Pregunta con sencillez y asentimiento, pues la pregunta auténtica y casta incluye una adhesión anticipada al que habla con autoridad: “¿Cómo será esto,
puesto que no conozco varón?». Y María, ante la respuesta no menos sorprendente y desconcertante del enviado de Dios, explicita su consentimiento sin reservas: “He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,26-38).
Concluyamos este apartado. El discípulo que formule bien sus preguntas, transitará
con alegría de la humanidad de Cristo a su divinidad y viceversa. Encontrará por añadidura el
dinamismo y la grandeza del designio de Dios.
2. Atención a las paradojas del evangelio
En el estudio de la Palabra, conviene adoptar la actitud de «la docta ignorancia», la actitud
leal del pobre ante una palabra que le supera. La Virgen sigue siendo nuestro modelo. “María,
por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). El discípulo
aguarda pacientemente que la Palabra le confíe sus secretos. La conserva en el corazón y deja
que su luz se abra en sus brumas interiores. No es el hombre quien hace luminosa a la Palabra,
sino que ella ilumina su inteligencia y existencia.
Al hablar de «docta ignorancia» no me refiero a un cierto tipo de teología, sino a la manera
31 Cf. Gal 2,19-20; 1Cor 15,9-10; Col 1, 25...
32 “Subida al Monte Carmelo”, II, 22, 3 y 5.
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correcta de situarse como verdadero discípulo ante las Escrituras. Consciente de la belleza y
de la grandeza del Verbo, inicia su investigación situándose como mendigo (Cf. VD 108):
«Haz, oh Cristo, que yo te conozca y te ame. Ya que tú eres la luz, deja llegar un rayo de esta
divina luz sobre mi pobre alma, a fin de que pueda verte y comprenderte». Cuanto más se
acerca a la fuente de la luz, más descubre la necesidad de ser sostenido en su búsqueda. El sol
ciega la pobre retina del hombre. La profundidad abismal, le produce vértigo y desconcierto.
La novedad y transcendencia absoluta de Dios vuelven trasnochadas las categorías y experiencias humanas. El Evangelio es siempre nuevo, pues en él viene a nuestro encuentro el Espíritu de la Novedad. «Déjame echar una mirada sobre ti, ¡oh belleza infinita! Borra un poco
tu gran luz a fin de que mis ojos puedan contemplarte un poco y ver tus perfecciones divinas».
Sólo con los ojos de la fe y con los oídos del amor, podrá el discípulo asomarse a Dios y a su
Misterio, tal como se nos ha revelado en Cristo por el Espíritu.
Esta docta ignorancia la poseía el ciego Bartimeo: “Rabbuní, ¡que vea!” (Mc 10,51). También se manifiesta en el otro mendigo ciego, cuando cuenta cómo recuperó la vista: “Ese
hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo
fui, me lave y vi” (Jn 9,11). El ciego, consciente de su ignorancia, camina paso a paso hacia la
verdad. Los judíos, con sus razonamientos, se alejaban cada vez más de la fuente de la luz. Jesús, ante la confesión de fe del ciego, afirma: “He venido a este mundo para un juicio: para
que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos” (Jn 9,39).
Los gestos y palabras de Jesús adoptan con frecuencia este tono paradójico; el Misterio de
Dios se presenta como una paradoja en la que se aúnan los contrarios. En Cristo se unen el
tiempo y la eternidad, la gracia y la justicia, el perdón y el juicio, la criatura y el Creador, el
hombre y Dios. En el estudio de Nuestro Señor Jesucristo, el creyente acoge la manifestación
paradójica de Dios en la historia. La comodidad y el conformismo intelectual impiden entrar
en la inteligencia de las Escrituras.
La tentación de la razón permanece invariable, aunque pueda adoptar formas diversas en el
curso de la historia. Pretende conquistar y dominar el Misterio de su origen y destino. Para
ello elabora explicaciones plausibles y a su talla. Ignora que las Escrituras son el testimonio
proveniente de Dios, mediante testigos previamente designados por Él33. Ellas atestiguan la
verdad de la realidad y su significado. La inteligencia del discípulo, con la luz del Espíritu,
indaga la Verdad y las consecuencias para su vida. El dinamismo profundo del Estudio del
Evangelio podíamos resumirlo con estas palabras de Pablo: “De fe en fe” (Rom 1,17). Parte
de la fe, se desarrolla en la fe y acrecienta la fe.
Cuanto más se conoce a Dios y su Verbo encarnado, más se admira su grandeza y belleza;
más consciente se hace también de su ignorancia. Es preciso que la frágil retina de la inteligencia no se asome a realidades que le superan; su sabiduría y grandeza están en relación directa con su humildad. Ella está hecha para una determinada intensidad de luz y de calor; no
puede superarlas sin quemarse, como lo recuerda la experiencia de los místicos. Pero Dios, en
su bondad y amor, no duda en acomodarse a ella.
Dios se comunica plenamente en su Hijo Jesucristo. En él todo se une y cobra sentido para
el creyente, aunque no sea capaz de dar una explicación satisfactoria para la lógica humana.
Las Escrituras afirman a un tiempo: "El Hijo ha sido enviado en una carne semejante a la del
pecado", "el Hijo no conoció el pecado", "a quien no conoció pecado, lo hizo pecado por no33 Pedro en casa de Cornelio narra cómo Jesús fue colgado de un madero y que “Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de
aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con Él después
que resucitó de entre los muertos. Y nos mandó que predicásemos al Pueblo, y que diésemos testimonio de que Él está constituido por Dios
juez de vivos y muertos. De éste todos los profetas han dado testimonio de que todo el que cree en Él alcanza, por su nombre, el perdón de
los pecados” (Hch 10,40-43). Las Escrituras nos transmiten precisamente el testimonio de los profetas y de los apóstoles del Resucitado.
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sotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él", y Pedro lo confesaba como "el Santo
de Dios". Los contrarios se aúnan en Cristo. La santidad de Dios y el pecado del mundo se revelan plenamente en su vida y pasión históricas. Las afirmaciones de la fe no pueden ser seleccionadas. Es preciso acogerlas en su totalidad y dejarlas que nos vayan brindando progresivamente su luz y armonía. La inteligencia de la fe y del amor ha de permanecer despierta y
activa, en búsqueda permanente bajo el influjo del Espíritu de la verdad.
¿Cómo hacer este trabajo durante el Estudio del Evangelio?
Anotar las contradicciones encontradas en los evangelios. Quien busque conocer a Jesús a
través de sus relaciones con la ley, por ejemplo, se encontrará con afirmaciones, gestos y actitudes difíciles de armonizar, contradictorios en apariencia. Jesús cumple la ley. No ha venido
a abolirla sino a darle plenitud. Pide que se escuche y se ponga en práctica su palabra. Con autoridad hablaba y mandaba. Y, sin embargo, hay gestos y palabras que parecen indicar lo contrario, la actitud de un revolucionario, de un transgresor de la ley, de alguien que se sitúa por
encima de ella y la pone al servicio de los hombres. El Estudio del Evangelio ha de recoger
todas esos aspectos, sin polarizarse en uno de ellos, como tantas veces ha sucedido en la historia de las comunidades eclesiales. Los de la ideología del orden, utilizaron unos textos; los revolucionarios, otros. La persona del Verbo de Dios era deformada en ambos casos. Manipulaban la verdad, en lugar de dejarse alcanzar por ella.
Por tanto, el estudio de las Escrituras no puede reducirse a los textos que parecen responder a nuestras cuestiones; importa estar atentos a los que parecen ir en dirección opuesta a
nuestros interrogantes. Es necesario que los contrarios dialoguen en la persona de Jesús, y así
puedan entregarnos una inteligencia más profunda de su misterio, meta de nuestro el Estudio
del Evangelio. En efecto, sólo quien se asoma con sencillez a la compleja realidad de la persona que incluye y aúna los contrarios, se planteará las auténticas preguntas de la fe: ¿Quién
es este hombre? ¿Qué nos dice de él mismo? ¿De dónde viene, a qué ha venido y a dónde nos
encamina?
La síntesis del estudio del evangelio. La síntesis no es un mero resumen ordenado de diferentes textos. En aquella buscamos interrelacionar los contrarios, para mejor descubrir la persona de Jesucristo, Camino hacia el Padre. ¿Cómo hacerla? Es necesario orar y meditar mucho, darse el tiempo necesario hasta que la luz de la Palabra de Dios brote en el corazón. No
es tanto fruto de la reflexión, cuanto de la oración. He aquí un ejemplo de lo que podría ser la
síntesis. Pablo busca cómo sus comunidades han de situarse ante los pobres de otras comunidades. De pronto una luz se abre camino en él: “Conocéis bien la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais
con su pobreza” (2Cor 8,9). Estamos ante una espléndida síntesis de un Estudio del Evangelio
sobre el compromiso con los pobres. En ella, se incluyen la acción y la conversión de la comunidad: Despojo y solidaridad, para enriquecer a los demás. La síntesis adquiere la forma de
una confesión de la fe eclesial. La alabanza, la súplica, la conversión del ser y del hacer, son
su prolongación natural.
Otro ejemplo. A. Chevrier investiga en el Evangelio el significado y las consecuencias
de la renuncia de los bienes de la tierra34. Su reflexiones se articularán en torno a dos afirmaciones, que no parecen guardar relación entre sí ni con sus preocupaciones sobre la pobreza
material del sacerdote: "Todo lo tuyo es mío y lo mío tuyo", expresión de la oración sacerdotal; y "una sola cosa es necesaria", palabras de Jesús a la atareada Marta. En esa luz, el «pobre
de la Guillotière» prorrumpe en una confesión de fe; alaba, admira la bella pobreza de Jesús,
34 Cf. VD p. 288-299. En estas páginas, el P. Chevrier establece el dinamismo teologal de una verdadera pobreza apostólica, es decir, del
Enviado de Dios para dar la Buena Nueva a los pobres. Pobreza que dista mucho de la ascesis altiva o individualista. Es una pobreza en
función de la misión y que sirve para enriquecer a pobres y ricos.
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la desea y la abraza hasta la muerte. El amor se hace práctica creativa35.
La síntesis, por tanto, expresa la intuición de la fe en la persona y misión del Verbo encarnado, en las que todo puede unirse. Esta «visión de la inteligencia del corazón» conduce a la
admiración, al amor, al seguimiento y al testimonio. Es una experiencia que conforma la existencia del discípulo y del apóstol. El discípulo ha encontrado su camino. El apóstol el sujeto
de su testimonio, pues lo ha visto, oído y palpado en la fe. Pablo sintetizó así su conocimiento
de Jesucristo y de las Escrituras: “Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,11).
Los contrarios se aúnan para gloria del Padre y para la vida de los hombres.
3. Atención a los detalles del evangelio
«En la vida de Nuestro Señor se encuentra la Sabiduría y la luz. En los pequeños detalles
encontramos toda nuestra regla de conducta y encontramos la perfección y una enseñanza según Dios, puesto que es Dios mismo quien se nos muestra. ¿Para qué sirve el Evangelio si no
se le estudia? Para conocer bien el Evangelio, hay que entrar en los pequeños detalles de cada
hecho, de cada acción, ahí es donde encontramos la sabiduría». A. Chevrier compara el Evangelio con una casa, que debe visitarse por dentro y por fuera para conocerla36, con un campo
en el que se puede encontrar toda clase de plantas. «Es realmente la casa de la Sabiduría. Encontramos en el estudio de Nuestro Señor, la verdadera luz; encontramos nuestro reglamente
de vida ya hecho, completamente preparado, masticado; sólo falta buscarlo, y encontrarlo;
cuando vamos a un campo, se da todo tipo de plantas en ese campo, si necesitáis una violeta
hay que buscarla; si necesitáis borrajas las buscáis; si hojas raras, las buscáis» (VD 516-517).
El P. Chevrier estudiaba «cada palabra, cada acción, para captar su sentido y hacerlo pasar a
los propios pensamientos y a las propias acciones». Estaba atento a los gestos y palabras del
Maestro37. ¿Cómo pasar de los detalles a la persona de Jesús? ¿Son los detalles los que dan a
conocer a la persona o ésta la que da sentido a aquellos? ¿Qué interacción se establece entre la
persona y los detalles?
La respuesta a estas cuestiones exige, una vez más, superar la tentación de la pereza intelectual. Un detalle, sacado de contexto, compromete, en ocasiones, la recta inteligencia de la
persona del Verbo hecho carne. Por ejemplo, ciertos gestos y palabras de Jesús parecerían
avalar una actitud violenta; otros, una reacción débil y cómplice ante la injusta opresión.
Herejías y cismas se apoyaron en una palabra, en un gesto, en un detalle del Evangelio. Vemos, pues, la gravedad del asunto que nos traemos entre manos.
Y, sin embargo, es preciso estudiar, una y otra vez, los detalles del Evangelio para mejor
conocer la novedad de la persona de Jesús.
¿Qué orientaciones seguir para avanzar en la perspectiva correcta?
El detalle en el todo. El detalle tiene su finalidad propia en la totalidad. Es preciso ver elpapel que juega en la frase, en la perícopa, en el todo del Evangelio. El evangelista, al narrar
un gesto o una palabra, tiene su intención; y debemos captarla por todos los medios a nuestro
alcance. No puede extrapolarse un detalle, hay que situarlo en el dinamismo de la persona, tal
como el autor sagrado pretende darla a conocer.
Cierto, ninguna presentación agota la riqueza de Cristo; y misión del Paráclito es introducirnos en su plenitud. Pero los testimonios apostólicos tienen la virtud de indicarnos la dirección correcta a seguir. El «Camino» tiene su objetividad. La persona es libertad, no arbitrariedad. Ni los escritores ni los intérpretes la crean a su antojo. El Espíritu tampoco suscitará significados contradictorios en el autor inspirado, en la comunidad apostólica y en la persona in35 Véanse las páginas 285-323 del VD, en especial la oración “¡Oh pobreza, qué bella eres!”.
36 Cf. Sal 48,13-15.
37 Cf. VD 227-228.
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dividual. Sí hará progresar a los unos por los otros en la comprensión de la única Palabra viva
de Dios. El detalle cobra todo su significado en el dinamismo de la persona del Enviado, en
quien todo se aúna, se comprende y cobra relieve. Al P. Chevrier no le interesaban los detalles
por los detalles, sino en cuanto le permitían ahondar en el conocimiento de la persona de Jesucristo.
La dimensión cultural de los detalles. Los escritores inspirados son tributarios de una lengua y cultura determinadas. Sus palabras no resonaban de la misma manera para sus contemporáneos que para nosotros. Detrás de las palabras subyace siempre una experiencia humana.
Quien habla o escribe utiliza los géneros literarios de los que dispone. La exégesis es, pues, de
gran utilidad para mejor percibir el testimonio apostólico. No siempre resulta fácil asomarse a
la experiencia cultural o al contexto del Antiguo Testamento, subyacentes en los textos de
Nuevo Testamento. Y un ministro de la Palabra ha de estar atento a los progresos de las ciencias bíblicas. La Palabra viva de Dios, por otra parte, se estudia y medita en una comunidad
animada por el Espíritu de Dios. El estudio espiritual del Evangelio y el exegético se complementan, aunque surjan en la práctica pequeñas tensiones.
Estudio del evangelio y oración. «Es en la oración de cada día, donde es necesario hacer
este estudio y hay que hacer que Jesucristo pase a la vida propia». Y comenta Pierre Berthelon: Esta plegaria asidua, esta oración debe alimentarse del conocimiento de Jesucristo que
no sea vago sino preciso. Por esto hay que estar atento a los detalles del Evangelio. No fijarse
en un solo detalle para hacer de él todo un desarrollo. En este caso se corre el riesgo de hacerle decir al Evangelio lo que no quiere decir. No elegir los detalles que vienen a justificar unas
ideas preconcebidas. En este caso someteríamos el Evangelio a nuestro propio pensamiento,
cuando sería necesario hacer justamente lo contrario» (VD 514). Para el P. Chevrier hay una
interacción entre el Estudio del Evangelio y la oración, se fecundan entre si.
La profundidad y la sencillez, lejos de estar reñidas, se postulan. La profundidad reclama la
sencillez de la inteligencia y del corazón, incluida una cierta austeridad. En el estudio espiritual y en la oración lo que cuenta es el encuentro con la persona viva de Jesucristo. En el Espíritu, se estudia y medita el Evangelio para ser transformados en Cristo, para seguirlo por el
camino que conduce al Padre; y no sólo para obtener algunas buenas ideas que se podrían utilizar a su aire. El discípulo conoce «a Jesucristo para pertenecerle». Este conocimiento lleva
consigo un radical descentramiento de sí mismo. En los otros estudios, la lógica cambia, pues
la inteligencia busca poseer y dominar. Como san Francisco de Asís, el «apóstol de la Guillotière» leía y practicaba el Evangelio sin glosas. Esta es su herencia más preciosa confiada a la
familia del Prado.
4. Conocer para aunciar
El P. Chevrier fue, ante todo, un «catequista de los pobres». Su caridad pastoral le llevó a
estudiar las Escrituras para depositarlas en el corazón y vida de los pequeños. También en su
calidad de «formador de sacerdotes pobres para los pobres» y, más ampliamente, de catequistas, encuentra su fuente de inspiración en la Palabra. ¿Cómo no comunicar a los que amaba
con pasión el bien supremo del conocimiento de Jesucristo?
Una convicción animaba al fundador de «la Providencia del Prado»: La clave última de la
situación de los pobres se encontraba en la ignorancia. La ignorancia de Jesucristo era para él
la raíz de todos los males; y su conocimiento, la raíz de todo bien. Instruir y formar auténticos
creyentes, verdaderos discípulos determinará su acción e iniciativas. Su instrucción partía del
Evangelio y conducía a él. «Oh, sed santos -escribía A. Chevrier a sus seminaristas-, ése es
vuestro trabajo de cada día. Creced en el amor de Dios; creced, para conseguirlo, en el conocimiento de Jesucristo, porque ésa es la clave de todo. Conocer a Dios y a su Cristo: en eso
consiste todo el ser del hombre, del sacerdote, del santo» (Carta 105).
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Para mejor comprender el objetivo del estudio de Nuestro Señor Jesucristo, conviene recordar qué significa la ignorancia en el sentido bíblico. Los judíos mataron a Jesús por ignorancia38. Pablo persiguió a la comunidad de Jesús por ignorancia39; y lo mismo hicieron los
principados y potestades de este mundo40. Los judíos conocían las Escrituras, pero no reconocieron a su Salvador. El brillante Saulo tampoco supo reconocer la verdad de Dios. Y las potestades de este mundo fueron incapaces de reconocer al Verbo venido en la carne. La ignorancia es, pues, cerrazón e incapacidad para reconocer y obedecer en la fe. Esta ignorancia
impide renacer a la vida del Hombre nuevo creado en Cristo. La raíz indoeuropea de conocer
–el francés evoca mejor la etimología: «con-naître» y «re-con-naître»- significa nacer a la vida del otro, ser uno con el otro.
Los motivos de la ignorancia pueden ser muy variados. Para A. Chevrier era claro que la
cultura imperante tenía un influjo negativo en los pobres. Su indigencia cultural, los arrojaba a
la miseria material y a una cierta degradación moral. Indefensos ante las nuevas corrientes
ideológicas, se alejaban de Cristo como su Salvador y Maestro. Además, la retórica de una
predicación vacía, cada vez más lejana al Evangelio, dificultaba el diálogo de la Iglesia con
ellos.
La catequesis del siglo pasado estaba centrada, ante todo, en las prácticas y los preceptos.
Jesús, secuestrado por ciertas «ideologías del orden», ya «no tocaba el corazón» de los pequeños e insignificantes, pues se sentían también relegados a la periferia en la Iglesia. La corriente del «Cristo revolucionario», claramente anticlerical desorientaba aún más a los iletrados.
Tampoco el «Cristo social» se mostraba capaz de devolver la dignidad filial a los pobres. A.
Chevrier, quizá de manera intuitiva y no muy reflexiva, apuesta por estas dos palabras: Instruir y sanar. En Cristo se encuentran todos los tesoros de la ciencia y de la vida. Ha venido a
liberar la libertad del amor, para adorar a Dios en espíritu y verdad y servir al hombre. Él es el
camino, la verdad y la vida41.
El catequista recibe la misión de conducirlos a la confianza filial, como lo muestra bien esta exhortación: «Él mismo ha tomado la forma de hombre para habitar con nosotros y tener el
tiempo para hablarnos y decirnos todo lo que el Padre quería enseñarnos por Él. Nosotros no
somos seres abandonados por Dios.
Tenemos un Dios que es verdaderamente un Padre, que ama a sus hijos y quiere instruirlos
y salvarlos» (VD 63).
En A. Chevrier, el verbo «instruir» guarda todavía su sabor antiguo. La instrucción se dirige al corazón, para que los pobres se integren en la edificación del templo espiritual. El Evangelio puede y debe estructurar la existencia del cristiano, del verdadero discípulo. He aquí
como definía la «finalidad de toda instrucción y del catecismo. Es iluminar la inteligencia por
el conocimiento, mover el corazón por el amor y determinar la voluntad a actuar. La fe, el
amor y la acción, son los tres efectos que hay que intentar producir en toda instrucción» (VD
451). El ministro del Evangelio ha de conocer, por tanto, el designio del Padre; ha de saber
que el único fundamento es Jesucristo; y ha de colaborar con el protagonista de la misión en
el testigo y en el oyente, el Espíritu Santo. El itinerario del discípulo, del catequista y del formador se unen en el estudio de Nuestro Señor Jesucristo.
Veamos los pasos a dar:
Conocer el designio del Padre. La carta a los Efesios recalca que en Cristo “se ha dispen38 Cf. Hch 3,17; 13,27.
39 Cf. 1Tim 1,13.
40 Cf. 1Cor 2,8.
41 Cf. Jn 14,6.
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sado el Misterio escondido desde siglos en Dios” y manifestado ahora al mundo en la Iglesia42. El catequista debe conocer este designio vitalmente para testimoniarlo ante sus oyentes.
Los pastores faltan a su misión si lo desconocen, no lo viven o lo anuncian de forma parcial.
Más, pueden hacerse reos de la sangre de sus hermanos. La llamada a evangelizar a los pobres
aparece así en toda su grandeza y exigencia.
El Salvador y Revelador. El Enviado del Padre ha venido a instruir y a salvar lo que estaba
perdido. Es el fundamento del hombre según Dios y sobre él ha de edificarse con amor. El catequista ha de anunciar, contagiar y desarrollar la esperanza: Dios está por el hombre, con él y
en él. Este es el fundamento de la catequesis, de la verdadera ciencia.
El Santificador. Cristo y el Espíritu son como las dos manos mediante las cuales el Padre
realiza su designio de amor. Quienes acogen por la fe a Cristo, renacerán por el agua y el Espíritu a una vida nueva. La salvación es gracia y tarea. El Espíritu nos une a Cristo y nos da la
conciencia filial; también derrama en el corazón del hombre el amor, para que viva de acuerdo con la libertad. El catequista no puede encasillarse en un discurso meramente ético; ha de
anunciar a los ignorantes, que el Espíritu los sostiene en la acción y la oración.
La respuesta a cristo en la iglesia y en el mundo. En su predicación al pueblo pobre y
humillado, «el catequista del Prado» subrayaba la necesidad de desarrollar la fe, el amor y la
esperanza. La insistencia en la dimensión teologal debe ser primordial, si queremos «tocar el
corazón» de los menospreciados, de los heridos de la vida. El «formador de sacerdotes según
el Evangelio», basado en la seducción de Cristo, desarrolló el camino de las renuncias como
un camino de libertad para un seguimiento más de cerca del Verbo en su misión de evangelizar a los los pobres de la tierra.
En el estudio de Nuestro Señor Jesucristo, «el discípulo», «el apóstol», «el catequista o
evangelizador» y «el formador», encuentran su centro unificador. El Estudio del Evangelio
contribuye así a unificar la existencia del ministro del Evangelio. Por tanto, es necesario superar la apreciación de quien dice: “A. Chevrier en medio sus múltiples actividades, encontraba tiempo para estudiar el Evangelio”. La visión justa, en mi opinión, es ésta: “Porque estaba
inmerso en el Evangelio fue un hombre creativo y eficaz en su acción apostólica”.
5. Conocer para reconocer
Como apuntaba al inicio de estas reflexiones, A. Chevrier trabajó toda su vida para desarrollar el bien supremo del conocimiento de Jesucristo, mediante un estudio asiduo en las
Escrituras y la Eucaristía. Hoy, además de estas dos fuentes principales, se trata de ver cómo
Jesús se revela en la vida de la comunidad eclesial, en el camino de los pobres y en los acontecimientos.
La fe es explícita: Puesto que la Palabra de Dios es viva y operante, puede y debe ser
reconocida en los acontecimientos43. La Palabra crea, mantiene y recapitula. El Padre no tiene
dos palabras, sólo la Palabra encarnada. Y como el Antiguo Testamento apunta hacia Jesucristo, también lo hace la historia animada por el Espíritu, pues Dios comunicó al hombre su
soplo vital.
Puesto que el Señor resucitado ha prometido estar en medio de los suyos, el creyente
puede y debe encontrarlo en la comunidad eclesial44. Jesús al pasar de este mundo al Padre,
decía a los suyos: “Acordaos de las palabras que os he dicho: El siervo no es más que su Señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también guardarán la vuestra” (Jn 15,20). La comunidad apostólica no puede separarse
42 Cf. Ef 3,1-13.
43 Cf. 1Tes 2, 13; Heb 4,12; 1Pe 1,23; Is 49,2; Rom 1,16; Col 1,15-17; Jn 1,1-10.
44 Cf. Mt 18,19-20; 28,20; Hch 9,5...
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del Maestro que la envía. El Cuerpo no puede escindirse de la Cabeza. La Esposa y el Esposo
forman una sola carne.
Y porque el Resucitado se identifica con los pobres del mundo, el discípulo puede y
debe reconocerlo y servirlo en ellos45. Cristo permanece como el Crucificado. Y quien quiera
seguirlo en su obra de liberación y de evangelización, ha de seguirlo como Siervo. Pero el
desconocimiento del Evangelio impide reconocer de modo explícito a Cristo en los pobres,
aunque sea servido en ellos de forma anónima.
¿Cómo ir del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio? ¿Cómo conocer a Jesús a
través del testimonio apostólico, para reconocerlo en la historia de la Iglesia y de los pobres?
¿Y cómo una vez reconocido releer de nuevo los testimonios proféticos y apostólicos? Quien
no haya conocido a Jesús en las Escrituras y en el sacramento de la Pascua, corre el inmenso
riesgo de proyectar sus fantasmas e ideas en la historia, en la comunidad eclesial, en la existencia de los pobres. Nadie llega al reconocimiento explícito del Verbo encarnado, al menos
de forma ordinaria, al margen del testimonio apostólico. Se puede llegar a un cierto conocimiento de Dios a través de la creación, pero la Encarnación redentora y, consiguientemente, el
misterio de la Trinidad, se manifiestan en la fe eclesial.
En ésta, las novedades de la historia reenvían a la Novedad del Dios amigo del hombre
y presente en la historia; la vida de la Iglesia remite al Dios que es comunión de personas en
misión; la existencia de los pobres, a un Dios que es ternura, fidelidad y justicia. El Estudio
del Evangelio del pastor, hecho en la fe eclesial y en solidaridad con los pequeños, comporta
este círculo hermeneútico: conocimiento → reconocimiento → discernimiento → conversión
→ conocimiento.
Este trabajo exige docilidad al Espíritu y apertura a la totalidad del designio de Dios.
Cosa que no puede hacerse, sin renunciar a sus expectativas culturales y aún religiosas. Bloqueados en sus esquemas mesiánicos, los discípulos de Emaús tenían los ojos retenidos para
reconocer al Peregrino del camino, su inteligencia estaba embotada y su corazón era tardo para creer las Escrituras y a los testigos de la primera hora. Su cerrazón ante la novedad, los sumergía en la noche y andaban con aire entristecido.
Algunas indicaciones para ir del estudio de Nuestro Señor Jesucristo en las Escrituras a su
reconocimiento en la vida, y viceversa:
Del Estudio del Evangelio al reconocimiento de Jesús en la vida. No se puede pasar alegremente de un detalle de las Escrituras a «un hecho de vida cotidiana», sin caer en la trampa
de un cierto concordismo, el cual ni respeta el Evangelio ni la realidad humana. Sólo quien ha
entrado en el dinamismo de la Palabra hecha carne, podrá descubrir cómo actúa ella en los
acontecimientos, la vida de la Iglesia y de los pobres. Al Resucitado, se le puede reconocer
presente y operante en la historia, si se sintoniza con su palabra y acción de Siervo en la historia. La proyección, por tanto, del Estudio del Evangelio a la vida conviene hacerla a partir de
la síntesis; y no tanto desde una palabra o gesto aislado de la vida de Jesús.
En la tradición del Pueblo de Dios. Las Escrituras transmiten la auto-revelación de Dios en
la marcha de un pueblo de dura cerviz. A través del hijo pródigo y del hijo intransigente, Dios
se revela como «el Padre». La Vigilia Pascual no duda en cantar: ¡Feliz la culpa que nos mereció un Redentor tan grande! Los hechos y las palabras de la Biblia no pueden ser seleccionadas según una sensibilidad determinada. Dios se da a conocer en la historia de los hombres,
sea ésa positiva o negativa a los ojos de los esquemas religiosos o culturales. El designio del
Padre de recapitular todo en el Hijo prosigue su curso. La Palabra avanza victoriosa en la historia de los discípulos de hoy, de ayer y de mañana. Estos pueden ser clandestinos, como en el
45 Cf. Mt 25,31-46.
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caso de José de Arimatea; nocturnos, como Nicodemo; anónimos, como la samaritana o el
mendigo ciego; o declarados, como los Doce. La Palabra trabaja ya en el corazón de todo
hombre, aun cuando su germinación no se vea todavía.
El Estudio del Evangelio a partir de la Revisión de Vida. En el «Cuaderno de Vida» y de la
«Revisión de Vida», los seguidores de Jesús se esfuerzan por reconocerlo en lo concreto de la
vida de los hombres. ¿Cómo estar seguros que es el Maestro y no un fantasma, pues sale a
nuestro encuentro de manera inédita e insospechada?46 Para discernir su presencia, será necesario interrogar a las Escrituras con esta doble preocupación: ¿Hay continuidad en el proyecto
de Dios? ¿Cómo los hechos ayudan a una compresión más profunda de las Escrituras y de la
persona de Jesucristo? La inteligencia y la experiencia humana son limitadas. Para entrar en la
novedad perenne de Dios, el creyente debe reanudar siempre el camino hacia el origen y hacia
el futuro, pues Dios es la fuente y el fin. Este movimiento hacia atrás y hacia delante, lo realiza en el Espíritu. Quien busca conocer a Jesús en los acontecimientos, en la vida de la Iglesia
y de los pobres, se pondrá en marcha hacia la Palabra y la Tradición para mejor conocer la
persona y la misión del Verbo encarnado. La escucha y la contemplación de la vida, si son auténticas, reenvían a la Escritura. La Revisión de Vida puede y debe renovar el Estudio del
Evangelio.
6. Con la Iglesia y con los pobres
En la fe de la Iglesia y con todos los santos
El estudio personal de las Escrituras es un acto eclesial. En cada uno de sus miembros, el
Pueblo de Dios va al encuentro de su Señor y Salvador. El verdadero discípulo crece en el seno de la fe eclesial y la inteligencia de ésta se desarrolla en el corazón de aquel.
El conocimiento y el seguimiento del Maestro están vinculados a la permanencia en la
comunidad47. Quien abandona la fe eclesial, se cierra al camino del verdadero conocimiento.
Pablo lo sabía bien, y obraba en consecuencia. Anuncia el Evangelio que ha recibido; sube a
Jerusalén para discernir si su misión y «su evangelio» están en sintonía con la fe de los Doce48. Nadie vive o anuncia el Evangelio por cuenta propia. En la vida del discípulo y en el
anuncio del apóstol, ha de manifestarse la única de fe del Pueblo de Dios.
El estudio de Nuestro Señor Jesucristo se realiza en comunión con los santos. El Apóstol pide que la comunidad de Éfeso, “fortalecida por la acción del Espíritu”, pueda “comprender con todos los santos”... “el amor de Cristo, que excede todo conocimiento” (Ef 3,14-19).
La Iglesia es un organismo vivo. La gracia del todo redunda en cada miembro y viceversa.
Este organismo vivo, cuyo principio vital se encuentra en Dios, tiene una estructura
apostólica. El Estudio del Evangelio se hace en la fe apostólica, a cuyo servicio se encuentra
el Magisterio. El Espíritu y la Iglesia apostólica están al servicio del verdadero conocimiento
de Dios y de su Cristo. El Espíritu de la verdad es enviado para introducir a los discípulos en
la Verdad plena. El Magisterio vela para que su Señor sea conocido, amado y anunciado de
manera correcta. Su tarea no es tanto la de defender unas verdades, como si de fósiles se tratara, cuanto la de alertar a la comunidad, con diligencia y autoridad, para que crezca correctamente en la inteligencia y vivencia del Misterio revelado en Cristo.
46 Después de la multiplicación de los panes, de noche, Jesús sale al encuentro de los discípulos, cansados de remar. Viene caminando sobre
las aguas y ellos creen ver un fantasma (Mc 6,45-52). Ante el anuncio de la Pasión, los discípulos reaccionan desde sus esquemas humanos y
religiosos, no estaban todavía capacitados para reconocer en Jesús al auténtico Mesías (Cf. Mc 8,31-33).
47 El evangelio según san Juan insiste en cómo los discípulos que deciden abandonar a Jesús se retiran de su compañía y de su comunidad
(Cf. Jn 6,59-71). Cuando Judas consuma en su interior la decisión de entregarlo a las autoridades, sale de la comunidad. “En cuanto tomó
Judas el bocado, salió. Era de noche” (Jn 13,30). El seguimiento de Jesús es siempre comunitario.
48 Cf. 1Cor 15,1-8; 11,23; Gal 2,1-14.
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Puesto que al Esposo lo conoce, ante todo la Esposa animada por el Espíritu, los discípulos y testigos de la Palabra han de estudiarla en comunión con la fe del Pueblo de Dios, a
cuyo servicio se encuentra el Magisterio y la reflexión teológica.
Si se tienen en cuenta las orientaciones de los Padres de la Iglesia49 , una vez realizado
el Estudio del Evangelio, conviene someterlo a las reglas y a los criterios propios de interpretación de la fe eclesial: La Eucaristía, el Magisterio, la fe de los ancianos, el amor y la solidaridad con los pobres y la edificación de los débiles en la fe. San Ignacio de Loyola50, en sus
famosas reglas para sentir en, como y con la Iglesia, recuerda la necesidad de conocer a los
teólogos de ayer y de hoy. En el Prado, se insistió, con excesiva frecuencia, en que basta el
Estudio del Evangelio. Opino que no era el pensamiento ni la práctica de A. Chevrier. Había
leído más de lo que se imagina. Conocía bien la doctrina del Magisterio de la época. Sus estudios de Evangelio, en muchas ocasiones, dependen de sus lecturas y las prolongan. A los suyos, les recomendaba que elaborasen su propio catecismo partiendo de sus estudios de Evangelio, cierto, pero también de lecturas e instrucciones51. Lo único importante a sus ojos era
conocer a Jesucristo y darlo a conocer. Todo lo que le conducía a este fin era bueno, todo lo
que le alejaba, lo descartaba.
El Estudio comunitario del Evangelio, que se practica en los equipos es ya una manera de
leer en la Iglesia y con la Iglesia las Escrituras. Conscientes de la presencia viva del Resucitado en la Palabra y del influjo del Espíritu en el hermano, los participantes se hacen discípulos
del único Maestro a través de la escucha del otro. Este estudio comunitario ha de desarrollarse
también con las comunidades eclesiales de talla humana o con otro tipo de grupos.
Con los pobres
El P. Chevrier escribe: «Dios ha puesto en ciertas almas un sentido espiritual y práctico
que encierra más sentido común y espíritu de Dios que el que hay en la cabeza de los más
grandes sabios. Testigos, ciertos buenos campesinos, algunos buenos obreros, algunas buenas
obreras, mujeres que en seguida comprenden las cosas de Dios y saben explicarlas mejor que
muchos otros» (VD 218). En la medida que los pobres leen «con sencillez» y «sin razonar»,
dejándose conducir por el buen sentido y la verdad de los hechos, muestran el camino a seguir. Poner el Evangelio entre las manos de los pobres y escuchar su interpretación, aporta
mucho al pastor.
Fue beneplácito del Padre revelar su Hijo a los insignificantes. “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y se las
has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,25-27). La Buena Nueva se ha entregado a los pobres. Han recibido luces especiales para acoger el misterio del Hijo encarnado, pues se asemejó a ellos de modo especial.
Pueden ser «nuestros maestros» en un doble sentido: porque muestran las actitudes decisivas para acoger la Palabra de Dios y porque sus vidas ofrecen una nueva clave para mejor conocer a Jesucristo. Él quiso hacerse pobre con los pobres; y el esclavo de todos, para liberar a
todos. La interpretación del Evangelio es más fresca y profunda desde los pobres.
«Estudiar el Evangelio con los pobres» y «estudiar el Evangelio para los pobres», son
49 En este punto, resulta muy interesante estudiar a san Ireneo, quien subraya cómo se ha de vivir y anunciar la fe de los apóstoles. La Iglesia
piensa como celebra y celebra como piensa, siendo la Eucaristía el centro de su celebración, vida y pensamiento. Las Escrituras han de ser
leídas en la escuela de los ancianos, garantes de la fe del Pueblo de Dios (Cf. Adv. Haer. IV, 26 y 27).
50 Ver en el libro de los Ejercicios, los números 353-370, en particular la undécima regla, número 363.
51 Cf. VD 452.
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afirmaciones complementarias. Con los anawim de ayer, de hoy y de mañana, el ministro del
Evangelio accede a las Escrituras. Los pobres son mucho más que personas aisladas, es el resto santo de Dios, cuya fe y esperanza son las de la Iglesia, tal como las canta María, la madre
del Salvador. Para servir esta esperanza de los pobres, el ministro del Evangelio indaga la totalidad del designio de Dios y su cumplimiento en la historia. La «comunidad de los santos»
transciende los momentos y lugares; los pobres, también. El discípulo lee la Escritura con la
fe y esperanza de la Iglesia y de los anawim de la tierra.
El estudio de las Escrituras forma parte del combate del apóstol, pues recibe la misión de
“dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y
manifestado ahora a sus santos”; la misión de conducir a los que estaban lejos a la “esperanza
de la gloria”. Y Pablo insiste: “Quiero que sepáis qué dura lucha estoy sosteniendo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me han visto personalmente, para que sus
corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la
plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos
los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 1,24-2.5). Este estudio, en consecuencia, ha de
ser visto como el acto ministerial primordial, y no sólo para cuando se tenga tiempo. El ministerio es dado “para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de
la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto, a la madurez
de la plenitud de Cristo” (Ef 4,12-13). El trabajo puede resultar austero y árido, pues su eficacia, aunque alcance a los miembros del Cuerpo de todos los tiempos no se palpa de inmediato.
¿Somos bastante conscientes de este combate espiritual a favor de los empobrecidos de la tierra, a quienes en ocasiones se les priva aún de la Palabra, su verdadera esperanza?
¿Cómo acercarnos a las Escrituras con las actitudes de los pobres y cómo ayudarles a compartir su inteligencia del Evangelio?
Para concluir estas reflexiones, veamos una doble cuestión:
a. El estudio de las Escrituras con las actitudes de los pobres
Con la pobreza que les caracteriza en profundidad. Los anawim escuchan con fe, con la
confianza puesta en el Señor, pues ha mirado su humillación52. La pobreza del corazón está
hecha de humildad, sencillez, reconocimiento, admiración y gratitud. El pobre no pone su
confianza ni en su inteligencia ni en su fuerza. Abre el oído y el corazón para que la Palabra
de la Vida sea sembrada y germine con fecundidad53 en él.
Con la audacia de los humildes. El verdadero pobre es audaz, no razona. Ante la Palabra
que sale a su encuentro se limita a decir: «Señor, si tienes necesidad de un pobre, ¡aquí estoy
yo! Si tienes necesidad de un loco, ¡aquí estoy yo! Aquí estoy, oh Jesús, para hacer tu voluntad: ¡soy tuyo!» (VD 122). Consciente del poder de la Palabra para realizar cuanto anuncia, el
pobre se entrega a ella. Insiste también el P. Chevrier en la audacia y la sencillez del niño:
«alma sumisa y generosa, no dice: esto es difícil, es imposible, es algo opuesto a la prudencia,
al actuar común, nada de todo esto; el Maestro ha hablado, el Maestro lo ha dicho, esto basta... Es el razonamiento el que mata al Evangelio y el que quita al alma este impulso que nos
llevaría a seguir a Jesucristo a imitarle en su belleza evangélica. Los santos no razonaban tanto» (VD 126). En estos textos resuena la fe, la docilidad, la disponibilidad, la prontitud de
María para entregarse a la Palabra venida de Dios. Nada más audaz que aceptar ser la madre
52 Cf. Lc 1,48; 1Sm 1,11. El pobre, al tomar conciencia de que Dios ha puesto en él los ojos, descubre que está en favor suyo y recobra
esperanza, ánimo, ganas de vivir y de luchar. Surge en él la conciencia de su protagonismo en el designio de Dios.
53 He aquí el deseo ardiente del Apóstol: “La Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda
sabiduría, cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra o de
obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracia por su medio a Dios Padre” (Col 3,16-17).
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de su Señor.
Con la alegría de los pequeños. La gozosa esperanza de los pobres nace de sentirse agraciados por Dios. En efecto, al experimentar su amor fiel y compasivo, brota en ellos las ganas
de vivir y de trabajar en su campo. Confían en la pronta manifestación de la justicia de Dios,
tal como ha tenido ya lugar en la resurrección del Hijo encarnado. Insertos en el triunfo de
Cristo, en el amor del Padre, soportan los sufrimientos con la alegría de quienes tienen conciencia de participar al alumbramiento de un mundo nuevo.
b. Compartir el Evangelio con los pobres
Los pobres tienen derecho a la totalidad del Evangelio. Dios les ha regalado oídos y labios
de discípulo. Los pastores están urgidos a reunirlos para que descubran y compartan juntos las
riquezas de la Buena Nueva del Reino. Tienen un sentido certero de la Palabra y el Espíritu
trabaja en ellos. Quien está atento y se libera de prejuicios ancestrales, pronto lo descubre.
Instintivamente se tiende a darles lecciones. ¿Por qué no ponerse con ellos ante la Palabra
y acoger su inteligencia de Cristo? Sus expresiones y formulaciones pueden ser, en ocasiones,
desafortunadas a juicio de los sabios según el mundo, pero detrás de una deficiente expresión,
suele esconderse una verdadera inteligencia de la fe. Para comprender con profundidad al pobre, hay que tener un oído sensible, cordial, profundo. Sus formulas, como sucede con algunos salmos, son fruto de una fe atribulada en diálogo dramático con su Señor. Ante un Dios,
que parece no escuchar, su grito se alza desgarrador. Es el grito de la fe y de la esperanza,
aunque no se presente con los matices propios del hombre «culto». Los sabios matizan tanto,
que llegan a perder la libertad y la frescura del Hijo que sigue gritando: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado". Es un grito desgarrado, pero que se funde en una obediencia y
entrega perfectas.
Los pobres no tienen muchas palabras; ignoran los grandes discursos de los sabios de
este mundo. Pero su manera de pensar supera con creces el discurso de la razón, aunque sea
ésta religiosa. El «sabio de este mundo» corre el riesgo de encasillar a Dios. El pobre avanza
desde los hechos que se le imponen, como lo demuestra el diálogo del mendigo ciego con los
jefes de la Sinagoga. También la samaritana, mujer de mala reputación, indica cómo abrirse a
la Verdad del Mesías. Quien comparta el Evangelio con los pobres, entrará con pie firme por
el camino de la escucha, de la súplica, del testimonio, del seguimiento y de la adoración del
Verbo venido en la carne.
Antonio Bravo Tisner
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