Ariadna y el Minotauro

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Ariadna y el Minotauro… y Teseo.
Mucho pesar recibió el Rey Minos de Creta al recibir la noticia del asesinato de su hijo
Andogeo por parte de los atenienses. Por esos tiempos, la isla de Creta había logrado
subyugar a las demás naciones, incluida Atenas. Lleno de ira y de deseos de venganza,
Minos decidió castigar a los atenienses con una pena terrible.
Un hecho aquejaba a los habitantes de la isla: dentro de un laberinto inexpugnable residía el
Minotauro. Éste era un ser rasgos horrorosos: mitad humano, mitad toro. Su naturaleza era
también monstruosa.
El Minotauro hostigaba a los cretenses con sus exigencias: todas las noches de luna nueva
debían pagar un tributo que consistía en el sacrificio de siete doncellas y siete mancebos. La
congoja se extendió por toda la isla mientras el Rey Minos se encargaba de seleccionar a
aquellas y aquellos que debían cumplir con el sacrificio. De esta manera, conseguía que el
Minotauro no atacara a los ciudadanos de Creta. Pero el precio de la tranquilidad era
excesivo.
Es cierto que los intentos por aplacar a este monstruoso ser no se hicieron esperar: muchos
valientes llegaron a la isla con el propósito de dar fin al Minotauro. Sin embargo, el
laberinto parecía una trampa de perdición: todos aquellos que entraban a desafiar a la bestia
morían en la oscuridad de esa fortaleza. Perdidos en las idas y vueltas de la construcción,
topaban con el monstruo de dos cuerpos y fracasaban en el intento. Los sacrificios debían
repetirse cuando la luna nueva volviera a ponerse en el cielo.
Entonces, el castigo que impuso el Rey Minos a los atenienses, en venganza por lo
acontecido con su hijo Androgeo, fue el siguiente: los atenienses debían entregar a los siete
mancebos y a las siete doncellas que se convertirían en las víctimas del dueño del laberinto.
Entre aquellos que se encaminaban a una muerte segura estaba un joven griego llamado
Teseo, hijo el Rey Egeo, enemigo acérrimo de Minos. Éste se presentó como voluntario
para enfrentar al Minotauro. Su arrojo y valentía lo llevó a afrontar aquello que parecía una
locura: internarse en los territorios de aquel ser indescriptible. Teseo arribó a la isla de
Creta con ansias de dar fin a la bestia y se encaminó a la residencia del monstruo.
Ariadna, hija de Minos, no pudo evitar enamorarse profundamente de este joven griego y
decidió ayudarlo a vencer al hombre toro. Ya en la entrada del laberinto, Ariadna trajo
consigo una extensa cuerda que entregó a Teseo mientras le hacía prometer que en caso de
salir victorioso la llevaría consigo a Atenas:
- Tengo una idea- dijo Ariadna, mientras Teseo la observaba con curiosidad- para que no
te pierdas dentro de la casa del Minotauro, es preciso que te ates esta cuerda al cuerpo. De
esta manera podrás volver sobre tus pasos. Aquí te esperaré yo, ansiosa por volver a verte
con vida.
- Tu plan es perfecto, Ariadna- dijo Teseo encaminándose al laberinto- espero cumplir
con un requisito previo: mantenerme con vida.
Ariadna vio partir a su amado con lágrimas en los ojos. Teseo fue adentrándose en un
camino que se iba haciendo cada vez más oscuro. Tocando las paredes se daba cuenta
de que la ruta no era lineal, sino que giraba una y otra vez. Se fijó que la cuerda
estuviera bien atada a su cuerpo, agradeciendo la inteligencia de Ariadna. La otra mano
sujetaba la espada, con fuerza.
El rugido del Minotauro lo sacó del sopor de un camino a tientas. Era una especie de
lenguaje secreto, que no llegaba a comprender: ¿qué significarían aquellos ruidos
tenebrosos? ¿cómo sería aquel monstruo? ¿saldría con vida de aquel lugar? ¿podría
vivir con Ariadna en su Atenas natal? Estas preguntas pasaron por su mente mientras el
miedo recorría todo su cuerpo.
Pensó en la causa de la furia del Minotauro ¿Qué habían hecho los hombres con él
como para exigir semejante sacrificio? Las preguntas se esfumaron cuando de repente
vio los cuernos del toro brillando en la oscuridad.
Todo fue rápido.
La espada atravesó el silencio del laberinto y dio en el cuerpo biforme del Minotauro.
El monstruo yacía frente a sus pies. Había llevado más tiempo idear el plan de regreso
que asesinar a esa bestia a la que ni siquiera podía ver en la oscuridad.
Sintió el calor de ese ser siniestro y decidió tomar el camino de regreso, guiado por la
cuerda tirante ofrecida por Ariadna. Salió airoso de aquella batalla: todavía estaba la
sangre del hombre toro en la hoja de su espada como prueba de la hazaña.
Ariadna lo esperaba en la puerta de la fortaleza, tal y como lo había prometido. Teseo
no pudo cumplir con la promesa de llevarla consigo a Atenas, pero esa es otra historia.
Ahora, mejor, alejémonos con cautela de aquel laberinto, no quiera la suerte que nos
perdamos en las curvas engañosas de la construcción.
Versión libre del Prof. Ezequiel Pérez para los alumnos de ORT. Basada en las Vidas paralelas de Policleto y en la Biblioteca mitológica de Apolodoro
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