Una alianza del sector público y el privado

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Editorial
Una alianza del sector público y el privado
25-06-2014
El Gobierno ha publicado la lista de las 80 agencias privadas de colocación que podrán ser subcontratadas por las
comunidades autónomas para realizar servicios de intermediación laboral, esto es, poner en contacto oferta y demanda
con el fin de buscar un puesto de trabajo a los parados inscritos en los servicios públicos de empleo. Esta colaboración
público-privada se desarrolla en el marco de un acuerdo marco suscrito por la mayor parte de los gobiernos regionales, a
excepción de los de Andalucía, Cataluña y el País Vasco. A falta de que se verifiquen los pliegos de contratación de las
entidades, los servicios de intermediación laboral de las comunidades autónomas comenzarán a ser prestados, por
primera vez, por empresas del sector privado.
La reforma laboral autorizó en 2012 a las regiones a colaborar con las agencias privadas de empleo para llevar a cabo
esta tarea. La flagrante ineficiencia de los servicios públicos en este ámbito –apenas intervienen en el 2% de las
colocaciones registradas– llevó al Gobierno a autorizar un modelo que constituye una novedad en la legislación
española, pero no fuera de ella. La referencia más inmediata es la experiencia de Alemania, donde desde 1994 la
mediación en este ámbito ya no pertenece en exclusiva al Instituto Federal del Trabajo, lo que ha puesto de relieve los
beneficios que puede traer una colaboración público-privada fluida y eficiente. Ello resulta especialmente evidente en una
tarea como la de conjugar oferta y demanda, en la que las rigideces estructurales que arrastra el sector público impiden
gestionar una y otra variable con la necesaria rapidez y flexibilidad.
Las agencias cobrarán una tarifa por cada colocación que consigan con un contrato de al menos seis meses a tiempo
completo en un período de ocho meses –que se eleva a un año si el contrato es fijo discontinuo–, una cantidad que se
reducirá si la colocación es a tiempo parcial. La cuantía oscilará entre los 300 y los 3.000 euros en función del perfil del
trabajador empleado, además de otros posibles complementos. A ello hay que sumar la posibilidad de que las entidades
cobren hasta un 15% de la tarifa prevista por inserción si resuelven irregularidades que supongan una sanción al parado
–esto es, conductas fraudulentas–, una cantidad que cobrarán aunque la colocación no se logre.
La medida, que ha sido muy criticada por sindicatos y oposición, constituye un intento perfectamente legítimo de frenar la
elevada tasa de fraude que existe en el cobro de prestaciones por desempleo. Pero también hace obligado que la
Administración supervise con las necesarias garantías una tarea que puede traer como consecuencia la pérdida de
prestaciones públicas. El reto está en que la tutela sea no solo efectiva, sino también lo suficientemente ágil como para
no entorpecer el propio proceso de colocación.
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