Este es un pequeño relato de terror ambientado en Nerja, el pueblo donde vivo. En él se cuenta una historia inquietante relatada por un niño de 15 años. La soledad y el miedo llevan a este personaje a investigar en busca de una respuesta a la serie de sucesos extraños que le ocurren. BUCLE. Cuando desperté, recuerdo que tenía mucho frio. Abrí los ojos e inmediatamente supe que esa no era mi habitación. Asustado me levanté rápidamente del colchón. El cuarto estaba oscuro, tan solo unos tenues rayos de luz procedentes de la luna, que entraban por una pequeña ventana situada al fondo de la habitación iluminaban el lugar. Intenté mantener la calma y lo conseguí. Poco a poco mi vista se iba acostumbrando a la penumbra y podía distinguir mejor las siluetas. Al lado de la ventana del fondo me pareció ver una cómoda un tanto destartalada y sobre ella un espejo. Me acerqué lentamente a mirarme en él y quedé sorprendido al ver mi rostro. Estaba magullado, pero no sentía dolor. De repente, vi reflejada en el espejo una sombra tras de mi, y de un golpe seco caí redondo al suelo. Recuerdo que me arrastraban y se oían susurros y voces pero no supe distinguir nada inteligible. Después volví a perder la consciencia. Esta vez, la habitación donde desperté era distinta. Se podía oler el sufrimiento y se palpaba la tristeza en la densa atmósfera. La nariz me sangraba profusamente. Solo un pensamiento me pasaba por la cabeza, voy a morir. Me puse de pie. Las piernas me temblaban y temía que me volviesen a atacar. Recorrí la habitación de lado a lado pensando en cómo podría escaparme de ese lugar, pero parecía imposible salir de allí. Comencé a llorar, y al instante note que alguien me observaba. Pregunté: ¿hay alguien ahí? No obtuve respuesta alguna, sin embargo seguía teniendo esa sensación tan desagradable de ser observado. Contuve las lágrimas y seque mis ojos con la manga de la sudadera que llevaba puesta. Estaba desorientado, no había ventanas, la habitación estaba iluminada por lámparas colgadas del techo como las que hay en el instituto en el que estudio. Esas típicas lámparas con forma rectangular a las que se les insertan dos varillas llenas de gas y que suelen dar una iluminación muy pobre. No sabia en que momento del día me encontraba, quise mirar la hora pero mi reloj de pulsera había desaparecido; en su lugar, el escozor de unos arañazos de los que no me había percatado hasta ese instante, me indujeron a pensar que alguien o algo me lo arrancó bruscamente. Lo que si podía percibir era el sonido de la lluvia. La fría puerta de metal, al otro lado de la habitación, se abrió repentinamente reclamando de inmediato mi atención. Fuese lo que fuese lo que entró en la habitación, no era humano. Era una especie de masa negra, grasienta, y fétida que se arrastraba lentamente por el suelo hacia mí. Tenía una cabeza, de la cual goteaba dicha masa. En ella unos ojos brillaban, con una luz blanca, más que el propio sol. Sentí un escalofrío cuando esos ojos cegadores clavaron su mirada en los míos. La lentitud de sus movimientos me hicieron posible la huida a través de la puerta. Corrí con todas mis ganas sin mirar atrás. Al salir del cuarto me topé con un largo pasillo que terminaba en una puerta de madera podrida. Me dirigí a toda prisa hacia ella e intenté girar el pomo, pero estaba cerrada. Entonces vi como la figura negra se me acercaba lentamente. Esta vez los ojos tenían un tono rojizo y sentí furia en su mirada. Empujé la puerta con el hombro hasta echarla abajo. Al otro lado de esta vi una calle, una calle que me sonaba bastante. ¡Pertenecía a Nerja!, el pueblo donde vivo. Un cartel que ponía: C//Castilla Pérez, me lo confirmó. Recorrí la calle en dirección a la ermita del pueblo. El ambiente era desolador. No se veía ni un alma por aquel lugar habitualmente tan transitado. Todas las tiendas estaban cerradas y no se escuchaba ningún ruido. Poco a poco una espesa bruma fue cubriendo el entorno. En unos minutos mis ojos no alcanzaban a ver más allá de un par de metros, pero me orientaba bien ya que pasaba por allí habitualmente. Estaba cansado y dolorido pero no podía parar a descansar porque temía que ese ser me estuviese persiguiendo. Sentía miedo, miedo y confusión. Pero mis ganas de saber lo que estaba pasando eran mayores que el cansancio y que todos esos sentimientos. De repente la bruma fue cesando y pude ver lo que me rodeaba. A lo lejos una poderosa luz roja brillaba en el cielo. Me dirigí hacia ella sin pensarlo un momento. Habrían pasado unos diez minutos cuando llegue justo debajo de la luz. No me podía creer donde había llegado. ¡Era mi casa! Sin dudarlo corrí hacia la puerta del portal de mi edificio y llame a todos los timbres empezando por el mío. Como era de esperar nadie respondió. No me quedo más opción que romper el cristal de la puerta de una patada. Una vez dentro subí rápidamente por las escaleras, de dos en dos. Aporreé la puerta de mi casa desesperado, como un último intento de encontrar a alguien, pero no esperaba ninguna contestación. Me senté en el pasillo y me puse a reflexionar pero los fuertes latidos de mi corazón me impedían concentrarme. Un instante después, la puerta se abrió. ¡Era mi madre! Fue tal mi sorpresa que empecé a marearme y perdí el conocimiento. Al despertar estaba en mi dormitorio. Pegue un salto de la cama y fui corriendo al salón, donde se encontraban mis padres. Les conté todo lo que me había sucedido. Entonces mi padre dijo: “Hijo mío ha sido todo una mera pesadilla. No te preocupes”, mientras se dibujaba en su rostro una sonrisa extraña, casi diabólica. Él se dirigió hacia su despacho. Yo me quede allí con mi madre y mi hermano pequeño. La verdad es que todo me parecía raro, la forma en que me hablaban, sus miradas,… Empecé a sospechar algo. Poco después mi padre me llamó y yo acudí al despacho. Me quería enseñar un video muy gracioso de un programa de televisión que veíamos todos los días. Fue entonces cuando me fijé en el pequeño espejo que había en la esquina de su escritorio. No era él quien se reflejaba allí sino la figura negra y grasienta que vi antes. Mi “padre” se percató del miedo que sentí en ese momento y se dio cuenta de que yo había descubierto que él no era mi verdadero padre. Entonces giro su cabeza y me volvió a dedicar una sonrisa demoniaca. Mi corazón se aceleró bruscamente y exclamé: “¡Dios mío, que es esto!” Cuando la angustia se apoderaba otra vez de mí, un ruido estrepitoso, agudo y repetitivo, me hizo encoger de un brinco. Nunca antes me había alegrado tanto escuchar la alarma de mi moderno despertador de leds, que me sacaba del horror y me devolvía a la rutina de un día más de instituto. Todavía intranquilo por la pesadilla, me vestí, me lavé la cara y los dientes, guardé en la mochila el bocadillo que mi madre me había preparado antes de marcharse al trabajo y salí de casa. Ya en la calle, un tibio sol iluminaba un panorama urbano desierto. Por un momento la inquietud se apoderó nuevamente de mí. Quise quitarle importancia pensando en lo temprano de la hora y en la casualidad, pero a medida que me acercaba al instituto el nerviosismo crecía desaforadamente. Ni un alma, nadie en las calles. Ningún ruido, ni siquiera un murmullo lejano. Tragué saliva y me quedé parado delante del viejo portón de hierro que da acceso a la escuela, esperando a alguien, esperando algo, quizás despertar otra vez.