Marcelino Champagnat

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Noviciado Interprovincial La Valla
Henry Araujo
Medellín, 11 de Noviembre de 2013
Marcelino Champagnat: Claves para la vivencia comunitaria.
“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas”
(Jn 10, 11)
La vida de Marcelino es sinónimo de entrega
generosa y rebosante hacia sus hermanos. Es una respuesta
a Dios muy oportuna para una época, que llamaba a la
división y a la lucha entre hombres, pero también es una
respuesta que transciende cualquier época, y es muy válida
para la nuestra.
Marcelino fue fiel al plan de Jesús viviendo en
comunidad y atestiguando que era desde allí como las
limitaciones podían ser superadas y se podía vivir de
acuerdo al reino de Dios.
Todo este aspecto de su vida me ha cautivado y ha
significado reto y camino. El ejemplo de Champagnat es una
llamada a dar la vida, especialmente entre mis hermanos de
comunidad, a revisar cómo está mi capacidad de compartir,
disfrutar y servir, y hacer sentir en la comunidad el amor de
Dios.
La respuesta comunitaria que Marcelino dio se fue desarrollando paulatinamente, a
medida que iba intuyendo lo que Dios le pedía y a medida que la comunidad que él fundó iba
dando pasos. Tenemos como primer momento un llamado que siente a formar comunidad de
hermanos. Así lo constatamos en la historia de la congregación:
“Un día vinieron a buscarle precipitadamente para que fuera a confesar a un niño de
doce años que se moría… Rápido se sentó al lado del moribundo y, durante dos horas lo
instruyó lo mejor que pudo sobre los principales misterios de la religión… y lo dejó para ir a
administrar a otro enfermo… Pero ¡ay!, el niño murió durante este intervalo... Entonces se dijo:
Cuántos niños están, tal vez en la misma situación… Muy impresionado con este pensamiento,
decidió comenzar la obra de su Congregación y, de inmediato, se fue en busca de J.M. Granjón”
(Vida del Beato Marcelino Champagnat 1985 – Hno. Silvestre. Capítulo IV Fundación de la
Congregación y primeros Colegios, pág. 24).
En el origen de los hermanos podemos notar algunos rasgos del carácter de Marcelino:
vemos que era una persona atenta a las necesidades de los demás y muy práctica. Él se
encargó de buscar una casa para los primeros jóvenes que siguieron sus pasos, les fabricó unas
camas de madera y una mesa de comedor. Les visitaba a menudo, se sentía responsable de
ellos, les modelaba el carácter, les daba clases de lectura y escritura, les orientaba y les
comunicaba los planes y proyectos que abrigaba para la gloria de Dios y la salvación de las
almas.
Más adelante, viendo que ellos necesitaban continuamente su orientación y consejo,
se fue a vivir con ellos, recibiendo críticas por parte del clero.
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Marcelino entendió que vivir en comunidad era sinónimo de existir para los demás. Él
daba testimonio de ello y los hermanos poco a poco se fueron contagiando de ese espíritu,
cómo lo podemos apreciar en la construcción del Hermitage:
“Todos los Hermanos se encontraron comprometidos en la construcción: ellos extraían
la piedra y la arena, las llevaban al lugar de construcción, hacían la mezcla y ayudaban a los
albañiles profesionales. Marcelino Champagnat era el jefe de obras y además trabajaba sobre
todo como albañil, pues era un hábil constructor. Seguía trabajando solo, mientras los obreros
dormían la siesta…” (Tras las huellas de Marcelino Champagnat – El contexto histórico,
religioso y educativo. Hno. Pierre Zind y Hno. Agustín Carazo. 1999 “Construcción del
Hermitage” pág. 141).
Marcelino siempre llegaba de primero y terminaba de último en el trabajo; su amor a
los hermanos le movía a entregarse y a estar unido a ellos muy íntimamente. Fue a través de la
construcción del Hermitage, como Marcelino construyó una comunidad y una verdadera
familia, compartiendo en todo la vida de los hermanos y desviviéndose por ellos.
Por último, Marcelino en sus relaciones comunitarias extendía el amor de Dios a todos
sus hermanos:
“Marcelino hace ver al hermano el papel que Jesús y María han de jugar en su
vocación: ellos son la ayuda eficaz y el objetivo final del hermano. Son también la ayuda eficaz
en las tentaciones. El Santo le hace ver además el puesto importante de la oración y su gran
eficacia cuando se hace bien” (Espiritualidad de San Marcelino Champagnat – Manuel
Mesonero Sánchez. Capítulo IV: Pinceladas para un retrato de la personalidad de Marcelino,
pág. 80).
Encontramos numerosos casos en los que Marcelino buscaba encaminar a sus
hermanos en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Por ejemplo, cuando les entrega las
reglas para animarles a profundizar en su vocación.
Era un hombre que sentía profundamente que Dios lo amaba y buscaba compartir esa
experiencia con los demás. Con su ejemplo, les enseñó a los hermanos la importancia de la
oración en sus vidas, de buscar en obediencia la voluntad de Dios.
A modo de cierre, podemos decir que el testimonio de Marcelino nos deja varios
cuestionamientos que pueden ayudarnos a seguir discerniendo los motivos que nos impulsan a
vivir en comunidad y la manera como cada uno nos colocamos frente a ella.
Marcelino nos muestra que la vida comunitaria es como ese tesoro escondido porque,
una vez encontrado, de la felicidad que se siente, la persona busca vender todo para comprar
el terreno donde se encuentra. Marcelino dejó su parroquia y sus comodidades para irse a vivir
con los hermanos; y disfrutaba vivir con ellos.
Pero, a la vez que nos muestra que la comunidad es un tesoro, también nos enseña
que es una tarea y un compromiso. Vivir en comunidad no consiste únicamente en estar
juntos, sino en estar juntos para profundizar el compromiso vocacional y construir ese reino de
Dios. La comunidad debe ser el lugar de la transcendencia, que estimule a las personas a amar
a Dios con todo el corazón.
Respecto a esto yo me preguntó varias cosas: primero, ¿qué es lo que busco al estar
con los demás en comunidad? ¿Qué pretendo? Y si realmente he descubierto esa felicidad en
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el vivir juntos o qué cosas me están impidiendo descubrirlas. Me parece importante no buscar
en los demás la responsabilidad de mi calidad de entrega en la vida comunitaria, sino mirarme
a mí mismo, poder llegar a profundizar en las cosas de las que me aferro y que no me permiten
vivir y entregarme en la comunidad con libertad.
Yo creo en la propuesta de la vida comunitaria para este tiempo y siento que, poco a
poco, he ido aprendido sus bondades y desafíos. Pero, como mencioné al inicio, siento que es
un camino que hacer, sobre todo desde el hacerme consciente de que la comunidad soy yo
mismo y somos cada uno, y que de la calidad de mi vida de oración, de relaciones y de trabajo,
depende la vida comunitaria.
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