Jornada Los opositores al peronismo, 1946-1955 Comentario Ana Virginia Persello Empiezo por el nombre de las jornadas porque de algún modo marca la aparición de problemas nuevos en el campo historiográfico. Hasta no hace tanto tiempo era el peronismo, y de algún modo sigue siéndolo, el que monopolizaba los trabajos sobre los años ´40-´50. La aparición de la oposición como objeto es relativamente nueva. En las jornadas interescuelas comenté que cuando, hace ya muchos años, comencé a trabajar en la cátedra Argentina del siglo XX, uno de los escasos textos que hacía mención a la dinámica que se establecía entre gobierno y oposición, y en ese caso, en el Congreso, era el texto de Ciria, que colocaba el eje de la antinomia peronismo-antiperonismo en la disputa entre justicia social y libertades públicas. Más recientemente, en el volumen dedicado al peronismo por la Nueva Historia Argentina, publicada por Sudamericana, Carlos Altamirano y Silvia Sigal se ocupan del antiperonismo: partidos y debate cívico y campo intelectual. El texto de Altamirano se centra en el debate entablado entre peronismo y oposición en dos momentos: el de la emergencia y el de la consolidación del primero. La hipótesis es que para el arco opositor se trataba de una dictadura fascista y la política social, la faz demagógica del mismo fascismo. Pasada la sorpresa inicial el antagonismo que había cristalizado en 1946 no se alteró. El voto había dado legalidad pero no ilegitimidad a un designio que seguía siendo totalitario y, por lo tanto, ilegítimo. Pero si el antagonismo no se alteró, los partidos antiperonistas no atravesaron el período como unidades monolíticas. El peronismo provocó brechas pero esas brechas tuvieron más que ver con la estrategia para enfrentarlo que con la lectura que hacían de él. Se sumó el libro de García Sebastián, y en este momento contamos con trabajos, algunos de los cuales escuchamos hoy, que tienen como objeto actores, prensa, partidos, cuyo recorte es nacional o provincial, que recolocan, profundizan, amplian la cuestión del antiperonismo o de la antinomia. Volviendo al campo intelectual, Silvia Sigal, en el capítulo de la NHA de Sudamericana que mencionaba, propuso que a diferencia de los sectores populares, para el conjunto de los intelectuales el gobierno surgido de la revolución de junio de 1943 y la figura de Perón eran ilegibles fuera del contexto internacional. Perón vino a insertarse en un sistema de oposiciones preconstituido. Los orígenes del peronismo popular y del antiperonismo intelectual fueron asimétricos. El antiperonismo de los intelectuales no fue el espejo invertido de los componentes populares (justicia social-injusticia social) como si lo fue para los sectores patronales. El componente popular del peronismo no condujo a los intelectuales a cambiar su óptica: el régimen fascista y el nacionalsocialismo habían sido conducidos por líderes populares. La oposición civil colocó su causa bajo las banderas del antifascismo. Sigal separa oposición política de oposición social y redefine el lugar en el que el propio peronismo había colocado la antinomia, lugar que Ciria reproducía: libertades públicas - justicia social. Los trabajos de José Zanca y Germán Friedman, ambos muy importantes no sólo para analizar a los opositores al peronismo sino para reconstruir ideas y estructuras organizativas de los actores en la entreguerras y en la posguerra, abonan de alguna manera la hipótesis de Sigal. Otro catolicismo y otra Alemania, personalismo y humanismo y alemanes antinazis, se constituyen en el marco de un antagonismo, de una antinomia que preexiste al peronismo. Y en ambos casos la coyuntura de emergencia de la antinomia se plantea hacia mediados de los años ’30. La llegada del peronismo reactualiza sus términos. La clave no es justicia social-injusticia social ni democracia real-democracia formal, sino fascismo-antifascismo. Y también en ambos casos implican una disputa en el propio campo: el humanismo disputa con el nacionalismo católico y con la jerarquía eclesiástica cual es la manera más legítima de ser católico y los alemanes antinazis, la de ser alemanes. En ambos trabajos queda clara una cuestión que tal vez parezca obvia pero que no siempre está lo suficientemente trabajada: los actores no son unívocos, no podemos referirnos a la iglesia o a las asociaciones alemanas sin establecer diferencias. A inicios de los años ´90, Nuestros años ´60, de Oscar Terán, vino a plantear que el fenómeno peronista había operado sobre los intelectuales una oposición casi “natural” que había obviado las diferencias. El peronismo soldó las más diversas corrientes en un antiperonismo que jugó como factor de unidad negativa. La negación fue la fuente de reconocimiento y la esfera de alianzas objetivas. Se necesitó, sigue planteando Terán, de su derrocamiento, de la exclusión del peronismo del Estado para que fueran visibles sus diferencias. De todos modos, que estuvieran larvadas, que no se expresaran públicamente, no implica homogeneidad. Tanto en el trabajo de Zanca como en el de Friedman aparecen y en ambos casos es posible detectar un fenómeno de relectura del propio peronismo previo a su derrocamiento que vendría no a anular, sino a matizar la hipótesis de Terán. Entre los alemanes antinazis hay comunistas y anticomunistas, no hay coincidencias en cuál es el mejor orden social para la posguerra. Pero, además, hay sectores que están dispuestos a moderar su rol opositor en aras de algún tipo de unidad. Y si la decisión de formar un partido puso en cuestión en Orden Cristiano la idea misma del partido y sobre todo, qué programa, qué orden social sostener dada la presencia de sectores más liberales en lo económico, por ejemplo y defensores del comunitarismo, hacia el final del gobierno peronista aparece ya la reflexión en torno a lo que el peronismo representaba y lo que efectivamente había producido –plantea Zanca-. Busacca, el autor del planteo podría ser tranquilamente parangonado con los grupos frondizistas del Comité Nacional del radicalismo, cuando en el mismo momento están planteando que el peronismo prometió una revolución y no la hizo pero eso no autoriza a formar parte del conglomerado “contrera”. (“No se puede ser antiperonista porque las mucamas ganen más o los oligarcas estén resentidos”). Es decir, si fue necesario el alejamiento del peronismo del Estado, tal como plantea Terán, para que el campo intelectual se fracturara, aunque esas fracturas preexistieran, estos trabajos vienen a plantearnos por donde pasaban esas fracturas que no sólo separaban al liberalismo de la izquierda sino a cada campo internamente. Y para terminar voy a referirme brevemente al trabajo de Leandro Lichtmajer, que también, desde luego, excede la cuestión de la oposición al peronismo y nos remite al análisis de la dinámica organizativa interna de los partidos como producto de su relación con el sistema político. Por un lado, Leandro incorpora el recorte provincial que es una incorporación más o menos reciente en la historia política del siglo XX, por otro, el registro que explora en este texto es el de la organización a nivel micro. Nos muestra que en el transcurso del gobierno peronista los comités prácticamente desaparecen y la hipótesis es que esto se asocia a una decisión organizativa de la cúpula intransigente y al impacto del peronismo. Más de lo primero que de lo segundo. Tengo una pregunta: en el discurso intransigente, ya desde los años 30, aparecía la idea de superar el caudillismo, las trenzas, los palomares; reemplazar a los hombres por las ideas. En todo caso, esto se traducía en una serie de proyectos de reforma organizativa que no suponían la supresión del comité a partir de la centralización de las decisiones en la cúpula, sino en transformar al comité en ateneo, biblioteca, centro de debate, etc. ¿Hay algo de eso en el proceso tucumano? ¿o sólo se trata de centralización?