Mi vida con la metáfora(en retirada):Apuntes para una lectura de Derridá y Paz “La palabra es nuestra morada, en ella nacimos y en ella moriremos; (…)” Octavio Paz Me propongo, no sin temor, comparar las que me parecen dos teorías similares, aunque con tratamientos formales muy diferentes sobre la metáfora, intento anotar coincidencias entre el discurso expuesto por Derridá en “La retirada de la metáfora” y, una de las lecturas posibles (y que propongo para este caso) del cuento “Mi vida con la ola” del escritor mexicano Octavio Paz. Para hablar de la metáfora, señala Derridá, se debe ser metafórico, creo que podríamos ser más drásticos y afirmar que para hablar se debe ser metafórico. Ignorar el lenguaje metafórico para hablar de la metáfora, tal vez, sería posible, pero hablar de la metáfora invita (para no decir obliga) a emplear la metáfora. He elegido a Octavio Paz para esta reflexión porque su relación como escritor con la metáfora es una relación de piel, de olfato, de tacto, una relación de amantes, él hace el amor con las metáforas, duerme con ellas, las acaricia, las materializa para amarlas o para odiarlas, desde luego. Si bien Derridá, retomando el sentido etimológico de metáfora, la hace circular en la ciudad y nos hace circular dentro de ella, como si fuera un medio de transporte (posiblemente lo es, aunque no, desde luego, en un sentido literal), Paz en su cuento: “Mi vida con ola”, nos relata cómo es su vida con la metáfora, más bien, nos narra cómo es la vida de cualquier escritor con la metáfora. En algún momento Octavio Paz en su ensayo “El lenguaje” afirma que: “Cada palabra o grupo de palabras es una metáfora”. El inicio del cuento “Mi vida con la ola” reflexión nos hace volver sobre esta afirmación: “Cuando dejé aquel mar, una ola se adelantó entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar de los gritos de las otras, que le detenían por el vestido flotante, se colgó de mi brazo y se fue conmigo saltando. No quise decir nada, porque me daba pena avergonzarla ante sus compañeras”. La ola, la metáfora que lo acompañará, sale de un grupo de palabras o metáforas mayor, pero es una la que se toma para realizar el cuento, es una la que lo elige, es una la que se llevará consigo. Es una, en particular, la que se toma para habitarla, para adentrarse en sus paredes. Derridá, por su parte considera que la metáfora es habitable, coinciden pues Paz y Derridá en este aspecto. El cuento de Paz habla de la metáfora, pero como una ola, traza la vida del escritor en la relación amorosa entre él y una ola, este es el tema del relato y la propuesta de Paz, quien concibe la relación del poeta con la metáfora basada en el eros. Derridá en su discurso admite que la metáfora lo obliga a hablar sobre ella de manera metafórica: “Intento hablar de la metáfora, decir algo propio o literal a propósito suyo, tratarla como mi tema, pero estoy, y por ella, si puede decirse así, obligado a hablar de ella more metaphorico, a su manera”. La metáfora se apodera del lenguaje, se hace imprescindible para explicarla, para hablar de ella, las dimensiones de Derridá y Paz son formalmente distintas, pero esencialmente, hablan de lo mismo. La metáfora que nos transporta, que en su continuo cambio no permite que nadie se pueda sentir su dueño, es libre, corremos tras ella para intentar asirla, pero ella nos golpea con sus resbalosos tentáculos. Como lo expone Derridá: “Por eso desde hace un momento me voy trasladando de desvío en desvío, de vehículo en vehículo, sin poder frenar o detener el autobús, su automaticidad o su automovilidad”. La metáfora toma el discurso en sus manos, traza un camino que intentamos seguir y lo va convirtiendo en otra cosa cada vez, es un laberinto de palabras o bien, toma a los personajes y los reinventa o se apodera de los temas para no agotarlos, se reinventa a cada instante, siendo la misma, esencialmente. En el cuento de Paz podemos observar esta característica de la metáfora en la ola: “Alguien, después de cerciorarse de que sólo era agua salada, me arrojó en la locomotora. Fue un viaje agitado: de pronto era un penacho blanco de vapor, de pronto caía en lluvia fina sobre la máquina. Adelgacé mucho. Perdí muchas gotas”. Una vez más el protagonista del cuento nos recuerda la versatilidad de la ola (metáfora) que tanto lo sorprende y que lo cautiva al punto de ya no poder sentirse a gusto sino en este juego de cambio, en esta permanente variación del sentido, en es este inacabable traslado. La metáfora actúa como esta ola, se va transformando, pero no pierde su esencia, sin embargo, es imposible capturarla, lo dice todo sin afirmar nada, emprende un camino que no sabemos adónde termina, ni siquiera tenemos certeza de que termine, lo único seguro es que vamos tras ella, nos transporta ella misma en su búsqueda y nos deja ella con solo el rastro, la huella de su paso. Es un testamento, como bien lo refiere Paz en su poema “Piedra de sol”, la metáfora es un testamento, una herencia, pero una herencia del sol que gira cada día, que cambia. Es la escritura del mar, la escritura del viento, un rastro, una ráfaga. Resulta desconcertante cómo la metáfora ordena el lenguaje, permite el lenguaje, todo lenguaje es metafórico y toda metáfora una metáfora de sí misma, cabría preguntarse cómo es posible que siendo la metáfora la piedra angular del lenguaje, sea al mismo tiempo, la menos explicable y la menos predecible. Precisamente, porque no la podemos explicar, porque su naturaleza no es fija, tal vez, en su flexibilidad esté el sentido del lenguaje, nuestro propio sentido como metáforas diminutas de un universo que cambia constantemente, lo expone Paz del siguiente modo: “¡Cuántas olas es una ola y cómo puede hacer playa o roca o rompeolas un muro, un pecho, una frente que corona de espumas! Hasta los rincones abandonados, los abyectos rincones del polvo y los detritus fueron tocados por sus manos ligeras”. ¡Cuántas metáforas es una metáfora!, podríamos decirlo así y cómo puede transformar todo lo que toca, eso claro, nos incluye. Paz, a su modo, habla de la metáfora en una ola, lo mismo que Derridá habla de la metáfora en un lenguaje también metafórico, aunque el filósofo intenta desentrañarla, Paz no lo ambiciona, simplemente se zambulle y nos zambulle (como lectores) en sus aguas, sin que exista una promesa de salida. Derridá afirma: “la metáfora, quizá, se retira, se retira de la escena mundial, y se retira de ésta en el momento de su más invasora extensión, en el instante en que se desborda todo límite”. En su incesante transformación la metáfora en ese momento en que se revela, también se retira, abandona la escena para guardar silencio, para establecer el puente entre lo dicho y el silencio, pero no un silencio vacío, un silencio que bordea todo lo que no pudimos capturar, un silencio que completa el sentido, que significa, un silencio que es la huella de lo dicho, la huella de la metáfora, su rastro. La situación del protagonista del cuento, es la de nosotros frente a la metáfora, andamos por sus aguas, nos inicia en sus juegos, nos arrastra, nos eleva para después dejarnos caer en el silencio, se revela para retirarse y dejarnos estupefactos con la certeza de que la tuvimos ahí, en nuestras manos, pero ahora, ya solo queda su huella, única evidencia presentable. Derridá y Paz hablan de lo mismo, de cómo se comporta la metáfora, no obstante, Paz tiene un acercamiento erótico hacia la metáfora, la observa desde el erotismo, desde la sexualidad. Derridá en cambio, intenta explicar o describir su comportamiento: “y habría que decir más bien que la metáfora pasa por alto cualquier otra cosa, aquí a mí, en el mismo momento que parece pasar a través de mí.” Paz en el ensayo titulado “La metáfora”, observa: “Lo más asombroso es el método, la manera de asociar todos esos signos hasta tejer con ellos series de objetos simbólicos: el mundo convertido en un lenguaje sensible. Doble maravilla: hablar con el cuerpo y convertir al lenguaje en un cuerpo”. Expone Derridá que aún el ocaso de su vida, la metáfora sigue siendo un tema inagotable, del mismo modo, la ola envuelve al protagonista en un movimiento inagotable, pero por eso indescifrable: “Pero jamás llegué al centro de su ser. Nunca toqué el nudo del ay y de la muerte” (Paz). El silencio es ese vacío del torbellino en la metáfora, hay que saber salir del torbellino. El silencio es ese abismo del que nos levanta la metáfora, pero en el cual también podría hundirnos. Paz en “Nuestra lengua” asegura que la lengua es palabra y es silencio, lo mismo que la metáfora, pero el silencio de la metáfora, a diferencia, del silencio nuestro, no es la muerte, sino el abismo. El abismo que no podemos habitar, aunque habitemos la metáfora. Ahora bien, la metáfora es inasible, aunque habitable, el silencio es el abismo, el puente entre la metáfora y la muerte, Derridá considera que el ser debe retirarse para que la metáfora se desplace: “Un pliegue suplementario de la metáfora articula esa retirada, al repetir desplazándola la metáfora, intrametafísica, aquella misma que se habrá hecho posible por la retirada del ser”. En el cuento de Paz el protagonista huye, escapa para dar paso a la transformación de la metáfora. La ola, esa metáfora en estado puro, pasa a ser algo sólido, rígido, deja de jugar para congelarse, para quedarse inmóvil ante el poeta que no supo vivir con ella, que estaba agotado de su interminable cambio, de su impredecible conducta, la metáfora guarda silencio, se convierte en hielo mudo, pero eso sólo pasa cuando el poeta la deja, cuando se separan, entonces su juego ya no tiene sentido, entonces no existe nadie capaz de cifrarla o descifrarla, no obstante, hecha hielo, sabemos que no acaba, que su suerte no termina ahí, sabemos que esa metáfora despertará en otra parte y cambiará definitivamente la vida de otro poeta y de otros lectores. Derridá afirma: “Su inscripción, como he intentado por mi parte articular con la huella y con la différance, no llega más que a borrarse”. La metáfora bucea pues en esas aguas en donde nada permanece, su huella se borra para hacer una nueva marca que se borrará nuevamente. El poeta convive con ella, se enamora de ella y luego la tomará, se la llevará lejos, aunque sabe que volverá convertida en otra cosa. Su huella, su silencio, su movimiento, sus variaciones lo perseguirán constantemente, tanto Paz, como Derridá admiten la desesperación del sujeto enunciador ante la metáfora, tan precisa e imprecisa, tan llena de silencios y de palabras, tan volátil y tan rígida.