PROCLAMA DEL 25 DE NOVIEMBRE

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PROCLAMA DEL 25 DE NOVIEMBRE
Efraín Villanueva Arcos
“¿No hay alguno entre vosotros dispuesto a morir para oponerse a la Constitución que ha despedazado a
nuestra Patria?” Yukio Mishima.
Hace algunas semanas millones de mexicanos pudimos escuchar por televisión
los gritos destemplados de Emilio Chuayfet, presidente de la Mesa Directiva de la
Cámara de diputados, quien vehementemente señalaba: “Estamos violando la
Constitución, estamos violando la Constitución”, cuando no se reunían los votos ni
los acuerdos parlamentarios para designar a los consejeros electorales del IFE
que aún hace falta designar. Pudo haber sido cualquier otro caso, pues la
Constitución se ha violado alegre e impunemente en los últimos años sin ninguna
consecuencia para quien lo hace, y menos si es legislador, aun cuando el primer
acto formal que ejecutan es protestar “cumplir y hacer cumplir la Constitución y las
leyes que de ella emanan”.
A lo largo de nuestra historia, podemos decir que muchos han muerto por
defender la Constitución. Sin embargo, en México nadie se ha matado por
oponerse a la Constitución, como fue el caso del escritor japonés Yukio Mishima
(cuyo verdadero nombre era Hiraoka Kimitake), quien nació en Tokio en 1925 y
murió 45 años después, por propia mano, en un acto ritual samurai denominado
seppuku (mejor conocido como “haraquiri”). Recuerdo aquí el acto de este
escritor por dos razones: una porque constituye una efeméride oportuna, y otra
porque su obra literaria es digna de conocerse y difundirse.
Considerado uno de los grandes escritores japoneses, junto con su amigo y
mentor Yasunari Kawabata quien sí logró recibir el Premio Nobel de Literatura en
1968, Mishima fue siempre un defensor del espíritu y de la tradición de Japón, y
en sus obras y escritos reconocía la trayectoria de personajes como Musashi
Miyamoto, un famoso guerrero samurái del siglo xvii cuyo nombre evocaba “la
imagen de un héroe que reunía en sí un talento filosófico, surgido de una
excepcional y profunda búsqueda espiritual, como una sobrehumana maestría en
las artes marciales”. En su libro “Lecciones espirituales para los jóvenes
samuráis”, Mishima, quien durante su propia vida intentó emular la ética y la
práctica de un samurái, cuestionó la pérdida de la espiritualidad japonesa y la
difusión del “hedonismo materialista importado de los Estados Unidos”. Para él, no
existía en el mundo “un país donde el pacifismo se haya convertido tan
perfectamente en sinónimo de hipocresía como en Japón”.
Mishima siempre había sentido delirio por la muerte gloriosa de un hombre joven,
idea contemplada en un código de ética samurái del siglo xviii llamado Hagakure,
y siempre expresó su admiración por los “fulgurantes actos de heroísmo del
cuerpo de ataque especial” (los kamikaze) en la segunda guerra mundial. Poco
antes de suicidarse, dio a conocer su “Proclama del 25 de noviembre de 1970”,
donde estableció los argumentos que lo llevaron a cometer esa acción en
compañía de algunos de sus selectos integrantes de la “Sociedad de los
Escudos”, un pequeño ejército personal que fue aceptado y entrenado en
instalaciones del ejército japonés. Decía Mishima en su proclama: “Hemos visto
que, a causa de su obsesión por la prosperidad económica, el Japón de la
posguerra ha renegado de sus propios orígenes, ha perdido el espíritu nacional,
ha corrido hacia lo nuevo olvidando la tradición, ha caído en una hipocresía
utilitarista y ha precipitado su alma hacia un terrible vacío (…) hemos visto los
grandes deberes del Estado delegados a un país extranjero”. Su preocupación
estaba en el uso de la Constitución Japonesa para oponerse a los movimientos
populares de izquierda. El 21 de octubre de 1969 hubo una gran manifestación
que pretendía impedir que el Primer Ministro japonés visitara los Estados Unidos.
En ese entonces, según cuenta Mishima, el gobierno “logró anular las fuerzas de
izquierda con el pretexto de la defensa de la Constitución, consolidar una política
en la que siempre se sacrifica el honor para obtener ventajas concretas, y
anotarse otro punto a su favor, proclamándose defensor de la Constitución.
¡Sacrificar el honor para obtener ventajas! Tal vez pueda parecer lícito a los
políticos. Si dentro de dos años el Ejército de Defensa no ha conquistado su
autonomía, seguirá siendo para siempre –como sostienen los militantes de la
izquierda- un grupo de mercenarios a sueldo de Estados Unidos”.
El suicidio ritual de Yukio Mishima –que ha sido considerado por algunos como un
“macabro disparate”-, lo llevó a cabo en una oficina de la base militar de Ichigaya,
después de un año de planeación, donde había secuestrado a un general
solicitando que le permitieran dirigirse a la tropa. Ante el griterío de los soldados
que le impedían hablar, desistió de dar lectura a su proclama y prosiguió con su
plan de abrirse el vientre con una daga según el ritual clásico de los samuráis.
Antes de morir, Mishima alcanzó a pedirle a uno de sus tatenokai (o soldados de
la Sociedad de los Escudos) que le cortara la cabeza con una hermosa espada
cuya empuñadura era de nácar y diamantes. Todo ello frente a los azorados ojos
del general del ejército japonés secuestrado previamente.
La Constitución de Japón, redactada en 1946 por el equipo de intervención
norteamericano dirigido por el Gral. Douglas McArthur, estableció expresamente
que ese país renunciaba a la posibilidad de declarar de nuevo la guerra a otra
nación. Esa Constitución continúa vigente a la fecha y Japón es un pueblo que,
para los occidentales, sigue dando muestras de su tradición y su modernidad, de
su disciplina mostrada al mundo en el caso del devastador tsunami en la
prefectura de Miyagi, y de la construcción de una democracia parlamentaria al
unísono de una economía que sigue siendo de las más prósperas del mundo.
El autosacrificio de Mishima, intentando llamar la atención de la pérdida del
espíritu tradicional japonés y el predominio del hedonismo materialista, se inscribe
en esa lucha por las identidades nacionales –la cultura de los pueblos- que se
borra por una globalización que no termina de cuajar ni aliviar los males
contemporáneos, y es lo que ha hecho que algunos espíritus rebeldes se levanten
contra el olvido de las tradiciones, contra la hipocresía utilitarista y aún contra las
Constituciones Políticas que son tan fáciles de incumplir, como lo vemos hoy en el
caso de la Unión Europea, en los conflictos de los países árabes, en los modernos
mártires suicidas del Islam, en las luchas de las FARC colombianas y en los
desacuerdos del Congreso mexicano, por mencionar algunos casos. Recupero,
para la reflexión, una frase que nos legó Mishima: “Una de mis ideas
fundamentales es que la esencia de las promesas no debe buscarse en el espíritu
de la actual sociedad contractual, sino en la lealtad de los seres humanos”. Que
sea, pues, una nueva proclama.
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