La llegada a España: contar, pesar, proteger

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La llegada a España: contar, pesar, proteger
Paloma Otero Morán, Paula Grañeda Miñón y Montserrat Cruz Mateos
Museo Arqueológico Nacional
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Paloma Otero Morán es conservadora jefe del Departamento de Numismática y Medallística
del Museo Arqueológico Nacional, institución que conserva la colección numismática más importante de España y en la que ha desarrollado su actividad profesional desde 1990. Licenciada
en Geografía e Historia, su trayectoria científica está centrada en el campo de la Numismática
Antigua, especialmente las acuñaciones celtibéricas de Hispania, y en las propias colecciones
del Museo, con un especial interés en su difusión, documentación e historia, desde la creación
de la Real Biblioteca en 1711 hasta la actualidad.
Paula Grañeda Miñón es técnico de museos en el Departamento de Numismática y Medallística
del Museo Arqueológico Nacional desde 2005. Doctora en Prehistoria y Arqueología de la
Península Ibérica (1999) y premio extraordinario de doctorado en Geografía e Historia (2003)
por la Universidad Autónoma de Madrid, obtuvo el Premio Internacional Juan Valera 1999 (Cabra,
Córdoba) por su tesis doctoral sobre la minería argentífera andalusí en Córdoba y su relación
con las emisiones monetarias de la época. Su trayectoria profesional y sus publicaciones científicas se han centrado en la Arqueominería y en la Numismática hispano-musulmanas.
Montserrat Cruz Mateos es licenciada en Arqueología y diplomada en Conservación y
Restauración, su experiencia profesional se ha centrado en la arqueología y en la conservación
de bienes culturales. Además, ha participado en numerosos proyectos de investigación y ha
trabajado en diferentes museos. Desde el año 2007 trabaja como técnico de museos en el
Departamento de Numismática del Museo Arqueológico Nacional.
El 14 de febrero de 2012, tras cinco años de batalla legal, los tribunales estadounidenses ordenaron la ejecución de la sentencia que obligaba a Odyssey Marine Exploration (OME) a entregar
al Estado español los bienes culturales extraídos del pecio de la fragata Nuestra Señora de las
Mercedes. Excepto un pequeño lote de piezas que la empresa dejó depositado en Gibraltar, lugar
desde donde llevaba a cabo sus actividades, el grueso del «tesoro», más de 14 toneladas de monedas y algunos otros materiales, había sido trasladado a Florida (Estados Unidos).
De Florida a España
La resolución judicial establecía que España podía acceder a las piezas el día 21 de febrero y
trasladarlas a partir del 24. Para garantizar las condiciones de control, conservación y seguridad
de los bienes culturales durante su transporte a España, se envió a Florida un equipo de técnicos
del Museo Arqueológico Nacional y del Museo Nacional de Arqueología Subacuática, ARQUA,
acompañados por personal de la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales y de Archivos y Bibliotecas de la Secretaría de Estado de Cultura. Este viaje culminaba una compleja
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operación que se venía preparando desde 2010, con el fin de poder actuar inmediatamente en
el momento en que se produjera la resolución final.
El equipo técnico en Sarasota: de izquierda a derecha, Montserrat Cruz (MAN), Soledad Pérez (ARQVA), Milagros
Buendía (ARQVA), Bárbara Culubret (MAN), Paloma Otero (MAN) y Carmen Marcos (MAN). Foto: MECD.
En efecto, desde que se dictó la primera sentencia favorable a España, el equipo comenzó
a organizar los protocolos y el operativo necesarios para inspeccionar, documentar y preparar
los materiales para su traslado a Madrid si finalmente los tribunales así lo decidían, puesto que
en ese caso el plazo para hacerlo iba a ser muy limitado. Previamente, en abril de 2008, se había
realizado una primera inspección de los materiales, ya en custodia judicial, cuyos resultados dieron lugar a una declaración jurada específica sobre las monedas y formaron parte de las pruebas
judiciales presentadas por España. Una segunda inspección, en noviembre de 2011, permitió llevar a cabo la actualización de inventarios y completar la información necesaria para asegurar la
eficacia de las operaciones y una respuesta rápida en el momento en que terminara el recorrido
judicial.
A lo largo de tres intensos días de trabajo, el equipo registró y documentó las más de 14 toneladas de monedas y otros materiales en las instalaciones donde estaban depositadas bajo custodia judicial. Las piezas se encontraban en distintas fases de tratamiento de restauración. La
mayoría se conservaba inmersa en líquido, en 551 contenedores blancos de plástico y más de
una centena de recipientes y botes cilíndricos, que debían ser inspeccionados, pesados, numerados, registrados y señalizados para su control. El peso total –piezas, líquido y envase– era un
dato muy relevante, pues era necesario conocerlo de la forma más precisa posible para las operaciones de embarque de la carga en los aviones.
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Los técnicos se dividieron en dos grupos que trabajaron en paralelo: mientras uno de ellos
se centraba en los contenedores con líquido, el otro llevó a cabo una revisión individualizada y
pormenorizada de más de 5.000 monedas que ya habían sido restauradas, entre ellas el lote de
212 piezas de oro, que fueron cotejadas con los inventarios realizados en las inspecciones de
2008 y 2011. Una vez inventariadas, las monedas «en seco» se embalaron en maletas de transporte
de alta protección.
Paletizadas, etiquetadas y preparadas para su transporte, las piezas fueron trasladadas bajo la
supervisión del equipo técnico hasta la base militar de McDill, en Tampa (Florida), donde, gracias
a la colaboración de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, esperaban dos Lockheed C–130 Hércules
del Ala 31 del Ejército del Aire. Los aviones habían despegado el 21 de febrero de la base aérea
de Zaragoza, con cuatro tripulaciones dirigidas por el comandante Miguel Ángel Tobías.
Operaciones de carga en la base de McDill. Foto: Dpto de Numismática, MAN.
El segundo viaje de las monedas de la fragata Mercedes tampoco fue fácil. El mal tiempo
propio de esta época en el Atlántico obligó a los aviones a tomar rutas distintas, pero finalmente,
a las 13:50 h. del 25 de febrero, los Hércules aterrizaban en la base aérea de Torrejón de Ardoz
(Madrid). Allí les esperaban el director general de Bellas Artes y Bienes Culturales y de Archivos
y Bibliotecas, Jesús Prieto, técnicos de la Subdirección General de Museos Estatales y mandos de
la Guardia Civil y la Policía Municipal, encargados de su custodia y del dispositivo para el traslado
final al centro de Madrid.
Una vez terminadas las comprobaciones necesarias en la propia base aérea, cotejando el
manifiesto de carga con los listados redactados en Florida y las órdenes judiciales, las piezas fueron entregadas oficialmente y transportadas en camiones hasta la Secretaría de Estado de Cultura.
El recorrido hasta la Plaza del Rey y el proceso de descarga estuvieron acompañados por fuertes
medidas de seguridad, cortes de calles incluidos, hasta la instalación de los contenedores en las
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cámaras acorazadas de la Secretaría, en un proceso organizado por los técnicos de Museos Estatales, que comprobaron el estado de los contenedores tras el vuelo y supervisaron su correcta
disposición en la cámara, en orden según la topografía previamente diseñada.
Las monedas, en las cámaras acorazadas del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Foto: Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Así terminaba –por el momento– el largo viaje de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes,
pero se iniciaba un verdadero reto para todo el equipo profesional: emprender una inspección
pormenorizada de los materiales que componían el cargamento de la fragata y averiguar, con la
mayor precisión posible, cuántas monedas integraban el conjunto. Hasta entonces, para calcular
la envergadura del hallazgo tan sólo se contaba con las cifras estimativas aportadas por Odyssey
Marine Exploration: 595.000 monedas.
La planificación del recuento
Para abordar la tarea de contar tan ingente volumen de piezas se organizó un equipo de 14 personas1, compuesto por personal de la Subdirección General de Museos Estatales, el Museo Arqueológico Nacional (MAN, Madrid) y el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, ARQVA
(Cartagena, Murcia). Esta labor, llevada a cabo en grupos diarios de 7 personas, tuvo lugar en la
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Raúl Alonso, Beatriz Gonzalo, Alberto Navarro (SGME); Montserrat Cruz, Bárbara Culubret, Paula Grañeda, Carmen Marcos,
Begoña Muro, Paloma Otero, Francisco Javier Rodrigo, Salomé Zurinaga (MAN); Milagros Buendía, Soledad Pérez, Juan Luis
Sierra (ARQVA).
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sede de la Secretaría de Estado de Cultura, en presencia del personal del Juzgado y de miembros
del Grupo de Patrimonio Histórico de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil.
Registro y pesaje de los contenedores. Foto: Dpto de Numismática, MAN.
En primer lugar, se procedió a habilitar el espacio de trabajo, disponiendo el mobiliario y el
material necesario para el recuento y pesaje de tal forma que no supusiera un obstáculo a la
labor de los técnicos y, a su vez, tuviera en cuenta las condiciones de conservación y almacenamiento en las que llegaba el material arqueológico. En este sentido, se marcaron dos áreas de
trabajo: la «húmeda», en la que se abrían los contenedores de almacenaje, se vaciaban del líquido
que contenían y, al final del proceso, se volvían a rellenar con ese mismo líquido y con las monedas que incluían en origen, y otra «seca», donde las monedas comprendidas en cada recipiente
se pesaban y se disponían en las mesas para su recuento, control, documentación y fotografiado.
Asimismo, en esta última zona se realizaron todos los trabajos de manipulación, control, recuento,
documentación y fotografiado de aquellas piezas que se conservaban dentro de recipientes, bolsas o blísteres sin ningún tipo de líquido.
Otra tarea, previa e imprescindible antes de acometer la manipulación de los restos del cargamento de la fragata Mercedes, era la de establecer un método de actuación para el estricto
control de los lotes. Con este propósito se diseñaron hojas de registro informático. En ellas se
anotarían, en primer lugar, todas las siglas, cifras, etc. que pudieran aparecer en el recipiente
antes de abrirlo, ya fuera una referencia establecida por la empresa OME o el número de control
asignado por el equipo científico-técnico español desplazado a Florida. Los datos se completarían,
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para cada uno de los recipientes, con el peso, neto y bruto, número de piezas, desglosadas por
materias (monedas, textiles, cerámica, madera, metales), topografía y fecha.
Contar y pesar
Una vez adecuado el espacio de trabajo y determinado el protocolo de registro y control a seguir, se decidió comenzar por el material en seco: monedas de oro y plata encapsuladas en
blísteres herméticamente cerrados y monedas de plata contenidas en sobres transparentes y
en envases cuadrangulares de plástico. Las labores consistieron en el recuento de las piezas y
en su fotografiado en conjunto; también se tomaron imágenes individualizadas de algunos
ejemplares, elegidos por su estado de conservación o por sus peculiaridades numismáticas
(ceca, datación, denominación de valor). El recuento de este material arrojó un total de 5.138
monedas.
Recuento y registro de monedas de plata «en seco». Foto: Lola H. Robles.
Del mismo modo, se pesó en una balanza de precisión, aleatoriamente, un cierto número
de monedas de plata, a fin de determinar estadísticamente el peso medio de los reales de a ocho
de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, ya que el suceso violento de la explosión y del
hundimiento del barco y los diferentes tratamientos de restauración de OME hacían presuponer
una pérdida de masa en las piezas.
A continuación, se llevó a cabo la revisión y control de las piezas no numismáticas, ya estuvieran en húmedo o en seco. El peso de cada una de ellas determinó su manipulación en las
mesas de trabajo o en sus contenedores de almacenaje. De este modo, los tres grandes lingotes
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de cobre, de unos 85 kg cada uno, fueron fotografiados en sus cajas de embalaje, mientras que
dos lingotes de cobre y dos de estaño, más pequeños, tres tabaqueras o cajitas de rapé de oro,
una rueda de polea de bronce, un objeto esférico de metal, cinco segmentos de barras metálicas,
de estaño y cobre, y diversos clavos, fragmentos textiles y de madera que habían sido trasladados
desde Florida en cajas separadas, fueron contabilizados y fotografiados en las mesas del área
«seca».
Con estas labores ya realizadas, quedaba aún por acometer el grueso del material numismático recuperado de la fragata, sumergido en líquido y almacenado en 551 cubos, 120 recipientes
y 164 botes cilíndricos de plástico. El trabajo con esta parte del hallazgo consistió en el pesado,
contabilización, revisión del estado de conservación, comprobación de algunos datos numismáticos de interés y documentación gráfica de las piezas.
Contabilidad del material «húmedo» con bateas y cajas. Foto: Lola H. Robles.
El primer paso consistía en sacar las monedas del líquido en que se conservaban. Esta operación se llevó a cabo en la zona de trabajo denominada «húmeda» y el procedimiento a seguir
fue determinado por el volumen del contenedor. Mientras los recipientes y botes de plástico
eran vaciados en pequeños coladores colocados directamente sobre bandejas, los cubos se volcaban cuidadosamente en escurridores dispuestos sobre grandes cubetas, a fin de extraer el líquido y recuperar los posibles pequeños fragmentos de monedas u otros materiales que
pudieran haber quedado en suspensión. En cualquier caso, el líquido siempre era reservado en
las bateas o bandejas hasta que el proceso finalizaba, para ser devuelto de nuevo a su recipiente
original.
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Una vez extraído el líquido, las monedas se colocaban en una cubeta y se trasladaban a la
báscula para ser pesadas en conjunto. Tras anotar los datos correspondientes, las piezas estaban
listas para ser contabilizadas.
En el recuento, llevado a cabo en las mesas de trabajo de la zona seca, se hizo una diferenciación del contenido por el tipo de material comprendido en cada recipiente, bote o cubo: monedas enteras, especificando su denominación de valor (ocho reales, cuatros reales y dos reales),
fragmentos de monedas (entendiendo como tal aquellas piezas que no superaban el 25% de las
dimensiones normales de la moneda correspondiente), bloques de monedas (2 o más monedas
adheridas entre sí), restos metálicos indeterminados, fragmentos de madera, trozos de tejidos y
otros restos orgánicos/inorgánicos (moluscos, cerámica, piedras). La identificación del tipo de
material se iba realizando por el equipo científico-técnico a medida que se iban sacando las piezas de la cubeta de escurrido y colocándose, según la categoría a la que pertenecieran, en diferentes bandejas y cajas.
Para facilitar y agilizar las labores de recuento y control, y siguiendo esa diferenciación del
material, se establecieron dos métodos básicos de contabilización: los bloques y fragmentos de
monedas y las piezas no numismáticas se disponían en hileras de 10 unidades, mientras que las
monedas sueltas e individualizadas se disponían en lotes de 25 unidades en el interior de pequeñas cajas; un simple y rápido recuento del número de hileras y cajas, completas e incompletas,
permitía calcular con exactitud el número total de ejemplares. Este sistema resultó enormemente
eficaz y rápido, al posibilitar el trabajo simultáneo de, al menos, 6 personas del equipo científico-técnico y evitar olvidos, despistes o fallos en sumas de recuentos parciales. Además, la disposición en extensión de todo el material incluido en cada recipiente hacía posible la detección
de posibles errores en la identificación y separación del material o en la disposición de las hileras
y cajitas de monedas, así como facilitaba la toma de imágenes fotográficas del conjunto. Por otra
parte, y dado que el hallazgo estaba en situación legal de depósito judicial, el recuento debía ser
realizado también por la secretaria judicial y por miembros del Grupo de Patrimonio Histórico
de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, lo que minimizó aún más los errores humanos
y aumentó el control sobre el material.
Durante el recuento, los especialistas en numismática revisaban también aquellos ejemplares
que, por su estado de conservación, denominación de valor, lugar de producción, presencia de
perforaciones o rareza, tenían un especial interés, procediendo a su fotografiado. Del mismo
modo, se optó por pesar en una balanza de precisión dos monedas de cada cubo, elegidas aleatoriamente entre las que no presentaban grandes roturas, a fin de completar la información estadística del peso medio de los reales de a ocho con piezas que, en este caso, y al no estar
limpias y en seco, contaban a veces con concreciones y restos adheridos. Este peso medio iba a
resultar imprescindible para deducir matemáticamente el número de ejemplares contenidos en
los bloques de monedas ya que, por su valor histórico, arqueológico y numismático, se decidió
no separar las piezas que aún se conservaban unidas entre sí. Todos estos datos quedaron registrados en la hoja de control.
Tras fotografiar el lote de piezas correspondiente, éstas retornaban a su contenedor original
para ser sumergidas de nuevo, en la zona «húmeda», en el líquido en que habían venido. Inmediatamente después, el recipiente se cerraba, etiquetaba, a fin de marcar que ya había sido revisado y contabilizado, y se trasladaba de nuevo a la cámara acorazada, para ser ubicado en la
misma posición topográfica de la que había sido retirado.
Todas estas operaciones se realizaron en 29 jornadas de trabajo, entre el 26 de marzo y el
18 de mayo de 2012; algo posible gracias a la ejecución simultánea de varias acciones, como la
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preparación del siguiente contenedor a revisar en la zona «húmeda» mientras se realizaba el recuento de un lote anterior en la zona «seca».
Los resultados
Las labores de recuento de los bienes culturales recuperados en la fragata Nuestra Señora de las
Mercedes arrojaron un total de 578.721 monedas (578.509 de plata y 212 de oro), de las cuales
272.914 estaban adheridas en 67.589 bloques y el resto, 305.807, sueltas; cifra similar, aunque ligeramente menor, a la aportada por la empresa OME Junto a ellas, 3.800 fragmentos de monedas,
17 objetos de metal (siete lingotes, una polea, tres tabaqueras, un posible proyectil y cinco barras),
232 restos textiles, 281 segmentos de madera, 93 restos cerámicos, 48 fragmentos metálicos (clavos, en su mayoría), 100 residuos marinos y 268 restos indeterminados. Es decir, 14,5 toneladas
de material en seco (17,5 toneladas en húmedo).
La mayor parte de las monedas de plata eran reales de a ocho del reinado de Carlos IV, acuñadas con prensa de volante en la cecas de Lima y Potosí. No obstante, la revisión y recuento de
las monedas permitió detectar casos apartados de la norma general de la carga, tanto por su denominación de valor (cuatro y dos reales), como por su lugar de producción (México, Popayán,
Santiago de Chile), emisor (Felipe V, Carlos III), tipología (piezas macuquinas de acuñación manual) o alteración (1.791 ejemplares perforados). Todas estas excepciones representan un porcentaje muy pequeño respecto al total y se adecuan al modelo habitual de circulación monetaria
de la época. En cuanto a las monedas de oro, se comprobó que todas, salvo un ejemplar de dos
escudos, se correspondían con piezas de ocho escudos.
Del mismo modo, las tareas de recuento permitieron determinar el peso medio de las monedas de ocho reales de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes: 24,44 g. Este peso se aparta
un poco del estricto peso oficial (27 g), con el que esta moneda debía salir de la ceca, pero este
hecho es lógico si se tiene en consideración la pérdida de materia al oxidarse el metal y la rotura
de monedas durante la explosión de la fragata.
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