ELREDO SUENE TU VOZ EN MIS OÍDOS "Suene, pues, oh Jesús

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ELREDO
SUENE TU VOZ EN MIS OÍDOS
"Suene, pues, oh Jesús, tu voz en mis oídos, para que mi corazón aprenda a amarte, para
que te ame mi mente, para que te amen las mismas entrañas de mi alma. Adhiérase a ti en
apretado abrazo lo más íntimo de mi corazón; a ti, mi único y sólo verdadero bien, mi
dulce y deleitable alegría. Pero, ¿qué es el amor, Dios mío? Si no me engaño es una
admirable delectación del alma, tanto más dulce cuanto más puro, tanto más suave cuanto
más sincero, tanto más alegre o gozoso cuanto más extenso y duradero. El paladar del
corazón te saborea porque eres dulce; el ojo te contempla porque eres bueno; el corazón
puede contenerte a pesar de que eres inmenso. Quien te ama te goza, y tanto más te goza
cuanto más te ama, porque tú mismo eres amor, caridad.
Esta es aquella abundancia de tu casa en la que se embriagan de amor tus predilectos,
perdiéndose a sí mismos para encontrarse en ti. Y, ¿cómo, Señor, sino amándote a ti totalmente? Te suplico, Señor, que descienda a mi alma una partecita siquiera de esa tu gran
suavidad, para que con ella se torne dulce el pan de su desolada amargura. Guste de
antemano algún pequeño sorbo de aquello que anhela, de aquello que ansía, de aquello
por lo que suspira en esta peregrinación. Pruébelo para que le dé hambre; bébalo para que
de ello sienta sed, pues los que te coman tendrán todavía hambre y los que te beban aún
tendrán sed. Se saciarán, sí, cuando saboreen de tu dulzura, que tienes escondida para los
que te temen y no revelas sino a los que te aman.
Mientras tanto, Señor, te buscaré, y te buscaré amándote, porque el que avanza amándote,
ciertamente te busca, y el que te ama perfectamente, ese es, Señor, el que te encuentra.
Espejo Cap. I, 1: 2-3
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