Apoteosis del Amor - AMORC

Anuncio
Apoteosis del Amor
Por Raymund Andrea, F. R. C.
Gran Maestro, AMORC, Gran Bretaña
De “The Rosicrucian Digest” Diciembre de 1929
NUESTRAS IDEAS de valores espirituales sufren muchas transformaciones
durante la búsqueda de la luz del alma. En los momentos de visión clara, cuando
estamos en paz, el conocimiento y la experiencia se presentan como un todo
armonioso donde se ven claramente las fases de la evolución del alma. En estos raros
intervalos somos capaces de observarnos desapasionadamente desde las alturas de
la contemplación espiritual. Deseamos fervientemente la verdad, y en buena hora
amanece con la claridad de la luz sobre la visión mental. Verdad en estas calmadas
retrospecciones de la mente, la verdad sobre nosotros mismos y la vida; el
crecimiento y significado de los años se enfocan en la hora presente en que podemos
hacer una evaluación correcta y una determinación sabía para el futuro. Y una de las
primeras cosas que nos damos cuenta es que el Espíritu interno es la única
verdadera guía, y que bajo su influencia la vida es un proceso de revelación y
reconstrucción. La verdad viene, y todo el pasado es transfigurado mediante su
venida. Nosotros, también, estamos cambiando. El significado y la relación de eso
que antes permanecía separado y sin significado es discernido y entendido, porque
el pensamiento y la emoción ascienden a niveles superiores, adquiriendo nueva
dignidad y poder. En una palabra, podemos ver la maravillosa mezcla de lo humano
con lo divino.
Es en virtud de estas revelaciones de la verdad del alma desarrollada que el amor
alcanza su apoteosis. El amor es un misterio divino; su apoteosis parece ser el objeto
de toda nuestra encarnación. Poco de esto es sospechado en las primeras etapas del
crecimiento del alma; sólo lo realizamos a través de las múltiples transformaciones
del amor mientras el alma alcanza la madurez. Qué maravilla, por ejemplo, es que
esta dulce, silenciosa, comprensiva comunión entre dos almas es gradualmente
transformada por el poder del Espíritu interno dentro de una profunda y enaltecida
humanidad que bendice dondequiera que toque. Es sólo en esta etapa que la gloria y
el propósito del amor comienzan a revelar ellos mismos y las visiones del alma, algo
de la deifica naturaleza de los Maestros que toman el pensamiento y lo guían. Sólo
entonces es que el alma ve la posibilidad de la renuncia a su vida personal y la
mezcla de sí misma con la vida Cósmica y el amor divino.
La negación del amor es la crucifixión del amor; y crucificar el amor es derogar la
ley de la vida, que decreta el crecimiento del amor. No se puede desechar la ley del
amor y vivir. El amor es el fuego divino en el corazón del hombre y debe ser
reconocido y nutrido. Es cierto que sólo un amor espiritual puede alcanzar la
apoteosis, pero ese despertar ocurre solamente después de larga prueba. Para ser
perfecto, el amor debe autorealizarse en cada fase de su manifestación; no por
negación, sino que por completa realización viene la apoteosis. Las experiencias de
las relaciones de amor en su aspecto personal son nombradas ministros y
constituyen una prueba necesaria. Estas experiencias humanizan, enriquecen y
santifican al amante mientras pasa en un mayor reconocimiento y relación. Sin el
derramamiento del tesoro inmortal del corazón, por más trivial e insatisfactorio, ni
cualquier dolor que puede ser concomitante a ello, es estéril; todos son
fundamentales al efectuar esa separación consciente del alma de las limitaciones del
amor y el establecimiento definitivo de su completa expresión Cósmica.
El amanecer del amor espiritual marca una revolución en la vida del hombre.
Mirando hacia atrás en el sendero lleno de acontecimientos que ha pisado, él
examina el cambio obrado en su constitución con la tranquilidad y quieta alegría,
más aún, con humillación. Él ha perdido mucho, pero la ganancia es infinita. Su
corazón de niño no conoce el miedo. Él ha pasado, aunque sólo sea por un intervalo,
dentro de los recintos sagrados de la paz inefable y experimentado el verdadero
descanso del alma. Inofensivo y carente de toda ofensa, recibe el poder de leer los
corazones de otros y ministrar a ellos. Para él, esta es la única vida verdadera y no
desea otra. Su única oración es que el hombre viejo sea completamente trascendido
y olvidado, con todo su orgullo consciente, sus ambiciones febriles e inquietos
antagonismos, y que la voluntad del amor se realice en y por medio de él. ¿Qué hay
en el mundo que pueda compararse con esta santificante resurrección? Con qué
frecuencia se confunde, mal interpreta y toma por debilidad cuando sólo es
fortaleza. Verdaderamente se ha dicho que el poder del discípulo aparece como nada
a los ojos de los hombres.
Cuando la apoteosis es alcanzada, la compasión del Maestro deja de ser más que
un nombre en la lengua del aspirante; él sabe que es como una fuerza viva
accionando su propia personalidad. Él se libera automáticamente de muchas leyes
que hasta ahora circunscribían su vida, pero llegando a reconocer una, la ley del
sacrificio. ÉL SE DA A SÍ MISMO. Esta afirmación parece bastante simple, pero
significa nada menos que el nacimiento de Cristo en un hombre. ¿Cuán pocas veces
nos encontramos, incluso entre los estudiantes de ocultismo, con la divina, activa
cualidad de la verdadera humildad? Sin embargo, ningún hombre puede convertirse
en un verdadero salvador de los hombres sin ella, y un verdadero aspirante debe
concebirla como la meta más alta de su aspiración. Piense en lo que significa para la
gran cantidad de almas que abarca la tierra, rápidamente atadas por los lazos de las
múltiples limitaciones del amor, con todas sus consiguientes fluctuaciones de
pasiones tumultuosas, sus desconcertantes complicaciones psíquicas y el hambre
eterna de sus corazones sangrantes continuamente rotos; piense en lo que significa
cuando el aspirante, con la luz de la apoteosis en su frente y su profunda paz en su
corazón, mirando a través del mar de la vida humana y, recogiendo el dolor y el caos
en su propio regazo ardiente, ¡dedica su alma al servicio del hombre! Ese amor tiene
un poder celestial. Es la única clave para el alma humana. Está investido de un
magnetismo divino que nada en la vida personal puede resistir. Por otra parte, es el
sueño lejano de toda alma. El amor que habiendo sido probado en todos los crisoles
de la vida y llega a ser radiante, es un tesoro de valor incalculable que todas las
almas sienten instintivamente. Y nada más que una humildad verdadera le dará esta
visión de las necesidades del mundo, o le permitirá una recta dedicación a ello, o le
proporcionara una panacea para ello.
A medida que el aspirante se desarrolla en el conocimiento espiritual, ajustes
más precisos a la verdad y hacia sus semejantes se hacen cada vez más necesarios, y
las responsabilidades de largo alcance recaen sobre él. Su única pasión es DARSE A SÍ
MISMO, aunque ello signifique ganancia o pérdida. La apoteosis alcanzada, su único e
inestimable privilegio es el de derramar su gloria continuamente a su alrededor. Se
vuelve maravillosamente potente y cumple su propósito sin obstáculos de
innumerables maneras en la vida común de los hombres. No hay ningún anuncio
ostentoso de su influencia benigna. Pasa en silencio en el corazón humano como
fuerza, calma y elevada aspiración. Es una atmosfera de oración; y donde descansa
una dulce resignación que posee el alma y el peso de la vida es misteriosamente
iluminado.
En los Maestros de la vida el gran proceso alquímico de la transmutación es visto
en su perfección. Cuán familiar suena en nuestros oídos la alabanza eterna de la
compasión de Buda y Cristo. Tenemos la tendencia a pensar que los ejemplos de
bienaventuranza divina son por alguna razón incompatibles con nuestro tiempo.
Esto es un error. No todas las almas gloriosas están ante el mundo como maestros de
los hombres. Están con nosotros aquellos que efectúen este tipo de obras santas de la
plenitud de la apoteosis que asombrarían la credibilidad de los no iniciados. Pocos
eran los capaces de reconocer a los Maestros en los tiempos antiguos. Es
precisamente lo mismo hoy. Una y otra vez el Maestro pasa, pero ninguna señal de
reconocimiento se manifiesta, a menos que su discípulo devoto lo haya buscado
INCONDICIONALMENTE a través de los años en el silencio del corazón.
Descargar