La ofrenda de Roma - Perdedores Vencidos

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La ofrenda de Roma
“Hermanos a la vez creó la suerte
al amor y a la muerte”
Giacomo Leopardi
Hacía meses que los integrantes de La Retama se reunían, los
domingos por la tarde, en el mismo coqueto café de la Vía Della
Pace, muy cerca de Piazza Navona, en el corazón bohemio de la
Roma antigua. Allí las tertulias solían ser largas y fatigosas, entre
libros y apuntes, algún Frascatti bianco para paladear y
porciones de tiramisú o pannacotta; entre la solemnidad de la
mayoría y el humor de algunos que, como Angela y Adamo,
interrumpían a menudo alguna exposición con sus celebrados
scherzi.
La Retama es –o ha sido, aun no lo sé- un grupo de estudiantes
superiores y graduados en filosofía de la Sapienza -la
Universidad de Roma- nucleados alrededor de una pasión en
común: el estudio de la obra del gran erudito Giacomo Leopardi,
poeta y filósofo del Romanticismo italiano. Obra áspera y llena
de pesimismo y dolor, sus poemas y ensayos hablan del
desamparo, el culto heroico del pasado y el sentido trágico de la
vida. Uno de sus poemas más conocidos es La Retama,
precisamente el que da nombre a la cofradía de intelectuales que
nos convoca.
Poco tiempo antes, Luigi y Alina, una pareja de recién doctorados
en filosofía, habían decidido organizar encuentros entre allegados
que compartieran la misma inquietud por la vida y obra de Leopardi.
A ellos se sumaron algunos ex compañeros de la universidad, hasta
que finalmente resolvieron reunirse en forma semanal con el fin de
consolidar el proyecto y, además, institucionalizar la asociación.
Confeccionar un sitio web con documentos, fotografías, textos y
correspondencia de Leopardi, dictar conferencias y viajar por todo el
país eran algunos de los objetivos trazados, al menos en sus inicios.
Ocho fueron los integrantes que inauguraron La Retama, a quienes
se les sumó con posterioridad Paola, la más joven de sus mujeres.
Unas pocas semanas después se incorporó Gaetano, el único que no
cursaba en la Sapienza, una especie de outsider a quien parecía
interesarle menos la obra de Leopardi que el amor de la bella Paola,
aunque evidenció haber leído los implacables Opúsculos morales,
que el autor escribió acerca de la desesperación.
El ingreso de Gaetano fue objeto de disidencias entre algunos
integrantes del grupo, pero contó con la aprobación de sus
fundadores. Su estilo despreocupado y la poca predilección que
parecía concitarle la figura granítica del escritor hicieron que
algunos cuestionaran su presencia. No obstante, y pese a ser el único
napolitano entre romanos, fue definitivamente aceptado. Sobre todo
por Grazia, la mayor de las damas, quien empezó a mirarlo con
cierta dilección.
Alina propuso un nuevo viaje a Recanati, la ciudad natal del poeta y
sede del Palacio familiar convertido en Museo. Ya lo habían hecho
meses atrás, durante las primeras reuniones de La Retama, cuando la
agrupación aun no se había completado. Reeditar aquel viaje
fundacional reforzaría los propósitos del grupo: estrechar lazos entre
sus integrantes en la propia geografía del autor de L’infinito.
Caminar por las calles de su infancia, respirar su mismo aire,
contactarse con el legado material y espiritual del escritor implicaba
expandir la atmósfera intelectual de las semanales tertulias romanas.
El mes propuesto fue mayo, cuando el clima se torna templado luego
del largo invierno. Aprovechar la cercanía del mar –Recanati se halla
a veinte kilómetros de la costa adriática, en la Región de Las
Marcas- era un buen pretexto además para visitar otro ámbito en
armonía grupal. Y, de paso, honrar con una ofrenda al genial escritor,
práctica que comenzaría a gestionarse en cada viaje de la cofradía.
Paola era una de las más entusiastas del grupo, y se mostraba
esquiva respecto de las intenciones amorosas que Gaetano tenía para
con ella. Adamo, Angela y Riccardo no veían con buenos ojos la
actitud galante del muchacho que, aunque solapada, se advertía en
las tertulias. Luigi y Alina, la única pareja de novios de La Retama,
la consentían con algún reparo. Giulia y Alessandro poco aportaban
al tema, y Grazia tampoco la toleraba aunque por razones más
interesadas. Las primeras discrepancias no tardaron en llegar, sobre
todo cuando los efectos del excelente vino local que se consumía en
las reuniones tensaban los espíritus.
La bella Paola comenzó a recibir inesperados reproches de parte de
Grazia, la más vehemente e insidiosa de todas. Alina, con su
discreción y sencillez, defendía a la joven sin replicar a su
contrincante. Adamo, el más extrovertido, comenzó a hacer causa
común con Grazia, acaso también impulsado por móviles
particulares. Y, en el centro de la escena, Gaetano era observado por
todos con cierto resquemor.
Los últimos domingos de abril el espíritu de las tertulias se había
opacado por esa actitud levemente hostil de algunos de los
integrantes. Alguien, con criterio, propuso analizar en forma
pormenorizada la obra del autor. Alessandro, el más introvertido,
sugirió considerar el poema Amor y Muerte. Todos asintieron, y el
domingo previo al viaje de la cofradía la reunión cobró el vigor de
los primeros tiempos. La lectura y el debate de una de las obras más
sentidas del poeta fueron intensamente participativos, con lucidas
discusiones y puntos de vista personales sobre los ejes temáticos del
poema. En especial, los versos en que el autor le habla a la Muerte:
“Bellísima doncella, / de dulce ver, no como / se la imagina la
cobarde gente / al tierno amor le hace / compañía frecuente”.
Inyectada de emoción, Alina sostuvo el debate y, como poseída por
la misma pesadumbre con la que el poeta concibió su obra, cerró la
exposición con lágrimas en los ojos, mientras leía con elocuencia:
“¡cierra mis ojos tristes para siempre a la luz, reina del tiempo!”.
Se despidieron con un breve paseo por Piazza Navona, ya entrada la
medianoche; se fotografiaron en la Fuente de los Cuatro Ríos, la
majestuosa obra de Bernini, y en la Fontana di Nettuno, diseñada
por el escultor Giacomo della Porta. Se distendieron, bromearon y
convinieron los detalles del viaje planificado para la semana
siguiente, en tanto una fría ventisca apresuró aquella noche la
retirada. Por primera vez, Gaetano convenció a la joven Paola y
accedió a acompañarla hasta su casa.
El primer domingo de mayo, día de la excursión a Recanati,
amaneció espléndido, algo fresco pero con un cielo despejado que
presagiaba una jornada ideal. Luigi y su novia estacionaron el
minibús rentado en la esquina de la plaza, en el horario acordado. El
resto de los viajeros fueron llegando, de a uno, casi puntualmente.
No así Paola quien, según Alina, viajaría por cuenta propia luego de
arreglar unos asuntos pendientes. Los casi trescientos kilómetros
transcurrieron plácidamente, excepto para Gaetano, cuyos insistentes
llamados telefónicos a Paola no tenían respuesta. La propia Alina,
quien se había referido vagamente a la ofrenda tributada al escritor,
tenía un semblante poco habitual, una expresión de reticencia y
hosquedad. No obstante, una vez arribados al sitio de destino,
coordinó al grupo como siempre lo hacía, en especial a medida que
fueron ingresando al Museo, y organizó las actividades que
desarrollarían en su interior.
En los largos pasillos del Palacio familiar, en el medio de la inmensa
cantidad de turistas que lo recorrían aquella mañana, Gaetano se
apartó del grupo para telefonear una vez más a su joven pretendida.
De repente, a unos veinte metros de distancia, creyó haber
distinguido a la muchacha sonriente y exaltada, abriéndose paso
entre la multitud. El joven comenzó a caminar en dirección a ella,
pero de pronto la perdió de vista. Se quedó un instante observando
hacia todos lados, y en ese momento sus compañeros de La Retama
lo vieron y se acercaron.
-¡Me pareció haber visto a Paola! Estaba por acá! –dijo Gaetano,
con ansiedad contenida, señalando un punto de la escena.
-Por qué te separaste del grupo! –lo increpó Alina, con una insólita
expresión de odio en su mirada.
Atónito ante la respuesta, el joven hizo silencio. Los demás
escoltaban a Luigi y Alina casi como autómatas. Comprendió que
algo extraño acontecía. Para colmo, Grazia se le acercó y le recitó en
tono grandilocuente una frase del poeta:
-“¡Tú me diste el vivir! ¡Yo te lo ofrendo!”
Alarmado, Gaetano decidió confrontar con Alina para averiguar qué
sucedía. La mujer estaba en la biblioteca cuando el joven se le
acercó. Ella lo escuchó y, sin mirarlo a los ojos, le leyó el fragmento
de un poema de Leopardi: “¡y a nadie en tiempo alguno, ¡oh
muerte!, he de aguardar sino a ti sola!”. Gaetano amagó con
sujetarla del hombro, pero Luigi se interpuso y, encarándolo, lo
conminó a retirarse del salón. Entonces salió apresurado en busca de
Grazia, que se hallaba contemplando una vitrina en los pasillos del
Palacio. La tomó con fuerza y, con voz entrecortada, le pidió una
explicación.
-Cómo es que no lo sabes! –balbuceó ella, con un tono irónico que
exasperó al joven. -Acaso no estuviste con ella? Acaso no has
venido aquí para eso?, hundiéndole los ojos con una expresión de
indubitable ira.
-Qué saben ustedes de ella? Dónde está Paola? –le suplicó Gaetano,
tembloroso y con la voz quebrada.
-“Al llegar la verdad / tú, mísera, caíste: y con la mano / la fría
muerte y la desnuda tumba / de lejos señalabas” -replicó Grazia con
el mismo acento corrosivo y mordaz, mientras Adamo -que
observaba la escena desde unos pocos metros de distancia- se
aproximó a la mujer para abortar cualquier posible hostilidad de
Gaetano.
Enajenado y con un ciego arrebato de cólera, el joven se abalanzó
sobre Adamo y lo golpeó brutalmente, hasta hacerlo desmayar. Los
hombres de seguridad del palacio se concentraron en pocos
segundos, deteniendo al agresor. El episodio -inusual para el sitio
donde sucedieron los hechos- concitó, como siempre ocurre en esos
casos, la atención de la mayoría de los visitantes. Cuando llegó la
patrulla de carabineros, Adamo ya había sido trasladado al hospital.
Gaetano fue conducido por la policía local para prestar declaración
por el incidente, y luego derivado a Roma.
Ese mismo día la prensa italiana consignaba la muerte de una mujer
joven, ahorcada en la habitación de su propia casa, con una leyenda
escrita sobre un cartel impreso: “el amado del cielo muere joven”.
Según los peritajes, la víctima había fallecido unos días antes de ser
hallada por la policía, y su cuerpo mostraba signos de violencia. La
puerta de acceso a su apartamento no había sido violentada, por lo
que se infirió que la joven –Paola Pietri, de 23 años- conocía a su
victimario. Las huellas encontradas comprometían a la misma
persona de sexo masculino con quien se la vio por última vez, el
pasado domingo 28 de abril.
La leyenda encontrada en el escenario macabro pertenece al escritor
griego Menandro, y figura en el epígrafe de una de las obras cumbre
del poeta Giacomo Leopardi: Amor y Muerte.
Gabriel Cocimano ® 2013
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