1 EL MUNDO entre 1789 – 1848 La crisis del siglo XVII, la última crisis de la sociedad feudal, fue seguida por importantes reformas políticas -la monarquía parlamentaria inglesa- y por la difusión de nuevas ideas -la ilustración y el liberalismo-, que rompieron definitivamente con la mentalidad feudal. En 1648 el pueblo inglés se alzó contra el absolutismo y después de una guerra civil decapitó al rey, se abolieron los privilegios y se estableció una República, que fue abolida y dejó su lugar a una restauración absolutista. Sin embargo, en 1688 otra revolución estableció una monarquía limitada por un parlamento, un gobierno representativo que apoyaba a los que se dedicaban a los negocios. No obstante, la revolución inglesa no tuvo la trascendencia del proceso francés, en parte porque fue visualizada como un conflicto religioso debido a que los sectores revolucionarios planteaban sus demandas escudados en un lenguaje bíblico y en parte porque la revolución se circunscribió a Inglaterra y no se expandió más allá de sus fronteras. En el siglo XVIII finalizó el proceso de transición del feudalismo al capitalismo en Europa occidental. Se produjeron cambios sociales, económicos, políticos e ideológicos que transformaron profundamente la organización social europea e iniciaron los tiempos del capitalismo. Esta organización, basada en el trabajo del obrero asalariado, y las ideas que la sustentaron, el liberalismo, se difundieron rápidamente por todos los continentes y permitieron superar muchos de los límites que imponía el orden feudal y, a la vez, dieron origen a nuevos problemas, crisis y conflictos. En el lapso comprendido entre 1789 y 1848 una sociedad de nobles y reyes por derecho de sangre fue suplantada por otra de banqueros, industriales y comerciantes en l a que la riqueza y el éxito personal eran lo único que contaba, la burguesía. Sus deseos de desarrollo económico y de participación la hicieron protagonista de una doble revolución. Una revolución económica -la revolución industrial- que se inició en Inglaterra y fue tal vez el proceso transformador más importante que vivió la humanidad desde los lejanos tiempos del neolítico. Una revolución política -la revolución francesa- que señaló la primera gran derrota de la nobleza y del absolutismo monárquico. Cambios tan profundos en un período relativamente breve pudieron tener lugar porque desde casi todos los rincones de Europa los pueblos hicieron oír su voz como nunca antes lo había hecho. A fines del siglo XV la mayor parte de los países de Europa occidental se lanzaron a conocer, a conquistar y a colonizar territorios de ultramar. Si bien en América la ocupación efectiva del territorio se produjo inmediatamente después de su llegada, ésta no fue la norma en Asia y África, donde establecieron puestos y fuertes en lugares estratégicos a lo largo de las costas y a través de ellos se dedicaron a controlar las redes comerciales marítimas existentes o a crear nuevos circuitos de intercambio. Portugal, fue el pionero, seguido por España, Inglaterra, Francia y Holanda. Durante tres siglos la casi totalidad del continente americano estuvo bajo el dominio de los imperios coloniales de las potencias europeas. Hacia fines del siglo XVIII el 2 dominio colonial se vio sacudido por una serie de movimientos que lo cuestionaron y el vínculo que unía a la sociedad colonial con la metrópolis se resquebrajó. Entre 1770 y 1820 casi todas las colonias se independizaron y lentamente fueron construyendo nuevas naciones. La monarquía española -cuyos dominios eran los más extensos y más ricos en metales preciosos- debió encarar una serie de reformas para intentar mantener posesiones en América. Pero los conflictos entre españoles y criollos comenzaron a gestar movimientos que años más tarde desembocarían en la independencia. La monarquía portuguesa hizo del Brasil el centro de su imperio colonial, debido a que la corona fijó su residencia en Río de Janeiro, y produjo una gran expansión hacia el interior. En Brasil los cambios tuvieron características diferentes y fueron más lentos. Las trece colonias inglesas experimentaron un gran avance económico y comenzaron su expansión hacia el oeste. Fueron las primeras que se independizaron y sancionaron una Constitución. En el siglo XVIII la revalorización del pensamiento clásico y la revolución científica fueron los antecedentes de un nuevo pensamiento: la ilustración, que cuestiona el sistema cultural basado en las creencias religiosas y permitió organizar todo el conocimiento humano de los siglos anteriores a partir de la “razón”. La “razón” era el juez ante el cual debían someterse todos los argumentos y todas las afirmaciones, y además sería el faro que iluminaría al mundo, por eso a este movimiento cultural también se lo conoce como “iluminismo” y al siglo XVIII como el Siglo de las Luces. Sin embargo, después de la Revolución Francesa este cambio en el modo de pensar y de sentir generó cuestionamientos y este verdadero endiosamiento de la razón le siguió “la reacción romántica”. La reivindicación del sentimiento frente a la razón, de lo local frente a lo universal, de lo popular frente a lo ilustrado fueron las banderas que utilizó el romanticismo para ocupar un lugar preponderante en el siglo XIX. Desencadenó muchas corrientes artísticas que se concretarían posteriormente, como el naturalismo en las letras y el impresionismo en la pintura. Durante la primera mitad del siglo XIX, al mismo tiempo que se desarrollaba el movimiento romántico, un filósofo llamado Augusto Comte formuló una nueva teoría del conocimiento: el positivismo que jerarquiza los hechos sobre las ideas, las ciencias experimentales sobre las teóricas, y las leyes de la física y la biología sobre las construcciones filosóficas. (Comentarios de Prof. Beatriz Díaz) A continuación: Introducción y Conclusión de La era de la revolución 1789-1848, de Eric Hobsbawm, Editorial Crítica, 2001. 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18