Silvia Martínez Bernal 3ºD GMP MI EXPERIENCIA LECTORA Era

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Silvia Martínez Bernal 3ºD GMP
MI EXPERIENCIA LECTORA
Era Febrero, hacía mucho frío en aquella ciudad. Acaba de llegar a la Universidad
de Padua y todo parecía ir bien.
Esa misma tarde me apresuré a instalarme en el hostal que se me había asignado,
pero, al llegar, me informaron que no había habitaciones libres. Quedé desolada, no
sabía dónde ir.
En ese momento, una mujer llamada Alessandra que allí se encontraba, me dijo
que en su casa había una habitación libre, y, que si lo deseaba, podía ocuparla cuando
quisiera.
– Nunca he tenido estudiantes en casa, sólo caballeros, pero estaré encantada de
acogerte en mi humilde hogar – me dijo. No dudé ni un momento en aceptar su
ofrecimiento.
Alessandra fue muy amable. Al llegar, me mostró toda su casa.
Era majestuosa, y, aunque un bastante antigua, reunía todas las comodidades que
un buen hogar debe ofrecer.
Al final del recorrido me enseñó cuál sería mi habitación, y me dispuse a colocar
todo aquello que mi pesado equipaje contenía.
De pronto, algo llamó mi atención. Retiré las cortinas de la ventana y vi un
enorme y hermoso palazzo antiguo que parecía abandonado. En ese momento, dejé de
mis pertenencias y salí a observarlo mejor.
– Malos vientos soplaron sobre esta casa, es mejor no acercarse demasiado por
aquí – me dijo un hombre que por allí deambulaba. Aquello me preocupó un poco, pero
decidí no darle más importancia.
Al día siguiente, llegué a la Universidad. El curso había comenzado hacía cinco
días y el profesor Amadio quiso saber el porqué de mi ausencia.
– Problemas familiares – le dije.
El profesor aprobó en silencio aquellas palabras y se interesó por mi alojamiento.
~1~
– En el hostal en que debía hospedarme no quedaban habitaciones libres y una
señora mayor me ofreció quedarme en su casa. Es grande y está situada al lado de un
hermoso palazzo – le contesté.
– Inconfundible, es el palazzo Balzani – me replicó.
Amadio quiso presentarme a los que serían mis compañeros. Eran catorce, trece
chicos y una chica, Lena.
Ya comenzada la clase, el profesor nos explicó el funcionamiento de la biblioteca
y las clases de ejemplares que allí podíamos encontrar. Una vez acabada la explicación,
nos dio permiso para tomar un descanso en el patio de la Universidad.
Todos los alumnos se dispusieron en corros de conversación, y yo, que soy
bastante tímida, quedé a un lado, apartada de los demás. Todos agrupados, menos uno,
Paolo, que también debía ser igual, o más tímido que yo. Me acerqué a conocerlo.
Una vez de regreso al archivo histórico, el profesor Amadio propuso una primera
actividad práctica. – Que cada uno elija un tema y lleve a cabo un supuesto de
indagación histórica – dijo.
La propuesta me cogió desprevenida, el archivo histórico me parecía aún un
laberinto. Poco duró esa indecisión. Al instante decidí enfocar mi indagación hacia
aquel palazzo abandonado y lúgubre, el palazzo Balzani.
Pronto mi decisión se vio truncada. Tomé el ejemplar de su estante pero se
encontraba incompleto, el legajo donde se encontraba la información no estaba. En su
lugar había solamente un hueco de más de seis dedos.
Acabada la jornada, decidí cenar en una taberna, algo sucia y llena de gente
solitaria. Sentía miradas constantes y, rechazando el postre, me dispuse a regresar a
casa.
Antes de ir a dormir, quise saludar a la señora Alessandra.
La luz de su habitación estaba encendida, la llamaba pero no contestaba. Abrí la
puerta, allí no había nadie.
La señora me inspiraba una vaga confianza. La veía pocas veces y siempre
fugazmente. Me rehuía, como si ocultase algo.
~2~
De pronto encontré algo espeluznante. Dos de mis libros se colaron por detrás de
un cajón. Al sacar éste, descubrí una carta que el caballero que se alojaba en aquella
habitación, había escrito a Alessandra.
En ella le explicaba que abandonaba la casa, e incluso Padua, porque había
sentido presencias en la habitación, que la energía que desprendía aquel palazzo era
oscura y tenebrosa. En ese momento, el vello se me erizó. ¿Cómo un experimentado
caballero, ajeno a creencias supersticiosas, había percibido algo anormal en aquella
habitación? Empecé a preocuparme.
Salí corriendo y me dirigí a casa de mi compañera Lena. Le pedí que me contara
todo lo que supiera acerca del palazzo Balzani.
– Los Balzani eran una familia de banqueros, la más rica de Padua. Comenzaron a
cometer abusos graves. Fueron causantes de las desgracias y la ruina de muchas
personas. Todó les valió una maldición, por la que su estirpe desaparecería en no mucho
tiempo. Beatrize fue la última y con ella comenzó la leyenda. Desapareció
misteriosamente. Quien más puede informarte de todo esto es tu casera, Alessandra –
me explicó.
Volví a casa, y decidí entrar en el palazzo a través de la ventana de mi habitación.
En aquel lugar no había nada, todo había sido embargado a la familia Balzani. Lo
único que quedaba eran dos espejos venecianos, que no habían podido llevarse por estar
incrustados en aquellas viejas paredes. Ni fantasmas, ni presencias, nada más.
Al día siguiente Alessandra me pidió que abandonara su hogar porque aquel
hombre que fue su huésped iba a volver a Padua. Sin duda, sabía que me había
descubierto. ¡Y todo porque la noche anterior me dí una vuelta por el palazzo! ¿Qué
trataría Alessandra de encubrir?
Recogí mis cosas y me instalé en la habitación del hostal que Alessandra se había
encargado conseguirme. Era pequeña, inhóspita y sucia, pero eso era lo que menos me
importaba en ese momento.
Pedí a Paolo que pasara la noche vigilando la puerta de mi antigua residencia para
comprobar si aquel hombre llegaría de verdad o si todo era una mentira de mi antigua
casera. Horas más tarde fui hasta allí.
– No ha entrado nadie, la puerta ha estado cerrada toda la noche – me dijo Paolo.
~3~
Me apresuré a llamar a la puerta.
Al abrir, le pedí a Alessandra un libro que, a propósito había dejado olvidado.
Mientras ella subió a por él, dejé una de las ventanas entreabierta, de modo que a
simple vista no se notara.
Horas más tarde volví. Todo estaba a oscuras pero ya conocía aquella casa como
la palma de mi mano. Subí hasta la que fuera mi habitación y tuve una horrorosa visión.
Había alguien bajo las sábanas, tapado hasta la cabeza, inerte, como si se tratara
de un cadáver. Las puertas del armario estaban abiertas.
No sabía qué hacer, el miedo se apoderó de mí. Como pude salí corriendo, sin
hacer ruido, temiendo que aquel bulto se levantara y fuera tras de mí. Logré salir y
regresé al hostal.
Al día siguiente, aprovechando que nos encontrábamos en la biblioteca, busqué
información sobre aquel palazzo que rondaba mi mente.
Ya casi desesperada por no encontrar algo de interés di con un pequeño ejemplar
que tenía estampado el título: de los espejos venecianos (y sus ocultas propiedades). Lo
tomé y lo escondí bajo mi brazo. Sabía que no podíamos sacarlos de aquel lugar, pero
tenía que conseguir información como fuera.
Una vez fuera de la universidad, me dirigí rápidamente a la hostería.
Como un ladrón que examinara su botín, con la puerta de mi cuarto cerrada, saqué
a la luz el volumen sustraído. Acerqué una banqueta al ventanuco enrejado y
ávidamente empezé a leer:
Entre los espejos venecianos salidos de los famosos talleres de la isla de
Murano, constituyen categoría especial los creados por el maestro Guido Forlani.
Según numerosos testigos, los espejos creados por Forlani producían, bajo
determinadas circunstancias, imágenes sobrenaturales. También respondían a veces,
como objetos vivos y sensibles, al estado de ánimo de quienes en ellos se
contemplaban.
Los espejos del artífice Guido Forlani pueden resultar peligrosos para el
equilibrio emocional de personas poco preparadas para hacer frente a lo inexplicable.
Se recomienda no tenerlos expuestos en lugares donde puedan ser vistos por gentes
impresionables.
~4~
Había pedido a Paolo que examinara algún rincón por el que pudiéramos acceder
al palazzo.
De pronto, irrumpió en mi habitación pidiéndome que rápido le acompañara hasta
allí. Uno de nuestros compañeros, Giorgio, había entrado dentro del palazzo con varios
amigos, sábanas, cirios y máscaras, como si de un divertimento se tratara.
No podíamos estar más furiosos. Salimos a toda prisa hasta aquel lugar.
A medio camino vimos a aquel grupo corriendo despavorido en dirección
contraria al palazzo. Parecía como si hubieran visto algo terrible, algo que les hubiera
dejado muertos de miedo.
No lo dudé ni un momento, quise entrar para saber qué era aquello que había
asustado tanto a aquellos jóvenes.
Me apresuré y adentrándome en aquel lugar quise comprobar que los espejos
venecianos seguían intactos, y así era.
En esta ocasión pude fijarme más en ellos, y comprobé que en la madera se
encontraban talladas diversas alianzas, como si hubieran sido un regalo de bodas. Junto
a ellas, se encontraban las iniciales de los que probablemente serían los novios. Uno de
estos grabados rezaba: B.B. Estaba sin duda ante la inscripción de las iniciales de
Beatrice Balzani.
Lena investigó acerca de las otras iniciales: CB-P. Y averiguó que se trataba de
Carlo Balzani Ponti, un hombre viejo e interesado únicamente en la fortuna familiar.
Los espejos habían sido regalo de un tío de Beatrice, pretendía utilizar el poder de
estos para convencer a su sobrina, convencido que debía casarse con aquel hombre.
Pero no dio resultado, Beatrice se refugió en sus desvaríos y desechó la idea de
casarse con aquel hombre.
El profesor Amadio tenía preparado un viaje a Venecia de tres días de duración.
Pensé que si ponía una buena excusa podría quedarme en Padua e investigar libremente
todo aquello.
Pronto me apresuré a decirle que consideraba necesario no ir para poder ponerme
al día de todas las materias.
~5~
– Estoy sorprendido, normalmente mis alumnos no rechazan un viaje para
quedarse estudiando. Si así lo deseas, tienes mi permiso para quedarte – dijo el profesor.
A la mañana siguiente acompañé a mis compañeros a su salida, quería
despedirme.
Esperé al anochecer y me dirigí al palazzo. Quería averiguar por fin la verdad de
todo aquello.
Llegué hasta la habitación de los espejos y comencé a sentir aquello que el
antiguo huésped de Alessandra escribió en su carta, sentía que no estaba solo en aquel
lugar.
De pronto una ráfaga de aire frío vino sobre mí. La llama de la vela que portaba se
inclinó hasta apagarse.
Miré a los espejos, sólo tenía ojos y sentidos para lo que estaba apareciendo en las
dos lunas a la vez, con perfecta y estremecedora simetría: desde una remota distancia,
una figura nebulosa se acercaba.
Brillaba como un conglomerado de estrellas que se fragmentan para liberar una
energía prodigiosa.
Se acercaba desde el lejano fondo de los espejos, muy despacio, con lentitud
ominosa, como si nunca fuera a completarse su tránsito desde la muerte hasta el mundo
de los vivos.
El frío se hizo entonces tan acusado que lo note en mis entrañas. Mis piernas se
doblaron.
La figura inmaterial de Beatrice Balzani ya había emergido por entero de los dos
espejos: estaba en el aire.
Sentí
una oleada de vértigos y náuseas y caí sobre las losas polvorientas.
Respiraba con dificultad. Necesitaba más aire del que había en la cámara. Estaba ya a
merced de las fuerzas del pasado.
De pronto volví en mí, desperté, y me di cuenta que “solo” estaba leyendo un
libro.
~6~
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