¿Susceptible yo? Las personas susceptibles acarrean una pesada

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¿Susceptible yo?
Las personas susceptibles acarrean una pesada desgracia: la de mirar el
actuar humano desde otra percepción. Complican lo sencillo y agotan al más
paciente. Viven siempre con la guardia en alto, volviendo demasiada pesada
cualquier relación.
Son capaces de encontrar secretas intenciones, conjuras o malévolos
planteamientos en las cosas más sencillas. Imaginan en los ojos de los
demás miradas llenas de censura. Una pregunta cualquiera es interpretada
como una indirecta o una condena, como una alusión a un posible defecto
personal. Con ellos hay que medir bien las palabras y andarse con pies de
plomo para no herirles.
El susceptible es egocentrismo y vive en un conflicto interior. "Que si no me
tratan como merezco..., ése qué se ha creído..., que no me tienen
consideración..., que no se preocupan de mí..., que no se dan cuenta...", y así
ahogan la confianza y hacen realmente difícil la convivencia con ellos.
Si descubrimos que lo somos ¿Cómo podremos de alguna manera dejar este
comportamiento que daña tanto nuestras relaciones? Algunas
consideraciones: Guardarse de la continua sospecha, que es un fuerte
veneno contra la amistad y las buenas relaciones familiares. No querer ver
segundas intenciones en todo lo que hacen o dicen los demás. No ser tan
ácidos, tan críticos, tan cáusticos, tan demoledores: no se puede ir por la
vida dando manotazos a diestra y siniestra. Salvar siempre la buena
intención de los demás: no tolerar en la casa críticas sobre familiares,
vecinos, compañeros o profesores de los hijos. Confiar en que todas las
personas son buenas mientras no se demuestre lo contrario: cualquier ser
humano, visto suficientemente de cerca y con buenos ojos, terminará por
parecernos, en el fondo, una persona encantadora. Plotino decía que todo es
bello para el que tiene el alma bella; es cuestión de verle con buenos ojos,
de no etiquetarle por detalles de poca importancia ni juzgarle por la primera
impresión externa. No hurgar en heridas antiguas, resucitando viejos
agravios o alimentando ansias de desquite. Ser leal y hacer llegar nuestra
crítica antes al interesado. Darle la oportunidad de rectificar antes de
condenarle, y no justificarnos con un simple "si ya se lo dije y no hace ni
caso...", porque muchas veces no es verdad. Soportarse a uno mismo,
porque muchos que parecen resentidos contra las personas que le rodean,
lo que en verdad les sucede es que no consiguen luchar con deportividad
contra sus propios defectos.
Padre Pacho
[email protected]
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