pablo y los comienzos de la iglesia

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NORBERT BAUMERT
PABLO Y LOS COMIENZOS DE LA IGLESIA
En la celebración del año paulino muchos autores se ven en la obligación de describir brevemente lo que significó este apóstol. Muchos
apelan al cliché “de Jesús a Pablo” o “Pablo y sus consecuencias”, como si en el desarrollo de la iglesia él fuera “culpable de todo”. Como
dijo Guido Horst, la ingente obra de Pablo significó la expansión del
cristianismo desde la sinagoga judía hasta el mundo pagano, convirtiéndolo en una religión universal y no en una secta de Jesús dentro
del judaísmo. Pero ¿acaso no era la semilla plantada por Jesús capaz
de convertirse en una religión universal? ¿Se necesitaba un Pablo para alcanzar esta dimensión? ¿Es Pablo el verdadero fundador del cristianismo, frente a las intenciones de Jesús? El teólogo francés A. Loisy
escribió: “Jesús anunciaba el Reino y llegó - la iglesia”. Y se suele hacer a Pablo responsable de ello. ¿Qué hay de verdad en todo esto?
Paulus und die Anfänge der Kirche, Geist und Leben 82 (2009) 181192.
Jesús, el Reino de Dios y la
iglesia
“El Reino de Dios ha llegado”,
mejor dicho, “el Señorío real de
Dios se ha acercado” (Mc 1,15).
Este dicho de Jesús apunta al hecho de que Dios quiere ser Rey en
el corazón de todo ser humano. El
viene en Jesucristo a aquellos que
le escuchan. El Señorío real de
Dios acontece sólo allí donde los
hombres le acogen. Si le dicen que
no, no puede manifestarse a ellos.
Is 6,3 dice: “La tierra entera está
llena de su gloria”, pero ésta se frena ante la libertad del hombre.
Quien no la acepta, permanece
fuera de su gloria y su poder.
El nuevo anuncio de salvación
de Dios acontece en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, en
su exaltación y en el envío del Espíritu. Este último es el que configura el Evangelio en su forma viva, válida para todos los hombres.
Jesús se dirigió en vida sólo a Israel, pero no quería fundar una
secta judía, sino fortalecer la fe de
todo Israel en el Dios de Abraham,
Moisés y los profetas, de manera
que pudiera reconocer en Él al enviado y ungido de Dios. Sólo después de su resurrección Jesús ofrece vida y Espíritu Santo -es decir,
el “Reino de Dios” en forma desarrollada- a todos los hombres, dando a sus discípulos el encargo de
predicar el Evangelio a todos los
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pueblos y hacerlos discípulos suyos. Es a partir de ahí que se forma una comunidad nueva que más
tarde será llamada iglesia. Por tanto, no se puede contraponer el Jesús prepascual al Señor exaltado.
Es el mismo Señor exaltado el que
da a sus discípulos el encargo de
alcance universal que luego Pablo
desarrolló. Pero no es una idea de
Pablo.
Trasfondo biográfico
Cuando aparece Pablo, el evangelio de Cristo resucitado ya está
desde hace tiempo en proceso de
expansión a todos los pueblos. El
no se ve a sí mismo como iniciador de algo completamente nuevo,
sino que se subordina conscientemente a aquellos que le han precedido en la fe y que vieron al Señor
resucitado antes que él (1 Co 15,
1-10). La aparición a los 500 hermanos, a Santiago, los apóstoles y
al mismo Pablo debió tener lugar
mucho después de Pentecostés.
Cuando Pablo dice que “ha visto
al Señor” (1 Co 9,1), no se trata de
una aparición pascual (expresión
sólo aplicable a las apariciones que
tuvieron lugar en los cuarenta días
posteriores a la Resurrección). En
Ga 2 Pablo narra su visita a la comunidad de Jerusalén y quiere
mostrarse como “continuador” de
la obra de las “columnas en la fe”
que son los apóstoles. Pablo insiste en que ha recibido su misión de
Dios mismo, pero se sabe subordinado al círculo de los apóstoles y
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Norbert Baumert
no funda una nueva iglesia “pagano-cristiana”: su misión es “predicar la Buena Nueva del Hijo de
Dios entre los pueblos” (Ga 1,16;
2,8). Él también se dirige a judíos
(1 Co 9,20), como otros discípulos
también se dirigen a los paganos.
El mismo Pablo insiste en que el
Evangelio ha de ser predicado primero a los judíos y luego a los demás pueblos (Rm 1,16).
Es importante recalcar cómo
Pablo pone en conexión su encuentro con Cristo con la “tradición de
los padres” (Ga 1,14). No ve entre
ambos ninguna ruptura; se considera fiel al Dios al que ha servido
con recta conciencia desde la fe de
sus antepasados, y reconoce que
ese mismo Dios quiere llevarlo
más allá de lo que ha aprendido y
creído. Por ello denomina a este
contenido nuevo conocimiento pleno (epi-gnosis; Rm 10,2 y Flp 1,9).
Es una ampliación de su antigua
imagen de Dios, y su amor se dirige ahora a Dios y a su Hijo. Pablo siempre ve a Dios y a Cristo
unitariamente. Su misión es propiamente un encuentro y una vocación, no una conversión (ni siquiera una transición de Saulo a
Pablo: siempre llevó ambos nombres, el judío y el romano). Pablo
fue y quiso seguir siendo judío de
raza y origen. La sagrada escritura de Israel (AT) es para él el fundamento de la comprensión del
acontecimiento de Cristo, que él
ve totalmente inserto en la historia de salvación del pueblo judío.
Por lo demás, en su propia vida
siempre puso en práctica la unidad
de los creyentes de procedencia judía y pagana, y lo hizo sobre todo
en el terreno de encuentros personales. Su principal deseo era que
el máximo posible de hombres reconociese y siguiese a Jesucristo
salvador. Y Pablo piensa en “salvación” aquí y ahora, base para salir victorioso del último juicio.
El escriba y el teólogo
Con ello llegamos al núcleo de
nuestro tema: ¿cómo ve Pablo la
historia de la salvación y el surgimiento de la nueva comunidad
cristiana? El Dios que ha creado el
cielo y la tierra, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, que dio la Ley
a Moisés y eligió a su pueblo como propiedad personal, que instituyó a Israel en alianza con Él y le
dio en herencia las promesas, este
mismo Dios ha cumplido ahora esta promesa, la de “bendecir a todos los pueblos” en Abraham, en
su descendencia (Gn 17,3; Ga 3,16).
La alianza sellada con la circuncisión se hizo con una familia o descendencia, y la del Sinaí con un
pueblo, pero siempre de forma que
cada individuo era interpelado personalmente. La “elección” (Rm
11,5) para “la asamblea de Dios”
se realiza ahora de modo individual, como individual fue la vocación de Pablo. Pero eso no significa que Dios haya “rechazado a su
pueblo” (Rm 11,1-11), sino que
ahora invita a cada uno personalmente a emprender este nuevo paso en la historia de salvación que
Dios quiere otorgar de esta manera a todos los pueblos. La iniciativa y el desarrollo de esta salvación
procede del Señor mismo. Pablo se
entiende a sí mismo sólo como su
“servidor” (1 Co 4,1) o como “enviado pequeño” (Flm 9; quizá un
juego de palabras con su nombre).
Pero, como escriba, Pablo caracteriza con dos conceptos los dos pasos de la acción salvífica de Dios
para con su pueblo y la humanidad: “ley” y “confianza” (cf. Ga
2,16). Si Dios vino al encuentro de
su pueblo por medio de Moisés con
el don de la “ley”, ahora lo hace a
través de Cristo con la “confianza”
(pistis). Con este término no se
apunta en primer lugar a la fe del
hombre en Dios, sino a la confianza con la que Dios se acerca, en
Cristo, a los hombres y con la que
espera atraerlos. Podemos llamarlo “el principio confi anza”. A él
opone Pablo no “las obras de la
Ley”, como si el hombre quisiera
obtener inútilmente el perdón de
sus pecados mediante el cumplimiento de la Ley, sino que dice
siempre “desde la obra de la Ley”.
No son las acciones del hombre
las que él compara con esta fe, sino que compara dos formas distintas de actuación de Dios. El punto de partida es el hecho de que
todos los hombres son pecadores
(Rm 3), y para liberarlos del pecado Dios les dio primero la Ley, que
no tiene otra función que poner de
relieve el pecado (Rm 3,20) y condenar a los pecadores. Pero aquí
Ley no significa la totalidad de la
revelación a Israel, sino un elemento específico de la misma. Un manPablo y los comienzos de la Iglesia
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damiento de la Ley sólo dice lo que
está bien o mal, y la correspondiente sanción, pero no tiene la función
de perdonar las transgresiones de
la Ley.
El perdón sólo puede venir de
la misericordia de Dios o, como dice Pablo, de su “confianza” (Ga
2,16). Ya Abraham experimentó a
Dios de esta manera cuando recibió las promesas (Rm 4,3.9-13). E
Israel supo del perdón de Dios que
el hombre recibe por pura misericordia (cf. los salmos), no por sus
obras. Pero ahora Dios ha mostrado su misericordia en Jesucristo de
una manera todavía más digna de
confianza, y esto es lo que Pablo
llama “fe” o “confianza” (pistis).
Cuando habla de la “pistis Iesou”
(Ga 2,16) siempre quiere designar
la revelación de la confianza de
Dios en Cristo. Creer en Jesucristo o confiar en El, en cambio, se
expresa como “pisteuein eis”, que
designa la respuesta del hombre a
la confianza de Dios.
Ley de Dios y confianza de
Dios
Así pues, Pablo piensa la historia de la salvación a partir de dos
principios. Por una parte, la “Ley
de Dios” exige buenas obras; da vida al que la cumple, pero pone de
manifiesto el pecado y condena al
pecador. Por otra parte, la “confianza de Dios” da en Cristo el perdón a aquellos que “confían en Él”.
En Ga y Rm 1-4 esta alternativa
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Norbert Baumert
está siempre presente: Dios no perdona los pecados por medio de las
obras de la Ley, sino por pura misericordia (idea totalmente judía).
Pero la novedad consiste en que Pablo anuncia un nuevo perdón de los
pecados basado en la misericordia
que Dios ha mostrado en Jesucristo y que está en continuidad con la
anterior del AT. De este modo “la
confianza de Dios” y la “confianza en Jesús” forman una unidad
que desata nuestra confianza.
Este es, pues, el único camino
de salvación para todo hombre,
para judíos y paganos. Pablo lucha en Romanos y Gálatas no contra una supuesta “justicia de las
obras” judía, sino contra una tendencia interna de la comunidad
cristiana a no dejarse llevar por la
“confianza” y a dar a la Ley la función del perdón de los pecados. Es
una controversia intracristiana.
Sin embargo, Pablo no quiere calificar de irrelevante la justicia de
la ley. Y en este punto hay en la
teología muchas interpretaciones
erróneas de Pablo. Por supuesto,
“quien practique los preceptos (de
la Ley), vivirá por ellos” (Ga 3,12).
Pero éste no es el camino del perdón de los pecados. A partir de la
misión universal de Jesús Pablo
concluye que todos los pueblos, judíos y paganos, han de ser salvados, es decir, liberados de sus pecados aquí y ahora; pero en Rm 2,
6-16 Pablo también afirma que cada uno es juzgado según su conciencia: quien no tiene la ley, “sin
ley”, quien en tanto judío carece
del conocimiento pleno (epi-gno-
sis), es juzgado según su propio conocimiento. Pero el que ha conocido a Jesús como Hijo de Dios y
Salvador, quien ha recibido de Él
el perdón de los pecados y el Espíritu Santo, no puede volver a la
situación anterior. Esta “salvación
en Cristo” es en adelante la realización del “Reino de Dios” anunciado por el Jesús pre-pascual e incoado en el cora zón de los
creyentes desde la resurrección del
Señor exaltado. El “servicio del Espíritu” (2 Co 3, 6.8) que Pablo se
siente llamado a realizar es a la vez
la Alianza con cada hombre que
ha de llevarse a cabo en la “asamblea del pueblo de Dios” (ekklesia
tou theou), la iglesia, el Cuerpo de
Cristo.
de Corinto: muchos individuos han
encontrado a Cristo y sobre la base de este encuentro fueron congregados y reunidos de manera que
surgió “un cuerpo”. El bautismo es
sólo el final del proceso de la fe y
su expresión. Todos los creyentes
aportan algo original a la “iglesia”
como don personal del Espíritu
Santo. El descubrimiento del pecado, la conversión y el perdón mediante Cristo y el Espíritu: eso es
lo característico de la eclesiología
de Pablo: cada creyente está anclado en la llamada de Dios y sólo
desde la respuesta viva a esa llamada puede el creyente convertirse en miembro vivo de la iglesia,
sometiéndose a ésta (1 Co 14, 2632) y aportando aquellos carismas
que le ha concedido Dios en su vocación inicial.
La concreción de la salvación
en el “Cuerpo de Cristo”
Así pues, ¿cómo comenzó la
iglesia? En el comienzo no hubo
algo así como una iglesia prefigurada o preexistente en la que los
creyentes en Cristo fueran acogidos, sino la Alianza que Dios establece en Cristo con cada uno de
ellos. Esta “confianza” del creyente es la base para unirse a otros creyentes y formar una comunidad (1
Co 12,13): “pues en un solo Espíritu hemos sido bautizados para no
formar más que un cuerpo”. Pablo
no dice que hayamos sido acogidos en un “cuerpo ya acabado”. Un
cuerpo crece, pero no incorpora
nuevos miembros. Pablo está pensando en las comunidades locales
Atribuciones en el Cuerpo de
Cristo
De esto no se deriva una estructura democrática, por la cual “todo el poder emane del pueblo”.
Desde Abraham, Moisés y los profetas Dios es el único Señor y el
pueblo de Dios está ordenado jerárquicamente. Ahora es Cristo la
autoridad principal y única, y de
Él deriva la autoridad de los apóstoles como predicadores y mediadores del Espíritu (Ga 3, 2-5). Así
se entiende a sí mismo Pablo como llamado por el Señor y responsable de sus comunidades, a las que
se dirige como “a todos los amados de Dios que viven en Roma”
Pablo y los comienzos de la Iglesia
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(Rm 1,7). Si bien Romanos no es
una carta típica de Pablo dirigiéndose a las comunidades, sino más
bien una carta doctrinal, en Rm
10, 8-15 explica cómo surge una
comunidad eclesial, una “asamblea de Dios”: el punto de partida
es “la Palabra viva que nosotros
predicamos”. Y “quien confiesa a
Jesucristo con sus labios y cree
con su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, obtiene
la salvación”. Esto presupone que
el creyente ha encontrado la fe mediante la predicación de la Buena
Nueva por los apóstoles. El “ser enviado como apóstol” con autoridad
sólo procede de Dios. Y éste llamado por Dios nombra colaboradores, les encarga tareas y los nombra pastores. Y de todo esto el
último responsable es Dios. En 1
Co 4 no se trata, como se cree, de
que la comunidad juzgue a Pablo,
sino de que algunos han hecho de
él su ídolo. Pablo responde: “A mí
lo que menos me importa es ser
juzgado por vosotros… Mi juez es
el Señor… De Él recibirá cada cual
la alabanza que le corresponda”.
Esto no excluye que Pablo procure el bien “no sólo ante Dios, sino
también ante los hombres” (2 Co
8,21) y que para él sea importante
el juicio de sus colaboradores (Flp
2, 20-22).
Construido sobre el
fundamento de los apóstoles
y profetas
Pablo habla también de la es64
Norbert Baumert
tructuración de la comunidad eclesial. En Rm 12, 4-6 y en 1 Co 12
Pablo compara la asamblea con el
cuerpo humano: “Y así los puso
Dios en la iglesia, en primer lugar
a los apóstoles, en segundo lugar
a los profetas, y en tercer lugar a
los maestros”. A diferencia de Ef
y Col, Rm y 1 Co no presentan a
Cristo como “cabeza” de la iglesia,
sino que todo el cuerpo es “Cristo” (1 Co 12,12). En consecuencia
aquí la “cabeza” es el (los) apóstol(es). En Ef 2,20 se dice que la
asamblea de los creyentes que han
venido de todas las naciones está
fundada “sobre los apóstoles y los
profetas”. Esto es interesante porque según la concepción católica
tradicional, la iglesia se ha construido sobre los apóstoles y sus sucesores, los obispos. Pero, según
Pablo (1 Co y Ef), deberíamos decir: también los profetas forman
parte del fundamento. Y los apóstoles están obligados estructuralmente a prestarles atención, escucharlos, consultarlos. Los profetas,
por su parte, tienen la obligación
de anunciar lo que Dios les encarga allá donde los envíe. Es posible
que algún apóstol -como Pablotenga simultáneamente dones proféticos. En todo caso, Dios da a los
apóstoles y a los obispos autoridad
de tal manera que siempre estén
abiertos a Él que es la última autoridad. Es ilustrativo que esta estructura se repita análogamente en
las comunidades locales: en Flp 1,1
Pablo habla de “presbíteros y diáconos”. La comunidad no es una
reunión informal, sino que está estructurada.
Iglesia – un sistema abierto
La tarea
Este organismo de la iglesia está vivo y lleno de la vida que Dios
le ha dado en Cristo sólo si se dirige constantemente hacia Éste. Él
es el que auténticamente dirige y
habita la iglesia como su Cabeza.
Los apóstoles no lo representan o
sustituyen, sino que son sus “enviados”.
El gran reto que se presenta ante Pablo y la iglesia naciente es la
relación entre esta nueva comunidad y aquella parte de Israel que
no ha llegado al conocimiento pleno (epi-gnosis) de Cristo. A ello da
una respuesta Pablo en Rm 9-11.
Ve a los creyentes procedentes del
judaísmo en el marco del pueblo
de Israel, en el seno del cual vivieron durante decenas de años los
apóstoles y la comunidad primera
de Jerusalén. Y espera que muchos
de estos judeo-cristianos encuentren este camino. Pero Pablo no tiene (todavía) en su mente la concepción de judíos y cristianos en dos
bloques. En su viaje a Jerusalén se
ve a sí mismo como “miembro de
su pueblo” (Rm 9,1-5 / 16,30-33).
Y los creyentes en Cristo procedentes del paganismo han tenido
parte en los bienes de Israel (Rm
15,27), subordinándose así al pueblo de Israel.
Quizá estamos acostumbrados
a pensar que, con su ascensión,
Cristo dejó en manos de los hombres el tema de la iglesia, y se desprendió de ella, impulsándola (sólo) por su Espíritu.
Pero para Pablo es Cristo mismo, que infunde su Espíritu, el que
está unido sin mediación con los
miembros de su cuerpo. El Espíritu Santo es una ayuda adicional.
Cristo y el Espíritu trabajan conjuntamente, pero cada uno con su
función. Cristo es el que perdona
los pecados y nos asimila a su
muerte y resurrección, haciéndonos participar de su eucaristía. El
Espíritu es el que “hace a unos
apóstoles, a los otros profetas, a
otros evangelistas, a otros pastores
o maestros” (Ef 4,11).
Para Pablo la iglesia es un sistema abierto hacia el Señor exaltado que, en cuanto cabeza, no está lejos de su cuerpo sino que está
plenamente presente en todo él. Pablo vive de esta experiencia y no
de la espera próxima de la Parusía.
Desde aquí se han de leer e interpretar las cartas de Pablo.
Esto se pone de manifiesto en
la imagen del olivo (Rm 11). No se
ha de considerar de forma puramente histórica, como si la historia de salvación de Dios con su
pueblo Israel fuese sólo un presupuesto, como si Israel fuese un
“predecesor” sustituido ahora por
la iglesia. Esto sería la teoría de la
substitución, teológicamente bastante extendida, que sólo con el Vaticano II ha sido rechazada. No, Israel sigue siendo el tronco, al cual
pertenecen no sólo los padres, sino también los cristianos, tanto los
Pablo y los comienzos de la Iglesia
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paganos como los de procedencia
judía. Las ramas cortadas siguen
siendo “santas”, a pesar de esta
“separación del tronco”; a ellas siguen perteneciendo “la filiación,
la gloria, la Alianza y la Ley, el
culto y las promesas y de ellas procede el Mesías” (Rm 9,4), en cuanto Mesías judío. Por eso avisa Pablo a todas las ramas injertadas
procedentes de paganismo: “No te
enorgullezcas y te pongas por encima de aquellos que ahora están
separados del tronco, pues no eres
tú el que lo sostiene, sino ellos a
ti” (11,18). De otro modo las ramas
perderían su inserción en el cuerpo de Cristo.
Pablo define el conocimiento
pleno de los judeo-cristianos y la
confesión de fe de los paganoscristianos con la caracterización
positiva de la “elección” (Rm 11,5).
El término porosis, que normalmente se utiliza como “endurecimiento” (11, 7.25), designa en realidad un no-conocimiento como
opuesto al conocimiento pleno. Es
la gracia de Dios la que hace que
un judío o un pagano lleguen al conocimiento de Cristo. En la comunidad se ha de respetar la conciencia de cada uno. Ni siquiera los
pagano-cristianos tienen derecho
a juzgar o despreciar a sus “hermanos no creyentes”. Pablo insiste en Rm 2 que Dios juzga a cada
uno según su conciencia. Con ello
da a todos la posibilidad de respirar y de expulsar el “mobbing” en
el seno de la comunidad. Es cierto que, en la época en la que los judíos predominaban en la comuni66
Norbert Baumert
dad de Jerusalén, muchos cristianos
se molestaban con sus prácticas rituales; pero ahora es a la inversa.
Cuanto más se extendía el cristianismo entre los paganos, tanto más
éstos se sentían superiores y despreciaban a las demás “ramas del
olivo”.
En esta amenaza de ruptura las
cartas de Pablo desempeñan un rol
importante. Cuando, por ejemplo,
se habla en los textos de la “justificación por la confianza” y alguien interpretaba que con ello se
descalificaba la Ley de Moisés como tal, algunos teólogos se sentían
autorizados a hablar mal de los
“judíos” (y los judeocristianos
pronto fueron excluidos de esta designación), con lo que los paganocristianos recogían y continuaban
un antijudaísmo étnico heredado
de antiguo. Pero con ello se malinterpretaba totalmente el pensamiento de Pablo.
Teológicamente lo decisivo es
cómo se entiende el concepto de
“Ley” (nomos), cuyo uso ha de
quedar reflejado en los textos paulinos que hablan de ella. Recientemente se ha distinguido entre la ley
como mandamiento moral de Dios
y la ley como factor de ordenamiento -“identity-markers” (James
Dunn)- de la sociedad en el pueblo
de Israel. Estas leyes civiles no serían vinculantes para los paganos,
pero sí la ley como mandamiento
divino. Por interesante que sea esta distinción, no creo que Pablo la
tuviese en cuenta. Es cierto que
con el tiempo las cosas han ido en
esta dirección, pero esto no signi-
fica que para los judeocristianos
aquellos “identity-markers” (y entre ellos, la circuncisión) hayan sido abolidos. En los primeros dos
siglos, los judeocristianos seguían
siendo judíos, mientras que los paganos constituían una especie de
“segundo rito”, como diríamos hoy.
Pablo insistía tan sólo en que los
cristianos procedentes del paganismo no tenían que asumir la circuncisión (porque es el signo de la
alianza de Dios con Israel); pero
no lo predicaba por su cuenta, sino en comunión con los demás
apóstoles, aun cuando él fue defensor acérrimo de esta posición en
un momento crítico de la comunidad naciente. Sin embargo, éste no
era el verdadero problema por parte de los judíos, sino que chocaban
con la conducta de los judeocristianos que a partir de su conversión manifestaban una notable “libertad”. Pronto se chocó con el
núcleo de la diferencia, es decir, la
postura ante Jesús de Nazaret.
Lo que Pablo acentúa en Rom
9-11 es la permanente y mutua exclusión de la ekklesia y del Resto
de Israel. Ninguno de los dos puede avanzar por sí solo, sino que
Dios reta al uno por medio del otro
y viceversa: a los creyentes en
Cristo mediante su referencia a sus
raíces judías, y a Israel mediante
el Mesías Judío “que Dios manifiesta ente los pueblos”. Por eso exhorta a unos y otros a “acogerse
mutuamente” (Rm 15, 7-12). Cada
uno ha de aprender del otro para
así dar testimonio conjuntamente
ante el mundo del único Dios de
Israel y de su Mesías Jesucristo.
Pues si Israel fue elegido al comienzo de cara a la salvación de
toda la humanidad, ahora es la parte judía la que está subordinada a
la cristiana y a los pueblos paganos porque de este modo quiere
salvar Dios a todos los hombres.
A nuestra pregunta inicial de
cómo surgió la Iglesia responderíamos: no “de Jesús a Pablo”, sino “del Jesús terreno con los doce
al Jesús exaltado con los doce y el
apóstol de los paganos, Pablo” –en
referencia permanente al “todo Israel”, y a través de “todo-Israel” al
Dios vivo y verdadero.
Pablo ha ampliado nuestro horizonte. Así como el Padre se ha
manifestado a todos los hombres
en Cristo por medio del Espíritu
Santo, de mismo modo los cristianos estamos llamados a ampliar
este “descenso” de Dios a los hombres y colaborar con él. Por ello,
no hay que tener miedo a proclamar la propia fe. Como miembro
de la iglesia estoy llamado a ser lugar de su revelación, como hizo Pablo con su acción. ¿Dónde están los
hombres que esperan mi testimonio? ¿Y a quién le gustaría a Dios
enviarme? Yo soy de algún modo
un brote de crecimiento de la iglesia. Pues ésta nunca está completa, y el creyente tiene que estar
siempre a disposición de Dios para continuar la tarea de la evangelización allí donde esté, con una fe
viva que no acaba con el bautismo,
y que ha de dirigirse a judíos y gentes de toda religión o a ateos y agnósticos. Sólo en cuanto estoy abriPablo y los comienzos de la Iglesia
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gado por la presencia de Dios
puedo decir que Dios está detrás
de mí y me envía al mundo. Porque Él tiene ante sí como destina-
tarios a todos los hombres y “desea que todos se salven y lleguen
al conocimiento pleno de la verdad” (2 Tm 2,4).
Tradujo y condensó: MARIA-JOSÉ DE TORRES
En última instancia, sea en tiempos tristes sea en épocas grandes, la Iglesia
vive esencialmente de la fe de quienes son de sencillo corazón, tal como Israel
vivía en virtud de ellos durante los tiempos en que el legalismo de los fariseos
y el liberalismo de los saduceos desfiguraban la faz del pueblo elegido. Israel
siguió viviendo en los que tenían el corazón sencillo. Fueron ellos quienes
transmitieron la antorcha de la esperanza al Nuevo Testamento y sus nombres
son los últimos del antiguo pueblo de Dios, a la vez que los primeros del nuevo:
Zacarías, Isabel, José, María.
La fe de aquellos que son de corazón sencillo es el más precioso tesoro
de la Iglesia; servirle y vivido en sí mismo, es la tarea suprema de toda reforma
de la Iglesia.
J. RATZINGER, La Iglesia en el mundo de hoy (Buenos Aires 1966).
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Norbert Baumert
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