El fascismo eterno - Instituto Progresista

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El fascismo eterno
Por Umberto Eco
“El fascismo no poseía ninguna quintaesencia, y
ni tan siquiera una sola esencia. El fascismo era
un totalitarismo difuso. No era una ideología
monolítica, sino, más bien, un collage de
diferentes ideas políticas y filosóficas, una
colmena de contradicciones”.
El fascismo fue, sin lugar a dudas, una
dictadura, pero no era
cabalmente totalitario, no tanto por su
tibieza, como por la debilidad filosófica
de su ideología. Al contrario de lo que se puede pensar, el fascismo italiano no
tenía una filosofía propia: tenía sólo una retórica.
La prioridad histórica no me parece una razón suficiente para explicar por qué la
palabra «fascismo» se convirtió en una sinécdoque, en una denominación pars pro
toto para movimientos totalitarios diferentes. No vale decir que el fascismo
contenía en sí todos los elementos de los totalitarismos sucesivos, digamos que
«en estado quintaesencial». Al contrario, el fascismo no poseía ninguna
quintaesencia, y ni tan siquiera una sola esencia. El fascismo era un totalitarismo
difuso. No era una ideología monolítica, sino, más bien, un collage de diferentes
ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones.
El término fascismo se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen
fascista uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista. A
pesar de esta confusión, considero que es posible indicar una lista de
características típicas de lo que me gustaría denominar Ur-Fascismo, o fascismo
eterno. Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema;
muchas se contradicen mutuamente, y son típicas de otras formas de despotismo
o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular
una nebulosa fascista.
1. Culto de la tradición, de los saberes arcaicos, de la revelación recibida en el
alba de la historia humana encomendada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de
los celtas, a los textos sagrados, aún desconocidos, de algunas religiones
asiáticas.
Cultura sincrética, que debe tolerar todas las contradicciones. Es suficiente mirar
la cartilla de cualquier movimiento fascista para encontrar a los principales
pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi se alimentaba de elementos
tradicionalistas, sincretistas, ocultos. La fuente teórica más importante de la nueva
derecha italiana, Julius Evola, mezclaba el Grial con los Protocolos de los
Ancianos de Sión, la alquimia con el Sacro Imperio Romano. Si curiosean ustedes
en los estantes que en las librerías americanas llevan la indicación New Age,
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encontrarán incluso a San Agustín, el cual, por lo que me parece, no era fascista.
Pero el hecho mismo de juntar a San Agustín con Stonehenge, esto es un síntoma
de UrFascismo.
2. Rechazo del modernismo. La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como el
principio de la depravación moderna. En este sentido, el Ur-Fascismo puede
definirse como irracionalismo.
3. Culto de la acción por la acción. Pensar es una forma de castración. Por eso
la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes
críticas.
4. Rechazo del pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y
distinguir es señal de modernidad. Para el Ur-Fascismo, el desacuerdo es traición.
5. Miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista, o
prematuramente fascista, es contra los intrusos. El Ur-Fascismo es, pues, racista
por definición.
6. Llamamiento a las clases medias frustradas. En nuestra época el fascismo
encontrará su público en esta nueva mayoría.
7. Nacionalismo y xenofobia. Obsesión por el complot.
8. Envidia y miedo al “enemigo”.
9. Principio de guerra permanente, antipacifismo.
10. Elitismo, desprecio por los débiles.
11. Heroismo, culto a la muerte.
12. Transferencia de la voluntad de poder a cuestiones sexuales. Machismo,
odio al sexo no conformista. Transferencia del sexo al juego de las armas.
13. Populismo cualitativo, oposición a los podridos gobiernos parlamentarios.
Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque
no representa ya la voz del pueblo, podemos percibir olor de Ur-Fascismo.
14. Neolengua. Todos los textos escolares nazis o fascistas se basaban en un
léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los
instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar
preparados para identificar otras formas de neolengua, incluso cuando adoptan la
forma inocente de un popular reality-show. El Ur-Fascismo puede volver todavía
con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar
con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del
mundo.
Fuera de la referencia a la conferencia de Eco es importante señalar
características más importantes del fascismo
El fascismo constituye un fenómeno complejo que adquirió diferentes
características según los países. Un ejemplo controvertido es el “franquismo” que,
si bien compartió con el fascismo y el nacionalsocialismo importantes rasgos, tuvo
algunos elementos diferenciadores (especialmente el peso de la Iglesia Católica)
con respecto a los regímenes italiano y alemán.
No obstante, podemos
distinguir una serie de rasgos comunes al fascismo:
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Totalitarismo
El estado fascista fue un estado totalitario. El gobierno y la burocracia estatal
trataron de intervenir en todos los ámbitos de la vida, coartando la libertad de los
individuos. El estado trató de controlar la escuela, la juventud, la vida laboral y
empresarial, el mundo femenino, los medios de comunicación…
A diferencia del estado liberal, sustentado en la libertad individual, en el fascismo
las personas se subordinaban plenamente al estado. Un estado que se
fundamentaba en la fuerza, el liderazgo y la jerarquía, ejerciendo un absoluto
control de la sociedad.
El partido oficial era la única organización política permitida. El partido (fascista,
nacional-socialista) fiscalizaba y regulaba la acción del estado con el cual llegó a
confundirse.
Antiliberalismo
Para los ideólogos fascistas el liberalismo era una ideología débil, incapaz de
frenar al auge del comunismo e ineficaz para mantener el rumbo de una economía
sometida a una profunda crisis en el período de entreguerras.
La democracia y el sufragio universal fueron considerados métodos artificiales e
inútiles que intentaban igualar la natural desigualdad entre los hombres.
La libertad, encarnada en los derechos de expresión, asociación o reunión fue
contemplada con absoluto desdén por una ideología fascista que defendía los
conceptos de jerarquía, disciplina y obediencia.
Los partidos políticos eran elementos que llevaban al desorden y a la
desmembración social y por consecuencia, en aquellos países donde el fascismo
alcanzó el poder, fueron ilegalizados y perseguidos. El estado fascista se basó en
un único partido bajo el liderazgo del jefe o caudillo.
Anticapitalismo
El fascismo tuvo en su origen un carácter anticapitalista. El término nacionalsocialista es una reminiscencia de esos inicios.
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Sin embargo, especialmente en el caso alemán, el capitalismo se identificó con los
financieros y banqueros judíos, calificados como elementos degenerados de la
burguesía. La propaganda fascista trató de distinguir entre la figura del gran
capitalista, sinónimo de usurero corrupto, y la del empresario, honrado, laborioso y
solidario con la comunidad.
El anticapitalismo fascista tuvo su mayor expresión en la organización corporativa
del mundo del trabajo. Empresarios y trabajadores fueron obligados a pertenecer a
sindicatos obligatorios, controlados por el partido único. Los trabajadores, que
perdieron sus sindicatos libres, fueron los grandes perjudicados de esta
reorganización del mundo laboral.
Sin embargo, a pesar de la palabrería propagandística, Hitler, Franco, Mussolini y
otros dictadores fascistas recibieron el apoyo del gran capital en su ascenso al
poder. Y una vez alcanzado éste, la alianza con los grandes empresarios se
estrechó aún más, hasta constituirse en la columna sobre la que se vertebró la
economía.
Antimarxismo
La lucha de clases, elemento clave en la visión marxista de la sociedad, chocaba
frontalmente con la ideología unificadora, nacionalista y totalitaria del fascismo.
Los grupos paramilitares fascistas, la falange, los “squadristi” o “camisas negras”
italianos, los SA o “camisas pardas” alemanes, hostigaron desde un principio a las
organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas. Los sindicatos y partidos de
izquierda fueron inmediatamente ilegalizados y perseguidos al acceder al poder
los fascistas y nacional-socialistas.
La furibunda actitud fascista contra las organizaciones obreras le granjeó
a Mussolini, Franco y Hitler la simpatía de muchas clases medias que veían con
pavor la posibilidad de una revolución comunista en sus países.
Autoritarismo y militarismo
El fascismo concebía la sociedad como una organización militar. En ella cada
individuo debía ocupar un lugar determinado y desarrollar una función específica.
La jerarquía, el mando y la disciplina debían regir el funcionamiento social. No
había lugar para discrepancias o disensiones. Cualquier desobediencia se
debíasolucionar por la violencia.
Así, los partidos fascistas organizaron desde un principio grupos paramilitares
uniformados, los SA nazis, los “camisas negras”, que desde un principio aplicaron
la violencia terrorista a la actividad política.
Al llegar al poder el fascismo y el nacional-socialismo potenciaron el papel de las
fuerzas armadas, esenciales para poner en práctica sus planes de expansión
territorial. El espíritu militar impregnó completamente la sociedad: los grandiosos
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desfiles militares se hicieron cotidianos, los jóvenes fueron educados en los
valores castrenses, los saludos y uniformes proliferaron…
En concordancia con la exaltación de lo militar, el fascismo promovió los “valores
masculinos”. El papel de la mujer quedó relegado al rol tradicional de madre y
esposa.
Nacionalismo exacerbado
Los fascismos organizaron su visión totalitaria en torno al concepto de nación. La
unidad nacional en torno al estado, al partido único y al líder será la máxima
aspiración de la ideología fascista. Este nacionalismo extremo tomó diferentes
formas en los distintos países.
El nacionalismo de los partidos fascistas derivó inmediatamente en sueños
expansionistas. Mussolini soñó con resucitar la antigua Roma y unificar el
mediterráneo, “il mare nostro”, bajo la hegemonía italiana. Hitler imaginó, y esta
ensoñación trajo consecuencias siniestras, con un nuevo III Reich, el tercer
imperio alemán, bajo la dirección de la raza superior germana. Incluso Franco se
permitió proclamar la vuelta al imperio, exaltando la España de los Reyes
Católicos y los primeros monarcas Habsburgo.
Liderazgo de un jefe carismático
Los partidos y, posteriormente, los estados fascistas se organizaron en torno a la
figura de un jefe normalmente militar ("Duce, Führer, Caudillo, Comandante") con
poderes absolutos sobre el partido, el estado y la sociedad. El eslogan italiano "Il
Duce ha sempre ragione" (el Duce siempre tiene razón) explica por sí solo esa
postura irracional de obediencia
absoluta al líder.
El jefe estaba dotado de un
especial carisma que hiciera que
su personalidad sobresaliera
sobre los demás mortales. Este
carisma fue alimentado a través
del culto a la personalidad. Un
culto alimentado por una
propaganda sistemática de
exaltación del líder. En este
sentido el fascismo se hermana
perfectamente con el
estalinismo.
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Empleo de la propaganda y el terror
Los regímenes fascistas pusieron gran empeño en controlar los medios de
comunicación, especialmente, la radio y la prensa. Tras abolir libertad de
expresión y perseguir a cualquier medio que se atreviese a desafiar esta
prohibición, los gobiernos fascistas utilizaron masivamente la propaganda para
inculcar los valores de su ideología. La gran figura en la manipulación de la verdad
y la propaganda alienante fue el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels.
A los que no se dejaban convencer por la manipulación informativa, el fascismo
reservaba el empleo sistemático del terror, desde la amenaza hasta la reclusión en
campos de concentración y el asesinato.
Segregacionismo
El segregacionismo se manifiesta tanto en el acceso a los recursos básicos
(propiedad privada, trabajo, sanidad, educación, representación y sufragio
político...) así como en otras facetas como la separación de barrios residenciales
en las ciudades con la consiguiente conformación de islas urbanas o "guetos".
Esto debido en muchos casos, a las diferencias económicas, de clases sociales,
de raza y nivel educativo.
La segregación puede presentarse de varios modos, esto depende de la cultura
y/o del contexto histórico en el que ocurra. Mas se puede dar en todos los ámbitos
de la vida pública, tanto en la político, económico, social, cultural, como en las
instituciones públicas de salud, en la esfera educativa.
El primero de los casos de segregación se denomina comúnmente en política
como apartheid, y se basa en el completo aislacionismo de un grupo racial en
particular por parte de un grupo social predominante o mayoritario.
En el segregacionismo de carácter étnico la discriminación se produce con
respecto a población perteneciente a un mismo grupo racial pero que presenta
algunas particularidades sociales y culturales diferenciadoras con respecto a la
población dominante. El ejemplo arquetípico de este caso lo constituye el sistema
de castas; otro ejemplo se da en Estados Unidos con las personas de color negro
y las de color blanco (población dominante). Históricamente se ha asociado el
color de piel negro, ciertos nombres de personas, formas de vestir, peinar, etc.,
con razas desfavorecidas, lo que hace que la segregación persista.
Los segregacionismos sexuales y religiosos son quizá los más representativos en
la historia y la diversidad humana, debido al hecho significativo de que ambos
factores -la religión y las relaciones sexo/género- constituyen dos de los
principales universales culturales relativos al conjunto de la especie.
El segregacionismo ideológico es el de más reciente aparición, vinculándose al
desarrollo de doctrinas eminentemente políticas para la gestión local, regional y
estatal en contraposición con el tradicional régimen único propio de las sociedades
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arcaicas en el cual se entremezclan atribuciones políticas y religiosas en un mismo
grupo dominante.
La ideología fascista era totalmente contraria a la idea de igualdad (entre los seres
humanos, entre los sexos, entre las naciones). En este sentido, el fascismo y, muy
especialmente, su versión alemana: el nacional-socialismo fue una ideología
radicalmente racista.
El nazismo se basaba en una visión racial de la humanidad en la que las razones
superiores, en la cúspide entre ellas la raza aria germana, debía de dominar y
esclavizar a las razas inferiores (los eslavos especialmente). Punto y aparte lo
constituía lo que los nazis denominaron “infrahombres”, el pueblo judío.
El antisemitismo constituyó el eje central de la ideología nazi. Desde el
hostigamiento se pasó a la discriminación jurídica (Leyes de Nuremberg, 1935),
para llegar durante la segunda guerra mundial a la “solución final” del problema
judío. Un eufemismo para referirse al exterminio de seis millones de judíos de la
Europa central y oriental.
El término segregar hace referencia a apartar, separar a alguien de algo o una
cosa de otra. De esta manera el segregacionismo es aquella política que separa,
excluye y aparta a grupos tales, como las mayorías raciales, los hombres, los
heterosexuales, las mayorías religiosas, las personas sin discapacidades, de las
minorías raciales, las mujeres, los LGBTI, las minorías religiosas, personas con
discapacidades, entre otros del resto de la población humana, con base
principalmente a planteamientos de tipo racial, sexual, religioso, o ideológico.
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