Viaje en tap-tap hacia la solidaridad

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Viaje en tap-tap hacia la solidaridad
"Viaje en tap-tap hacia la solidaridad"
Un voluntariado no para dar, sino para enseñar y aprender. Una matrona y un médico
cirujano se metieron de lleno en Haití, y encontraron un pueblo que, más que caridad,
necesita oportunidades.
06/09/08. Tap-tap. Tap-tap. Taptaptaptaptaptap, traqueteo cadencioso de motor, de personas
que se bambolean al ritmo que imponen la calle y la camioneta que los lleva a sus trabajos.
Cabezas que se mecen al compás de una melodía única e irrepetible, original cada vez, que
sólo se comprende cuando se vive como una mezcla de sonidos, olores y movimientos.
Sandra Aramburú, matrona formada en la Universidad de Chile y Ricardo Barrera, médico
cirujano, egresado de la Escuela de Medicina del plantel, se subieron al tap-tap: el medio de
transporte habitual en Haití. Se dejaron llevar por esa especie de "micro" a través de los barrios
de Puerto Príncipe, sin prejuicios, sin miedos. En el viaje aprendieron kreól, vieron ceremonias
vudú, dejaron de sentirse blancos y extranjeros, comieron gracias a la generosidad de su
gente. Iban como voluntarios de la Fundación América Solidaria a entregar sus conocimientos
como profesionales de la salud; pero confiesan que en realidad no quisieron imponer rígidos
esquemas de cómo hacer las cosas, sino que su meta fue ayudar, primero entendiendo al
pueblo haitiano, su idiosincrasia y sus necesidades, para luego tratar de enseñar, aunque fuera
sólo un poco. Cuando se bajaron del tap-tap, se dieron cuenta que aprendieron más de lo que
habían dado.
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Porque vieron en esa comunidad a gente que, más que caridad, necesita una oportunidad.
Buscando respuestas
En enero de 2006, Ricardo Barrera -actual médico cirujano- congeló por un año sus estudios
de Medicina para sumarse a este voluntariado con el que quiso llenar su necesidad de ayudar
a una nación con la que piensa que América Latina tiene una deuda histórica de solidaridad.
"Cuando un país está bien, sus profesionales deberían tener la generosidad de traspasar sus
fronteras para ayudar. Haití es uno de los lugares más interesantes para ir, cultural y
humanamente hablando, y quise conocerlos más allá de las imágenes dramáticas que muestra
la prensa.
Allá llegó a la Clínica Saint Esprit, ubicada en el barrio de La Plain , centro asistencial nacido de
la labor conjunta entre la Congregación de los Sagrados Corazones de Memphis, que lo
financia; la Congregación Dominicas de la Presentación , proveniente de Colombia, encargada
de su administración, y la Fundación América Solidaria de Chile, que aporta los profesionales
de salud voluntarios. Cubre a cerca de 800 personas, entre niños y adultos, residentes de ocho
localidades cercanas, dando atención médica y dental, implementando el programa ampliado
de inmunizaciones, otorgando asistencia de enfermería y ejecutando el Programa de
Alimentación Mundial, que entrega víveres básicos.
Así, se integró a un recurso humano universitario y profesional consistente en dos internos de
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Medicina, una dentista y una matrona. Atendió en un box de medicina general, a un promedio
de 25 pacientes diarios entre adultos y menores. Y aunque en su carrera aún no había pasado
por el internado de ginecología, se dio cuenta de las falencias que había en esa área y de que
"las embarazadas y los niños pequeños eran el principal problema de salud, y no éramos
capaces de otorgar un buen diagnóstico ni atención. Era muy poco lo que se hacía a nivel de
programas preventivos de salud comunitaria", añade.
Las cifras haitianas lo respaldan: la tasa de mortalidad materna reportada es de 523 mujeres
por cada 100.000. El 80% de las mujeres tiene sus partos en casa, atendidas por parteras
tradicionales. Esto redunda, asimismo, en que la tasa de mortalidad infantil reportada en
menores de 1 año es de 80,3 por cada mil nacidos vivos, y de 101,1 por cada mil nacidos vivos
entre los menores de cinco años.
"Para el recambio de personal que la fundación envió el segundo semestre del año pasado
sugerí que no mandaran más médicos, sino que una matrona que tuviera una perspectiva de
salud pública. Llegó Sandra Aramburú, que sabe cómo generar programas que tengan
efectividad e impacto en el futuro. Ella nos mostró cómo trabajar en esa área, cómo
caracterizar una población, pues estábamos desempeñándonos sin estadísticas, con una idea
general de lo que hacíamos y a quién beneficiábamos, pero sin saber nada en cuanto a
números de población ni adónde teníamos que apuntar los esfuerzos", explica Ricardo.
Ni caridad ni drama
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Respecto a esta experiencia, Sandra Aramburú dice que "lo que logramos hacer fue abrir la
puerta a la atención de salud. Todos quienes conformábamos el equipo pensábamos que es un
error tratar de instalar sistemas o alternativas de establecimiento que son contraculturales para
la gente. Por ejemplo, el 80% de los partos son en las casas, para lo que se me ocurren dos
explicaciones: una, que el acceso a los servicios públicos es muy limitado, no hay ninguna
estrategia de prevención o asistencia oportuna que funcione, y otra que para ellos tener a sus
guaguas donde viven es una suma, no algo incorrecto, así que por mucho que hubiera más
hospitales éste es un tema cultural muy arraigado. No hay que imponer modelos occidentales
sin detenerse a mirar cómo quieren ellos hacer las cosas".
Por eso, señala que una de sus tareas pendientes es hacer un trabajo con las parteras
comunitarias, dotándolas de herramientas para mejorar su labor con los nacimientos
domiciliarios y el cuidado de los recién nacidos, por ejemplo.
¿Cómo se les produjo este cambio de mentalidad, que supone dejar a un lado el imponer
estructuras conocidas para más bien internalizar la idiosincrasia local?
Ricardo: Tiene que ver con la motivación con que fue este grupo, de ser poco caritativa, con
una visión poco dramática de la pobreza y con un enfoque centrado en la salud pública.
Sandra: El encuentro en el que todos participamos fue para aprender respecto de cómo las
mujeres viven el proceso perinatal, y no para decirles cómo hacer las cosas, porque asumimos
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que no son tontos, no teníamos una visión racista ni beatífica de la cultura. El problema es que
allá hay mucha ayuda social que nace de la compasión y la caridad, y no del trabajo de
hermano de reconocer sus aprendizajes y su forma de vida.
Ricardo: Y en eso bien poco ayudan los medios de comunicación, que se esfuerzan
diariamente en buscar el drama, al niño huérfano más desnutrido, la herida abierta de Haití,
que existe y es dolorosa, pero es una cultura de la que a mí me asombra si riqueza y fuerza
interna, tienen un gran conocimiento popular y mágico, que si uno anda con los sensores
abiertos lo deja estupefacto.
¿Volverían a continuar su labor?
Sandra: Sí. Ahora, desde una visión retrospectiva de lo que hicimos y de lo que no pudimos
hacer, siento que es una tremenda responsabilidad que quizás no sopesé cuando me fui. Se
van generando lazos de amistad con las personas, apego, hay una exigencia grande de seguir
con eso y mejorarlo para tener algún impacto. No soltar lo que generaste, ese pequeño grupo
de familias que a lo mejor crearon confianzas con una. Quizás no trabajaría en una clínica
privada; yo ejercí como matrona clínica, pero estamos de acuerdo en tratar de formar haitianos,
más que ir a hacer las cirugías.
Ricardo : O establecer intercambios, por ejemplo, que estudiantes de medicina de allá vengan
a la Universidad de Chile, y que le paguen al servicio de salud haitiano con su trabajo. Gastar
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recursos en preparar en nuestros centros de formación a profesionales que trabajen allá,
articulando el Estado.
¿Qué imagen les queda en la mente?
Ricardo : Un baile vudú, una ceremonia de tres días donde todas las comunidades de ese
sector comparten la comida, la bebida, un cabrito... la energía que se siente en algún momento
llega a ser hasta metafísica, el color, el poder, la fuerza, la dignidad de mantener una religión
que históricamente han demonizado. Un caleidoscopio, Haití no respeta el espacio, está todo
así metido, revuelto.
Sandra: La calle llena de gente, trabajando, vendiendo, con los animales, en un tránsito
caótico, con tap-tap llenos de color, de música, la gente hablando fuerte todo el rato, haciendo
ruido, captando tu atención, que converses, que los mires. El paisaje humano es maravilloso,
ellos son muy bellos, más el color y la música, es algo que está vibrando siempre.
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