A menudo algunos espíritus sentimos una profunda tristeza y, en otras ocasiones, una espontanea alegría que revive nuestra alma. Así, enlazamos ciertos estados de ánimo que gobiernan nuestra existencia con nuestro acontecer en los espacios que habitamos. Quisiera hoy referirme a este proceso causal e intentar aportar a la siguiente cuestión: ¿Nuestro estado de ánimo depende de nosotros mismos? Para abordar esta pregunta expondré dos tópicos fundamentales, a saber, pensamiento vacio y una fisiología de la tristeza, de los que derivaré las respectivas conclusiones. Si afirmáramos esta dependencia no habría persona que se sintiera triste o alegre si así lo quisiera. Esos sentimientos que muy a menudo entran en nuestra mente, no son los que determinan nuestro estado de ánimo. Estos tienen como factor la soledad en la que muchas ocasiones nos encontramos. Es tanta la melancolía que existe en nuestras entrañas, que en ocasiones nos llega el sentimiento de querer la desintegración total de nuestra alma, sin importarnos un futuro. Por ello, analicemos en primera instancia lo que he denominado pensamiento vacio. 1. PENSAMIENTO VACÍO Surge cuando la melancolía causa en nosotros un pensamiento que se puede interpretar con la extinción de nuestra vida y así acabar con tantos pensamientos tormentosos que se encuentran en nuestra mente. Puede ser que este sea un pensamiento vacío para unos —con el cual estoy de acuerdo— como puede que sea un pensamiento complejo para otros. Querer acabar con nuestra existencia por la misma tristeza en la que se encuentran nuestros pensamientos implica acabar con un momento crítico de nuestras vidas, es aquí cuando quisiéramos que este estado de ánimo pasara de ser un sentimiento vacío a uno más complejo como lo es la tranquilidad y la felicidad con nosotros mismos, pero para que esto suceda no necesariamente depende de nosotros, ya que nosotros no somos los responsables de nuestro estado de ánimo por independiente que este sea, porque es producto del momento y del lugar donde nos encontremos. Si estuviéramos en un determinado momento crítico y angustioso de nuestra existencia, no habría persona alguna que se sitiera feliz o tranquila totalmente, si así lo quisiera, ya que hay una situación que no se lo permite; es cuando sin duda alguna diría que estos estados de ánimo que tiende a tener el ser humano son independientes de nuestra mente, pero dependientes de la situación, momento o lugar en que estemos. La tristeza y la melancolía son dos sentimientos totalmente ligados que todo ser humano tiende a sentir en su vida; no obstante, no se puede decir que tales estados que determinan la existencia en un determinado momento de nuestras vidas sean malos, pues en muchas ocasiones nos llevan a reflexionar sobre nuestras acciones: “La soledad no te lleva a estar solo sino a ser único”.1 De tal modo que los espacios que tengamos con nosotros mismos, como los de la soledad, son los que nos permiten ser mejores y estar mejor preparados para llegar a ser más fuertes. Cierto es que para muchos de nosotros algunos lugares nos producen un gran asco, hasta el punto de querer salir corriendo inmediatamente. Sin embargo, hay lugares de los que jamás quisieras irte, ya que te sientes pleno de tal manera que es tanta la tranquilidad y felicidad que nos trasmiten estos espacios que no queremos alejarnos de allí, es aquí cuando desaparece cualquier dolor y nostalgia, porque nuestra mente ya no percibe ese sentimiento vacío en nuestro ser. En lo que a mí respecta, estos espacios de alegría, tranquilidad y serenidad que tanto añoramos están tan delimitados por el ser humano que ya se encuentran al borde de la extinción total, que se está apoderando de muchas almas. Almas que deciden dejar este mundo en busca de otros espacios, concepto con el que no estoy de acuerdo en una totalidad, porque la muerte no es la solución a todo, porque representa el sentimiento negativo de muchos seres que se dejan engañar por esta, de tal modo que el suicidio es una cobardía del hombre, y por eso digo que su negatividad frente a las circunstancias me produce un repugnante asco. El querer buscar tranquilidad y serenidad en la muerte es un pensamiento vacío y poco complejo, ya que el mundo del más allá no nos garantiza nada, de tal manera que puede ser peor que este donde nos encontramos, el cual nos brinda gran variedad de sentimientos a los que nos apegamos a diario. “En el rostro de quien sufre de intensa tristeza se lee tanta soledad y abandono que nos preguntamos si la fisonomía de la tristeza no representa la forma a través de la cual la muerte es objetiva”.2 De este modo, la muerte se apodera de nuestros más oscuros pensamientos y hace que el ser humano sea manejado por esta, hasta conducirse a ella, pues el mal uso de nuestra soledad nos puede conducir a realizar actos mal pensados sin marcha atrás. Estar cansados de vivir y sentir sensaciones de tristeza, soledad y exclusión son factores que penetran nuestras entrañas y hacen de nosotros seres débiles y desgraciados, hasta el punto de llevarnos a un conflictos mentales, porque no hay deseos de mejorar. Por eso, estar en el lugar equivocado influye cada vez más, de suerte que es necesario que el ser humano encuentre a menudo un espacio donde 1 2 Cioran, Emil Michel. El ocaso del pensamiento. Madrid: Marginales, 1995. p. 11. Cioran, Emil Michel. Las cumbres de la desesperación. Madrid: Marginales, 2001. p. 75. se pueda sentir pleno consigo mismo, y así poder reflexionar sobre muchos de los pensamientos que se encuentran en su mente. Aquel que se siente solo en el mundo, se conoce bien a sí mismo, ya que el hecho de percibirse de alguna manera ignorado por los demás, por la sociedad que lo rodea, hace que su yo sea más fuerte. No pretendo decir que esto sea en lo absoluto bueno y que todos tengamos que ser así, pero el hecho de sentirnos solos en nuestra existencia hace que en muchos nazca un sentimiento de superación, que se da por la desesperación que sienten al no ser percibidos por la sociedad. Una sociedad que se ha hecho cada día más vulnerable al consumismo, el cual ha traído grandes ventajas para la calidad de vida, pero de la misma manera grandes perjuicios para el pensamiento del hombre, ya que tal consumismo nos lleva actuar en muchas ocasiones equivocadamente. Se podría decir que el no poder tener ciertas cosas materiales hace que nuestros sentimientos sean negativos, al no poder vernos como algunas personas que poseen grandes bienes materiales; por lo tanto, el autoestima baja y, al mismo tiempo, la tranquilidad con nosotros mismos. Es por eso que estar alejados de esta sociedad en la que vivimos, en ciertas ocasiones puede ser lo mejor para adquirir una superación verdadera, ya que la superación a la cual me refiero no está ligada al poder, ni mucho menos a la riqueza absoluta, tal superación está en la adquisición de un pensamiento fuerte, que no admita ninguna debilidad, un pensamiento complejo que no se deje destruir por ningún espacio en el que se encuentre determinado su existencia. 2. UNA FISIOLOGÍA DE LA TRISTEZA A decir verdad, esta superación es difícil de adquirir, hasta el punto de que muchas veces resulta imposible. Así que vuelve la tristeza, sentimiento que todo ser humano está condenado a vivir. Sólo aquel que ha sentido en su más profundo ser la tristeza verdadera, puede decir a boca abierta que este sentimiento es el más doloroso de todos, aquel ser humano que de verdad ha sentido esta inmunda tristeza, ha querido olvidarse de todo, olvidarse de sí mismo y olvidarse de todo lo que existe: “Las verdaderas confesiones se escriben con lágrimas únicamente. Pero mis lágrimas bastarían para anegar este mundo, como mi fuego interior para incendiarlo”.3 Las apreciaciones a las que se refiere Cioran están limitadas por este sentimiento que se encarna en nuestras almas, sentimiento que se apodera de la más mínima felicidad de nuestra alma haciendo expulsar todo remordimiento, culpa y otros pensamientos que se encuentran encerrados en nuestras entrañas. Llega un determinado momento en que sentimos la necesidad de expulsarlo de la misma manera que un volcán expulsa su lava, así como con la misma fuerza y furia expulsamos estas verdades, las cuales gritan sin cesar ser liberadas. Podría decir que la tranquilidad está próxima a apoderarse de nuestra alma, ya que esta 3 Cioran, Emil. Soledad individual y soledad cósmica. p. 87. tranquilidad se aleja de nuestra alma cuando nos encerramos en nuestro sufrimiento y nos morimos lentamente ahogándonos en nuestra más profunda tristeza: “Todos aquellos que sufren en silencio, sin atreverse a expresar su amargura mediante el mínimo suspiro, gritarían entonces formando un coro siniestro cuyos clamores horrendos harían temblar la Tierra entera”.4 Por ello, deseo expresar como conclusión que la tristeza y la melancolía son aspectos con los cuales nacemos, y sin duda alguna nadie se libra de tenerlos y percibirlos a diario, hasta el punto de que estos se hagan más frecuentes que la serenidad, la tranquilidad y la felicidad, que tantos seres humanos buscamos en este mundo. El hecho de estar existiendo nos conduce a un infinito camino de tristeza y desesperación del que nadie está a salvo. Los espacios en los que nos encontramos a menudo son los que nos ligan en diversas ocasiones a sentirnos como nada y cuando digo nada me refiero a no pertenecer a este mundo terrenal y sentir que no existimos, que solo somos más que una ilusión, ya que estos espacios llevan a nuestra mente a diversos estados que limitan su superación. El suicidio no es el hecho de no querer vivir más y alejarnos de este mundo cruel que nos lleva a infinidades de sufrimientos, el suicidio proviene de una profunda tristeza interior que en muchas ocasiones es, para muchos, la única manera de acabar con esta, creyendo pasar a otro mundo. Esto no sabemos al momento. Al momento de actuar así, es que esa tristeza y melancolía vive con nosotros desde siempre, incluso después de la vida aún sobreviva y siga construyendo su objetivo sin fin, apoderarse de la mínima tranquilidad que obtengamos en nuestro largo e infinito camino. Bibliografía cioran. Emil. El ocaso del pensamiento. Madrid: Edit. Marginales, 1995. Cioran, Emil. En las cimas de la desesperación. Madrid: Tusquets, 2001. 4 Cioran, Emil. Apocalipsis. Pág. 91