cuentos a las 12 - Autores Editores

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CUENTOS A
LAS 12
DAVID JIMÉNEZ FLORES
cuento 1 :
Apenas bajaba el sol, la gente de la comarca huía hacia sus
viviendas. Las casas estaban separadas
por huertas y cultivos de trigo, y rodeaban la comarca
empinadas montañas, de cimas blancas en
lo alto, y negros bosques más abajo. Las viviendas estaban
unidas por angostos senderos, trillados
por el paso de las cabras, y por las noches, por los senderos
patrullaban los hombres más fuertes
de la comarca, llevando antorchas en las manos, y como
armas los herramientas de trabajo.
Las brujas asolaban aquella zona, y sus carcajadas resonaban
por las noches heladas, y niños y
adultos temblaban en sus camas, y aullaban los perros
elevando sus hocicos hacia el cielo.
En una noche de luna, Rómulo no conciliaba el sueño, y se
levantó de la cama, espiando luego hacia
afuera, a través de una rendija que se formaba entre las
maderas que tapiaban la ventana.
Solamente veía parte de la comarca: la esquina de un trigal,
tres casas vecinas, y avanzando lentamente, el resplandor de
las antorchas de los vigilantes, y tras todo eso, la silueta de
una montaña,
con su cima brillando bajo la luna.
Cuando miró hacia el cielo, vio pasar volando a una bruja;
iba sentada sobre una silla, y levitaba muy
alto sobre la comarca. Rómulo se apartó de la ventana con
espanto, y su corazoncillo latió fuerte.
Aún aterrorizado, volvió a espiar por la rendija, y vio la cara
de la bruja casi pegada a la ventana.
El terror lo paralizó. La bruja, que era horrible, lo señaló con
el dedo, y se relamió los delgados y
arrugados labios. Pero la bruja no vio que los vigilantes se le
acercaban, cuando giró hacia ellos, ya
un hacha surcaba el aire, describiendo un semicírculo, y tras
un golpe la cabeza de la bruja rodó por el
pasto; mas su cuerpo siguió de pié, tirando manotazos al aire,
y caminando después hacia sus matadores, comenzó a
seguirlos con sus brazos extendidos. Otro golpe de hacha
partió en dos la cabeza, y el cuerpo finalmente cayó. Esa
noche ardió una hoguera, y en ella los restos de la bruja.
Cuento 2 : No recuerdo por qué mi madre me llevó al
hospital, yo era muy niño. Salimos de madrugada, a pie.
Hacía mucho frío, y en la calle apenas andaban algunas
personas. Recuerdo que el césped de algunas casas estaba
blanco de helada, y las ventanillas de los autos estacionados
en la calle, estaban opacas de escarcha.
Al llegar el hospital estaba casi vacío. Ignoro por qué
tuvimos que esperar igual, creo que el doctor no había
llegado. Nos sentamos en un banco que había contra la pared
de un corredor, frente a nosotros había una puerta de color
marrón que estaba cerrada.
Enseguida me dio sueño, por haber dormido poco y por el
silencio del lugar. Llegaban algunos sonidos apagados:
voces, llantos de niños, y algunos pasos que era difícil
precisar de dónde venían.
Terminé durmiéndome sentado. Al despertar mi madre no
estaba a mi lado. Al hallarme solo miré hacia ambos
extremos del corredor, y de reojo vi que la puerta que estaba
frente a mí empezaba a abrirse.
Tras la puerta había un monstruo vestido de enfermera. Lo
llamo monstruo porque evidentemente no era una persona, y
tampoco una aparición.
Inútil sería intentar describirlo detalladamente, era una
mezcla de rasgos animales en un rostro putrefacto. Hasta
tenía puesto un gorrito de enfermera, y el blanco de su
uniforme era impecable.
Aquella cosa me saludó con la mano, yo quedé duro de
miedo, y sentí que todos los pelos de mi cuerpo
se erizaban, como si me atravesara una corriente eléctrica.
La criatura tenía un brazo hacia atrás, como ocultando algo.
De repente mostró lo que ocultaba.
Lancé un alarido de terror al ver que era la cabeza de mi
madre. El monstruo la sostenía de los pelos,
y la balanceó de un lado al otro, y la cabeza de mi madre
comenzó a reír a carcajadas. De pronto la puerta se cerró, y
por el corredor mi madre se acercó corriendo. No puedo
expresar la alegría que sentí
al verla bien. Me había dejado un momento para ir al baño.
Un enfermero que escuchó mis gritos se nos acercó.
Llorando relaté lo que había visto. Por supuesto que creyeron
que lo había soñado. Para demostrármelo el enfermero abrió
la puerta, como era de esperarse adentro no había nada,
aparte de algunas cajas con utensilios de hospital.
Sé que no fue un sueño; para abrirla el enfermero utilizó una
llave, o sea que no pudo abrirse sola, y cuando vi al
monstruo, también vi las cajas con utensilios, las mismas que
vi después.
Cuento 3 : Damián se entretuvo revisando los exámenes.
Como era nuevo en aquella escuela, quiso ver qué nivel
tenían los alumnos, haciendo un examen sorpresa.
Cuando terminó de guardar todo en su portafolio, la escuela
estaba desierta, y fuera ya era de noche; era invierno y los
días eran cortos.
En el corredor encontró a un hombre barriendo el piso. Se
saludaron, y el hombre que barría le preguntó:
- ¿Usted es nuevo aquí?
- Sí señor. Comencé ayer - le respondió Damián.
- Y qué le parece esta escuela - indagó el barrendero,
apoyándose en la escoba como si fuera un largo bastón - ¿Le
gusta?
- Sí - dijo Damián echando una mirada en derredor -.
Comparada con la escuela en donde trabajé, todas son
mejores. Si le contara lo que pasaba en aquella escuela no
me creería. Por suerte ahora está cerrada, clausurada más
bien, esperando ser demolida.
- ¿Qué pasaba en esa escuela? Cuente hombre, que me dejó
con la intriga, y no soy de cuestionar las historias de los
demás.
- Bien, que opina si le digo que la escuela estaba embrujada,
y que era aterrador trabajar allí.
- Pues diré que me alegro de no haber sido empleado en esa
escuela, que sé bien que los lugares embrujados existen, y
que las escuelas son propensas a quedar embrujadas.
- ¡Y esta sí que lo estaba! - expresó Damián -. Cuando entré
los otros maestros no me dijeron nada.
Los cajones de mi escritorio aparecían abiertos, y si dejaba
algo en ellos, aparecían sobre el escritorio.
A veces, cuando el salón quedaba vacío, en el fondo de éste
se veía a un niño sentado mirando la pared. Apenas lo veías
desaparecía, era como el destello de una imagen, pero
créame cuando le digo que era aterrador. A veces los
alumnos sentían que le jalaban el cabello, y se culpaban unos
a otros;
pero yo sabía lo que era, pues en una ocasión me había
pasado lo mismo, cuando me retiraba del salón.
Inevitablemente me enteré que los otros maestros no eran
ajenos a lo que allí sucedía, y ya en confianza me confesaron
haber tenido experiencias aterradoras, incluso una maestra
había muerto de un susto, al ver quién sabe qué. Lo cierto es
que la encontraron en un salón, y en él había un muñeco de
trapo, que luego se deshicieron de él. Al muñeco lo llamaban
Tito, si mal no recuerdo - concluyó Damián.
- Se me erizaron los pelos al escucharlo - dijo el barrendero.
Damián se despidió. Había avanzado unos pasos cuando
escuchó que el barrendero lanzó una carcajada sonora, y al
volverse el hombre ya no estaba, había desaparecido.
Cuento 4 :Durante la madrugada el cuarto de Estefania se
ilumino de pronto; la televisión se había encendido sola.
Estefania despertó, y enseguida se sentó a medias en la
cama, algo confundida como todo el que es despertado de un
sueño profundo.
La televisión estaba frente a la cama. En la pantalla se veía
una habitación terrorífica, de paredes de
piedra, y en los rincones colgaban telas de araña, y estaba
iluminada por las velas de un candelabro.
A Estefania no le gustaban las películas de terror. Estiró el
brazo para tomar el control remoto, que estaba en la mesita
de la veladora. Cuando volvió a mirar la tele, en la
habitación terrorífica había un
payaso, que a pesar de caminar, lucía como si hiciera tiempo
que estuviera muerto.
Estefania intentó apagar la tele pero no pudo. El payaso
empezó a acercarse a la pantalla, y apoyó sus manos como si
se apoyara en el vidrio de una ventana. Fijó sus ojos
amarillos en los de Estefania y comenzó a sonreír. Acto
seguido bajó sus manos, y parte de sus brazos dejaron de
verse
en la pantalla. Estefania estaba petrificada de terror, y no
podía ni gritar. De pronto, los brazos del payaso salieron de
abajo de la cama, de los costados, y se estiraron como
serpientes hasta sujetar a
Estefania, que ahí sí gritó con todas sus fuerzas. Y así
despertó de la pesadilla, gritando.
La televisión estaba apagada. Se llevó las manos a la cara,
como hacen los niños cuando se asustan.
¡Qué pesadilla más horrible! - exclamó Estefanía. Cuando
retiró las manos de la cara y abrió los
ojos, la televisión se había encendido nuevamente.
Cuento 5 : Aquella sesión espiritista había salido
terriblemente mal. Las luces se apagaron de pronto, y los que
rodeaban la mesa se desbandaron a los tropiezos por la
habitación, pues de alguna parte, llegaba
un sinfín de gritos y lamentos; algunos gritos no eran
humanos. Todos sintieron que se encontraban
en un lugar mucho más amplio que la habitación en donde
estaban, y en la oscuridad los rozaron cuerpos fofos y
peludos, y algunas manos intentaron detenerlos.
Aquel momento de terror sólo duró un instante, las luces
volvieron a encenderse, y todos se miraron
horrorizados.
Después de esa noche, los que integraron la sesión
comenzaron a morir uno tras otro. Ahora Manuel,
quien había precedido la sesión, la cual fue idea de él, asistía
al velorio del penúltimo integrante.
El velorio era en la casa del difunto. En la sala se encontraba
el ataúd, y la habitación estaba
iluminada por velas, cuyas llamas se hamacaban inquietas
debido a una corriente de aire que se filtraba por la ventana.
Fuera bramaba el viento, y estaba de noche, y en la
oscuridad los árboles se agitaban en torno a la casa.
Manuel fue hasta el ataúd, el cual estaba abierto. Al mirar el
rostro del difunto, lo vio abrir los ojos
y girarlos hacia él. En ese instante la ventana se abrió de par
en par, entonces una ráfaga de viento
entró en la casa, apagando las velas con rapidez y volteando
cosas a su paso.
Manuel recordó la sesión, volviendo a sentir un hondo terror,
y en la oscuridad alguien le susurró al
oído: “Ya vienen por ti”.
Cuento 6 : Esteban estaba por abrir la puerta que da a la
calle, cuando de repente escuchó una risita burlona.
Se volvió hacia el corredor por donde había venido, y
escuchó con atención; sólo había silencio.
Los alumnos y las maestras se habían retirado, y las sombras
de la noche ya envolvían el patio de la
escuela. Los salones que durante el día rebosaban de
inquietos niños, ahora estaban vacíos e inmóviles en la
penumbra, aunque algo insano saturaba el aire, y la
temperatura había descendido.
Esteban era el director de aquella escuela. Aunque ahora no
escuchaba nada, estaba seguro de haber
oído una risita disimulada, como de alguien que se burla a
espaldas de uno.
Volvió sobre sus pasos y empezó a revisar los salones. El
aire estaba tan frío que su aliento se veía
como si fuera una bocanada de humo.
Llegaba al final del corredor cuando desde el último salón
brotó el estruendo de una carcajada, y
Esteban se estremeció al reconocerla: Era la carcajada de
aquel payaso que muriera en la escuela.
Había animado una fiesta escolar durante varias horas,
cuando de pronto cayó al suelo y comenzó
a convulsionar. Los niños creyeron que era parte de su
espectáculo, y se echaron a reír, y hasta
algunos comenzaron a imitarlo arrojándose al piso. Sólo una
maestra advirtió la angustia en los ojos
del payaso, pero ya era demasiado tarde; murió allí mismo,
entre las risas de los niños.
Enseguida de la carcajada, la aparición del payaso asomó la
cabeza y una mano, y lo saludó con un gesto, para luego
saltar hacia el corredor. Se elevó en el aire y se abalanzó
volando rumbo a Esteban,
al tiempo que lanzaba su risotada aterradora.
Esteban corrió hacia la puerta, con la aparición volando tras
él. Salió a la calle como una exhalación y no paró hasta
llegar a su auto, no volteando en ningún momento.
Ya en su casa, pasado el momento de terror, Esteban
reflexionó largamente sobre el asunto.
Concluyó que haciéndole un homenaje al payaso, tal vez su
espíritu dejaría de rondar por la escuela. Después de un acto
solemne, durante el recreo, se colgó en un salón la foto del
payaso. También hizo
bendecir a la escuela, y aparentemente el problema se
solucionó; mas algunos alumnos afirman, que
a veces la foto del payaso hace alguna morisqueta, o guiña
un ojo.
Cuento 7 : Una idílica tarde de verano se convirtió en una
pesadilla. Durante treinta
años los expedientes acumularon polvo en la sección de casos no
resueltos del FBI.
Más de trece piezas de evidencia fueron recogidas en la escena
del crimen, la
residencia Hewitt. Los hechos acaecidos llevaron a una de las
leyendas más bizarras
de los anales de la historia americana: "La Masacre en Texas”
Silencio. Debía hacer silencio.Sabía que su vida dependía de ello.
No importaba cómo se había metido en esa situación, no
importaba que iban a Dallas,
no importaba que llevaba un regalo para su tía Maggie, nada de
eso tenía sentido
ahora. Ahora lo único que tenía importancia era que tenía que
permanecer callada,
con el cabello pegado a la piel por el sudor, inmóvil. Tal vez hasta
tendría que
parar de respirar. Tal vez hasta pararía de respirar y se ahogaría
ella misma y, si
eso pasaba, todavía salía ganando. Porque todo era mejor que
eso. Cualquier cosa era
mejor que parar como todos los demás. Él estaba ahí afuera. Ella
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