Cuenta una antiquísima leyenda que, en tiempos muy remotos

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Cuenta una antiquísima leyenda que, en tiempos muy remotos, existió una singular y prospera
ciudad, erigida en medio de la mar, llamada Cathair- Fleodruinn (la Ciudad- Flotante). Todo en
ella era suntuoso y digno de admirar. Contemplada desde la costa, resplandecía como un
diamante, pues las altas torres del palacio y los muros de sus elegantes mansiones eran de
mármol blanco y cristal de roca.
La maravillosa ciudad fue creada por Caedmon, y su amigo de infancia: Aodh. Ambos nacieron
el mismo día y a la misma hora en un reino, tan humilde, que sólo poseía un poblado costero, un
valle donde criar ganado y los terrenos cercanos que todos cultivaban, incluido el rey.
Era un pueblo de agricultores guerreros, acosados por continuos pillajes de tribus errantes e
incesantes guerras, lo cual les obligaba a defender, con la espada, sus vidas y sus escasas
pertenencias. El único que no trabajaba la tierra, ni cazaba, o guerreaba, era el mago, pues sobre
él reposaban otro tipo de responsabilidades, consideradas de vital importancia para la
supervivencia del reino.
En efecto, por aquellos tiempos, en aquellas tierras, los hombres creían en los dioses y en las
fuerzas del mal. Para protegerse de éstas tenían hechiceros muy poderosos, llamados druidas,
conocedores de grandes y arcanos secretos. Dichos druidas podían comunicarse con las
divinidades, con los espíritus de los difuntos, con las plantas y animales, o adivinar el futuro de
los hombres. Tras el nacimiento de toda niña o niño, haciendo uso de su rara sabiduría, lograban
conocer las grandes líneas de su destino, y, acto seguido, le bautizaban con un nombre
directamente relacionado con él.
Siguiendo, pues, la costumbre de obligado cumplimiento, al tercer amanecer después del
nacimiento, aquellos niños venidos al mundo en idéntica fecha y hora fueron presentados por sus
padres ante el mago del poblado.
El anciano druida, vestido con una túnica tan blanca como su larga melena y no menos larga
barba, rodeado de sus ayudantes, esperaba, solemne, en el centro de su gran cabaña redonda con
techo de paja.
Apenas había comenzado a leer el futuro de los niños, observando sus cuerpecitos desnudos
cuando, de repente, exclamó sorprendido:
'¡Cielos, no es posible!'- Y, en sus ojos gris-azulados, brilló, intenso, un destello nunca antes
visto en él.
Uno de los padres, ignorando si aquello era de buen o mal augurio, preocupado, osó interrumpir
al mago:
'¿Acaso, oh venerable druida, adivinas en el futuro de nuestros hijos algo nefasto, que no sea de
tu agrado?''¡Sacadlos de aquí!'- Ordenó el sabio anciano a sus discípulos, con aquel nuevo destello en la
mirada que tanto asustaba a los padres.- 'He de consultar el divino oráculo de Tlachtga, nuestra
diosa protectora, y ellos no deben estar presentes, pues ella nunca se manifiesta en presencia de
aquellos que no han sido altamente iniciados.'Las madres, presas de terror, quisieron recuperar a sus hijos antes de abandonar la cabaña de la
que eran expulsadas al igual que sus esposos, pero el druida se opuso vehementemente: '¡No!
¡Quitadles los niños, y preparadlos para el ritual!'- Exigió el druida a sus ayudantes, que
obedecieron al instante.
Los padres esperaron el veredicto del druida con el corazón palpitante, pues, según rezaba la
antigua ley: si, en un recién nacido, el druida leía un destino considerado nefasto para su pueblo,
el niño era sacrificado en ofrenda a los dioses.
Al cabo de una hora, interminable, uno de los ayudantes salió de la redonda cabaña para soplar
varias veces en un cuerno. El penetrante sonido llegó hasta los más alejados confines del reino, y
significaba que el druida ordenaba a todos los habitantes que se reunieran, en asamblea plenaria,
ante su morada.
Los padres de los niños, desconociendo el motivo de tan solemne reacción, se temieron lo peor,
y, no sin gran dificultad, retenían unas lágrimas que sus esposas, vencidas por la angustia,
derramaban en abundancia.
Tras oír el sonido del cuerno, todos y cada uno de los habitantes del poblado abandonaron sus
trabajos u ocupaciones, y acudieron a la llamada. Y, si bien sentían lástima por los padres de los
pequeños, también experimentaban gran curiosidad por lo que habría de decirles el druida.
No obstante, la muchedumbre tuvo que esperar largas horas ante la puerta de la cabaña, de pie y
en silencio. Tales eran el temor y el respeto que infundían las predicciones y los actos del mago.
Cuando por fin apareció el venerable anciano, rodeado de todos sus ayudantes, dos de ellos,
situados respectivamente a su izquierda y a su derecha, llevaban en sus brazos a los niños. Un
silencio temeroso, cargado de expectación, invadió el poblado.
A una señal del mago, aquellos que tenían a los niños en sus brazos los elevaron al cielo,
diciendo tres veces, con voz fuerte y bien timbrada: 'Maralachd agnus Nirdhe' (honor y gloria)
Entonces, de pronto, el sol brilló deslumbrante, el aire se hizo más puro, y hasta los pájaros e
insectos paralizaron sus cantos, ruidos y movimientos. Fueron instantes mágicos y, en el fondo
de sus corazones, todos comprendieron que los dioses se disponían a hablarles por boca del
druida:
'Fausto y feliz fue el momento en el que los cielos decidieron honrar a nuestro pueblo con este
doble nacimiento'-Habló, al fin, el anciano.- '. Alegraos, pues aquí tenéis a vuestro futuro rey,
que llamareis Caedmon, porque será un guerrero invencible y de noble corazón. Y aquí os
presento a Aodh, así nombrado porque está habitado por el espíritu del fuego, de cuyo saber nada
le será negado. No ha nacido, ni nacerá, mago que le iguale.'- Decía, señalando primero a uno de
los niños, y, luego, al otro.
'La diosa Tlchatga me ha transmitido la siguiente profecía: Juntos crearan una rica y luminosa
ciudad: la Cathair- Fleodruinn, y juntos gobernaran sabiamente, escribiendo en letras de gloria la
historia de nuestro pueblo. No han de conocer la discordia o la rivalidad, ya que, por inclinación
y necesidad, siempre han de profesarse afecto, amistad, e indefectible lealtad. Cada uno de ellos
tendrá un único descendiente, que será igual en todo a su padre, de quien heredará el nombre y
las cualidades. Los ilustres herederos se sucederán hasta cuatro veces cinco generaciones.'La muchedumbre, contenta, se regocijaba alborotada ante tan halagüeños augurios, los padres
respiraban aliviados y las madres tornaban sus llantos en amplias sonrisas de felicidad, cuando el
druida elevó el brazo, exigiendo silencio:
'Pero no todo son parabienes. La profecía advierte que, a los veinteavos y últimos descendientes,
los dioses les enviarán una prueba, difícil de superar. Si sus almas son tan puras y sus corazones
son tan nobles, como los de sus ancestros, podrán salir victoriosos de ella. En cuyo caso, de
nuevo, se originará un ciclo de sucesores de cuatro veces cinco generaciones. Y, así, por los
siglos de los siglos.
En caso contrario, Tlachtga anuncia grandes desastres e infortunios para ellos, y nuestro pueblo.
Mas, por el momento, es un gran privilegio el que hoy se otorga a nuestra raza, y, puesto que
coincide con el solsticio de verano, decreto siete días de festejos, durante los cuales honraremos
a los dioses."La propuesta, acogida con bullicioso agrado, se convirtió en costumbre, por lo que, desde
entonces, todos los inicios de verano, en el reino, se celebraban grandes fiestas que duraban siete
días.
Acabados los vaticinios del druida, el rey se inclinó ante el pequeño Caedmon, y puso su rica
espada de soberano, con empuñadura de oro y piedras preciosas, a los pies del ayudante que
sostenía al niño, en signo de sumisión y respeto.
Por su parte, el anciano mago depositó sobre Aodh su colgante de plata en forma de hoja de
muérdago, así como su anillo, con piedra de ámbar ensartada, símbolos y atributos de los más
grandes y venerados druidas.
Caedmon y Aodh crecieron felices y queridos de todos, pero aprendiendo y trabajando mucho
mas que cualquiera en el poblado, a fin de prepararse a sus futuras obligaciones.
El rubio y atlético Caedmon se convirtió en un joven muy hermoso, tan astuto como sabio, justo
en sus decisiones, excelente cazador, y un guerrero invencible. Con él, a la cabeza de los
hombres del reino, pronto cesaron los problemas de defensa, pues nadie se atrevía a atacarles.
Aodh, esbelto y delgado, no poseía un físico tan agraciado, pero la llama de una inteligencia
extraordinaria brillaba en sus hermosos ojos, tan negros como su pelo, y, de su interior, emanaba
una fuerza que atraía. Pronto superó en poderes, no sólo al mago del poblado, sino a todos
aquellos que conoció en los numerosos viajes que hizo, enviado por el rey y el druida, para
completar su formación.
Al llegar a la edad adulta, Caedmon y Aodh fueron nombrados rey y druida del reino,
respectivamente. Juntos gobernaron, sabiamente y sin rivalidad, pues les unían el afecto, la
amistad, y la lealtad, tal y como había recomendado el oráculo de Tlachtga.
Pocos años después de que accedieran al poder, el reino floreció, rico y poderoso. Las cabañas
cedieron el paso a casas acomodadas y la humilde morada del rey a un bello castillo.
Fue entonces cuando, una noche, mientras dormían, una voz les susurró en sus sueños los
conocimientos secretos que harían posible la construcción de la Cathair- Fleodruinn, (la Ciudad
Flotante).
A Caedmon le inspiraron para que fuera el hábil arquitecto capaz de tal proeza, y, a Aodh le
iniciaron en el dominio de poderosísimos procedimientos mágicos, que hicieron posible la
construcción y la supervivencia de una cuidad en medio del océano.
Todas las noches, Aodh se acercaba a la orilla, tocaba con sus dedos las océanas aguas, y éstas se
separaban, abriendo un ancho y cómodo camino por donde el astuto y sabio Caedmon hacia
transportar los ricos materiales: mármoles, grandes bloques de cristal de roca y nobles maderas,
que aparecían como por encantamiento y nunca se acababan. Por eso la Cathair- Flodruinn se
consideró un regalo de los dioses.
Los hombres trabajaron por las noches ya que con la luz del alba las aguas se cerraban y la
ciudad quedaba aislada entre agitadas, espumosas, y traicioneras aguas. En su dilatada historia
ningún barco pudo jamás, sin hundirse en el océano, atravesar la distancia que separaba la ciudad
de la costa.
Una vez construida, los habitantes del reino se trasladaron a las ricas mansiones, todas dotadas
de esplendidos jardines y ricos vergeles. Finalizado el traslado, por una oculta razón que nunca
confesó, Aodh anunció públicamente que nunca más utilizaría el hechizo que permitía separar las
aguas en dos. Y todos se preocuparon, incluido el rey, quien habló, transmitiendo el sentir
general:
'Un pueblo no puede sustentarse de frutas y flores que tanto abundan en nuestros jardines.
También hacen falta los productos de la agricultura y la ganadería, que sólo obtendremos si
trabajamos los campos de tierra adentro. Sin contar con el necesario comercio que permite los
intercambios y el progreso. Pero todo ello no será posible si permanecemos aislados en esta
ciudad.''Tienes toda la razón. Nuestra luminosa Cathair- Fleodruinn no ha sido construida para ser una
prisión dorada. Hoy mismo dispondremos de un puente que unirá nuestra ciudad a la costa."'¿Como piensas construirlo Aodh, si ya no deseas, o no debes, separar las aguas?'-Quiso saber un
anciano, muy respetado.
'Tres horas por la mañana y tres por la tarde disfrutaremos de un puente que no habréis de
construir, pero si proteger. Seguidme y veréis.'Siguiendo los pasos del mago, se desplazaron hasta el borde norte de la ciudad flotante, el lugar
desde donde mejor y más cerca se divisaba la costa. Para gran asombro de todos, Aodh, tras un
pase de magia y formular tres veces, en voz baja, una formula secreta, hizo aparecer un
magnifico y ancho puente que unía la ciudad a la costa.
'Me comprometo a ponerle a vuestra disposición mañana y tarde.'- Prometió, señalando el
puente- "Pero Caedmon, y sus guerreros, se ocuparan de defender su acceso, a posibles
enemigos.'Y así fue. Cuando Aodh hacia surgir, de su increíble magia, aquel sólido y amplio puente,
Caedmon enviaba a sus mas aguerridos soldados y a sus mas astutos consejeros. Los primeros
defendían a los trabajadores de los campos, así como a los pastores y sus ganados, mientras los
segundos vigilaban la entrada, con orden de no dejar penetrar en la ciudad mas que mercaderes
de fiar, sabios, artistas, hábiles artesanos, y emisarios de reinos aliados.
La fama de Cathair- Fleodruinn y sus maravillas se extendieron por doquier, y, si hemos de creer
la leyenda, se convirtió en el reino más próspero y feliz de todos los tiempos. Llegado el
momento, Caedmon y Aodh tuvieron un único descendiente, semejantes a ellos en todo y, tras
estos, nacieron otros, y luego otros, cumpliéndose así la profecía anunciada en aquel tercer
amanecer tras el nacimiento de los primeros de la estirpe. Para diferenciar a los padres de los
hijos, el pueblo adquirió la costumbre de llamar a los padres el Gran Caedmon y el Gran Aodh.
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