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ESCRITOS SELECTOS
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Ensayos
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Ensayos. Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
Archivo General de la Nación
Volumen LIII
Félix Evaristo Mejía
Prosas polémicas 3.
Ensayos
Andrés Blanco Díaz
Editor
Santo Domingo
2008
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FÉLIX EVARISTO MEJÍA // Prosas polémicas 3
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Esta publicación ha sido posible gracias al apoyo
de la Dirección General de Aduanas
Título: Prosas polémicas 3. Ensayos.
Archivo General de la Nación, volumen LIII
Departamento de Investigación y Divulgación
Director: Dantes Ortiz
Edición: Andrés Blanco Díaz
Diseño y diagramación: Modesto E. Cuesta
Ilustración de la portada: Foto de Félix Evaristo Mejía,
suministrada por el editor.
© De esta edición: Archivo General de la Nación, 2008
ISBN 978-9945-020-35-9
Archivo General de la Nación
Calle Modesto Díaz número 2,
Santo Domingo, Distrito Nacional
Tel. (809)362-1111, Ext. 243
www.agn.gov.do
Impresión: Editora Búho, C. por A.
Impreso en República Dominicana
Printed in Dominican Republic
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Ensayos. Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
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Contenido
Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
Ante-prólogo / 13
A los que leyeren / 17
I. Valga como premio / 21
II. Introibo ad altare… veritatis / 33
III. Las generales del Plan / 45
§ 1º. Yo protesto del Plan / 47
§ 2º. Las nulidades del Plan / 51
A. El Plan no es lo que se pretende / 53
B. Capacidad del Estado contratante / 56
C. Falta de poderes / 58
D. Falsamente ad referéndum / 62
E. Extralimitación de poderes / 65
F. El Plan no ha sido sometido a aprobación / 69
G. Su ejecución es acto nulo y revocable / 71
H. Inexistencia de sus consecuencias jurídicas / 73
1. Negación de validez. Pronunciamiento de nulidad / 81
Abstención de concurrencia a la elección / 81
(a) Negación de validez / 81
(b) Pronunciamiento de nulidad / 89
(c) Abstención de concurrencia a su ejecución / 93
§ 3º. Nulidades de fondo / 101
A. Error, dolo y violencia / 102
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(a) Error, causa de inexistencia del Plan / 103
(b) –Dolo, causa de nulidad / 106
(c) Violencia moral y física / 111
B. Causa u objeto ilítico / 114
IV. El Plan en sus detalles / 119
§ 1. Intervención, Ocupación Militar, etc. / 120
A. Intervención / 121
(a) Causa financiera de intervención / 125
(b) Intervención en caso de guerra civil / 128
(c) Por propia defensa del Estado que intervino / 129
B. Ocupación militar / 133
(a) Ocupación Militar de Guerra / 135
(a a) Ocupación de Guerra precaria o transitoria / 135
(a b) Ocupación de Guerra con reservas mentales / 144
(b) Ocupación de Guarnición / 145
(c) Ocupación Militar de usucapción violenta / 146
(d) Ocupación Militar post interventionem / 150
(d. a) El Derecho de los ocupados, habitantes de la
región, y el de ésta en general / 151
(d. b) Preservación de la soberanía nacional / 164
C. Efectos jurídicos de la Ocupación Militar / 167
(a) Argumento ad absurdum contra la validación / 167
(b) Argumento a fortiori contra la validez / 170
§ 2. Las cláusulas del Plan / 171
A. La cabeza del monstruo / 172
B. El vientre del cetáceo / 175
C. La cola del animal / 198
(a) El saurio hace digestión / 199
(b) El can menea la cola / 200
(c) El monstruo da golpes de cola / 202
V. Práctico y soñador / 205
§ 1. No pretendo imposibles / 205
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Contenido
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§ 2. A quién aprovecha el Plan / 209
§ 3. Mi intransigencia y pesimismo / 212
§ 4. Sentencia condenatoria / 222
§ 5. Decorosa liberación / 224
A. Tres aspectos de una fuerza / 225
(a) Resistencia organizada / 226
(b) Propaganda organizada / 228
(c) Representación organizada / 229
(d) Recursos económicos / 233
(e) Garantía de orden público / 233
B. Preparados previamente, pero sin plan / 234
C. Minuta de un Plan / 235
Proclama / 236
Plan de Evacuación / 236
D. Conclusión / 239
Rectificaciones en protesta / 255
I. Rectificaciones de orden material / 259
1. Datos preliminares / 259
2. Datos del esfuerzo propio / 263
II. Rectificaciones de carácter moral
3. Datos de orden social / 268
4. Datos de orden político / 272
5. Datos históricos / 278
Índice onomástico / 285
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Alrededor y en contra
del Plan Hughes-Peynado*
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Las notas de este texto son del autor. (Nota del editor).
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ESCRITOS SELECTOS
Ante-prólogo
La nueva demora, posterior a su impresión, sufrida por este
trabajo en su salida a luz, por interrupciones diversas y otros
entorpecimientos en la compaginación y encuadernación, etc.,
hacen necesarias ciertas advertencias de última hora, y aprovecho la oportunidad de hacerlas para precisar algo que de modo
más vago considera el párrafo de mi prólogo A LOS QUE
LEYEREN, el cual párrafo es el que figura completo en primer
término en la págs. 18 Y 19 del mismo, y agregar algunas enmiendas más, de erratas escapadas, las cuales figuran también
en la última página del libro o folleto.
Es la primera de esas advertencias que, comenzado a escribirse este libro-folleto a raíz de la publicación oficial del Plan,
pero mucho antes de la designación y la posterior instalación
del Gobierno Provisional, cuanto figura en él escrito con anterioridad a la página 71 inclusive, y las correspondientes Notas al
texto hasta la 23 también inclusive, escrito fue en referencia a la
franca situación de Gobierno Militar que entonces, y hasta la
instalación del Provisional, imperaba. De ahí que el texto en
esa parte parezca fuera de lugar, leído al presente.
Lo segundo que debo advertir es que los conceptos particulares favorables al personal del Gobierno Provisional, los representativos y otras entidades, combatidas en mi crítica del Plan
sólo en el aspecto político-patriótico de los mismos, fueron también escritos con anterioridad a la actitud últimamente asumida por aquel, acaso a instancias de aquellos o de otros elemen13
tos más poderosos, frente a la libre expresión del pensamiento;
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y por tanto, ningún valor propiciatorio tiene nadie el derecho
de atribuir a tales conceptos favorables. Así me expresé entonces porque así pensaba, y acostumbro no regatear, como prenda de mi imparcialidad, los méritos que creo ver en aquellos a
quienes por algún otro motivo combato. Hoy sería tal vez más
parco en expresar tales conceptos, sin que esto implique todavía una rectificación. Y es que, sin hacerme solidario de lo que
los demás hayan escrito, de carácter personal, injurioso o caído
realmente bajo el implacable Código Penal draconiano-napoleónico que aún nos rige, me inclino a medir la altura moral de
los hombres de gobierno, y la rectitud de sus futuras intenciones, por la mayor o menor tolerancia a la Prensa, aún en sus
descarríos. No tengo por lo más noble esas persecuciones judiciales que, por lo menos, son de muy mal augurio. Y esto lo
razonaría si dispusiera ya aquí de más espacio.
Va mi tercera advertencia dirigida a aquellos espíritus caritativos que han atribuido gratuitamente esta tardanza en salir
a luz mi trabajo a vacilaciones o miedo de sus consecuencias.
De lo cual protesto. Porque si bien, al encaminarme a oficiar
en el templo de mis convicciones, echo siempre por delante
la pureza de mis propósitos y no reparo en incurrir en otras
infracciones que en aquellas que en circunstancias como las
presentes corran el riesgo de tropezarse con la ley sin que ella
ande en su busca, como en esta materia suelen ser subjetivas
las apreciaciones y mucho depende de la sanidad de intención del que pueda perseguir, u ordenar la persecución, cuando no haya nada punible en lo escrito nada habrá de temer
quien no sea pusilánime en grado máximo; y no me tengo
por tanto. Porque si riesgo alguno hubiera, también lo hay en
embarcarse, en operarse, en dormir bajo vigas de un viejo
techo y en muchas otras cosas de la vida común que, no obstante, se hacen. Y por último, porque a quien, pongo por caso,
lo acechara para herirle una mala voluntad gratuita, alguna
ruin venganza, un amor propio lastimado u otra fuerza mayor
destructora, podríamos considerarle a ese como discurriendo a lo largo de una extensa galería subterránea de la cual se
desprenden pedruscos a cada paso: que ha de resignarse a
que uno lo aplaste de momento, si no se apresura a salir del
antro cuanto antes.
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Yo no injurio, ni difamo, ni ofendo; ni excito a nada ni maltrato a nadie. Combato el Plan y sus autores y servidores en un
terreno absolutamente impersonal y sereno, aunque severo.
Si esto es delito o crimen… condenado estaba de antemano.
FÉLIX E. MEJÍA
Febrero de 1923.
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ESCRITOS SELECTOS
A los que leyeren
Este que empezó para no pasar de sencillo folleto e insensiblemente ha alcanzado proporciones de libro, fue mi primer
propósito de autor darlo a la publicidad reducido a unas cuantas páginas intensivas y sobriamente encaminadas a su objeto,
en la oportunidad a que hacen referencia las primeras del texto; mas he aquí que me ocurrieron con él dos cosas de las que
he de tomar pie para una parte de mis excusas.
La primera, que escribiendo se me fue abriendo la voluntad
de extenderme en él en diversas direcciones, como a quien comiendo se le despierta el apetito por manjares que al principio
no le estimulaban; y también porque me pasó lo que a un chico
que se propuso dibujar una figura –pongo por caso, humana–
en una limitada medida de papel, de un rollo del cual destinaba
el resto para cosa más útil, y calculando con imprevisión el espacio disponible comenzó por trazar una enorme cabeza y se vio
luego precisado a escoger entre producir una caricatura de cabezota con un rabillo por cuerpo, o irle dando proporciones al
tronco y los miembros, desenvolviendo todo el rollo.
Las precedentes y otras causas de órdenes diversos, entre las
cuales no fueron las menores el haber de ocuparme en horas
muertas de prolongadas vigilias en bucear en los tratadistas para
dar con las citas con que en cada punto necesitaba reforzar mis
asertos y suplir con su autoridad la falta de la mía; escribir casi
siempre durante el día y a toda prisa, sustrayéndome a la cotidiana tarea del escaso modus vivendi o reclamado por ella y alternando con atenciones que me arrebataban a cada paso a la
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que mal ponía en este trabajo, mientras me apremiaba por otra
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parte la urgencia de entregar las cuartillas del cajista para que
no me perdiera tiempo, todo ello de tal suerte que no sé cómo
he trabajado; y agregadas además ciertas dificultades materiales de la imprenta propia; tal cúmulo de rémoras ha ido retardando y retardando esta pobre labor al grado que, si no fuera
porque el cariz que van tomando los asuntos políticos la trae
nuevamente a oportunidad, llegaría ella helado fiambre al
público paladar.
Por todo lo cual, y agravando lo del retraso, si como fondo
sólo representa un esfuerzo este folletón, en que una buena
voluntad ha querido hacer más que el que puede, en cuanto
forma no se lo recomiendo a nadie. Escrito en instantes dispersos de los días transcurridos en producirlo, ora en exaltación,
ya en desaliento o tedio, cansado o soñoliento a veces tras de
largas vigilias, e impreso a menudo lo escrito sin previo recorrerlo
siquiera de un vistazo, para luego no entenderme a mí mismo
en las pruebas y recargarlas de enmiendas que eran la tortura
del cajista y no un eficaz remedio, porque lo que nació contrahecho sólo rehaciéndolo se endereza, y no había tiempo para
eso, han resultado muchas páginas de una prosa pedestre y
machacosa, pobre el léxico a veces, no pocas repetido a corto
trecho algún vocablo, y dura o violenta la construcción. Ni siquiera la corrección de pruebas pudo ser esmerada, lo que
hace preciso subsanar en Fe de erratas.
Ahora releyendo el trabajo caigo en la cuenta de todo eso, y
antes de que por ahí se diga me lo digo yo. Bien que nunca fue
mi ánimo producir con esto una obra de arte (aunque me habría alegrado que estimulase a su lectura la dicción), sino cumplir un deber de ciudadano y facilitar un desahogo a las
inconformidades de mi espíritu atormentado por el espectáculo de tanta mercantilidad hecha doctrina, y sólo vestida con
transparente velo de un pseudo-patriotismo, como pulula por
esas calles de la histórica ciudad o discurre galán en los renglones de la hoja periódica, cuya alteza de miras corre a veces
pareja con la del granujilla que las vende al pregón.
Como suele ocurrir con alguna frecuencia, el valor de la
obra escrita dista mucho del que uno imaginó poderle dar cuando estaba en la mente, y a mayor abundamiento presenta en
sus páginas esta mía la desfavorable circunstancia de que, en-
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tre el mes en que fue comenzada (tras la publicación, a fines
de septiembre, del Plan Hughes-Peynado con su cola) y en el
que ha terminado (mediados de diciembre) hállase en veces
el texto como en retraso de noticias sobre cosas a las cuales se
refiere y son futuras o coexistentes respecto al momento de la
palabra, pero que a la fecha de esta salida a luz del folleto son
ya cosas pretéritas y acaso olvidadas. Y no porque tal tiempo se
haya invertido en realidad en escribir tan pobre prosa, sino en
vencer las dificultades de que he hablado y consultar autores.
Mas todo eso no obsta, lector amigo, para que lo leas, siquiera a saltos y ratos perdidos; y si por ventura quisieres censurarme con justicia, has de tomarte la pena de leerme todo entero,
o diré, si lo haces sin leerme, que sólo eres un malandrín fullero. Leerme aunque te fastidies y deba yo pedirte perdón por el
mal trago, ya que así te divertirás leyéndome como yo lo estuve
mientras discurría en algunas de esas páginas sobre ciertas flaquezas y verdaderas miserias.
Para terminar te recomiendo sí una previa ojeada al índice,
que te revelará mi plan de exposición y servirá de cicerone por
ese laberinto del folleto; sin olvidarte de acudir a las Notas al
texto (que han de escocer tal vez a alguno, como en otra ocasión otras mis notas a determinada gente que yo me sé, enemiga jurada de que se puntualice sobre ciertas íes), y hacer reparo de mi Fe de erratas.1
Todo un reclamo para colocar mi mercancía. Y punto final.
15 de diciembre de 1922.
1
Hemos incorporado al texto las correcciones de las erratas a que se refiere
Félix E. Mejía; por tal motivo se ha eliminado la Fe de erratas del original a
que se refiere el autor. (Nota del editor)
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ESCRITOS SELECTOS
I
Valga como premio
Quiero echar mi cuarto a espadas tratando yo también con
mis escasas luces este trascendental problema del plan contractual para la desocupación, que unos cuantos dominicanos,
arrogándose calidad de representativos, han celebrado ad referéndum (sic) con agentes oficiales de la nación que indebidamente nos sojuzga. No me creo con derecho al silencio, so pena
de ser sospechado de parcialidad oculta o de algún arriére pensée,
porque yo he alzado mi ruda voz viril contra el dominador desde sus primeras tentativas de intrusión, cuando el primer Plan
Wilson de 1914 arrolló nuestra soberanía y sólo yo protesté1 en
1
En más de una ocasión he leído en la prensa, y últimamente en un folleto
de García Godoy, que nadie protestó de este plan. No me tengo por mucho, pero sí por algo más que nadie, y en cinco artículos seguidos, de gran
sensación y publicados en el Listín Diario mientras se ejecutaba en el palacio de Gobierno, con el proceso de elección del Dr. Báez, dicho primer
Plan Wilson, protesté yo enérgicamente de aquel chanchullo, como le llamé
entonces. La serie la intitulé “Finis Poloniae”, y fueron traducidos en Haití
por un periódico del cual recibí un ejemplar de manos del señor Porfirio
Pérez. Debo de tener ese periódico traspapelado en mis gavetas y no recuerdo el nombre; pero en la colección del Listín Diario han de hallarse los
artículos en los números 1570, 71, 72, 73 y 74, del lunes 24 al viernes 28 de
agosto de 1914. Cierto que no se tienen en cuenta en este país –y de ahí
que hayamos llegado a donde estamos– sino los culebrones políticos y los
matones y sus actividades, y que entre los consagrados de más o menos fuste
en la literatura nacional abundan los que sólo tienen por conveniente
entonar a aquellos sus cantos, con frecuencia de sirena; pero nada de eso
empece a la verdad histórica, y quien sobre ésta escriba debiera ser más
imparcial, aunque se tratase de personas que involuntariamente le hubieran
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inferido en alguna ocasión ligerísimas heridas a su amor propio literario.
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toda la República; y aún desde antes, cuando, imperando los
Victoria, la visita de aquel Mr. Knox, nuncio agorero de estas
calamidades que sufrimos, ocasionó la prisión de mi hijo adolescente, que junto con el joven poeta Sanabia, también adolescente, expusieron en el balcón del Ateneo, frente a mi casa,
una expresiva alegoría de protesta y advertencia que nuestra
ya entonces próxima caída. ¡Ellos, los únicos también!
Yo lo hago en este folleto, de preferencia a las columnas de
un periódico local, porque la neutralidad que distinguía antes
a los voceros de la prensa diaria capitaleña ha desaparecido de
momento con su parcialidad a favor del plan a que me refiero,
y sobre ser ya ingrata mi colaboración, y muy extensa la presente plática, me expondría a que no se aceptara ésta con la antigua hospitalidad que se dispensaba a mis artículos, los cuales,
por aplazados indefinidamente ahora, censurados o relegados
tal vez a algún rincón del periódico, habría tenido al cabo que
retirar de la publicación.
***
Si yo hubiese sido invitado a dictar conferencias nacionalistas (o lo contrario) en una o más poblaciones del país, con
motivo del Plan Hughes-Peynado, o disertado antes sobre el
Porque nadie es lo que otro u otros, un menguado grupo de voluntades
adversas, quieren que él sea, sino lo que realmente fuere como valor intelectual, moral, patriótico o de otro orden ¡hasta político! No me desvelan
preocupaciones de reputación intelectual, pues sé lo que soy sin exagerármelo a mí mismo en nada, cual tantos acostumbran engañándose sin lograr engañar a los demás; pero sí me importa, para mí y mis descendientes,
que mi actitud patriótica en todas las ocasiones de mi vida quede absolutamente clara y definida. De ahí que, aunque no creo que se hayan olvidado
ya los rasguños dolorosos que hicieron en epidermis políticas y patrióticas
de todos los matices, sin salvedades en creyéndoles culpables o equivocados, para constancia de mi deber cumplido y prevenir olvidos voluntarios
con los cuales se me quiera echar en cara en algún tiempo mi pecado de
omisión, me decidiré al cabo a la reproducción en folleto o libro de todos
mis trabajos de esta índole desde antes de esa fecha y hasta dicha reproducción. Aunque más de una vez se me ha insinuado eso por amigos y
juventud, nunca quise hacerlo por no renovar alfilerazos; pero veo que es
preciso. Probablemente reinsertaré también los de otro carácter, en que
igualmente abundan verdades a granel. Algunos lo sentirán y habré de
precaverme contra embestidas. Me pararé en firme.
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mismo en folletos o periódicos, he aquí cómo hubiera procedido para la mayor eficacia de esas conferencias o escritos:
1º. Habría dividido el trabajo en tres partes distintas; en el entendido de que lo habría hecho de igual modo, pero cambiando, naturalmente, algunos términos, si hubiese sido un
transaccionistas. A saber: A) Consideraciones preliminares y generales; B) Impugnación del plan; C) Esbozo o tentativa de un plan
dominicano, no contractual, y por tanto, perfectamente
conciliable con la doctrina de la desocupación pura y simple;
2º. Habría hablado en lenguaje variado: para unos, llano y preciso, pero lo suficientemente difuso, a fin de evitar ambigüedades, prevenir desengaños y desvanecer temores; técnico-jurídico y conciso para los otros; insospechablemente
honrado para todos; y
3º. Habría llevado previamente escrita y leído luego ante la
concurrencia toda la disertación, si en conferencia, conservándola después, publicándola y distribuyéndola profusamente por todo el país para multiplicar así su propaganda y
su eficacia.2 Y de no poder hacerlo de ese modo con recursos propios, lo habría puesto por previa condición a quienes
a dar la conferencia o producir el escrito me invitasen.3
Voy a explanar un poco a cada uno de esos puntos.
***
2
3
De todas las conferencias dadas en contra y pro del Plan Hughes-Peynado,
sólo una, que yo sepa, se ha publicado hasta ahora: la muy luminosa, y
escrita con la elegancia de su pluma magistral, dada en Santiago por mi
dilecto amigo el Dr. Lugo. Trabajo sucinto y puramente técnico-jurídico.
Debo decir que del Lic. Estrella Ureña, personalmente cuando vino con
una representación al Comité Restaurador, recibí, sin insinuación mía de
ningún género, esta invitación para una conferencia nacionalista sobre el
Plan, en Santiago y en la fecha que yo le indicara; pero tuve esto como una
deferencia del amigo que no me autorizaba para con los demás, y aquí, de
jóvenes independientes, la oferta de publicar por su cuenta cuanto a este
tenor patriótico escribiera, mas no creí deber gravarles con tal gasto,
prefiriendo, aunque nada holgado ahora de fondos, hacerlo a mi costa
cuando algo escribiera. Y de ese estímulo nació la idea de este folleto, cuyo
económico ropaje, el que han permitido las penurias del momento, corre
parejas con su humilde texto.
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Refiriéndome al primero, la división que apunto la fundo
en esto:
No se llega a estimular el ejercicio de la pura razón en los
oyentes o lectores de esta índole de discursos –sobre todo porque entre ellos abunda gente sin cultivo intelectual, sin voluntad propicia, asaetaeda por la necesidad o esclavizada por la
consigna partidarista–, sino caldeando primero esa razón a fuego
lento de los más insinuantes llamamientos a la triste realidad
actual y al futuro sombrío de la República si, al rendirle su última arma, la noble resistencia, se entrega ella confiada o imprudente a discreción del detentor, que ha venido faltando a su
falaz promesa desde que holló con su pluma invasora nuestro
suelo; atizando ese fuego con soplo de la verdad desnuda, insospechable de prejuicios y de inquina, generosa y firme; preparando los ánimos por una serie de reflexiones claras, prácticas y que, certeras como el dardo del adiestrado tirador, dieran
en el blanco de las pasiones y de los intereses, de las flaquezas
de estómago o de las fauces de tiburón, de las mezquindades
de partido o de las grandezas del alma.
Por el camino de sus respectivas conveniencias se llega más
fácilmente y más de prisa a la razón de las multitudes que por
el de los escuetos principios, abstrusos y abstractos, aunque evidentes para los más cultivados intelectos. El reactivo, como el
tósigo, sabría mejor al paladar en un vehículo dulzurrón que
crudamente administrado. La espada, para llegar al corazón, la
noble víscera, hiende antes los tejidos adiposo y muscular, plebeyos de su guardia. Sancho fue siempre más discreto interlocutor que Don Quijote.
Apelad en buena hora a los principios, pero agotad antes el
capítulo de las prácticas y concretas advertencias. Y antes de
oficiar a la verdad en el altar de su amplio templo, purificaos
en el pórtico confesándoos pecadores, si lo fuisteis,4 o falibles
4
Quien haya antes incurrido en sustentar criterio que luego ha rectificado,
debe empezar por declararlo sin ambages; nada nos predispone tanto a
ser creídos como la franca confesión de que estuvimos antes equivocados,
y de que falibles como somos, podemos equivocarnos todavía y deseamos
que tal resulte si el verdadero bien de la patria estamos combatiendo. Así
se previene, además, que los contrarios, para desvirtuar luego a alguien su
prédica de ahora, le oponga la de ayer con socaliñas. La sinceridad y la
buena fe salvarán siempre el concepto. Si sólo se ha pecado antes por
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mortales en vuestras apreciaciones del momento, que bien
pudierais serlo, deseando sinceramente equivocaros, si vuestro
error implica el beneficio de la patria; eso es lo honrado. Ungíos
antes de hablar con el óleo de la recta intención y dejad limpio
el ánimo de liliputienses pasioncillas con la fresca ablución de
una ecuánime serenidad. Despojaos a la entrada, cual de groseras sandalias ante la mezquita, de cuanto polvo y lodo hayáis
podido recoger en el camino de la despiadada lucha de la vida.
Y cuando así dignificados no se os crea, y el recinto abandonen
neófitos y catecúmenos, habréis quedado en paz con la conciencia.
Al impugnar (o defender), no os encaraméis de un salto a
los preceptos, sino subid por escala ascendente de inducciones,
para descender luego, situados aquellos en la altura, por lógica
deducción a los efectos lógicos. Que se vea claro que nada inventáis, y que todo es pura verdad arrancada a la razón. Cuidad
de no producir ambigüedad o dubitaciones en cuanto concluyáis; sed precisos y ciertos. No habléis por boca de ganso, sino
por vuestra propia boca, hecha ya por vuestro entendimiento
la composición de lugar o el criterio de altura. No os aferréis
tan solo a la doctrina escrita y consagrada, si otra verdad latente
e inmanente desde el fondo de la realidad os aconseja. Poned
en circulación oro acuñado, derecho positivo, más desentrañad también el oro de la mina, que es el derecho racional, el
inmanente, natural y eterno. Libre la razón es, cual lo es el
hombre todo; emancipad la vuestra del pensar ajeno.
Y después de impugnado (o defendido) el instrumento tópico, orientad a las gentes, por lo menos, en el camino de dar
con uno propio. (O de seguir sin tropiezos el que tracéis, transaccionistas). Al destruir, ojalá fuera posible construir sobre las
ruinas o en el suelo raso. (O si sustentáis, pluguiese a Dios dejaríais bien edificada la conciencia recta). Soy un irreductible
omisión en algún tiempo, sin humillarse a improcedentes contricciones
puede hacerse presente con toda discreción que el hombre es perfectible.
Los que cometen la injusticia de atacar al adversario por el flanco débil de
su pasado, frustran su acometida, pues convienen con ello en que lo que
ahora sostiene el mismo es inatacable, cuando esto sea lo contrario de
aquello. Los golpes sobre el pasado, aún el ancestral, sólo contunden
cuando al presente se reincide en él, no si se rectifica.
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convencido de que la desocupación pura y simple, sin transacción ni componendas previas con el dominador, es la única
honrada verdad en nuestro caso; pero no un obstinado en que
por tal se entienda que la desocupación nos deje inermes y
desprevenidos para defendernos inmediatamente de nosotros
mismos, de nuestras propias pasiones y mezquindades desbordadas. Rechacemos en buena hora todo plan extraño, contractual o no; los que sin plan vinieron a usurpar lo nuestro, sin
plan se vayan, tal como vinieron. Es lo justo. (O acoged y glorificad lo que estimáis tan bueno). Pero tracémonos nosotros
previamente nuestro modus operandi, la conducta a seguir desde el primer momento de la liberación, o la anarquía nos devorará, y cobrará el barato el mejor avisado o el mayor audaz. O
acaso, por secreto y anterior designio del intruso, designio diestramente manipulador, cope el favorecido de Roma todo el
juego, y lo proclame la guardia pretoriana que ella crea. Proveamos de antemano a las primeras actuaciones de un gobierno, en el caso feliz de que el desventurado Plan Peynado no
llegara a implantarse, o aborte en sus comienzos; creemos nuestros naturales futuros organismos gubernativos dentro del actual status. Si para ello el canon oficial escrito está cerrado, el
natural que reside de modo inmanente en cada pueblo queda
abierto: no lo podrían cohibir, mientras ningún carácter oficial
ni hostil se le diera, como no impidieron la semana patriótica
ni la oficiosa reorganización de los partidos para su mayor probabilidad en los sufragios del soñado Concho Primo. ¿No se
organizan fuera de lo oficial esas fuerzas del porvenir que ya
han dado sus primeros acres frutos en la Rusia de los zares, y
pugnan por producirlos en otros países; esas fuerzas que se
llamaron antes nihilismo y anarquismo y hoy se denominan socialismo y bolcheviquismo? No procedieron de esa suerte casi
siempre las grandes convulsiones liberatrices para cambiar regímenes o emanciparse de las metrópolis, que fueron la gran
revolución inglesa contra Carlos I, la Revolución Francesa, la
emancipación norteamericana y las de igual índole de las repúblicas centro y suramericanas inclusive nuestra Restauración,
que desde sus comienzos estableció su gobierno provisional? ¿Y
la de Grecia primero y Bélgica después? Cierto que no fueron
las mismas que insinúo aquellas actuaciones, preliminares o
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concomitantes de la guerra, que nosotros no queremos ni podremos hacer a EE.UU.; y sólo me refiero a ellas en cuanto
exponentes de la voluntad nacional directa o representativamente expresada antes de alcanzar el carácter oficial que les
dio luego la independencia. Me explicaré más detalladamente sobre esto en otro lugar. Mas lo repito ahora: si nuestro público derecho interno no nos deja brecha, quebrantemos su
círculo de hierro y busquemos la fórmula en el racional y teórico derecho público interno. Es en virtud de él que el Estado
no perece; es por su absoluto dispositivo, y no por el de una
Constitución cien veces ya violada, que reside en el pueblo la
soberanía, fuente única de todos los poderes y representaciones o mandatos. Acudamos, pues, a él, por la solución del momento. Con ella planteada y bien organizada, podremos ya
decirle al detentador con todo énfasis: “Listos estamos para
entrar de lleno en el ejercicio del gobierno propio, sin miedo
a perturbaciones que pongan en zozobra tu paternal cuidado.
Puedes irte sin convención ni planes, y deja que determinemos sin tu anuencia de nuestros futuros destinos. Tus actuaciones, tus órdenes ejecutivas, tus concesiones y contratos, tus
empréstitos y sus inversiones, los examinaremos luego motu proprio, a la luz meridiana del derecho escrito y la razón serena;
por equidad y justicia y por nuestra conveniencia, y de lo que
fuere bueno y justo y razonable o necesario al orden público
aceptar, ya validaremos los efectos jurídicos; pero sin previo
compromiso contigo, que sin compromiso ninguno con nosotros dispusiste a tu antojo y por tiempo indefinido de nuestra
heredad. Lo que debamos, que realmente invertiste en mejoras
o servicio público, lo pagaremos por el propio decoro, y porque
aún habiendo sido tú detentador de mala fe, a ello nos obliga
quizá el derecho público por analogía con el privado. No habremos menester, empero, de un nuevo apremio corporal pon nuestras deudas forzosas, que bastante tenemos con la Convención
de 1907, la cual interpretaste a tu albedrío y bien caro nos va
costando ahora. O así te vas y te redimes, cual lo entiendas o
puedas, del índice acusador de las naciones, cuando con él señalarte les convenga, y del fallo de la historia luego, o permanece aún oprimiendo a un pueblo débil, pero digno y libre; continuaremos resistiendo antes que esclavizarnos para siempre”.
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Tal es y ha sido siempre mi profesión de fe desde que por
primera vez se habló en el país de desocupaciones contractuales. Si es esto crear un cisma dentro de la doctrina de la pura y
simple desocupación, séalo. Seré yo un Lucero aislado. Bien
prosélitos en esto, siquiera vergonzantes, creo que he de tenerlos ya en las propias filas nacionalistas.
***
En orden al segundo punto, de los arriba ya indicados, agrego lo siguiente:
Habría hablado el lenguaje de los altruismos generosos, tanto a quienes en ellos inspirasen sinceramente sus actuaciones,
de uno y otro bando de los anhelosos de resolver el problema
de la emancipación, como a aquellos que de extremistas funjan
sólo por histrionismo o por snob, de que tanto acusan a todos
sus contrarios, sin distingos, los apologistas del Plan; y el de sus
torpes egoísmos, simuladores de sacrificios y profanadores del
digno concepto de una patria libre, a esa gran multitud de
criterios de bajo vuelo que sólo se acomoda a su interés o su
ambición, y sólo miden el grave alcance de este momento histórico con la menguada vara de sus ansias de poder y logro, con
la tortura de sus actuales hambres famélicas y sus desnudeces
casi paradisíacas, y juntamente, unos y otros, con el dolor de su
nulidad personal y la intrínseca insignificancia a que, puestos
ahora en evidencia, los mantiene reducidos esta nostalgia cruel
de aquella tolerante patria dominicana en la cual, para la vergüenza y el castigo presentes –acaso no para escarmiento que
sanee el futuro–, cada quisque obró como le dio la gana. Y habría hablado a la ingenuidad con la ruda franqueza de Sancho,
a la apatía con frase de saludable advertencia que moviera su
inercia, a la malicia con apóstrofes que desenmascararan sus
argucias, y al cínico amoral con el inri acusador de su pecado.
***
Tocante al tercer punto, seré algo más extenso que en el
precedente, aunque para ello incurra en verdadera digresión.
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Cuando, muchos años atrás, tuve ocasión en un cultísimo
centro social de esta ciudad, hoy desaparecido, de disertar en
conferencias, en dos o más oportunidades y sobre tópico diverso en cada una, versó la primera de las telas sobre cómo debía
conducirse toda conferencia, a mi entender, para verdadero
aprovechamiento de los oyentes y no sólo la vanagloria del orador y su cosecha de aplausos, llegando, por vía de conclusiones, a que aquellas debían ser improvisadas y no leídas o recitadas de memoria, llanas y en tono de plática antes que
grandilocuentes y solemnes. Y cuando, en tiempo aún más remoto, corté el hilo de las suyas en proyecto, desde las columnas
del Listín Diario, censurando acerbamente la primera que dio
en los salones de la “Amigos del País”, a cierto orador de la
legua extranjero que por entonces nos visitara e hizo correr en
ella su aprendida palabrería sobre trivialidades y lugares comunes de la ciencia que al menos avisado de entre el auditorio le
eran familiares, y el pobre oradorcillo, desolado y corrido, se
embarcó al día siguiente sin intentar la segunda de su serie
desdichada, hube de concluir del mismo modo.
En uno y otro caso pensaba entonces yo de igual modo que
ahora. Que por regla general, la conferencia de vulgarización
pronunciada de docto a indoctos (o de avisado a ingenuos)
debe asumir el carácter de una sencilla cátedra, de una clara y
eficaz enseñanza, en la que el previo aliño del lenguaje y la
preocupación de la voz, del gesto y del arranque oratorio no
resten espontaneidad, calor y fuerza de convicción a las ideas
en el momento de su expresión, mejor que el de una previamente pensada y retocada elocución en la cual el orador, con
sus palabras ya hechas y su público delante, ha de curarse más
del efecto espectacular de su pieza oratoria que del lógico encadenamiento del discurso, el cual, por escrito de antemano o
siquiera ya fraseado en la mente, no puede ahora acomodarse
a cualquier nuevo brote ocasional de ideas y a tal o cual modalidad, vacilación o tedio que en su auditorio notare, ni ir tomando con exacta correspondencia las inflexiones de voz adecuadas al trabajo de elaboración actual que se supone
realizando; porque recitar es repetir, y repetir no es ofrecer al
entendimiento del oyente un manjar caliente, sino un fiambre
recalentado.
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Lo cual no fuera lo mismo tratándose de una conferencia
científica de docto a doctos, en una academia o sociedad de
ciencias cualesquiera, a propósito de algún descubrimiento,
invento, experiencia o lucubración personal del orador, cuyas
observaciones, trabajos o meditaciones anteriores expone ahora a título de información, demostración o teoría, serena y fríamente, no pretendiendo enseñar ni deslumbrar, sino comunicar, con la lógica inflexible de las cosas ya bien comprobadas y
pensadas, y en solicitud de coopinantes, lo que le entusiasmó y
arrebató; pero no ahora, al referido, sino cuando hirió de improviso su espíritu el rayo de luz revelador de la verdad experimental, filosófica o jurídica, en su laboratorio o en su estudio.
Mas por excepción, en toda conferencia para doctos e indoctos, crédulos e incrédulos, ingenuos y maliciosos, generosos y egoístas, del patriotismo sincero (o su simulación por conveniencias, ambiciones o intereses creados, miseria o cobardías)
la conferencia debe llevarse escrita, como ya inspirada en la
verdad sabida y buena fe guardada antes de aquel momento. Y
debe leerse con todo el calor, la fuerza y la elocuencia que su
alta o solevantada calidad requieren, tal como si en este mismo
instante saliesen recién elaboradas las ideas del horno del cerebro. Porque si sólo se produce con ella un vano efecto de
palabras o se ostenta gala de erudición –y mayormente aún si
se vulgariza o se aplebeya el concepto– sin quedar nada escrito
ni dejar otro rastro que el recuerdo de los arranques (o de la
hilaridad por el grosero chiste) y el ya extinguido eco de los
aplausos, el público, que de primera intención engulló aquel
sano o malsano alimento, no podría luego rumiarlo a su sabor,
despacio, en el aparato digestivo de su razón, para asimilárselo,
nutrírselo y convertirlo entonces en el vigor y vida de su convicción patriótica y de una clara visión de la verdad honrada (o de
la sofística verdad) que ingiere. Se borrarán muy presto de su
espíritu aquellas fugitivas impresiones que el chispazo de esa
verdad o su falaz apariencia dejó por breve espacio en sus células pensantes y en los repliegues de su conciencia leal o sórdida; y otro orador de empuje que lleve la contraria a su predecesor en la tribuna producirá sin gran dificultad opuesto efecto
en sus mentes inedificadas, y el mismo efectismo huero en sus
nervios convulsivos. Que tal es la psicología de las multitudes, y
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ha de tenerse ella muy en cuenta. Y tal la pasajera huella que
en las masas dejó siempre la candente palabra de los oradores
populares, la cual pasó por sus intelectos como un bólido, dejando en torno, tras la fugaz estela, la anterior tiniebla. De ahí
esas reacciones rápidas que en su ánimo tumultuoso y superficialmente apasionados se producen, alzando en triunfo sobre
sus hombros de Hércules a un orador político de mítines, y
otorgando minutos después honor idéntico al contrincante
reaccionario que al primero empujó de la tribuna para ocuparla
él. Fenómeno muy frecuente en la historia de la elocuencia de
todos los tiempos, desde Grecia acá, y que en la misma Revolución Francesa, en medio de sus odios africanos, produjo momentáneas pero desconcertantes inconsecuencias. Yo mismo he sido
un ocular testigo de esa versatilidad popular, allá en mi primera
juventud, residiendo en Caracas, la bella ciudad…
tendida
a la falda de Ávila empinado,
odalisca rendida
a los pies del sultán enamorado…
que cantó Pérez Bonalde, acaso como símbolo y vaticinio del
fenómeno de sus endémicas e inmerecidas tiranías. Ello fue
cuando se hizo representar al pueblo la comedia del derrumbamiento de Guzmán Blanco, lo que subrepticiamente estaba
decretado por la oficial voluntad de arriba. De ahí ese peligroso poder de la elocuencia que se pinta magistral en aquel
despechado encomio que de Pericles hizo un su rival contemporáneo: “Le derribo en la lucha, y oprimido bajo mi planta, si
se empeña en demostrar a los presentes que es él el vencedor,
todos se lo creen”. Ese poder funesto, al servicio de la ruindad
y del honor prostituido obrando sobre la ignorante muchedumbre, crucificó a Cristo y dio a beber a Sócrates la cicuta. Ese
poder, que ahora movido por la prensa diaria y el folleto,
sucedáneos de la vieja elocuencia, y los vociferadores fariseos y
publicanos de la nueva, han hecho creer en una aprobación
unánime del Plan Hughes-Peynado; y de ello tomará pie Mr.
Welles, el enviado del César plutocrático, para declarar urbi e
orbi que el malhadado instrumento obtuvo el beneplácito de
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este pueblo infeliz, que a sí propio se coloca en esa cruz y con
sus cláusulas dolosas queda allí enclavado.
***
Nada de lo que largamente llevo dicho asume actitud crítica de formas de ajenas actuaciones patrióticas en la prensa o la
tribuna, de amigos o contrarios. Cuando quiero referirme a
alguien, expresamente lo preciso.5 Trazo sólo un programa para
lo sucesivo, y acaso me lo trazo a mí mismo para este trabajo:
justo es que dé el ejemplo con la regla.
Los empeños en pro y en contra del Plan no han terminado. Aún proceden su ataque o su defensa. Si, implantado al
cabo y palpadas por todos más adelante sus funestas consecuencias, nueva campaña de liberación se emprende (y de ello es
Haití un caso, y Nicaragua, de la cual tenemos menos noticias,
debe de ser otro), cuanto dejo apuntado será aún oportuno.
Desgraciadamente, de las cruzadas pro patria no será la última
ésta que aún libramos. ¡Pluguiera a Dios lo fuera!
5
Por ejemplo, a propósito del folleto Al margen del Plan Peynado, al cual
folleto he hecho referencia en la primera de estas notas, después de haberlo
leído con el detenimiento que su autor merece, he de decir ahora que está
muy bien escrito, como de quien es, pero que, reduciendo toda su argumentación a la fórmula escolástica de un silogismo, puédesele juzgar así:
Buena premisa mayor, floja la menor, débil y falsa la conclusión. ¡Es también un soneto en prosa larga! catorce versos y un estrambote (El folleto
consta de quince capítulos). Este, muy oportuno y discreto, de veras lo
digo, termina con la oferta de los servicios del autor a la nueva República.
Téngala en cuenta el próximo presidente provisional la noble oferta.
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II
Introibo ad altare… veritatis
“Y antes de oficiar a la verdad en el altar de su amplio templo, purificaos en el pórtico confesándoos pecadores, si lo fuisteis… etc.”
Esto y más acabo de decir en el anterior capítulo del presente folleto (pág. 24, cuarto párrafo), y debo someterme a mi
propio precepto.
No soy en puridad un pecador político, pues no habiendo
desempeñado nunca cargos públicos de esta índole, apenas
he tenido la ocasión de ese pecar. A título de competencia he
sido alguna vez empleado, absolutamente absorto en mi cometido, sin tiempo ni voluntad para otra cosa. En nada he contribuido, pues, directa ni indirectamente, a los desastres de la
Patria que la han traído a su triste condición actual.
No combatí la Convención, porque aún vivía en mi espíritu
un resto de la antigua fe en la grandeza de las instituciones
norteamericanas y en una noble y recta interpretación de la
doctrina de Monroe, fe que me había sido inculcada por el
Maestro en el aula escolar. Sus cláusulas, después de depuradas por nuestro Congreso, no parecían inspirar serios recelos;
y alejado cual me hallaba del campo de la política, atribuí, tal
vez ligeramente, a rencilla y suspicacias la oposición que suscitó.1 Si hubiese tenido que suscribirla, o siquiera sustentarla, sin
1
Como siempre acontece, los ataques a la Convención procedían de la
oposición política, aunque hubiera raras excepciones. Recuerdo muy bien
esta frase de un bolo genuino: “Estaría con una Convención bola; no con
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esta coluda”. Y era un tenaz opositor.
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duda que la habría estudiado mejor antes de hacerlo. Probablemente no la habría suscrito, en presencia de la oposición
que la impugnaba. Siempre somos algo egoístas, aun en asuntos nacionales, y como yo no asumía ninguna responsabilidad
directa, fui despreocupado. Bastábame entonces ver entre sus
autores algún nombre ilustre, en el cual el país tuvo siempre
plena confianza muy justificada. Creí además otra cosa. Sabía
que al buen pagador no duelen prendas, y estimaba que si el
pueblo dominicano quedaba amenazado por aquel instrumento, o por su torcida interpretación de parte del fuerte contratante, lo que aun no admitía ni ya pálida fe en EE.UU., no
daría lugar a que se le convirtiese en guillotina que hoy cortase
su cuello, y se vería así compelido a observar una discreta conducta. A mayor abundamiento, sin llegar a fijar en mi cerebro
tal concepto, casi derivé la conclusión de que no sólo al pueblo, por temor de perderse, sino también a sus hombres dirigentes de la cosa pública, por cultivo de su concepto histórico
y resguardo de su responsabilidad personal, serviría de estímulo la amenaza para seguir en la administración una política de
altura. Era lo honrado y lógico esperar. Tranquilizado el país
tras las tempestades que desataron el 23 de marzo, la Unión, la
Desunión, el descalabro de Morales, etc., paz octaviana, sin ser
la de Varsovia, prometía reinar; el cielo aparecía sin nubes agoreras, luciendo un arco iris de esperanza. El escándalo contra
Colombia, aunque databa de 1903, no era bien conocido en
sus detalles en el país, demasiado atento a sus propias horribles
convulsiones de 1903 y 1904, prolongadas con menos violencia
y más intermitencias hasta 1906, en que la pavorosa pacificación de la Línea Noroeste, digna de Ovando el Comendador,
parecía haber cerrado con broche sangriento la era de las revueltas, para tomar en cuenta esta grave advertencia del peligro que corrían las inquietas nacionalidades hispanoamericanas. Para dejarlos atónitos no había resonado aún en los oídos
de estos pueblos débiles, como una satánica carcajada, aquella
cínica frase de Roosevelt, posterior a su presidencia: “Me cogí
a Panamá”, que un su deudo cercano, a quien Víctor Hugo,
por contraposición a aquella habría apodado Roosevelt pequeño, parodió años después con esta otra: “Tengo en el bolsillo la
Constitución que he dado a cierta republiquita del Caribe”.
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(Haití) La oposición de cuatro miembros de la Cámara, luego
se ha visto que estuvo bien fundada, pero entonces se la tildó
de espectacular y sistemática. Es lo que ocurre cuando los más
están en el error, que acusan a los menos, y los mal informados,
abstraídos del problema o decepcionados por la experiencia
de tantas pasiones disfrazadas de doctrina, se echan a un lado,
pecando por omisión. Fue también mi pecado.
Tampoco había yo antes protestado del bombardeo de Villa
Duarte, por muy metido en casa y olvidado de quienes la protesta suscribieron y a ella no me invitaron. Soplaban vientos de
fronda, y los que no corríamos la tormenta nos cobijábamos
bajo el alero acurrucados. Pero no tanto que un dolor agudo
no nos lacerase, y lágrimas de impotente furor no escaldasen el
rostro de cierto doctor y distinguido amigo que en mi casa se
entró a desahogar su indignación mientras tronaba aquella iniquidad, al paso que las mías evaporaba, al brotar de la fuente,
el fuego del rubor. Protesta, por lo demás, de muy corto número fue aquella, y absolutamente inútil, sólo decorativa. La
protesta ha de tener un fin, la del retracto posible de la acción
injusta o el conjuro de sus consecuencias. Aquella sólo tuvo un
riesgo: el atropello de sus autores por el mandante, si ciertas
garantías de copartidarismo no atenuaran, por lo menos, el
golpe; que fue lo que valió a sus suscribientes. En esos cruentos
días no se amagaba sin recibir el contragolpe rudo e implacable. De ese pecado de omisión no he de acusarme.2
2
Quiero advertir a suspicaces e incrédulos de toda sinceridad, que en la
una ni en la otra situación desempeñaba yo cargo público alguno, el cual
se dijera me cohibía. En la última citada, ni siquiera podía esperarlo, y
cuando, con sorpresa de mi parte, fui más tarde invitado por Morales, a
empeños del Lic. Peligrín Castillo, Ministro del ramo y mi antiguo y consecuente discípulo de la Normal, a servir la Dirección General de las Normales, me declaró rudamente el primero, quien después fue mi grande amigo, que se me escogió porque “ni dentro ni fuera de los que reunían
méritos de partido hallaban otro tan competente” (fueron sus textuales palabras); “pues, por lo demás, yo no gozaba de muchas simpatías en el Gobierno, por mi retraimiento absoluto, sospechoso de parcialidad contraria”. (Quien no está conmigo está contra mí). Franqueza y encomio,
merecido o no, que hube de agradecer. Y en 1907, ya antes de discutirse la
Convención, acababa yo de renunciar irrevocablemente el cargo, porque
se prescindió de mi consulta para un alto nombramiento del ramo, y me
preparaba además a irme a Europa a operar, verdaderamente preocupado
por mi salud. Bien es verdad que, cual podría demostrarlo victoriosamente,
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Del bombardeo americano sobre el campamento de Bordas, presidente en campaña contra una revolución, apenas me
di cuenta sino después. Dondequiera que estoy procuro hacer
labor y no política, y en esa labor me abstraigo de lo demás. Era
Síndico Municipal, tenido por parcial del Gobierno, y la protesta pareciera interesada.3
Como en esta cruzada en contra y a favor del Plan he leído
ataques de tal género a nacionalistas distinguidos porque no
habían protestado de esos atropellos y de aquel error de la
Convención, por prolepsis me curo aquí en salud.
Después he protestado siempre, y de los primeros, de todo
el proceso de la intervención desde el primer Plan Wilson, al
cual, como al presente Hughes-Peynado, se abrazaron unánimes los partidos, y de él ninguno protestó, porque de él esperaban, como de este esperan todos, la altura y las harturas. Sólo
el pueblo no asiente, sufre y calla.
***
Si fuera posible conservar todavía un resto de confianza en
la lealtad de la política norteamericana; si en los derroteros
imperialistas, ya sin embozo alguno, por los cuales va gobernando su amplia nave, no amenazase francamente el zozobrar de
estas débiles barquillas que bogan cabeceadoras y bamboleantes,
cuando no al garete, por los mares procelosos de su ruta; si no
tuviésemos a la vista, debatiéndose en la red de Vulcano que
antes les tendiera y hoy son cadenas ostensibles, a Panamá, hija
espuria del coloso, a Nicaragua, su hijastra y hermana Cenicienta
3
de todos los cargos que he servido, o renuncié por mi rebelde dignidad o
con motivo de ella me vi reemplazado; y ninguno pudo quebrantar jamás
mi independencia de opinión ni mi altivez. Es embarazoso hablar uno de sí
mismo en forma alguna, pero en veces necesario.
Aprovecho esta oportunidad para aclararlo, ya que tantas veces me he
pronunciado contra los ismos personalistas. Yo fui a ese cargo sin otro
compromiso que el de servir a la común; pero me ocurrió con aquella
situación lo que al honrado amante con la ajena esposa en el Gran Caleoto:
éste, que lo fue el partidarismo en mi caso, malqueriéndome y atacándome desde un principio, me empujó a sus brazos. Y fui lo que quisieron, no
lo que me propuse.
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de Wall Street, y a Haití, la pobre esclavilla comprada a la venalidad de sus politicastros por el plato de lentejas intoxicado de
una Convención que dejaba establecida una soberana república pour rire; si no hubiésemos presenciado y presenciásemos todavía sus pérfidos manejos contra México, haciéndole perder,
a cada paso de su andar vacilante y tumultuoso, el equilibrio;
contra Costa Rica, turbándole impiadosa su anterior serenidad
suiza; contra todo Centroamérica malogrando su última tentativa de confederación; contra las repúblicas australes de Chile,
Bolivia y el Perú, obligándolas a una forzada cordialidad por el
miedo común a los tentáculos del gran pulpo; y contra las demás, que el recelo de esa política imperialista de entre bastidores mantiene medrosas y reacias a toda solidaridad efectiva para
con sus pequeñas hermanas desvalidas y humilladas del Caribe; y
si, por último, no tuviésemos nosotros mismos los dolorosos precedentes de la Convención, que presentaron cordero para hacerla hoy lobo, y de las tranquilizadoras palabras de los nuevos
conquistadores al llegar, y hasta donde después han llegado, conducta digna del falaz ardid de Dido para obtener de los aborígenes de la que luego fue Cartago la cantidad de tierra que necesitaba;4 si lo sufrido no hubiésemos sufrido, en suma, ni
contemplado lo que hemos contemplado, todavía sería posible
creer en la buena intención del Plan Hughes-Peynado, validador
y todo de la Intervención e inoculador del tumor canceroso de
la presidencia provisional, y de la tuberculosis de la soberanía
que ha de ser esa tácita tutela yanqui que el Plan entre líneas
deja estatuida. Pero no es posible que haya quien de buena fe se
dé a partido ante la aplastante evidencia de los hechos: Roma,
cuando en sus tratos preliminares con los pueblos que luego
absorbiera, no fue judía ni fenicia ni cartaginesa, fue romana;
de las diversas modalidades del semitismo mercader a la violencia romúlea. No esperemos otra cosa, no, no la esperemos.
4
Cuéntase –y lo cuento a mi vez para el que no lo sepa– que cuando la
hermosa reina Dido, fugitiva de Pigmalión su hermano, erigido tirano de
Tiro, se presentó a los aborígenes de la futura Cartago para instalarse allí
con su gente, solamente les pidió el espacio de tierra que se cubriera con
una piel de buey, la cual, luego de concedida la modesta petición, hizo cortar
ella en tiras delgadísimas con las que abarcó el mayor terreno posible,
donde fundó a Cartago.
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Ex profeso he dejado arriba de mencionar a Cuba y Puerto
Rico, nuestras hermanas gemelas, para darles sitio especial entre mis testigos a cargo del Gran Pulpo.
A la primera, a la cual pareció que amaba en un principio
como a una hija auténtica ¿no le hemos visto luego codiciarla a
estilo de en la Malquerida de Benavente? ¿No le dejó la Enmienda Platt como infamante marea de propiedad sobre su
pecho? ¿No le infirió el mordisco de la estación carbonera de
Guantánamo y el de la Isla de Pinos? ¿No le infligió, armada o
no, intervención tras intervención y tras de Wood a Magoon y
sus desfalcos? ¿No fomentó en ella la prodigalidad administrativo-económica que ahora le enrostra para imponerle la disyuntiva del contrato de Shylock en el empréstito de los cincuenta
millones o la afrenta de una nueva y más dolorosa intervención? ¿No mantiene y mantuvo siempre una pesada mano
intromisora en su política? ¿No estrangula su industria (como
también, y más duramente aún, la nuestra) en las tarifas aduaneras para la entrada de sus productos por los puertos de la
madrastra amantísima, y le tiene en casa a Crowder como a
manera de cuña que apriete de uno y otro lado? ¡Y esa es su
hija política, su criatura adoptiva, a la que al cabo le tomará, si
no lo remedian futuros designios de la Historia, la libra de carne de su cuerpo, dejándola después desangrarse y perecer para
hacerse luego cargo del cadáver.
En cuanto a la segunda, Puerto Rico, su empobrecida Juan
sin Tierra, a cuyos terratenientes redujo a jornaleros de sus
propios anteriores predios, y en la cual alentó y cultivó la planta de la esperanza de una patria libre, cuando ya florecía aquella y soñaron sus hijos que granara, ¿no se apresuró inclemente
a deshojarla, desatando en su campo el austro áfrico de las pasiones encontradas y el can rabioso de un pretor autocrático y
venal, proscribiéndole su bandera, y para su lasciate ogni speranza,
últimamente, soplando sobre ella el roto helado de esta frase
de Harding: “Tendréis la independencia cuando la conquistéis con vuestras armas?”.
Y ante la elocuencia incontrastable de esas demostraciones
de su amor materno ¿qué esperáis aún vosotros de su fraterno
amor para esta tierra; qué esperáis aún vosotros, ¡oh bienaventurado coro angélico! que tus himnos de alabanzas elevas en
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torno del, por lo menos, mal aconsejado Plan Hughes-Peynado?
Ver, como Santo Tomás, para creer? ¿Y no veis todavía que se
trata de dar otra hermana Cenicienta a Wall Street?
Yo quisiera creer como vosotros, los adscritos al Plan que no
busquéis vuestra verdad a través de la lente del sórdido interés,
de la ambición impura o de una humilde torta de cazabe. Yo
quisiera creer, pero no puedo.
Yo también, cual los mejores de vosotros, acaso más que algunos de los mejores, he buscado entre las tinieblas del presente la adorada visión de la esperanza de una nueva patria
digna y libre; yo también la he vislumbrado en veces, engañado
por las alucinaciones del ensueño, y han cegado mis ojos al
reflejo tornasolado de sus cabellos de oro, al brillo intenso de
su mirada azul, al raro hechizo de su sonrisa prometedora de
gloriosos días, al raudal de blancura en que bañaba la armonía
de sus formas estatuarias. Pero ha sido sólo ensueño, y, cual lo
dijo el poeta, “los sueños sueños son”. La realidad estaba ahí,
cerca de mi lecho o del sillón de mis vigilias, para despertarme,
con igual sinceridad y ardor con que deseo, de todo corazón,
que sea un equivocado antes que un seducido por el halago
extraño o la propia ambición el principal factor dominicano
del plan que lleva su nombre, el cual factor fue otro tiempo
hermano mío espiritual.
Y que me sirve luego desenfrenada muchedumbre, y que
me linchen implacables los hijos de mi patria por el pecado de
mi celoso amor a la pureza de su nueva vida independiente.
¡Dios dispusiera, nunca su perdición, confirmándose en breve cuanto temo, sino mi error, salvándola! ¡Quién sabe! Errare
humanum est; somos humanos todos. Ellos… Nosotros. Digamos,
parodiando a Coriolano: “Patria, sálvese tu soberana independencia y piérdase el concepto de aquellos de tus hijos que obcecados estén en ver hoy tal negrura en torno tuyo”. ¡Quién
sabe! ¡Pluguiera a Dios el error de éstos! ¡Su honrado error!
***
A fuero de hombre sincero, que lo he sido siempre sin disputa,
y de veraz y desapasionado cuando formulo un juicio, sólo adicto
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a mis convicciones, sólo adverso al dolo y la injusticia, nunca a
individuos cuyo trato gratamente cultivé otros días, dolíame
lanzarme a la palestra sin un cabal conocimiento de las causas,
esperaba en secreta esperanza una justificación o una atenuante
que suavizara las asperezas de esta mi pluma, hecha a escribir
mis opiniones sin reparar de quién.
No soy, pues, un gratuito adversario de los autores y patrocinadores del Plan Hughes-Peynado. De éste, lo he dicho, fui en
época remota espiritual hermano, cuando se abría en nuestras
almas gemelas la flor de los altruismos generosos que da de sí la
edad primaveral. Aunque de lejos, le quise siempre bien, y si la
elevación a que ha llegado no nos permite ya juntar los corazones como enantes, y soy asaz altivo para abrazarme a las rodillas
de varón nacido, es esta la vez primera que le ataco, la primera
en que no le defiendo cuando otro le ha atacado en mi presencia. Amigo muy cordial lo fui de todos, aunque repugné
siempre, reacio al personalismo y más dominicano que secuaz
de hombres, dejar arder mis alas de doctrinario en el fuego
devorador de los partidos. Particular devoto fui de alguno, cuando realizó labor de altura, equivocada quizás en tal o cual detalle y combatida por perjudicados.
Nunca supe de odios inextinguibles a personas, de venganzas ruines ni de tristezas por el ajeno encumbramiento, firme
en mi fe de que, quien llega arriba, o llegó por el vuelo de sus
alas o por el reptar sinuoso de su cuerpo articulado. A ratos
también por virtud de la conocida locución latina: audaces fortuna juvat.
Enemigo no juré a ningún sectario de este plan, si obcecado, si incondicional, si sembrador que espera la vendimia. Deudo
cuento en sus filas que desató su lluvia de improperios contra
los disidentes sin distingos, sin resguardarme bajo un débil paraguas de floja salvedad, y le odio tanto a ese como cuando le
alcé de niño en mis fraternos brazos. ¿No es acaso la ingratitud
la independencia del corazón? No porque él me deba beneficio alguno, quiero hacerlo constar, ni que piense conmigo le
pida; sino que me viene ahora a las mientes la Moral de Hostos,
el Maestro hoy tan olvidado, quien en la segunda de las que
denomina Relaciones del hombre con la sociedad, la Gratitud, en su
aplicación al primer grupo social, la Familia, establece la fuerza
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y necesidad de este vínculo de amor y solidaridad entre deudos
cercanos. Entre sí, no en sus opiniones, si fueren contrarias.
Odio sí ardientemente la asquerosa farsa, la torpe adulación, el vil engaño, mas me contento con despreciar a los farsantes, aduladores y embusteros.
Mi mano no le tiendo al falso amigo que defraudó mi fe o
maltrató, para quedar bienquisto con el fuerte, mi más profundo amor. No le amo a ese, en verdad, mas no he de hacerle
injusto agravio si le siento para juzgarle como hombre público
en el banquillo de mis acusados.
En mis días soñé en adscribirme incondicionalmente al poderoso, ni en vincular a él mi fortuna. Corta es la mía, no hay
duda, y tocada de recio por la crisis que abruma, bien pudiera
decir a esos que ya cansados de sufrir privaciones llegan a claudicar: “¿Os figuráis que dormimos en lecho de rosas los que
por amor, por deber y por honor repudiamos el Plan?” Pero a
ella me resigno, y vivo como un Creso en mi tonel de Diógenes,
expuesto siempre al sol.
La imputación de que servimos un oculto interés personalista, por posibles parciales del Dr. Henríquez, en lo que a mí
atañe, al menos, es para hacer reír; no puede a mí alcanzarme,
aunque la especie, improbable y fantástica respecto de los nacionalistas en conjunto, pudiera tener ligeros visos de justificada en relación a algunos, tan solo por la identidad del apellido.
“Pobre Krüger aventado del solio” (por defender los fueros de
la patria) le llamé en mi protesta del Plan Harding. Cuando
todos le ensalzaron, fui yo el único que le culpé de algo en
dicho escrito. Hoy que lo lapidan, lo escarnecen y le injurian
los mismos que le rindieron antes humilde pleitesía mientras
incurría en errores de simple apreciación, no de intención,
justo es que yo le honre en su desgracia cuando los ha enmendado. Ha caído del favor popular, inconsistente éste y tornadizo, se le expulsa del corazón de sus conciudadanos, como a
Arístides de Atenas, ahora porque es justo. Atenas del Nuevo
Mundo pretendimos una vez llamarnos, sin duda por poseer,
no las virtudes de aquel excelso pueblo, sino su ingratitud característica con sus grandes hombres y benefactores. Díganlo
Duarte, Sánchez y los demás trinitarios; Pepillo Salcedo, Duvergé, Espaillat, Manzueta, Alcántara, los Puello y otros. Díganlo, en
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sentido contrario, Santana y Báez, mimados de la voluntad popular que fanatizaron, ahogando en sangre hermana la que
fue adversa a su sombría política y su dudoso patriotismo. Depurado de las veleidades de su anterior criterio vacilante, firme hoy en su convicción nacionalista, el Dr. Henríquez, pese a
los girasoles del nuevo astro, es la blanca figura de este momento histórico. Nunca esperé de él nada ni lo esperara si resurgiera en la opinión. Fue siempre de mis afectos platónicos,
sin esperanzas de reciprocidad, porque es humano, y yo bien
me lo sé; mi homenaje le doy gratis.
Llego más lejos yo en el despojo que a mí mismo me hago
de mis propias pasiones al oficiar a la verdad. No abrigo odio
vulgar e instintivo al extranjero detentor: es el enemigo común y le combato. Ni le amo ni le odio, aunque en lo último no
esté yo a la moda, cómoda hoy y holgada. Precisamente por su
calidad de extraño no le odio sino cuando realiza actos aborrecibles, que el derecho de humanidad conculcan y la conciencia universal condena. Fuera de ahí, sólo desdén o indiferencia me ha inspirado. Porque es extraño a nuestra causa, porque
es el ciego instrumento de la ofensa y no su autor, no le odio.
Ni al militar ni al civil. ¿Os encolerizaríais con la maza con que
un gigante derribase a vuestra vista el deudo más cercano; contra los cuervos que vienen a cebarse en su cadáver? No; iríais
sobre el gigante, a arrancarle la maza, a herirle a él si pudierais;
acosaríais los cuervos a pedradas. Si fuera dable, herir allá la
mano que nos hiere, el cerebro que la mano mueve, era lo
cierto: a Wall Street, ayer a Daniel, hoy a Hughes, al dislocado
Wilson, a Harding aprisionado entre las férreas mallas de su
partido imperialista y sus reyes de la banca. Entablada la lucha,
santo y bueno, la maza hay que romperla como se busca en la
batalla destruir la batería enemiga pero si faltó corazón y faltan
fuerzas para la empresa, ¿a qué ese odio barato, casi decorativo, al instrumento ciego, a los voraces cuervos? No haya promiscuidad, no haya armonía con ellos. Eso. Culpable es el criollo
que le ayuda y se le alía en la obra. Quien odios guarde, guárdelos a éste. Pero el odio entre hermanos odio es de Caín.
Combatamos su funesto intento, tratemos de frustrarlo; no le
odiemos.
Es esto lo que hago: combatir sin odios.
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Sin odios, pues, y sin amores; libre de intereses creados que
guardar, y de partidarismos incondicionales ni racionales que
seguir; sin consigna, sin espera de recompensas ni temor del
castigo, sin envidia, sin despecho, sin miedo y sin desdoro, llego a poner mi mano osada en el sancto sanctorum de ese plan,
bello e impecable, como el arcángel Luzbel antes de su caída;
intangible y sólo visible al médium durante la evocación, como
los fantasmas del espiritismo; cerrado y enigmático, como el
oráculo de Delfos o la esfinge egipcia; divino y de archimilenaria
incubación (de las plumas, porque el pollo vino ya incubado),
como el huevo de Brama sobre el lotus sagrado que flotaba en
las linfas encubridoras de abismos insondables;5 y creador, como
el Apocalipsis de San Juan, de dos monstruos de siete cabezas y
un psuedo-cordero (el falso profeta), todos diademados y obreros, de consuno, de la ruina de la iglesia y de sus fieles.6
5
6
Se refiere en las Leyes de Manú libro ortodoxo de los ario-indios, que el
huevo de Brama, que de su propio aliento fecundizó y depositó el dios
sobre el sagrado lotus que flotaba en las aguas, creadas previamente, tardó
3,110,400,000,000 de años de la Tierra,(un año de Brama) en incubar el
germen del mundo que guardaba. En ese huevo (Peynado) había depositado primero Brama neutro (Hughes) la divina simiente de Brama masculino (el Plan), que de él nació luego, y en seguida el mundo (las criaturas
del Plan).
En el Apocalipsis, de San Juan, libro en parte del cual, dice un autor, han
creído ver varios pueblos en épocas distintas el símbolo de algún momento histórico calamitoso de su vida política, se lee en un bello pasaje que:
“Una mujer (la iglesia, según una interpretación) vestida del soy, y la luna
debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas, apareció
en el cielo, y estando en cinta gritaba con ansiedad de parir, y sufría, etc.”;
y que “al mismo tiempo se vio en el cielo otro portento; y era un dragón
descomunal bermejo (Satanás) con siete cabezas y diez cuernos, y en las
cabezas siete diademas; y en la cola arrastrando la tercera parte de las
estrellas del cielo, etc.”, el cual dragón, precipitado del cielo por su guerra
de rebeldía, se dedicó a perseguir a la mujer. Y enseguida en otro “Y vi una
bestia que subía del mar (el Ante-Cristo, se interpreta), la cual tenía siete
cabezas y diez cuernos, y sobre los cuernos diez diademas, y sobre las
cabezas nombres de blasfemia”. A esta bestia –(que es la bestia apocalíptica a
la que, por exclusión de las otras del poema, se hace tan frecuente alusión
en lo escrito o hablado con cierto énfasis)– dice el pasaje que “le dio el
dragón su fuerza y su gran poder”, y que “una de sus cabezas parecía como
herida de muerte aunque su llaga mortal fue curada”. Y que “toda la tierra
pasmada se fue en pos de la bestia, y adoraron al dragón que dio el poder
a la bestia, y también adoraron a la bestia diciendo: ¿Quién hay semejante
a la bestia?, y ¿quién podrá lidiar con ella? Y que “dásele asimismo una
boca que hablase cosas altaneras y blasfemias. Y se le dio facultad de obrar
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Vengo con las ejecutorias de mi viejo e insospechable decoro patriótico, nunca desmentido, aunque sin obra de efectismo, durante toda la oscura y larga noche de la Intervención, a
oficiar en el ara bendita de la Patria porque el Plan, aún ya
impuesto, perezca.
Vengo a impugnarlo en sus detalles, como lo voy haciendo
ya en principio; y a repudiarlo en su conjunto como a instrumento doloroso de nuestra esclavización.
Y antes, señores de la procaz diatriba en prensa y en corrillos,
encubiertos o jurados acólitos de su autor o autores, hombres de
poca fe que a la claudicación llamáis sentido práctico y a falta de
razones producís denuestos, permitid que os propicie, en cuanto sea posible, la voluntad ya enajenada, con estas palabras de
Temístocles a su violento contendor, que en la disputa de ambos
ante el peligro inminente de la patria común, levantó contra él
su bastón para golpearle: “Pega, pero escucha”.
así por espacio de cuarenta y dos meses, etc… Y fuele también permitido
el hacer la guerra a los santos y los fieles y vencerlos. Y se le dio potestad
sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación… Vi después otra bestia (el
falso-profeta, de la interpretación ortodoxa) que subía de la tierra y que
tenía dos cuernos semejantes a los del Cordero, mas su lenguaje era como el
del dragón. Y ejercitaba todo el poder de la primera bestia en su presencia… Así es que engañó o embaucó a los moradores de la tierra… etc.”
Como no puedo copiar aquí todo el Apocalipsis, remito a él a quien me lea
y voy a hacer la interpretación aplicada a nuestro caso: una mujer, la
Patria, tras cuyos dolores de noble resistencia debía realizarse el ideal de
absolutas independencia y soberanía, es perseguida por el dragón de las
siete testas y cola de estrellas, el Gobierno Militar americano. Otra bestia
más horrible, el Gobierno Provisional, que tenía una cabeza herida de
muerte, el presidente a quien todos temen y no se acierta a encontrar, y
que al fin se curó (porque se concluirá por hallar el sujeto adecuado al
caso con poderes para hablar y blasfemar (actuar y realizar labor contra
todo derecho público y tal vez privado) solamente por cuarenta y dos
meses (el corto período provisional), es seguida y adorada por todos,
embaucada para ello por el falso profeta (así lo llama el Apocalipsis). ¿Sería
Peynado? Lo demás se interpreta sólo.
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III
Las generales del Plan*
En virtud de mi doble calidad de ciudadano en el pleno
goce de los derechos civiles y políticos, y de dominicano genuino, puro y neto, oriundo de la Conquista1 (de la española, cuando esta era un derecho de los pueblos cultos sobre los salvajes),
me constituyo a un tiempo en juez y parte querellante y
acusadora del Plan Hughes-Peynado. Esta doble actitud no es
del derecho común, pero lo es del de excepción en el presente caso. En cuanto ciudadano lesionado en su derecho de tal,
me querello y lo acuso; como dominicano en uso de mis
*
1
En el lenguaje jurídico de los tribunales se demoniza las generales de la ley
a las tachas que esta pronuncia contra los testigos inadmisibles por alguna
circunstancia, y son generales por comunes a todos los procesos o litigios y
en oposición a las especiales o útiles concernientes a las circunstancias particulares del proceso o litis en curso. Aunque a la inversa, yo llamo en este
folleto Generales del Plan las tachas de índole genérica que hay que oponerle,
para distinguirlas de las que a sus cláusulas señalaré en otro capítulo. Es un
decir sin consecuencia que me excusarán abogados y jueces.
Porque me precio de tal y existe cierta vaga tradición de familia a ese
respecto. A mayor abundamiento, mencionan algunos tratados de historia de América un tal Félix Mejía (nombre muy repetido en diversas generaciones de mi familia y abundante en otras del apellido, que deben de ser
ramificaciones de un antiquísimo tronco perdido en las oscuridades de los
tiempos) de la época azarosa de la Conquista. ¿Por qué no podríamos
descender todos de ése o de algún su colateral? Y no lo cito sino por timbre
de rancia cepa criolla, pues noble no lo era, ni famoso guerrero, sino un
humilde liberado por Pánfilo de Narváez del cautiverio de cuatro años a
que en la costa occidental de Cuba le habían reducido los indios, junto
con dos mujeres españolas, después de un naufragio; el cual homónimo
mío intercedió generosamente con Narváez (así consta en lo histórico) para
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que no fuesen castigados sus opresores.
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inmanentes y absolutos derechos individuales, que la Constitución, rija ella o no actualmente, me garantiza, pero que yo poseo de antes, y a pesar de ella misma si los cohibiese, me erijo
en juez. Habrá, pues, confusión de las dos calidades en la misma persona, pero hay también especial distinción en la cosa.
Como ciudadano, me querello y lo acuso de haberme privado deliberadamente de mi derecho de negar o dar mi voto, en
forma directa o por delegación expresa (o siquiera tácita), para
su formulación y proposición al poder detentador, su aceptación por el país y su ejecución; en la elección de un presidente
(no importa el caso de que sea provisional, mas no como representativo, sino como uno de tantos ciudadanos); respecto de la
validación que él, el Plan, establece, en principio y compromiso, de actos y pseudo leyes del extranjero dominante, los cuales ningún poder representativo de los del Estado había propuesto, votado ni autorizado a ejecutar; y sobre la función de
representativos del pueblo dominicano que para contratar ad
referéndum en su nombre se han atribuido cuatro ciudadanos
en ninguna forma legal ni racional investidos de tales poderes.
En cuanto dominicano, lo juzgo y condenaré porque consagra el delito de lesa soberanía nacional y de lesa patria; por los
daños y perjuicios que ocasiona al país en general y a sus hijos
colectiva e individualmente; por la ofensa moral y jurídica que
infiere al presente y al porvenir, al derecho de gentes natural y
escrito y a la Historia; y por otros delitos, ofensas, transgresiones y perjuicios que se irán precisando.
Voy, pues, a acusar, a deponer hechos, a exponer perjuicios,
a apelar a testimonios, a alegar derechos y a producir sentencia
condenatoria.
Así, arrogantemente cual lo digo, en mi doble ya referida
calidad e investido sobre todo de uno de mis absolutos derechos inmanentes: la libertad del pensamiento y su expresión.
Comenzaré por protestar del Plan. Toda protesta en sí es
una acusación, una querella y una demanda de justicia, que
puede ser o no oída, desestimada o sobreseída; pero que será
siempre facultativa en virtud de otro derecho constitucional
inmanente y escrito.
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§ 1º. Yo protesto del Plan
Desde que, motu proprio o de orden superior, fue publicado
por el ministro Russell la primera versión del Plan HughesPeynado que en toda su vergonzosa desnudez se dio a conocer
al país, vengo ardiendo en deseos de protestar de él solemnemente, como solemnemente protesto.
Ante todo, del plan mismo, que ninguna calidad jurídica ni
administrativa, de derecho natural ni de derecho escrito, autoriza a un extraño (Hughes) en contubernio con un nativo
(Peynado) patrocinado por otros tres, a formular en nombre
de los dominicanos; aquel extraño obrando per se o por la autoridad demofágica (valga el neologismo) del imperialismo norteamericano, y estos a título de sedicientes representativos de
un pueblo que en forma alguna expresa ni tácita les ha conferido tal encargo, siquiera pretendan ellos habérselo arrogado
sólo ad referéndum (sic). Del plan mismo, que no procedía formular sino cuando se lo dieran a sí propios los nativos para
conducirse en un gobierno propio, previamente por ellos preparado para validarlo oficialmente a partir del momento preciso en que los detentadores del territorio y de la soberanía hubiera desocupado el uno y devuelto la otra pura y simplemente,
como pura y simplemente se nos metieron en la casa con arteras
declaraciones inspiradas en la púnica fe que en su política exterior con pueblos débiles ha profesado en las últimas décadas.
Luego, de la audacia de autores y patrocinadores, audacia sólo
explicable por la absoluta falta de sanción social, política y moral
de este nuestro pueblo, que se abstiene de ella por incapaz aún,
como la casi totalidad de los conglomerados de hombres que han
gemido en largas noches de tiranías propias y extrañas alternadas
con cortas pero peligrosas anarquías, y guardado con cierto escándalo el duelo de su triste ignorancia, para ejercerla de manera
eficaz y saludable sin apelar a violencias tumultuosas y contraproducentes, ni temblar de antemano por la represalia de mañana; y
por bastante egoísta para arriesgarse en aventuras de iras santas, a
que ningún menguado interés partidarista o idolátrica adoración
de algún fetiche ha de empujarlo.
En seguida, de esa reserva traducida en silencio falaz y misterio pavoroso en que se obstinaron sus autores en mantener
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los términos oficiales y definitivos del Plan, dejando a los incautos presumir y aun aguardar una mejora cierta de sus dispositivos, mientras sólo se ocupaban aquellos, para ganar tiempo, en
vestirlo de ripios y arandelas, y se dejaban transcurrir interminables días de espera del laborioso alumbramiento; tiempo que
debió invertirse en recoger de modo escrupuloso y desinteresado la verdadera opinión del país, en computarla, y que únicamente ha servido para favorecer el laborantismo de sus adeptos incondicionales, quienes metiendo bulla creen haber logrado
las apariencias de una aceptación general tan lejos de la verdad como el interés personal o partidarista de los mismos lo
está del de la Patria. De ese tardar y tardar en lo que nada
altera la esencia original del instrumento, para luego llegar con
premura a su aplicación inmediata, sin proponerlo al país de
modo formal alguno, sin cerciorarse de si realmente es acogido, sin el voto evidente, en fin, del soberano pueblo que lo va a
sufrir; como si se tratase de una de aquellas leyes patricias de la
Roma primitiva que la plebe no lograba conocer sino en el
momento de serles aplicadas antojadizamente.
Asimismo, de los determinados intereses creados que él
ampara, de la clientela que él afianza en sus írritos derechos
adquiridos, de las ambiciones personales de poder y granjería
que él alienta en los presidenciables, y de los apremiantes apetitos de panem et circenses que en el pueblo y los politiquillos de la
vieja burocracia ha despertado.
También de la peregrina manera, para no calificarla de otro
modo, con que desde un principio se decidió imponerlo a la
opinión, con el concurso de insidias y procacidades de una prensa de patriotismo de ocasión, las discretas armas al cinto de algunos familiares y prosélitos de tal o cual representativo, que
acaso para amedrentar a los opositores, diciéndose ellos amenazados, acudieron en demanda de sendos permisos de porte
a las autoridades policial y prebostal, y del risible cómputo de
voluntades que el Enviado del César habrá hecho por propio
albedrío desde su cuarto del hotel, leyendo los bluff descomunales de la prensa adicta, o desde algún balcón de casa consistorial, oyendo la grita desaforada e inconsciente de los apandillados de la política de ayer, aclamadores hoy del Plan, los cuales,
habiéndose resucitado desde Washington a los jefes de partidos,
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para exigirles su complicidad en la obra funesta de la pseudoliberación, resucitaron éstos a su vez, estimulándoles a sacrificar a sus famélicas ansias de acomodos, como a Jesús el pueblo
de Judea azuzado por los enemigos del justo, el sacratísimo
cuerpo de la Patria.
Muy especialmente de esa írrita elección de un presidente
provisional para la República que cinco hombres se reservaron
realizar ellos solos por sí y ante sí y el Enviado Extraordinario,
atentado contra soberanía con el cual se inicia la decantada
próxima liberación, e iniquidad que tuvo ya su precedente en el
primer Plan Wilson de 1914 –del cual yo protesté también–, pero
sobre el cual pudo entonces alegarse, como débil paliativo, la
necesidad de conjurar mayores males, que vinieron no obstante, como vendrán detrás de esta irrisoria elección, sin que ahora la experiencia, que tan duramente ha aleccionado, permita
atenuar la injuria al público derecho interno, natural o escrito,
de los pueblos.
Y por último, de ese propósito manifiesto que se trajeron
autores, patrocinadores y secuaces, encabezados por el propio
Enviado, de imponerlo en la práctica, sin escrúpulo alguno, al
amparo de las fuerzas extrañas y favorecidos por la ignorancia
de los unos, la impaciencia de los otros, la ingenuidad de buena fe y la inercia de una mayoría que, egoísta como antes en la
política criolla, pretenderá ahora también lavarse las manos cual
Pilatos, o encogerse de hombros, insensibilizada por tanta mentira de la cual de lado y lado fue la víctima, y pronunciando
esta aplanante fórmula de la desesperanza: “Lo mismo da lo
uno que lo otro, allá se irá todo contra nuestra labor de obreras
del panal”. De imponerlo contra toda circunstancia adversa,
sin una general y efectiva aceptación, y acaso a costa de futuras
inmolaciones proscriptitas y aún patibularias de quienes, por
honor, por deber y por amor a su país, se opongan a su implantación y prosecución.
De todos y cada uno de sus términos y dispositivos y de esos
detalles de última hora, remachadores del clavo, con los cuales
en nada o en muy risible parte han querido paliar el insólito
Plan.
Ardía, repito, en deseos de protestar del desdichado Plan
Hughes-Peynado, forjado al yunque de una voluntad génesis
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(Hughes), otra voluntad putativa (Peynado), y tres voluntades
nodrizas (los jefes de partidos); forjado en forma de tosca y
férrea cadena de humillaciones y martirios, de ahora los primeros y de más tarde unos y otras, para el alma dominicana;
bien que falazmente dorada la cadena, para que la ignara muchedumbre y los paniaguados que esperan de esa esclavitud la
ruin pitanza, prorrumpieran a su vista en vítores y aplausos de
bastarda apología de sus autores, soñando ya ¡los miserandos!
las dulzuras agrestes y urbanas, el vivac de los campamentos y
los sablazos al Erario, con todo el consiguiente cortejo de zozobras para los hombres de bien, y para los otros de usurpados y
falsos honores, canongías y sinecuras que les brinda ese grotesco personaje de innoble catadura que han dado estos en crear
y nominar el Concho Primo, la nostalgia de cuyo reinado de manga ancha, y no el santo patriotismo, es la sola amargura que
apuraron en todo este vía crucis recorrido esos patriotas de
nuevo cuño que hoy motejan y ridiculizan por sus honradas
convicciones a los únicos dominicanos que se atreven a tener
clara visión de la ignominia en la hora infausta.
Ardía en deseos de protestar, pero esperaba. Esperaba paciente la publicación oficial del documento odioso, cuyos términos ambiguos y de arteras emboscadas había trazado previamente, a la atónita mirada del pueblo sano y desinteresado,
uno como su borrador; el plan desnudo.
Poco ha de importarme ahora, cuando he protestado, el
baladí argumento de que sean muchos los sostenedores del
ominoso plan y raros los que lo impugnan. Fuera de ser tal
aseveración harto aventurada, pues cómputo ninguno, ni siquiera superficial, la ha permitido, no argüirá nada en su favor
la descarriada mayoría, caso de que con ella se contara en esta
lucha de unos pocos espíritus fuertes y sinceros contra una
multitud embaucada y unos cuantos equivocados de buena o
mala fe, que tan presto han olvidado que el dominador, lobo
disfrazado y con palabras de amistoso cordero, se nos coló antes
de rondón en el ánimo y en la casa, como en el cuento de la
Caperuza Roja, y ha herido luego y devorado como un verdadero lobo carnicero. Nada argüiría esa inconsulta mayoría. Cristo, uno solo, tuvo razón contra la muchedumbre soliviantada
para perderle por los fanáticos y los farsantes de todos los calibres
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y matices, y aunque a la postre crucificado, vivificó con su muerte
su doctrina y la dio al mundo para los siglos de los siglos. Pocos
fueron los apóstoles contra los gentiles innumerables, y tuvieron razón contra ellos y triunfaron; la verdad vence y se impone. Cristo y sus apóstoles fueron la verdad, y por ella se impusieron. Con este signo, el de la verdad, al cabo venceremos.
Puede triunfar el Plan temporalmente, como triunfó Ahriman de Ormuz en un cualquier momento; pero muy presto,
palpados sus desastrosos resultados, vendrán hacia nosotros los
hoy crédulos de buena fe, y tal vez aún los otros, para adjudicarnos en acto de justicia la razón. No habrá que esperar mucho.
§ 2º. Las nulidades del Plan
A las nulidades de carácter genérico he de referirme aquí
ahora, a las del Plan en su conjunto, pues a combatir cada una
de sus cláusulas de modo preciso y doctrinal dedicaré más adelante un capítulo extenso de este humilde folleto.
Estas nulidades de orden general son las siguientes:
A. El Plan Hughes-Peynado no es lo que se pretende.
B. El Estado dominicano actualmente no puede contratar, por
incapacitado que le tienen para ello ante el derecho de
gentes positivo.
C. Falta de poderes en los impropiamente denominados representativos.
D. Falsedad, en su caso, de la condicional jurídica ad referéndum
con que se supone haberlo convenido.
E. Los pseudo-representantes se extralimitaron en el uso de los
únicos poderes de que querían imaginarse investidos al pactar.
F. El Plan no ha sido sometido para su aprobación al poderdante. ¿Quién es éste en la actualidad?
G. Su ejecución es acto nulo y retractable en todo momento,
porque lo contratado ad referéndum y no ratificado luego previamente carece aún de fuerza legal para esa ejecución.
H. Todas sus consecuencias, en un principio o en la totalidad de
la ejecución, se hallan, pues, heridas de nulidad, y deben ser
tenidas, en todo momento, por jurídicamente inexistentes.
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I. El país puede y debe todavía y en cualquier punto de su
aplicación en que lo intente, negar la validez del Plan, pronunciar esta nulidad y abstenerse de concurrir en forma
alguna a su ejecución.
Voy a tratar estos diversos puntos preindicados como causas
de nulidad del instrumento que hoy se impone a la conciencia
nacional al amparo de las bayonetas americanas.
Pero antes de proseguir, permítaseme recordar a los profesionales en la materia que no pertenezco al gremio, y en mis
apreciaciones pueden echar de menos a las veces la precisión
técnica de algunos términos consagrados, y no pocas tal vez las
torceduras que el derecho positivo, por las razones del actual orden
social, político y de índoles diversas de los pueblos, se ha visto
obligado a introducir en el cuerpo de doctrinas de cada una
de sus ramas, adulterando los eternos principios de derecho
natural respectivo. Yo acaso me sitúe con alguna más frecuencia que quisiera, por mi temperamento intelectual, absolutamente racional y lógico, en este último inadvertidamente, cuando tengo sabido que en lo internacional es donde de más
privanza goza lo convencional, por tomar su origen este derecho, no tanto en el natural o teórico como en los tratados y
conferencias o congresos internacionales, y en la histórica práctica de los pueblos fuertes. Ello no obstante, procuraré evitar
en lo posible salirme, en el curso de mis argumentos, de ese
amplio pero cerrado campo, para orientarme dentro del cual,
a mas de parciales incursiones diversas hechas antes en él con
este u otros motivos, y en mi inveterado e irrefrenable afán de
buscar la verdad científica en todas direcciones,2 tengo delante
un rimero de libracos de la materia, los cuales, aunque sin tiempo para solazarme detenidamente en su consulta, porque aplazaría indefinidamente este trabajo, suelen sacarme de apuros.
2
Manía de mis años juveniles que ha perdurado en mi espíritu y me ha
estorbado, junto con las apremiantes atenciones del modus vivendi,
concretarme a una profesión liberal en la cual tal vez habría obtenido
honra y provecho. Lamentación tardía que no puedo impedir se me escapa cada vez que la oportunidad me hace el doloroso reproche que, más
que a mí, ha perjudicado a quienes de mí debieron recibir algún empuje
efectivo para entrar en la lucha de la vida.
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A. El Plan no es lo que se pretende
Hacía tiempo que el país, por órgano de algunas de sus personalidades más conspicuas, buscaba una fórmula digna y decorosa para la desocupación americana que oponer a las humillantes y cautelosas que proponían de Washington. Pero la
opinión pública, expresada de diversos modos y especialmente
en la prensa, entonces toda ella sana y bien inspirada, daba los
derroteros y rechazaba invariablemente, u ostentaba con reparos, las diversas modalidades contractuales que asumían, tanto
las que llegaban de Wilson y de Harding, como las que surgían,
más o menos bienintencionadas, de nuestras propias fuentes,
tales como la Junta Consultiva, la Misión Nacionalista, la Conferencia de Puerto Plata, etc. La resistencia, la santa resistencia,
pacífica pero parada en firme, era la consigna.
Mas se movieron, en la sombra primero y sin recato luego,
los intereses partidaristas en torno del tabernáculo. Los zánganos rondaban el panal, presa todavía de las extrañas avispas
que de él se habían incautado, y se cansaban de esperar el éxodo de los intrusos que le tenían secuestrada la miel de sus ansias, en cuya elaboración las obreras, sin libertad para libar en
las florestas próximas, arruinadas éstas, además, por horrible
tempestad, languidecían y rendían sus bríos.
Alguien que asechaba el fracaso de las rehusadas fórmulas,
el desconcierto de opiniones subsiguiente a la última tentativa
llamada Pacto de Puerto Plata; que acaso se preocupaba interiormente de la suerte que, en el triunfo de una fórmula francamente nacionalista, podían correr los intereses adquiridos
por sus clientes a la sombra de las órdenes ejecutivas, concesiones, contratos, etc., y sus propios intereses, y que anhelaba probablemente destacar su figura, situada aún en la media luz de
los imprecisos contornos; alguien que sin duda buscaba honra,
honores, aura popular, pero también indirecto y más pingüe
provecho, no en vulgares peculados a que pudo antes haber
aspirado y nunca le tentaron, por la holgura de su hacienda y
por principio, muy presumiblemente; alguien que había rehusado antes actuaciones individuales que se le insinuaban, peregrinaciones a la Roma moderna, que se le pedían, en reivindicación de nuestra soberana independencia, se decidió a
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moverse ahora. Era, por lo visto, su momento oportuno, antes
ya propiciado el dominador por sus galantes declaraciones y
amorosas quejas ante la Comisión Investigadora de los
Pomerene, Mc Cormick y comparsas.
Se decidió a moverse, y en discreto silencio, sin tomar credenciales ni acoger opiniones, fuese a proponer, o a insinuar
que se le propusiera (que se impusiera a su ánimo, según se
colige de sus propias palabras de vencimiento patriótico) la
única fórmula que a su juicio de vencido en la fe era posible
obtener para la desocupación del país. Pero la fórmula no era
un plan, sino un pacto, un compromiso formal de validaciones
que dejaban a salvo la responsabilidad jurídica e histórica del
pueblo autor de este incalificable desaguisado que se denomina la Ocupación Militar americana, y ha sido intervención, ocupación, conquista y usurpación, todo en una pieza.
El término plan no aparece, como técnico, ni siquiera como
voz corriente auxiliar de la idea, en todo el léxico del Derecho
Público Internacional moderno. Yo, al menos, no lo he hallado: es posible que lo haya; soy un profano en la materia, y no
hay que olvidarlo.
Un plan hubiera sido uno como prospecto, una serie de
rasgos metódicamente ordenados en su trazo; un modus operandi,
simple y llanamente, para la desocupación del país. Era lo que
cabía, y lo único que, como dominicano, podía hacer. El país
pedía su desocupación sin condiciones, la había pedido a gritos y en todos los tonos, y él, el personaje de mi referencia, lo
había oído. No necesitaba autorización para pedirla a su vez,
en su nombre y en nombre de todos: era su derecho de dominicano; ni para regularla: era su prerrogativa de jurista y misionero voluntario; de acuerdo con el detentador, si en ello éste se
obstinaba, pero sin condiciones, sino pura y simplemente, como se
había realizado antes la ocupación. La condición implica un
pacto; el pacto es un contrato; el contrato necesita del libre
consentimiento de las partes, directamente expresado o por
mediación de apoderados. Regular, planear, no es pactar.
Así hubo de comprenderlo la clara inteligencia del autor
de sus días (por antonomasia); en realidad madre fecunda que
recibió y germinó la semilla enseguida, porque fue Hughes el
engendrador. (Esa forma de espermatozoario es de glándula
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yanqui; para algún descargo del dominicano co-autor es preciso
consignarlo así, y porque en él abundan los rasgos del padre).
Hubo de comprenderlo, y sintiéndose incapaz, porque él no
representaba más que a él, un solo dominicano, que sólo vale
por uno, pues prestante como es y me complazco en reconocerlo, pertenece a una democracia y carece de privilegios; incapaz para obrar por sí mismo, pidió o se dejó pedir de allá el
concurso de los jefes de partidos, a título de madrinas, hadas
o… brujas que pusieran bajo su auspicio y patronato el nacimiento del monstruo.
Y entre todos prohijaron esa creación nefanda.
Pero el Plan no es un plan cual se pretende o se pretendió;
no es un simple entendido, como enfáticamente se le denomina
en el llamado Memorando, forma de larga cauda, sembrada de
explosivos, en que se nos presenta, arrastrándola, este cometa
infausto; no es ni siquiera un protocolo o proceso verbal contentivo de la síntesis de las bases y estipulaciones principales
convenidas de antemano entre agentes diplomáticos acreditados para la celebración de un posterior tratado; sino que es un
pacto, un tratado que desde ahora formula, además de sus propias cláusulas, lo siguiente: letra por letra las de otro tratado
que suscribirán plenipotenciarios de nombramiento írrito, porque lo hará el presidente provisional; las líneas generales que
ha de seguir el Congreso para la convención de ratificación del
tratado y la ley de validación; la forma de elección y fuente de
los poderes públicos a instaurar; y hasta, en la cola del astro, las
reformas constitucionales precisas que el Congreso, en su atribución exclusivamente suya, ha de señalar a la Constituyente
que debe realizarlas; y también el momento y manera de convocar y actuar esa Constituyente. Albarda sobre albarda. Un
verdadero nido de baúles, uno dentro de otro, todos en el vientre del gran cetáceo. Y todo ya hecho, establecido, ordenado
imperativamente. La comida comprada, cocida, condimentada, servida; sólo falta sentarse a la mesa y masticar. Y debajo los
gatos y la jauría de mimo y caza, a maullar, a pedir arriba con
ojos lánguidos, a bufar, a roer y a plañir lastimeramente cuando no les caiga un hueso.
Viene como de molde esta donosa estrofilla de “Una Cena”,
de Baltasar del Alcázar:
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La mesa tenemos puesta,
lo que se ha de cenar junto,
las tazas del vino a punto,
falta comenzar la fiesta.
El Plan Hughes-Peynado no es un plan: es un tratado macho,
padre de tratados, leyes e instituciones hembras que guardarán
eunucos. En dondequiera se halla hombres para todo. ¿Los habrá aquí también para perpetrar tan enorme iniquidad?3
El plan de desocupación no es un plan: es un tratado monstruo, simulador de un plan para mejor asegurar su presa.
Tal, en las soledades inmensas y selváticas del Magdalena,
una serpiente a quien natura dio color de árbol se endereza a
la orilla como un tronco, para engañar las incautas piraguas
que ruedan sus endebles carapachos por aquel inmenso río y,
en teniéndolas cerca, derribarse sobre ellas, constreñir al desprevenido tripulante y regalarse con el festín de su bullente
sangre!
B. Capacidad del Estado contratante
Cualquiera que sea la condición jurídica nuestra actualmente, bastante indefinible en derecho internacional público, por
la múltiple modalidad que asume en cuanto intervención armada, ocupación militar, usucapción violenta y usurpación, es
indudable que el Estado dominicano está en suspenso o interdicto por la fuerza brutal de las armas extranjeras, que su Constitución, que es su interno derecho público escrito, es de momento letra muerta o por lo menos se halla en dolorosa
catalepsia. No es un Estado protegido ni avasallado por otro; el
extraño detentador no puede contratar por él con otro Estado
3
En el momento en que esto escribo no se tiene todavía ni la más remota
idea de quienes constituirán el Gobierno Provisional, y menos aún, naturalmente, los que formen las instituciones posteriores, también criaturas y
ejecutores del Plan. No puede esto, pues, ofender por anticipado a nadie,
y mayormente a quienes, de entre ese personal, resultaren amigos míos o
personas –fuera de la actual modalidad político-patriótica que asumen,
que es lo único que aquí juzgo y castigo–, de toda mi estimación o mi
respeto… (Hoy 25 de septiembre de 1922).
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en buen derecho (aunque lo haya hecho el detentor en asuntos administrativos de índole postal y algún otro, que ahora
necesitan de validación); pero él por sí mismo no es soberano
en la actualidad. Ni en el gobierno interior de su pueblo ni
para sus relaciones con las demás naciones señoras de sí mismas. Dura verdad, pero verdad que sólo puede discutir la ceguera obstinada de alguno que otro iluso. Tampoco podría el
gobierno militar que nos humilla tratar con EE. UU.; porque
esto equivale a hacerlo una sola parte consigo misma, lo cual es
absurdo, bien que hayan perpetrado en este camino más de
un disparate, que ahora procuran cohonestar; pero no podrían
hacerlo para el caso de la desocupación, pues para esto necesitan indispensablemente del concurso de un gobierno dominicano que ellos suprimieron.
Mas todo ello es en derecho positivo y en derecho torcido
por la fuerza extraña. En el derecho natural de gentes, el Estado no perece sino por su voluntaria refundición en otro Estado
o por extinción o emigración de todos los habitantes. Pruébanlo
Polonia, Cracovia, Finlandia y otros resurgidos ahora a su vida
soberana. El Estado nuestro subsiste latente en el pueblo, que
no ha muerto, y en este reside de modo permanente la soberanía. Ese Estado no podrá tratar de momento con las otras naciones, porque le tiene una, poderosa, abusiva, detentado; pero
con ésta sí, para volver a su vida propia y recibir la devolución
de su tesoro secuestrado: su independencia y su soberanía.
Nadie sino él puede tratar esto; nadie más que él debe estar
representado en el tratado; nadie fuera de él puede nombrar
esos representantes. Suya sola es la capacidad. Cuando el gobierno de Washington acoge a Peynado como representativo y hace
llamar a los jefes de partidos con igual carácter, les reconoce una
calidad de que carecen y él, que no es el pueblo dominicano,
sino la otra parte contratante, no puede conferirles para tratar
con él, porque sería absurdo, írrito y deshonesto.
Por eso se ha recurrido a la ficción de que el pueblo, para
tratar de su desocupación, delegue sus poderes en esos representativos, de invención y de designación americana en realidad. El gobierno militar americano carece de capacidad para
tratar a nombre del pueblo dominicano con el gobierno civil
americano. El plan-contrato es nulo, por tal causa.
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C. Falta de poderes
Pero estos representativos por propio derecho arrogádose pretenden serlo por derecho de representación efectiva del pueblo. ¡Risum teneatis, amici! ¿Cómo y por qué procedimiento los
ha nombrado? Vamos a verlo.
¡Peynado se fue por propia cuenta a Washington! Nadie podía impedírselo y muchos le aplaudirían. Era un dominicano;
una figura conspicua y conocida en los círculos oficiales de la
augusta capital. Podía obtener lo que otros no. Y se esperaba
en su gestión, que era de presumir no fuera contractual, porque para esto no tenía poder alguno. ¿Por qué se le atribuyó?
Como dominicano, expuse ya, podía él defender los fueros
íntegros de la patria e invocar el derecho de ser desocupada
incontinenti, pura y simplemente, o conforme a un simple plan o
modus operandi previamente acordado, sin compromisos ni transacción alguna. El detentor diría: “Me voy así, y espero que por
vuestro propio bien validaréis lo que en derecho, equidad y justicia deba ser validado. Ya lo estudiaréis, y yo quedo en casa aguardando para justificarme y defenderme. Agur”. Hasta ahí admito
que se llegara, y que el ocupante se fuese en tal tono de amenaza. ¿Qué le íbamos a hacer? Él es el fuerte. El patriotismo nos
dictaría entonces la conducta. Pero no que diga: “Me iré cuando lo juzgue conveniente, después que hayáis hecho esto y esto
otro, y cohonestado mi enorme atentado a todos los derechos,
de este y este otro modo. Y en prenda de vuestro cumplimiento,
aquí me quedo para iros dirigiendo paso a paso desde los bastidores. Y castigaros e interrumpir el proceso, si lo hiciereis mal”.
Para obtener lo primero y aceptarlo, si lo obtenía, no había
Peynado necesidad de poderes ni del concurso de los jefes de
partidos. Lo habría hecho él solo; sólo suya sería la gloria. Luego lo habrá comunicado al pueblo, que, de seguro, no iría a
asir al yanqui por las faldetas de la chupa para que no se fuera.
Como nada le habría dado, nada podrían reprocharle que le
dio. Para ello tenía un poder tácito del pueblo. Todo dominicano lo tiene en el mismo sentido, entiendo yo.
La patria, santo legado de nuestros mayores, que tenemos
el imperioso deber de transmitir intacto a quienes nos sucedan, cada uno de sus hijos está obligado a defenderla en toda
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la integridad de su derecho. Es un depósito intocable, el arca
que atesora las tablas de la ley y habemos de guardar en el tabernáculo de un patriotismo acrisolado. Es la raza, la lengua, la
fe, el gobierno propio, la industria que nos nutre, la civilización que vamos edificando con nuestro amor y esfuerzo. Es
geografía, costumbres, tradición, historia, comunidad de penas y alegrías, hoy cautiverio, ayer libertad, mañana acaso gloria. ¿Quién se le atreve a esta dulce deidad, señora de nuestra
alma? Nadie. Ni el pueblo mismo en masa, que como el individuo, la recibió incólume y así ha de confiarla a las generaciones venideras, es hábil para tocar la orla de su vestido. Tocarla
es profanarla, es ajar su pureza y es … gozarla.
Si el pueblo, a fuero de señor de sus destinos, atentare a la
integridad de su decoro, responderá de ello ante la historia, y
la posteridad arrojará sobre él lodo de execración. Pero es el
pueblo, y aunque ni debe ni puede moralmente hacerlo, es en
derecho el soberano árbitro de su presente y de su porvenir.
La sanción, si cediese una pulgada, sería para él horrible: los
hijos maldecirían la memoria de sus padres, venales y cobardes. Si un padre dilapida el patrimonio de sus hijos, únicamente sus hijos pueden demandárselo. Pero el individuo aislado,
uno, dos, tres, ciento, no es el pueblo; es un esclavo fiel del
pueblo, de cuya soberana voluntad presente sólo puede apelarse ante la historia. ¿Hay que obedecer al pueblo aún en sus
descarríos? No; pero menos se le puede defraudar en su confianza: lo que él ordena o nada.
¿Dio el pueblo autoridad, poder a los pseudo-representativos para ceder en su nombre de su integridad y sus prerrogativas? Nunca se los dio. Para dárselo fuera preciso hacerlo de un
modo expreso, ostensible e indudable.
La Patria los vio partir y quedó en la confianza de que iban a
defender y no a ceder. Para ceder necesitaban sus poderes. ¿De
qué poder fue portador Peynado? De su solo valer; del suyo propio para no ceder. ¿De qué poderes fueron los otros asistidos?
¿De los del pueblo? ¡Mienten! El pueblo no es la suma de facciones partidaristas confabuladas para ampararse a todo trance del
poder –aún una sombra vana– y de sus gajes. ¿De sus partidos
respectivos? Mienten también. No constituyen sus partidos los
respectivos enjambres de gente desacomodada o desquiciada por
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la crisis mundial, de acomodados que persiguen más fáciles
provechos y de enhambrecidos de la claque que zumban en su
derredor., cuando esos jefes están presentes o cuando llegan,
cantándoles el “Tú serás” a coro o sotto-voce; de muchos de los
cuales ellos, los jefes, renegarán en su íntimo pensar, despreciando a no pocos y repugnando, en momentos de lúcida honradez de sus conciencias, ese proselitismo incondicional e interesado que deslustra sus causas. Cuentan hombres mejores los
partidos, probos y discretos ciudadanos, que o han disentido
del transaccionismo patriótico de sus jefes, o han arrojado, por
mal entendida solidaridad, la tolerancia del silencio sobre esas
actuaciones. Salvo los que, ambicionando coronarse damas, se
malean a sí mismos siendo hombres honrados.
Pero yo doy por bueno que así sea, que representen sus partidos y que éstos, en plena masa, les hayan conferido sus poderes, para llegar a un pacto, a esos sus jefes.
Fuera de que no pocos los otorgarían con sus nobles reservas
expresas o mentales, dichos partidos, todos juntos, sumados en
un haz, constituyen una muy pobre minoría del pueblo dominicano. Vamos a hacer, grosso modo, el cómputo aquí posible.
Descartad la población rural, de inmensa mayoría proporcional a la urbana, y que, ignara e inocente, desconoce cuanto ocurre fuera de sus límites silvestres; esa que habría dicho a Peynado,
si fuera a hablarles del Plan, lo que a Julio César unos pobres
labriegos de la Galia hoy francesa, en el corazón de la antigua
Armórica, cuando guarecido aquel cierta noche tempestuosa en
la choza de los rústicos, y mientras aguardaba compartir con ellos,
que no le conocían, la frugal cena que aún colgaba sobre el fuego en la marmita suspendida de un trípode, les preguntó muy
animado qué habían oído decir de Julio César y sus triunfos de
aquí y de allá, etc., presumiendo que no podía existir mortal
alguno, y mayormente tan cercano al teatro de sus grandes hazañas, que desconociese su gloria y su renombre. “–Qué nos cuentas, buen hombre –contestóle uno por todos, mohíno, bostezando y desperezándose–, nada sabemos de eso ni nos importa; nos
fastidias”. Descartad esa relativamente inmensa población, no
menos de un sesenta por ciento del total. Separad luego del
resto esa otra población indiferente de poblados, villas y ciudades que viven vida industrial burguesa o lugareña más o menos
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activa, pero que no se preocupan de problemas sociales, políticos ni patrióticos sino cuando hayan de influir en las alzas y bajas
del mercado, las ventas y los posibles cobros o pagos pendientes,
comportándose en su tierra como los propios extranjeros, y no
como todos; esa que se encoge de hombros, se burla a hurtadillas y “no quiere ser política”; un cincuenta por ciento de tal resto,
quedándoos ya tan sólo veinte de las cien comunidades. Descontad ahora el contingente nacionalista en el país, que a pesar de
los bluff de vuestra prensa y los corrillos forman una legión; los
legalistas, que no han tomado carta ni échose representar; los no
afiliados a partido actualmente, despojos de esos que lo fueron
transitoriamente y esperan su oportunidad para engrosar alguno de los otros o uno nuevo: victoristas, bordistas y algunos más.
¿Y qué os queda? Un diez por ciento para repartirlo proporcionalmente entre vosotros, liberales o unionistas, nacionales y progresistas (palabras hasta ahora sin sentido, o con solo éste: yoístas,
egoístas y mioístas), un diez por ciento a lo sumo; todo lo más un
quince, pongo el veinte.
Y con tan exigua minoría, que está muy lejos de haberse
pronunciado toda por el Plan, y que multiplicáis entre las fojas
de vuestros periódicos adictos como en las múltiples lunas de
espejos de las denominadas en París, y tal vez fuera de él, cámaras japonesas, de casas non sanctas y otros sitios ¿pretendéis
adueñaros de la opinión y vociferar, como, ya victoriosos, los
amotinados tripulantes de la musulmana nave pirata de la Mar
y cielo, tragedia de Guimerá: “¿Nuestra es la nao”? Haced el
censo proporcional de vuestros sendos partidos y os amilanará
el espíritu la escasa minoría en que, en junto, estáis.
Y es bueno y justo que esto tenga en cuenta Mr. Welles, el
Enviado, cuando a rendir llegue informe a su gobierno del resultado de la… tragicomedia en la cual en modo formal alguno se ha sometido el Plan para su aprobación, a pesar de haberse dicho que sus autores lo concertarían ad referéndum
respecto de la voluntad popular seriamente consultada: que el
país, suma de la total población, está lejos de ser ese mermado
residuo, parte de los partidos políticos, que, por ignorancia, ingenua buena fe, ambición de poder o vano afán de destacar del
marco la figura –sin contar pasioncillas menores e intereses
chicos–, ha dado tácito o expreso su consentimiento.
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Y es bueno que asimismo lo sepa Mr. Knowless, ese grande y
desinteresado amigo de su país imperialista y de Peynado; no del
nuestro. O había que convenir también en este caso que “todo
es según el color del cristal con que se mira”.
Que los que denominó el gobierno militar representativos y
llamó Washington a pactar a nombre de su pueblo, carecían absolutamente de poderes ciertos de este para celebrar por él ningún
tratado. Que, por tanto, el pseudo-plan Hughes-Peynado, entendido,
tratado, o lo que sea, es inapelablemente nulo, de toda nulidad.
D. Falsamente ad referéndum
Después de lo prolijamente expuesto en el anterior, poco
quedaría ya que demostrar sobre este punto.
Del término ad referéndum apenas hacen uso ni constitucionalistas ni internacionalistas. Parece más del lenguaje jurídico
corriente que del técnico. Aquí se le emplea mucho, y aún
creo que se ha abusado de él un poco.
Pero como el nombre no hace la cosa, y esta existe independientemente del nombre que se le dé, lo cierto es que los tratados, pactos, convenciones, etc., celebrados por apoderados
cualesquiera, cuando lo sean y llámense embajadores, enviados extraordinarios o de otro modo establecido en el derecho
diplomático, necesitan, para ser válidos, de la aprobación de
los países en cuyo nombre se ha pactado. Que la pueda dar por
sí solo el primer magistrado ejecutivo, o que necesite, además,
de la ratificación del Senado, o de ambas Cámaras como opinan ciertos constitucionalistas y lo consagra, entre otras, nuestra hoy carpeteada ley sustantiva, es asunto del público derecho
interno de cada país. Lo indiscutible es que de primera intención son celebrados ad referéndum.
Naturalmente, estos términos y disposiciones jurídicas se refieren en la práctica a las situaciones regulares de los países, no
a las anómalas. El pueblo es el soberano que aprueba. En la
democracia pura, si hoy de modo general existiese,4 lo haría
4
En Suiza, excelentísimo país de la democracia y la confederación, y laboratorio de experiencias políticas en sus diversos cantones, seis sub-cantones
practican de modo ideal la forma democrática pura, por lo menos hasta la
época en que apareció la segunda edición de la Politique Experiméntale de
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aquel directamente; en la representativa, lo hace su gobierno
propio. Pero ¿qué gobierno puede hacerlo donde no le hay,
porque ha sido arrollado por una fuerza mayor y suspendido su
interno derecho público escrito? Sólo el pueblo, cuya soberanía no ha podido ser destruida, aunque se halle en cautiverio;
sólo el pueblo, fuente exclusiva de su propio poder, en virtud
de su derecho natural público, interno y de gentes, que no ha
podido serle suspendido, porque es eterno e inmanente. O
esto, o subsiste jurídicamente el gobierno de 1916 y a él, restaurado, habría que someter el caso; o se reconoce por gobierno legítimo del país el poder extraño que nos subyuga con la
denominación de gobierno militar. Es una triple disyuntiva, y
hay que optar por uno de esos términos. Como lo último es
inaceptable y lo segundo sería objeto de ardida discusión, lo
lógico es escoger lo primero: el pueblo ejerce directamente su
poder en esta oportunidad.
Cuando el país supo de las gestiones de Peynado en Washington y vio partir a los jefes de partidos, entendió que se
trataba de hallar solución decorosa al problema nacional, y se
hizo saber que lo que se gestionara allí para su liberación se
reputaría realizado ad referéndum. Suponiendo, para suponer,
la legitimidad de los poderes tácitos de los representativos, ¿de
quién los recibió, de tenerlos cabales? Del pueblo. ¿A quién
debía cuenta y pedir su aprobación? ¿Al gobierno nacional? No
existe, por aventado de hecho y haberlo descartado en derecho el interés partidarista, de un lado, y el interés de no ser ni
parecer partidarista, del otro. ¿Al gobierno militar? Sería irrisorio. ¿A los partidos? Son una débil minoría. Al pueblo, pues;
y no lo han hecho; luego era una falsedad lo de que actuaban
ad referéndum. ¿Obraban por cuenta propia? Pues lo que han
pactado carece de validez y el Plan Hughes-Peynado es nulo
de toda nulidad.
Pero el asunto presenta otros dos aspectos; y he aquí que
llego a extenderme en esto más de lo que quería. Voy al segundo aspecto, que será corto.
Leon Donnat, libro de oro, como todos los de esa serie de la Bibliotheque des
Seiences Contemporainnes (que no tengo ahora a la venta, de suerte que esto
no es un reclamo).
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El término ad referéndum es de derecho positivo y no del natural, del sistema representativo y no del directo. Quienes fueran
a pactar ad referéndum a nombre del pueblo necesitaban ser
nombrados, con poderes especiales y plenas instrucciones para
ello, por el gobierno legítimamente constituido, y eso no podían llevarlo; porque tal gobierno falta. Luego, lo de ad referéndum era una pura filfa, y el plan-contrato una rotunda violación
de derecho. Es todo unidad.
El último aspecto es menos obvio, pero más absurdo aún.
Podrían alegar los representativos y sus secuaces que al hablar
de ad referéndum no entendieron referirse al pueblo, sino al
próximo gobierno provisional, criatura del Plan, al Congreso
que ha de ratificar, también su criatura, porque no dejarán ir
a él sino a compromisarios con el Plan, y al presidente definitivo, otra su criatura, que igualmente será un conpromisario,
ya sea Peynado, ya uno de los otros contratantes el elegido.
Eso es lógico; pero lo absurdo es que un pacto, que de riguroso derecho debe ser aprobado antes de tener siquiera principio de ejecución, esté ya ejecutado en su casi totalidad cuando llegue el momento de su ratificación. O para el Plan, lo de
la validación que pronunciará el Congreso lo es todo, y lo demás es nada. Y esas instituciones, gobierno provisional, plenipotenciarios, ley electoral para elegir todo el organismo del
gobierno definitivo y ocasional, etc.; Congreso que ratificará,
Ayuntamientos, Constituyente, ¿quién los legaliza? ¿El Plan o
los jefes representativos? ¿O el Prelado con su bendición
episcopal? ¿Podrían ser legales los efectos siendo ilegal le causa
o fuente? ¿Los legalizará el gobierno militar? Porque es aquello de ¿qué vino de qué, primero: el huevo, de la gallina, o la
gallina, del huevo? O lo otro de: —¿Quién hizo el mundo?
—Dios. —¿De qué lo hizo? —De la nada. A lo cual, a estilo
del Plan, podría agregarse: —¿Y a Dios quién lo hizo? Y los
del Plan contestarían: —El mismo, primero, y el mundo lo
consagró Dios después que lo hubo hecho, “porque vio que
era bueno” para hacer un mundo, y porque si no, el mundo
no sería una realidad, sino pura ilusión de los sentidos, como
lo han pretendido hasta cierto punto algunos filósofos.
¡Oh divino poder del Plan Hughes-Peynado, cuán grande y
bueno eres, hasta emular al mismo Eterno! ¡No tuviste principio
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Ensayos. Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
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ni tendrás fin, porque fuiste in … creado y serás in … finito!
¡Qué malo eres, buen Plan, qué malo eres!5
E. Extralimitación de poderes
Cuando en un Estado en posesión de su gobierno propio se
confiere por la ley al jefe del mismo la facultad de celebrar
tratados sin ratificación posterior de las Cámaras, la extralimitación de poderes de sus delegados diplomáticos, si no se ha
reservado esta ratificación en dichos poderes, no acarrea la
nulidad del tratado; y resulta la nulidad cuando la ratificación
por el Poder Legislativo es de rigor y no se ha realizado o es
negativa. La sanción al diplomático en el primer caso sería asunto
de derecho público interno, y no alcanza al tratado.
Pero este no es nuestro caso ahora precisamente, pues aun
cuando nuestra Constitución consagra el último principio, de
momento no rige ella ni tenemos poderes constituidos en función. Nuestro caso actualmente es de derecho natural. Si envío un chico a dar un recado y lo tergiversa perjudicándome u
ofendiendo al destinatario, tengo el deber de dar una explicación, y aún una indemnización, si se ha ofendido o perjudicado a aquel, pero poseo también el derecho de rectificar las
consecuencias del recado mal dado, si el perjuicio es mío, y de
castigar a mi mandadero. En materia de tratados públicos conforme al derecho escrito, hay algunas diferencias respecto de
los contratos privados; mas lo repito, el asunto del Plan no cae,
no puede caer precisamente bajo el imperio del derecho internacional público positivo. Es un caso de lógica y derecho
naturales, como lo del muchacho del mandado.
El país sabía ya que se gestionaba un plan de liberación en
Washington, y la partida de los caudillos personalistas pareció
5
Esta frase paradójica es parodia de otra de Daudet, en uno de sus cuentos
o episodios nacionales. Durante el bombardeo de París al final de la guerra franco-prusiana del 70, una bomba cae en una de las salas dormitorios
de un orfanato al cuidado de religiosas, y mata dos niños en una misma
cama. Otra niña algo mayorcita, de una cama próxima, se arrodilla en ella
aterrorizada, y alzando al cielo sus ojos, juntas las manecitas, exclama:
“¡Oh buen Dios, qué mal, qué malo eres!”
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confirmarlo. El pueblo no acogió los decires de advertencia
que sobre la pureza del fin que se perseguía murmuraban a su
oído los expertos. Tuvo sin duda por maldicientes a los que advertían. Y era lógico el pueblo al desconfiar de esa voz de alerta
sibilina. Él no habría dado a nadie poderes expresos para pactar; tácitos los tenía quien los quisiera para procurar y obtener
decorosamente la liberación. La prensa, como un Pedro el Ermitaño, predicaba la cruzada buscando, otro Diógenes, un hombre, fracasado ya el primero. Se había presentado este hombre. Norabuena. ¿Por qué desconfiar? Se le secundaba; los jefes
de partidos lo acorrían. ¿Cómo desconfiar ahora, sobre todo?
Indudablemente se haría un legítimo uso de sus únicos y tácitos poderes: los otorgados para reclamar la liberación de la
República digna y decorosamente. No sería la desocupación
pura y simple. Bueno ¿y qué? No todo el pueblo estaba por este
sistema, fuerza y honrado es confesarlo; no veía él nada preparado a su alrededor para sustituir con la del criollo la guarda
del orden por el elemento extraño. Se iba el loquero exótico,
mas ¿dónde estaba el ya avisado loquero criollo? Y el manicomio,
¿cómo se quedaba un solo día sin el loquero? Eso era peligroso
y poco tranquilizador para el ánimo, y hasta para los estómagos.
Ya lo sabéis, el pueblo no se anda con remilgos de Quijote;
siempre es Sancho. Receló y temió. Y se dijo: “Concertarán un
plan decente de desocupación; la República quedará libre y
recuperaré mi cetro soberano”. ¿Cómo iba a sospechar que los
no enviados, sino idos voluntarios con el único tácito poder que ya
tenían, fueran a pactar un tratado en vez de acordar un modus
operandi de desocupación sin riesgo alguno? Eso no tan sólo
perjudicaba al país, sino a ellos mismos. ¿No eran los patricios,
los ases; no aspiraba cada uno a hacer valer su preeminencia en
la baraja? No representaban los intereses de sus partidarios y
de los simpatizadores que podían luego engrosar sus filas respectivas y prestarles concurso eleccionario con recursos propios? Y esos intereses, ¿no eran para muchos la invalidez de
órdenes ejecutivas que les habían despojado a unos y a los demás
les despojarían de sus heredades, de su derecho natural de tierra y agua, de sus acreencias, de su dominio pleno, de sus títulos
comuneros, etc., y a todos les agobiaban con impuestos onerosos, insoportables, horribles, que, mejor legislados y aplicados, y
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mucho menos onerosos, pudieran ser en sí buenos impuestos?
¿No era, para otros, poder llegar, con unas elecciones inmediatas, sin más gobierno provisional que alguna Junta o análogo
organismo colectivo designado realmente por él, el pueblo, a
la probabilidad de poder y las gananciales, a los empleos que
otros ocupan bajo el dominador? ¿No era, para todos, que se
fuera incontinenti el detentor, de veras, todo él, de todas partes,
dejando el campo libre y algo propio que no fuera la bestia
apocalíptica de las siete cabezas y el falso profeta, con la primera
bestia, también de siete testas, detrás, para darle vigor a la otra
bestia? (Véase el Apocalípticos y mi nota 11).
¿Cómo pensar que se aventurasen en tal riesgo, ellos, de los
cuales cada uno era aspirante a copar él solo el juego? Fuera
absurdo presumir que, creciditos y ya barbudos y embarbados,
esos Santos Reyes Magos que acudido habían a adorar al recién-nacido en un humilde establo; que ellos, doctores en marrullería criolla e intríngulis políticos de abatido vuelo, fueran
a darse así, a regalarse incautos a la virilidad del autor y al
hermafroditismo del co-autor, que los solicitaban. Aquél para
avivar sus apetitos y tenerlos propicios a sus planes futuros de
nuestra nacional disociación, la cual nos arrojase un día a
todos, rendidos y ya desmoralizados, en sus robustos brazos, y
este para, con dones ducales de grandes electores,18 investido
6
Estos Grandes Electores, a los cuales más adelante hace referencia el texto
nuevamente, se reunían a las orillas del Rhin, entre Oppenheim y Mállence,
mientras los pueblos más próximos, en número de hasta 60,000 hombres,
acudían a cubrir ambas orillas del río, con sus armas al lado; en representación de los antiguos fueros del pueblo, sin hacer allí otra cosa que un
decorativo acto de presencia. En un principio, los príncipes cabezas de
Estados, asistidos de sus Condes vasallos, tomaban parte en la elección,
aunque los últimos votaban por quien lo hacía su señor respectivo. El Papa
ratificaba la elección generalmente, y tres arzobispos eran Grandes Electores también. Al fin se redujo a siete miembros del Gran Colegio Electoral: los cuatro príncipes de las cuatro principales Casas: Sajonia, Franconia,
Suavia y Baviera, y los arzobispos de Mállence, Colonia y Tréveris, siete, en
honor de los siete candeleros del Apocalipsis. Todo el resto del aparato fue
suprimido por inútil, después, y parece que el Papa continuaba ratificando siempre, salvo ocasiones; y hacía gran presión muchas veces.
Entre nosotros, a la muerte de Cáceres, el Congreso eligió a Victoria bajo la
presión de su sobrino, jefe del Pretorio, luego a Monseñor, compelido aquel
Cuerpo por la mano norteamericana; más tarde a Bordas, apresurándose a
eludir esta influencia; desde el primer Plan Wilson, aquel honor fue arre-
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en el mismo Plan –alto honor concedido a la familia de caudillos
y al Prelado, mientras el hermafrodita19 se reservaba, además, el
de recibir y germinar del fuerte el polen imperial del Plan– utilizar
de ellos los prestigios partidaristas y religioso, y comprometer la
responsabilidad, asegurándose así por unos años la estéril posesión20 de la gentil señora, aunque respecto de ella a costa
fuera de los reales blasones de su casa, y quedar a la vez de
antemano en la perpetración del gran delito y en la pena condonado.21 ¡Ah! si alentase aún aquel joven repúblico sacrificado en la flor de sus años al ídolo de sangre de una facción
política en hora infausta improvisada en el poder; aquel que se
llamó Santiago Guzmán Espaillat, habría dicho con este motivo,
7
8
9
batado al Congreso, para conferirlo a cuatro jefes de partidos, a los cuales
se ha sumado últimamente el Prelado; y esto se hará ya hábito de usurpación
de poderes. El interventor compele a ello y reconoce luego, ratifica. Él
simboliza nuestro Papa político de la Edad Media que atravesamos. El
pueblo, que todavía durante la elección de Báez puede decirse que estaba
acampado a las orillas del Rhin para simular decorativamente sus antiguos
fueros, ha brillado en absoluto por su ausencia ahora. (Véase el texto más
adelante, en el acápite H. Inexistencia de sus consecuencias jurídicas, págs. 49
a 51). ¿En honor de qué estos cinco; qué simbolizan en lugar de los siete
candeleros del Apocalipsis? Pues serán, o una parodia de los cinco mandamientos de la Madre Iglesia, que lo es aquí la nación imperialista, o los
cinco sentidos corporales. Veamos esto. Si lo primero: 1º. Oír la voz del
Norte en todas las ocasiones; 2º. Confesarse impotentes para dirigir por sí
solos el país, en presencia de cada conflicto y por lo menos en este en que
han puesto en peligro de muerte total a la Patria; 3º. Comulgar con ruedas
de molino en sus aspiraciones; 4º. Ayunar el poder cuantas veces lo mande
el Gran Pulpo; 5º. Pagar el tributo de las órdenes ejecutivas, etc. que se
consagren en la ratificación. Si lo segundo, (ver oír, oler, gustar y tocar) o
ver, oír y oler todos, tocar tal vez alguno desde un segundo plano; ¿a quién
corresponderá gustar? Este gustar tiene un doble sentido: gustar la presidencia y gustar al amo grande.
Naturalmente, en sentido figurado y político-patriótico, de modo exclusivo, pues es el único aspecto bajo el cual puedo calificarlo así.
La estéril posición viniendo él al poder bajo los negros auspicios actuales,
amparado por el poder extraño y comprometido a cumplir las validaciones;
en brazos de alguno de los partidos políticos, lo cual le crea nuevos compromisos, y ya maleado él también por las triquiñuelas políticas, se inutiliza
para toda labor presidencial de altura.
Antes de ahora, en circunstancias normales, su presidencia, como la de
otro civil cualquiera de sus condiciones, hubiera podido ser fecundísima
en beneficio para el país.
Quienes este pasaje, u otros del folleto, encontraren oscuros, harán bien
en darlos por no escritos. No he de aclararlos más.
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como dijo de modo más crudo y concreto en otro caso que no
es de este repetir, que los habían llevado a Washington como
asidos del cabestro de su ambición para darles allí tan indigesto
pienso.10
Ya lo sabéis, repito, el pueblo, salvo sus momentos de epopeya, es de ordinario y para lo ordinario Sancho. No se alza
hasta las ramas, y protesta, panzudo, junto al tronco de que
haya quien en propio predio plante un árbol para que sólo a su
colindante dé frutos de rendimiento. El metal de su lógica está
en bruto, pero corta como templado acero.
Así pensaba el pueblo, aunque no hablase Zaratustra por su
boca.
Pero los caudillos defraudaron su esperanza y prohijaron el
plan validador, el plan esclavizador, el plan simulador… de liberación.
Se extralimitaron en los únicos tácitos poderes que tenían.
Luego, el Plan es nulo de toda nulidad.
F. El Plan no ha sido sometido a aprobación
Este punto, por ya tratado repetidas veces de modo incidental en los anteriores, no requiere mayor explanación.
No fue sometido el Plan –que es un tratado internacional– a
ninguna aprobación formal del pueblo. Para su validez era de rigor la ratificación. No tenemos gobierno propio, y el pueblo tenía
que suplir por él. Fue realizado ad referéndum, y esto implica una
ratificación, posterior a su firma pero anterior a su ejecución.
Para someterlo era preciso recurrir o a la forma plebiscitoria
desacreditada en buen derecho, por expuesta a falseamientos
y violencias, o a otra forma cualquiera de democracia pura. Era
necesario haber hallado esa fórmula, y no era imposible encontrarla en la fuente universal del derecho, el natural o teórico.
Para ello debieron dar de sí el talento y la pericia jurídica de
10 Sabido es que las bastardas pasiones, gula, ira, codicia, ambición, lujuria,
etc. convierten en irracionales a los más altos hombres. Así lo simbolizan
las Mitologías, etc. Todo es aquí figurado políticamente hablando. Leed
las Metamorfosis de Ovidio.
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nuestros más eminentes letrados si, por sólo dedicados al derecho positivo, civil o penal, y absorbidos por su formulismo y sus
arraigados principios verdaderos y de perjuicios, no fuesen casi
sus esclavos intelectuales. El ejercicio profesional del derecho
privado y del público penal enfrasca sus espíritus de tal suerte
en los códigos y las pandectas, que les reduce la extensión de la
mirada escrutadora, y no alcanzan a ver nada en el campo libre
y racional del derecho puro, absoluto, teórico, natural. Es un
fenómeno psíquico-intelectual que tiene su explicación y no
es único en las profesiones. Es el influjo de la ciencia oficial de
las escuelas y los autores consagrados que se impone a sus cerebros bien organizados, pero ya amoldados a los textos y a la
venerable costumbre de pensar dentro de lo que otros, por
mayores, ya han pensado.
De ahí su esclavizamiento a las grandes verdades y los ennoblecidos errores y entuertos del derecho privado positivo. De
ahí su relativa cortedad de vista en el derecho público, poco
practicado en estos países, y la luz de reflejo de otros países viejos o más grandes (Francia o EE. UU.) con que se han alumbrado en sus elucubraciones jurídicas, de aplicación a sus países
respectivos, los letrados de América Latina, salvo alguna excepción. De ahí que no se atrevan a buscar nuevas fórmulas fuera
del derecho público ni del privado escritos, adaptables estas fórmulas al estado de cultura, la índole, los hábitos y la falta de
históricos prejuicios de los medios sociales nuevos, novísimos, en
que se mueven. Olvídanse de que allí donde poco o nada hay
sólidamente edificado de antiguo, prestigiado por el tiempo y
un inmenso fardo de intereses creados, ese es el campo más
propicio para edificar a la moderna, con nueva y más racional
arquitectura. Y de que, si en odres viejos no conviene envasar el
vino nuevo –según Jesús al referirse a las nuevas ideas a que son
reacios los cerebros viejos–, tal vez porque se tuerce el líquido, el
vino añejo no debe trasegarse a nuevos odres, porque sin duda
pierden de su bondad tanto el vino como el odre.
De ahí que, aún espíritus fuertes como los hay de uno y otro
lado del actual problema nacional, ninguno se ha atrevido a
buscar fórmula nueva, independiente y racional en el derecho
absoluto para la liberación de la República, petrificados ante la
esfinge del derecho público interno establecido. En el natural
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derecho externo, como han pretendido quizás haberlo hecho
ahora los transaccionistas en esa fórmula sui géneris de liberación nacional, con un instrumento que no debió pasar de plan
y que tímidamente llaman entendido para no decir que es un
tratado. Y en el interno, en esa elección de un gobierno por
cinco hombres, a estilo de los antiguos duques y prelados, Grandes Electores de la vieja Alemania de los Otones y los Federico
Barbarroja para nombrar Emperador, cuando se extinguía o se
desprestigiaba la Casa imperante.
El voto directo del pueblo en caso que tanto le incumbe, ni
es nuevo ni imposible. Ahora mismo, después de la gran guerra mundial, ha debido intentarse plebiscitoriamente o de otro
modo natural en algunas de esas regiones europeas que debían reintegrarse, según su voluntad expresa, a la nación de su
raza o de su origen por ellos preferida. D’Annunzio dirigía,
pero no se atribuyó él solo la voluntad de Fiume, que por sí
misma la hacía valer, Silesia pedía votar directamente su propia y espontánea reintegración. Y así de otros, de los cuales,
como de estos, ignoro con precisión en qué han parado en sus
empeños, porque no he seguido muy de cerca eso.
Aquí pudo ensayarse, y no se hizo, tomar y computar el voto
real y efectivo del pueblo respecto del Plan. Este no ha sido
ratificado por el pueblo, a falta de gobierno propio. Luego, es
nulo el Plan Hughes-Peynado, sin ningún valor jurídico. Nulo
de toda nulidad.
G. Su ejecución es acto nulo y revocable11
El enunciado de este acápite del párrafo §2, parte del actual
capítulo en que voy discurriendo sobre las nulidades generales
del Plan, tal como figura dicho enunciado en la página 52 del
presente folleto, contiene en sí mismo su demostración. No la
había menester, pues, pero conviene reforzarla aún un poco.
11 Retractable fue el término que usé al enunciar primero esta nulidad, pero lo
sustituyo ahora por revocable, más propio de la materia. Bien que, revocar
el Plan ya implantado, tanto valdría como retractarse sus autores de la
injuria inferida al derecho público externo e interno. O hacerlos retractar, si la acción partiera del pueblo contra el Plan.
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Todo tratado adquiere fuerza ejecutiva como obligación internacional desde el momento en que adquiere ‘su existencia
legal’ como tal tratado.
Si para la existencia legal de un tratado fuese necesaria la ratificación de las Cámaras Legislativas, ‘no adquirirá éste fuerza ejecutiva
hasta el momento en que sea ratificado’ (Fiore, Tratado de Derecho
Internacional Público, tomo II, p. 304).
Mas ya dejo demostrado hasta la saciedad que el término
Cámaras debe quedar sustituido en nuestro peregrino caso actual por el término pueblo, pues aún no tenemos un gobierno
propio, ni legal ni írrito, ni constitucional ni provisional en el
momento de dar principio de ejecución al Plan. ¿Se habrá reservado ratificarlo, conforme al tercer aspecto de la cuestión,
que he presentado en el acápite D, págs. 61 y 62, por mediación del próximo Congreso, criatura del Plan, validando así
entonces, retroactivamente, su ejecución de ahora? Fuera de
lo absurdo del caso, gráficamente demostrado allí, porque el
hijo no puede legitimar al padre, sino viceversa, hubiera sido
preciso para ello, concibiendo lo lógico dentro de lo ilógico
absurdo, haberlo consignado así en el mismo plan-tratado.
Las partes contratantes pueden estipular que cuando el tratado sea
ratificado, se retrotraigan al momento en que fue suscrito los efectos para
ejecución del mismo; pero ‘no puede suponerse cuando no se haya hecho
de ello declaración expresa’ (autor y página citados).
Declaración expresa hecha en el mismo tratado, naturalmente, según el tenor de lo que viene discurriendo dicho autor en
ese punto.
Pero en esto se refiere el autor a actos de la vida jurídica
anteriores al tratado, que se relacionan con el objeto del mismo, pero que no han sido el objeto preciso de éste y a la vez el
sujeto creador de otro tratado que hubiera de ratificarlo, o validarlo posteriormente, fuera de todo lo racional, como ocurre
con esos dispositivos del plan que han denominado entendido
sus suscribientes. Porque el Plan no remite al objeto posterior
del tratado que firmarán unos plenipotenciarios sino la ratificación (sic) de actuaciones del Gobierno Militar, y no los propios
actos que él, el Plan, dispone dando ocasión a grandes violaciones
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del derecho público interno del País, las cuales nadie, sino la
autoridad de los hechos consumados, validará en los fastos de
la historia de ese derecho entre nosotros.
De todo lo dicho en este y en los anteriores acápites del
párrafo Nulidades del Plan se desprende la nulidad de ejecución de este instrumento, desprovisto de valor jurídico en absoluto. Porque es un tratado sin calidad para serlo (A), por
falta de capacidad en quien lo consintió para autorizar su negociación (en realidad el Gobierno Militar (B), por falta de
poderes en sus autores para representar al país real y efectivamente (C), por no haber pactado ad referéndum como ofrecieron, sino definitivamente (D), por extralimitación de los únicos poderes que podían alegar en su favor (E), por falta de
sometimiento a la aprobación del verdadero pueblo (F), y por
carencia de existencia legal para su aplicación( G). Nula será
por tanto su ejecución.
Y como lo realizado o ejecutado en nulidad puede ser revocado; esto es, traído a su condición de no ser, anterior o a su
ejecución, la implantación en el país del Plan Hughes-Peynado
será una serie de actuaciones carentes en absoluto de toda verdad jurídica, que requieren su anulación, retrotrayendo las cosas
a su precedente estado. El Plan no tiene realidad legal, aun en
vías de ejecución o ejecutado, y es absolutamente nulo y revocable en todo momento de su aplicación.
H. Inexistencia de sus consecuencias jurídicas
En el momento en que empiezo a escribir estas líneas, truena
el cañón anunciando que ha habido elección de un Presidente
Provisional de la República, elección realizada por los cinco representativos que asumieron calidad de electores especiales, de Grandes Electores, en virtud del Plan Hughes-Peynado. La elección es
írrita y del todo contraria a las prácticas democráticas del sistema
republicano. Su precedente, en este caso y en el de 1914, aunque
entre uno y otro con ciertas diferencias esenciales que señalaré
más adelante, hay tal vez que ir a buscarlo a la antigua república
aristocrática de Polonia o al sacro imperio romano-germano de
los Otones y Conrados a que me he referido antes. Cuatro represen-
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tativos y un prelado la han hecho, adjudicándose la total representación del pueblo para ello. El Plan así lo establece.
La elección es nula, pero el elegido, desgraciadamente para
él, es bueno. Si de su misma calidad resultan los Secretarios de
Estado, el mal será menor, pero no dejará de ser falso el expediente. Hombre de criterio jurídico amplio no lo es, cuando
acepta tal cargo en tales condiciones, o lo es y no ha podido
resistir al halago de este efímero honor, patentizando no ser
entonces un espíritu fuerte que sabe sobreponer su convicción a su vanidad de hombre. De todos modos, del mal el menos, y vale más que sea él que no otro que le desmerezca en
condiciones personales. Puede uno ser un buen sujeto sin llegar a un gran ciudadano, y no es incompatible la excelencia
personal con la tacha político patriótica; ejemplo: los propios
representativos y muchos partidaristas de alto relieve. Cuando
a unos y otros ataco en este folleto, quiero que conste que lo
hago exclusivamente en cuanto a políticos y en ese solo aspecto de sus personas.
Por buenos que personalmente sean el Presidente y los Secretarios de Estado que se escoja para constituirse organismo que se
llama Gobierno Provisional, será éste un producto sin cotización
en el verdadero mercado jurídico. Hijo espurio del derecho, habido en esa cortesana que se llama la política militante, la de partidos, asonadas, chanchullos y matones, no tiene ni siquiera el valor de un gobierno de facto, y es desde este punto de vista inferior
al gobierno de 1914, surgido del primer Plan Wilson.
Un gobierno de facto como los que con relativa frecuencia
habíamos tenido antes de 1914 podía ser considerado como
un gobierno del pueblo, y lo fueron indiscutiblemente los que
en la campaña restauradora dirigían las operaciones. Una revolución, en la cual toman parte todas las clases sociales en mayor
o menor número, con las armas unos, con dinero otros, conspirando, simpatizando y asintiendo una gran porción de la ciudadanía, se dirige contra un gobierno que también tiene a su
favor soldados, adeptos y defensores. Triunfa; se impone. La
mayoría activa ha vencido a la minoría ídem; los demás callan y
otorgan; sancionan el hecho con su adhesión voluntaria o forzada,
exactamente lo mismo que cuando en el proceso eleccionario
los menos son los que votan y los más son espectadores del proceso
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que se conforman o se adhieren al triunfador. La fuerza de los
más activos en un caso, el derecho de los más activos en el otro,
ha llevado al poder a sus elegidos. Tienen existencia legal los
gobiernos de facto, y así se les reconoce.
El Gobierno de 1914 fue un gobierno de facto. El país estaba
en pie de guerra aún: concurrieron a la elección el propio jefe
del gobierno que caía y tenía la representación muy reciente
de un gran número de ciudadanos; el jefe del horacismo, el del
jimenismo y el del legalismo, todos con sus fuerzas aún en pie en
el país (el legalismo tenía las suyas en el cerco de la ciudad),
todos esperando, como erizos, para apoyar a sus jefes. Asintieron todos a una elección sui géneris que por primera vez se practica en tal forma. Estaban en pie, árbitros de los destinos de la
Patria, y se habrían rebelado, o habrían podido rebelarse, de
no haber asentido, porque entonces no los agarrotaba una fuerza militar extranjera, y la realidad de la amenaza aun se creía
problemática. La elección tenía casi visos de imposición de la
fuerza nacional. Sólo un elector no representaba fuerza entonces. Yo protesté de esa elección porque su origen fue la presión extranjera, y su móvil el deseo de cada jefe de ser el designado. Porque la Patria presentaba ya, en ese doloso proceso,
los primeros estertores de su agonía. Protestaba del hecho de
los electores, débiles ciudadanos y más débiles patriotas, protestaba del pueblo que otorgaba.
Pero el actual caso presenta otro cariz. No procediendo del
derecho, en los sufragios; no procediendo de la fuerza, activa
como antes de 1914, o latente como en 1914, la elección carece de todo valor jurídico y de facto. Es una exclusiva imposición americana secundada por la ambición y la insensatez nativa, sin una representación efectiva, expresa ni tácita, del pueblo.
Es una simple criatura de un instrumento sórdido, sin validez
jurídica, el cual instrumento se trajo al país ya formulado en
toda su esencia, con ánimo resuelto de imponerlo si no era
acepto a la ciudadanía. Es simplemente una continuación del
gobierno militar americano.
Si del primer Plan Wilson, creador del gobierno de 1914
del Dr. Báez, se hubiera protestado en forma visible, tangible y
eficaz, y esta protesta, obra del pueblo, se hubiese luego mantenido firme, habría detenido en su curso el proceso de aquella
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imposición. Porque tal imposición se trajo para hacerla a los
políticos, a los jefes de partidos, a los contendientes en lid pecaminosa por un hueso. Irritaban al imperialismo americano
tan innobles disputas en momentos en que ya presentía él su
aventura en la gran guerra, para la cual necesitaba tener estos
paisecillos vecinos suyos pacificados como lagos de aceite. Pero
si una protesta enérgica del pueblo hubiese intervenido, la
imposición habría tomado otro rumbo, porque no se trajo ella
para aplicarla al pueblo, sino a los políticos de oficio. Habría
sido, pues, inútil la protesta de éstos, como no la apoyasen de
modo indisentible en la del pueblo, pero la del pueblo, exigiendo los sufragios populares para la elección de un nuevo
mandatario, habría sido atendida, aunque tales elecciones tuvieran inevitablemente el sello del control americano, menos
deprimente, a mi entender, para ese proceso que para aquel
chanchullo. Porque la democracia americana no osara entonces denegar a un verdadero pueblo tal acto de justicia, en
momentos en que se debatía Europa en una contienda que
tenía origen o pretexto en el atropellado derecho de los pueblos débiles de Serbia primero y Bélgica después, y cuando EE.
UU., también, aunque aún vacilante, se preparaba a entrar en
aquel torneo jamás igualado en proporciones, verdadero cataclismo del Planeta. Pero el pueblo no se movió; dejó hacer, y la
imposición fue. Tuvo la tácita sanción del pueblo.
Mas ahora es otra cosa. Sometido el pueblo a la férula yanqui,
habituado ya éste a tenerlo dominado, y frustrado en sus anteriores intentos de planes Wilson y Harding esclavizadores, por la
negativa popular a someterse, aprovechó la primera debilidad
nativa que fue a ofrecérsele para desarrollar su plan. Y no aceptó, sino que impuso uno. Y lo envió a proponer o a imponer. Y
antes se compelió a los jefes de partidos a concurrir a la comedia
del proyecto, y después a la tragicomedia12 de su disimulada imposición. Se acalló, acaso con halagos o promesas de honores y
provechos futuros, acaso con embozadas amenazas a las empresas respectivas, la voz enérgica que la más influyente prensa del
12 En dos ocasiones he calificado de tragi-comedia la ejecución del Plan (su
imposición en la práctica); y es que, ignoro por qué, tengo el presentimiento de que ha de ser fuente de dolorosos incidentes o de inicuas represiones contra la opinión protestante. Desearía que fuese aprensión mía.
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país venía elevando contra todas las formas del agravio de la Intervención y sus secuelas. No se la acalló; se la tornó devota, sumisa, apologética. Y ella fue además, por propia cuenta y por la
ajena, acre, mordaz, injuriosa para con sus antiguos compañeros
de campaña, hombre o prensa contrarios al Plan. En un país de
conciencia nacional tan incipiente, como el nuestro, la voz de la
prensa no encauza, ni guía, ni expresa, ni dirige la opinión pública; sino que la hace. Debe más el Plan su triunfo al Listín Diario, a El Siglo y a Pluma y Espada, pongo por caso, que a ninguno
de los otros elementos favorables de la imposición dorada.
Y entre la latente presión extraña, la concurrencia del
partidarismo incondicional con sus jefes a la cabeza, y los sofismas
de plumas alquiladas y de prensa rendida, secundado todo ello
por la indiferencia relativa, hija de las viejas decepciones, de la
parte de la ciudadanía que siempre se abstiene, o que, por
ignara y apartada, siendo la mayor parte, ninguna toma ni se le
da en estos asuntos, se consumó la iniquidad del Plan. Si el
pueblo hubiese protestado de un modo unánime y efectivo,
habría sido arrollado por la fuerza extraña y la criolla.
Pero dejando hacer a los activos, a los profesionales, no ha apoyado; porque se trata de ceder y no de defender derechos, y si
para lo último una minoría es hábil, un solo ciudadano también,
para lo segundo era de rigor el consentimiento expreso de la
mayoría. El Plan consagra empréstitos, órdenes ejecutivas
amparadoras de concesiones onerosas y despojadoras, de impuestos de inmensa pesadumbre que terminan expropiando, de verdaderas expoliaciones a favor de intereses extranjeros y de logros criollos.13 De todo lo que protestó valerosa y honradamente
la prensa que hoy aplaude, entonces con verdaderas catilinarias
y con permanentes como éste: “El País no quiere empréstitos”,
etc.; porque el país en todos los tonos los rechazaba antes de
13 En aquellos días de dolorosa expectación nacional y desbarajuste yanqui
de los dineros públicos, hubo nativos que se apresuraron a aprovecharse
de tales prodigalidades para hacer su negocio a costa del país, y en poco
estuvieron algunos de amanecer millonarios; fracasándoles la cosa, según
la prensa de esos días y manifestaciones de un su aliado que se dijo perjudicado en el beneficio, por querer romper el saco la avaricia. Aunque
siempre del lobo sacaron más de un pelo a la postre, en una transacción
del litigio, y esto es de lo validado en el Plan. Algún canto en prosa a
Peynado, de por ahí, tiene entre otros este móvil propiciatorio.
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imponérselos, cuando se los imponían y después. Siempre y
siempre. ¿E iba ahora él a validarlos? Nunca lo habría hecho
por espontánea voluntad.
Todo ha sido al presente obra de imposición con visos de
proposición, y efecto del vocerío interesado, o equivocado en
parte, de los menos, y de abstención de los más, con aspecto de
aceptación.
Pero del Plan se protesta privadamente en todas partes, aquí
y fuera de aquí; en el país y en el extranjero.
Por tanto, el Plan es nulo y sus consecuencias jurídicas lo
sean también. Hállase, pues, herida de nulidad la existencia
de ese Presidente Provisional que acaba de ser elegido de modo
tan irregular, lo mismo que lo será la de sus Secretarios de Estado, el nombramiento de plenipotenciarios por el mismo, el
tratado de ratificación que éstos suscriban, la ley electoral que
él promulgue y él u otros formulen, y la misma convocatoria a
elecciones en general. Esto último con la sola salvedad que en
seguida establezco.
En defecto de la iniciativa de un presidente convocando a
los miembros para un objeto extraordinario cualquiera, en una
sociedad particular, cuando tampoco la tomase el vice, uno o
más miembros pueden asumir esa iniciativa y convocar, pues
de otra suerte la de la sociedad estaría siempre al capricho de
una voluntad que puede, por expresa inacción, dejarla morir.
Y yo aplico el caso a un país en las condiciones anómalas por
las cuales el nuestro atraviesa. No habiendo quien ejerza la atribución de convocar a elecciones, un grupo de ciudadanos, uno
solo, si fuerza mayor no se lo veda, puede hacerlo. Habría en ello
un ligero vicio de forma, y nada más. Lo que importa en derecho racional no es quien convoque, sino que acuda el pueblo a
ejercer este su acto de gobierno directo, la función electoral.
Habiendo, pues, un presidente provisional, y no siendo éste
un extranjero (porque un extraño a la sociedad no podría tomar tal iniciativa), aunque sin existencia legal como presidente, es un ciudadano que dispone de más medios que cualquiera otros para hacerlo. Justo es que él lo haga, pues alguien debe
hacerlo, y no ha de ser ese alguien el Gobernador Militar.
Las otras criaturas del Plan, miembros de Ayuntamientos,
de Constituyentes, del Congreso, Gobernadores y Presidente
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Provisional, si los elige real y positivamente el pueblo, de modo
directo, no pueden ser nulos, pues el acto de soberanía que
realiza el pueblo al elegir es antes de derecho natural que de
derecho positivo, y no se lo da ni puede arrebatárselo el Plan.
Habrá también un nuevo vicio de forma en ello; la ley electoral, de procedencia ilegal, que regulará esa función; pero si
ella no excluye a nadie de su derecho de elegir, y si la ciudadanía acude a elecciones en virtud de ella, la sanciona ipso facto.
Sería muy discutible en el caso la forma indirecta de elección
por colegios electorales, porque esto es ya una convención que
sólo puede autorizarla el Pacto Fundamental escrito y la ley de
la materia que en este Pacto tome fuerza legal. Y ese Pacto no
existía antes del nombramiento del Gobierno Provisional, como
lo he demostrado, ni puede existir al mismo tiempo que él,
porque el Gobierno Provisional es una violación del Pacto, y no
pueden convivir lógica ni jurídicamente la regla y aquello que
la quebranta y anula. El Gobierno de facto, dado que éste lo fuera,
es incompatible con el imperio de la Constitución escrita, que
sólo establece gobiernos de derecho. Y si no es gobierno de
facto, no es nada, y ni hay gobierno propio ni el Pacto Fundamental está en vigor. Las únicas elecciónes legales serían, pues,
las que el pueblo realizara directamente, por asambleas primarias, pues al acogerse a la ley electoral írrita se acoge a una
regulación de forma, pero no a la de fondo que implicaría esa
elección indirecta, la cual, en inexistencia de la Constitución,
necesita antes discutirse. Porque ello es, intrínsecamente, cuestión del principio representativo, y no de su forma formal, externa o extrínseca. Un acto de la razón deliberante, que debe
privar sobre el de la voluntad que decida acogerse a la ley electoral íntegramente.
Otra cosa será absolutamente nula e inexistente para los
investidos en los comicios con la diputación, la senaduría, la
calidad de diputado a la Constituyente y la presidencia definitiva; a la condición de compromisarios con las cláusulas del Plan
para votar la ratificación en el tratado posterior, en esos ni en
ningunos términos, ni la ley de validación, ni promulgarlas una
y otra, ni votar los constituyentes las reformas que les señala el
Plan, en su letra ni en otra letra cualquiera. Todo eso es inexistente, nulo de toda nulidad.
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Esto representantes sólo deben asumir dignamente el compromiso, al llegar a las curules respectivas, de estatuir para el
país, ratificar o no ratificar, validar o no validar, reformar o no
reformar, todo conforme a su leal saber y entender, y a los dictados de su conciencia de honrados ciudadanos.
Tocante al personal de la justicia y al administrativo en general,
tendrán el mismo carácter que han tenido hasta ahora mientras
no sean renovados en el vigor de la Constitución. Su existencia
legal, más o menos precaria, no he de disentirla aquí ahora. La
necesidad social que de ellos hay puede salvar las insuficiencias
legales de su subsistencia. El Plan no los crea: ahí estaban sin él.
Es, pues, inexistente toda consecuencia jurídica del Plan
Hughes-Peynado; sin valor legal alguno, salvo los representantes
del pueblo, inclusive presidente definitivo, que constituyan el
próximo gobierno legal, constitucional si la Constitución se restablece, reformada o no, antes de elegir ese gobierno definitivo.
Y no podrá restablecerse ésta sino para regir inmediatamente, y
no podrá regir sino cesando incontinenti el Gobierno Provisional.
De modo, pues, que para toda esta actuación legal, en lo
posible, lo primero que procedería fuera la convocatoria de la
cual en uno de sus cánones de disposiciones transitorias establece la fecha a partir de la cual regiría dicha nueva Constitución, promulgada por sí misma y mandada a publicar en dicho
canon, autorizando allí también que se observara ella antes,
únicamente en lo pertinente a la ley y al proceso electoral. Y la
fecha había de ser tal que permitiera antes la realización de
todo el proceso eleccionario y la proclamación de los poderes
que han de jurar la Constitución el día que se inaugure, y con
ella la existencia de un gobierno legal y legítimo.
Pero entre tanto, y mientras no interviniera una ley del Congreso declarando la existencia legal del Gobierno Provisional y
de sus actos jurídicos,14 retroactivamente, esta existencia sería
nula, y nulas serán sus consecuencias jurídicas.
14 Por donde puede verse que no tengo ningún inetrés particular, ni pasioncilla ruin sirvo en ello, cuando recuso por invalidez jurídica la existencia del Gobierno Provisional, al cual, antes bien, quisiera ver prestigiado con la autoridad del voto del pueblo. Por ser gobierno de
dominicanos, la nostalgia de los cuales, defectuosos y todo, sentimos
cuantos el país amamos.
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Naturalmente, yo hablo en el supuesto de que, con violencia ejercida de un lado y sometimiento del otro, el Plan contractual ha sido, no obstante, pactado de buena fe. Si no, no he
dicho nada ni aclaro más.
1. Negación de validez. Pronunciamiento de nulidad.
Abstención de concurrencia a la elección
Son los tres puntos que abarca este acápite, que he enunciado así al comenzar el párrafo: “El país puede y debe todavía y
en cualquier punto de su aplicación en que lo intente, negar
la validez del Plan, pronunciar esta nulidad y abstenerse de
concurrir en forma alguna a su ejecución.” (Véase la pág. 52).
Trataré por separado estos tres puntos:
(a) Negación de validez
Si el Plan no hubiese sido un tratado de imposición americana, para cuyo cumplimiento exacto de parte del débil pueblo dominicano, al cual se hace figurar a fortiori como una parte contratante, ha quedado velando en garantía el cancerbero
del Gobierno Militar; y si los representativos que lo pactaron no
hubiesen abrigado temores que parecen escrúpulos tardíos o
interesados15 de que la presencia del interventor durante el
proceso de reformas constitucionales, es un peligro más y mayor para la causa nacional, este malhadado Plan, para ser racional y lógico, ya que legal no puede serlo, habría dispuesto las
cosas de otra manera.
Habría dispuesto en sus cláusulas como primera actuación
del Gobierno Provisional, fuera de lo administrativo, que no
puede detenerse sino seguir su curso, porque la vida ordinaria
del país no admite receso; habría dispuesto lo primero, digo,
15 Escrúpulos tardíos, porque quienes exponen el país a los graves riesgos de la
ejecución de ese Plan con el enemigo dentro dándole al torniquete, no
debieran temer lo que en mi concepto conlleva menos peligro. ¿A qué
regir la llovizna cuando el aguacero nos va a calar hasta los huesos? E
interesados, porque así juzgan –y tal vez se equivoquen lastimosamente– que
se marchará más pronto el molesto huésped y se llegará más de prisa a la
disputa del poder fantástico que se persigue, como el gato a la sombra de
un abejorro que vuela bajo la luz.
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la invitación al pueblo a delegar sus poderes en una Convención Nacional elegida en asambleas primarias, reunidas de pleno
derecho, conforme es principio universal desde que así lo consagró con idéntica frase la primera Constitución emanada de la
gran Revolución Francesa; y en las respectivas corporaciones
municipales de acuerdo con la Ley de Organización Comunal
en vigor antes de que fuese alterada por el dominador. Elegidos los Ayuntamientos legales, elegida la Convención, se tendrían ya dos organismos de origen teórico-legal, de la fuente
soberana y directa del pueblo: la primera para formular y votar,
hacer aprobar y promulgar una Constitución reformada o completamente nueva, que sería mejor, y luego una ley electoral,
según el principio de elección directa o indirecta, proporcionalidad, etc. que estableciese la Constitución; y los segundos
para devolver cuanto antes a las comunes, los más inmediatos
cuerpos sociales de la nación, su legítimo gobierno propio y
contar ya con ese contingente necesario para las posteriores
actuaciones eleccionarias, sometiéndose a cada una de ellas,
como las más directas y cercanas representativas del pueblo
soberano, la aprobación de la nueva Constitución.16 Así, por
una Convención, que es, según definición autorizada del abate
Maury, el célebre adversario de Mirabeau en la Asamblea Nacional francesa del 1789, “una asamblea representativa de una
nación entera que, no teniendo gobierno, quiere darse uno”,
o, según otra autoridad: “una asamblea extraordinaria investida por el pueblo de plenos poderes para constituir el gobierno
y el país”, habríase podido tener inmediatamente: ayuntamientos legales, un Cuerpo autorizado a dar valor jurídico al mismo
Gobierno Provisional, sin que esto fuera demasiado retroactivamente (siempre que al pueblo se haya advertido, al invitarlo
a delegarse en la Convención, que será esa una de las actuaciones de la misma) y una Constitución seguida de una ley electoral
16 No bastaría que la formulara y votara la Convención, sino que la aprobara
luego el pueblo, como lo dice más adelante el texto. Parece que en estos
momentos en que impera el derecho puro, absoluto, racional el apoderado directo no asume una representación tan absorbente que anule al
poderdante, quien permanece en vela y, por órgano de sus cuerpos representativos más cercanos e inmediatos, ejerce su control en este trascendental asunto de su Pacto Fundamental.
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en vías de ser votadas, mientras el país y los partidos por su
parte iban organizándose mejor para una lucha electoral sin
peligros inminentes de choques violentos y favorables a la prolongación de la ingerencia extraña en el país. Así podría también nombrar el Gobierno Provisional correctamente, ya él legalizado, esa comisión de plenipotenciarios para contratar la
célebre ratificación del Plan, y si está decretado de lo alto que
toda esa iniquidad pase, someterla a la aprobación de la Convención, la cual daría también la ley de validación de órdenes
ejecutivas, etc.; todo eso así, de un tirón, como quien se toma
una botella de agua de Carabaña: el mal trago pasarlo pronto.
Mientras una comisión de la Convención trabajaba en el proyecto de la ley sustantiva y de la electoral, se podía ir haciendo
eso otro. Actos más propios de una Convención Nacional, que
realiza siempre lo extraordinario, que no de los cuerpos legisladores ordinarios. El crimen se consumaría pronto, al amparo
de la legalidad tomada de la fuente natural, el pueblo, y los
americanos, si es cierto que se van, se irían en seguida, antes
de la discusión de la Constitución y de la Ley Electoral, y también del proceso electoral ordinario para elección de diputados, senadores, presidente definitivo, vice, gobernadores, jueces, etc.
Sin duda no se ha hecho así por la obsesión de que ese viejo
trapo que se llama Constitución de 1908 convive absurdamente con toda la serie de anomalías que de 1916 acá viene realizándose en la vida pública del país. Por esa cerrazón de criterio
de los petrificados en el derecho positivo, que no quieren acudir a abrevarse en la fuente más pura, la racional e inmanente
y eterna del derecho natural; de la cual fuente, con el cántaro
de una amplia razón, puede siempre extraerse nuevas fórmulas de una amplia razón, puede siempre extraerse nuevas fórmulas externas aplicables a nuestro caso. De la fuente racional
y de la histórica también, pues una Convención se denominó
el Parlamento inglés cuando en 1688 se enfrentó a Carlos I y
reconstituyó jurídicamente el país; una Convención dictó la
Constitución americana; y una Convención, la celebérrima francesa de 1792-95, dio dos constituciones a la Francia y un tan
gran número de leyes, y en labor tan intensa, cual jamás se leyó
antes ni se ha leído después en los anales de la Historia.
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La Convención Nacional fue siempre la forma adecuada a
los pueblos en sus trascendentales cambios de regímenes políticos, en sus enormes crisis jurídicas y en los días de sus liberaciones.
El Gobierno Provisional invitaría al pueblo a ella, y le propondría de paso la proporcionalidad en la representación y los
diferentes trabajos que iba a emprender, con todo su cortejo
de dolores, de humillaciones y de vergüenza. Si aceptaba el
pueblo ir así a los comicios, estaba reconocido por él ipso facto la
necesidad de hacerlo así, o iría a los comicios con sus reservas
mentales, aceptando sólo, de la invitación y la proposición, lo
que fuere formal, de pura fórmula, aplazando asentir o no a lo
demás para cuando se hallará constituida la Convención. Porque el hacerlo, el reunirse en asambleas primarias y en Convención en casos como estos, por propio movimiento, es de
derecho natural, y no está por ello obligado a aceptarlo con
condiciones. Y digo invitar y no convocar, proponer y no establecer, y someter la aprobación de la nueva Constitución al
pueblo por medio de sus más cercanos representantes, los Ayuntamientos –como se sometió la americana a la aprobación de
las Convenciones de los Estados, y las francesas a la de delegados de las asambleas primarias–, porque el Gobierno Provisional carecería, como ahora, de fuerza legal para convocar e indicar mientras a él mismo no le diera valor jurídico la propia
Convención, siquiera retroactivamente. Y la Convención, tal vez
la sola representación de una mayoría muy relativa, la de un
solo partido o alguna conjunción, no debe despachar por sí sola
este tan vital asunto para el pueblo, su Constitución.
De esta manera, por lo menos, ese Gobierno Provisional sin
validez jurídica ninguna ahora, llegaría pronto a ser un gobierno legal, naturalmente para optar por uno de los dos términos
de este dilema: o gobierno del pueblo para gobernar con el
pueblo, para el pueblo y por el pueblo, o gobierno de los americanos para gobernar con los americanos, para los americanos
y por los americanos, sistema Dartiguenave-Bornó.
Pero ya sé que esto que arriba he discurrido es sólo un sueño de mi alma inquieta ante la negra perspectiva que nos ofrece el Plan, tal como está, dislocadamente concebido y trazado.
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una gran dosis de buena fe patriótica y una gran habilidad para
envolver en esta red al detentor sin que se diera cuenta hasta
el momento, ya irremediable si quería respetar la firma de su
representante, de la ejecución del Plan, en que le saliera la
criada respondona; y una saludable dosis de fe púnica,
permítaseme la paradoja, para con el contrario, que siendo el
fuerte inacatable e invencible en lid de fuerza, no podría decirse que de él se ha abusado. La astucia es el arma con que
natura dotó a muchos seres débiles para defenderse de los fuertes; sólo con ella podría vencer la cucaracha a la gallina, metáfora
grotesca de la propia rendición de un espíritu práctico que
jamás aspiró ni se atrevió a ser un elevado espíritu patriótico.
Fuera un ardid de guerra que ni aún entre iguales en fuerzas
reprobó el criterio universal. Ni la historia, que aún no ha tomado cuenta a Ulises de la estrategia del caballo de madera
con el cual logró luego hacer penetrar al ejército griego por el
inexpugnable murallón de Troya.17 Fuera oponer el dolo al dolo,
a la doblez doblez. Si el dominador proponía por la mediación
de Hughes, la gallina, la artera telaraña de su plan, para cazar
las incautas moscas dominicanas, el dominicano le habría obsequiado, por la oficiosa mediatización de la cucaracha, Peynado,
que se sustituía a las moscas en su derecho (y aunque sin su
anuencia, siquiera con la excusa de que asumía la defensa de
su causa como le era posible), con la sutil red metálica de
Vulcano, en que la gallina se habría roto el pico al querer
sustituirse a la araña (los partidos políticos explotadores de la
desprevenida malicia del pueblo), para devorar aquella las
moscas.
No se me escapa que estoy, para los más, tejiendo aquí
inocentadas rayanas en estulticia. Porque se tiene siempre del
que nos subyuga la opinión de que es un águila o un lince,
aunque en realidad no pase él de un pobre búcaro (tradúzcase
gallina) tragón de cucarachas. Como se propuso de allá aquello
17 Ulises ideó e hizo construir un gigantesco caballo de madera en cuyo
hueco vientre se escondió un gran número de soldados. El caballo, como
abandonado en el campo, fue introducido cual trofeo dentro de sus murallas por los troyanos, en una salida que hicieron; una vez dentro aquel
surgieron de él los griegos, se trabó la lucha, abrieron éstos las puertas de
la ciudad y el ejército que sitiaba entró a saco, triunfador.
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pudo haberse propuesto de acá esto, con absoluta buena fe o
con reservas mentales. Esto es sencillo, lógico y natural; aquello
complicado, absurdo y forzado. En esta solución habría derecho racional o natural, a falta del positivo; en aquella sólo hay
entuerto, disparate, agravio al libre albedrío, a la razón y a la
justicia. Cuando alegaran que el derecho natural no era moneda corriente entre naciones, se le respondería que entre naciones soberanas, con gobierno propio para representarlas, no;
pero entre la nación que subyuga y otra subyugada, sí. ¿De dónde, pues, sacaron su primer derecho público, interno y externo, las trece colonias de la Nueva Inglaterra para enfrentarse a
la metrópoli y organizarse interiormente? ¿De dónde Inglaterra
el suyo de 1688 hasta decapitar a Carlos I? ¿De dónde la Francia,
de 1789 al 1804, para renovarse y renovar la sociedad universal y
el porvenir? ¿En qué derecho positivo se apoyaron Bolívar, San
Martín, Juárez y Morelos, Duarte Martí y el propio George Washington? En el internacional de la época fundaban el suyo las
metrópolis para exigir neutralidad a las potencias contemporáneas en su duelo a muerte con aquéllas y aquéllos. En su respectivo derecho interno para disputarles su emancipación, alegando que eran las colonias parte de su todo. Y ambos derechos lo
eran positivo. Ninguna liberación se hace conforme al derecho
positivo, porque este consagra siempre el hecho ya existente.
Cuando la guerra de independencia de Cuba, eso lo vimos todos, nuestro Gobierno, atendiendo a las reclamaciones, fundadas en el derecho internacional positivo, del Cónsul de España,
ponía aquí presos a simpatizadores que no se recataban de demostrarlo en público, mientras subrepticiamente proporcionaba ese mismo Gobierno armas, dinero y aún hombres a la causa
libertadora, por solidaridad fraterna y derecho natural. Entonces estuvieron aquí presos don Rafael Abreu Licairac, don Arturo
Pellerano Alfau, creo que don Federico Henríquez y otros varios
¡hasta Máximo Gómez en la Torre del Homenaje! Todos en desagravio del derecho internacional positivo, mientras el mismo
natural era quien trabajaba, en unión de la manigua, a su servicio. En nuestro caso, el derecho internacional nos favorece, porque éramos ya nación cuando se nos encadenó; pero ahora no
tenemos el instrumento positivo para tomar nuestra defensa
desde casa, y lo creamos dentro del natural.
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Elegidos los convencionales y nombrados los plenipotenciarios para celebrar el tratado de ratificación, dos situaciones contrarias podrían presentarse a la hora de poner el cascabel al
gato. Que los convencionales hubiesen aceptado su encargo
compromisariamente con el Plan, o que lo hubiesen hecho con
reservas mentales de cumplir como dignos ciudadanos.
En el primer caso, quedarían dos recursos, uno inmediato y
otro remoto. El inmediato sería el desconocimiento que hiciese el pueblo, protestando en masa (hablo en el supuesto de
que el Plan y el pueblo estuvieran de buena fe, mentalmente,
con el país) de la decisión de su Convención, retirándole sus
poderes con un gran escándalo general. En momentos de reconstrucción nacional y dentro del derecho nacional, estos fenómenos son frecuentes y naturales en los pueblos. Son las violentas palpitaciones del corazón del feto en la reconstrucción.
El Gobierno Provisional se haría el sueco, acatando la voluntad
popular y dándole pase a nueva elección de convencionales
por el pueblo. “¡Alto ahí!”, me diréis, “los americanos, que no
son mancos ni lerdos, no lo consentirían, interpondrían su
fuerza y su imposición”. Bueno, se resiste, y nuevo escándalo
que trascendería al exterior con razones en nuestro abono.
Resistiendo, resistiendo: así resistió Fiume. ¡Sabe Dios lo que
saldría de esto! Todo lo peor, volver a empezar la campaña
libertadora quedando situados sicut eramus in principio. Del recurso remoto hablaré después, cuando trate el punto Pronunciamiento de nulidad.
En el segundo caso, opuesta la Convención a aprobar el tratado, el Gobierno Provisional se negaría a su vez a disolverla y
convocar de nuevo, alegando su incapacidad legal para ello
aun cuando estuviera él ya legalizado por el pueblo o la Convención; incapacidad doctrinal: no es de gobiernos republicanos disolver la representación nacional. “Bueno, diréis, el interventor obraría”. Bueno, os digo yo, que obrara; el escándalo
trascendería, resistiríamos y… sicut erat in principio. A comenzar.
Pero ¿qué se obtendría, me diréis, en esta que calificaréis
de concepción fantástica o pueril, con tal serie de actos
frustratorios, sino demostrar que estuvimos de mala fe en el
tratado que llamamos Plan, haber perdido el tiempo y atraer
sobre el país, y especialmente sobre las cabezas de los autores
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del instrumento, la ira americana y una sucesión de represalias
dolorosas? Voy a responderos.
Ante todo, suspender la usucapción violenta, con ese pequeño intervalo de gobierno propio, para que no olviden que
el corazón palpita y no se rendiría. Interrumpir una posible y
artera prescripción acerca de la cual los pueblos de la raza y los
extraños se desentendiesen sin protesta. Luego, tentar fortuna; podría salir todo bien. El tiempo que se invierte en recuperar la salud es la ganancia más cierta para el porvenir; salud da
energía y fuerza para la nueva lucha de la vida, que lo es aquí
el derecho. ¿Atraer peligros nuevos? Muy pocos sacrificios hemos hecho; muy pocos no: ninguno. Algo se ha de arriesgar
alguna vez, y en el postrero caso, pónganse a tiempo en cobro
los autores, dándose un paseíto de expectativa al extranjero.
Serían bajas momentáneas de la lucha; otros cubrirían entretanto los vacíos… ¿Demostrar que se estuvo de mala fe en el
Plan? No habría tal cosa; no podría demostrarse; acaso presumirlo. El Plan no se ejecuta solo; todos los elementos de ejecución no están a la mano del ejecutor. Si la Convención fue la
obra del pueblo todo, no de los partidos, ninguna parte tomarían los líderes de éstos ni el coautor del Plan en el fracaso del
mismo ante la representación nacional; hasta ahí lo habían llevado porque hasta ahí pudieron. Y la Convención, apoyándose
en la nulidad del Plan en su aspecto contractual, por falta de
todos los elementos generales de forma, que en los artículos
anteriores dejo señalados, y los generales de fondo y especiales
de cláusulas que aún debo señalar, lo declararán inexistente.
Porque el Plan es nulo de toda nulidad y su validez puede
ser negada por el pueblo, puesto en pie, ahora mismo, después de instalado el Gobierno Provisional, nombrados ya los
plenipotenciarios, instalado el Congreso, elegido todo el Gobierno definitivo, ejecutándose el tratado; siempre y en todo
momento. Porque los vicios generales de forma del Plan cual
lo tengo demostrado y los de fondo y especiales que demostraré, lo hacen nulo, per se; y revocable en cualquiera oportunidad. Esos nuevos vicios los impugnaré en nuevos capítulos. Lo
que de momento quiero afirmar es que, hoy, mañana y después la validez del Plan es nula, y puédenla negar sus opositores
de hoy y sus secuaces, opositores de mañana si lo quieren. Lo
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que importa es advertir a la proporción reducida del pueblo
que por partidarismo o sanidad de intención ha apoyado el
Plan, que ni el pueblo, ni ellos, ni los autores del instrumento
están obligados a mantenerlo sin retractarse y anularlo. Porque
el Plan contiene en sí mismo su propio enemigo, su propia
nulidad, y cuando no se anule, no será ciertamente por imposibilidad, sino por una engañosa conveniencia, por vanalidad,
por miedo. Mañana, pues cuando los aún crédulos palpen las
funestas consecuencias del Plan, podrán invalidarlo siempre,
hacerlo revocar. Será duro, penoso, difícil, acaso doloroso, pero
nunca imposible.
(b) Pronunciamiento de nulidad
Todo lo anterior establecido, cuando llegara en el Congreso
el momento de la aprobación del Tratado de ratificación y de
lo demás, dentro de lo que se ha hecho, será ese mismo momento el oportuno para pronunciar su nulidad.
Con efecto, el Plan ha sido suscrito por los representativos, y
alguno, o más de uno de ellos, podrían alegar que lo hicieron
sin tener en cuenta sus nulidades, y que por tanto, conocedores ahora de sus vicios, lo recusan y se retractan; pero de este
sacrificio de su amor propio y su personalidad de percalina, y
de sus posiciones y conveniencias, son incapaces. No hay que
esperarlo; afrontar tan duro caso es para almas de patriotas bien
templados, y no para logreros de la ocasión. No se retractarán.
La protesta del pueblo movida por el nacionalismo, reaccionario contra la obra de superchería de los acomodados al Plan,
es muy difícil ya; sería preciso una conciencia nacional de veras
para que se hiciese la reacción. No hay.
El Gobierno Provisional no puede reaccionar sino devolviendo su falsa credencial a sus cinco electores; no, al poder interventor, su verdadero padre, y retirándose todos a sus casas. No
lo harán.
Los plenipotenciarios que se nombre para dizque negociar
el tratado de ratificación contando con el tratado-Plan, nada componen; si ellos no aceptan, otros lo aceptarán, y como apoderados del Gobierno Provisional obedecerán sus instrucciones. Nada
significan.
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Pero queda el Congreso, que aún viniendo a sus curules a
título de compromisario secreto (porque ostensiblemente no
lo puede, pues tal cinismo es imposible y el Plan no se ha atrevido a consignarlo), puede negar el compromiso. Si el pueblo
realmente los elige, a los representantes de ambas Cámaras,
porque ellos no podrán recibir del pueblo tan inmoral mandato imperativo, que así y todo sería nulo. ¿Qué autoridades quedan aún que privaran sobre la del pueblo? La razón y la justicia.
Si no los ha elegido en realidad el pueblo, sino el cohecho y la
farsa, tampoco están obligados a aprobar el Plan ni nada; sacarán sus recursos de la farsa para pronunciar la nulidad del Plan.
¿Cómo enrostrarles que el pueblo no los ha nombrado? La farsa con frecuencia cae en sus propias redes. En tiempo de Lilís
un diputado, puesto allí por él, negó su voto para un sobrecargo de derechos aduaneros al arroz, obrando en ello el diputado contra la consigna del autócrata. Éste se le quejó y lo reprendió. “Pero ¿cómo voy a ir contra los intereses del pueblo,
que para defenderlo me ha elegido diputado?”, contestóle
aquél. “Verdad, mi jefe”, replicóle el amo, “se me había olvidado que el pueblo le trajo a usted allí”. Y no le dio después ni
plaza de portero; pero el diputado cumplió su período, y fuese
luego a su casa a perecer de hambre.
El Congreso puede, pues, francamente, negar la validez del
Plan, pronunciar esa nulidad y desaprobar rotunda y categóricamente el Tratado.
***
Voy ahora al segundo término de mi primera hipótesis anterior: el recurso remoto de que he hablado, contra la aceptación del Plan –tratado (del tratado macho) y del primer tratado hembra, hijo del Plan, la aprobación de la ratificación. El
Presidente Provisional, legalizado ya retroactivamente su gobierno por la Convención, tendría calidad irrecusable para firmar todo lo aprobado o votado por la Convención, para allanar
el anclado éxodo. Se irían, si es que han pensado seriamente
alguna vez en eso, las fuerzas de ocupación, y tan sólo dejarían
de centinela avanzada a su Ministro residente. Sé que es bas-
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tante para molestar, pero está lejos de ser lo suficiente para
impedir o atropellar él solo. La Convención terminaría sus trabajos de Constituyente y el de la Ley Electoral, libre de la presencia yanqui y su presión. Se aprobaría por el pueblo, representado en los Ayuntamientos legales, la Constitución; se votaría
ésta, y luego la Ley Electoral; se iría a elecciones para las Cámaras, los Gobernadores y el Presidente definitivo; se nombraría
en el Congreso la Justicia (o de otro modo que dijera la nueva
Constitución) y todo el cuerpo diplomático y consular, al cual
se enviaría enseguida a su destino. Quedábamos plenamente
armados para la lucha del derecho dentro y fuera del país.
Podríamos arrojar el guante y quitarnos la careta de la sumisión, si antes la teníamos y ¡a luchar!
¿Qué podría hacer el Congreso definitivo sobre la obra de la
Convención y todo lo anterior a ella, que fue de derecho natural
solamente? Darle obligatoriamente existencia positiva reconociendo la validez de todo. ¿De todo? De todo lo que fue obra
nacional y pro-nacional; de todo lo que el pueblo hizo directamente y por representación con su mandato imperativo expreso o tácito, o sin mandato pero de acuerdo con los altos principios de la razón y la justicia. Su obra antinacional es otra cosa; lo
que se haya cedido sin derecho o sin razón hay que rectificarlo.
Una legislatura y nuevos cuerpos colegisladores pueden enmendar la obra errónea de una legislación anterior; eso es racional e
histórico y hasta experimental, las tres escuelas fuentes, en resumen, del derecho positivo. Pero ¿puede hacerse eso con los tratados, en que se tiene de frente la parte contraria, la que nada
tiene que ver, se dirá con los tumbos y alzas del derecho público
interno del país con el cual ha contratado? Vamos a verlo.
El Congreso tendría que ocuparse en la revisión del Tratado (revisión en su valor corriente, no en el jurídico) para conocer en detalle de las órdenes ejecutivas validadas en sus efectos
jurídicos, como también, fuera del Tratado, de las no validadas. Pues hay que tener presente que esa legislación caótica,
perturbadora de la nuestra, onerosísima por regla general, y
en muchos casos dictada como para la raza exótica cuyos ejemplares militares y paisanos representan aquí la Intervención;
que esa legislación no puede quedar vigente en el país, y esta
sería la primera hora apropiada que se presentara para tratar el
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asunto. Habría que empezar a derogar y a restituir a su antiguo
vigor las anteriores leyes que ellos reemplazaron y modificaron.
Sin tratado de ratificación, habría bastado un simple decreto,
declarando inexistente y sin ningún valor todo ese acervo espurio, para luego espigar en él y declarar válidos los efectos
jurídicos cumplidos de lo que interesaba al orden público y a la
administración, además de adaptar o adoptar tal vez alguna orden, y convertirla en ley, que fuera de utilidad indiscutible al
país, enviando luego al cesto el residuo de ese fárrago incongruente y caótico, escrito en gringo en su mayor parte.
Pero no podría procederse así, porque el Plan-tratado ha
prometido reconocer y el Tratado de ratificación habrá comprometido el país reconociendo la validez de tales órdenes ejecutivas, etc., no ya sólo validarlas, que fuera menos deprimente
para la dignidad nuestra; y esto parece suponer que todas eran
válidas por la única autoridad del gobierno interventor, y que
ahora sólo se ratifican las escogidas para prestar más seguridad
a los beneficiados y poner fuera de litigio los derechos adquiridos por el detentor, sus conciudadanos o terceros con algún
interés directo en ellas, no dándosele un ardite al usurpador
de que se ratifiquen o no las que deja fuera del compromiso,
porque a él no le interesan.
Ni podría aplicarse la peligrosa regla de qui dicit de uno negat
de altero, para tener por válidas las del Tratado y por nulas del
demás, porque, como he dicho, de entre éstas puede haberlas
que interese al orden público o la administración se legalicen
retroactivamente los efectos jurídicos, y aun conservar, intactas
o modificadas, algunas. No se puede proceder a la ligera con la
organización jurídica de un país.
Con tal motivo, al revisar minuciosamente, se tropezaría el
Congreso con las huellas de la garra del león en el Tratado de
ratificación, que obliga a tener por buenas verdaderas transgresiones de principios y violación de fueros nacionales o comunales, expoliaciones por compañías extrañas del dominio
eminente del Estado o del municipal, etc. o despojos de la propiedad particular en virtud de ley exótica y tiránica, que no
tenía ninguna calidad para dictar el detentor, y otros muchos
tuertos y agravios inferidos a la majestad de la soberanía; ratificación y aprobación dadas bajo la ominosa presión de las bayo-
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netas extranjeras ejercida sobre los coautores del Plan, el Gobierno Provisional, la Convención ratificadora, etc. Los indelebles rastros del error y del dolo, de la violencia ejercida y de la
causa ilícita que vulneraron la soberanía e impedirán el libre
desarrollo de los recursos naturales del país, será razón suficiente para declarar anulable el tratado, decretar su suspensión y someterlo al arbitraje de un alto tribunal internacional
capaz de fallar sin miedo a la parte contratante poderosa. No
está previsto en el Plan-tratado ni en el Tratado de ratificación el
arbitraje para este caso, porque las dolamas de los mismos no
debían presumirse en su texto; pero es una causa intrínseca
de nulidad, y conforme al principio que niega a ambas partes
convertirse en juez de su causa, aunque el tratado no lo haya
establecido en sus cláusulas es de rigor, de doctrina positiva y
de derecho natural, no obstante las numerosas reservas de criterio que establecen los autores positivistas para concluir, sin embargo, rindiendo el tributo necesario a la razón y a la justicia.
He de tratar más concretamente el punto en capítulo aparte de éste; y sólo le he tocado aquí para demostrar que, lo mismo que en el caso actual del Plan-tratado, en el de mi hipótesis
presente, éste, y sobre todo su hijo contrahecho, el Tratado de
ratificación, son anulables con posterioridad a su parcial ejecución, disponiéndose la suspensión a reserva de pronunciar la
nulidad después del juicio arbitral, que en buen derecho habría de favorecernos.
(c) Abstención de concurrencia a su ejecución
Después de cuanto queda expuesto en los dos puntos anteriores de este acápite I, huelgan razonamientos y demostraciones. Fuera llover sobre mojado.
Pero ¿quién deberá abstenerse?; ¿cómo? No serían ciertamente los representativos, ya lo dije, los que se abstengan; no
será el Gobierno Provisional. Deberían serlo las asambleas primarias, no concurriendo a elecciones para elegir ese Congreso
que ha de aprobar el Tratado de ratificación; debe serlo, cual
lo he expuesto antes, el Congreso, si elegido, desaprobando en
absoluto, en vez de aprobar; debiera serlo la Justicia, declarando
inexistente todo lo relativo al Plan y al Tratado posterior (si in-
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terviniese una litis en discusión o reclamación de derechos adquiridos en virtud de las órdenes ejecutivas, los contratos, etc.,
recomendados para la ratificación, etc.), en el lapso que corra
entre la instalación del Gobierno Provisional y la aprobación del
Tratado de ratificación por el Senado Americano y el Congreso
Dominicano, y la promulgación de la Ley de Validaciones, etc.; y
seríalo, por último, el pueblo mismo, si aún quisiera reivindicar
su derecho de haber aprobado el Plan contractual, que sólo grupos partidaristas incompletos, de modo más tácito que expreso,
y alguna prensa devota de esta causa, han dicho aprobar.
Pero las asambleas primarias concurrirán, porque las formarán todos los partidarios del Plan, y para ellas no hay número
fijo, sino la voluntad de los que quieran concurrir; y quienes se
abstengan contribuirán así a darle el triunfo a los candidatos
transaccionistas; y quienes concurran habrán tácitamente acatado el Plan. Es un dilema para los nacionalistas, que ignoro yo
cómo podrán eludirlo, si no es en virtud de este principio: las
asambleas primarias se reúnen por derecho propio; y aunque convocadas por el Gobierno Provisional, que el nacionalismo ha de
tener por inexistente legalmente, podría alegar éste que concurre para ejercer su derecho, frente al de los contrarios, su
derecho de elegir un Congreso, convocadas o no las asambleas.
Pero ¿sería eficaz esta concurrencia? ¿Se obtendría con ella un
resultado a favor de la causa nacional? ¿O sería mejor protestar
de esa elección convocada por tal gobierno? Las asambleas se
reúnen de pleno derecho; cierto que ello es ordinariamente y
bajo el imperio de la Constitución, pues para lo extraordinario
deben ser convocadas. ¿Y ahora? En cualquier tiempo, por
movimiento propio, mientras no haya Constitución o ley electoral legal. Es mi humilde opinión. Holgaría la protesta. Y el
dilema quedaría en pie.
En el Congreso que se trata de elegir por ese medio fundé
en el anterior aparte la suprema esperanza de los verdaderos
servidores de la causa nacional. Este Congreso, elegido en virtud de un inmanente derecho del pueblo, irreglamentable
fuera del imperio de una Constitución vigente que se hubiera
dado él a sí mismo, no puede ser compromisario de ningún
Plan contractual concertado sin la previa anuencia y la posterior
aprobación del pueblo. Tal compromiso vendría a ser un man-
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dato imperativo, principio funesto que parece arrancar de buena fe del Pacto Social, de Rousseau, aun cuando ya no era nuevo en su tiempo, y que fue factor principalísimo en los excesos
de la Revolución Francesa;18 pero que los constitucionalistas
combaten, todos a unanimidad, aceptándolo sólo excepcionalmente y con grandes reservas, y expresándose en contra de él
así, entre muy sólidos argumentos:
Por eso, como último recurso, apelan a él los pueblos agobiados por la corrupción; pero también por eso es, por sí solo,
un indicio de profunda corrupción el mandato imperativo.
Cuanto más fanático sea el imperio que intenten ejercer las
masas electorales, tanto más virtuoso es resistirlo; y cuanto
más virtuoso, más glorioso. (Hostos, Derecho constitucional, pp. 354 y 356, edición Ollendorf, 1908).
En conclusión, el mandato imperativo ataca la independencia y libertad del Cuerpo legislador, le obligaría a
marchar sin orden, ni concierto, avasallándolo a las turbulencias populares y al furor de los partidos;… Pero, ni
aun sobre determinados asuntos es dable a un candidato
contraer serios compromisos, porque él mismo no puede estar seguro de sus opiniones, que tal vez cambien o se modifiquen con la discusión y el mejor conocimiento de las cosas:… (Santisteban, Derecho Constitucional, pp. 116 y
117, cuarta edición Bouret, 1914).
La presunción de mejor inteligencia de los negocios estará, pues, en general, más bien a favor del representante,
18 Excesos que los geniales y tremebundos demagogos que desataron aquella
furiosa tempestad de la Revolución, y luego iban a fulminar sus rayos como
legisladores, incubaban y resolvían antes tumultuosamente en las sesiones
de sus pavorosos clubes, los aclamaban necesarios, a nombre del pueblo,
cuya soberanía usurpaban, y acudían a imponerlos a la asamblea desde sus
curules o, arrastrando al desenfrenado populacho, cuando no también
las bayonetas, desde las puertas del recinto de la ley. Eran, decían, el voto
imperativo de la Francia, que todos los representantes acataban, contagiados y temblando. Así tiraban de aquel carro de Jagrenat, a un tiempo
triunfal y funerario, por el glorioso campo de las nuevas ideas, fertilizado
con arroyo de sangre para dar frondosos árboles que cortaría Napoleón
a flor de tierra, aunque luego se cubrirían de ramas para el mundo.
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que a favor de la mayoría que le ha elegido. Siendo así, es
más racional dejar que aquel use libremente de su juicio,
que someterlo al mandato imperativo de los electores. La
opinión que favorece la sumisión de los diputados al mandato imperativo, tiene hoy en día muy pocos sectarios. (F.
González, Derecho Constitucional, pp. 194 y 195, edición Bouret de 1889).
Los elegidos para las Cámaras, en este caso como en otro
cualquiera, no llevan por exclusiva misión consagrar ese Plan
contractual írrito, y sobre todo sus criaturas, el Tratado de ratificación y la Ley de validaciones, etc., sino que van a ser los Cuerpos
colegisladores de la Nación en toda la labor de un largo período de reconstrucción nacional. No se les puede elegir por su
adaptabilidad a un chanchullo, sino por su honradez y capacidad para toda la obra. Dice Santisteban:
El Congreso es un cuerpo deliberante, destinado a dictar leyes sobre toda clase de materias: y para llenar tan
sagrada misión, han menester los diputados de proceder
según su conciencia propia y con plena independencia. La
formación de la ley entraña una delicada operación de
juicio; y el juicio es de suyo individual; nadie puede pensar por mano de otro, sin abdicar su personalidad y convertirse en autómata.
Y agrega al primero de sus párrafos transcritos arriba:
… si las opiniones no fueran susceptibles de variar, de
aproximarse, de uniformarse, los debates parlamentarios
carecerían de objeto, bastaría enunciar una proposición
para ponerla al voto; mientras que, la discusión es de la
más alta importancia, para esclarecer la verdad, disipar
los juicios erróneos y convencer a los que de buena fe buscan el acierto. Roberto Peel fue mandado al Parlamento
inglés para combatir las ideas reformistas de Ricardo
Cobden en materia de cereales y acabó por convertirse él
mismo en apóstol de las nuevas ideas.
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Y Hostos, el maestro, en su obra citada:
Además de la majestad de que debe revestirse, más que
a otra ninguna, a la función legislativa de la Soberanía,
hay que tener en cuenta que los legisladores se eligen o
deben elegirse de entre los ciudadanos más capaces o tenidos por más capaces de razonar y de ajustar sus raciocinios a sus deliberaciones, sus deliberaciones a sus determinaciones y sus determinaciones a las necesidades,
circunstancias y objetos prácticos que están llamados a
convertir en leyes, decretos o actos legislativos. Y mal concertaría esta elevada idea que debe tenerse del legislador,
con la especie de esclavitud que le impondría el mandato
imperativo. Por otra parte, o éstos son hombres dignos de
la alteza de su función, y entonces es un ultraje suponerlos
capaces de una indignidad como la de traicionar sus principios y doctrinas; o no lo son, entonces es inútil toda cautela y precaución.
Pero como, a pesar de los peligros del principio, que lo hacen recusable por regla general, podrían los interesados acogerse a los casos de excepción que parecen tolerarse, y los mismos autores dicen: “A pesar de todos estos motivos contrarios
al mandato imperativo, no puede obscurecerse la verdad de
que hay tiempos tan corrompidos y hombres tan de su tiempo,
en que por ilógico y contraproducente que sea él, pueda llegar a ser una necesidad” (Hostos). “Se concibe que los electores prefieran como diputado a un hombre que participe de
sus opiniones sobre determinadas cuestiones políticas…”
(Santisteban).
Pero bajo el régimen del sufragio universal sucedería
que los clubs, círculos o clicas, que se forman para dirigir
la opinión o fraguar una facticia, se arrogarían el derecho de dictar su voluntad a los legisladores, como lo hicieron sucesivamente en Francia los clubs de los fuldenses, de
los franciscanos y de los jacobinos. Es verdad que, en ciertas épocas de excitación y de pasiones, se atenderá tal vez
a la mayor vehemencia con que alguno atice las animosi-
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dades, para encargarle la representación; pero esta es la
excepción, no la regla. (González);
y el publicista inglés Mill: “Mientras son libres para votar o no
votar, según les agrada, no se les puede impedir que pongan a
sus votos todas las condiciones que crean convenientes”.
Las leyes no pueden prescribir a los electores los principios según los cuales dirigirán su elección; pero los principios según los cuales creen ellos que deben dirigirla hacen
una gran diferencia en la práctica, y se abraza el conjunto
de esta cuestión, cuando se examina si los electores deben
poner por condición al representante que adoptará ciertas
opiniones impuestas por sus comitentes.
Y como la malicia ha de tomar de esto lo que a la bastardía de
sus intereses más convenga, bueno es que tengan presente los
futuros legisladores, para no cubrir de baldón sus nombres en
la historia, el caso de Peel antes referido, y estos otros que trae
Hostos en su texto:
El primer grande ejemplo de magnanimidad e independencia lo dieron en el Parlamento británico aquellos
Burke y Pitt, dos grandes legisladores y verdaderos grandes hombres, cuya elocuente palabra estuvo siempre a la
altura de la conciencia que la inspiraba. Hombres de razón antes que de nación, justos antes que ingleses, vieron
desde el primer momento la razón y la justicia de las reclamaciones que concluyeron en la guerra de independencia
americana, y no obstante los errores, prescripciones, animosidades y ciego nacionalismo del parlamento y de la
sociedad entera, resistieron a todas las coacciones ejercidas
sobre ellos por el Cuerpo electoral de la nación, y ni por un
momento renegaron de la verdad y la justicia. Más tarde,
cuando Mr. Gladstone luchó desesperadamente por hacer
a su patria el inestimable beneficio de redimirla de su más
grave culpa, el Parlamento y el Cuerpo electoral le opusieron obstáculos equivalentes al mandato imperativo. El
generoso anciano sucumbió en la contienda; pero los inte-
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reses imperativos que lo vencieron, si han aplazado, no
impedirán el día de la justicia.
Y he aquí tal vez un medio y una razón para resolverse por uno
de los dos términos del dilema que tienen delante el nacionalismo y todo el pueblo no adscrito a las miserias del Plan; el acudir a
elecciones, para que, acudiendo solamente los transaccionistas,
no se diga luego que había un mandato suyo imperativo, expreso
o tácito, en la elección que sólo ellos realizaran; y los medrosos, los
acomodados, los transigentes con su razón y su conciencia, los
pequeños, en fin, no tomen de ahí pretexto para votar la iniquidad. Acaso haya que concurrir a la elección.
La justicia también podría contribuir si el caso se le presentara y lo quisiera, a esa abstención. Con efecto, ella ha venido
hasta ahora acatando todas las órdenes ejecutivas, etc., emanadas del poder interventor, sin exceptuar ninguna; porque ella
misma es un producto más o menos excusable de esa Intervención. Su situación ahora no cambia, pues el Gobierno Provisional es una simple prolongación del Gobierno Militar, y los títulos de procedencia de ella no serán renovados hasta el funcionar
del próximo Congreso. Su conducta no puede variar en cuanto a las órdenes ejecutivas en general, mientras no se declare
por el Congreso la validez de unas o la invalidez de todas, pues
el Plan, bueno es que advertido sea, no puede resolver por sí
nada en ese punto, sino que lo propone en el proyecto de Tratado
de ratificación y en una cláusula del mismo Plan. O lo ordena, si
queréis, a los legisladores, aunque ignoramos si acatarán la orden. Pero como podría interpretarse que el Plan, al recomendar unas y dejar otras sin recomendar para la ratificación, reconoce implícitamente la validez de éstas y la invalidez de aquéllas,
como este Plan es obra del Gobierno Militar, porque es su imposición y ha sido firmado por el Enviado especial del Gobierno Americano, puede que sea ley para la Justicia actualmente y
hasta que otra cosa resuelva sobre unas órdenes y otras el Congreso. Y si es ley para ella, y como esta ley parece poner en
duda la validez actual de lo recomendado, ella, si se le presenta
la oportunidad, debería hacerlo también, acatando el Plan en
su letra, pero contrariando su espíritu, que es sin duda privilegiar tales o cuales derechos onerosos que se pretenden adqui-
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ridos, y desamparar los demás, originados, como los de los contratos privados, no alcanzan a derechos adquiridos por terceros
(cuando la fuente de adquisición ha sido legítima, y “el tratado
no regula ejercicio de soberanía territorial” (Fiore), el caso
podría darse de reclamar o negar algún tercero interesado, si
es extranjero sobre todo, y no americano, derechos adquiridos
que procedan de estas órdenes privilegiadas que por ahora parecen más desfavorecidas que las otras; y si esas órdenes no son
de las toleradas en derecho internacional por la necesidad administrativa o el orden público durante una Intervención –lo
que podría salvarla– serán nulas hasta la aprobación del Tratado de ratificación y la Ley de validaciones. Y hasta de abstenerse la justicia de fallar, basándose precisamente en la ambigua
validez de hoy de dichas órdenes, privilegiadas para mañana. Es
otro modo de aplicar el argumento a contrario, pero también
invirtiéndolo: Qui negat de uno dicit de altero.
Esto puede ser un razonamiento sofístico; pero si lo fuere,
servirá por lo menos para demostrar a qué despropósitos se
presta un instrumento hecho fuera de toda lógica y de toda
buena intención. Lo que es indiscutible, de todas suertes, es
esto, que salta a la vista: para la Justicia, hasta que el Congreso
haya actuado, todas las órdenes y demás actuaciones del Gobierno Militar tienen igual valor, y el Plan no existe para ella.
Ha de abstenerse de tenerlo en cuenta.
Queda ahora el pueblo, como remota esperanza. El pueblo
poniéndose de pies como en la campaña de la Semana patriótica,
para declarar la nulidad del Plan y de sus efectos, su inexistencia,
y abstenerse. Pero el pueblo está ahora en parte bajo la sugestión
de las facciones políticas y la prensa adicta; en parte inerte, cual lo
acostumbra en casos que le son de interés capital. El pueblo creería tal vez que profanaba algo desconociendo la legitimidad del
Gobierno Provisional dominicano, lo que repondría el Militar exótico. Ello es duro, en verdad, sobre todo cuando el personal de
ese Gobierno está por regla general compuesto de hombres sanos
de intención, si equivocados como ciudadanos. Pero si se piensa
que no es tal Gobierno, porque detrás de él permanece el otro, y
sólo decorativamente lo es, se tendrá menos vacilación. El pueblo
debe abstenerse, en lo que de él dependa, de reconocer la existencia jurídica de cuanto del Plan-Contrato emane.
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§ 3º. Nulidades de fondo
Generalmente son tres, en las obras de Derecho Internacional, las condiciones intrínsecas para la validez de los Tratados, y
por tanto, tres también las que, faltando, lo dejan inexistente.
De esas tres, la primera, relativa a la capacidad de los Estados contratantes, y aun parte de la segunda, que se refiere al
libre consentimiento, las he tratado ya en las letras B, C, D, E y
F, en donde conjuntamente quedan tratadas las extrínsecas,
inclusive la aprobación o ratificación del tratado. Mas como yo
estoy bien lejos de pretender escribir aquí obra de derecho
ninguno, subordino mi división al punto de vista desde el cual
voy tratando mi impugnación al Plan contractual, de transacción o Plan-Contrato, denominado Plan Hughes-Peynado.
De acuerdo con mi modo de ver, cuanto dejo explanado,
por ausencia de los elementos indicados, arrastra la nulidad
del Plan-Contrato con todas sus criaturas; pero son defectos,
ésos, que están fuera del instrumento, que no dejan en él la
señal de la violación, y entre ellos están la capacidad de las partes para celebrar los contratos, y su libre consentimiento, en un
aspecto general.
Hay, empero, elementos indispensables, intrínsecos, cuya
falta en el tratado le dejan la impresión de una mordedura
sangrienta que se ha llevado parte de la carne y producido en
el rostro una horrible cicatriz. Es la huella de la garra del león,
de que he hablado antes; el indeleble rastro de la herida, que
el instrumento contiene en sí mismo, y lo hace inexistente jurídicamente, y revocable en todo tiempo. Aquello que, en mi
hipótesis de una Convención, apuntada en la letra (a) –Negación de validez, pp. 55 a 61 y en la segunda parte de la (b),
Pronunciamiento de nulidad, pp. 63 a 65, serviría al Congreso definitivo, posterior a dicha Convención, para ampararse y declarar suspendida la ejecución del Tratado de Ratificación, la Ley de
Validaciones, y sometida a juicio arbitral la revocación, por inexistencia jurídica del Tratado. Me refiero al error aprovechado, al
dolo estimulado y consagrado, y a la violencia ejercida por una
parte contratante en la otra parte –error, violencia y dolo que
son elementos contrarios al libre consentimiento–, y a la causa u
objeto ilícito del Tratado. Razonaré aparte los dos puntos.
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A. Error, dolo y violencia
La violencia puede ser moral y física. Los tratadistas niegan,
por regla general, que pueda ser causa de inexistencia jurídica del tratado la primera, porque tal violencia es de difícil demostración; y que, en cuanto a la segunda, la que fuera personalmente ejercida en los órganos apoderados para tratar, debió
haber dado ocasión a la no ratificación posterior del Tratado.
Opinan que no es violencia que invalida un tratado –y uno
(Fiore) la considera moral y otro (Bonfils) la apellida física– la
que el vencedor en la guerra ejerce sobre el vencido para arrancarle un tratado de paz que sólo favorece al primero; y todavía
más: que la de un Estado fuerte sobre uno débil, como Inglaterra sobre el Portugal en 1890 en un tratado, es violencia moral
que tampoco invalida, porque si este no se sometía tendría la
guerra (¿y qué más violencia quería Monsieur de Bonfils?) Peregrina manera de ver las cosas tienen estos autores positivistas,
que así rinden pleitesía a la más exacta definición que conozco
del Derecho positivo: “La ciencia de lo justo y de lo injusto!”.
En tal doctrina se inspiran, y tal tienen por artículo de fe inquebrantable estos juristas tímidos de nuestras zonas, que se
apresuran a hacer planes contractuales temblando ante el poderoso, o ante sus propios intereses, dándole siempre con plácida
sonrisa la razón al lobo de la fábula del ídem y el cordero.19
Con la diferencia de que aquellos autores vuelven sobre sus
asertos de un párrafo a otro con tanta frecuencia, que lo dejan
a uno que los estudia sin saber a qué carta quedarse; y estos
nuestros pichones agigantados por la lente de aumento con
que el pueblo los mira, se abrazan a lo peorcito, como el muchacho de escuela a la opinión mediocre del autorcillo de su
19 Es la primera en turno de las de Esopo. Abreviábanse en un arroyo, corriente arriba el lobo, el corderillo muy bajo. ¡Qué me enturbias el agua!,
gritó aquel. –¡Cómo!, si de allá viene! –¿Pues por qué me injuriaste hace
seis meses? –Cinco tengo de nacidos. Pues fue entonces tu padre. Y se lo
almorzó.
Violaste la Convención y no me pagas! –¡Si te cobras tú mismo en la
Receptoría! –Pues ¿por qué a cada rato te embochinchas? –Pero si con
ello no te ofendo! –Pero pudieras ofenderme. – Y nos tragó el Gran Pulpo.
–“Cuando los fuertes se empeñan en tener razón, concluye Esopo, ¡ay de
los débiles!”
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libro de texto, pobre o equivocada, a veces, o ya mandada a
recoger.
Pero convienen ellos, los autores, en que a ratos son legítimas causas de invalidación el error y el dolo. ¡Vamos, hombre,
algo es algo! No obstante, no les censuremos todavía, que aún
pueden ayudarnos en todo lo demás. Vayamos por partes.
(a) Error, causa de inexistencia del Plan
Yo quiero convenir en que le hay en todo él antes que el
dolo. Error en quien el croquis aceptó de la mano de Hughes;
en quienes lo han secundado luego, suscribiéndolo. Error a
que les ha inducido la impaciencia y ceguedad de su ambición.
¿En dónde está el error? En todo. En el conjunto y en las partes. Y de ese error serán víctimas ellos los primeros, el pueblo,
el porvenir. Han creído que van a recibir el don de la soberanía, y sólo han recibido una cadena mal dorada. Basta echar
una ojeada sobre todo el Plan, y unir a él esa proclama con que
el Gobierno Militar inaugura el Provisional para desengañarse.
“Los que tengan ojos, que vean”, digo ahora parodiando el
Apocalipsis, que páginas atrás he traído a comparación. Fuera
de necia ceguedad ilusionarse, o es tener una venda. Dice la
Proclama: “Muchachos, ahí os dejo el muñeco que a los privilegiados de vosotros se encargó de vestirlo un poco y darle un
nombre adecuado: el Entendido. Es para jugar todos al Gobierno propio, y no sólo vosotros, los representativos, ya que en
nombre de todos vinistéis a buscarlo (Las Proclama, se vuelve
de espaldas, se encoge de hombros y se aprieta los carrillos,
pero no puede contener la risa; luego se vuelve y sigue, cómicamente seria); porque habéis sido juiciosos un ratito se os regala este muñeco. Ved, tiene unas instrucciones para usarlo
bien; no las perdáis. Jugaréis todos; pero como vosotros, representativos, lo habéis hecho bastante en el camino, prestadlo un
ratito a éstos; ya lo devolverán “al más digno de vosotros”, frase
de uno que, porque había de morir, dejaba a otros su muñecón.
Venid acá, Juanico, Pepito, Periquín, Liquito, Tavito, etc. Toma,
agárralo tú, Juanico; los otros pueden jugar teniéndolo tú.
Cuidado con romperlo. Habéis de prometerlo formalmente.
Vamos, tended las manitas y decid conmigo: Juro… etc. No os
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digo más; pero acordaos de que lo tendréis mientras seáis juiciosos y, sobre todo, obedientes. Tampoco os digo adiós, sino hasta
luego. Yo estaré aquí mismo. No pelear por él. ¡Cuidado! (La
Proclama se aleja con los ojos llorándole de risa y mirando de
soslayo a Mr. Welles). Los chicos se creen solos un momento y
empiezan a tocar el monigote tímidamente con el dedo. “Que
no lo estropeeis”, grítanle los otros; reparad que es nuestro (El
chico que lo vistió se vuelve y hace un guiño a Mr. Knowles,
presente en efigie), y os lo hemos prestado solamente. Los
muchachos se fijan: ¿de qué materia es? –¿De arcilla? –No, de
escoria. –¡Es de oro, miren cómo brilla! –Porque es de estiércol… de la luna,20 –arguye uno más avisado. Todos oyen lo primero…, no lo segundo. –¿De estiércol? –¡Qué asco! –Juanico
lo coge pro los cabellos con las puntas de los dedos; los otros lo
huelen… –¿No lo quieren?... Mejor; más pronto lo tendremos,
replican amoscados los cuatro jinetes del Apocalipsis. Y Juanico y
algunos de los suyos: –¡Puf!, ¡de estiércol! ¡Qué vergüenza! –Pero
no lo largan.
***
Sí, ¡qué vergüenza! Un Plan –contrato que se ha engendrado a sí mismo, en cuanto instrumento legal; o que engendró el
extraño y concibió y dio a luz el nativo, sin que mediaran fórmulas de ley en ese maridaje, de puro contubernio, crea la
nueva República a la cual entonan sus himnos plumas asalariadas. ¡Cristo ha resucitado!
Han aceptado el Plan como una liberación, cuando es sólo
una ignominia. Lo han aceptado sin mirarle las dolamas, como
a caballo dado. Tenemos ojos y vemos claro. Tienen ojos y no
ven, porque se los cubre una tupida venda: el afán del poder.
El Plan consagra el derecho de la Intervención sufrida, con
todo su cortejo de atropellos; compromete a un Tratado de
Ratificación y a una Ley que reconoce la validez del atropello. No
bastaba validar, que ya era dar por aceptado lo que es abominable,
20 Estiércol de la luna: mineral. Materia terrosa, petrificable, de color de oro,
laminífera, que no se calienta al fuego.
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aunque salvando un tanto el concepto de nuestro derecho así
usurpado. Se valida lo que en sí no vale. Era preciso refrendar
la afrenta: reconocer que fue válidamente hecho cuanto se hizo.
Sólo se reconoce lo que es en sí intrínsecamente, no lo que
aspira a ser. Órdenes Ejecutivas destructoras de la libre disposición por el país de sus recursos naturales habrán producido sus
efectos jurídicos. Impuestos de conquistador a conquistados,
leyes absolutamente inadaptadas al medio, fuera de toda posible aplicación eficaz y equitativa; despojos inauditos, todo eso
queda legitimado. ¿Qué importa que se abroguen luego? Sus
efectos cumplidos, desastrosos, habrán dejado el país agarrotado, sin acción sobre lo propio. Leed bien esas Órdenes; meditad sus consecuencias; su torpe implantación en este terreno
virgen sin la preparación debida, y veréis el error. ¿Y qué diréis
de los empréstitos forzados que nos condenan a dar eternamente vueltas a la noria, o al antiguo suplicio de voltear la piedra para molerle el trigo al amo?
Como todos en el molino moleremos, lógico parece no sospechar la mala fe nativa; sino su error muy craso y manifiesto;
su ceguera al suscribir.
No puedo detenerme aquí en ese estado de la caótica legislación interventora. Acaso en el extraño mismo, en parte al
menos, hubo error en ella, si no en el móvil, en la forma.
Cuando llegue el momento de la ratificación, estúdiense
en legal para la nulidad o la revocación. Propóngase un arbitraje. El primer elemento del error está en su causa: la Intervención, derecho negado rotundamente por el Internacional
público: El derecho de no intervención es la última palabra en la
doctrina. Los limitados casos de excepción no nos alcanzan,
caso de ser legítimo. Se partió de la Convención de 1907, que
nunca hemos violado; y de una garantía, la Intervención, que
jamás dimos. Se usó de esta para legislar en materia vedada a
toda Intervención. ¿Error o dolo? Para el nativo, error acatar
eso. Aún no hemos consentido en el Tratado. El Plan, respecto
del Tratado, puede tenerse (y fuéralo así, a lo sumo, si el pueblo realmente lo hubiera consentido) por un simple Pacto de
contrahendo; sus dispositivos son promesas. Oigamos ahora a Fiore
para concluir. “El consentimiento puede además estar viciado
por error o por dolo en cuanto a la inteligencia, por la violencia
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moral en cuanto a la voluntad, o por violencia física en cuanto
a la persona –“Cuando puede probarse el error, deberá ser
nulo indudablemente todo tratado entre las naciones”.
(b) –Dolo, causa de nulidad
Todo cuanto en el punto anterior es atribuible al error del
nativo, podría convertirse en dolo del extraño con un detenido estudio de su legislación insólita y su actuación irresponsable. Aquel pudo ignorar, no adonde, pero sí hasta donde lo
llevarían; el detentor sí supo adonde y hasta dónde iba. Tal vez
cometió errores de detalles en sus leyes lesivas, en sus empréstitos forzados; pero él conocía muy bien el verdadero rumbo.
Los intereses actuales o remotos del capital americano invertido o ávido de invertirse en el país, con su afán de leoninos
logros, se movía detrás. Wall Street oficiaba desde los bastidores. La plutocracia americana preparaba el terreno para el
gran despojo, para el acaparamiento de la tierra, para el fácil
negocio de pingüe rendimiento. En mejores días se aprovecharía (o se aprovechará) todo eso. El pequeño propietario,
despojado unas veces, otras deslumbrado con mezquinos abalorios como el indio, cambiaría su oro por cuentas de vidrio o
perdería la propiedad por imposibilidad material y económica de situarse dentro de la ley. Vendría a convertirse todo él
en peón de sus antiguos predios. Ya se dio el caso en Puerto
Rico.
La Intervención fue acaso la expedición de los nuevos
argonautas que han jurado encontrar en cada país débil de
estos su vellocino de oro. Vino y bajó del barco. Con la inconsulta
legislación, fuera de toda adaptación, írrita y apremiante como
impuestos de guerra a los vencidos, se tendió la red; la Censura, a que sirvió el mundial conflicto de pretexto, fue el vigilante can en un principio: viérase lo que se viera, y a callar. Luego
la sombría inquisición de la corte marcial o prebostal; comparecer para ser condenado, sin recurso de alzada, por cánones
de ley desconocida. Chistar era ofender, y la necesidad de no
causar ofensa, por el natural temor a la pena draconiana que
se cernía sobre las cabezas de quienes se atrevían en la prensa
a insinuar recelos sobre la fidelidad administrativa, era un gran
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contingente a favor del posible dolo extraño y de la presunción
nativa de que existía. Pero no se iba al fondo de las cosas para
estudiar la verdad que en ellas palpítase. Y era preciso haberlo
hecho; y ya que no se hizo entonces hay que hacerlo ahora. Hay
que escarbar, hurgar en esas Órdenes, en su aplicación, y en el
apresuramiento, a veces con anterioridad a su promulgación,
con que compañías extrañas y nativos despiertos y maliciosos,
que no quisieron ser menos, se aprovechaban de sus próximos
efectos para preparar despojos de los débiles terratenientes
copropietarios o comarcanos. Las huellas de los zarpazos están
ahí indelebles: sabuesos inteligentes pueden seguirlas. El rastro es evidente, y si no es dolo, se le parece mucho.
***
Mas no fue éste que señalo el único elemento adverso a
nuestra causa en la obra de la Intervención. Hay otro más, dos
más, y el último algo múltiple y complejo. Voy a señalarlos
someramente, sin puntualizar con exceso, pues no he dispuesto todavía de tiempo suficiente para realizar el previo y detenido estudio de esa legislación profusa, híbrida, (porque concursos nativos, oficiosos, también los hubo allí) caótica e
incongruente con frecuencia, como ya antes la he calificado.
Se me hace demasiado extenso, y se ha hecho ya en parte fiambre, por lo demorado, debido ello a causas varias, este trabajo,
que debo dar a luz sin más retardo. Pero lo tengo en curso tal
estudio, busco lo que para él me falta, y acaso, si circunstancias
diversas me acompañan, intente en breve un nuevo esfuerzo
de mi voluntad patriótica para producirlo en público, unido a
otro, Las parábolas del Plan, que tengo en mientes.
***
La nave Argos no la tripuló solamente la avidez mercurial
de Wall Street. También se embarcó en ella, y fue sin duda
pasajero de primera, el imperialismo americano, hoy más que
nunca en auge en esa gran República, en la cual los nobles
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ideales de sus ilustres fundadores se desmoronan o se funden
en el ardiente horno de Moloc de sus actuales Shylocks.
El imperialismo yanqui trajo sin duda una consigna, y en el
observar de esta consigna por quienes en ella obedecieron órdenes y buscaron ascensos, ha querido consistir el dolo. Esa
consigna fue, muy presumiblemente, empobrecer el país, agotarle, rendirlo a discreción, dispendiándole sus recursos propios
para obligarlo a recurrir a los ajenos en su necesidad ineludible de vivir. La crisis mundial y el monopolio forzoso, en la colocación de nuestros productos, por el mercado yanqui, que con
sus acaparamientos primero, su consumo de otras fuentes quizás, y sus aduaneras tarifas diferenciales luego, ha hecho todo
lo posible por arruinarnos (y arruinar también a otros países
del Caribe; ahí está Cuba), han sido contingentes fatales para
su propósito nefando. Yo he debido hacer a grandes rasgos este
examen, a reserva de hacerlo después más detenido y preciso;
pero aún así he notado la enorme prodigalidad, el despilfarro
inexcusable de nuestros depósitos en la Guaranty Trust, de nuestros pingües ingresos en los años 1918, 1919 y 1920, etc., cuando “danzaban” en Cuba los millones y aquí los centenares de
miles, en apropiaciones de todo género lujosas, desproporcionadas unas respecto de otras, frustratorias no pocas e injustificables en su largueza todas, dada nuestra ingénita cortedad de recursos ordinarios. No tengo que insistir en esto mucho. El
clamor de la prensa nacional en esos días habla más alto que
cuanto yo pueda decir aquí. ¿Y cuál fue la secuela de este desbarajuste? Lo que se buscaba: nuevos empréstitos, forzados, de
los que en vano protestó el país en todos los tonos; y ello no
para mejorar la situación, sino para enjugar déficit y créditos
en descubierto a que la vorágine había llevado a nuestro tutor
a fortiori, y continuar una carretera que ha costado tres veces
acaso su valor exacto, si discretamente hubiese sido refeccionada. Y esas prodigalidades comenzaron desde 1917, con la administración de Knapp, más pulcra, sin embargo, que la de
Snowden funestísima; y esos despilfarros agotaron lo nuestro,
tocaron a las puertas de lo ajeno y lo agotaron también; vino la
crisis; se remacharon los eslabones de la cadena que por luengos años sujetará nuestra pequeña nao a esa argolla monstruosa del muelle americano, y acaso nuestra fortuna al azar de los
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vientos que la suya combatan; y el hambre asomó su faz lívida
por sobre toda la haz del pueblo. La rendición, de hecho, estaba consumada. La resistencia al Plan Wilson primero y al Plan
Harding más tarde, fueron supremos esfuerzos de nuestra voluntad patriótica; el detentor lo sabía y continuó apremiando,
dándole al torniquete. Lo demás, ya lo sabéis.
Yo no puedo afirmar aún que el dolo existe en esta obra de
agotamiento económico con tales visos de premeditada y ajustada a un plan. Pero yo digo: o hubo la prodigalidad, el desperdicio, la ineficacia, sin provecho para sus autores, y tales tachas
no pueden haber sido hijas de una crasa ignorancia, sino de un
sistema; o el peculado batió allí sus alas negras y metió su torvo
pico en esas aguas turbias para pescar en ríos revueltos. Como
ningún documento a la mano me permite afirmar esto último,
aunque la ladina suspicacia popular lo haya con grande insistencia apuntado, y hasta vociferado, debo presumir lo otro. Y
he ahí un dilema: o prodigación o infidelidad. Y en uno u otro
caso, he ahí el dolo.
***
Un tercer continente, múltiple cual lo dije, fue este: la irresponsabilidad absoluta de esa administración exótica, su incomprensión del medio y su desdén para estudiarlo, y los elementos logreros, los aventureros de espada o de copa, ávidos de oro
y ebrios de parranda, que en todas las expediciones de conquista se alistan para tentar fortuna u ocupar sus ocios. Audaces a quienes la solidaridad de la mala causa deja impunes.
Aquí, en los días de la alimentación controlada, se murmuró mucho de manejos impuros y aún de sobornos de agentes forasteros; se habló con insistencia del negocio de la harina y de componendas con el agio que pugnaba por levantar figura de ricachón
sobre las ruinas de la miseria pública; y antes o después, de
sumas enormes desfalcadas por alguno que, sin embargo, fue
Torquemada irreductible en la Comisión de Reclamaciones.
Tres nombres, los tres americanos, de ausentes hoy los tres, eran
objeto de la pública animosidad. Pero la Censura estaba en pie, la
inquisición de las cortes marciales funcionaba con más actividad y
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ensañamiento que los tribunales de la Convención Francesa, y
la murmuración no se atrevía a alzar el gallo, contentándose
todos con protestar en familia. El Gobierno Militar habría dejado caer su guantelete de acero sobre quien hubiese denunciado a algún agente suyo sin probar… y … aún probando, pues
bien que no obrasen éstos con anuencia superior, eran, por
solidaridad de raza y lengua, de conquista y autoridad, inmunes. Y he ahí el dolo, caso de ser probable lo hasta ahora
improbado: la impunidad que cubría con manto protector todo
eso. La falta de responsabilidad y de sanción; de investigación y
de haber parado en seco aquellos potros desbocados.
Y de toda esa gestión cuya causa primera radica en el tardo
de Órdenes Ejecutivas, Resoluciones, etc. que el Plan-tratado
quiere cohonestar y el Tratado de Ratificación cohonestaría,
ha de encontrarse el imborrable rastro en dicho fárrago. Fuerza es, pues, estudiarlo con todo ahínco y sanidad de intención antes de aprobarlo. Porque no ha menester
cohonestación lo que es honesto, y en toda convención lo
deshonesto es dolor, y el dolo es invalidador de los tratados,
cuando fuere aquel evidente.
De entre las muchas reservas de los autores en esta materia
del dolo, he aquí lo que en sus opiniones he espigado: “No
cabe duda alguna sobre el derecho que, descubierto el fraude,
asiste al Estado engañado para denunciar el tratado y considerarlo inexistente…” (Bonfils, pág. 491) “Para que el error o el
dolo sean causales de nulidad, es preciso que sean evidentes”…
(Diez de Medina, pág. 253).
***
Además de las causas de posible dolo arriba enumeradas,
puede hallarse otra, en la cláusula 9ª del Plan o Entendido. En
ésta se subordina la elección del Ejecutivo definitivo a la previa
aprobación del Tratado de Ratificación por el Congreso, y a haber votado el mismo la Ley de Validaciones. Cuéntase aquí con
dos eventualidades en contra del débil contratante, para obligarle a suscribir el Tratado ratificador o volver el que lo impone a su anterior y franca situación de un Gobierno Militar. La
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primera, que los representantes sean hombres de honor y no
aprueben el Tratado, mientras los partidos, en un hervidero
de pasiones, los constriñan a aprobar para ellos poder entrar
en juego en la elección de un presidente, proceso tan delicado y peligroso, que en él puede fracasar todo; y la segunda, que
ese trance penoso haya pasado con toda felicidad, o pase con la
exótica ayuda, si hubiere gresca, para que el Presidente firme el
Tratado y puedan retirarse del país las tropas extranjeras; lo que
acaso no esté aún en su mente, en realidad de verdad. Miren
ustedes qué dos subordinantes más aleatorias, más erizadas del
peligro de un fracaso tal… ¡Dios nos tenga de su mano!
Bajo tales auspicios, ¿podría existir jurídicamente el Plan
Hughes-Peynado?
(c) Violencia moral y física
Digan lo que dijeren los publicistas sobre la escasa validez de
la violencia como causa de nulidad de los tratados, debido ello a
la dificultad de su demostración, cuando ésta es evidente, no
puede ser negada.
Es tan manifiesta la violencia ejercida en nuestro caso, el
cual por salirse de todo lo prescrito en los autores tiene un
aspecto único y peculiar, que si no por la regla general, por la
excepción que él constituye resulta aquí, para la validez, de un
valor negativo incontestable la violencia. La moral, si se quiere, y
la física sin discusión.
El Plan-contrato es la consecuencia directa de la Ocupación,
y la tal Ocupación actuaba aquí, ejerciendo su presión de hierro sobre los ánimos. El Plan Hughes-Peynado vino para ser
impuesto, y esa incompletísima aprobación que ha tenido del
pueblo se debe ante todo al rendimiento por la penuria de
que antes he hablado. Lo espíritus, lasos ya de voluntad, incapacitados económicamente para la lucha de anteriores días, y
soñando en reponerse a la sombra del gobierno propio que
cada cual cree a su partido próximo a asumir, se han transado
de mala gana, sabiendo en su interior que realizan obra de
vencimiento y no de convicción. Basta recordar con qué explosión de duda e indignación acogieron ese mismo Plan, cuando
de improviso y escueto los sorprendió él a todos una prima
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noche, publicado por Mr. Russel en hoja suelta. Se dijo (y quien
lo dijo a la puerta del Fausto, un deudo muy cercano del coautor, mucho que lo sabe) que fue aquella una versión de oídas de algún periódico extranjero mal informado. Otros lo creyeron apócrifo. Y hasta hubo ¡oh la pasión y la injusticia de
nuestros políticos aún en el cautiverio! que era la obra insidiosa de algún nacionalista. El desmayo de una noble esperanza
empezó esa noche su obra desmoralizadora. ¡Y entre tanto la
Esfinge, la Ocupación, callaba!
Mas llegaron al cabo los representativos con el mamotreto, y
se dieron a la superflua tarea de explicarlo al pueblo: ¡ese Plan
era aquel mismo de la noche de marras! No había él menester
de explicaciones. Se las daban para decirle en realidad, no que
era bueno, sino que era la postrera tabla de salvación… Asirse a
ella o lasciate ogni speranza. Y la Esfinge callaba, y su silencio era
confirmación. Y las ansias políticas, y los apuros económicos, y
el deseo de salir del que todo lo iba copando, del que nada
dejaría para el criollo, si continuaba dictando órdenes ejecutivas y contrayendo empréstitos, hablaban al oído frases de un
egoísmo sórdido. Y la rendición fue. Fue…, porque la mole
inconmovible de la Esfinge, hacia la cual convertían los débiles
de corazón la ruin mirada, se mantenía firme, impávida,
hierática, como diciéndoles: “¡Aceptad o llegaré a tomarlo
todo!”. Y los políticos dijéronse, pálidos y angustiados, como
Alejandro de Macedonia cuando, de muchacho, oía referir en
la escuela las diarias conquistas de su padre Filipo: “¿Pero es
que mi padre no me dejará a mí nada para yo conquistarlo?” Y
se rindió la gente. La violencia moral –inmoral sería el vocablo
propio–, realizó su obra. Sin embargo, esta violencia moral es de
igual índole que aquella otra física, que trae a cuento Fiore,
justificando su validez: “Otra cosa sería si la violencia hubiera
sido verdaderamente física, esto es, si la persona que suscribió
el tratado hubiera sido obligada a ello con actos exteriores que
le quitasen la libertad y la tranquilidad de juicio; tal sucedería,
por ejemplo, en el caso en que a un rey prisionero le hubiese
obligado el enemigo a suscribir un tratado por el que cediese
una parte del territorio, como sucedió al rey Juan, cuando cayó
prisionero de los ingleses en la batalla de Poitiers, y fue obligado a suscribir un tratado por el que cedía sus provincias tratado
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que no fue después reconocido por los Estados generales”. El
autor olvidó el caso de Francisco I, prisionero de Carlos V en
Madrid, tras la pérdida de la batalla de Pavía, en que “todo,
menos el honor, se había perdido”, caso que refiere así un
historiador: “Enfermo de pesar, Francisco I pensó abdicar a
favor de su hijo para que su enemigo no tuviera ya preso al
rey de Francia; mas en vez de persistir en tan acertada resolución, firmó un tratado desastroso (1526), después de haber
protestado secretamente contra una violencia moral que, en
su mente, anulaba los actos del cautivo. Sea como quiera, Francisco cedió a Carlos, bajo reserva de homenaje, la provincia
de Borgoña, etc…” “Así que se vio libre Francisco, se negó a
ejecutar el tratado de Madrid, y los diputados de Borgoña
reunidos en Coñac, declararon que no tenía el rey derecho
para enajenar una provincia del reino cuya integridad juró
en su consagración”.
¿Y no es, por ventura, éste el caso nuestro? ¿No somos prisioneros de la Ocupación Americana? ¡Ah!, si como Francisco I y
el Rey Juan pudiésemos anular luego el Tratado!
Y vendrá aún otra violencia, cuando se discuta en el Congreso la aprobación del Tratado de Ratificación y la Ley de Validaciones. Entonces quizás veamos realizado aquí este párrafo que
trae Diez de Medina: “Igualmente nulo sería el contrato si, como
en la dieta de Polonia, la ratificación de la Asamblea fuese arrancada haciéndose rodear de tropas el salón del Congreso y amenazando a los diputados con la muerte o la prisión”.
***
Y aún hay más. Yo pretendo que en los jefes de partidos se
ejerció también verdadera violencia, que sea física, que moral.
Yo les he censurado acerbamente en más de una ocasión
por su actitud medrosa desde que se inició la Intervención,
pues árbitros de la República como lo fueron, tenían mayor
deber de patriotismo, riesgo y sacrificio, y en cualquier país de
sanción se habrían gastado para siempre ellos y los Desiderio,
los Alfredo Victoria y otros que, siquiera, no se han desdorado
en este Pacto.
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Pero no dejo de convenir en que, no obstante, no dormían
en lecho de rosas: el detentor les tenía el ojo encima. Quizás
acudieron más de una vez a su llamada por temor de mayores
ojerizas a su débito. Para instarles a ir a Washington también
fueron algunos llamados; súplicas del que manda son mandatos. Ya en Washington, la presión moral debió de ser muy comprometedora para ellos. Pues ¿cómo zafarse? No haber ido.
Fuérales más fácil resistir aquí. Y cuando regresaron, no se sintieron al principio tan animados como el coautor del Plan a
hacer la prédica. Alguno se internó de primera intención en
sus montañas, y de allí le sacaron sus secuaces. ¿Se escondía?
¿Oía una voz este hombre, que nunca fue un malvado, oía una
voz: “Caín ¿qué has hecho de tu hermano?” Después ha reaccionado, lo cual le honra menos que haber permanecido rezagado y que los suyos hicieran por él, si le querían. Tal le habría
yo aconsejado, y a esto habría invitado a mis conmilitones, de
haber sido un su secuaz de viso. Así no se dijera, con razón
fundada, que la ambición le mueve y le malea. El afán de la
presidencia ha echado a perder aquí estos tres hombres, de
indiscutibles dotes o buenas cualidades: Horacio Vásquez, Federico Velázquez y Fco. J. Peynado. ¿Cuántos se perderán aún?
Soy rudo, franco, severo, pero imparcial y justo: me debo a
mi sinceridad.
Violencia…, violencia ha habido, física o moral, colectiva y
personal en esto del Plan-tratado. La ha habido y aún la habrá.
Y esta violencia, y aquellos error y dolo, invalidan el Plan
Hughes-Peynado.
B. Causa u objeto ilítico
Para quien, con una superficialidad de criterio rayana en simplicidad de rústico campesino, o de hijo del pueblo de cortísimo
alcance, considerara el objeto o causa del Plan Hughes-Peynado,
éste no sería otro que el restablecimiento del gobierno propio
en el país, iniciado con un Presidente Provisional instalado en el
Palacio del Ejecutivo, bajo la égida de la bandera tricolor de Febrero y de Agosto. Y en efecto, esa es la parte externa y decorativa del Plan, la destinada a impresionar a las sencillas gentes y
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ganar su inconsciente voluntad. Después vendría para ellos lo
otro: la vuelta a las pasadas familiaridades con los jefes, la coparticipación proporcional de cada quisque en la cosa pública criolla,
el cubierto en el presupuesto o los gajes del oficio de condottiere,
de sicario o de mesnadas. Porque no vais a hacerme creer ahora,
vosotros los ultra optimistas en materia de conciencia nacional,
que esta prenda preciosa de los pueblos libres existe entre nosotros en el momento de nuestra historia que alcanzamos. Pues de
que no exista tiene la culpa precisamente eso; haber tomado
siempre la vida nacional, austera y noble en sí, como vulgar trágico-cómica parranda, de danzar macabro, cascabelear de carteras y entorchados, y mezquinas o pingües granjerías.
Pero no hay nada de ese intento sano, de ese altísimo y solemne inaugurar en lo que es tan sólo una decoración, apariencia falaz, simple pretexto. Es el soberbio traje con que asiste al baile la Comadre Muerte, en cuyo único honor se da la
fiesta. Son huéspedes y convidados los demás. Si reparáis en
ella, veréis entre sus galas, allá arriba, la horrible calavera, las
cuencas hoy vacías de los que fueron ojos, y la espantosa mueca
de la boca desdentada que se ríe, se ríe de todos y de todo; es
la ilícita causa, el proditorio objeto del Plan Hughes-Peynado:
el Tratado de Ratificación.
El Plan-tratado, el endémico Entendido no es un plan de desocupación, menos aún de liberación. Es aquel brazalete que,
no sé donde lo he leído, se ponía o aún se pone en ciertos
países a la esposa-esclava en señal de pertenencia de su dueño.
Para ser plan, en la acepción exacta del vocablo, bastábale haber trazado una norma, un propósito o un modus operandi metódico, ordenado. Ya lo he dicho antes.
El Tratado de Ratificación, y su secuela, la Ley de Validaciones, o
peor aún, de Recogimiento de Validez; he ahí el único objeto, la
causa esencial y única del llamado Plan, su objeto y causa ilícitos.
He de decir por qué, pues esta mi tarea es de demostración, y de ella no puedo dispensarme, aunque me repita. Las
Órdenes Ejecutivas, Resoluciones, Empréstitos, etc. propuestos para reconocer su validez, son aquellos que, con excepciones, dejan empeñados los más preciosos recursos del país, los
que sirvieran para desenvolver sin trabas los naturales dones de
su suelo y su vida económica en el porvenir. Derechos por tercero
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extraños ya adquiridos, despojos ya consumados, limitación de
aguas, impuestos agobiantes, enajenaciones del dominio público, rémoras sin fin y obstáculos a la pequeña propiedad, fuente de distributiva riqueza que hizo próspera a Francia. Empréstitos enérgicamente desautorizados por el país, los cuales a la
cadena financiera que arrastrábamos ha añadido, contra nuestra expresa negativa, fuertes e innumerables eslabones, largos
plazos a la efectiva redención; sometimiento eterno, en muchos puntos, a la soberana voluntad ajena. Cohonestar de
dispendiosas inversiones de los dineros nuestros, las cuales llevaron a los empréstitos forzados… Eso es el Tratado de Ratificación. ¿Puede ser causa lícita y honesta de convención ninguna
tal acumulación de iniquidades?
“Todo Estado debe respetar aun las condiciones onerosas y
los compromisos cuya ejecución hiera su amor propio. Un Estado puede considerar, sin embargo, como nulos los tratados
incompatibles con su existencia o con su desenvolvimiento”…
“Puede exigirse de un Estado que ejecute los compromisos
onerosos que ha contraído; pero no podrá pedirse que sacrifique a la ejecución del tratado su desarrollo y su existencia”; …
“La obligación de guardar fielmente los tratados tiene sus límites. Los convenios sólo tienen un valor derivado, se fundan en
el derecho necesario y original de los Estados a existir y a desarrollarse; no pueden, por tanto, tener valor alguno si no son
compatibles con la vida del Estado”. (Bruntschli, citado por
Fiore). Y el propio Fiore, por su cuenta, afirma “que si varían
las circunstancias en las que se concluyó el tratado, o una vez
reconocido en la ejecución del mismo que lo convenido o pactado impide el desarrollo de la vida moral o económica del
pueblo, puede la parte perjudicada pedir la anulación del
acuerdo…”
Mas apartémonos un momento de éstos, los efectos de un
atentado internacional, en su peculiar modalidad sin precedente histórico, efectos que se hacen objeto ilícito de un tratado,
para ir a la causa misma del Tratado de Ratificación, de la Ley de
Validaciones (o de reconocimiento de validez), y del peregrino
documento que se incluirá entre los más infaustos hechos de
nuestra historia con el pomposo nombre de Plan de liberación, o
el solapado de Entendido de Evacuación, de (¿) 1922 (?). Esa causa
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ilícita y deshonesta, ese inicuo atentado, único en su género,
por su peculiar modalidad de uno y múltiple, monotipo y proteico, que comenzó Intervención, continuo Ocupación, siguió
en usucapción violenta, actuó como en conquista, realizó
usrpación tributada y retribuida, es lo que hasta ahora ha constituido la autoridad exótica que se ha denominado Gobierno
Militar y ha realizado atropellos, muertes, condenas aflictivas,
exacciones, despojos y una legislación espuria e indocta.
Esa causa ilícita es la que, por sinécdoque (tomando una
parte por el todo) llamaremos Intervención, consagrada legítima en el Plan-tratado, llamado Entendido, y en él propuesta para
la Ratificación, por el hecho de legitimarse en éste sus efectos
y reconocer aquél en el articulado su existencia jurídica, de la
cual es consecuencia.
La Intervención es un atentado al Derecho Internacional
Positivo y Natural. ¡La Intervención! Contra ella se pronuncia
por regla general la doctísima opinión de los autores; a ella, y a
su sucesora inmediata, la Ocupación Militar, se le niega en absoluto todo derecho a legislar en el país intervenido, fuera de
las providencias necesarias para mantener la administración,
en un sentido restringido, y el orden público, en el valor jurídico extenso de esta frase. La ocupación militar es un hecho
de guerra, y jamás estuvimos en guerra con EE. UU. Luego, ni
siquiera a tales providencias alcanzaba su derecho.
Validar los efectos de la Ocupación es validar la Ocupación.
Cuando aplaudís la obra, ¿no es al autor al que aplaudís? Aceptar los efectos ¿no es cohonestar la causa? Y cohonestarla, ¿no
es darla por buena y legítima en principio, ahora y para después? Quien hizo un cesto ¿no hará un ciento?
¿Y puede ser causa lícita de un tratado cualquiera lo que es
atentatorio a la independencia de la Nación, y contrario a los
universales principios del Derecho Internacional positivo y especulativo?
No quiero extenderme más en este punto ahora, deteniéndome a considerar en todos sus aspectos el doble problema de
la Intervención y la Ocupación Militar, tan injusta y cruelmente sufridas. Aquí concluyo declarando nulo y sin valor jurídico
alguno el Plan-tratado denominado Plan-Peynado, y el Tratado
posterior, su criatura. Hablen decisivamente los autores: “No
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podrá, pues, decirse que sea materia lícita de contratación el
obligarse a hacer una cosa contraria al Derecho internacional,
a los preceptos de la moral o a la justicia universal. Esto no
deberá considerarse moralmente posible, porque nadie puede obligarse a hacer cosas contrarias a la ley internacional o a la
ley natural”. “Los tratados, dice Hautefeuille, que contienen la
cesión o el abandono gratuito de un derecho natural esencial,
es decir, que sin él no puede una nación ser considerada como
Estado, como sería, por ejemplo, su independencia total o parcial, no son obligatorios”… “La razón de la ineficacia de las transacciones de esta especie está en que los derechos naturales
son inalienables, o, para servirme de una expresión del derecho civil, están fuera de comercio”. (Fiore), “Bruntschli es de
la misma opinión, y agrega: que son nulos los tratados contrarios a los principios necesarios del Derecho Internacional”… “Sin embargo, el derecho de conservación autoriza a los Estados a romper un tratado que pudiera llegar a ocasionar su ruina o el
aniquilamiento de sus derechos esenciales”. (Diez de Medina)
***
Y aquí termino este extensísimo capítulo III que trata de las
que denominé Generales del Plan y son casi todo el folleto. Poco
me resta que decir del Plan mismo en detalles. Pero lo haré
someramente en el capítulo siguiente.
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ESCRITOS SELECTOS
IV
El Plan en sus detalles
Dos puntos quiero tratar, ya tan sucintamente como lo permite la extensión que ha ido tomando, sin darme yo cuenta de
ello, todo lo anterior. Estos dos puntos son: la causa §1º. Intervención, Ocupación, etc.; y el efecto; §2º. Las cláusulas del Plan.
Sin Intervención, atentado inicial de este doloroso proceso,
no habría habido Ocupación Militar, que ha sido su prolongación indefinida, y sin Ocupación Militar, no existiera ese pesado fardo de Órdenes Ejecutivas, Resoluciones, Empréstitos, etc.
que gravitará en sus resultados por los años de los años sobre
esta asendereada vida nacional nuestra, la más pródiga que jamás haya habido en desventuras, contratiempo y pasos regresivos. Y como sin el empeño tenaz del usurpador en dejar a nuestro cargo los efectos de su culpa, y asimismo en mantener sujeta
a su albedrío esa muy relativa y menoscabada independencia
que a la postre nos quieran conceder para exclusivo beneficio
de sus gozadores sin escrúpulos, los políticos de oficio, no habría habido Plan Hughes-Peynado, o Plan esclavizador, de aquí
que Intervención, Ocupación, actuación administrativa, legislativa, ejecutiva, y no pocas veces draconiano-judicial del Gobierno Militar, y Plan Hughes-Peynado, sea todo uno y lo mismo, y deban ser en junto objeto del presente capítulo.
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§ 1. Intervención, Ocupación Militar, etc.
Pero Intervención y Ocupación son dos hechos distintos completamente en Derecho Internacional. La primera es la violación de uno de los derechos fundamentales de los Estados en
sus mutuas relaciones; el derecho de no-intervención; y la segunda es un hecho incidental o derivado de un estado de guerra
entre dos o más naciones, y un hecho deliberado de una nación fuerte sobre otra débil, o continuador de una Intervención. Tratan la una los publicistas en un libro o parte de los
consagrados a los Estados como personas jurídicas o sujetos del
Derecho Internacional Público. La segunda tiene su lugar en
el Derecho de acción que es la Guerra, parte o libro muy distinto
del anterior. Aquella, cuando, según por regla general ocurre,
es un hecho transitorio, y no se complica con ocupación militar
subsidiaria o subsiguiente, tiene un propósito oculto y egoísta,
y otro visible que le sirve de pretexto. Generalmente es rápida,
de corta duración, y algunas sólo han sido lo que en los últimos
años han calificado EE. UU. de expediciones punitivas, denominación nueva, aunque la cosa fue frecuente y es ya antigua,
antiquísima. No tiene tiempo de convivir y no concurre en realidad con las actividades de la jurídica vida nacional del país
intervenido. Actúa fuera de ellas como un cuerpo extraño, y
aunque no pocas, por sus atropellos, engendrarían, por lo
menos ante el derecho natural, reclamaciones de indemnización de todo género, no suelen esas generar derechos adquiridos
a su mortífera sombra, como a la sombra letal de las ocupaciones
militares se producen. Antes bien, algunas han realizado, aunque esa no fuera inicialmente su intención, una gran obra. Tal
fue la de Inglaterra en Portugal, en 1826, para salvarle su independencia amenazada por España; la de Inglaterra, Francia y
Rusia en el debate de Grecia con Turquía, que culminó, tras la
batalla naval de Navarino, en la independencia de ésta, casi
casualmente y cuando a otra cosa se encaminaba la expedición, cual ocurrió con el descubrimiento de América; la de las
grandes potencias en Bélgica, para liberarla también, en 1830;
y entre otras más, la intentada en Cuba por EE.UU., que provocó la guerra hispano-americana y la suspirada emancipación
de la Isla de su madre-patria.
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La ocupación militar, en cambio, que en muchas ocasiones
sigue a la intervención, pero que las más de las veces es un
hecho de la guerra, o consecuencia de la misma, suele ser
mucho más dura para el país, acarrea verdaderas consecuencias, porque se inmiscuye más, se infiltra por todos los resquicios de la vida orgánica nacional, se alarga, se extiende o se
encoge, como un verdadero pulpo, y deja luego su indeleble
rastro. La primera es uno como brutal y pasajero amante, que
en veces enamora y más frecuentemente engaña, viola estupra,
pero se aleja luego, y de sus abrazos se borra al fin la huella;
mientras que la segunda es un marido impuesto, más o menos
durable, como aquéllos que en ocasiones se obligaba a tomar a
las nobles en la Revolución Francesa o el Imperio (y ha debido
ocurrir ahora también en Rusia) para humillarlas y probar su
conversión a la causa del pueblo; el cual marido engendraba
luego hijos plebeyos en madre linajuda, y creaba derechos o
lazos que ni el divorcio posterior extinguía nunca del todo.
Para mi objeto, debo tratar separadamente estos dos hechos,
en su naturaleza y en sus consecuencias en nuestra tierra
infortunada.
A. Intervención
Es de las materias más discutidas y más contradictoriamente
tratadas por los autores. Grosero hecho de fuerza del poderoso
contra el débil, trae casi siempre puesta una máscara que oculta su verdadero rostro, su intención artera. Aunque suele en
ocasiones crear una obra hermosa, acaso a su pesar, cual lo hemos visto ya, es un abuso de cañones, violador de un derecho,
el de no-intervención, que es también un deber. Un derecho
pasivo y un deber activo. Contraria a la independencia de los
pueblos, sólo cuando fuera colectiva sería ya admisible, si por
los fueros de la justicia y la razón viniera. Intervención tal vez
del porvenir, cuando llegue a ser verdad tangible la solidaria
asociación de las naciones y cumplan así éstas los altos fines
de árbitros y tribunales de ellas mismas para el bien de todos
y el imperio del derecho establecido en medio de la paz del
mundo.
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Es opinión sentada que en toda obra de arte deja el autor
impreso su temperamento. Un poco de lo mismo va a convenirse al cabo que ocurre en la de ciencia. De su temperamento
o de su condición. Todos los grandes publicistas (cuando no
son pobres copiladores) son hijos de países fuertes, los cuales
países han realizado intervenciones y ocupaciones militares y
también, en la adversidad, las han sufrido.
De ahí esas infinitas contradicciones consigo mismos, en que
el pensador se sobrepone al hombre de su tierra y de su tiempo, o el hombre éste al pensador. Dicen de ambas y se contradicen de tal suerte en opiniones, que de ellas los más discretos,
tras citar las de todos, y los mil casos de intervenciones ocurridas desde épocas remotas, quédanse sin ninguna para su uso
particular. Pero concluyen al cabo con algunos principios, y éstos
son:
Debe admitirse además como máxima incontestable, que
es un deber que no sufre excepción alguna el de no entrometerse en los asuntos interiores de otro país, el de no discutir ni combatir sus instituciones políticas con ningún fin
ni bajo pretexto alguno.
Cada Estado tiene el deber pleno y absoluto de no ingerirse en todo lo que concierne a los asuntos constitucionales
de otro país ni al ejercicio de los derechos de soberanía
interna.
El deber absoluto de no-intervención en los asuntos interiores de otro país, debe entenderse limitado a todo aquello que puede considerarse como una cuestión de derecho
constitucional y un ejercicio de los derechos de Soberanía,
con arreglo a los principios del derecho común y del derecho natural internacional. (Fiore)
Y desde luego, no hay derecho de intervención, como
dicen ciertos autores, porque no hay derecho contra el derecho. El derecho es la independencia; la intervención es la
violación de la independencia. No puede existir el derecho
de violar un derecho absoluto. (Pradier-Fodéré)
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En resumen, del principio de nacionalidad, se deriva
como consecuencia el principio absoluto de la no-intervención… En todos los casos es permitido augurar que, descartada Turquía, que ha aceptado de Europa la garantía de su independencia, el sistema de la no intervención
parece prevalecer generalmente en las relaciones políticas
de los Estados entre sí. (Calvo).
Intervenir en los negocios de otro, sin haber sido invitado para ello, no constituye el derecho de ningún Estado.
Hablar de un derecho de intervención para reivindicarlo
o para rechazarlo es abusar de la palabra derecho. Es el
deber de no-intervención lo que se impone a todos los
Estados. El pretendido derecho de intervención no ha
sido imaginado sino para paliar, con sutiles argumentos,
verdaderos atentados cometidos por los Estados fuertes contra los Estados débiles. (Bonfils).
Pero como se define así la Intervención: Toda ingerencia de uno
o más Estados en los asuntos internos (y exteriores, agregan generalmente los más) de otro Estado, a lo cual todavía añade alguno,
precisando en lo que toca a la Intervención no solicitada ni favorable al intervenido; contrariamente a la voluntad de éste; y concluyen todos por convenir en que, a pesar de lo absoluto del principio de la no-intervención, hay que reconocer en él casos de
legítima excepción, tales como la defensa del país que interviene, la liberación del intervenido, los derechos de humanidad y de justicia universal, etc., he aquí lo que en definitiva
expresan a tal propósito los mismos autores transcritos: “Lo que
me parece más difícil, es decidir si la violación del derecho
natural de los Estados puede legitimar la intervención para
defender el derecho mismo”. “Es indispensable una sanción
seria y eficaz del derecho internacional, si se quiere que la ley
ocupe el puesto de la arbitrariedad, y que la mejor razón no sea
la del más fuerte; pero no hallo, en verdad, una sanción más
segura ni más sólida que la de la intervención colectiva de todos
los Estados que viven en sociedad de hecho, a condición de
que la intervención no tenga otro fin que el de impedir las violaciones del derecho internacional, que es la base de la seguridad
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y de la tranquilidad de todos”. (Fiore). “Todas las naciones tienen derecho de emplear la fuerza contra aquéllos que violen
directamente las leyes de la sociedad misma”.
Si hubiere, pues, en cualquier parte una nación inquieta y malvada, siempre dispuesta a perjudicar a las otras,
a suscitarles obstáculos y trastornos interiores, no hay duda
que todos tienen derecho de unirse para castigarla y aún
para reducirla a la impotencia de causar perjuicios.
(Vattel, citado por Fiore).
Armada o diplomática, la intervención en los negocios
interiores de un Estado es una violación manifiesta y culpable de la independencia de ese Estado, y debe ser absolutamente condenada, sin que nada pueda justificarla, a
no ser la necesidad de defenderse a sí mismo (el que interviene) de peligros inmediatos, serios, ciertos, pues en estos
casos, el derecho de conservación propia debe privar sobre
el respeto a la independencia de otros. (Pradier-Fodéré).
Calvo, al primero de los dos principios arriba trascritos agrega: “pero este (el principio de no-intervención) no excluye entre
las naciones el derecho de apelar a la ayuda de otra, cuando a
estas faltaran fuerzas suficientes para defender su independencia o reconquistar su autonomía de una nación extranjera”.
(Calvo, p. 352, tomo I).
La generalidad de los autores reconoce a un Estado el
derecho de socorrer a un pueblo que pide asistencia contra
la tiranía que lo oprime. Vattel invoca a Hércules. M.
Arntz mira como legítima la intervención cuando hace de
tirano un poderoso, cuando un gobierno viola por excesos
de crueldad los derechos de la humanidad, derechos más
respetables que los de independencia y de soberanía. Pero
un Estado aislado no podría arrogarse este derecho. La
intervención debe ser colectiva, ejercida por el mayor número de Estados civilizados, reunidos en un congreso para
tomar una decisión. (Bonfils, pp. 173-174).
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En este último caso deben incluirse las infructuosas intervenciones de las potencias en Turquía, a favor de los armenios y
sirios cristianos, objetos de matanzas por intolerancia religiosa,
caso contra humanidad antes que de violación del libre culto.
***
Generalmente establecen los autores estas clases de intervención de hecho, realizadas hasta ahora. A saber: En materia
financiera, en la política interior de otro Estado, en una guerra civil, en materia religiosa, en la constitución social (Bonfils);
a las cuales agregan otros: para el mantenimiento del equilibrio; en reclamaciones desatendidas de un Estado; en ejecución
de cláusula de un Tratado; por humanidad, por la causa de la
civilización, por violación del derecho internacional mismo
(Pradier-Fodéré), y para auxiliar a pueblos en su independencia, contra sus tarifas, etc., cuando lo piden. Y para defenderse
a sí mismo un pueblo, en virtud de su conservación propia, de
posibles riesgos que corra por el flanco débil de otro vecino.
Como de todos estos, sólo se relacionan tres con nuestro
caso, que son el financiero, el de guerra civil y el último tal vez,
voy a concretarme a éstos para demostrar su absoluta carencia
de fundamento en lo que toca a nosotros y al derecho mismo.
Pues no hay que olvidar que esos casos de excepción al principio de no-intervención no son todos aceptados en la doctrina, y
los que lo son, con grandes reservas, resultan impugnables en
la mayoría de las ocasiones.
(a) Causa financiera de intervención
Celebramos en 1907 con EE. UU. una Convención con motivo de la consolidación de la deuda exterior, toda ida a favor, o
a manos, o al cuidado del Gran Pulpo. Salvo que exista alguna
cláusula secreta en ese instrumento, desconocida del pueblo
soberano, y por lo tanto nula, ninguna de las que integran el
tratado autoriza, sino leyendo acaso entre líneas o por una sutilidad insostenible, la intervención que hemos sufrido.
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Fuera de eso, y aunque no tengo yo a la mano en la materia
dato alguno cierto, se ha alegado en todos los tonos en la prensa
que jamás dejamos de cumplir sus cláusulas, y que los compromisos de la deuda se observaban a cabalidad. Nadie lo contradijo.
Pero yo quiero conceder que hubiera cláusula, expresa o
aun secreta, llegando a suponer lo absurdo, y falta de pagos a
tiempo, que autorizaran el hecho odioso de la Intervención. ¿Habría derecho a ello, en la pura doctrina? Nunca. Sólo el abuso
del fuerte ha podido realizarla, por la impunidad que su fuerza le asegura. Quiero aquí probarlo, y para ello no he de acudir
a otra fuente que a la propia autoridad de los autores, que con
tanta frecuencia suelen inclinarse a lo ineludible de la violación del principio absoluto, como buenos hijos de sus patrias
fuertes. Helas aquí. En las páginas 117 y 118 de este folleto,
penúltimo párrafo, se hallan contenidas las razones por las cuales no podría ser objeto de una Convención la garantía de la
independencia del Estado. Allí figuran las opiniones trascritas
textualmente de los autores. La intervención es un atentado
brutal a la independencia y a la soberanía, derechos inmanentes, absolutos, inalienables de los Estados; la cláusula que autorizara una intervención sería una causa ilícita del tratado, y lo
haría virtualmente nulo. Agrego aquí esta opinión de PradierFodéré, tomo 1º, p. 606:
No es seguramente necesario recordar que la soberanía
de un Estado es inalienable; y así, toda restricción, aún
voluntariamente consentida por un Estado, de su propia
autonomía, es una enajenación parcial de lo que no puede ser enajenado, y por consiguiente debe ser considerado
como nulo.
Y esta otra, de Fiore:
Sería necesario demostrar ante todo, que el soberano
tenía el poder legítimo de enajenar mediante un tratado
los derechos que al pueblo corresponden, lo cual es indemostrable, porque la autonomía de un pueblo es inalienable e imprescriptible, y no puede ser objeto de convenios internacionales, como después demostraremos.
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A todo lo cual agrego yo, de mi propio discernimiento: Tal
cláusula en un tratado, en garantía del pago de una deuda
internacional, es de por sí tan nula como la que en un contrato civil estipulase la libertad individual del deudor en garantía, cual se usó en la Roma primitiva, o un trozo de su propia
carne, tal en el célebre contrato del Mercader de Venecia
con el sórdido Sylock, que el glorioso Shakespeare creó de su
facundia, o inmortalizó, si alguna vieja leyenda o tradición en
él rememorara.
***
Para garantizarse el pago de la deuda, ¿qué mayor seguridad que el embargo de las Aduanas que representa la
Receptoría? ¿No es acaso el empréstito un negocio? ¿Le hay sin
riesgo, por ventura? He aquí a Bonfils:
En teoría pura, un Estado no está autorizado a constreñir a otro Estado en pago de este género de deudas. Lord
Palmerston decía muy justamente en un despacho de enero de 1848: confiar sus capitales a gobiernos extranjeros,
suscribir a un empréstito abierto por un Estado extranjero,
es realizar una especulación financiera. El riesgo inherente a toda operación de este género se encuentra también en
toda suscrición a un empréstito de Estado. Los prestamistas deben prever la eventualidad de la insolvencia respecto
de un Estado, como respecto de un simple particular.
¿Y podría un acreedor, me atrevo a decir yo, hacer encarcelar o fusilar a su deudor, por retraso o incumplimiento cualquiera de su deuda? ¿Y no es un encarcelamiento éste que
hemos sufrido, una condena infamatoria; el que aún sufrimos
simuladamente; el que llevamos camino de seguir sufriendo,
por mor y virtud del Plan Hughes-Peynado? ¡Oh la justicia noble de los pueblos poderosos! ¡Oh el patriotismo de los
suscribientes de ese Plan!
Queda, pues, descartada esta causa ilícita de la Intervención en nuestro caso.
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(b) Intervención en caso de guerra civil.
La guerra civil es una calamidad pública, por regla general.
Sus consecuencias interiores y exteriores pueden llegar a ser
funestísimas, y el Estado debería responder siempre de los daños y perjuicios que ella causa y él no ha podido evitar; aun
cuando hay doctrina en contrario a tal respecto. Pero de todos
modos, es absurdo suponer que deba dicho Estado responder
con su vida, que es su independencia y su soberanía, de los
males de la guerra civil. Fuera de esto, guerras civiles las ha
habido santas. Son el verdadero contrapeso de las nefandas tiranías; representan, en principio, el derecho de protesta armada, consagrado entre los inmanentes en Derecho Constitucional. ¿Podría condenarse a un pueblo a eterno riesgo de
vilipendio y servidumbre propios, impuestos por sus malos hijos? Nunca. Entre los casos de intervención tolerada como simple hecho de excepción, figura el de acorrer a un pueblo que
se debate en guerra de facciones y llegue a solicitarla de ambas
partes; pero también figura el de socorrer con ella al pueblo
que gime bajo una horrenda tiranía de sangre y la demandare
a otros pueblos. ¿Y cómo va a negársele al país tiranizado el
derecho de recurrir primero a sus propias fuerzas para sacudir
tal yugo? Los daños que el país se causare a sí mismo, por sus
guerras civiles, o a terceros, Estados o individuos, daños materiales, no podrán justificar la Intervención en ningún caso.
La conclusión que es preciso derivar de estas consideraciones (contrarias a la Intervención por esta causa) es que,
cualesquiera que sean los acontecimientos interiores que
agiten los Estados, sean cuales fueren el carácter y la duración de estos acontecimientos, las potencias extranjeras
son incompetentes para juzgarlos y para poner a ellos un
término: pueden ellos ofrecer sus buenos oficios, dar consejos, proponer su mediación pacífica; pero no deben jamás
intervenir por la fuerza con ningún pretexto, ni el de la
humanidad, ni el del temor del contagio revolucionario.
(Pradier-Fodéré, tomo I, pp. 582 y 583).
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Y para darle a la culebra en la cabeza con el propio palo en
que antaño se enroscó, trascribo aquí también:
Cuando la guerra civil que desgarró los EE. UU. de
1861 a 1865, toda intervención extraña fue francamente
rechazada por el gabinete de Washington… La Francia
propuso a Rusia y a Inglaterra ofrecer sus buenos oficios y
su mediación amistosa. La proposición fue declinada.
(Bonfils).
Una intervención extraña nos obligaría a tratar a los
que la intentaren como a aliados del partido revolucionario, y a hacerles la guerra como a enemigos. Lejos de venir
a ser menos seria, la situación se agravaría, al contrario,
si las potencias europeas se pusiesen de acuerdo para intervenir. El presidente y el pueblo de los EE. UU. estiman que
la Unión, cuya existencia se hallaría entonces en juego,
valdría todos los gastos y todos los sacrificios de una lucha armada contra el mundo entero, si esta lucha se hiciese inevitable. (‘‘Instrucciones de M. Sewards a M.
Dayton’’, en París, 22 de abril de 1861. Citadas por
Pradier-Fodéré, p. 583, tomo I).
Y no digo más sobre este punto, después de tan categórica
demostración de nuestro derecho a la no-intervención por causa
de guerra civil.
(c) Por propia defensa del Estado que intervino
Los EE. UU. iban a romper ya lanzas con Alemania cuando
se inició la Internvención. Uno de los pretextos oficiosos que
se dejaron oír desde mucho antes fue la necesidad en que se
veían de cubrirse por este lado contra posibles tentativas de
conquista alemana que se apoderase por sorpresa del país como
una base de operaciones en el Caribe y el Canal, contra EE.
UU. Acaso presumían que su derecho de conservación, la necesidad emergente de cualquiera defensa futura, y el desamparo
de todo reproche universal en que el conflicto europeos dejaba estos pueblos débiles en aquellos días en que la atención
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mundial se concentraba en la conflagración, podría disimular
tal atentado, y aún cohonestarlo, si por azar la empresa resultaba acepta a la facción entonces en pugna con el poder constituido, o a este para ayudarse a consolidar contra la facción.
Todo era, desgraciadamente, presumible en tales casos en
paisecillos sin sanción propia cual éstos. Pero la excusa fuera
sólo ruin pretexto, de haberla así expresado, porque la vergüenza dominicana no se ha perdido jamás hasta ese grado.
Si hubiera sido ese un motivo, terminada la guerra mundial
con el descalabro de Alemania, cesaba el pretexto, y el abandono inmediato del país, pura y simplemente, hubiera sido la
consecuencia, a reserva de indemnizarle de los daños que le
causara su violenta usucapción. Remordida aún su conciencia
por el despojo de Panamá ¿no votaron sus Cámaras, a título de
indemnizar, aquella oferta de los millones la cual no aceptó
Colombia de primera intención, con dignidad y orgullo, que
no tengo ahora presente si depuso luego?
¿Es que aún quedaba y queda flotando en su ánimo el espantajo del Japón, y acaso de Inglaterra, los dos pueblos de
mejor marina, y soldados más templados que el americano, bien
que no sea este un mal soldado, aunque sí parece que inferior
marino?
Sea de todo ello lo que fuere, la razón y la justicia faltaban en
absoluto en aquel atentado que sólo las sutilezas doctrinarias del
gran publicista holandés Grotius y su escuela, funestísima en este
punto de la necesidad como derecho subsidiario del más amplio
deber y derecho de conservación de los pueblos, podrían justificar. Osadías del genio teórico que la práctica insolente de los
dueños del mundo se apresura a adoptar y erigir en credo inspirado de sus acciones ejecutivas; pero que la ecuánime justicia y
la razón mejor equilibrada de espíritus serenos recusa de plano
con estas u otras protestas:
Ocupar un territorio extranjero situado en región fuera
de las hostilidades, a fin de impedir que el enemigo no lo
invada a su vez, es aplicar a las naciones amigas las
consecuencias de la guerra, que deben ser restringidas a
los beligerantes. Apóyanse en una multitud de ejemplos
tomados de la historia, sin reflexionar que los hechos, por
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numerosos que sean, cuando son contrarios a la ley, la violan pero no la derogan. El derecho de la necesidad, dice
Hautefeulle, destruye en realidad la independencia de todos los pueblos pacíficos. Muchos son los argumentos de los
autores contrarios a esta doctrina. Admitir el derecho de la
necesidad, se dice, es excluir todo derecho permanente, toda
justicia inmutable; es invertir y extinguir todos los derechos.
¿Quién no ve, en efecto, que una vez admitido como legítimo
el derecho de la necesidad, se pueden excusar las injusticias
más manifiestas, las violaciones más odiosas de la independencia de los pueblos? (Pradier-Fodéré).
“Es un expediente imaginario por algunos políticos para ensayar legitimar las usurpaciones y lo arbitrario”. (Bonfils).
Mas, en el peor de los supuestos, cuando tuviera fundamento aquel recelo, y alguna excusa el atentado, ni siquiera en la
forma en que lo sienta, cual principio peregrino, el teorizante,
fue realizado aquí; pues véase cómo lo expresa su propio autor, con qué reserva de derecho para el pueblo atropellado:
Infiérese de ahí que es permitido al que hace una guerra justa ocupar un territorio situado en una región fuera
de las hostilidades. Tal puede ocurrir, sin causar por ello
daños irreparables, en presencia del peligro cierto, y no
imaginario, de que el enemigo invada él mismo dicho territorio; y a condición también de no apoderarse en éste de
nada que no sea necesario a la defensa; de no aprovechar,
por ejemplo, sino las solas ventajas topográficas del país,
dejando en él intactas la jurisdicción y el goce del propietario; en fin, a condición de tener la intención de restituir
el lugar ocupado a medida que la necesidad haya cesado.
(Grotius, citado por Bonfils).
“El hombre que se ahoga, dice con cierta ironía el pripio
Bonfils, ¿hállase obligado a examinar si es de su propiedad la
rama a que se agarra? Bastante es que, ya salvado, indemnice al
propietario”.
Empero, he aquí que a nosotros no nos ha abandonado todavía, y que lejos de indemnizarnos, somos nosotros quienes
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debemos pagar con la merma de nuestra soberanía y de nuestros recursos propios, con toda suerte de compromisos y despojos, la forzada y onerosa hospitalidad que el detentor se tomó,
no que le hemos dado.
No existe justificación posible para que hubiéramos sido intervenidos y ocupados por la problemática ley de necesidad
del pueblo yanqui, que en reciprocidad de ella, si nos deja, nos
dejará esclavizados, reducidos a la condición de Estado semisoberano y protegido.
***
Al amanecer del 15 de mayo de 1916 hicieron su solicitaria
y lúgubre entrada a la ciudad Capital, que aún se mantenía
silenciosas y cerradas sus puertas por la noche anterior y para
no presenciar aquel desfile ignominioso, las tropas americanas
que desde días atrás habían hollado el suelo de la Patria por las
playas de San Gerónimo; a cuyo arruinado y glorioso castillo
cúpole ahora en suerte presenciar aquel ultraje a todo un pueblo libre y soberano, ultraje que la naturaleza, por mediación
del mare nostrum, se encargó meses después de vengar, rindiendo el “Menfis”, bastión flotante de la obra de conquista, a los
pies de otro mudo y glorioso testigo de nuestras históricas hazañas, el también arruinado fuerte de San Gil. La Intervención
fue. Habíala precedido la Invasión.
Fue y duró hasta el 29 de noviembre del propio año, en que
la tristemente célebre proclama del entonces capitán Knapp,
lanzada al país desde el acorazado “Olimpia”, surto en la rada,
declaraba en estado de ocupación militar a la República, ya de
antes intervenida, a nombre de los EE. UU. de América; sin
tener en cuenta la existencia del gobierno legal del Dr.
Henríquez y Carvajal, que la proclama arrojaba del solio con
grosero menosprecio de las instituciones republicanas.
La Intervención se había extendido por todo el territorio, tras
una que otra escaramuza, de fácil victoria para el invasor, y los
trágicos incidentes e Villa Duarte, Polo Norte y otros. Perjuicios materiales hubo el país, pérdidas de vidas, naufragios de
su derecho, pero no pudo pretender el invasor que había ad-
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quirido ninguno, salvo, más tarde, el ascenso a Contraalmirante del capitán Knapp, por sus épicas hazañas (¿de Tartarín?)
en el país.
B. Ocupación militar
¿Tomó pie la Intervención en los débiles rozamientos con nativos, al extenderse en el país, o en los desafueros de su soldadesca sobre pacíficos ciudadanos, para considerar caso de guerra la ocupación militar que declaraba? No era presumible.
Cuando fue declarada la Ocupación reinaba una absoluta paz, la
de Varsovia. Un gobierno legal funcionaba sin erogaciones propias, porque la Receptoría, de orden superior, había suprimido la entrega de las unidades correspondientes al Presupuesto, y no hubo emolumentos para ningún nativo servidor de la
República, del Presidente abajo hasta el último portero de aquella
administración. Medida de represalia tomada contra la pacífica
pero enaltecedora resistencia del presidente Henríquez y su
gabinete a ceder fueros y prerrogativas de la nación. Y credencial que aquel alto y distinguido magistrado, que no cumplió el
período transitorio de su encargo por la interrupción violenta
del Invasor, debió de poseer todavía ante sus conciudadanos, a la
hora de reponerse el gobierno propio, para exigirlo éstos a los
autores del Plan como el único que, por conservar aún su calidad indiscutible de Presidente de jure, debía decorosamente
dirigir el actual Gobierno Provisional. Y esto así, no en galardón
de aquel, porque no es corona de rosas esa presidencia, sino en
desagravio de la majestad de la República.
***
¿De qué naturaleza es la ocupación militar que hemos sufrido,
y ésta que ahora sufrimos y sufriremos hasta el Gobierno Constitucional, según el Plan Hughes-Peynado, que también padecemos?
Los autores, por regla general, sólo se extienden a considerar, en su modus operandi y en sus efectos jurídicos, la que es un
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hecho de guerra. Pero hacen mención algunos de otras ocupaciones militares, reservando a aquella la denominación de ocupación de guerra (ocupación bélica). Cítanse ocupaciones militares no de guerra, la de Francia en Ancona (1832-38), y en
Roma (1848-70, a favor de la autoridad papal (en realidad para
tener la mano puesta en Italia), la de Bosnia y Herzegovina por
Austria (1878-1919), la de Chipre (1878-?) y la de Egipto por
Inglaterra, (1883-1922…), esta última tras la intervención de
las Potencias (1876-83), la de Corea por el Japón (1904-22…),
la de Cuba de 1906-09) y alguna otra; a las cuales hay que agregar la de Haití y la nuestra, y tal vez, antes de ahora, Nicaragua
y Panamá, semi-soberanos hoy, como lo seremos nosotros mañana con el próximo gobierno constitucional, en virtud del Plan
Hughes-Peynado, y lo será Haití después. De momento tenemos, Haití y nosotros, la ocupación post bellum, que es también
la ocupación militar denominada de guarnición, la cual a veces se
impone después de la paz al Estado antes ocupado, intervenido o
vencido, tal la de regiones diversas de Francia en 1815 y 1871,
y de Alemania, etc. actualmente. Porque el Plan HughesPeynado, en el supuesto de que hubo aquí guerra con EE. UU.
(sic) por aquellas escaramucillas antes aludidas y quizás la que
hiciéranle gavilleros y sectarios del Dios Olivorio, vendría a ser
ahora el Tratado de Paz (sic), y la situación que atravesamos la
Ocupación Militar de Guarnición, para garantía de cumplimiento
del dicho Plan-tratado (¡…!)
De todo lo cual se sigue que existen cuatro categorías de
Ocupación-Militar: la occupatio bellica, o de guerra, la de guarnición, la que se confunde con una usucapción violenta, y la que
sigue inmediatamente a una intervención y también puede
asumir el carácter de la precedente. Lo repito, ¿en cuál de
entre ellas sería clasificable esta nuestra? Porque el caso importa mucho para deducir las consecuencias más o menos excusables o legítimas. Los autores nada dicen de los resultados de las
otras; sólo acerca de la occupatio bellica hay doctrina. Como todas
las modalidades de esas ocupaciones deben de ser unas, porque parece que, no existiendo otro modelo, se conforman ellas
al más antiguo, ya que las otras son de invención relativamente
mucho más reciente, empezaré por esta. Vale aclarar aquí que,
en ausencia de datos precisos en los textos, o tal vez por la insu-
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ficiencia de mi estudio improvisado de los mismos, he debido
poner en mi clasificación, que no viene así consagrada, algo de
mi propio magín, para hacerla servir, esa clasificación, al objeto
de este punto de mi tesis. Empezaré, pues, por la primera.
(a) Ocupación Militar de Guerra
Hecho incidental del proceso bélico, se la considera siempre transitoria, absolutamente precaria, no admitiendo en modo
alguno los publicistas que se actúe durante ella como quien se
va a quedar definitivamente con la cosa incautada, por más que
lo ha habido que, en previsión de eso, ha como intentado admitir actuaciones de mayor alcance, más radicales, de parte
del ocupante, para tal evento. Por esto, y porque hay en la combatida previsión algo del caso que yo califico (ya veis que
revindico para mí solo lo que puede ser error o disparate) de
usucapción violenta, trataré ambas por separado.
(a a) Ocupación de Guerra precaria o transitoria
No precisamente en su forma actual, más o menos transitoria, sino en la de su predecesora, la Conquista, hoy su eventual
sucesora, es antiquísima y los caracteres que ha asumido en las
diversas épocas no son muy distintos de un modo general, aunque se haya progresado algo de la época en que, como medida
eficaz, se degollaba a todos los habitantes varones de la región
ocupada, a esta otra época en la cual los degüellos son parciales, individuales y a veces sólo de carácter moral. Los casos de
Batista, el Polo Norte, Cayo Báez, Laíto Álvarez, los horribles
atropellos y asesinatos del Este, etc., algunos estupros realizados en anónimas criaturas, y vejaciones a dignos ciudadanos,
dan fe de ello, entre otros muchos hechos delictuosos.
Es la conquista incidental de una parte del territorio enemigo por las armas del beligerante invasor, conquista que este
retiene mientras puede para ir restando fuerzas y recursos al
adversario, e infligiéndole agravios que lo obliguen cuanto antes a pedir la paz. No es nuestro caso, como he dicho; pero
como de las ocupaciones militares pacíficas no exponen los autores
el modus operandi, sino la doctrina sobre la intervención u otras
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causas que les hayan dado origen, hay que atenerse a ella, máxime cuando tanto se parece el operar de éstas al modelo típico.
Las reglas de procedimiento teórico de ese proceso, la ocupación militar de guerra, hállanse contenidas en los tiempos contemporáneos en diversos códigos, instrucciones o reglamentos, tales como las Instrucciones americanas, las maduras, tal
vez por las más antiguas de entre las subsistentes, las alemanas,
que les siguen en dureza, las españolas, las francesas (Manuales del Instituto y del D. I., para los oficiales, etc.), las italianas,
las más humanas según Fiore (italiano), la Declaración de
Bruxelas de 1874, las Conferencias de La Haya de 1889 y 1907
y las también instrucciones del Presidente de EE. UU. en la
guerra a favor de Cuba, en 1908, que no son las que nos han
aplicado a nosotros.
Según estas reglas, con discrepancias en la teoría, y muy
notables en la práctica, en la ocupación de guerra debe observarse
por norma general no alterara la legislación, la administración,
los usos, el dominio público etc., sino hasta donde lo exijan
imperiosamente las necesidades de la guerra y de la ocupación, evitando poner la mano donde no haya menester hacerlo
para los fines de dicha ocupación; salvo que estos fines (de reservas mentales) fueren los de anexión o conquista definitiva por derecho de guerra, del país ocupado. Numerosos principios de respeto a la vida, al honor, a la propiedad pública y privada, a las
costumbres y a las instituciones son prescritas por los autores y
por aquellas reglas e instrucciones, trascribiré algunos de esos
principios y reglas en el orden en que vaya desarrollando luego
el tema.
El ocupante militar se sustituye temporalmente al gobierno
legítimo y usurpa atribuciones de este y actos de soberanía que
sólo en la autoridad nacional había el pueblo delegado; pero
únicamente le es tolerado por la doctrina arrogarse aquellos
derechos que el orden público o la administración le exigen
tomar en beneficio de la vida ordinaria de la población, la cual
no puede detener su curso ni caer en el caos; considerándose
un abuso inexcusable de la fuerza brutal de que dispone el
ocupante cuanto de ahí se exceda. Si modifica, suprime o castiga, ha de compelerlo a ello la razón de guerra, su propia conservación o el bien del país ocupado, de modo ineludible. Sólo
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así podrían justificarse sus actos de administración más adelante, y sólo fundado en la necesidad y una utilidad lógica, inaplazables y apremiantes, puede alterar lo que encuentra y aspirar
más tarde a que se consagre como válido y generador de derechos adquiridos lo que hubiere realizado. En lo político, lo civil, comercial y penal, lo judicial, lo administrativo, no ha de
poner sin motivo imperioso mano torpe u osada. Las instituciones son un depósito que el azar de la guerra o de su usurpación le han confiado, y que su voluntad ha de guardar intacto,
o su decoro le veda tocar más de lo imprescindible. Su honor
se empeña en ello, y el honor de su bandera. Las leyes de la
guerra le acuerdan facultades que no fuera preciso consignar
aquí, porque, aunque para sentar premisas hablo de ellas después, la ocupación de guerra no es nuestro caso, y no hemos de
aceptarlo así jamás. No hay que tomar en serio lo de las escaramuzas y las hazañas contra el dios Olivorio y su falange hirsuta y
de aquelarres, ni las mezquinas pandillas del agavillamiento que
la Ocupación fomentó con su malicia, su inercia militar o sus
crueldades, pero que no fue ella, sino el criollo o las weylerianas
concentraciones, quienes las vencieron. Rozamientos, o descarríos de ignaros campesinos, no son casos de guerra. Tal o cual
gallarda o instintiva resistencia en defensa personal o de reducido grupo que en su camino de Gensericos o de Atilas encontraran las hordas invasoras, eso no fue la guerra, ni siquiera la
guerrilla, acaso ni la escaramuza. Y eso fue provocado, ido a
buscar por ellos, los portadores de muerte, incendio, depredaciones y tormentos.
***
Aplazo para la cuarta forma de ocupación militar, de entre las
que he enumerado, las citas favorables a la región ocupada o el
país, citas de autores y reglas o instrucciones referentes al caso,
porque es allí donde las necesito, toda vez que esta que acabo
de tratar no es la nuestra. No somos la región ocupada (o no lo
fuimos, diré para los que crean que ya no lo estamos) de un país
en guerra con otro, sino el país mismo en su totalidad y en
completa paz, ante y ahora, consigo propio y con sus exóticos
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ocupantes. Pues hay que repetirlo muchas veces: es absolutamente inaceptable asimilar nuestro caso al de una ocupación de
guerra, aunque así hayan querido dejarlo entender con la modalidad de sus actuaciones nuestros sojuzgadores. Y es necesario precisarlo bien; porque de aceptar eso, tendríamos que
excusar desafueros, usurpaciones y actividades inexcusables,
fuera del estado de guerra, perturbador de ánimo, que por
todo atropella y, manu militare, no desata, sino que corta con
insolente tajo de su espada cualquier nudo gordiano que en
sus designios de guerra se atraviesa.
No y mil veces no: la ocupación militar de guerra, la ocupación
bellica, no puede ser el caso nuestro. Sus consecuencias jurídicas no pueden imponérsenos, previamente al abandono, en
un Tratado de ratificación. Ha de quedar a nuestro único albedrío discernir más adelante lo justo de lo injusto, y proceder
en consecuencia. No cabe otra doctrina. Ninguna solución,
fuera de esta, fue honrado proponer, digno aceptar, ni será de
derecho natural o positivo consagrar en un tratado.
***
No son de este lugar, acabo de decir, los principios y reglas
favorables a las regiones o al país en estado de ocupación de
guerra; porque la que sufrimos no es de esta índole, no puede
serlo. Pero sí conviene dejar aquí consignados los que a este
preciso caso y sólo al ocupante extranjero en actitud de guerra
se refieren, a fin de que más adelante queden descartados en
mis impugnaciones.
Los principios teóricos preconizados y las reglas e instrucciones prácticas dictadas para su aplicación a los casos de ocupación de guerra, son a mi entender clasificables en un género
que abarca estas tres especies: 1ª, el interés de la guerra misma
y de la ocupación en cuanto operación de guerra y como contingente posible de la victoria, conjuntamente con la seguridad personal y colectiva del enemigo, elemento militar o civil
ocupante; 2ª, el derecho de los ocupados, habitantes de la región, y el de ésta en general; y 3ª, la preservación de la soberanía del país total o parcialmente ocupado, soberanía que la
ocupación suspende en parte y detenta el ocupante extraño,
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por cuanto le es adversa, pero que subsiste latente e inmutable, en medio de los reveses y azares de la campaña, mientras
no fuera por las armas recuperada de hecho la región, o la
adversidad total del país al cual ella pertenezca llevara a aquél
a cederla en un tratado de paz, quedando así entonces consumada la obra de conquista.
Agrupando de tal guisa estos principios y reglas, pienso por
cuenta propia, sin detenerme a indagar en los textos si han
clasificado o no de esa suerte los autores. Me atengo a la lógica.
***
Dejando, pues, para más adelante tomar de los mismos algunos principios y reglas relativas a los otros dos puntos, me
concretaré aquí a trascribir los más sintéticos y esenciales referentes al primero. Los que dejo para luego, comunes a ésta
y las demás, o a dos de las demás formas de Ocupación Militar
que voy tratando, estarán mejor en su lugar en lo que precisamente es nuestro caso, para derivar de una vez de ellos los
resultados.
La ocupación implica hasta cierto punto la posesión
del territorio, pero solamente en el sentido de que el ocupante puede hacer ejecutar en él sus voluntades, ya por el
empleo de la fuerza, ya con la aquiescencia de los habitantes, y eso por tanto tiempo como dure el estado de guerra y
no lo hayan despojado de las prerrogativas de la ocupación las peripecias de la lucha empeñada … Simple incidente de la guerra debido a los azares de los combates, la
ocupación es una legítima consecuencia de las hostilidades; subsiste de hecho, pero es un hecho de carácter provisional, que se transforma o desaparece a la conclusión de
la paz… (Calvo, tomo 4º, p. 212).
He ahí la definición del hecho de fuerza, la ocupación militar
de guerra, cuyas consecuencias en el país, que nunca estuvo en
guerra con EE. UU., se nos quieren imponer. La primera base,
como veis, es falsa. No obstante, los señores ocupantes de nuestro
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territorio procedieron como si tal guerra existiera. Una verdadera ficción romana para apoyar en ella toda la serie de atropellos, expoliaciones y despojos que hemos presenciado. Porque
es evidente que el ocupante americano tomó aquí una actitud
de enemigo desde el primer día.
“La ocupación de guerra es un hecho; es el país ocupado a
merced de todas las exigencias, de todos los rigores del enemigo que lo ocupa”. (Pradier-Fodéré). Pero ¿por qué la enemiga
yanqui contra nosotros? ¿Cuándo fue la guerra? ¿Con qué motivo sus rigores? Y no cabe duda de que exigencias y rigores los
hemos padecido de veras.
“Por consiguiente, desde el principio de la ocupación del
territorio se impone la necesidad de hacer su lugar a cada una
de las dos legislaciones diferentes: la del país invadido; la del
Estado invasor”. (Bonfils, p. 709). Aquí impusieron tres: la suya,
desconocida del habitante hasta el momento de sufrirla, la nacional y la que dictaron antojadizamente.
“Un territorio se considera ocupado, cuando se encuentra
de hecho colocado bajo la autoridad de la armada enemiga”
(Art. 1º de la Conferencia de Bruselas). Casi idéntica es la regla del Reglamento de La Haya y del Manual de Oxford. ¿Era,
pues, una armada enemiga la que teníamos en casa? Estoy cierto
de que lo ignoraba el país. Mas no, no podía ignorarlo, pues
procedía ella como si realmente temiera ataques, hostilidades,
asechanzas.
La ley marcial1 no cesa de ser aplicable, durante la
ocupación, sino como resultado de una proclama especial del comandante en jefe, o bien en virtud de una
mención expresa en el tratado que pone fin a la guerra,
cuando la ocupación de una plaza o de un territorio conti1
La Ley Marcial y la Ley Militar son dos cosas distintas. Oigamos a Fiore: “Esta
ley no debe confundirse con la Ley Militar, pues ésta consiste en el conjunto de disposiciones porque se rigen todas las personas que forman parte
de la fuerza militar de cada país, y contiene reglas aplicables a las personas
aun durante la guerra, por lo cual entran aquéllas en el derecho común,
etc…, mientras que la Ley Marcial es una ley excepcional, etc… Dicha ley
suspende, en efecto, la aplicación del derecho común, etc…” (Fiore, tomo
3ro., p. 80). (Nota del autor).
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núa después de la conclusión de la paz como una de las
condiciones de ésta. Esta ley consiste en la suspensión en
provecho de la autoridad militar de la armada ocupante,
de las leyes criminales y civiles, de la administración y del
gobierno del país al cual pertenece la ciudad o el territorio
ocupados; y en la sustitución en su lugar del gobierno y la
autoridad militar, aún en lo que concierne al derecho de
dictar leyes generales, en tanto como lo exijan las necesidades militares (Arts. 2º y 3º de las Instrucciones americanas; Calvo, p. 222, tomo 4º).
Peroramos a cuentas: ¿Estábamos en guerra con EE. UU., y
cuándo: en la Invasión, durante la Intervención, mientras la Ocupación? Si en la Invasión ¿dónde fue el primer encuentro? ¿En
San Jerónimo? Si lo segundo, la proclama de Knapp declarando la Ocupación y sus términos, bajo la ley militar ¿no suspendía
la ley marcial).2 Y no obstante, continuaba aplicándose ésta
cuando así lo querían. Si hubo durante la Ocupación un estado de guerra, el Plan Hughes-Peynado, plan-tratado ¿será el
de paz y habrá cesado ahora la ley marcial aunque continúe la
Ocupación en otra forma? En esta forzada ficción de la nueva
Roma no sabe uno a qué carta quedarse. Lo cierto es que hubo
ley marcial y todo cuanto quisieron y no hubo nunca guerra. Lo
penoso es que pusieran la mano en toda la legislación nacional, y ninguna necesidad militar –pues no había tal guerra– lo
excusara. Pero las Instrucciones agregan esta reflexión (Art. 4º):
Como la ley marcial es ejecutada por la fuerza militar, es
deber de los que la aplican respetar estrictamente ‘los principios de la justicia, del honor y de la humanidad, virtudes
que convienen al soldado más todavía que a los demás
hombres’, por la razón de que es todopoderoso por sus armas
en medio de las poblaciones desarmadas. (Calvo, id.)
Muy de acuerdo; pero ¿opinarán lo mismo Regalado, Cayo
Báez, las víctimas del Este; los que barrieron calles antes y hace
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Más adelante veremos que estas leyes, y otras muchas, lejos de ser de existencia, son leyes de expoliación del país. (Nota del autor).
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meses no más; el negocio de la harina, si lo hubo, etc., etc.? ¡Qué
guasones nos resultan los yanquis en sus ficciones jurídicas, instrumentos dolosos de conquista de los pueblos pequeños!
“El ocupante, no sólo puede reprimir las violaciones, sino
prevenirlas con la intimidación, promulgando leyes y penas
severísimas contra cualquier atentado a su existencia o a su
segridad…” (Fiore, t. III, p. 261). Aquí se aplicaron las penas
severísimas; pero no hubo jamás ni asomos de atentados a la existencia o la seguridad del ocupante.
Es necesario que (el ocupante) ejerza los poderes y las
funciones de la soberanía en los límites de la necesidad del
fin inmediato de la ocupación… “Los límites de la necesidad pueden fijarse evaluando las medidas que deben considerarse indispensables para proteger las condiciones de
existencia y de seguridad, el orden público y los derechos
de los habitantes. (Fiore, ibíd., p. 262).
¿Qué medidas de existencia, seguridad, etc., implican la Ley
de Tierras, la del Impuesto de la propiedad, etc., la de Patentes y,
sobre todo, una de las últimas, la del uso de armas, de intención de toro de Miura, Orden Ejecutiva No. 918, que parece,
dada ya al terminar la Ocupación, un testamento de Herodes a
algún su hijo rebelde?: “Ahí te dejo el puñal con que te suicides y traiga tu cadáver a poder de los míos”. En vísperas de
elecciones, en el primer ensayo de gobierno propio, durante
el cual estarán en vigor las Órdenes Ejecutivas… ¡Vaya un regalo
de Pascuas!: “Venid a mí los niños”… insensatos.
“El gobierno militar puede, sin duda, promulgar la ley parcial en el país ocupado, etc…; pero no puede aplicar las penas
arbitrariamente ni castigar un acto sin que previamente se haya
promulgado por medio de un bando, una orden o en cualquiera otra forma la pena que el acto lleva consigo”. (Fiore, t.
3º, pp. 263 y 264). Los que, a raíz de la Semana Patriótica, o
antes o después, comparecieron ante Cortes marciales por delitos de prensa u orales (Fiallo, Castillo (L. C.) Sanabia, Lugo,
Blanco Bombona y otros) ¿conocían la pena a que podrían ser
condenados? No: la Orden Ejecutiva No. 385, a la sazón en vigor,
no la fijaba: “será procesado y castigado” decía únicamente.
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Para muestra basta un botón, y ya tenemos una docena.
La consecuencia de todo lo expuesto es que el país estaba y
no estaba bajo la ley marcial, según el capricho del dominador;
que regía y no regía el derecho común; que era y no era aquello un estado de ocupación de guerra franco; y que, por tanto, sus
efectos jurídicos son y no son efectos jurídicos. Es casi imposible tomar como base ni la misma ficción jurídica de la Ocupación Militar como ocupación de guerra para deducir efectos
lógicos más adelante. Y no siendo ocupación de guerra la Ocupación Militar sufrida, no puede ella legitimar ninguno de los
actos de extralimitación que se salieron de las necesidades de
un estado de Ocupación Militar pacífica y de la dirección del
país conforme a sus leyes propias aplicadas por agentes naturales del gobierno y la soberanía nacionales. Y aunque la base
misma, la Ocupación Militar, es una base falsa, sin valor jurídico, como hecho de fuerza que la debilidad del país no pudo
contrarrestar, aunque de ella debe protestar eternamente ante
el mundo y la nación que la impuso, preciso será conformarse
con aquellos efectos cumplidos de los actos que en el curso de
la vida ordinaria hubieron de realizar los nacionales y extranjeros domiciliados de antes en la República; porque el Estado,
que no supo o no pudo evitar la usurpación del poder y de la
soberanía, no puede ahora castigar por su debilidad, la de él, a
los que al amparo y custodia de sus leyes vivían sobre su suelo.
Pero tampoco estará por ello obligado a aceptar lo que no fuere
un efecto jurídico perfecto, que reza el principio; lo que haya sido
obra del logro por nativos o extraños; ni lo que se haya salido
de toda atribución excusable, si usurpada, del detentor.
De ahí lo improcedente del plan contractual, del plan-tratado, y las absolutas necesidad, conveniencia y dignidad que
aconsejaban un plan de liberación verdadero, de desocupación pura y simple, pues era el único camino de declarar sin
efecto alguno toda la actuación americana de la Ocupación, para
luego, enseguida, validar lo justo y desautorizar lo injusto. El
fruto desgraciado del error o la concupiscencia político-patriótica de nuestros líderes y representativos no tardaremos mucho,
para desventura de todos, inocentes y pecadores, en recogerlo
juntos, si no fuere ya posible reaccionar. Sí, reaccionar a todo
trance de la obra de los conculcadores nativos de nuestros fueros
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nacionales; de la obra de contubernio domínico-yanqui comenzada y en vías de realización completa.
(a b) Ocupación de Guerra con reservas mentales
Es la forma de Ocupación de guerra con tendencia a la conquista definitiva del país o la región ocupada, que puede adoptar a veces la Ocupación Militar. Esta tendencia se denuncia a sí
misma generalmente por las leyes y medidas de largo alcance,
de trascendencia y duración indefinidas –y que en nada justifica la necesidad coexistente con la campaña–, dictadas por el
detentor. Por la extensión, intensión e intención de sus actuaciones con vistas al futuro. Gente automática, por regla general, la que en tierra extraña viste los arreos de Marte dentro de
la más estricta disciplina y el sometimiento, de escasa elevación
o espacio de miras, sin apego al lugar, antes bien, animada hacia él de un sordo e irreflexivo rencor, por la natural y legítima
repulsa de que ha venido siendo objeto de parte del nativo y
aquélla traduce en hostilidad de la cual instintivamente desearía vengarse, no es de presumir de esa gente que abrigue ideas
altruistas a favor del país que detenta, y si se le ve tomar disposiciones y modificar esencial y profundamente la legislación que
le es extraña, buscando asimilarla a la suya nacional y preparar
la desnacionalización del territorio ocupado, o allanar el camino a futuras exploraciones y explotaciones del capital de sus
coterráneos, tened por cierto que sirve de orden superior un
propósito de ulterior usurpación o de conquista. Autores hay
que pretenden cohonestar con el propósito el alcance de la
actuación, como si lo primero no había de ser cohonestar el
propósito. Más los que he citado aquí, hombres de razón antes
que parciales de sus patrias fuertes y abusivas, niéganle tal derecho al ocupante y tolerancia tanta al doctrinario.
Yo habría pasado por alto esta sub-forma de la Ocupación de
Guerra si no guardara ella también íntima relación con nuestro
caso. Pero es indudable que todas esas leyes exóticas que nos
impusieron, del impuesto de la propiedad, registro de tierras,
terrenos comuneros, patentes, etc., y hasta de aranceles y educación, tuvieron tal tendencia: la de prolongar la ocupación por
tiempo indefinido para luego hacerla consagrar como caso de
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usucapción violenta, suerte de prescripción. Knapp, más consciente y menos instrumento ciego de los suyos, fue mucho más parco
en legislar; Snowden resultó prolífico, como (dijo Bécquer) el
“lecho de amor de la pobreza…” De entendimiento, agrego yo.
Y tocóle además tiempo que juzgó en menor razón. Y ni siquiera
lo ocultó, pues bien claro lo dijo en aquella su torpe declaración
de Haina, de la cual unos pocos protestamos. Aun detalles pequeños confirman esta presunción fundada: el franqueo postal
entre EE. UU., Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico es ahora dos
centavos, igual que el doméstico. ¿Por qué? Sus nacionales podían tenerlo libre para EE. UU. con cierto arreglo con la Unión
Postal, o amparándolos en las valijas de la correspondencia oficial. A Robison le han tocado tiempos más agrios, y no obstante,
¡cuán pródigo no ha sido también este tercer Dracón!
(b) Ocupación de Guarnición
Esta la pasaría igualmente por alto, pues ya de ella he hablado, si no tuviera conexión con la actual situación precisamente. Bastarán algunas líneas.
He dicho que todo este proceso de Ocupación Militar con
modalidades de ocupación de guerra que hemos atravesado como
un mar proceloso, aún sin orilla visible y cierta, es una verdadera ficción jurídico-romana para llegar a la conquista definitiva o
a la usucapción violenta, favorecida por los intereses que ha intentado crear. Parte, pues de esa ficción es esta Ocupación de
ahora, de guarnición, para garantía de cumplimiento del Plantratado y afianzamiento del Estado semi-soberano y protegido
que preparan.
Es un segundo paso hacia la absorción total. El tercero, si el
Plan no se malogra, para los transaccionistas, durante el proceso
eleccionario o antes, será precisamente esa nueva República
constitucional que se suspira. Alguien, americano, dijo ya que
pronto sería el Caribe un lago norteamericano (yanqui) que
bañará tan sólo dominios de la nueva Roma. Amarga e interesada, pero acaso muy cierta predicción que, no obstante, no
nos excusa resistir hasta el fin. En tiempos remotísimos, cuando el concepto de la patria era mucho más rudimentario e impreciso que hoy, supieron resistir a la auténtica Roma, mientras
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aliento hubo, ¡tantos pueblos grandes y pequeños! Italiotas,
galos, iberos y bretones. Cartago, Egipto mismo, la fácil presa
de la conquista antigua: griegos, judíos, macedonios, Estados
de Anatolia, Poncio, Vercingetórix, Viriato y mil héroes anónimos. Aníbal el coloso, la propia Cleopatra, que defendió hasta
el fin con la dádiva o la oferta de su belleza soberana y pródiga
su fastuosa realeza y su herencia ptolomea; Diceo y Critolao,
Andrisco, Mitrídates, etc. merecerán eternamente bien de la
historia por su fe en sus propias fuerzas. Fueron vencidos, pero
pudieron vencer si el azar de los acontecimientos hubiese tomado otro rumbo; porque en tales casos se resiste, se resiste
siempre y hasta el fin, dando tiempo tal vez a lo imprevisto.
Toda gran potencia tiene poderosos enemigos que la acechan,
puede tener reveses inesperados. ¿Quién sabe de los humildes
pueblos que salvó, a punto ya de ser devorados, la caída de uno
de los grandes imperios de pretéritas edades, Asiria y Babilonia,
Egipto de los faraones, Persia, Macedonia, Roma, los árabes, el
Imperio Napoleónico…? De todas suertes, habría que caer con
honor, luchando hasta el final, siquiera en el terreno del derecho, ya que el otro permanece vedado.
Esta ocupación de guarnición respaldará el Gobierno Provisional mientras sea obediente al Plan, al Reglamento adicional para
ejecución del mismo y a la última proclama con su juramento de
fidelidad. Intervendrá en el proceso eleccionario a poco que las
pasiones se desborden, y llegará…, quizás adonde llegue, si el
caso lo requiere. Esta es la Ocupación Militar de Guarnición –post
bellum– siguiendo la ficción romana que se nos impone ahora.
(c) Ocupación Militar de usucapción violenta
El término usucapción es de derecho romano privado, criatura,
originalmente, de las Doce Tablas, y precursor de la prescripción moderna. La hubo pacífica y de buena fe amparada por la
ley después del tiempo requerido (corto al principio, largo
después) y violenta o de mala fe, que nunca creó un título de
propiedad, pues la verdadera prescripción no fue conocida de
los romanos. Era la posesión procedente de la ocupación sin
título legítimo, y consagrada por el tiempo. Un acto realizado
individualmente o por asociación privada.
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Algunos publicistas modernos hacen cierta aplicación de este
principio de la usucapción a la ocupación colectiva de un territorio por gente extraña al mismo que al cabo de cierto tiempo
se adjudica la posesión definitiva, atribuyéndola a su país, cuando no es este propio país quien envía la ocupación. Al trasladarse del derecho privado al público, internacional, la usurpación conserva su doble aspecto de pacífica y violenta. Dice Bonfils:
La usucapción supone la posesión. Esta posesión implica o el abandono voluntario de un territorio por otro
Estado, o la desposesión violenta de este Estado”. En caso
de desposesión violenta y de invasión con menosprecio de
los derechos anteriores de un Estado, el invasor no adquiere inmediatamente el dominio del suelo violentamente poseído. Sólo hay un simple estado de hecho. Pero si ninguna regularización interviene, si este estado de hecho se
prolonga y se continúa durante un gran número de años,
¿no será preciso admitir en Derecho Internacional público
como en el Derecho Civil privado, que al cabo de cierto
tiempo el hecho persistente es generador del derecho? Una
muy larga posesión no discutida ni interrumpida ¿no hace
presumir la renuncia del precedente posesor? ¿Cuál será el
término al cabo del cual se impondrá silencio a toda reclamación demasiado tardía? Nadie podría fijarlo a priori.
Wattel habría querido que los Estados se entendiesen a tal
respecto. Honrado deseo, pero poco realizable, dada la infinita variedad de las circunstancias. (p. 321)
Y Calvo, tomo I, p. 386:
¿Puédese considerar la usucapción y la prescripción,
para los pueblos y los Estados, como modos regulares y
normales de adquirir la propiedad? Si se admite que estas
dos formas de adquisición son fundadas y legítimas en
derecho natural, se ve uno lógicamente conducido a sostener que ambas están igualmente de acuerdo con los principios del derecho de gentes y que, por tanto, deben ser también
aplicadas a las naciones … Wheaton, que toma por base
los principios del derecho civil, admite también la perfecta
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legitimidad de la usucapción y la prescripción en su aplicación a los Estados, y sostiene que la posesión no interrumpida, durante un tiempo determinado, de un territorio o de bienes cualesquiera por un Estado excluye los
derechos de todo otro Estado sobre el mismo territorio o sobre los mismos bienes.
De casos de usucapción pacífica y violenta, en derecho público como en el privado, debe de estar llena la historia; y sólo
habría que recorrerla con detenimiento y ojo jurídico avizor,
para encontrar los de carácter internacional, pues dar con los
otros, civiles, sería poco menos que imposible. Los autores no
citan ninguno. Pero tenemos un caso de usucapción violenta
bien cercano y doloroso para nuestra historia pasada, presente
y por venir: la existencia de Haití, obra de los bucaneros y filibusteros
que desolaban el Caribe y sus costas en el siglo XVII. Leed esa
historia con detenimiento y encontraréis el caso típico. No fue
una conquista ni una previa cesión porque ellos fueron siempre
inquietados, escarmentados y acosados por las autoridades españolas de la isla, posesores legales; quienes a causa de la
despoblación y las soledades de la parte Oeste de la misma y el
cebo de su ganado montaraz de todo género, y de sus fértiles
campos baldíos, ni podían ocuparla de hecho y custodiarla de
modo eficaz, ni impedir la codicia de los aventureros, que con
una tenacidad indomable, o se internaban, en la fuga, o se refugiaban en otros puntos de la costa grande o de la Tortuga, y
volvían al de ocupación anterior tan pronto se alejaba o disminuía la vigilancia española; sin abandonar nunca la isla y causando probablemente depredaciones en los escasísimos hateros
de la región; hasta que, andando el tiempo y disimuladamente
protegidos por Francia primero, y descaradamente después,
se posesionaron de todo lo que hoy es Haití, ellos y los refuerzos venidos de Europa para ayudarlos en la obra de usucapción
violenta, que al cabo sancionó, cuando ya estaba consumada de
hecho y por el tiempo, el tratado de Ryswick en 1697, en que
España reconoció legítima la posesión. No había sido una conquista.
Otro caso algo parecido fue el de Jamaica por los ingleses
en 1655, a la partida de aquí de Penn y Venables, quienes no
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hallaron ninguna resistencia, pues los habitantes, a la sazón mil
quinientos en total, y otros tantos esclavos, al decir de cierto
autor de Historia de América, los entretuvieron en negociaciones mientras se internaban ellos en las montañas y les dejaban
libre el campo; aunque para hostilizarlos desde allí luego, al
menudeo, pero sin fruto alguno; antes bien, pereciendo poco
a poco ellos de enfermedades y combates infructuosos y sin
haberles interrumpido nunca la usucapción, que legitimó más
tarde España en tratado con Inglaterra en 1674. Tampoco fue
conquista ni simple posesión.
La colonización y agregación del inmenso territorio de EE.
UU. y el Canadá, y el de Patagonia a Chile y la Argentina, ha
debido de dar ocasión a multitud de usucapciones privadas y de
carácter público, pacíficas y violentas. El Descubrimiento no;
porque a éste siguió la Conquista, que es medio más rápido de
posesión y dominio de países ajenos.
Cuando los bárbaros germanos forzaban las fronteras del
Imperio Romano y se establecían por diversos modos en territorios fronterizos, debió de abundar entre esos medios toda
clase de usucapciones. Sabido es que el Imperio se vio muchas
veces obligado a aceptar ocupaciones de hecho cumplidas, siempre atajando la enorme avalancha que al fin se desprendió de
aquel semi-círculo constructor, que ya lo estrangulaba, para
inundarlo y conquistarlo.
En las épocas muchisimo más remotas aún de las migraciones arias y otras, y las que en América precedieron quizás en
siglos al Descubrimiento, también debió de verificarse la
usucapción pacifica y violenta. Todo esto se me ocurre a mí ahora sobre el asunto.
***
Pero en los tiempos modernos la usucapción violenta en Derecho Internacional, no habiendo ya apenas tierras baldías y de
fácil presa, salvo tal vez alguna aún, en el corazón del África,
perdida en el Océano o en las nieves polares, se ejerce por
naciones fuertes sobre Estados débiles del Caribe o de ambos
Oriente, bajo la forma de una ocupación militar prolongada. La
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Bosnia y la Herzegovina, de Turquía, que desde 1878 ocupaba
militarmente el Austria por entendido con otras potencias, se
incluían ya en el mapa y la geografía de ésta como cosa propia
en 1914, al comenzar la Gran Guerra, e incluía a sus habitantes
en su ley de conscripción militar; y fue en Sarajevo, donde estalló la chispa, encendida por un servio, cuya nación creo pretende, por limítrofes y etnográficamente suyas, estas provincias.
Ignoro en qué habrá parado eso. El Egipto, ocupado militarmente
desde 1883 y parece que indefinidamente, Chipre, en iguales
condiciones y desde 1878, ambas por Inglaterra; la Corea, ocupada por el Japón desde 1904 y la de Haití, actualmente, ¿no
tienen todo el aspecto de usurpaciones que, no pudiendo invocarse el derecho de conquista, van a la usucapción violenta? ¿Llegarán a ser ya alguna vez independientes? Acaso el Egipto, que
está recobrando sus antiguos alientos y que es grande, llegue a
obtener algo, pero ¡está tan cerca de Suez!
La conquista es la toma, violenta y disputada en lucha franca, de
un país; la usucapción es la toma violenta sin resistencia armada en
forma, la intrusión, que si no llega a ser de modo efectivo discutida y protestada, se convierte al cabo, después de algunos cambios o concesiones aparentes al detentado, en verdadera
usucapción violenta, hecho consumado que ya se encargará algún tratado posterior de reconocer legítimo: intervención, ocupación, guarnición, estado protegido con tratado, semi-soberano,
anexión…, incorporación son los jalones del camino. Nos hallamos en el tercero de los citados. Caben aquí las frases elocuentes de Cicerón en la acusación de Catilina, para parodiarlas
enseguida: ¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres! El Senado conoce
sus tramas, el Cónsul las ve, ¡y él vive!” ¡Oh época, esta que
alcanzamos! ¡Oh decadencia del viejo patriotismo! El pueblo
ve el amaño; los políticos lo ven, ¡y el Plan subsiste!
(d) Ocupación Militar post interventionem
No es este que aquí uso un término consagrado ni mucho
menos, sino que lo he creado para expresar la idea. Los
publicistas sólo hablan de la ocupación militar que se confunde
con una intervención, sin hacer los distingos, tomados de la
práctica, que establezco ahora, con este mi espíritu de inde-
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pendencia que se atreve a todo cuando pienso por mi cuenta y
riesgo.
Después de lo dicho en cuanto anteriormente he discurrido, sólo ocupa ya su lugar este punto para derivar de él las
consecuencias necesarias.
Como ese, y no el de la ocupación militar de guerra, fue nuestro caso hasta la instalación del Gobierno Provisional, conjuntamente con el cual se ha iniciado la otra forma, la ocupación militar de guarnición (que distinguen muy bien de la guerra los
autores), es a propósito de este caso que quiero hacer las citas
y los comentarios que al tratar de la de guerra aplacé para aquí.
Asimilada, no obstante, a la ya tratada ocupación de guerra, por la
moderna ficción romana de los pueblos fuertes a que ya me he
referido antes, esta ocupación militar que siguió a la intervención propiamente dicha; adaptadas sus modalidades, en cuanto lo creyeron conveniente o necesario los ocupantes, que aplique yo ahora
a ella los principios y reglas de aquella, paréceme lo más lógico.
En la página 138 de este folleto hablé de las tres especies de
un género, y discurrí ya largamente, con citas y comentarios,
sobre la primera de esas tres especies, a propósito de la Ocupación Militar de Guerra. Réstame ocuparme en el examen de las
otras dos, cuyo turno ha llegado. Las trataré aparte.
(d. a) El Derecho de los ocupados, habitantes de la región,
y el de ésta en general
Este derecho consiste en que se atienda a su existencia ordinaria, a su administración y al orden público en garantía de su
vivir material y anímico, sin alterar su legislación, sus costumbres, el modus operandi de la aplicación de sus leyes, sus agentes
naturales de aplicación de las mismas, etc., con la sola excepción de los casos de colisión con el interés lícito y la seguridad
del ocupante. En ocupación de guerra, procésese de acuerdo con
las exigencias de esa clase de ocupación; pero en una ocupación
militar continuadora de una intervención por cualquiera de las
tres causas expuestas en las páginas 94 a 100 (a), (b) y (c),
causas inexcusables, como otras cualesquiera, y las únicas presumibles en nuestro caso, ningún interés legítimo del ocupan-
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te pudo justificar su intromisión innecesaria en la legislación y el
alterar nuestros modos y maneras de conducirnos. Aún en países
semi bárbaros, protegidos u ocupados, y en colonias, tales como el
Anam, el Tonkin, la Cambodia, etc.; Java, lugares de la India, etc.,
se deja cierta independencia de acción, mando y disposición al
elemento nativo, a ciertas de sus leyes y a sus costumbres propias,
cuando no coliden con los principios de humanidad y civilización.
Y aquí, donde vivimos al día en cuanto a la civilización, aunque la
falta de recursos nos deja atrás en progresos materiales; aquí, donde elementos nativos supieron y pudieron ser consultores del ocupante, apenas se dejó ley en pie, aflicción incólume, y ni la justicia
misma dejó de sufrir su influencia y su presión.
Porque si bien es cierto que “ninguna comunidad de personas puede subsistir sin que alguien ejerza el poder soberano para
mantener el orden público y proteger los derechos de los asociados”… y “todo aquel que se halle en posesión de la soberanía
puede ejercer de hecho las funciones de ésta, con mayor o menor eficacia”, etc. (Fiore), también lo es que, no habiendo sido
esa que se nos impuso una verdadera ocupación de guerra, no
debió pasar la ingerencia de esta ocupación militar post
interventionem, ya que el abuso de la fuerza se arrogó tal derecho, de una simple expectativa, observación y fiscalización, todo
de absoluta buena fe, de la labor propia dominicana conforme
a leyes propias y por elementos nativos, a contar de su Presidente y sus Cámaras; una ocupación de guarnición más amplia aún
que la de ahora, pues no siendo ocupación de guerra, ninguna
necesidad había de adoptar tal actitud por lujo de fuerza o
afán imitativo de maniobras bélicas; pues si quería EE. UU. adiestrar en esto a sus marinos, debió mandarlos al frente de la Gran
Guerra a tomar y ocupar militarmente regiones enemigas en
las cuales aplicar la actividad pacífico-bélica que aquí desplegaron; ni había para qué detentar la soberanía ni ejercer el dominio eminente, público o privado, sino dejar al país marchar
por sus propios pasos, y mediar ellos solamente en caso de perturbación del orden público, si es que eso pudiera perjudicarles durante la Gran Guerra y ya que se creyeron autorizados a
intervenir con tal u otro motivo.
“El Estado beligerante que llega a apoderarse del territorio
enemigo, en todo o en parte, tiene la elección entre varias
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líneas de conducta. Puede dejar en vigor las administraciones
existentes en el momento de su invasión, manteniendo el statuo
quo” … “El art. 43 del Reglamento de La Haya de 1899 y de
1907 prescribe “Habiendo pasado de hecho a manos del ocupante la autoridad del poder legal, tomará aquél todas las medidas que de él dependan para restablecer y asegurar, en tanto
cuanto sea posible, el orden y la vida pública, respetando, salvo
impedimento absoluto, las leyes en vigor en el país”… “Él (el Estado ocupante), no es el soberano del territorio. Sus poderes
están limitados a las necesidades de la guerra. Cuando éstas
son respetadas y satisfechas, el invasor debe, por lo demás, dejar en vigor las leyes y los usos establecidos”. (Bonfils, ns. 1158,
p. 708, 1159, p. 709 y 1167, p. 712).
Veamos ahora cómo se inmiscuyeron en nuestra vida nacional estos romano-yanquis que viven atisbando la debilidad y las
debilidades de sus pequeños vecinos. Y retiramos al caso nuestro, a falta de doctrina apropiada a él, los principios y reglas de
la ocupación de guerra, para demostrar que, eran procedentes, y
son, por tanto, jurídicamente nulas, sus leyes, sus alteraciones
a las nuestras y sus actuaciones administrativas. No me detendré en todas, porque sería extenderme demasiado. Lo haré
con algunas.
Las leyes de un país son de carácter político, administrativo,
orgánico, civil, penal y comercial. Echemos una ojeada.
LEYES POLÍTICAS. “El carácter enteramente provisional y
condicionado de la ocupación, no puede justificar modificaciones sustanciales en la constitución política del país ocupado, y únicamente podrá suspenderse o limitarse su aplicación
hasta donde sea necesario para restablecer y afianzar la seguridad pública y el orden social”. (Fiore, p. 263, t. 3º) Expresamente, en su letra, el detentor no ha introducido reformas a la
Constitución. No lo había menester: ésta quedaba en suspenso
al iniciarse la ocupación, y no podía convivir con él. Pero al
legislar sobre todos los asuntos, al deponer los poderes Legislativo y Ejecutivo y sustituirse a ellos, al crear tribunales nuevos, al
alterar jurisdicciones judiciales uniendo provincias, al dictar una
ley sobre elecciones ha tomado una ingerencia marcada en la
legislación política, contra todo principio. Una ocupación mili-
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tar post interventionem, no podía llegar hasta ahí, cuando lo veda
la doctrina a la misma ocupación de guerra. Cierto es que las Instrucciones Americanas, las únicas que a tanto llegan, autorizan la
intromisión; pero ellas no habían de regirnos: no estábamos en
guerra con EE. UU., y las Conferencias de Bruselas y de La
Haya, posteriores a ese caduco código de guerra, y a las cuales
conferencias debió de asistir aquel país, privan sobre esas Instrucciones.
LEYES ADMINISTRATIVAS. “El ocupante modifica las leyes
administrativas y las financieras en las disposiciones de éstas
contrarias a su interés”. (Art. 2 de la Declaración de Bruselas
de 1874; Bonfils). ¿Cómo podían ser estas leyes contrarias a los
intereses del ocupante? A su bon plasir, es posible, pero ahí no
alcanzaban sus facultades de hecho, ni aún en presencia de una
ocupación de guerra verdadera.
Estas leyes pueden ser comunales o municipales, fiscales etc.
“Generalmente la simple ocupación no tiene por efecto paralizar ni hacer suspender la acción de las leyes municipales; difícilmente podrán los intereses sociales e individuales que ellas
rigen hallarse en conflicto o en contradicción con los estratégicos del vencedor”. (Calvo, quien cita en su apoyo a Haffter,
Ortolan y varios más). Se trata siempre de la ocupación de guerra,
no hay que olvidarlo, cuyos intereses son de índole más apremiante que los de una ocupación militar pacífica. ¿Qué interés
estratégico podía llevar al detentor a modificar tan profundamente la Ley Comunal, a reducir a una sombra, criaturas suyas,
el personal de los Ayuntamientos, a quitarles y sumarles atribuciones a ellos y a sus dependencias, recargando, cual ha recargado la Tesorería, por ejemplo, con la penosa recaudación de
impuestos fiscales como el de la propiedad, etc., etc.?
La Ley de Patentes, que aunque de origen fiscal, era aquí ya
absolutamente municipal, por disposición del legislador y en
su finalidad, aplicación y goce por los municipios, sufrió una
transformación innecesaria, onerosa, despojatoria del municipio a favor del Fisco, y verdaderamente inicua para el pequeño
comercio de cierto género y el empuje debido a los cortos capitales, que es de economía política favorecer, y hasta de tópico mundial actual, dadas las apremiantes reclamaciones socia-
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listas. Espero ocuparme en esto con mayor detenimiento después y fuera de este folleto.
LEYES FISCALES: Aranceles. De los principios generales expuestos al comienzo de este punto se deduce que la ley de
Aranceles antes vigente era intocable, aun cuando fuera para
su mejora.
“La invasión del territorio no suspende la aplicación de la
legislación aduanera, respecto de los habitantes del país. Ellos
permanecen sometidos a sus leyes nacionales”. (Bonfils).
No obstante la circunstancia de que la cláusula III de
la Convención Domínico-Americana de 1907, que mereció la aprobación del Congreso dominicano y del Senado
norteamericano, establece que nuestros derechos de importación no podrán ser modificados sino por convenio previo
entre el Gobierno Dominicano y el de los Estados Unidos,
la Tarifa Aduanera que ahora nos rige no es producto de
ningún acuerdo de dichos gobiernos, sino la obra de funcionarios exclusivamente nombrados por el Gobierno Militar norteamericano que se nos ha impuesto desde el año
1916. (Informe del Lic. Fco. J. Peynado, 4 de enero de 1922).
No estoy conforme con todos los puntos señalados en este
Informe, ni siquiera con los más, pero sí de un todo con el
principio. Sólo un propósito de favorecer su comercio norteamericano, o de ir estableciendo cierto acercamiento por este
lado a la nación detentora, con miras ulteriores, ha podido llevar a esta reforma, tal vez imprudente, al ocupante. Y cuenta
que siempre tuve por muy malo el Arancel anterior, y éste le lleva
ventaja saludable en muchos puntos. Discuto el derecho y la
oportunidad.
LEYES FISCALES: Impuesto a la Propiedad. Es este un impuesto nuevo, gravoso, perturbador, sin equidad y extemporáneo.
Impuesto creado para arbitrar recursos con que atender mejor
a las pródigas apropiaciones del ocupante, después que las sangrías a la Guaranty Trust iban agotando el fondo de reserva, o
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para hacer frente a la crisis por él mismo creada y establecer de
ese modo indirecto una contribución de guerra, sin estar el
país ocupado en guerra alguna con el ocupante, la cual
…no puede ser justa (la contribución) sino cuando es proporcionada a los recursos del país, y no coloca a los ciudadanos en la imposibilidad de disfrutar los capitales, si
han de poder pagarla. El beligerante no puede atacar la
propiedad ni aun por este medio indirecto, y así como sería
injusto confiscar la propiedad privada, también lo sería si
el beligerante se la apropiase por el medio indirecto de las
contribuciones. (Fiore, p. 274, tomo 3º)
¿Qué otra cosa son o fueron esos remates de propiedades
a precio vil por falta de pago del impuesto de la propiedad?
No puedo decir que redundara esto en provecho personal de
ninguno de los del elemento ocupante; pero presumiblemente
se preparaba de este modo el beneficio de alguien enseguida
o más tarde; sobre todo si la cosa valía la pena, lo cual creo que
a la postre no ocurrió, por pago del impuesto por los propietarios, salvo alguna que otra excepción.
LEYES FISCALES: Ley de Rentas Internas. Ley caótica,
gravosísima, disparatada y que ha matado una forma de industria: la de alcohol desnaturalizado, y empobrecido y encarecido
la otra del género, que era muy productiva para el fisco. Todo el
mundo sabe de sus barbaridades. Ley exótica, como la actual de
Patentes, como la de Impuesto a la Propiedad, la del Registro de Tierras y otras muchas. Leyes inapropiadas, inadaptadas, peor aplicadas, y de miras ulteriores nada favorables al país. Siento no
tener el espacio que quisiera para detenerme en ellas.
“Por regla general, el ejército que ocupa un país enemigo
no cobrará más que los impuestos existentes establecidos en
beneficio del Estado, y, a ser posible, en la forma y con arreglo
a los usos vigentes en el país mismo y con el concurso de las
autoridades locales”. (Ibíd., p. 286) (Art. 1208 del Reglamento
italiano para el servicio de las tropas en campaña).
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A propósito de estas leyes administrativo-económicas cuyos
proventos se disipaban como el humo en apropiaciones de toda
índole, entre las cuales Obras Públicas y Suministros absorbían la
mayor parte, cuando no la Sanidad o la Guardia Nacional, debo
observar el despojo de que, a título de retención o de préstamos forzosos que los dejaban en la inopia, eran objeto los Ayuntamientos, cuyo tanto por ciento asignádoles en esas mismas
leyes ignoro si al fin les han reembolsado con el producto de
los empréstitos. Y debo hacer notar también que pagaron los platos rotos estos pobres servidores. Cenicientos todavía de la sociedad: los maestros de escuela, retrasándoles sus haberes; alguna que otra vez los pobres pensionados, y creo que además
jueces provinciales, condición en que quizá estén todavía algunos. Y que el desastre económico del Fisco, del cual la prensa
protestó enérgicamente a grito herido, y que arrastró el comunal, no se ha enjugado ni con los empréstitos, ¡Buena la espera
en este camino al Gobierno Nacional, porque él recogerá los
agónicos estertores de la hacienda pública, si Dios no lo remedia mirándonos con piadosa mirada! Mas no olvidemos la suspensión aquella, escandalosa y única, de las escuelas públicas,
la supresión de tribunales provinciales, reuniendo en una, dos
o tres jurisdicciones y la disminución actual de las primeras; la
venta al pobre pueblo del virus vacuno, después de las pasadas
prodigalidades de ese ramo, que dejaron en desamparo posterior la salud pública, diezmada por la viruela la población; y el
estanco por el Gobierno Militar de las Loterías, con las cuales
se atendía la beneficencia; y ¡qué sé yo cuántas cosas más desatendidas! Vengan, para terminar este punto, otro principio
de Fiore, y dos artículos más del Reglamento italiano antes citado, –el más liberal en su género–, que trae el propio autor.
“Lo mismo debe decirse de la propiedad comunal, sobre
todo de la perteneciente a los establecimientos consagrados al
culto, a la beneficencia, a la instrucción, a las ciencias o a las
artes”.
“Art. 1209. Los impuestos cobrados los empleará también
en los gastos de administración del país en la medida a que
estaba obligado el Gobierno de aquel Estado.
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“Art. 1452. El gobierno ocupante está obligado a atender a
los servicios y a la administración pública. Respecto a este punto tiene plenos poderes, pero debe servirse de ellos con la
moderación y prudencia que aconseja una política sabia”. (Citados por Fiore)
EMPRÉSTITOS. Pero no puedo ir adelante en este asunto
sin referirme otra vez a los Empréstitos. ¿Queréis desaguisado
más estupendo inferido al derecho de un pueblo? ¿Violación
más grosera hasta de la misma Convención de 1907? Un atributo exclusivo de la soberanía, que el ocupante detentaba, pero
de la cual absolutamente podía hacer uso para asunto de tanta
trascendencia como ese de comprometer el país por años y años
más de los que ya tenía comprometidos. Ningún empréstito podía ser realizado sino por iniciativa del Gobierno propio y la deliberación de su Congreso, de acuerdo y con la aquiescencia del
acreedor primitivo, los EE. UU.; pero jamás dispuesto por el
ocupante, autorizado por disposición exclusiva de EE. UU., o
de su presidente, pues es de éste de quien dependen las tropas de ocupación militar, ya que al Congreso americano no llegan las cosas sino mucho más tarde. La prensa le demostró hasta la saciedad al Gobierno Militar su incompetencia para
efectuar tal compromiso, que resultaba insólitamente peregrino, porque era una contratación del Gobierno Militar americano, actuando por el Presidente de los EE. UU., con prestamistas americanos garantizados por el Gobierno Civil americano.
Todo hecho en casa, así, sin más respeto al derecho de un pobre pueblo subyugado y débil.
No puedo citar principios ni transcribir reglas a este propósito, porque el caso no viene tratado por ningún autor, ni quizás tenga precedentes en la historia. La naturaleza precaria,
absolutamente transitoria de la ocupación de guerra es contraria a
esta facultad. ¿Cómo podrían comprometer el porvenir económico de la región quienes sólo coexisten con un corto período de su presente? Sería absurdo. Y en cuanto a las ocupaciones militares pacíficas, resultado de una intervención, es lógico
presumir que solamente donde se haya dejado subsistente una
apariencia de gobierno legal conviviendo decorativamente con
el real y de hecho del ocupante, como en Egipto y Corea, o
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donde la ocupación no sea más que una conquista, ya resuelta y
aun no declarada, como lo fue en Bosnia y Herzegovina, sería
posible realizar estos empréstitos, con la complicidad pasiva o
activa, espontánea por interesada o impuesta por la violencia,
del pseudo gobierno nativo, a quien se haría actuar automáticamente como a un fantoche, o servilmente por los gajes que
le deje el oficio. Este es el grande, el inmenso peligro de esas
situaciones híbridas en que todo lo hace o lo puede hacer el
ocupante tras la pantalla del Gobierno propio, como en la fábula en que el mono saca la castaña con las garras del gato. Éste
fuera nuestro peligro actual, si los hombres del Gobierno Provisional, a más del respeto que se deben a sí mismos, no debieran rehuir, por espíritu de propia conservación moral, tan enormes responsabilidades. Y es el peligro próximo del Gobierno
Constitucional, sometido que estará de hecho y reducido a grandes apuros económicos por la obra del gobierno americano,
que lo dejará maniatado con el Tratado de ratificación; e impotente para la vida propia por la crisis, más que la mundial, la
producida por el desbarajuste de la ocupación militar.
LEYES ORGÁNICAS. Son también de carácter administrativo en su sentido más amplio, pero por su índole especial merecen tratarse aparte. Aquí han sido tocadas o dictadas muchas
de estas leyes, y citaré sólo las más importantes: Leyes de Educación, la de Sanidad, la que suspendió la mensura de terrenos
comuneros, la de Conservación de Aguas, la Forestal y sobre
todo la Ley de Registro de Tierras. No entraré en sus detalles,
porque sería ello muy largo; pero diré de algunas algo. Por
ejemplo, la de Sanidad es inadecuada a las circunstancias del
medio, y onerosa; la de suspensión de mensuras dejó sin trabajo a toda una clase profesional que tenía a tal respecto sus derechos adquiridos, y la de Tierras los redujo a empleados públicos. Ésta, una pésima aplicación ampliada de la excelente Ley
Torrens, de origen australiano, en alguna de sus disposiciones
dio margen a verdaderos despojos de pequeños propietarios
de terrenos comuneros vecinos o limítrofes de los de la
Barahona Company y de otros particulares que también quisieron aprovecharse de ella. La especie es conocida; y no son esos
sus únicos peligros para el terrateniente criollo. Siniestras som-
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bras de mercaderes se mueven detrás de ella. Wall Street atisba por los resquicios que dejan sus cánones, muy lejos de ser lo
bastante protectores del nativo propietario.
A propósito de esta ley y las demás, cabe la reflexión de que
son todas ellas leyes de carácter permanente, de larga trascendencia, de esas que va dictando el ocupante que acaricia la
intención de quedarse en el país, como conquistado, o exprimirle sus riquezas naturales como a una esponja, dejando luego el bagazo a los criollos. Leyes de asimilación, de desnacionalización, de conquista o su preparación. Lamento no poder
entrar en sus pormenores. Copiaré solamente, con motivo de
ellas, este párrafo de Fiore:
El respeto a la propiedad es el complemento de las cualidades morales del ejército de una nación civilizada. En
armonía con este principio, deben proscribirse absolutamente
todos los actos perjudiciales a la propiedad, a las personas
y que no estén justificados por las necesidades de la guerra, aun cuando se cometan en país enemigo. Corresponde
al ocupante castigar severamente cualquier abuso de fuerza militar y cualquier atentado cometido contra las personas o contra sus derechos y propiedades.
¿Qué necesidad tenía el detentor de dictar estas leyes orgánico-administrativas si su misión aquí no era esa, dado que tuviera alguna legítima? Acaso vuelva a tocar incidentalmente este
punto al tratar de los efectos jurídicos de la ocupación militar
en el país.
LEYES CIVILES, COMERCIALES Y PENALES. El ocupante
ha puesto mano osada y con frecuencia torpe en estas leyes,
contrariamente al precepto y las reglas internacionales que establecen el respeto debido por el ocupante a tal clase de legislación. Los Códigos han sido trastornados sin mejorarlos en nada;
antes bien, creándoles confusión y vacilaciones. Muchas son las
reformas sufridas, siendo, a mi entender, las más importantes
las del matrimonio, asimilado a los procedimientos americanos, por lo menos en parte; la de quiebras, de pura complacencia con altas influencias comerciales e ignoro si bancarias,
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aunque creo que a estas instituciones perjudica, pero indiscutiblemente lesionadora del crédito exterior del comercio; y
entre otras muchas reformas y leyes penales, la creación del
tribunal inquisitorial que actuó concomitantemente con la
Comisión de Reclamaciones de 1907 y produjo sentencias dolorosas, y las órdenes ejecutivas de carácter disciplinario para jueces, notarios, fiscales, abogados, etc., órdenes que han dado ocasión a sentencias impiadosas e insólitas dictadas en último término
por el propio Gobierno Militar, acogiendo el máximo o el mínimo de la pena, recomendada judicialmente; en acatamiento a
esas órdenes exóticas y en vista de expedientes incoados de orden superior, todo bajo una suerte de presión penosa que no
dejaba esperanza alguna de defensa eficaz ni de absolución al
acusado, sustraído de esa suerte a la acción civil o penal ordinaria de la ley nativa, que le dejaba otros recursos.
Los autores se pronuncian todos, por regla general, contra esa
intromisión del ocupante en tal clase de legislación, y aún desautorizan a los jueces que aplican la ley extranjera, siempre odiosa, a
sus conciudadanos. He aquí opiniones y reglas a tal respecto:
El derecho internacional no reconoce al ocupante facultad de cambiar las leyes civiles y comunales de los territorios sobre los cuales se encuentran sus tropas, ‘ni de hacer
administrar la justicia en su nombre’. Este poder tiende en
efecto al ejercicio de la soberanía, la cual no deriva sino de
los derechos inherentes a una conquista venida a ser completa, definitiva e irrevocable”. Bruntschli no reconoce a
las autoridades militares el derecho de crear tribunales sino
en casos excepcionales… (Calvo, t. 4, p. 220).
El principio es categórico, sin reserva alguna. ¿Serían casos
excepcionales el tribunal de la Comisión de R. 1907, y el de
Tierras, cuando pudo remitirse su objeto a la justicia ordinaria?
Las leyes civiles del Estado invadido continúan recibiendo su aplicación sobre el territorio ocupado por el enemigo. El invasor no las modifica ni las reemplaza sino
cuando ellas son incompatibles con el cuidado de su propia seguridad y el objeto perseguido, lo que ocurrirá muy
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rara vez. Cuando la guerra hispano-americana de 1898,
las instrucciones del Presidente de los Estados Unidos declararon relativamente a Cuba que ‘las leyes civiles del
territorio conquistado en lo que se refería a los derechos
privados, las personas y las propiedades, y el castigo de los
crímenes, serían consideradas en vigor, en tanto que ellas
fueran compatibles con el nuevo estado de cosas’; de igual
modo en Manila, el general Merrit prescribía el respeto
absoluto de las leyes civiles y religiosas y de los reglamentos
municipales. (Bonfils, pp. 710-711, Núm. 1164).
He ahí idénticos el principio y la regla. Sólo que, referente
a la última, el autor conoce la parte teórica y sin duda ignoró
siempre la práctica. Aquí nos prometieron también respetar
muchas cosas que luego violaron. Procedimiento púnico. Y es
que enseguida vuelven cara atrás, cual la mujer de Lot, y se
petrifican en la extática contemplación de sus caducas Instrucciones americanas, que establecen como regla lo contrario,
aplicando su ley marcial fuera de todo propósito, aún en ocasiones ordinarias de la ocupación.
El proyecto de declaración internacional de la Conferencia de Bruselas, 1874, ha consagrado el mantenimiento
de las leyes del país ocupado, sin distinguir entre las leyes
civiles y las leyes criminales … A este efecto (el de conservar el orden y la vida públicos) mantendrá (el ocupante)
las leyes que estaban en vigor en el país en tiempo de paz;
y no las modificará ni las suspenderá, o las reemplazará,
sin necesidad. (Art. 3)… Es necesario hacer notar que el
principio del mantenimiento de las leyes civiles y penales,
salvo las modificaciones necesarias, ha sido expresamente
reconocido durante la guerra franco-alemana de 187071. (Pradier-Fodéré, t. 7º, pp. 746-747).
Y he aquí otro contraste: las instrucciones del militar Imperio
Alemán más liberales que las de la democrática República de
EE. UU.
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El trastornar sin razón la legislación civil de un país
ocupado, mientras la ocupación sea un hecho provisional,
será un verdadero abuso y una falta de prudencia política, de la que nos dejaron ejemplos dignos de imitación los
Romanos, que concedían a los vencidos el derecho de regirse por sus propias leyes. (Fiore, p. 263, t. 3º, Núm. 138).
¡Los romanos! ¡Cómo se ha progresado de entonces acá, pues
la nueva Roma, libérrima, de este siglo maravilloso, ha hecho aquí
todo lo contrario, y lo consagra en sus viciadas Instrucciones!
“En cuanto a las leyes penales, puede ser necesaria su modificación en el país ocupado”. (Por exigencia de la Ocupación).
“Esto no podrá justificar, sin embargo, el cambio esencial de los
principios del derecho penal en lo que se refiere a la gradación de las penas, a la justificación de las impuestas o a la responsabilidad penal y al procedimiento y orden de los juicios”.
(Fiore, ibídem, Núm. 1439). Y todo ha sufrido aquí alteraciones
innecesarias y algunas radicales en el procedimiento.
“De su parte, los magistrados locales deben tener en cuenta
el estado de hecho de la ocupación; y el cuidado de su propia
dignidad tanto como el interés de los acusados les ordena evitar todo conflicto y ‘toda debilidad respecto del enemigo’.”
(Bonfils). Esto lo dejaré sin comentario.
“¿En nombre de qué gobierno deben hacer (los jueces) justicia? En nombre del gobierno nacional, que les ha instituido.
El simple hecho de la ocupación no ha extinguido la soberanía
del Estado, que los ha investido de sus funciones”. (Bonfils).
Cuando el juez da sentencia en aplicación de una Orden Ejecutiva del detentor, ¿en nombre de quién administra la justicia?... Respóndale el que deba. Acaso haya que tener en cuenta una circunstancia: prolongada la ocupación, vence el tiempo
de ejercicio legal del juez, y el ocupante se lo renueva. A él
debe, o deberá su nuevo nombramiento. ¿Será lógico, por ello,
dictar fallos en su nombre o por su ley? Dejo la respuesta a
quienes se hallaren en tal caso, por ser de fuero interno. Concluiré este punto aclarando que las leyes comerciales quedan
por los autores sobreentendidas en las civiles.
De todo lo arriba demostrado hasta la saciedad se deduce
que, aún habiendo sido ocupación de guerra la sufrida, hubo
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extralimitación completa y pecaminosa de parte del ocupante.
Pero quiero recordar también que sólo por falta de principios
y de reglas aplicables al caso de esta ocupación militar que he
denominado post interventionem, he debido referirme a las que
rigen el caso de la primera. Fuerza será que los autores hagan
ya doctrina expresa para la última, en presencia de este hecho
que tanto va abundando en todo el mundo; la ocupación militar pacífica y abusiva, consecuencia o no de una intervención.
(d. b) Preservación de la soberanía nacional
Hemos visto que ésta, como el territorio, queda en parte
detentada por el ocupante de guerra; pero que ella permanece
latente en medio de los actos de la ocupación; y que cada vez
que aquél se extralimita, haciendo uso de la misma fuera de los
casos de la necesidad absoluta de dicha ocupación y sus fines, no
la usa simplemente, sino que la usurpa. Procede como en conquista, sin que esta conquista pueda ser legitimada todavía hasta
el triunfo definitivo y un tratado de cesión, que son en los tiempos modernos las únicas fuentes de conquista compatible con el
principio que niega en absoluto el derecho de conquista.
Cuando un Estado poderoso destaca una fuerza de ocupación sobre un país débil, y lo ocupa militarmente sin que un
casus belli haya precedido ni motivado el atentado, ataca su independencia, que es su soberanía exterior; cuando, ocupante ya,
realiza en él hechos de fuerza, de represiones de protestas, de
administración, de legislación, de organización y de poder político (que hechos y no derechos son éstos procediendo de él),
ataca la soberanía interior o autonomía de ese mismo pueblo, la
usurpa. Cuando se conviene con él después en un plan contractual para la desocupación del territorio indebidamente ocupado y la devolución de la soberanía así detentada y se dejan sentadas en ese plan-tratado la manera de recuperar el país atropellado
su gobierno propio, y las cláusulas de un posterior tratado que
dará por buenos, lícitos y legítimos (porque sólo puede declararse válido lo que reúna tales condiciones) aquellos hechos de
administración, organización, legislación y poder político realizados contra todo derecho en el país débil, y sus efectos jurídicos cumplidos, se le reconoce calidad y circunstancia de excusas
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para haber cometido el atentado; y al reconocerle de un modo
cualquiera tales calidad y circunstancia, se le abandona ipso facto
la soberanía, cuyos atributos son precisamente eso que se le reconoce por legítimo haber hecho el ocupante.
Rescatar de tal suerte el bien preciado de la patria que ultrajó el coloso, es consagrar derecho el brutal hecho de la fuerza, que como se ejerció una vez se ejercerá otras ciento, a la
vista del mundo indiferente, que nos verá ahora atónito donar
los efectos de nuestras prerrogativas usurpadas, sin protesta y
sin sanción alguna de nuestra parte. Tanto valdría como cohonestar el bestial atropello de una virgen violentamente raptada
y mancillada, declarando su padre, incontinenti, con humillada
complacencia, legítimo y por él prohijado el fruto del estupro,
en lugar de castigar al delincuente, siquiera con su acusación
ante la ley y la condenación moral de su delito. El violador arrebatará los favores forzados a su víctima cuantas veces la concupiscencia se imponga a su animalidad, y todos dirán del padre
que lo tiene merecido por su innoble y acaso su venal condescendencia.
Aparte de los daños materiales, del gravamen que dejarán a
nuestra vida nacional aquellos actos que se han de validar, y sus
efectos, fuera de rebajamiento de nuestra dignidad de pueblo
libre que implica esa claudicación del Plan-tratado con todas
sus criaturas, imposiciones groseras del usurpador, precio humillante del rescate, una elevada consideración jurídica, un
alto deber cívico nos ordenaba no haber cedido en nada, haber resistido hasta lo último sin conceder: la preservación de la
soberanía.
Mientras el usurpador se arrogaba, insolente en su fuerza,
derecho tras derecho realizando el hecho, y a sus actos de fuerza
oponíamos la protesta viril, la pasiva pero noble resistencia de
nuestra debilidad trocada en fortaleza, preservábamos la soberanía del impuro aliento y del carnal abrazo; la sujetaba violentamente, la detentaba, pero no la poseía. Hoy ya se la ha dejado a su inconsiderada discreción, y sin dejar de retenerla asida
del refajo, pronto a desnudarla y oprimirla en sus fornidos miembros de macho cabrío, la poseerá de hecho cuantas veces su
apetito se lo pida.
Tal es la realidad sin disimulos, descarnada.
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Los que queríamos poner al extranjero en obligado trance
de confesarse ante el mundo país conquistador en pleno período de reivindicación y resurgimiento de pueblos oprimidos
y en cadenas que rompió la Gran Guerra, o abandonar su presa
pura y simplemente, perseguíamos ante todo preservar la soberanía, como durante toda la noche triste del oprobio la preservábamos con el decoro de la resistencia y la protesta del honor que no se prostituye. Y esa soberanía se preservaba entonces
recordándole en toda ocasión al detentor, que no era cosa suya
propia lo que así detentaba, que hacíamos toda clase de reservas de derechos, y que jamás cederíamos ni sancionaríamos su
atropello. Y así, gallardamente, rechazamos el Plan Wilson y el
Plan Harding.
Mas los que por la dádiva de un poder efímero han vendido, como Fausto, su alma al Diablo, esos le han ayudado a resolver su problema de justificación; esos le han abierto la puerta
de escape del servicio, y sobre el abismo de su culpa han tendido el puente de plata de nuestra soberanía, a condición de
que se vaya y les deje la prenda que anhelaban. Como si le
dijeran: “Llévate la muchacha, pero dájanos cuanto antes sus
vestidos para nuestro arreo”. No la veremos más, pura e
inmaculada, ¡ah! no, no la veremos más así. Sólo tendremos
eso: su exterior ropaje, su apariencia, acaso hasta su cuerpo; el
alma quedará para siempre con el Diablo, que al cuerpo la volverá para gozarla cuando tal le plazca.
Como flor que en la carrera de aventuras criollas dejáramos
caer, recogiera el extraño, y ya ha perdido su perfume y color
en el cálido aliento de una orgía, al recuperarla ahora la llevaremos al ojal marchita!
***
Tal entiendo fue siempre la fórmula sagrada del Nacionalismo vigilante; la razón de profesar su credo de la desocupación
pura y simple, como el único y digno modo de cumplir el ideal
supremo del radical patriota: la preservación, para hoy y para
mañana, de la soberanía.
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C. Efectos jurídicos de la Ocupación Militar
Y porque tal fue en su prédica y su mente la finalidad que
por amor, por deber y por honor se perseguía, tales fueron
los medios preconizados para realizarla: el desconocimiento
de toda validez de la actuación americana durante la invasión, la intervención y la ocupación militar del suelo patrio; y
el de todos los atributos soberanos de un pueblo independiente. En vano habrán querido ridiculizarla y motejarla los
prácticos logreros de la fortuna a outrance y la política malsana. Ante la historia, ellos, y no nosotros, serán los sometidos a
su severo juicio y condenados.
Veamos ahora si fue tan sólo caprichosa o irracional aspiración la que el nacionalismo ha sustentado. Para ello esgrimiré
estos dos argumentos de que la lógica nos provee: uno ad
absurdum y a fortiori el otro.
(a) Argumento ad absurdum contra la validación
Partamos del supuesto ilógico, ridículo, absurdo en su máximo grado, de que la ocupación militar que hemos sufrido y se
ha sustituido con esta otra que actuará por ahora detrás de
bastidores, era una ocupación de guerra en el sentido propiamente internacional del término. Ilógico, porque tanto valdría
afirmar que Guacanagarix recibió en son de guerra a los descubridores, después conquistadores, que llegaban de las para
ellos ignotas regiones donde nacía el sol. Que así, con desconfianza, pero sin ninguna enérgica y eficaz protesta, fueron recibidos en Cambelén y San Jerónimo. Ridículo, porque vinieron a ofrecer su mediación, interesada y no aceptada, por modos
muy cordiales, en la civil contienda; y de haber querido guerrear, ni siquiera del arrojo del Quijote contra el molino de
viento tuvieran ocasión, pues ni el viento tempestuoso de las
pasiones en discordia les presentó batalla. Y absurdo, porque
llamar guerra a su atropello en poblaciones indefensas, que se
le sometían paralizadas por atónica sorpresa ante las acciones
humanas y el valor racional de los vocablos.
Pero vayamos al absurdo: la ocupación de guerra. He aquí a
Calvo que habla:
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Los efectos inmediatos de la ocupación; es decir, aquéllos que se derivan directamente del hecho mismo del ejercicio de los ‘derechos de la guerra’, de la ‘usurpación’ temporal del gobierno del país, como consecuencia de las
medidas militares o de carácter político, cesan desde el
momento en que las tropas enemigas se retiran del territorio ocupado. Los habitantes reingresan de nuevo bajo la
autoridad del gobierno nacional, que recobra la soberanía
en su plenitud y puede declarar nulos los actos del gobierno
enemigo interino, con la sola excepción de los actos administrativos y judiciales, que no tienen importancia sino en
derecho privado y permanecen válidos (T. 4º, p. 234).
El autor se ve que parte del supuesto de que sólo las necesidades de la guerra, lo político-nacional, de coexistencia incompatible con la ocupación militar de guerra, y lo administrativo y
judicial (en su aplicación, no en su legislación), que importan
a la vida ordinaria del país ocupado, la cual no puede detener
su curso, han podido ser objeto de la acción intromisora del
ocupante; y sólo a ellos se refiere.
Pradier-Fodéré, a propósito de mantenerse o no los efectos
jurídicos de leyes, órdenes, actos, etc. del ocupante después
de la desocupación, y decidirse por la afirmativa, siempre que
hayan sido aquellos motivados por necesidades de utilidad pública, agrega: “Una distinción se impone, en efecto, por lo que
toca a esto: se examinará si los actos del ocupante han sido
necesarios, o al menos oportunos y en interés bien entendido
del país, o si han sido al contrario actos de capricho, de opresión y de tiranía”. Porque estos últimos, asevera él que “deben
caer de pleno derecho con la ocupación extranjera”. (T. VII,
p. 839).
Y por último Fiore, después de razonarlo bien, sienta este
principio suyo: “Respecto de los actos administrativos, vuelve a
entrar el soberano restaurado en su pleno derecho de revocarlos, con la obligación de respetar los derechos perfectos adquiridos” (T. 3º, p. 545). De donde se sigue que los efectos jurídicos cumplidos de actos, leyes, contratos, etc. del ocupante
realizados en beneficio de la población o requeridos por necesidades de la ocupación de guerra deben ser respetados por el
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poder restaurado, pero espontáneamente, no que así se le exija en un tratado. Porque no sería justo anular, con perjuicio de
los habitantes que el Estado no pudo preservar de la ocupación
de guerra, lo que en beneficio de su vida ordinaria se haya
realizado. Lo hará, pues por equidad y justicia, motu proprio y a
posteriori, no por imposición y a priori, en virtud de un tratado.
Así, pues, por ocupación de guerra, que no es nuestro caso,
no hay para qué exigir en un tratado lo que a ella se refiere,
pues se lo otorgan principios aceptados entre las naciones; y en
lo que implica beneficio público, porque así se lo ordena al
Estado la razón. Pero sólo hasta ahí queda obligado el país que
liberó la desocupación. Y siendo de principio y costumbre universal lo uno, y lo otro de propia conveniencia y de razón, ¿a
qué el empeño de ese previo reconocimiento de validación?
¿A qué tanto interés en que se reconozca bueno lo que en sí lo
sea? ¿Por qué no dejar que el libre examen posterior de la
actuación decida de lo justo y de lo injusto, y separe del trigo la
cizaña? El Plan no tenía necesidad de prever eso; el tratado de
ratificación menos de obligarlo. ¿Se ha hecho así? Ergo…, ha
de ser de suyo írrito, pues no ha podido confiarse en la propia
bondad y la eficacia del derecho. Y cuanto se ha salido de la
necesidad de guerra, o de la lícita administración y el orden
público, eso no ha de ratificarse.
Mas todo eso en el supuesto absurdo de que tuvimos ocupación de guerra.
Porque no hubimos nunca guerra alguna con el invasor.
Oigamos nuevamente a Fiore: Tres son los elementos o principios o condiciones que establece para que exista entre dos
pueblos un estado de guerra. 1º Lucha abierta a mano armada;
2º Que la lucha se verifique mediante ejércitos organizados; 3º
Que el objeto de dicho conflicto sea de interés público. Yo agregaría esta cuarta: Que la causa sea justa, que es también del
principio ideal de los autores.
¿Lucha abierta la hubimos? Ni cerrada. ¿Con qué armas, si
fuimos desde el comienzo desarmados? Y gracias que las manos
nos dejaron. ¿Tuvimos alguna vez, desde el momento de y durante toda la ocupación algún ejército organizado? Ni desorganizado; ni un solo hombre. ¿Hubo una causa de interés público
para esa guerra imaginaria de la que fuera un incidente la ocu-
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pación militar de guerra que sufrimos? De nuestra parte tal
causa no faltaba, como no faltará de hoy más a ningún pueblo
de América Latina respecto del Gran Pulpo; su preservación;
pero ¿cómo intentar ni soñar siquiera la aventura, con tal debilidad frente a tanta robustez y fortaleza? ¿Asistió al detentor
causa de interés público? Sin duda sí, su imperialismo, disfrazado de causa financiera, de mediación en la civil contienda
ajena que pudiera mermar su garantía de prestamista, o de
uno ya asaz tímido instinto de conservación del ocupante. Mas
causa tal no fuera causa nuestra, ni legítima y justa causa entre
naciones igualmente libres y soberanas.
No podía, pues, haber guerra, por absoluta falta de sus elementos esenciales. Discrepancias en el pensar, quejosa reclamación o desarmonía, no es guerra; actos de aislada hostilidad
o de defensa personal de gente cívica, provocada o perseguida, sin orden ni concierto, desarrapada a veces o malhechora,
eso no es guerra. Queda antes dicho. Y dice Fiore: “De donde
se deduce que podría existir desacuerdo entre dos Estados, y
que el uno podría cometer respecto del otro cualquiera acto
de hostilidad, sin que por esto cesase el estado de paz entre los
mismos”. Y apenas hubo aquí ni eso. La hostilidad de la Invasión, de la Intervención y de la Ocupación militar, eso no es la
guerra.
Donde no hay elementos esenciales constitutivos de la cosa,
no hay la cosa ni sus efectos.
Querer validar los efectos de una causa que no existió, ha ahí
el absurdo; reconocer tal validez en un tratado, he ahí el absurdo que del absurdo se deriva. Si es un absurdo que hubo guerra,
absurdo es que fuera ocupación de guerra la que hubimos; absurdo que haya efectos jurídicos cumplidos de la misma que reconocer en un tratado. Todo eso es nulo, írrito y absurdo.
(b) Argumento a fortiori contra la validez
No habiendo, pues, existido un estado de guerra en forma
alguna entre las dos naciones, la ocupación militar que se nos
impuso es sólo un abuso ejercido de la fuerza de la una sobre la
otra sin posible consecuencia jurídica ninguna. Y donde no
hubo guerra, huelga tratado de paz que le imponga al vencido
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condición ninguna.3 Ha habido sólo un perjuicio moral y material causado al pueblo débil por el fuerte. Una indemnización
de daños y perjuicios que exigir a éste. Todo el que causa a otro
un daño está obligado a repararlo. ¿Cómo podría convertirse
ahora la oración por pasiva, y porque seamos la parte débil, lejos
de exigir debamos concede?. Aún persiste el absurdo.
Y si habiendo existido real y positivamente un estado y una
ocupación de guerra, sólo estábamos obligados a reconocer
aquellos efectos jurídicos cumplidos y perfectos de la última,
derivados de las lícitas necesidades de la guerra, y del urgente
y ordinario vivir del país ocupado, ahora que demostrado queda que no hubo tal estado, ni pudo ser de guerra tal ocupación
¿qué podríamos permanecer forzados a reconocer por bueno
y válido? Pues nada.
Nada debimos aceptar en buen derecho; nada reconocer.
He ahí la consecuencia que a fortiori se impone. Donde no hubo
absolutamente causa, no haya absolutamente efecto.
Tal, jurídicamente, es el problema, cuya solución no debió
ser otra que la desocupación sin condiciones, sin imposición y
sin tratado. Argumento a fortiori irrebatible.
Toque luego al Estado, en su propio interés y el de sus ciudadanos perjudicados y que adquirieron legítimos derechos
bajo la ocupación militar, en el desamparo del gobierno propio, reconsiderar con imparcialidad toda la obra del ocupante,
aprovechar de ella lo que de bueno contuviere, lo que a sus
habitantes de buena fe adquirientes de derechos importe reconocerles, y rechazar en absoluto todo el resto, inclusive lo
que de una ocupación de guerra sin motivo ni razón de ser
pretenda derivarse.
Esta es la consecuencia legítima, a fortiori.
§ 2. Las cláusulas del Plan
Como quien llega por un largo y escabroso camino, poblado
sólo de tristes perspectivas, páramos y desnudas soledades, o
despojos de cataclismos geológicos e incendios, a la boca de un
3
El Plan sería en tal caso el tratado de paz. (Nota del autor).
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antro pavoroso hasta el cual aquella ruta conducía, así me allego ahora, tras el trayecto recorrido en todo este folleto, al examen detallado del injustificable Plan Hughes-Peynado.
Denomínanlo ante todo un Entendido. ¿Cuál el valor jurídico preciso del vocablo? En vano lo he buscado, y no he logrado hallarlo ni en los textos ni en mi propia mente.
Empero, sí; en la historia de la humana iniquidad de pueblos
contra pueblos puede hallarse. Un entendido entre naciones fuertes despedazó y secuestró por más de siglo y cuarto a la infeliz
Polonia; un entendido igual dio origen en México al exótico imperio de Maximiliano; un entendido realizó la punitiva expedición a China en 1900 para vengar agravios en pecadores e inocentes; un entendido ha reducido el Hombre Enfermo, la Turquía, a
triste carapacho de cangrejo, sin bocas y sin patas; un entendido
ha entregado a Inglaterra Chipre y el Egipto; al Japón Corea…
Entendido en el mutuo interés de aquellos que se entienden o
en pecaminosa complacencia para un fuerte. Luego vienen los
dolosos tratados que se le impone al débil suscribir, y las recíprocas
convenciones parciales de los fuertes, antes o después, para
repartirse el beneficio. Y el hecho queda consumado.
Aquí se entendió un fuerte con cuatro o cinco débiles para
dejar encadenado a este tercero: la patria de los débiles. Y eso
es el Entendido.
He de estudiarlo como a un monstruo; lo que es: cabeza,
vientre y cola. Vamos a la cabeza.
A. La cabeza del monstruo
Primer párrafo: débil excusa de la debilidad rendida. Segundo: embozada acusación para el Dr. Henríquez, antiguo
compañero de campaña pro-patria en el gabinete de Gobierno del cual fue el jefe, y al que perteneció el coautor del Plan.
Párrafo marcado 1º (suerte de primer considerando); nueva acusación de errores de su predecesor en la dirección y busca de la liberación; errores ciertos, pero inoportuno el momento
de enrostrarlos, fuera de lugar. Esos errores, hijos, como los
actuales, de una debilidad, de escasa fe en la virtualidad de la
causa en toda su pureza, de transacción, en fin, habían sido ya
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subsanados por su autor, cuya visión, más clara luego, se había
situado ahora en el verdadero punto del derecho nuestro, radical, lógico, nacionalista. No había para qué traerlo a cuento
en documento oficial de esa índole.
Párrafo marcado 2º (a guisa de segundo considerando):
Argumentación casuística, manera de anticipada tranquilización
de la conciencia en la cual, con algo de sofisma, pretenden los
firmantes establecer que aquello que dicen haber rehuido como
caso de transacción, lo han orillado victoriosamente. Siendo así
que en realidad sólo demuestran que huyendo de una transacción genérica e imprecisa en otra específica y concreta.
El párrafo final, no numerado, de este encabezamiento sui
géneris, aspira a presentar salvadores de la República a los firmantes del documento. “Llegamos –concluye– a concertar el
entendido de evacuación que a continuación trascribimos”:
Analicemos esta frase: “Llegamos a concertar”… Concertar, en
la única aplicable a este asunto, de entre las acepciones del
vocablo que trae el diccionario, es pactar, ajustar, tratar, acordar un negocio;… “el entendido de evacuación…”; Entendido
no es la denominación de una finalidad, sino la de un medio.
“En el vocabulario del Derecho Internacional se hace uso de
esta palabra como parte del léxico general del texto, de un
modo incidental y muy secundario, como simple preliminar o
fuerte de tratados, o como medio de transacción o de arreglo
amigable. En el presente caso, cuando no fuera un tratado,
sería por su índole una transacción, que a la postre es una
modalidad del tratado. Sería una transacción, por la definición que de ésta da el texto, o un arreglo amigable: ambos
figuran en los medios pacíficos para solucionar diferendos entre Estados. Trascribamos a Calvo para aclarar conceptos:
La transacción implica siempre una renuncia simultánea y recíproca a todas o parte de las pretensiones anteriores de una y otra parte; ‘es un entendido’ sobre un término medio que resuelve la dificultad pendiente; mientras
que en un arreglo amigable, es en general uno de los contendientes quien facilita el acuerdo abandonando aisladamente el derecho o el objeto cuya reivindicación constituye el punto del debate. (T. 3º, p. 407, Núm. 1673).
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Pone luego un ejemplo, y agrega en párrafo seguido del
mismo número: “A este ejemplo, agregaremos los tratados intervenidos en 1842 y 1846 entre los EE. UU. e Inglaterra para
regular los límites del Maine y del Oregón, y el tratado llamado
del Escorial, concluido en 1790 entre Inglaterra y España”.
Ahora bien, si ha habido pacto, y si un tratado puede ser el
modo de concluir una transacción, el que yo llame Plan-tratado al llamado Entendido, y como tal haya desplegado y descargado sobre él toda la batería de argumentos que figuran en el
capítulo de este folleto denominado Las Generales del Plan, no
es discurrir inútil ni mero atrevimiento de profano. Porque la
modalidad del Plan es la de un tratado, aún habiendo sido el
medio de concluir con él una transacción. Y a guisa de transacción se ha hecho, pues se ha cedido en él de ambas partes algo:
aparentemente la parte fuerte, suprimiendo ciertas exigencias que antes hacía en los planes Wilson y Harding, efectivamente la débil, cediendo en aceptar aquello a que se comprometerá en el Tratado de ratificación. Pero también es un arreglo
amigable, si se atiende a que una sola parte, la débil, ha abandonado a la otra, para llegar al arreglo, el verdadero objeto del
diferendo, lo que se quería salvar y preservar a toda costa: la
soberanía nacional.
Todo es cuestión de palabras, y lo que ocurre se explica perfectamente, teniendo en cuenta que cuando el objeto de una
actuación es turbio, los medios no suelen ser muy trasparentes.
El Plan, como dije ya antes, es un verdadero nido de baúles; en
su conjunto, con cabeza, vientre y cola, una cosa indefinible…,
sea un Entendido; este contiene un Plan-tratado o convenio
de transacción; y a su vez comprende este otro un proyecto
detallado y completo de un Tratado de ratificación. Pero sea
Entendido, transacción, arreglo amigable o Plan, consigna cláusulas de compromiso entre dos naciones (o solamente de la
débil para con la fuerte), y por tanto es, o quiso ser, un tratado
internacional en el fondo, aunque su forma sea irregular; un
plan-tratado. La palabra no importa, sino la cosa. Y ratifico aquí
cuanto dije en aquel capítulo sobre su nulidad.
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B. El vientre del cetáceo
Es el cuerpo del delito, el vientre de la ballena que tragó
entero a Jonás, y del cual es de rigor, haciendo todo esfuerzo,
sacarlo, hoy, mañana o después, si queremos conservar independencia y soberanía verdaderas. Hay ya algo de él cumplido,
es cierto, pero puede evitarse lo demás, lo que en realidad nos
dejará en las tristes condiciones de un Estado protegido o avasallado para lo sucesivo.
Vamos ahora a las cláusulas del Entendido, Plan o Plan-tratado.
1. “Anuncio por el Gobierno Militar de que se instalará un
Gobierno Provisional con el objeto de… etc.” Es una especie
de esquema, o de resumen anticipado de todo lo que después
detalla el Plan. Algo embrollado el sentido y el orden de las
actuaciones que en él se esbozan. Parece escrito originalmente
en inglés y luego mal traducido, lo que prueba que el huevo lo
puso Hughes y lo incubó Peynado, aunque no fuera él el traductor. Y así se explica que todo lo tome el yanqui para sí en
ese primer acuerdo. De parte de los nuestros es el abandono
completo de la soberanía; obra de verdadero rendimiento; todo
emana del Gobierno Militar, quien se reserva en él delinear la
actuación del Provisional, tal como lo hizo, pues la Proclama del
Almirante le fijó hasta la fórmula textual del Juramento.
Esta cláusula pertenece al aspecto arreglo amigable del Entendido, en que todo lo cede el nativo para llegar, por este acuerdo de la evacuación, al ansia de sus ansias: el poder. De un solo
trazo nos imponen, para el momento al menos, un derecho
político interno novísimo e irrisorio.
2. “Selección de un Presiente Provisional y de su gabinete
por mayoría de votos de una Comisión compuesta… etc.” Esta
cláusula es una verdadera miscelánea. Hay en ella de todo un
poco. Un Presidente y Secretarios de Estado nombrados por
los representativos: dos anomalías enormes. Electores, cinco
hombres, los Grandes Electores de que hablan capítulos anteriores de este folleto. Secretarios de Estado que el Presidente no
nombra, sino que se los dan ya nombrados, lo cual en el Reglamento publicado luego, y en la práctica, se ha modificado algo,
en miramiento sin duda a la dignidad presidencial así despojada de su más privativa atribución: eligió él algunos, de ternas
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que le presentaron. La Comisión de representativos resulta
investida de una facultad extensísima. Suerte de anfictiones
especiales, en representación de las potencias partidaristas, el
clero y la … protección yanqui, tienen poder para deponer y
renovar todo el personal del Provisorio, a poco que resultaran
infieles o perjuros a su causa; parece que también para redactar
y discutir la ley electoral y la de organización provincial, las cuales promulgará el Presidente. Poseen más poder que los del
Provisorio, mucho más, aunque a su vez ellos dependan del
americano; y los consejeros inquisidores de la antigua Venecia
les quedarían chicos. El pobre Gobierno Provisional casi puede
decirse que no es ya la bestia apocalíptica de un símil pasado;
sino que ahora lo son estos representativos. El personal del
Gobierno Militar (la primera bestia),4 queda detrás, para reforzarlos; queda la PND, y sobre todo los soldados de la guarnición americana para cualquiera eventualidad adversa. En punto a hacienda, atado demasiado corto el Provisorio (he ahí,
simuladamente, dos cosas que se han por suprimidas en el Plan
y permanecen en la realidad: el control militar y el financiero.
Cláusulas que parece que no figuran, y allí en esa 2, arca de
Noé contentiva de animales de toda especie, se las encuentra.
Esta cláusula, en la cual todo se ha aglomerado, como en
confusión caótica, para que a primera vista no aparezcan sus
negrísimos puntos, tiene más trascendencia de lo que pudiera
pensarse leída a la ligera. Lo que establece a propósito del
Gobierno Provisional, de carácter transitorio se diría si no significara todo ello la derogación completa del derecho público
interno, del nuestro y de cualquiera otro nacional, y no tuviera
además los visos de un prospecto para el porvenir es la tutela
que se inicia, la protección, el control político, militar y financiero. Ya lo veremos luego, si no en el Plan, en la práctica.
Pero en el mismo Plan, en esta misma cláusula, ahí están.
No se efectuarán pagos por la Secretaría de Hacienda
que no estén de acuerdo con la ley de presupuesto en vigor,
ni se harán en forma distinta de la acostumbrada. Cual4
Véase páginas atrás el significado de esto, cuando hablo de las bestias del
Apocalipsis. (Nota del autor).
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quiera necesaria erogación no prevista en ese presupuesto
será votada por el Gobierno Provisional de acuerdo con el
Gobierno Militar. Desde esa fecha la paz y el orden serán
mantenidos por la Policía Nacional Dominicana, bajo las
órdenes del Gobierno Provisional, excepto en el caso en que
ocurran serios desórdenes que, en opinión del Gobierno Provisional, y del Gobierno Militar, no puedan ser dominados por las fuerzas de la Policía Nacional Dominicana.
Leídas, no necesitan comentarios.
3. “El Gobierno Provisional promulgará etc.”. Dos leyes promulgará: la de elecciones y la orgánico-provincial, que llamaremos. Pero promulgar la ley es el último acto de preparación de su
existencia; o el penúltimo, contando la publicación. ¿A quién
encomienda el Plan formularla? No lo dice y se sabe ahora que
se ocupan en eso los representativos. Aquí los Gobiernos de facto
formulaban ellos mismos sus leyes, al menos teóricamente, aunque en la realidad fueran terceros sus autores intelectuales, y las
votaban ellos. Ahora se le arrebata al actual esa atribución; sólo
se le deja la última diligencia. Y si no fuere así, lo expresa mal el
Plan, y más que el Plan lo que dice la prensa: “que se ocupan en eso
los representativos”. Pero ¿Qué el desdichado Gobierno Provisional no pase de ser un parapeto? ¿Quién dio tal prerrogativa a los
suscribientes del Plan? “¡Cosas veredes, el Cid, que farán fablar
las piedras!” ¿Le quedará por ventura al Constitucional alguna
tutela de ese género? A falta de un Word o un Crowder, ¿qué
tendremos entonces? Aquí bien cabe, en sentido futuro, aquello de “Vivir para ver”; o lo del francés: “Qui vivra verra”.
4º Versa sobre convocatoria de asambleas primarias conforme a la nueva ley electoral –que dictarán ahora, en esta situación política fuera de toda constitucionalidad y derecho racional–, para elegir, conforme al Art. 84 de la Constitución, los
funcionarios electivos que prevean (futuro de subjuntivo, esto
es, leyes nuevas subordinadas al momento actual) las leyes de
organización provincial y comunal. Pero ¡qué mescolanza!;
¡cuánta hibridez!, ¡qué de contrasentidos! Vamos a verlo.
Elecciones conforme a la Constitución, pero de acuerdo con
la nueva ley electoral, dictada inconstitucionalmente ahora, para
votar por electores, síndicos y suplentes, según el Art. 84 de la
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Constitución, que se cita, y designar los funcionarios electivos
que prevean las leyes de organización provincial y comunal; las
que se promulgarán ahora, naturalmente, porque no se concibe que se fabriquen esas leyes hoy para ejecutarlas bajo el futuro
régimen constitucional, que sería el llamado a dictarlas en ese
caso, ¡Vaya con el baturrillo legislativo! Pero aún hay más: la ley
de Organización Provincial (o de régimen de provincias, que esto
no lo recuerdo bien) ha debido de sufrir modificaciones en
Órdenes Ejecutivas, pues los gobernadores fueron reducidos a
meras figuras de ornamento, sin atribución política ni militar
ninguna; y en cuanto a la Comunal, lo ha sido positivamente en
más de una Orden. Las Órdenes Ejecutivas estarán en vigor hasta
el Gobierno Constitucional, que las derogue, modifique o sustituya: es lo dispuesto. ¿Cómo, a pesar de tal dispositivo domínicoamericano, se harán en el ínterin nuevas leyes de ese género
sin colidir con el Plan o el Reglamento y el propio Gobierno
Provisional, que así lo ha decretado conforme a las instrucciones recibidas? Pero, señor ¡qué mala-rabia criolla!
5º. Dispositivo dentro de la Constitución (ahora cuando es
letra muerta), pero de acuerdo con la ley electoral inconstitucional que se dictará.
6º. “El Congreso votará las reformas necesarias de la Constitución… etc.” Mandato imperativo para el Congreso próximo,
que funcionará ya dentro de la Constitución y recibirá órdenes
del Plan. De un plan de fuente extranjera. Algo más diré de
esto luego.
7º. Este punto lo aplazo para tratarlo por separado. Comprende el Tratado de Ratificación con todas sus cláusulas y las
Órdenes Ejecutivas, las Resoluciones, las convenciones y los reglamentos y contratos cuya validez en sí mismos y en sus efectos
jurídicos se ha de reconocer más adelante.
8º. “Los miembros del Poder Judicial serán elegidos de acuerdo con la Constitución”. ¿Cuándo; al iniciarse el anunciado
período constitucional o después que se haya reformado la
Constitución, funcionando entre tanto el personal actual, de
nombramiento del Gobierno Militar? No lo aclara el Plan, y la
interpretación será por tanto, según convenga. Parece aquí
quedar a discreción. Pero como los artículos de un contrato se
interpretan los unos por los otros, siendo a los tratados aplica-
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ble la regla, y el Art. 5º se amolda a la Constitución de 1908,
parece que se hará conforme a ésta; si la lógica revesada de
todo ese maremágnum no dispone luego otra cosa. ¡Es tan anómalo cuanto ocurre!
9º “Inmediatamente después de haberse hecho todo lo especificado en los artículos anteriores… etc. se procederá a la elección
de los miembros del Poder Ejecutivo conforme lo determine la
Constitución”. Esto es sólo la primera parte del dispositivo, que ya
tiene miga. La otra tiene más, y la consideraré aparte.
Según esto; mientras todo lo anterior no se haya cumplido
no habrá nada de elección presidencial, y como parece que se
tiene interés en que esta elección obedezca a las reformas, y se
elija también un vicepresidente, se puede colegir de ahí que las
reformas constitucionales precederán a la elección de presidente y vicepresidente definitivos. El Art. 6º dispone en su letra que se llegue hasta someter a la Constituyente las reformas
ya entonces votadas por el Congreso. ¿Debe entenderse que la
introducción definitiva de esas reformas en la Constitución por
la Constituyente ha de ser también anterior a la elección del
Presidente? Todo hace presumirlo, y en este caso, tocar a la
Constitución con el detentor adentro, lo que quería evitarse,
no se habrá evitado. E introducir las reformas después de elegido y en funciones todo el personal administrativo del Estado,
frustra el empeño de iniciar la República constitucional con
nuevas orientaciones. No habrá, pues, vicepresidente, habrá
período de seis niños, reelección, etc. Porque parece de doctrina que las reformas no aprovechen (como lo sienta el Art.
111 de la Constitución), ni debieran perjudicar al personal del
Gobierno durante cuyo ejercicio se hacen las mismas, pues no
fue él elegido en virtud de ellas; pero, en fin, … veremos lo
que ocurra quienes estemos en la barrera. Reformas durante
el funcionamiento de un gobierno constituido antes, ya procurará él que no le perjudiquen…; pero el país será probablemente el perjudicado. Aun cuando se le elija antes de las reformas, tiene él para esperar rato, primero que llegue, con
todo lo que ha de preceder a su elección. Habrán cursado antes varias cosas ¡y el Art. 7! Pero dice el mismo párrafo en esta
primera parte: “se procederá a la elección de los miembros del
Poder Ejecutivo conforme lo determina la Constitución”; y o
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este es un dislate del dispositivo, pues en la vigente el Ejecutivo
es unipersonal, el Presidente, o se aplaza el asunto para después de las reformas, en que haya Presidente y vice, ya que no es
concebible que vayan a consagrar en ellas que le nombre al
Presidente sus Secretarios de Estado un elemento extraño a
él, como ahora. Aunque todo es posible.
Quédanos la segunda parte del artículo 9º: “Tan pronto como
el Presidente tome posesión de su cargo firmará la ley de ratificación y la mencionada Convención, y entonces las Fuerzas
Militares de los Estados Unidos abandonarán el territorio de la
República Dominicana”. ¡Cuán largo nos lo fían! ¡Cuántas abdicaciones, humillaciones y celadas ocultas en el Plan han de
pasar para que eso llegue! ¡Qué negra emboscada se guardó el
Plan-tratado para terminar su obra de engullirse nuestro público derecho interno natural y escrito, y nuestra pobre soberanía
interna y externa! ¡Y esto lo firman, junto con dos americanos,
cinco dominicanos! ¿Cuándo se irán los huéspedes?
***
Resta considerar aquí lo otro: el Art. 7º del Plan, con sus
fatídicas criaturas. Ahí es nada. Si el vientre del cetáceo no
fuera tan enorme, ¿dónde le cabría todo eso?
Dice el Art. 7º: “El Presidente Provisional designará Plenipotenciarios para negociar un Tratado de Ratificación concebido en estos términos”. Y comienza:
1º El Gobierno Dominicano reconoce la validez de las Órdenes
y Resoluciones Ejecutivas promulgadas por el Gobierno Militar y
publicadas en la Gaceta Oficial, que hayan establecido rentas, autorizado erogaciones o creado derechos a favor de terceros, de los
Reglamentos Administrativos que se hubieren dictado y publicado y de los contratos que se hubieren celebrado en ejecución de
tales órdenes o de alguna ley de la República. Esas Órdenes Ejecutivas, esas Resoluciones y esos contratos son los siguientes:”
Y proceden a la enumeración de las Órdenes Ejecutivas, todas
con algunas excepciones, hasta la Nº 800. Después se dictaron
más, que no sabemos si serán acogidas.
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Pero hay algo anterior a ellas, que conviene dilucidar expresamente.
Validar es dar por bueno aquello que carecía de tal calidad;
declararlo válido. Reconocer la validez es convenir en que era
ya antes válido lo que por tal se reconoce.
Ahora bien, si la ocupación militar que hemos padecido hubiese sido el resultado incidental de una guerra, se explicaría
que, más decorosamente, se reconocería la validez, no de todas
las Órdenes Ejecutivas, etc., sino solamente de aquellas que las
necesidades inherentes a la ocupación de guerra y las de simple administración y orden público en beneficio de los habitantes se hubieran dictado o aplicado; porque en principio todos los publicistas dejan sentada la validez de tales actuaciones;
pero habiendo sido dicha ocupación militar la simple continuación de una intervención sin acto alguno de guerra, en propiedad, nada había que reconocer, ya que nada válido puede engendrar lo que en sí es absolutamente inválido. La intervención y
su secuela la Ocupación militar son actos realizados por una nación fuerte sobre otra débil, contrariamente al principio y derecho universalmente reconocido de la no-intervención. Y como
las excepciones al principio tampoco caben en nuestro caso,
todo ello según lo dejo demostrado páginas atrás, reconocer la
validez de sus actos y leyes es aceptar lo inaceptable; es reconocer buena la intervención; es rendirle la soberanía. Nada había
que reconocer.
En cuanto a validar, ya llegaría el momento de arropar con
ese manto de legalidad lo que a la vida nacional importara que
subsistiese, lo que fuera de justicia, no para el ocupante, sino
para los habitantes del país.
Legitimar así la intervención y la ocupación militar sufridas, es
consagrar legítimas todas las venideras. Es ponernos a merced,
ahora y para siempre, del capricho, de los intereses, de la conveniencia, del imperialismo de los EE. UU. de América.
***
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Y echemos ahora un vistazo a esas Órdenes, etc.
Yo siento no tener delante las correspondientes al año 1922,
en las que figura la 735 relativa al último Empréstito. Y no disponer del largísimo tiempo necesario para hacer un estudio
de todas, lo mismo que de las Resoluciones, Reglamentos y
Contratos, aunque de los últimos no fuera cosa tan fácil, por
ser ellos casi del dominio privado de los archivos oficiales, y
generalmente no publicados. Sobre los tres primeros grupos
creo estar bien informado de lo más importante, por haber
leído todo eso a su publicación o después, especialmente las
Órdenes Ejecutivas, que además tengo a la vista hasta el año
1922 exclusive. Lo suficiente para formar concepto general y
recordar detalles de índoles y modalidades significativas; pero
no lo bastante para un minucioso y completo análisis de ello
aquí, lo que también me retardaría con exceso la publicación
de este folleto. Lo empecé, empero, tal análisis, y noté que
eran clasificables dichas Órdenes, Reglamentos, etc., en ocho
grupos, (inventando de paso algunos adjetivos), y en algunos
otros grupos adicionales. Generalmente, las leyes son facultativas, imperativas y prohibitivas, a las cuales habría que agregar las
represivas, cuando éstas no sean comprendidas en una de las
dos últimas clases. Para hacer la división que ahora apuntaré,
he tenido en cuenta la intención probable del ocupante. En la
legislación nacional, todo se presume legislado en beneficio
del país; en las de procedencia extranjera no ocurre esto. Obedecen ellas al resguardo del ocupante, a su conveniencia, a su
intención para con el país ocupado, y a muchos otros casos;
pero muy rara vez al beneficio del mismo país. Dictáronse Órdenes, etc., que clasifico, como digo, en ocho grupos, según su
tendencia y usando yo de cierta plaisanterie con que distraigo
mi pesar por no dar ahora cima al estudio detallado que me
proponía. Valgan estos adjetivos ad hoc a que me atrevo, y valga
también la plaisanterie, siquiera para restar monotonía de vez
en vez a este ingrato trabajo. A saber: 1º Precautivas, o de propio
resguardo del ocupante, como algunas relativas a inmigración,
pasaportes, correspondencia y censura de la misma, etc.; 2º
Supresivas y opresivas, o de torniquete y provocación. Órdenes
que parecieron dictadas para soliviantar el ánimo del pueblo y
llevarlo a actos de rebeldía y de violencia que justificaran una
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acción de guerra en crudelísima represión. El Contraalmirante Knapp, hombre de cortés y amable trato, al cual se podría
aplicar mejor que a su sucesor la frase latina suáviter in modo,
fórtiter in re, había declarado a un alto personaje nativo que sentiría cualquier movimiento de protesta, porque se vería obligado a ahogarlo en sangre, sofocándolo aun a costa de dejar arrasado el país; 3º Eliminativas y expoliativas o de despojo, cuya
denominación explica el propósito o la índole y se relacionan
con el impuesto territorial, las leyes de tierras y de aguas, etc.
etc.; 4º Erogativas y dispenditivas5 o de agotamiento y rendición,
las destinadas a agotar, con lujosos gastos e injustificables dispendios, el fondo de reserva, y en general los ingresos, a fin de
llegar a los empréstitos forzados y a su aceptación por el país,
obligado por el hambre a ello y a toda clase de claudicaciones;
5º Preservativas y reservativas, o de guardosa precaución, las aplicadas a evitar filtraciones fiscales o municipales diversas por los
nativos, o a asegurarse ciertos ingresos que sacaran de apuros
su gestión administrativa al fallar las fuentes de mayor recurso;
6º Perturbativas y dislocativas, o de caos y confusión, que son todo
ese poner mano torpe e innecesaria en nuestras leyes civiles,
comerciales, penales, orgánicas algunas, etc.; 7º Decorativas y
conciliativas, o de apariencia y atracción, parece que encaminadas a obra de efectismo y conciliación con la voluntad popular,
aunque sin verdadera efectividad, tales como las leyes de educación dictadas, la de servicio civil y otras muchas; y 8º Sedativas
o anodinas, para apaciguar dolores y restañar heridas y arañazos
producidos por las otras Órdenes, ciertas actuaciones, los abusos,
etc., leyes de pequeño efecto, como las promesas de pagos,
prórrogas para cumplimiento de ciertas Órdenes violentas, algunas medidas de control de alimentos, etc., etc. A estas Órdenes de
índole principal, agréguense otros cinco grupos secundarios,
en los cuales caben también las resoluciones, reglamentos y
contratos; grupos a los que he aplicado, con una suerte de doloroso buen humor, denominaciones de la declinación latina y
griega, tomando unas veces el significado y otras la aparente o
5
En un país rico como EE. UU., y de profuso gastar, tal vez no sería dispendiosa
la manera de erogar que aquí tuvieron siempre sin tener en cuenta la
cortedad de los recursos. (Nota del autor).
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real etimología de la palabra que indican los casos. A saber: 1º
Nominativas, de nombramientos y designaciones; 2º Genitivas, o
de posesión, como aquella del dominio eminente del Estado,
de reivindicación de propiedades del mismo, y otros; 3º Dativas, o de concesiones, otorgamientos y verdaderas dádivas, so
color de obligadas transacciones o compensaciones, todo ello
siempre oneroso para el país; 4º Acusativas, en su sentido etimológico aparente; las de carácter punitivo, tales como la que
puso fuera de la ley a Lico Pérez por un gesto patriótico, la que
destruyó a Fidel Ferrer, la que destituyó a Morillo, y los mil
atropellos de acusaciones, encarcelamientos, suspensiones, trabajos públicos, procesos ante Cortes marciales o probostales etc.,
etc.; 5º Vocativas, o de llamada de nativos a registro de títulos, o
ante la Com. de R. 1907, las cortes marciales, a presencia del
Almirante, etc., y para fines diversos, entre ellos de represión u
otros peores; y 6º Ablativas, las que no caben en las demás, como
la dictada por estorbo del “Jacagua” en la Ría, ordenando levantarlo o destruirlo (mientras el “Menfis” sigue impertérrito
todavía, como decrépito anciano tendido al sol e inmóvil), autorización de cabotaje, abolición del impuesto luz Ría Ozama,
etc. En esta clasificación he dicho que van comprendidas las
Resoluciones, los Reglamentos y los Contratos, los cuales, más
que las Órdenes mismas, han lesionado algunos, grandemente, los intereses del país, creando a su costa, y en virtud de tales
Órdenes, derechos adquiridos que a aquel le serán muy onerosos. A tal grado, que Órdenes Ejecutivas que no figuran entre
las propuestas para la ratificación, como la 511 relativa al Registro de la Propiedad, han debido dejar, no obstante, sus desastrosos efectos en Resoluciones dadas conforme a dicha ley. En
esas Órdenes, Resoluciones y Contratos, cuya simple enumeración trae el Plan, sin especificar su índole ni objeto, hállase
contenida toda suerte de traba para el libre desenvolvimiento
de los recursos del país, que atado queda con contratos como
el del último empréstito y resoluciones a favor de la Barahona
Company y otras compañías, ingenios, empresas etc. Necesario
fuera tener a la vista todo eso, bien expurgado, y disponer aquí
de muchísimo espacio, después de mucho tiempo invertido,
para ir señalando punto por punto y con toda precisión las rémoras creadas al futuro desarrollo, desembarazado las Órde-
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nes, las Resoluciones, los Contratos y entre unas y otros hállase
el pecado. Recordad aquella concesión a costa del dominio
público de Macorís, ¡hasta bajo el agua!, de la cual tanto y tan
infructuosamente protestó la prensa. Es trabajo que tengo en
proyecto para más adelante, como suplementario del presente, si las circunstancias lo requieren y me lo permiten. Creo
haberlo expresado así antes. Pero yo recomiendo este estudio
a todo aquel que, bona fide, desee convencerse del daño y de
los daños realizados en el país por la Ocupación Militar. Fuera
preciso sumar todas esas apropiaciones para conocer la enorme cuantía de lo egresado y dispendiado por la administración
exótica, comparando entre sí los valores y sus destinos conocidos, y estableciendo parangón de los mismos con los de épocas
de orden económico nacional, que las tuvimos honrosísimas
bajo situaciones políticas anteriores a 1912 y posteriores a 1899,
con raros y cortos paréntesis de desorden, las más de las veces
obligado por las circunstancias. Sería menester eso, para formar juicio exacto y llevarlo a conocimiento del país y del extranjero. Todo ese estudio, lo mismo que lo relativo a atropellos, debió ser preparado para la Comisión Mc. Cormick,
Pomerente y compañía, en libro o libros ordenados y bien documentados, en lugar de declaraciones inútiles y algunas de
puro efectismo. Ojalá pudiera yo alcanzar en tiempo, medios
de investigación y recursos a realizar tal obra. De ella, trabajo
mío o de otro, hablaré más adelante.
No terminaré lo que se refiere a este punto de la legislación y
la actuación americana sin hacer presente que no niego en absoluto que haya mucho o poco bueno aprovechable de esa obra,
sobre todo en aquella parte de la misma que dictaron con la
sana intención de utilizarla ellos propios indefinidamente, en una
pacífica e indefinida ocupación del país por usucapción violenta
al cabo. La combato por su falta de método, y sobre todo por la
incapacidad jurídica de su autor para realizarla, su doble propósito a veces, y la iniquidad que con frecuencia ha revestido.
Por lo demás, para mi objeto en este folleto hace falta el
estudio detallado que lamento no haber podido llevar en él a
cabo, pues mi tesis no es esa, demostrar la bondad o maldad de
la obra de legislación y actuaciones del ocupante militar; sino su
absoluta invalidez en cuanto procedente de una fuente sin ca-
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lidad jurídica ninguna para realizarla. He sentado premisas en
todo el detenido discurrir de mis capítulos, párrafos, etc. anteriores para llegar sólo a esta conclusión, que repito y repetiré
hasta la saciedad; en ocupación de guerra verdadera, validar lo
que el principio más favorable al país ocupado establece como
bueno, habría sido de rigor en un tratado; pero habiendo ésta
sido una ocupación militar absolutamente fuera de toda guerra,
y de toda doctrina consagrada por el Derecho Internacional
racional y positivo, el desconocimiento puro y simple de toda
su obra, junto con la desocupación pura y simple del país, era
la sola digna actitud dominicana.
No habiendo existido causa alguna legítima para la Ocupación, no puede haber efecto legítimo de la misma, que es mi
tesis.
***
Reanudemos mi estudio del Tratado:
“El Gobierno conviene en que esas órdenes… etc.” (Véase
el Plan). Es la continuación de la cláusula 1ª del Tratado de
Ratificación. Establece la subsistencia de esas órdenes, resoluciones,
reglamentos y contratos (es preciso entender que se refiere a los
propuestos para la ratificación, pues a raíz de hablar de ella es
que lo cita empleando el demostrativo esas…) hasta su derogación por los futuros órganos legislativos; y la validez de los efectos jurídicos de ellos, inclusive los que el propio Gobierno Militar derogó por actuaciones posteriores de la misma índole y
figuran también en la lista para la validación de dichos efectos
jurídicos. Creo que huelga, y no aclara, esta segunda parte del
párrafo, porque ya está implícitamente expresado lo mismo en
el del artículo 1º que procede a la enumeración, y en la primera parte del que inmediatamente le sigue, así como en el principio del tercer párrafo del propio Art. 1º.
Este tercer párrafo, que pretende garantizar contra toda
eventualidad la validez de esos derechos adquiridos, contiene
una enorme contradicción y una ignominia.
La contradicción consiste en que, estableciéndose que toda
controversia suscitada con motivo de estos derechos adquiridos
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debe ser juzgada soberanamente por los tribunales de la República, admite, sin embargo, el derecho de intervención diplomática para impugnar los fallos desfavorables al interés americano, por injustos o casos de denegación de justicia, etc.; y,
yendo aún más lejos, sienta que ello así conforme a reglas y
principios generalmente aceptados de derecho internacional.
¿Cómo serían soberanamente juzgados por los tribunales de la
República esos casos de controversia, si podrían ser impugnados
por injustos o denegación de justicia? Soberanamente quiere decir sin que pueda haber intromisión ni impugnación extraña;
obrando sobre todo y sobre todos, con supremacía. Y hay en
ello ignominia, porque además de consagrar bueno y válido el
hecho de la intervención diplomática, se rinde de la soberanía
a merced del fuerte contratante, se declara la justicia dominicana subordinada en la validez de sus fallos a la antojadiza e
interesada interpretación de EE. UU; se confiesa el vasallaje.
Preténdese ahí que hay doctrina sobre el caso. Mentir es, para
salir del atolladero. Someter a intervención diplomática, so
pretexto de injustas o casos de denegación de justicia, las sentencias adversas al interés americano, equivale a convertir en
una fórmula todo recurso previo a esa justicia por los ciudadanos americanos, pues contra los fallos adversos se amparará siempre, haciendo el caso suyo, su Gobierno con intervención diplomática inmediata para exigir su nulidad y, si le cuadra,
provocar violencias, y será nula la justicia dominicana desde
entonces para todo litigio en que sea parte condenada un extranjero, porque el precedente, ese hará la doctrina contra el
país, cuya jurisdicción judicial quedará restringida a los nacionales. Mentir es, porque se trata de un caso franco de soberanía, y los autores, al discurrir sobre la materia, sientan lo contrario. No puede ser legítimo motivo de intervención un caso
de ejercicio de soberanía; no lo es, ni la historia de ese hecho
de fuerza en embrión lo sanciona.
Ha habido, sí, a las veces, sentencias notoriamente inicuas,
venales, equivocadas o dictadas por juez incompetente (en sentido jurídico), que fueron objeto de impugnación y de reclamaciones, gestiones y demandas en nulidad, revisión, casación,
etc., y aún sobornos; pero sin atacar en ningún caso la jurisdicción territorial. Tal es el derecho, lo único que fuera lícito con-
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sagrar en un tratado, si no lo estuviera ya en práctica, doctrina
o ley; por lo cual huelga en aquel. También hubo con tal motivo, de Estado fuerte a débil, frecuentes casos de violencia, que
el derecho condena. Ese es el hecho, el brutal hecho. La intervención es hecho y no derecho, aún siendo diplomática, y ataca la jurisdicción, si por ella se ha realizado. Que gestione la
parte lesionada; que lo haga también el representante de un
país, si éste fuere parte; pero si interviene se inmiscuye, y si se
inmiscuye atropella la soberanía. ¿Y que esto venga a consagrarse en un tratado?
Hubo aquí mismo ciertos casos.
Fue el primero que recuerdo en 1885, el del “Justicia”, vapor venezolano insurrecto, al cual se pretendió declarar pirata
y buena presa, y se le sometió a juicio por haberse colado de
rondón en nuestras aguas. Venezuela reclamó la entrega junto
con su jurisdicción extraterritorial para juzgar el caso; la República, invocando la suya territorial para lo mismo, se le impuso.
Y se trató por lo correccional. Sólo que entonces, gracias, según se dijo, a la venal complacencia de alguno o algunos, el
dinero venezolano, subrepticiamente facilitado, le rindió favorable la sentencia a aquella. Y de no haberse acordado ambos
países, habrían ido probablemente al arbitraje; mas no para
someterle la sentencia, sino el asunto de jurisdicción. Pero si
Venezuela hubiera sido lo bastante fuerte no habría interpuesto el argumento de su oro, sino tal vez intentado intervención.
Luego, no es el derecho lo que en tales casos interviene, sino la
fuerza, el hecho.
Otro caso posterior fue el del litigio del antiguo Banco Nacional (francés) con el Presidente Heureuaux, en el cual litigio postulaban el abogado Lic. Fco. J. Peynado, de parte del
primero, y el Lic. Manuel de J. Galván, del segundo. La justicia
falló en suprema instancia a favor del último, y la sentencia,
contra la oposición del Banco apoyado en su Cónsul francés,
fue ejecutada por medios constrictivos, rompiéndole la caja
fuerte al Banco; y el Agente francés amenazó, y hubo más tarde demostración de barcos de guerra franceses, y quedaron
rotas las relaciones diplomáticas; pero no hubo por entonces ni
intervención ni arbitraje, sino violencia e indemnización después. Era el asunto algo turbio del lado de Heureaux.
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Y aún se presentó otro caso posteriormente: el de M. Des
Combes & Cº, ciudadanos suizos, con la casa Russ-Suchard de
París, con motivo de una finca de cacao en Sabana la Mar. Perdieron el pleito los primeros hasta la última instancia, por detalles de procedimiento, y quedó arruinado Mr. Des Combes; pero
en el fondo la razón era de M., Des Combes & Cº. No interpusieron éstos, empero, recurso diplomático coercitivo, ni propuso su gobierno el arbitraje, sino que durante años peregrinó
Mr. Des Combes por las Secretarías de E. de R. E. y Justicia, y
por la Corte Suprema asistido de su eminente abogado entonces, Dr. Lugo, hasta que obtuvieron para ellos recurso en casación del proceso, y con el mismo el triunfo de su causa, los
distinguidos letrados Lugo y P. Castillo.
La Justicia dominicana era entonces soberana, e impuso sus
sentencias, aunque acaso no estuvieran muy fundadas en razón las dos primeras.
He aquí ahora lo que he espigado sobre el caso en la consulta de los autores:
No se debe perder de vista que los extranjeros que, por
sus negocios e intereses particulares, se trasladan a país
distinto del suyo y en él se establecen, tácitamente se han
sometido a sus leyes y deben hacer uso de las vías de recurso abiertas a todos los habitantes, sin que puedan pretender aquellos situarse en mejores condiciones que los naturales del país… Siempre que se trate de negocios puramente
privados concernientes a estos extranjeros y en los cuales
no se hallen comprometidos sus intereses nacionales, debe
dejarse a la jurisdicción local el libre ejercicio de sus derechos, y cuando ella se hubiere pronunciado, ni el extranjero ni su gobierno tendrán de qué quejarse si dicho extranjero no ha sido víctima de vejaciones que violen el derecho
internacional; si no ha sido él objeto de procedimientos
arbitrarios o de denegación de justicia de parte de las autoridades locales; si no se han introducido en su detrimento distinciones odiosas… etc. (Pradier-Fodéré, t. 1º, p.
619, Núm. 403).
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Este derecho (el de jurisdicción judicial)6 aporta a la
soberanía interior del Estado el indispensable complemento sin el cual dicha soberanía no podría ser eficazmente
ejercida. El derecho de jurisdicción consiste en el poder que
tiene el Estado de someter a la acción de sus tribunales
ciertas personas y ciertas cosas, y aplicarles sus leyes. Y al
derecho de jurisdicción es necesario referir el jus imperio, la
facultad de ordenar y de emplear la fuerza coercitiva para
constreñir a la obediencia, para asegurar la ejecución de
la ley. (Bonfils, pp. 145-146, Núm. 263).
El derecho de hacer justicia es uno de los esenciales a la
soberanía y debe ejercerse con la más completa independencia. En ningún caso puede legitimarse la ingerencia
de un Estado en la administración de justicia de un país
extranjero, o la pretensión de que se suspenda a favor suyo
o de sus conciudadanos el curso regular de los asuntos
judiciales, o ‘discutir y comprobar los resultados de
un juicio regular completo con las formas procesales establecidas por la ley’…” “Lo único que puede exigir un gobierno extranjero, es que las formas establecidas
por la ley no se suspendan por consideraciones políticas, ni
por odio a los ciudadanos de su propio país, y puede pedir
la responsabilidad del Estado si la administración de justicia se hubiera dejado llevar de la influencia o de las
pasiones políticas. Hay que notar por otra parte que, aunque en este último caso o indirecta sobre el poder judicial
extranjero, porque esto equivaldría a ofender la independencia del mismo, debería limitarse a hacer que llegasen
sus reclamaciones al gobierno extranjero, y aducir las pruebas de su afirmación. (Fiore, t. 1º, p. 265).
Todo lo cual corrobora cuanto dejo dicho en el último párrafo de la página 151 y repito: que la jurisdicción judicial es
uno de los atributos de la soberanía, y que, aunque sea lícito al
6
Uso este término jurisdicción judicial, pleonástico y redundante en el presente caso, porque hablo para todo el mundo, y en el lenguaje corriente el
vocablo jurisdicción tiene varias acepciones afines pero no idénticas a la
que aquí conlleva. (Nota del autor).
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poder extraño reclamar contra injusticias notorias hechas a sus
nacionales, si de modo incontestable produjere las pruebas de
la injusticia o de lo que pretendiere haber sido una denegación de justicia, para obtener reparación, esto no puede ni
debe hacerlo sino intentando dentro de la propia jurisdicción
del país uno de los recursos citados en el primer período del
párrafo a que acabo de aludir, todo exactamente lo mismo que
lo hiciera un simple particular nativo, o extranjero de otro país.
Pero jamás intervenir diplomáticamente. La intervención es
siempre la ingerencia extraña en los asuntos privativos de la
soberanía, importa poco que se le denomine diplomática. Nunca es un derecho cuando no fue solicitada por el país intervenido. Para no repetirme, remito ahora a las diversas citas que
hago sobre el punto en la página 92 de este folleto. Pero como
la cláusula 1ª del Tratado en proyecto a que voy refiriéndome
consagra la intervención diplomática como un derecho “de acuerdo
con las reglas y los principios generalmente aceptados de derecho internacional”, lo cual es una solemne mentira, tengo necesidad de completar aquellas citas con estas otras:
La forma de la intervención en nada modifica su carácter: que se trate de intervención armada, de ocupación
militar o de intervención diplomática por representaciones
orales o escritas, hay siempre ingerencia. Sólo el grado de
intensidad es diferente. Una intervención diplomática es
a menudo el prefacio de una intervención armada. Ni la
una ni la otra resultan de un derecho: son puramente
hechos. (Bonfils, Núm. 296, p. 165).
Calvo dice casi lo mismo en el tomo I, p. 267, Núm. 110:
La forma bajo la cual se verifica la intervención no
altera su carácter. La intervención que se produce por el
empleo de procedimientos diplomáticos no es menos intervención por eso: es una ingerencia más o menos directa,
más o menos disimulada, que muy a menudo no es sino el
preludio de una intervención armada. (Calvo).
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“Esta intervención es a menudo el prefacio de una intervención armada”. (Pradier-Fodéré, t. 1º, Núm. 361, p. 552).
Hasta aquí los autores referentemente a la intervención diplomática. En cuanto al atentado que significa el consignarla como
recurso en un tratado; esto es, comprometer la soberanía, debo
remitir nuevamente, siempre para no repetirme, a lo transcrito
de los mismos autores en el penúltimo párrafo de la p. 118 a
propósito de la Causa u objeto ilícito de un tratado.
***
Quiero referirme ahora a esta otra fase de la misma cláusula
1ª…; “casos éstos (injusticia notoria o denegación de justicia)
que, si afectaren únicamente los intereses de los EE. UU. o de
la Rep. Dom., serán, si hubiere desacuerdo entre los dos Gobiernos, dirimidos arbitralmente, etc.” Albarda sobre albarda, y
frase de sentido muy ambiguo. ¿En qué casos afectarían la injusticia o la denegación únicamente los intereses de los EE.
UU. y de la República Dominicana? Del primero nunca, pues
que él se sustituya a sus nacionales, acreedores de la segunda, o
posesores de derechos adquiridos y disputados en el país, por
no perfectos tales derechos, no afectaría sus intereses como
nación. Tal pudo ocurrir, a propósito de su garantía a los tenedores de bonos de los empréstitos realizados por su Gobierno
Militar aquí, si hubiese habido desocupación pura y simple, sin
tratado y sin plan-tratado; porque la legitimidad para la República Dominicana de tal compromiso, en que ella no consintió
en forma alguna, es absolutamente nula y podría impugnarse
en causa; pero en el caso de quedar, como quedamos, amarrados, eso probablemente no ocurriría. La República sí que podría tener intereses en juego, si se defendiera en justicia de
uno de esos pseudo-derechos adquiridos que pretendiera el
interesado, en litis con otro interesado, o con el Estado, haberle otorgado indebida e inicuamente el detentor en alguna concesión o por virtud de alguna orden ejecutiva o resolución;
pero en tal supuesto, de la República Dominicana el interés y
suya la jurisdicción ¿a qué acudir al arbitraje? ¿Sería la primera
vez que la justicia de país cualquiera condenara al Estado en
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una causa, como podría otorgarle el derecho discutido, según
que tuviera o no razón? ¿Desconfiaría entonces EE. UU. de la
justicia en la cual tuvo antes fe su Gobierno Militar aquí, cuando, sustituyéndose al Gobierno Dominicano en representación
del Estado, acudió a ella otras veces y ganó o perdió, o por
temor de ella (pero no por recelo) se transó en ocasiones? ¿O
es, muy presumiblemente, falta de fe en la justicia de su causa
o de los derechos que sus ciudadanos sustentaron contra nativos o el Estado? Hacer asunto de arbitraje cosas de interés privado, contra los fueros de la justicia nacional, cuando EE. UU.
mismos, como Estado, en asuntos de dominio o de interés privados puede figurar en causa conforme a un principio que en
seguida citaré, es eludir el recto camino de la verdad, hollar la
soberanía del país desconociendo su jurisdicción territorial, y
mantener la mano interventora en los asuntos nacionales.
Si llegara el caso de que, como garante de los tenedores de
bonos de los empréstitos en que el Gobierno Dominicano no
ha consentido nunca, los EE. UU. tuvieran necesidad de exigir
el cumplimiento, como se trata de una suerte de subrogación
legal de derechos privados contra otro Estado, ¿no sería aplicable, antes que ir al arbitraje, el siguiente principio que cita
Bonfils, pág. 149, nº 270, tomado de Pradier-Fodéré?:
Cuando el Estado obra en un proceso como propietario,
acreedor o deudor, al mismo título que los ciudadanos, no
hallándose en causa en este caso la soberanía, y no figurando allí el Estado como poder, sino ejerciendo solamente los
derechos de un particular, los tribunales extranjeros deben
declararse competentes, porque estos no hacen comparecer
ante su barra una soberanía independiente, sino una persona civil que litigia sobre derechos e intereses privados.
Carezco de toda autoridad para pronunciarme por mi cuenta en esa ni otra materia jurídica; pero me atrevo a creer que si
el asunto reviste calidad de Estado a Estado, al arbitraje no debe
someterse el resultado de la sentencia, que implicaría una ingerencia en la jurisdicción judicial del país que la ha dictado,
sino el derecho de ambos Estados sobre el punto controvertido, previamente a toda acción judicial.
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Y este Tratado de Ratificación no debió estatuir nunca el arbitraje para eso, sino para el caso mismos de la Ocupación Militar
pacífica como engendradora de derecho a cargo del país que
fue ocupado, y el alcance, calidad y número de esos derechos
originados de tal ocupación, si algunos pudo ella engendrar.
Terminaré el punto con esta última cita de Fiore, p. 268, t,
1º 400), (d):
Cuando dos gobiernos hubiesen determinado, mediante un tratado, las reglas de la competencia de los respectivos tribunales, no podrán obligarse a vigilar la aplicación
de dichas reglas en la vía administrativa. Si se obligasen a esto, adquirirían derecho a ingerirse en la administración de justicia para exigir su cumplimiento, y el
poder judicial de los mismos estaría sujeto a la aprobación
del poder ejecutivo extranjero.
***
La cláusula II del Tratado de Ratificación en proyecto reconoce la validez de la emisión de bonos de 1818 y el Empréstito de
5 1/2 % de 1922, dispuesto por Orden Ejecutiva No. 735, que
ahora tengo a la vista, lo mismo que las 713, 800 y 801, que he
procurado después de lo escrito en la pág. 146, porque las necesito ahora. También acabo de consultar las Nº 193, 272 y 637,
ya coleccionadas y correspondientes a años anteriores al 1922.
La Orden Nº 735 expresa que los compromisos contraídos por
la 713 y 637 serían saldados con el fruto pingüe de esta Nº 735, por
lo cual parece, según esto –y lo que creo haber leído en la prensa
de esos días referente a este asunto, así como lo consignado en la
cláusula II del Tratado– que quedan pendientes las obligaciones
derivadas de la Convención de 1907, los bonos de 1908 aún no
redimidos a esa fecha (que ignoro si aún las hay) y este Empréstito
de $6,700,000 a cuenta de mayor suma ($10,000.000).
Sobre la validez de los Empréstitos en general y de éste en
particular, me remito a lo dicho a título de enérgica protesta
en la pág. 124. A lo allí expuesto sólo quiero añadir que el
Egipto, comprometido en una enorme deuda cuando se veri-
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ficó la ocupación militar inglesa, la ha consolidado posteriormente y sufrido todo este tiempo un estricto control, europeo primero y ahora inglés; pero el Kedive ha firmado el decreto de
consolidación, sin duda con acuerdo forzado del Sultán de Turquía, y probablemente ha firmado también nuevos bonos; lo cual,
aun cuando sólo sea ello un ridículo expediente para cohonestar el caso, cubre las apariencias y lo hace menos insólito.
Aquí la Orden Ejecutiva del Gobierno Militar Ocupante, sin
ingerencia ni proposición alguna de un poder nativo que aquel
ha sustituido, dispone imperativamente, autocráticamente,
ignominiosamente para la dignidad dominicana, que con el consentimiento de los EE. UU. de América quedan afectados por veinte
años, a contar de la fecha en que se realizó el último Empréstito de los $6,700,000, las rentas aduaneras de la República como
garantía del pago de ese y todos los compromisos pendientes.
Dice el último Por cuanto de la Orden Ejecutivo Nº 735:
Por cuanto, de acuerdo con los términos de la Convención
Domínico-Americana, del 8 de febrero de 1907, el Gobierno
de los Estados Unidos ha otorgado debidamente el aumento
de la deuda pública de la República Dominicana mediante
la emisión de bonos por el valor nominal de SEIS MILLONES SETENCIENTOS MIL DÓLARES (6,700,000), y se
ha asegurado que el Gobierno de los Estados Unidos dará su
aprobación a que el Gobierno Dominicano haga una emisión
total de bonos que ascienda a la suma de DIEZ MILLONES
DE DÓALRES ($10,000,000), de los cuales se emitirán inmediatamente SEIS MILLONES SETENCIENTOS MIL
DOLARES (6,700,000), y el resto solamente después de un
acuerdo previo entre los dos Gobiernos.
Todas las cláusulas son de igual tenor, y las Órdenes anteriores sobre empréstitos decían todas, en letras muy grandes, más
o menos esto: “La aceptación y validación por cualquier Gobierno de la República Dominicana de esta emisión de bonos
como una obligación legal, ineludible e irrevocable de la República Dominicana quedan por la presente garantizadas”…
La 735 dice esto mismo y agrega: “… por el Gobierno Militar
de Santo Domingo”…
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Y en la propia Orden, cláusula 3ª, se lee: “Los bonos estarán
impresos en el idioma inglés, y los cupones que a ellos encontrarán adheridos estarán impresos en el mismo idioma y llevarán grabado el facsímile de la firma del funcionario encargado
de la administración de los asuntos de la Secretaría de Estado
de Hacienda, de un elemento extranjero, en bonos de emisión dominicana que pueden estar hasta veinte años en circulación por el mundo. ¡Oh afrenta!
¿Quién que fuere un verdadero dominicano no siente al
leer tan insolentes cláusulas las olas del rubor subirle a las mejillas y enrojecerlas de indignación y de vergüenza?
Las mismas Órdenes establecen, con términos más o menos
precisos unas que otras, que: “… En caso de que en cualquier
año los réditos procedentes de las Aduanas de la República
Dominicana no lograren cubrir los pagos que deben efectuarse con arreglo a lo previsto en esta Orden, la República Dominicana suministrará las sumas que fueren necesarias para completar los expresados pagos”. La Nº 637 precisaba que “de la
Renta interna” se supliría. Lo cual establece la garantía subsidiaria de esta renta, además de la Aduanera, y por tanto el control
más o menos directo de la misma, que ya veremos en la práctica más adelante. Por de pronto, el no aumento de la deuda
pública, que al firmar la Convención de 1907 se entendió referirse solamente a la externa, se ha visto luego que comprendía
también la interna; y toda esa precaución de no aumentar el
país su deuda ya sabemos que tiene por propósito no arriesgar
esa garantía subsidiaria. Luego vendrá otra exigencia: la de no
disminuir dicha garantía con la supresión o moderación de los
impuestos directos internos. ¿Y no implica esto uno de los diversos modos de atar de pies y manos el Gobierno nacional?
¿No es todo ello un oprobio, una humillación sin atenuantes,
un triste vasallaje?
Y adoptar la República como suya, en el Tratado, la propia
fórmula de compromiso que le impuso como a una su esclava
el poder detentor al realizar los Empréstitos ¿no es aplicarse
ella misma el hierro candente que le imprime la marca infamante de su esclavitud?
Lo que sigue de esta cláusula es la repetición de lo consignado en la Convención de 1907, prolongado por veinte años a
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contar de ahora. Es la llovizna sobre el aguacero; no nos moja
ya esa lluvia, y huelga el comentario.
En la cláusula III hay quien haya visto una nueva celada, por
aquello de que mientras quede sin redimir un bono de las
emisiones 1918 y 1922, permanecerá en vigor la Convención
de 1907, y bien pudiera aquella significar la intención de secuestrar a última hora algunos bonos para impedir su redención y, por tanto, conservarnos indefinidamente sujetos a ese
eslabón de la cadena. No llego a tanto yo, en mis suspicacias;
porque otros medios no le faltarán, y éste sería muy burdo.
Aunque, todo podría ser, después de todo lo que ha sido.
La cláusula IV en que se promete y se compromete el país,
para mayor seguridad del amo, a que el Congreso vote la ya
varias veces aludida Ley de Validaciones, sería también, después
de lo otro, la llovizna sobre el diluvio, si no significara ello el
cohonestar de la ratificación misma; la razón de reconocer la validez en el Tratado, y que no sea éste la única ley que nos obligue.
***
Tales son las cláusulas escritas. Quedan las entre líneas, como
aquella que en la Convención de 1907 figuraba con tinta invisible y sólo el Gran Pulpo leyó cuando le plugo: la prenda de la
intervención.
Hay aquí tres cláusulas tácitas, de emboscada, que se reservan aplicar en su oportunidad. Éstas son el control político sobre
la Constitución futura, sobre el proceso eleccionario y sobre
toda actuación política del Gobierno Nacional que les parezca
atentatoria a la garantía perfecta, o desagradable a sus siniestros fines venideros; el control financiero completo sobre la renta
externa y la interna, el no compromiso de ésta en nuevas deudas y la no disminución ni modificación alguna o sensible de las
leyes de impuesto, etc.; y el control militar con su PND, comandada por una plana mayor americana que, según la Orden Ejecutiva Nº 801, validada, que comienza ordenando que será esta
la única fuerza de que dispondrá la República para el orden, y
parece se mantendrá en vigor después. Todos debemos recordar que aunque la Orden es reciente, ese Cuerpo y los Emprésti-
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tos, que figuraban en los anteriores planes rechazados, se comenzaron a organizar y realizar en momentos en que el país
rehusaba enérgicamente el control militar y los Empréstitos. ¿No
quieres sopa? Pues toma pan con caldo…
Luego termina ese instrumento odioso de nuestra indefinida sujeción a un país extraño, con la firma de dos Agentes
americanos y cinco representativos del país, entre los cuales
figuran el prelado, que suscribió el primero más de un enérgico documento patriótico, el Secretario de Hacienda que en el
Gabinete del Dr. Henríquez defendió gallardamente los fueros nacionales, el jefe del partido que se ha dejado denominar
Nacional Restaurador, y dos ex-miembros –uno que era y otro
que había sido–, del Gabinete de Gobierno en cuyas manos,
por la ocasión que diera su impudente cisma, o el azar del destino, pereció la República.
Así engulló el vientre del cetáceo todos los atributos de nuestra soberanía interna y todas las prerrogativas de nuestra independencia. Y en él reposan, como un tesoro de incalculable
precio que en el total naufragio se fuera todo al fondo de la
mar. Y allí yazgan en paz, como las almas de los Santos Padres
en las regiones infernales, hasta que a ellas descienda a rescatarlas, algún procero día, un nuevo Redentor.
El crimen de lesa patria ha sido perpetrado. Concluyamos
profiriendo, de hinojos ante el cadáver, las penúltimas palabras del Crucificado: Consummmatum est!
C. La cola del animal
Mas no ha terminado ahí el proceso del Plan esclavizador.
Falta someter, siquiera a juicio sumarísimo, la cola del cometa
infausto; del monstruo apocalíptico.
Como un inmenso saurio prehistórico, se arrastra el Plan y
regodea relamiéndose de gusto, regocijado de su opíparo banquete, haciendo digestión. Y ora se acerca al amo, y a guisa de
agasajo le menea la cola, ya la sacude recia y arrogante, a diestra y a siniestra, pretendiendo con ella derribar reputaciones
sobre las cuales levantar la suya, como si fuera menester edificar sobre las ruinas del ajeno error, para poder culminar, el
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edificio de este descabalado y sórdido instrumento de desintegración.
Suscriben el inconsulto aditamento, del todo impropio de
documento de esa índole, siquiera sea írrito e irritante, los
cuatro representativos que acudieron, como peces voraces al cebo
de la caña, al reclamo de Washington.
Tratemos de estudiarlo brevemente en este triple aspecto.
(a) El saurio hace digestión
A manera de escarbadientes, usa las que dice anteriores
exigencias americanas para eliminarlas de su dentadura como
ascosos detritus. Los ocho primeros puntos que elimina, reducibles a sólo tres: control político, control militar y control financiero,
con nombres casi idénticos el 1º y 2º, el 3º y 4º, el 6º y 7º, son
todos verdaderas argucias de engaña-bobos. El punto 9º es una
simple falacia. ¿Podría concebirse desocupación ni redención,
siquiera simuladas, con la supervivencia de la Proclama Knapp?
¿Con su ratificación también? Burda patraña es que se cae sola.
Imposible que la más grosera lógica tal discurriera. ¿Acaso no
engendró la Proclama la Ocupación? La más servil complacencia
del más degradado de los pueblos la habría repudiado ahora
en un grito de unánime rebeldía. Bastante rueda de molino
era ya el Plan sin eso para hacerlo comulgar, ¿y que tal despropósito fuera concebible? Con la Proclama en pie, ¡vamos, hombre, vamos!, no era posible simulación alguna. Ipso facto quedaba eliminada. Esta argucia es casi infantil.
En cuanto a los otros ocho puntos, nada digo, pues dejo
demostrado en todo lo anterior escrito que ahí están ellos,
embozados o entre líneas, en el Plan y el Tratado. El decurso
de los días lo dirá. Y anhelo sinceramente equivocarme. “Ha
quedado eliminada en absoluto la necesidad de ratificar todos
los actos del Gobierno americano que engendraron efectos
jurídicos, etc.”, frase que copia del Dr. Henríquez para darle
un primer colazo. (Esto, perdóneme quien lea, es un eructo de
mala digestión). ¿Y qué más quería el Plan ratificar de lo que
ha ratificado? En Los sobrinos del capitán Grant, obra de Julio Verne
dramatizada (la novela dice Hijos), un general chileno o paraguayo manda a dar a unos soldados veinticinco palos por no sé
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qué infracción ligera, y el Comandante dice a los soldados:
“Muchachos, denle las gracias al general porque no les manda
dar más que veinticinco palos! –¡Muchas gracias, mi general!”,
repitieron a coro los pobres milites, y se fueron a recibir sus
palos.
El animal sigue escarbándose los dientes y prosigue a renglón seguido, mientras se tienta la panza con fruición: -–Coincidirá la evacuación con la instauración del Gobierno Constitucional
(¡Mentira!), libremente elegido (lo veremos). El yanqui sólo
quería las ratificaciones que implicaban esto que tengo aquí (y
se tienta la panza nuevamente): la soberanía verdadera. ¿Para
qué os servía eso antes? Basta con su apariencia. Vale más parecer que ser, afirmó alguien.
(b) El can menea la cola
Es preciso ser gratos a Júpiter Tonante y al Olimpo entero
para merecer su protección en no lejano día, y tal un fiel mastín que gruñe a los extraños, pero al amo se le acerca moviendo la cola de contento a lamerle la mano, zalamero, así se allega el Plan al Gobierno Militar y le acaricia con la cola de esta
suerte:
Pero ese reconocimiento (el de la validez) es, como hemos dicho, tan esencialmente necesario al orden social dominicano, tan absolutamente indispensable para prevenir
los males de una situación caótica en nuestra futura vida
como nación independiente, que nosotros lo habríamos prometido aun cuando la Cancillería norteamericana no hubiese hecho ninguna insinuación a ese respecto: tan profunda es nuestra convicción!
Y más adelante:
Estando los Estados Unidos interesados en que reconozcamos los empréstitos que por nosotros han hecho para pagar
las deudas que agobiaban nuestra Hacienda y realizar
obras públicas de indudable beneficio para nuestro pueblo,
y en que validemos los impuestos que se han establecido y
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las recaudaciones y erogaciones que se han hecho para
nuestro servicio administrativo, etc.;…
Es una apología de la Ocupación Militar, o de su obra. Plan
que tal afirma, no es de extrañar que tanto haya cedido. La
primera de esas citas que hago me recuerda cierta anécdota
vivida, entre otros, por mí mismo, allá algo lejos, en los felices
días que no tornan: Se censuraba en una reunión a aquellos
jóvenes que por conveniencias pecuniarias o de otro orden
apechugaban en matrimonio con consortes viejas, feas, viudas
y hasta poco limpias de reputación algunas; se trajo a colación
tal caso entonces muy reciente, y se gastó de una mujer, sin
atacar su honor, que era intachable. Marrullero viejo uno de
los contertulios, que mientras la gente moza se despachó miraba de soslayo a cierto taciturno, cacique político entrado en
años como él y el cual solía sacarle de apurillos y escuchaba
paciente aquella granizada, interrumpió de pronto al interlocutor con este agasajo: “Pero con Fulana me casaría yo mismo,
jovenzuelo que fuera: es todavía joven, no mal parecida (aunque era una estantigua) y muy honesta etc.”. Nos miramos los
otros y alguien remachó el clavo. Mutis. De allí a poco abandonó la tertulia aquel cartujo, de sombrero de Panamá, distintivo
de la especie política en cuestión, que dijo ya aquí un fenecido
doctor en leyes; y enseguida explicó el apologista: “¿Pero no
saben Uds. que es su hermana?” Nos quedamos como quien
cae de un nido, y casi a una interrumpinos: ¡”Acabáramos!”
En cuanto a la segunda cita, cabría preguntar a los del Plan
si han olvidado o no leyeron nunca cuanto la prensa dijo y demostró sobre la prodigalidad y desperdicios, ruinosas adquisiciones y fabulosos costos de obras del detentor con cargo a nuestra Hacienda, a los impuestos agotantes y a esos mismos
Empréstitos, que autoritariamente luego contrataron para cubrir los débitos y enjugar los déficit. Aquellos polvos trajeron
estos lodos. ¿A beneficio del país? ¡Qué guasón es el Plan!
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(c) El monstruo da golpes de cola
La cola sirve para usos diversos a los distintos animales. Monos hay que con ella se agarran; sierpes que flagelan, canes que
agasajan, gatos que se insinúan. El pavo real la ostenta; el caballo se espanta con ella las moscas y otros insectos que le molestan. Tal el Plan.
Dedícase la de este a sacudirla sobre todo quisque, grande o
chico, que antes le alzó el gallo, y al limpiarse a su guisa; lo que
otros animales, pongo por caso el gato, realizan con la lengua.
Larga como es, casi inconmensurable, no he de seguirla en
su extensión. Es mucho lo que castiga al Dr. Henríquez sobre
todo, por errores de éste muy censurables, cierto es, pero errores que fueron, y es impiadoso que se le enrostre ahora tan
sañudamente lo que por debilidad, negligente estudio de la
cosa o tal vez otro móvil, pero especialmente por falta de fe en
la virtualidad de la doctrina radical, tal así como estos padre y
padrinos del Plan o el Entendido, pudiera u opinara. Culpa
que ha redimido con su honrada rectificación posterior, después que hubo abierto más los ojos y mirado más claro. Su larga
permanencia en Cuba, país en parte avasallado por el imperialismo yanqui, influyó mucho en sus errores.
Pero el Plan, cierto para su propia enorme culpa y pretendiendo sanearla, se le echa encima al que tuvo intención de
otra mucho menor sin realizarla, deteniéndose a tiempo ante
el abismo; a quien había preferido ser violentamente despojado de su investidura presidencial por el extraño detentor, y
tomar el camino de un casi forzado destierro primero que transigir con el ultraje a su país; al que luego se presentaba sin
mancilla, abjurando errores, noblemente alistado en la causa
radical; todo para acabar de derribarlo del concepto público,
como al fin le derribó, al menos en la opinión vulgar, y sobre su
caída arremeterle y rematarlo a golpes de esa cola. A usanza
del gladiador romano, que en el circo ha vencido a su contrario, le da el golpe de gracia ya en el suelo, cuando ve que la del
César (aquí el pueblo) le abandona.
En cuanto a ese su esforzado pero estéril discurrir para dejar su obra bienquista con el país, esa cola del Plan, como sus
autores cuando lo explicaban a las gentes de igual modo, no
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demuestra nada. Opone ella, la cola, al Dr. Henríquez el axioma de que afirmar no es demostrar, y a ella, por conversión del
mismo axioma puédesele decir que negar no es rebatir, ni la falaz
argucia es argumento lógico.
Referente ahora a mi impugnación contenida en este folleto, dejo con ella destruida toda la batería del sofisma
transaccionista. Holgaríame de que el espacio no me viniese ya
harto estrecho para refutar también en sus detalles ese indiscreto apéndice del instrumento hoy oficial; pero ardo ya en
deseos de salir de este antro oscuro, a cuyos laberínticos pasillos no entra un rayo de sol ni un soplo de aire sano. Diviso ahí
la salida y me apresuro a trasponerla. Quiérome en pleno campo de la buena doctrina nuevamente. Que un chorro de aire
puro ensanche mis pulmones y arda otra vez la luz en mis pupilas. Pongo punto final a este proceso.
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ESCRITOS SELECTOS
V
Práctico y soñador
Fáltame ahora dictaminar en una a manera de sentencia,
precedida de los considerandos pertinentes. Y exponer algo
de lo que a mi entender debió haberse intentado como plan o
solución para buscar salida decorosa a la humillante situación
de la República. Emitir también ciertos juicios y reflexiones de
carácter práctico, y explicar un poco la modalidad de mis
intransigencias, para luego concluir. Iré por partes, y no en el
orden que acabo de esbozar.
§ 1. No pretendo imposibles
Soy y fui siempre en materia patriótica un radical irreductible. No entiendo de componendas y chanchullos en asuntos
de tan alta nobleza; eso se queda para la ruin política logrera
de pasioncillas y ambiciones bastardas. En todo hombre medianamente bien constituido se hallan generalmente en lucha dos
naturalezas, la una de noble estirpe, altruista, emanación sagrada; la otra plebeya, egoísta del grosero barro con que nos
narra la leyenda bíblica creó Dios el hombre corporal, antes de
infundirle su divino aliento. Subordinar éste a aquel, Ahriman
siempre vencido por Ormuz, Satanás por Dios, debe ser el ideal
del hombre; su problema moral. No para poner el primero a
su servicio el último y aparecer el uno limpio de toda inmundicia a costa del otro, cómo en Los intereses creados, de Benavente,
se ha simbolizado; éste es el dogma de los hipócritas, opuesto205
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de los cínicos, que descaradamente ponen el genio bueno a devoción del malo, y de ello precian y alardean. Sino para irla reduciendo a su mínima influencia, sin pretender el estéril aniquilamiento pasional de los ascetas, porque esto no es humano.
Yo bien sé que a los más encumbrados ideales suele mezclarse un poco de egoísmo, y quiero convenir en que a nuestros
hombres públicos, cuidadosos de sus intereses ya creados, en lo
económico, en lo político y otros aspectos de la vida social, les
fuera duro el arriesgarlos sin siquiera contar con la gratitud de
sus contemporáneos, aunque sea esto la virtud absoluta y verdadera. El medio no da aún tal fruto, que es hijo de una excelsa educación moral, la cual no ha sido la escuela de nuestros
ciudadanos desde la fundación de la República. Vimos en su
etapa primera los más preclaros nombres deslustrarse un poco
en la política rastrera, y si Duarte mismo, la única figura
inmaculada, escapó al contagio, débese ello acaso a que se
mantuvo siempre a la distancia, mares de por medio. Vimos
luego a los prohombres restauradores, ya reos de discordia
durante aquel proceso y manchados algunos con la sangre de
Salcedo, arremeter a la política y hacer pesar, para explotarlos,
su espada y sus prestigios en la balanza de la opinión de
banderías. No, Sánchez, Mella, Duvergé, Cabral acaso y otros
tantos, no pudieron ser vulgares partidaristas; pero eran hombres ligados a la necesidad, hijos de su tiempo y de su medio, y
a ellos se rindieron. Luperón fue un cacique, Monción un sátrapa, y otros y otros; el medio, la escasa preparación, la vil materia. Mas Sánchez sabe llegar hasta el Tabor, transfigurarse, y
ascender luego al Gólgota. Por eso, excepto Duarte, es el primero en todo corazón dominicano. Los demás fueron siempre
patriotas, y llegad el caso de ponerse a prueba, lo habrían sido
sobreponiendo a sus plebeyas conveniencias su procera estirpe: el honor se salvara. En la presente hora ¿podrá decir el
país, cual Francisco I, que todo se ha perdido menos el honor?” ¡Oh no! Dijérase, a lo sumo, que para los transaccionistas
“todo se había salvado, menos el honor?”
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Convengo en que los yanquis, ante una siempre obstinada
pero pasiva resistencia, habrían ido ocupando más y más terreno hasta coparlo todo. Que nuevas Órdenes Ejecutivas y hasta
nuevos Empréstitos habrían podido más adelante empeorar la
situación. Pienso que sí, faltando sobre todo resistencia organizada, acción cívica efectiva, y campaña tenaz. Pero pienso también que si para nosotros era cuestión de resolvernos por uno
de los términos de este dilema: ceder lo que ha cedido el Plan
o resistir dejando al detentor en aptitud de continuar sus daños, cuyos efectos desastrosos serían luego aún mayores, para
ellos era asunto de salir ya de su atolladero jurídico, cosa que se
veía les preocupaba y ansiaban liquidar con ciertas apariencias
de derecho y conservando las posiciones adquiridas, a usanza de
nuestros políticos de los últimos tiempos. Pero tenían tanto
empeño como los nuestros, o más, en darle ya a éstos un corte;
no ciertamente los ciegos instrumentos, aquí repantigados en
sus poltronas confortantes, sino la dirección de allá. ¿Que nuestra situación había ido al Senado y corríamos grave riesgo? No
fue la nuestra en propiedad; se planteó la de Haití. Y ahí les
dolía a los de allá, imperialistas; el examen sereno de nuestra
cuestión, que parecía estar de turno, por el Senado Americano; jugábanse una carta y temían perderla.
Tenían medio abandonada cierta artera empresa, y la continuaron luego. Habían recogido antes una red diplomática, no
tan sutil que no la vieran los que no estaban ciegos, y la tendieron nuevamente. Conocían el apetito de los jefes de partidos y
ciertos elementos dirigentes y favorecidos de opinión y fortuna
en el país, y se habían dicho: “Utilicemos primero estos”. Y fue
entonces cuando sacaron del claustro de su desdén y olvido a los
caudillos; les concedieron ser personas hábiles para tratar con
ellos; y se los acercaron; les llamaron a aquellos pourparlers para
pedirles planes. Pero el país a la sazón los desautorizaba; el partidarismo, solamente incorporado en su lecho, aún soñoliento del
sueño que dormía, oía siempre la voz nacionalista y no los oía a
ellos. Despertaron luego cautelosamente el partidarismo para
que respaldase aquellos jefes. Mas como la desconfianza aún subsistía, y la distancia se guardaba, echaron de ver que había allí un
hiato que era urgente colmar. Faltaba un trait d’union, un eslabón
ni radical ni partidarista, y lo hallaron en uno de esos apetitos
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aislados y en reserva. Y una voz sibilina le habló a éste así en sueños: “Anda, que tú serás”… Y éste fue a Washington, y los jefes
después, y allá los agasajaron; les envolvieron en la red sutil, en
ambiente propicio de perfumadas tácitas promesas; y se enervaron; y cedieron: primero él, luego ellos. Y el Plan fue.
Si en lugar de caer en la emboscada lo hacen en la cuenta
de que se les necesitaba, y con ello podían crecerles fuerzas
nuevas, como a Sansón un día, y exigir a su vez que el país se
redimiera previamente para hablar luego, como de quien a
quien, sobre esas mismas exigencias y posiciones del extraño,
no habría habido vencidos ni vencedores, engañadores ni engañados. Discutir en lid igual; llevar lo no avenido al arbitraje:
la ocupación militar de paz y sus efectos. Oponer a la presión la
resistencia, alegando al detentor que él es el fuerte, y ningún
recelo debía inspirarle el resultado de tal torneo del derecho
entre dos pueblos libres, mayormente si el suyo, para intervenir, ocupar y actuar como aquí lo ha hecho, hubo base jurídica.
La firmeza de los representativos triunfar al cabo, o una nueva
campaña nuestra, resonante en todo el mundo, previa la organización debida, que nunca tuvo antes, nos habría sacado al
camino de la solución. ¿Creéis acaso que Irlanda no obtendrá
cabalmente lo que pide? Lo obtendrá.
Antes que el objetivo patriótico, su interés personal aconsejaba esa actitud a aquellos, de los cuales, árbitros que fueron
del país tres de ellos, y aspirantes a serlo todos, ninguno había
de resignarse, si escalara el poder ahora, a la humillante dependencia de extraña voluntad, hombres de iniciativa propia y
de carácter cual lo son y están habituados a serlo en la pública
esfera y la particular.
Que señorease sus ánimos la causa redentora, o que se impusiese a su espíritu práctico la plebeya ambición política, era
el caso de hacer de un camino dos mandados y recoger a un
tiempo honra y provecho. Las dos naturalezas que en todo hombre palpitan habrían quedado en ellos satisfechas.
No pretendo imposibles, sino templanza en el querer egoísta y subordinación de éste al más noble de restaurar la Patria,
sin dejar de servirse a sí mismos. Tal como se ha hecho el Plan,
tras haber dejado el país avasallado réstales los gajes del oficio a
los políticos: no aprovechará ciertamente a ellos ni al país.
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§ 2. A quién aprovecha el Plan
“Vuelvo a mi papel de Diablo”, se dijo Mefistófeles arrellanado en la poltrona del Dr. Fausto, vestido de sus hopalandas y
fingiéndose éste mientras daba una serie de consultas filosóficas a un ávido neófito.
Y yo, en cuya doble naturaleza hay de Quijote y Sancho, y he
fundido ya bastante de lo primero en casi todo este folleto,
digo ahora, para colocarme a la altura de todos y que me entienda: “Voy a mi papel de Sancho”.
Muchos son los elementos interesados en que el Plan Hughes-Peynado diera frutos de rendimiento. El primero el país,
para desenvolver libremente sus recursos y salvar su destino; los
jefes de partidos y demás aspirantes a la blanca mano de doña
Leonor, para disputarla en lid igual y abierta a sus colegas, sin
influencias extrañas que inclinen la balanza de algún lado; sus
partidarios respectivos, anhelosos de alcanzar los empleos con
sus antiguas modalidades y ventajas personales, en que los méritos de campaña o de incondicionales se sobreponían a los de
competencia y honradez, por regla general y con raras excepciones en que ambos concurrían en el favorecido; los particulares que han padecido persecución por la justicia1 en su vida, sus
propiedades, su honor, sus afectos del corazón, y de los cuales
debía ser, por regla de catecismo, el reino de los cielos ahora;
los perjudicados con impuestos horribles y despojos de su hacienda, y los que esperaban medrar, como la mala yerba en
predio descuidado, o adheridos como hiedras y otros parásitos
a los vetustos muros de nuestras rutinarias y defectuosas instituciones, y a los robustos troncos de árboles seculares –léase los
caciques–, que inútiles y perjudiciales, a su vez crecieron desmañados e hirsutos, robando sus jugos a la tierra, a la atmósfera
su aire, al sol su luz, sin beneficio ni para ellos mismos, cuyas
vidas carentes de ideal se rindieron al cabo al hacha de la discordia o a la segur del tiempo, sin dejar grata memoria alguna;
los que esperaban el cobro de sus viejas deudas de partidos,
atizadoras de revueltas y por suministros en o para la manigua y
1
Justicia usada aquí en el sentido genérico de toda autoridad mandante y no
sólo el estricto del vocablo. (Nota del autor).
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la realización con ellas del milagro de los peces y de las vacas de
Jacob al servicio de su tío Laban, ciento por uno…; los que
suspiraban, por la vuelta a las holguras, al vivac, al atronar de los
cañones en los fuertes y la entrada de los mesmos de siempre,
triunfadores, a la ciudad primada; a los despachos de general y
el racionar a ciento anotando mil con la pluma-tenedor de diez
ganchos; los que, en fin, sufren los insomnios y nostalgias del
compadre Concho Primo.
Porque el Plan, eso sí, no será bueno, pero deja tamaño ojo
abierto, ojo extraño de cíclope interesado en abultarlo todo,
sobre la conducta del país; y permitirá hacer al principio algo o
mucho de eso último que he apuntado, y aún lo fomentará,
para tirarle luego de las riendas a ese potro cerril y desbocado,
derribarlo al suelo y, ya castrado, conducirle al mercado de Wall
Street agobiado bajo el peso de su carga. Porque el Plan es uno
como monstruoso cancerbero vigilante; aquel dragón que custodiaba a Andrómaca; o el que exigía a un país tributo anual
de cien doncellas.
No volverán los tiempos mantecosos por los que en vano suspirasteis ¡oh los insensatos que esperando en él todo esto os
apresurasteis, ávidos de parranda, a aplaudir y acogeros al Plan
Hughes-Peynado!
No aprovechará al país, por cuanto dije largamente al combatirlo en todo lo anterior de este folleto. No aprovehcará a los
jefes de partidos, porque habrán servido en él la causa de un
tercero; ni a éste, porque será él un esclavo de cadena dorada.
No aprovechará a los afiliados a las antiguas banderías, porque
el capataz del fundo formará su cuadrilla, grata a él y grata al
amo, y, hombre de trabajo como ha sido siempre, querrá burros de carga pero no mastines regalones y falderillos holgazanes
a su lado. Ni a ninguno de los otros que arriba dejo enumerados, porque, debiendo cuenta estrecha al propietario usucaptor,
dirá a esos: borrado y cuenta nueva; y a bajar el lomo cada cual en
su conuco, si lo tiene, o a vender frío-frío. Ni aún los chicos podrán ya hurtar mango y cajuil en las estancias. Ni vosotros, los
que ayer padecisteis, tendréis hoy la reparación con que soñasteis, porque en nada os repararán, si no es en los haberes de la
hacienda que os reste, para cobraros el tributo anual, semestral, mensual, diario… Y como sois tantos, vosotros los que la
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pingüe canonjía o los frecuentes donativos esperáis, y tan pocos aquellos para quienes haya, dará eso grima en las noches de
entonces como estas invernales que ahora se avecinan: el lastimero aullar de canes y maullar de gatos debajo de la mesa del
Presupuesto, levantado que hayan los manteles sin haberles tirado hueso o piltrafilla que roer o devorar; o el cotidiano amanecer de los últimos sobre las cenizas de la viuda hornilla, bostezando al acercarse alguien que no la encenderá… como no
lo haga con los dos carbunclos del felino… y arda Troya.
Y, en verdad os lo digo, lo siento por vosotros; porque lo
peor que tendrá el Plan no ha de ser eso, que, a mayor
abundamiento, tendréis bien merecido todos, unos por asaz
prácticos, los otros por haber soñado que no fuera así. Lo peor
no sería eso, si por lo menos tal aspecto revistiera la futura edad
de vasallaje: obligar a todo el mundo a trabajar y confiar en sus
fuerzas solamente; lo que ésta de esclavitud nunca intentó siquiera, porque no fue ese su asunto.
Lo mejor que ocurriera sí, porque eso sólo sería un provecho cierto. Y no que, pasado el proceso eleccionario, durante
el cual algo se molerá y la efímera zafra os dará alguna azúcar,
en cuatro clases se podrá clasificar después a mucha gente:
vagos y sableros de esquinas, parques y restauranes; peritos en
timos, fraudes y escalamientos; medicantes peseteros y carne
de gavilla.
Y en verdad os lo repito. No dije aquello porque juzgue yo
un mal lo que un bien fuera; sino porque con verdadera soberanía vivierais tolerados como enantes, cual muchachos de la
casa malcriados que con un poco de azotaina saludable, y otro
de educación bien dirigida os iríais reformando poco a poco,
conforme a propia ley sociológica y étnica, mientras que en
una Reforma pour rire, malo para vosotros si no os dejan hacer
aquello que queréis; pero peor para el país si así os permiten
conduciros; porque será manifiesta la intención: compraros el
cadáver en vida, a precio de la orgía, para reclamarlo luego a
luego, ya intoxicado.
El Plan, por tanto, a nadie le aprovecha… Miento, empero:
el provecho es del yanqui, que tras de bastidores redondeará el
negocio, y el país ya degradado caerá ebrio de orgía en sus
brazos, por un nuevo Tratado. El Plan sólo aprovecha al yanqui.
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§ 3. Mi intransigencia y pesimismo
No quiera Dios que en asunto de tanta trascendencia sobreponga yo sin motivo, y sólo por histrionismo, mi amargo acíbar
sobre la dulce miel que a los que del Plan esperan bienestar
tanto les agrada. Antes bien, holgaríame que fuera él para todos bendición del cielo, porque de serlo, seríalo también para
mí, que cual ellos la he menester. Más que censura, mis labios y
mi pluma sólo tuvieran entonces palabras de alabanza.
Pero, no por virtud, sino por temperamento, me debo a la
verdad y a mis propias convicciones: el Plan Hughes-Peynado
es funesto instrumento de esclavización.
Fuera del mal que en el propio Plan reside y he demostrado
harto prolijamente, en tres hechos de una elocuencia abrumadora fundo la desconfianza que engendra mi pesimismo e intransigencia: en la histórica perfidia de la política internacional, y mayormente de los pueblos fuertes de cada época para
con los débiles que por una u otra razón de Estado aspiraron
ellos a absorber; en los elementos de destrucción bajo cuyos
auspicios ha colocado esa perfidia el Plan; y en nuestra absoluta falta de contrición y de propósito de enmienda, que la parcial aprobación del mismo Plan ha revelado dolorosamente al
ojo observador. Voy a tratar los tres.
***
La política internacional ha sido siempre pérfida cuando
no descaradamente cruel y sin piedad. A la brutal conquista
egipcia, asirio-babilónica y persa de la más remota antigüedad,
en que sin disimulos se marchaba a arrebatar la independencia
de otros pueblos a título de más fuerte que ellos, cometiéndose las más abominables atrocidades con el vencido, sucede luego una forma mixta en que la pérfida política alterna con la
conquista descarada o se hace preceder de ella. No es del todo
ajena ésta a los primeros tiempos, en que a veces la practicaron
sagaces soberanos, pero entonces era aún la excepción, como cuando, tras las guerras médicas, Persia acoge a Temístocles despechado,
su más encarnizado enemigo y uno de sus vencedores que había
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sido en dichas guerras. Mientras que ya Filipo pone en circulación en Grecia algo más tarde, para acabar de corromperla y
disociarla, al par que el oro que prodiga a Esquines y sus secuaces, el engaño, la intriga, la farsa que han de precederle en su
franca acometida en Queronea. Y es en vano que la voz de
Demóstenes así lo advierta: “Seducir con un cebo engañoso a
los pueblos incautos hasta que caen en sus redes, he ahí el secreto de su grandeza.”… “No os sorprendáis, atenienses, si opino de distinto modo que la mayor parte de vosotros: cread nomotetos, y no hagáis por medio de ellos nuevas leyes, que
bastantes tenéis; sino, antes al contrario, derogad las que os
perjudican. Leyes teatrales, leyes militares, las nombro sin rodeos.”… “¿Qué hemos hecho? Hemos perdido nuestras provincias y disipado sin fruto más de 1,500 talentos;”…
¿Qué podrían citarme? Cosas insignificantes y nada
más, como columnas blanqueadas de nuevo, obras de carreteras y fuentes restauradas. En lo que debéis fijar vuestra atención es en los administradores2 de todo eso, que
antes eran pobres y ahora son ricos, que han prosperado
conforme decaía la fortuna pública. Todas las mercedes
están en sus manos, nada se hace sin ellos, y vosotros,
atenienses, enervados. … (Duruy, Historia griega).
Roma se hace luego maestra consumada en la materia y funda escuela: intriga, disocia, fomenta rebeldías, interviene, fíngese mediadora entre los pueblos débiles, les quita y pone reyes, se los hace aliados, luego tributarios, vasallos con pseudos
gobiernos propios, hasta que da el zarpazo y los declara provincias romanas. Tal practicó, no con los pueblos bárbaros de las
Galias, la Hispania, etc., los cuales conquistaba más lealmente,
al uso sin clemencia de la época; sino con los que eran ya civilizados. No citaré, de los innumerables que su doblez política
sojuzgó así antes que con sus invictas armas, sino a estos dos
pueblos de gloriosa memoria: los judíos y Grecia. A los primeros les da al feroz Herodes el Grande por su rey, tributario de
2
Algo de este trozo que copio no será acaso aplicable al momento actual, ni
tal vez al ayer reciente; pero no he creído por ello necesario mutilarlo.
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ella; luego a los hijos de éste la Tetrarquía, ya compartiendo el
gobierno con sus propios pretores, entre los cuales el célebre
Poncio Pilato, que convive con Herodes Antipas; y así va tirando hasta que Tito, hijo de Vespasiano, con protestas de amistad
y lamentos dolorosos, sin que óbices le oponga su inmenso amor
a la bella Berenice, hija de Herodes Agripa, y tras fingir grandes esfuerzos por traerlos al buen camino, los destruye implacable y los dispersa, declarando provincia el territorio.
A Grecia llega época después el cónsul Flaminio, como su
aliado contra Macedonia, que aún la sojuzgaba, se le declara
protector, proclama su liberación con grandes regocijos públicos, parece rendirle un homenaje a su grandeza histórica; y
ello es fomentar, se atiza la guerra civil, se protege a los adictos
a Roma para el gobierno de transición, hasta que al fin Paulo
Emilio le da el golpe de gracia y pasa la Grecia, patria de la
belleza clásica, del valor legendario, de la liberatd y del arte, a
provincia romana. Transcribiré estos pasajes del propio historiador antes citado, que vienen aquí de molde: “Muerto
Filopemenes,3 los hombres vendidos alzaron la cabeza y la traición habló en voz alta. Calícrates, enviado a Roma, dijo en el
Senado: ‘Padres conscriptos, vosotros tenéis la culpa si los griegos no son más dóciles a vuestras órdenes. En todas las repúblicas hay dos partidos: uno que aconseja olvidar las leyes, los tratados y todas las demás consideraciones cuando se habla de
complaceros, y otro que quiere la estricta observancia de las
leyes y los tratados. La opinión de estos últimos agrada mucho
más al pueblo, y así es que vuestros partidarios están menospreciados y sin honra; pero si el Senado romano demostrase algún
deseo en este punto, pronto los jefes abrazarían su partido y
por temor les seguirían todos’. El Senado respondió ‘que sería
conveniente que en todas las poblaciones los magistrados se
pareciesen a Calícrates’. Y este hombre, que volvió a su patria
con cartas del Senado, fue elegido estratego”… “Mientras los
mejores ciudadanos envejecían y morían en tierra extranjera,
3
Filopemenes, llamado por su ya raro patriotismo el último de los griegos. Fue
inicuamente sacrificado, a los setenta años de su edad, tras servicios eminentes a la causa nacional, por la rivalidad política de sus coterráneos,
dándosele a tomar la cicuta.
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Calícrates, el amigo de Roma, continuaba al frente del gobierno de su país, donde hacía más a favor de los romanos que si el
Senado hubiese enviado en su lugar un procónsul.”… (Duruy,
Historia griega).
En la Edad Media no ha lugar a esta modalidad de la conquista. Sus dos grandes períodos, el Bárbaro-Cristiano y el Feudo-Papal pásanse en guerras francas; en eso como en todo, se
ha retrocedido durante ella; su espíritu caballeresco la lleva a
las Cruzadas, líbranse duelos feudales, combate el duque, señor feudal, al rey, el conde vasallo al duque, se rehace el mapa
a cada instante; pero esa política ruin pasa de largo. Atraviesa
ella también la Edad Moderna sin contaminarla, la de los acontecimientos formidables, afianzamiento del poder real y absoluto, guerras de religión, etc., y cuyos fastos llenan los más grandes nombres, desde Cristóbal Colón e Isabel la Católica hasta la
innoble y estupenda Catalina II, en cuya época, por la iniciativa
y con la complicidad del púnico Federico II de Prusia y la aquiescencia de la magnánima María Teresa de Austria, que recibe
llorando de pesar ¡oh triste cocodrilo! su porción del reparto,
fue el primer desmembramiento de Polonia, la más enorme
iniquidad, después de la destrucción de Cartago, que registra
la Historia. He aquí esbozado en unas cuantas líneas el procedimiento de esa artera política internacional.
La Polonia, coloso sin base, puesto que no tenía pueblo4 y
sin cabeza, puesto que a decir verdad, no tenía rey,5 no podía
salvarse sino mediante una reforma enérgica que pusieron buen
cuidado en impedir la Rusia y la Prusia. Federico II, hombre
sin escrúpulos de ninguna especie, meditaba hacía largo tiempo una desmembración de la Polonia a cuyo beneficio pudiera
él quedarse con el territorio situado entre sus provincias de
Prusia y de Pomerania. No tardó en dejar entrever su plan a la
zarina; pero esta hubo de fingir que no comprendía porque se
reservaba ya la Polonia para ella sola. Sin embargo, se entendieron en un punto, que fue en el de conservar la anarquía en
4
5
Porque se componía sólo de altivos y turbulentos nobles y humillados
siervos, sin clase media ni pueblo verdadero.
Porque era electivo el rey y apenas poseía prerrogativas, pues las acaparaba
todas la nobleza. Institución para pueblo más avanzado y mejor educado.
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aquel desgraciado país, y antes de la elevación de Poniatowski
firmaron un tratado de alianza estipulando en él el sostenimiento de la constitución polaca.6
No fue difícil inclinar a los polacos a que adoptaran
peligrosas resoluciones, para lo cual bastó el asunto de los
disidentes.7 Catalina declaró que ella los tomaba bajo su
protección y obligó a la dieta a revocar las leyes dictadas
contra ellos. Protestan los obispos, y el embajador ruso en
Varsovia envía a dos de aquellos prelados a la Siberia.
Roma se indigna, Ferney aplaude y Federico II sigue en
acecho. No tuvo que esperar mucho. Los católicos forman
la confederación de Bar (1º de marzo de 1768) en cuyo
estandarte se ve a la Virgen con el Niño Jesús. La cruz
latina se pone en marcha contra la cruz griega, los villanos degüellan a sus señores, la Polonia se inunda de sangre, y llegadas las cosas a tal estado aparece la invasión,
los prusianos entran en las provincias del oeste, los austríacos en el condado de Zips y los rusos en todas partes.
(Duruy , Historia moderna).
6
7
La Constitución de Polonia era su peor enemigo, y por eso querían mantenerla sin alteración las Potencias, como fuente de sangrientas discusiones y discordias.
Instituía ella el liberum veto, en virtud del cual el voto en contra de un
diputado a la Dieta impedía la existencia de la ley y su ejecución; y el
derecho de confederarse en protesta armada, legalmente, y combatir la ley,
que el polaco no obedecía cuando no la había aprobado. Anárquicas
instituciones, dice un historiador; fuente de todos sus males. Admiraba tal
vez, advierte el autor del trozo transcrito en el texto, pero en teoría; en la
práctica, puramente anárquicas.
Es de advertir que este pueblo polaco de la época del reparto lo constituían cien mil nobles iguales en insolentes prerrogativas, y una inmensa
pueblada de siervos que ninguna parte tomaba en la cosa pública, sin voz
ni voto ni derechos de hombres, indiferentes a cuanto a su país le sucediese. La nobleza, boyante y belicosa, había aquilatado su valor en tres o
cuatro siglos de combates incesantes con mongoles, rusos y turcos, y era
tan valiente como los españoles de la Conquista, que la lucha de siete siglos
con los moros había hecho héroes. No tenían más fortalezas que su magnífica caballería, y a caballo deliberaron en la Dieta con frecuencia, hoscos
y siempre prestos al combate. De ahí que supieran caer gloriosamente, ya
que no mantenerse en pie con reflexiva discreción y patriotismo serio.
Eran también en gran parte católicos fanáticos, y dictaban luego leyes
inquisitoriales contra los disidentes luteranos y cismático-griegos.
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Mas en los tiempos actuales Inglaterra ¿no ocupa militarmente el Egipto por tiempo indefinido, con el acuerdo tácito de las
otras potencias, para bien del país detentado? ¿No retiene de igual
modo a la Cora el Japón para garantizar su independencia? ¿Y habrá algo más de temer, más doble, que la política que desarrolla
en las Américas el Gran Pulpo del Norte, éste que ahora nos
deja el Plan Hughes-Peynado? Díganlo, si no, Panamá, Nicaragua, México, Puerto Rico, Haití… Digámoslo nosotros.
Y ante política tal, que de abolengo les viene a nuestros
sojuzgadores, ¿qué vamos a esperar que no sea una serie de
emboscadas? ¿Qué confianza puede inspirar el Plan, que ellos
nos dictan y ejecutan en gran parte? ¿No están ahí presentes,
testimonios irrecusables, los demás ejemplares de la serie, que
he citado? ¿Es siquiera posible que ante la evidencia de los hechos, propios y extraños, antiguos y recientes, el optimismo
transaccionista se diga estar de buena fe? ?Qué inverosímil privilegio nos constituirá a nosotros en excepción de la regla común?
Varios son los agentes de ejecución de las miras ocultas que el
disimulado usurpador deja al servicio del instrumento que ha
fraguado con la complicidad de elementos nativos. Son estos
agentes: la resurrección y actividad de los partidos políticos, el
Tratado de Ratificación, la Orden Ejecutiva Nº 819 sobre porte
de armas, la devoción rendida del co-autor del Plan a su propia
obra, la acción eventual y subsidiaria, o principal si el caso llega,
del militar extraño que vigila; la de su ministro residente, etc.
Elementos son todos esos de desintegración; factores de emergencias adversas, amenazantes amagos de reacción por el Gobierno Militar, presagios de nuevas tentativas liberticidas.
Los partidos políticos, que parecían fallecidos durante la
noche triste de la Ocupación Militar, sólo dormían, y su convulsivo despertar al son de la trompeta miraculosa de este Plan,
cuyo simple anuncio los había ya galvanizado en el sueño cataléptico que les diera apariencia de cadáveres, puede aún ocasionar graves daños al país.
Como brasas conservadas para el amanecer en las cenizas,
ha bastado un débil soplo de esperanza de una patria libre para
enrojecer los carbones, prontos acaso a arder en llamaradas.
Llegado el momento de las Elecciones, su obligada inercia pasada tomará el desquite, sus pasiones desbordarán cual río que
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rompe la represa, y una fuerte avenida puede anegar ese campo florecido de ilusiones que no perfuma un generoso altruismo, un sincero amor patrio, sino el ansia desapoderada de alcanzar el poder.
El extranjero detentor lo sabe, y fía en ello el buen éxito de
sus recónditos propósitos. “Daremos lugar a una nueva revuelta”, dicen que se ha expresado alguno del elemento extraño:
lo cual, si es cierto que se ha dicho, será una indiscreción, pero
es también una advertencia. “Son los pecadores de siempre”,
pensarán, “impenitentes y reacios a toda enmienda; darán nueva
oportunidad…”. Y como cierta clase de serpientes, tendrán la
boca abierta y la mirada hipnótica y fija en la inquieta ave que,
estrechando el giro de su vuelo en cónica hélice, terminará en
un vértice dentro de sus fauces. El aún detentor lo sabe, y como
él cuantos, sin su intención insana, hundimos la vista dolorida en
el pasado, en el presente y en el porvenir. Cuantos el Plan hemos querido leer al derecho y al revés, en sus líneas e interlíneas.
Nada he de agregar a lo ya dilucidado acerca del Tratado de
Ratificación y sus celadas, como amenaza cierta de hoy y muy
probable amarga realidad de mañana.
La Orden Ejecutivo Nº 819, que en virtud del mismo Plan
quedará vigente por ahora y hasta que el legislador del Gobierno Constitucional la derogue o modifique saludablemente, en
el instante actual en que la honrada mira de hacerla estéril
tiene empeñada la voluntad del Secretario de lo Interior del
Provisional, reventará sus diques por ignorados flancos débiles,
o dejará escapar por los resquicios de su viciosa contextura su
veneno, en los días más peligrosos probablemente, los de las
Elecciones. Se colarán por la frontera los contrabandos, o por
puertos inhabilitados, o de otro modo, y el porte subrepticio
del arma homicida dará al cabo de sí. Ya lo veréis en esas noches de comités, próximo ya el proceso del sufragio. ¿Acaso no
provocó la imprudencia, la insensatez criolla la catástrofe del
Polo Norte, en plena prohibición, en los momentos más conflictivos? Al inconsciente ¿qué a él de los riesgos de su inconsciencia ni de sus consecuencias?... Y no es que yo comulgue
con la Orden, no; sino que pienso que holgaba. Medida más
radical y más humana que su antigua prohibición pudo dictar
el propio Gobierno Provisional, habiéndosele dejado en eso y
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otras cosas más libertad de acción. Pienso que holgaba no; que
ha sido ella dictada con aviesa idea.
El coautor del Plan tiene empeñado su amor propio y cifrada su aspiración en el buen éxito del mismo, y hará cuanto en
su mano esté por que se cumpla hasta su término… Es hombre
hoy de influencia, tiene voluntad propia y goza de favor de
uno y otro lado. Si no se aferrara a él tanto lo hiciera menos
sospechoso. Cumplido su deber dominicano, lavaríase las manos cual Pilato, cuando no lo siguieran. Jamás fue él un patriota desvelado. Buen jurista, defendió junto con el Dr. Henríquez
en aquel pleito de los fueros nacionales sin apasionarse, como
lo hiciera con el de un cliente, con razón o sin ella, aunque
lucidamente. Y el cumplimiento del Plan textualmente es la
amenaza más efectiva de sus males; porque el Plan es lo que
parece y lo que no parece y es.
La subsistencia del Gobierno Militar dentro de bastidores,
pronto a presentarse en escena. ¿Quién no ve ahí el peligro
inminente? ¿Y cómo no manifestarse la desconfianza, el pesimismo en quien no esté interesado en su optimismo? ¿Y el Ministro? Bien sabéis lo que ha sido y adonde le ha llevado su
acucioso celo. ¿O fue sólo gratuita la animadversión que ha inspirado a este pueblo, el cual le quiere y le querría siempre
bien… lejos? Y cuenta que reseño en este punto; no hablo por
sentir propio. Ya lo dije: no odio los instrumentos más o menos
ciegos o automáticos, sino la mano que los mueve.
***
No, no hemos hecho acto alguno de contrición ni propósito
de enmienda. Ni siquiera para engañar al aspirante a usucaptor
violento, si ya no lo fuere.
Como lo éramos antes del naufragio de la nacionalidad, así
seguimos siendo. El cautiverio suele ser el crisol que purifica y
aquilata al fuego lento de las torturas. Se ha dicho que la desgracia es gran maestra. Aquí no ha ocurrido eso. O no fue cautiverio ni desgracia lo sufrido, lo que aún sufrimos, o sólo habrán servido, como ciertos presidios, para corromper más y más
a los penados. Hubo aquí tiempos más puros. El de la primera
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presidencia de Báez;8 el del 25 de Noviembre contra el mismo,
períodos después; las reacciones que personifican Espaillat y
Meriño; y el 26 de Julio; todos hijos de ideales renovados con
reverdecimiento del amor patrio y el holocausto de la propia
ambición personal, fueron fenómenos ciertos de nuestra historia, en los cuales dieron el ejemplo de civismo estos prohombres:
Luperón,9 cediendo la diestra primera al integérrimo repúblico
Espaillat y luego al preclaro Meriño,10 de porte señorial, robusto verbo y acreditado patriotismo,11 y ese mismo Horacio
Vásquez, tres veces ya negado por los suyos, como Jesús por
Pedro,12 y hoy jefe del partido más agresivo y numeroso del
8
Con sobrada razón consignan los historiadores nacionales que fue esta
primera administración de Báez una de las mejores y más fructuosa que
tuvo la República. Acaso cabría pensar de éste que fue dios político de sus
parciales, que al ascender al solio deseó ignorar, como Tiberio, el arte de
escribir para no firmar las sentencias de muerte. Pero después, la innoble
prostituta, la política, lo echó a perder, y fue luego uno de los tres más
tremebundos genios maléficos de la historia política de la República:
Santana, Báez, Heureaux. Los demás tiranuelos sin talla no han pasado de
liliputienses comparsas de aquellos.
9 Luperón prefirió siempre, como Curio Dentato rehusando las dádivas
samnitas, al oro del poder efectivo, dominar a quienes lo poseían. No era
un Dugesclin, un pon y quita reyes; sino tal vez un Diógenes que buscaba
para la presidencia “un hombre” al pálido candil de un criterio que no fue
muy cultivado, volviendo luego al tonel de su cacicazgo cuando creía
haberlo hallado.
10 Meriño fue siempre, en vida, figura calumniada; se le juzgó por sus errores
forzados, olvidándose su intrínseca virtud cívica y patriótica. Era hombre,
pero ¡era un hombre!
11 Tres veces: cuando Jimenes, cediendo él para complacer la corriente civilista del país; cuando Morales, para no arriesgar el triunfo de la causa, si,
como era presumible, se negaba a resignarlo el que detentaba entonces el
poder; y cuando aquel manifiesto a favor de Cáceres, en que tantos de los
suyos le volvieron la espalda, para siempre tal vez.
12 Cito el caso de Grecia (la Moderna) y de la Heteria, porque tienen ese país
y esa sociedad muchos puntos de similitud con el nuestro y La Trinitaria,
aunque aquí esta última no alcanzó nunca las proporciones de la Heteria,
que se propagó profusamente por toda la Grecia. País orgulloso de su
historia y al cual su más que milenario gemir bajo la conquista romana, la
servidumbre bizantina y la torturante esclavitud musulmana no habían logrado borrar el amor y la esperanza de su independencia; pero cuyas glorias
y bravuras épicas de ogaño, como las de antaño, fueron siempre deslustradas
por su delictuosa política interior y sus discordias civiles (tal aquí), sufrió
por cuatro siglos el ominoso yugo de su vecino, inferior a él en raza, lengua,
civilización, etc. (Así nosotros la de Haití). Otras muchas semejanzas presentan ambos países, las cuales sería muy largo consignar ahora.
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país, al cual caudillo no pueden regatearse sus gestos cívicos
de épocas diversas, y sobre todo el que arranca del 26 de Julio,
en que desciende del solio que ocupaba provisionalmente –y
del cual en aquel momento supremo de su prestigio difícil fuera
derribarle–, para dar paso a Jimenes, a quien se suponía portador de bonanzas económicas.
No se han avanzado un paso en la gradual extirpación de los
vicios políticos; antes bien, parece haberse retrocedido; y en
vano serán esas reformas a la Constitución política, si no reforman antes su propia constitución psicológico-orgánica los ciudadanos. Serán aquellas letra muerta, y no puede haber nada
más peligroso para una evolución, tan seria como la que se ha
menester. Manos menos torpes habrían de manejar el resorte
dedicado; y ya veis que ni siquiera se ha querido convenir en
una tregua de pasiones con un primer Gobierno nacional constituido con hombres de altura, incoloros y sin arraigos
partidaristas, en el cual Gobierno ni transacciones ni tantos por
cientos de empleados vinieran a deslustrar su alcance. Laudable empeño fracasado de algunos buenos elementos. Hay carencia absoluta de civismo en nuestros actuales prohombres y
en el pueblo; y no creeré jamás en patriotismo sin civismo. Como
dijo el gran Hostos refiriéndose a los próceres de la Independencia hispano-americana, y tan aplicable es también a nuestros próceres de ambas epopeyas, no supieron aquellos ni estos
“dejar de ser soldados para ser ciudadanos”; y los nuestros de
ahora no se resignan a saber pasar de patriotas, si lo fueron, a
honorables civilistas.
No hay actos de contrición ni propósito de enmienda en el
país. Impenitente, la rudimentaria conciencia nacional se descarría más y más en el ruin politiqueo que recomienza su labor
de zapa, y se exacerban las pasiones con negras socaliñas. No
puede haber confianza alguna en la virtualidad de aquel a cuyas torpes manos se encomienda la salvación de la República,
aun suponiendo de la mejor fe el Plan Hughes-Peynado.
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§ 4. Sentencia condenatoria
“Fáltame ahora dictaminar en una a manera de sentencia”,
dije al comenzar este capítulo.
No soy quien, se argüirá, para arrogarme tal derecho. Lo sé
de sobra. Soy tan solo un humilde ciudadano sin favor popular,
sin credenciales políticas, sin prestancia personal propia ni concedida. Pero soy un dominicano y he juzgado: debo sentenciar.
Considero que entre los hechos delictuosos de carácter público que han azotado la vida del país desde la Conquista y a
contar de las granujadas de Roldán y Pasamonte, pasando por
las atrocidades de Ovando, la maldad de Bobadilla, la destrucción de la raza indígena por el hierro conquistador y los
encomenderos, el saqueo de Drake, el abandono a la voracidad bucanero y filibustero del Oeste de la Isla, génesis de Haití, la invasión de Cussy y la posterior tentativa de Charité, la
legalización por el Tratado de Ryswick de la usucapción de Haití
por los aventureros, la entrega de Ogé y sus compañeros por el
inepto y débil García, las casi simultáneas ocupaciones de
Toussaint y los franceses, la invasión de Dessalines y Cristóbal,
feroces Atilas continaudores de aquel caudillo, la debilidad de
Núñez de Cáceres y la dos veces afrentosa dominación haitiana;
y llegando a la Repúbliac, en que inician la ruindad los afrancesados, y se expulsa a los trinitarios, se fusila a Trinidad Sánchez
y sus compañeros, y más tarde a los Puello, a Duvergé y otros
muchos patriotas; en que la célebre Matrícula de Segovia, resta
soldados a la patria aún en lucha con Haití, y se entromete ese
extranjero en los asuntos nativos (suerte de intervención diplomática tan inhábil como entorpecedora), hasta el infamante pacto de la Anexión, que bañaron en su sangre generosa los
Contreras, después Sánchez y sus veinte compañeros, para encontrarnos en la Restauración con el sombrío asesinato de
Salcedo –digno de las trágicas noches de Lilís–, las abominaciones del negro Florentino, la dorada reexpatriación de Duarte,
las criminosas rencillas y discordias de los patriotas; el humillante mensaje a la Reina de España en demanda del abandono; el vergonzoso Convenio del Carmelo, que el patriotismo rehusó ratificar; el Empréstito Harmont, antecesor funesto de la
cadena de todos los posteriores y causantes de nuestra esclavi-
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tud económica, que ha traído la Ocupación Militar de ahora;
los indignos Tratados de Arrendamiento de Samaná y Anexión
del país a los EE. UU., rechazado el último por el Senado americano, felizmente y para baldón de sus autores dominicanos;
la indecente entrega de Salnave y los suyos al Gobierno haitiano;
el Tratado Domínico-Haitiano, fuente de las insólitas pretensiones del vecino en materia de límites fronterizos; la traición
contra Espaillat, y por último la Convención de 1907 con su
secuela el Plan de ajuste y su horrible consecuencia remota, la
Ocupación Militar americana; en esa inacabable cadena de atentados que como ignominiosa cuerda de galeotes de diversos
calibres atacados por el cuello marchan por el campo de nuestra historia deshonrándola, en ella puede hallarse el término
de parangón establecer con el funesto Plan Hughes-Peynado.
Muchos de esos actos fueron hijos de la ignorancia de sus épocas, de circunstancias penosas, de verdaderos momentos de caídas, de necia imprevisión. Yo no excuso ninguno; pero acaso, fuera de la Anexión a España, la tentativa de los mismos a EE. UU.,
y el Tratado de Arrendamiento mencionado, será difícil encontrar otro de tan desoladora trascendencia; otro tan responsable. Y yo.
Por tanto. A título de dominicano; la mano sobre mi conciencia de hombre, de juez y ciudadano:
Condeno este instrumento, reo de crimen de lesa patria, a
perecer de dolor y de vergüenza en medio de sus congéneres,
cual más culpable, cual menos; entre la Anexión a España, el
más grave hasta ahora de esos hechos delictuosos, el Arrendamiento de la Bahía y tentativa de anexión, y el Convenio del
Carmelo. Ocupe ahí su lugar. Ahí le encuentren sentado las
generaciones venideras, como el emisario romano a Mario sobre las ruinas de Cartago. Ahí permanezca mientras los hechos no vinieren a justificarlo en algún modo. Que no creo
que vendrán. Pero si vienen, es mi mejor deseo que se le indulte. –Amén–. Y he aquí que he sentenciado.
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§ 5. Decorosa liberación
Voy a terminar con el último número de mi programa, y
juntamente a echar un sueñecillo de ilusiones patrióticas reclinada la cabeza en la almohada del más puro optimismo.
He de esbozar un decoroso plan de liberación, justo, factible y conciliador de los encontrados intereses del ocupante
extranjero y el país. En el largo recorrido que aún debe hacer
hasta el remate de su absoluta finalidad, puede aún hallar serios tropiezos este Plan que he combatido, y caer de bruces. No
estamos aún al cabo de la calle; y ensayar entonces otro cualquiera, y otros, será de inaplazable urgencia.
Fuera de eso, tuve yo antes mil ocasiones, y las aproveché,
para insinuar en la prensa mi opinión en la materia; no precisamente formulando plan, porque no soy profeta en mi país, y
mi voz se habría perdido entre la risotada general de quienes
sólo dispensan su atención a los que fungen de árbitros o a los
que han llegado a sentar plaza de oráculos. No me habría atrevido. Sino indicando medios, actuaciones, diligencias, organización y buena voluntad. Si ahora intento algo de eso es solamente como consecuencia de este mi ya largo discurrir en lucha
abierta con el Plan Hughes-Peynado. No quiero que se me arguya a mí también que sólo sé destruir, puesto que por idiosincrasia soy un elemento constructor.
Cuando circulaban planes y se debatía en juntas patrióticas,
misiones, campañas, conferencias y todo orden de actividades
el problema nacional, yo me decía, aún formando también,
con sólo muy relativa fe en el buen éxito, entre esas filas: “falta
organización, activa propaganda, labor intensa y seria y representación verdadera e indiscutible de la voluntad a formular
prospectos, a buscar fórmula eficaces para cuando hubiese fracasado esa labor, que nunca asumió una actitud disciplinada,
alternar con los demás que se aventurasen a lanzar nuevas
lucubraciones a la arena de la opinión. De esos trabajos tomo
ahora mis ideas, las que tímidamente avanzo, por lo humilde
de ellas, como mías. Valga la voluntad y trate yo de explicarme.
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A. Tres aspectos de una fuerza
No recuerdo en este momento quién ni cuándo, ni a propósito de qué, expresó así alguien la necesidad, para una obra,
de estos tres factores: dinero, dinero y dinero. Pues bien, yo
digo que para la alta empresa de liberar la Patria en nuestro
caso, era ante todo menester, e indispensable: organización,
organización y organización. Resistencia organizada, propaganda organizada y representación del pueblo organizada. Resistencia consistente en abstención de toda concurrencia con el
sojuzgador en labor ni actividad ninguna, pública o privada; no
cooperación, hasta donde esto fuera práctico y posible; y
alegamiento de medios materiales, metódicamente colectados
e invertidos, para el servicio de la causa; negativa rotunda a
actuar en cuanto no fuera absolutamente justo y legal, dentro
de la ley dominicana; y protesta unánime, digna y firme de
todo lo que fuera ilegalidad, vejación o sojuzgamiento para el
momento o para después. Propaganda exterior bien dirigida
que ganase a nuestra causa a las gentes reflexivas y honradas, y
aún hasta a los poderosos de la Tierra, a los gobiernos y a los
pueblos, haciéndoles saber de un modo ordenado, bien documentado y cierto todas las penalidades de nuestro vía crucis
desde el primer día de la invasión; todo cuanto nos cuesta de
dinero malgastado, de compromisos contraídos forzodamente
a nuestro nombre y cargo por largos años de impuestos
inapropiados y onerosos; de leyes draconianas o de un exotismo ridículo y reveladoras de una incomprensión del medio
rayana en estulticia; y hasta dónde trascenderá al porvenir, en
sus funestas consecuencias de orden moral, social, político, intelectual y económico, este humillante, atropellador y doloroso paréntesis de nuestra vida nacional. Representación popular
que arranque del verdadero pueblo en sus tres clases, baja,
media y alta; no acaparando persona ni asociación alguna ni
menos atribuyéndose a sí mismos, por propios iniciativa y nombramiento, esta designación; sino descendiendo o subiendo a
buscarla a las diversas capas sociales, obtenerla así y hacerla
entonces valer con autoridad e indiscutibles credenciales. Precisemos algo la materia separando sus puntos.
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(a) Resistencia organizada
Abstención: suplantados el Poder Ejecutivo y el Legislativo por
el usurpador, quedó sólo la Justicia, a quien tocaba oponer doctrina y precedentes históricos a la aplicación por ellos de la ley
extranjera, que lo es la dictada por el Gobierno Militar. Si no
precisamente sobre esto, porque no intentó el ocupante alemán en territorio francés el año 1870, dictarle leyes comunes a
la región, sí sobre puntos congéneres hubo de resistir la justicia francesa, dignamente, a la presión alemana. Citados vienen
los casos en los textos, y en materia de Aduanas hubo algo de
eso en la guerra greco-turca del 1897-1898. La resistencia doctrinal aquí habría contenido no poco ese prurito legislativo del
ocupante y a ello habría que ocurrir como una de las formas de
abstención de concurrir a su obra demoledora, si volviera a su
actividad anterior esa Ocupación. Si los jueces fueran destituidos y otros osaran reemplazarles, la sanción popular, aislándolos, boicoteándolos, protestando, debe hacerse sentir.
No cooperación: a los demás elementos administrativos correspondía también trazarse un plan para, sin abandonar de golpe
el servicio público, irse emancipando de su promiscuidad en él
con el extranjero, llegado el caso de una recaída en actividad
de ocupación militar. No censuro a los que no tienen otro pan
que llevar a sus hijos, ni otro medio de vida, esta servidumbre
penosa para un patriota; pero sí pretendo que deben todos
emanciparse gradualmente de ella, si volviera el tacón militar a
oprimirnos de recio la cerviz. Los que teniendo medios propios de vida, profesionales o rentísticos, cooperaron con el yanqui, esos se justifican menos, en mi concepto. En cuanto a los
demás, fuera de las profesiones liberales y las artes y oficios,
están ahí el comercio y la industria, los corretajes y un sin número de ocupaciones, y cuando estos caminos se cerrasen,
quedaríales aún el de la agricultura, madre ubérrima que a
quien cultiva su amor con inteligencia y constancia le da ciento
por uno. No me arguyáis los imposibles; no me habléis de dificultades. Dilatadas regiones de feraces tierras, cuyos dueños
las tienen sin cultivo por falta de iniciativa, medios o auxiliares
eficaces, están pidiendo la mano del hombre que las convierta
en labrantías. El comercio ha enriquecido aquí a miles de ex-
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tranjeros que al país vinieron colcha al hombro, pero con un
caudal de voluntad y disposición que les llevó a la cima de la
fortuna. Como ellos ¿no podría lograr otro tanto el criollo? ¿Es
preciso que hayan de ser siempre extranjeros los millonarios
como el esforzado labrador de riqueza que se llamó don Juan
B. Vicini, o los muy estimables acaudalados don Cosme Batlle,
que fue, y don Santiago Michelena, elemento que ha convivido con nosotros, siempre cordialmente, lo mejor de su vida
activísima? Ejemplares criollos como D. Luis E. del Monte, en
la agricultura, don Fernando A. Ravelo, en el comercio, don
José del C. Ariza, en éste y la industria, y otros del Este, del Sur
o del Cibao, tal vez, que ignoro o no recuerdo, ¿han de ser
habas contadas como excepciones honrosas a la regla común?
Haga ese bien al país cualquiera recaída en la extraña ocupación militar activa; ese bien, no la obra suya, sino precisamente su contra-obra bienhechora, como lo es, en mucho menor
escala, la iniciación de la mujer dominicana en la oficina, lo
que viene a completar su redención, y sólo es de sentir que se
le deba esto a la Ocupación extraña. ¿Por qué la juventud criolla
sólo ha de hacerse profesional, bueno o malo, o burómano? Si
Cuba es hoy rica se debe ello en gran parte al hábito que adquirió su juventud de demandar a la tierra su hacienda, cuando,
durante la dominación española, no podía aún politiquear; y si
llega a empobrecerse, lo deberá en gran parte también a la
empleomanía y burocracia, en ella tan desarrolladas, que siendo país de suyo hospitalario suele hacerlo hostil al extraño que
allí pretenda compartir con los nativos el pan del Presupuesto.
La cooperación de ciertos elementos intelectuales en la obra
desautorizada del Interventor, aún con la sana intención de
evitar mayores torpezas de éste en perjuicio del país, como ha
sido sin duda la de algunos, cuando no también la de congraciarse con él, es un error que ningún fruto efectivo ha producido, pues aquel ha echado a perder luego el trabajo que le
hicieron, queriéndolo yanquizar, sin dejar de tener por inferior
a él al complaciente colaborador; y ese error o servicialismo es
indispensable evitarlo en lo sucesivo, si volviera el caso a presentarse.
Fuera cómplices: cierto es que todo ello tiene el riesgo de que
una multitud de parásitos extraños, americanos, puertorriqueños
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y hasta filipinos nos invada como nube de langostas a devastar
el campo; pero también contra eso habría de tomarse una actitud o una medida que acaso no sea oportuno señalar aquí. Bienvenidos quienes lleguen a producir y fraternizar, mas nunca en
cuanto agentes del sojuzgador y sustitutos del nativo.
Otros medios: réstame sólo advertir que no entiendo se haya
de limitar a lo apuntado la resistencia: hay otros medios de
oponerla al usurpador, de modo más activo, tales como la protesta seria, colectiva, unánime y aún notarialmente elevada, si
es posible, contra Washington y ante el mundo; la abstención
electoral; la no cooperación militar en los cuerpos por el extraño organizados; la desautorización categórica, constante y obstinada de todo plan contractual de evacuación, de todo compromiso previo y de toda claudicación y rendición.
La tribuna, la prensa, la hoja suelta, el folleto, el libro, la
rotunda negativa a todo lo ilegal, despojatorio, injusto.
La resistencia tiene altas y pequeñas manifestaciones: todas
habría que ensayarlas; pero activamente. No dejando hacer
cruzándose de brazos, sino impidiendo hacer. Pacífica, bien está,
mas no pasiva. No es lo mismo.
Y sobre todo, nada de efectismos, de espectacularización, de
comedias. Todo serio, ordenado, metódico y en firme. Lo ineficaz y de sólo relumbrón desacredita. Es preferible nada.
(b) Propaganda organizada.
Dos elementos habrían de constituirla: misiones nacionalistas insospechables y delegadas del pueblo; exposición escrita
del proceso y del modus operandi de la invasión, la intervención y la
ocupación americanas, y sobre la simulada esclavitud que se exige
del país acepte como precio de su abandono por el intruso
huésped. Precisemos.
Misiones nacionalistas que fueran por el mundo, distribuyéndose el trabajo entre las diversas designadas, y reclamando
asistencia en la reparación. A EE. UU. la primera (pero ante el
pueblo; y compuesta de gente nuestra y desinteresada), a la
América Latina, a España, a Francia e Italia, a Inglaterra, a Alemania, etc., hasta al Japón y la China. Que los pueblos todos,
cuando no nos ayudan, conocieran nuestro caso bien, en todos
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sus detalles, y lo comenten, y se quite la máscara al país que se
quiso presentar en y tras la Gran Guerra como deshacedor de
entuertos; al país que denominó esa guerra campaña o cruzada
de la libertad, y pretendió patrocinar la causa de los débiles, y
dar los catorce puntos, y fundar la Sociedad de las Naciones.
Misiones de hombres de altura, dependientes en todo de un
centro director de aquí; que actuaran dentro de estrictas instrucciones, y no por cuenta propia ni con asomos de que servían su causa personal o su despecho. Misiones que tocaran a
todas las puertas dignamente, eficazmente, e hicieran uso de
la prensa y la tribuna en el país extraño. Pero eso con seriedad,
subordinación y método. Sin que en ella se colaran aventureros políticos, buscadores de nombres y posiciones, parásitos ni
granjeadores o logreros.
Exposición escrita: esta había de hacerse en uno como Libro
Rojo y Negro, en tres distintas ediciones: en castellano, para la
América Latina y España; en inglés para EE. UU., principalmente, Inglaterra, Irlanda, Canadá, Australia, etc.; en francés,
idioma universal, para el resto de las naciones, Francia sobre
todo. Edición numerosísima cada una de ellas y de distribución gratuita absolutamente. Este libro habría de contener: 1º
El historial completo del caso dominicano, ordenado cronológicamente, bien documentado, sin calumnias ni hipérboles, a
contar de la Convención de 1907, como su pretendida causa,
según el detentor. El historial político, económico, moral, administrativo, civil y criminal del ocupante. Fechas precisas, causas lógicas, hechos indiscutibles, cifras claras y acusadoras. Todo
con método. Que permitiera abarcar el asunto en general y en
sus detalles. Libro que fuera una elocuente voz reveladora que
hablara en todas partes y nadie excusara oír ni fácilmente la
olvidara.
(c) Representación organizada
Como no debía negar mi concurso a ninguna de las tentativas de redención ideadas antes de que el famoso Plan HughesPeynado hiciese su aparición en la escena, pertenecí a esas
agrupaciones patrióticas, más o menos extensas o reducidas en
componentes, que se han sucedido como fuegos fatuos o re-
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lámpagos de corta vida, y yo mismo fundé al principio de la
Intervención algunas y contribuí a fundar las posteriores, aunque de más de una me salí luego. No dejé nunca de proponer
en ellas se buscase en el pueblo el apoyo y la procedencia legítima. Con reservas mentales o expresas de esta índole fui a la
Liga Nacional y más tarde al Comité Restaurador, sólo para responder a honrosas designaciones que jamás busqué; y nunca
estuve conforme con que así no se procediera.
Que sociedades secretas actúen de modo restringido, por
imposibilidad de hacerlo de otro, santo y bueno; pero las que a
la luz meridiana laboren y pretendan hablar a nombre del pueblo, en su nombre deben hablar realmente. La presunción de
que se obra con su tácito asentimiento es pura ilusión y propio
engaño; porque no siempre el callar es otorgar, sino que con
mucha frecuencia es sólo dejadez, egoísmo, indiferencia o ignorancia de ese pueblo.
Lo propio ha ocurrido al Plan Hughes-Peynado.
Mas yo, personalmente, entiendo las cosas de distinta manera. Apoyarse en el pueblo, recibir de él directamente la delegación para actuar a nombre del país, es el modo democrático
y de derecho natural de fraguar una liberación. O contrario,
fundar en cada localidad, o en unas cuantas, asociaciones patrióticas con ciertos elementos de alguna significación, prescindiendo de los demás, y asumir aquí ellos solos la representación popular, sobre ser eso un poco oligárquico tiene la
desventaja de restarse el concurso del pueblo, fomentar su indiferencia y hasta estimular en parte su hostilidad a la causa
que es también la suya, sin contar con que no se puede, en
puridad de verdad, hablar ni obrar a nombre de él interpretando su silencio por un tácito asentimiento cuyo valor ya he
dicho cuál suele ser. En el momento crítico hállanse siempre
solos los grupos sociales así reducidos, e impotentes para actuar; y por eso cuando, languideciendo, comienza el éxodo de
sus miembros, no hay con quién reponerlos, y la asociación
muere o arrastra una sombra de existencia. Y no realiza nada
absolutamente.
Si la Junta de Abstención Electoral ha realizado algo, es porque
ha sido bastante numerosa y se ha ramificado y actuado allegando adeptos en campos y poblados. La Heteria, en la nueva
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Grecia, copó el mayor número de adeptos de todas las clases, y
aún siendo secreta llegó a tratarse con el zar y a que solicitara
su ingreso en ella, para protegerse, el propio Alí-Bajá, verdadero ídem de siete colas y tirano de Janina y de Albania; y la Heteria,
si no la realizó, preparó y levantó el espíritu público para su independencia, y la habría realizado al cabo, por sí sola.43
Es necesario, pues, seguir en esto un método que dé la representación de todo el país, su concurso y su solidaridad. Para
ello habían de practicarse varias diligencias, a saber:
1ª. Afiliar a todo el mundo, descendiendo a los campos y poblados, reuniendo los habitantes, explicándoles el caso desde
el punto de vista de su conveniencia y haciéndolos delegarse
en lo mejorcito de la región; así se haría también en las villas y
ciudades con mayor razón. Esas delegaciones directas, esas
subjuntas y juntas, a su vez delegarían al pueblo indirectamente en sendas juntas comunales, las comunales en las provinciales respectivas, y las provinciales en una Convención Nacional;
dejando al pueblo en pie, respaldando, reuniéndolo en mítines de cuando en cuando para darle cuenta al par que reclamarle su concurso de todo orden, que entonces nunca negaría. Esa Convención sería una representación verdadera del
pueblo, conforme al derecho público interno, pero natural.
(Véase la página 7). Los jefes de partidos no se harían amos de
la opinión del país; ni menos, quien no lo fuera, por su sola
prestancia personal; pero los partidos estarían proporcionalmente representados en esas agrupaciones.
2ª. Hacer conciencia nacional: al descender a las capas sociales
a buscar su concurso y su delegación, y mantenerlas en solidaridad y actividad, fuerza sería hacerles antes un poco de conciencia nacional, y para ello principalmente fuera preciso reunirlas en mítines con frecuencia y repetirles allí la lección, a
fin de irlas edificando: llegado el momento, obrarían sin desbordarse, ni aún en las elecciones. Me diréis que es esto, con
las clases bajas rurales sobre todo, tarea muy difícil. Sí; pero no
imposible; y no más difícil que irlas a adular o a violentar,
rabiatarlas en autos, traerlas a votar, darles aquí o allá tragos y
clavaos, etc. Al reunirlas, edificarlas y hacerlas delegarse se debería al mismo tiempo explorar sus opiniones políticas, si las
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tienen, clasificar por ellas a sus individuos, e inspirarles toda
clase de confianza; exhortar a estos a concurrir cada vez que se
les convoque y a mantenerse en constante comunicación con
sus respectivos centros directores, los cuales a su vez no habían
de olvidarlos nunca, si quieren hallarlos propicios para el voto,
la contribución u otro objeto. Esto lo mismo en los poblados
que en los campos, en las villas que en las ciudades. Las clases
media y superior serían atraídas en forma adecuada a las mismas. No debería excluirse al sexo femenino.
3ª. Hacer el censo político, al propio tiempo que la delegación
en subjuntas y juntas, y dar en éstas representación proporcional exacta a los partidos y a los no afiliados a ninguno. Esta
proporción había de ser observada desde la más humilde
subjunta rural hasta la Convención Nacional, la cual la constituya lo más sano, competente y laborioso del país.
4ª. Distribuir el trabajo general convenientemente, dando sus atribuciones claras, definidas y subordinadas a cada cuerpo directivo, según su índole y aptitudes. La más alta misión, naturalmente, sería de la Convención Nacional. Esta tendría, entre
otras muchas atribuciones orgánicas, las de nombrar las Misiones, centralizar, ordenar y distribuir los recursos pecuniarios,
formular un proyecto de Constitución completamente nuevo
con todas las reformas necesarias, sendos proyectos de Ley Electoral, de Gobernaciones, Comunal y otras de urgencia para la
buena iniciación del país en su Gobierno propio; y frente al
invasor, asumir el problema de la desocupación, designando
los representativos que, a nombre de todo el país, escucharan,
propusieran o aceptaran un verdadero plan no contractual de
liberación.
5ª. Prepararse a recibir: esta Convención, de acuerdo con los
cuerpos directivos inmediatos, proveería la forma de gobierno
provisional que recibiera el poder del detentor; o asumiría ella
por sí sola, o con el concurso de un Comité Ejecutivo por ella
designado con la aprobación del pueblo, la dirección suprema
interina de la República; y organizaría en forma análoga correspondiente el gobierno provincial, etc.
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(d) Recursos económicos
Serían de rigor desde el primer día y habrían de satisfacer
plenamente las siguientes condiciones:
1ª. Lo menos onerosos posible, y equitativamente proporcionales
a los medios del contribuyente, sin exagerar la nota con nadie,
ni imponerle cuantías que él no hubiera prefijado. Un sistema
discreto obvia las dificultades.
2ª Suficiencia y eficiencia. Naturalmente, el contingente habría de bastar a las necesidades y éstas deberían ser realmente
llenadas con el contingente; pero solamente las necesidades, y
no los lujos, las dádivas, las prodigalidades y las imprevisiones.
Se impondría, pues,
3ª Inspirar plena confianza al contribuyente, tanto respecto
de que todos contribuyeran proporcionalmente como en lo
relativo a la justa, honrada y realmente útil inversión de sus
óbolos. Un verdadero sistema habría de trazarse y publicarse
en extracto, previamente. Nadie dispondría de inversiones sino
dentro de lo prescrito en el sistema y partiendo todo de un
centro; nada de tira y hala de los dinerillos reunidos, para invertirlos en esto o lo otro, por disposición antojadiza de organismos intermediarios. Sanciones habrían de ser establecidas.
***
Todo lo expuesto en este sub-capítulo de la Decorosa Liberación requiere amplios y prolijos detalles en que sería imposible
entrar aquí. Pero estarían previstos y consignados (Yo, de mi parte,
tengo trabajos metódicos hechos sobre la materia). Es lo apuntado simple esquema a desarrollar en sus pormenores.
(e) Garantía de orden público
No habría que olvidarse de este elemento indispensable del
buen éxito: la salvaguardia del orden y funcionar efectivo, sin
tropiezos, fructuoso y obligatorio, de todo el mecanismo antes
expuesto.
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Al efecto, si se estimara que bastaban para ello la Policía
Municipal y la PND con exclusivo comando dominicano, sólo habría que enganchar sus respectivos carros a la locomotora criolla inmediatamente, y cambiar el chucho. Pero si fueren éstas insuficientes, sería de rigor que en cada campo, poblado, villa y
ciudad se estableciese desde luego una como guardia cívica,
sin armas, pero listas para recibirlas y contribuir a restablecer el
orden si se alterara.
B. Preparados previamente, pero sin plan
Como nacionalista ocupo un término medio entre los que
quieren la desocupación pura y simple sin previa preparación
por el nativo del organismo propio que haya de asumir el Gobierno de la República a partir del momento preciso en que el
militar cese de ejercerlo con la desocupación total del territorio por las tropas americanas, y aquellos que no conciben la
desocupación sino pactando su forma y sus consecuencias con
el poder detentor. No he de insistir sobre el punto, que ya he
tenido ocasión de tratar en este trabajo.
En mi criterio, para la desocupación pura y simple es sólo
necesaria esa previa preparación, por el nativo, que acabo de
delinear a grandes rasgos; u otra que la aventaje en eficacia,
siempre que toda ella sea la obra exclusiva del dominicano.
Concluidos los trabajos de la Convención, esta avisaría al
Gobierno Militar así: “Estamos listos”. Y él, con un bando o
proclama pronunciaría el próximo cese de la Ocupación Militar y el embarque de las tropas americanas, después de resignar aquel el poder en la Convención Nacional o en quien esta
designara.
Y al día siguiente del abandono, la Convención, a son de
bando, proclamaría a su vez la instauración oficial de los organismos dominicanos que provisionalmente asumirían el Gobierno propio. Lo demás que debería hacerse hasta el Gobierno Constitucional he de omitirlo aquí, porque eso sería
prerrogativa de la Convención Nacional disponerlo, y de la
nueva Constitución estatuirlo, y no voy a incurrir yo en la propia falta que he censurado acerbamente al Plan Hughes-
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Peynado, de invadir tan altas atribuciones, ni siquiera a modo
de opinión.13 Eso equivaldría a ser, como lo es el Plan en sus
dispositivos, y digo que lo era aquel cacique de Samaná, “el
batuto, el ley y el constitución”.
Es conveniente advertir que todo ese mecanismo del cual la
Convención Nacional fuera el punto culminante, y toda su obra,
se habría organizado y realizado de un modo puramente oficioso, sin intervención extraña, pero también sin carácter oficial. Eso se lo daría la Desocupación, pues convivir ambos organismos con valor oficial, el nativo y el extraño, sería una hibridez
parecida a la actual.
C. Minuta de un Plan
Pero desgraciadamente el nacionalismo es sólo una fracción
de la unidad opinión pública del país en la materia de desocupación, y yo un átomo de esa fracción. El resto de la opinión que
opina, pues la mayoría en realidad no lo ha hecho, se resiste a
admitir, tal vez fundada, que el detentor consintiera en ausentarse sin un previo plan, que parece ser su garantía; y he aquí
un ligero esbozo del único que concibo (otros pueden idearlo
mucho mejor) y en el cual la pretensión del ocupante es compatible, a mi entender, con la dignidad nacional, el interés
dominicano y la preservación de la soberanía.
13 “He de omitirlo aquí”, por respeto a lo que fuera prerrogativa de la Convención y de la corriente de ideas más socorrida en ese momento histórico.
Aunque como ciudadano pudiera dar mi opinión sobre la materia en otra
ocasión o escrito, y tal vez la daría, porque ello es atributivo de la libertad
del pensamiento, en este trabajo podría parecer una indicación, y en ese
mi proyecto de Decorosa Liberación debo detenerme ahí: creado imaginariamente el organismo, dejarle a él la función. O incurriría yo en lo mismo
que aquel célebre Boca de Burro afeó en su época, tan oportunamente
entonces, a uno que llevaban preso por ladrón: –“¿Quién te manda a
robar? Eres tu acaso Ministro?” –Y yo parodio así, refiriéndome al Plan
Hughes-Peynado, gran ladrón de atribuciones: ¿Sería yo por ventura el
Plan Hughes-Peynado?
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Proclama
Por cuanto los dominicanos tienen ya demostrada su capacidad para el Gobierno propio y entrar en el pleno ejercicio del
mismo, previa la desocupación de su territorio por las tropas
norteamericanas y la cesación del Gobierno Militar que por
disposición del Presidente de los EE. UU. de América ha venido actuando en sustitución del legítimo Gobierno de la República Dominicana.
Por cuanto estas capacidades y demostración se evidencian
con la forma de representación nacional que han discurrido y
creado dentro de principios universales de derecho natural,
dándose a sí mismos, fuera de toda ingerencia del Gobierno
Militar, una Convención Nacional que sintetiza la voluntad y
delegación del pueblo dominicano; y la cual Convención se
ocupa en redactar proyectos de Constitución y de las leyes más
urgentes para los fines del Gobierno Constitucional.
Por tanto. El Gobierno Militar, con la aquiescencia y colaboración de los representativos14 designados al efecto por la
Convención Nacional, propone a la aprobación y acogida de
esta y del pueblo dominicano el siguiente:
Plan de Evacuación:
1º. Tan pronto como la Convención Nacional participe al
Gobierno Militar tener de un todo terminados los trabajos preparatorios para la instauración del Gobierno propio y la conservación del orden público bajo su sola responsabilidad o conjuntamente con la del organismo que ella designare para asumir
las funciones del Poder Ejecutivo Provisional de la Nación, si
así lo estimara conveniente y para ello dispusiere de poderes
suficientes del pueblo que la ha instituido, el Gobierno Militar
fijará a breve plazo la fecha de la desocupación del país por las
tropas americanas y reconocerá públicamente, a nombre de
14 Aquí, y cada vez que lo uso en igual sentido más adelante, el término
representativo tiene su verdadero valor, pues estos, delegados y miembros o
no de la Convención, seríanlo, por ende, del pueblo mismo, en puridad de
verdad.
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los EE. UU. de América, la entidad legal y oficial de dicha Convención Nacional, sus organismos dependientes y el indicado
para recibir el depósito del poder público, si ella directamente
no lo asumiere por sí sola.
2º. Como la Administración del Gobierno Militar americano
ha dado origen, al amparo de sus Órdenes Ejecutivas, Resoluciones, Reglamentos y Contratos, a derechos adquiridos por
dominicanos y extranjeros, queda entendido que cualquiera
que fuere el valor que la Convención Nacional y su órgano ejecutivo, después de legalmente reconocidos y en actuación oficial, o el Gobierno Constitucional más tarde, atribuyeren posteriormente a esos derechos adquiridos, acogiéndolos o
desconociéndolos, conforme a principios, en leyes o decretos
de dicha Convención o del Congreso Nacional, o bien juzgando soberanamente la justicia jurisdiccional de la República, en
litis de contestación de tales derechos por parte interesada, el
Estado Dominicano asumirá para sí, a reserva de descargarla
después, si ello procediere, en la pasada acción interventora,
la responsabilidad nacional o internacional de los actos y decisiones de sus Poderes a tal respecto, mientras, exigida esta responsabilidad, si a la misma hubiere lugar, por perjudicados o
quienes en sus derechos se subrogaren o los representaren, no
se redima de ella el Estado conforme a los dictados de su derecho público interno o del de Gentes, según el caso.15
3º. Como la dicha Administración del Gobierno Militar americano ha empeñado la garantía de los EE. UU. de América,
previa la autorización de su Presidente, para la contratación de
empréstitos en dicho país con destino a erogaciones requeridas por el servicio público de la República Dominicana, y hecho toda otra clase de erogaciones a cargo de la hacienda pública de la misma y con igual destino, queda también entendido
15 Como no formulo un proyecto de plan nacionalista, sino de concesión a la
opinión de los que llaman utopía el radicalismo nuestro, no llego a proponer aquí negociaciones rotundas, sino aplazadas para el gobierno propio;
porque eso sí sería una utopía: pensar que el yanqui suscribiera un plan
condenándose desde ahora a sí mismo francamente. Voy de acuerdo en este
plan con lo que expongo antes, págs. 151 a 157 inclusive, y en otros puntos
del folleto, y a ello me remito. Fíjese la atención en que en todas estas
cláusulas dejo abierta de par en par la salida al derecho de la República.
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que esas erogaciones serán tenidas por válidas, y esos empréstitos por amparados en la misma forma que el que fue objeto de
la Convención Domínico-Americanos de 1907, mientras, existente ya y en funciones el Gobierno Constitucional de la República Dominicana, no fueren tales erogaciones y tales empréstitos, o su justificación, su causa, su recta inversión total o la legitimidad
de la fuente de su procedencia o disposición, o parte de ellas,
motivo de contestaciones entre este Gobierno y el de los EE.
UU. de Norteamérica, y en caso de no avenencia y sometido el
diferendo al arbitraje de una Corte internacional libremente
elegida por acuerdo de ambos Gobiernos, hubiere obtenido la
República Dominicana juicio arbitral a su favor.16
4º. Que asimismo entendido que la Receptoría General de
Aduanas permanecerá funcionando en el país con sus antiguas
atribuciones extendidas hasta las obligaciones del Empréstito
de 1922; que los bonos de la emisión 1918 continuarán
redimiéndose en la forma establecida; y la Convención de 1907
subsistirá en vigor; todo dentro de lo previsto en la precedente
pauta.17
5º. Cualquiera otra circunstancia relativa a la Intervención y
la Ocupación Militar americanas sobre la cual tuviere hechas reservas mentales o de índole jurídica la República Dominicana,
será objeto de conversaciones y entendidos o controversias directas entre el Gobierno Constitucional Dominicano y el de los
EE. UU. de América; y en caso de no avenencia, sometidos
también al arbitraje los diferendos surgidos y sin solución de
Estado a Estado.18
6º. La Convención Nacional y los demás poderes e instituciones del país quedarán después de la desocupación bajo la
sola custodia de la Policía Nacional Dominicana, y el Presupuesto
en curso quedará en vigor; ambas cosas mientras otra providencia no dieren o proveyeran dicha Convención o el próximo
Gobierno Constitucional.
16 Tampoco aquí podría ir más lejos dentro de la modalidad de una desocupación con plan; porque aún sin él nos sería difícil destruir eso de momento ni de modo absoluto. Remito especialmente a lo dicho en las págs. 155
y 156 y al comenzar el folleto, en las 7 y 8.
17 De acuerdo con la cláusula 3ª.
18 Me remito a lo dicho. Continúo siendo lógico con mi doctrina, aún dentro
de la desocupación con plan.
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7º. Este Plan será cablegrafiado, para su aprobación al Presidente de los EE. UU, y una vez obtenida esa aprobación y la de
la Convención Nacional Dominicana, se considerará en vías de
ejecución.
8º. Los representativos designados por la Convención Nacional
para colaborar en la formulación del presente Plan de Evacuación declaran suscribir sus términos como los de un simple modus
operandi para facilitar la liberación del país, y un interino modus
vivendi en lo relativo a sus indicaciones 2ª, 3ª, 4ª y 5ª, a reserva
de que puedan ser éstas posteriormente objeto de estipulaciones precisas, tratado o negociaciones cualesquiera entre el
Gobierno Nacional Dominicano elegido constitucionalmente y
el de los EE. UU. de América; y mantenidos o modificados esos
términos, o de otro modo considerados que como un compromiso para dicho Gobierno Constitucional.
9º. Las tropas americanas serán reembarcadas de una vez o
por partes, como principio de ejecución del presente Plan, un
mes por lo menos, y tres a lo más, después de haberse recibido
de la Convención Nacional el aviso previsto en el dispositivo 1º
de este Plan, y quedarán entretanto como hasta aquí, ellas y sus
actos de todo orden, bajo la exclusiva jurisdicción militar americana y sujetas a su sola sanción, que se garantiza será eficaz
para el mantenimiento del orden público en lo que a ellas se
refiere.
Firmados: Welles, Russell (u otros), y los representativos.
D. Conclusión
El proyecto de Plan de Evacuación con el cual doy fin a este
largo estudio, censura y condenación del Plan Hughes-Peynado,
en nada compromete mi opinión de nacionalista, partidario
de la desocupación pura y simple, aunque con previa preparación del país para asumir digna y ordenadamente su Gobierno
propio. Tal proyecto de plan es simple concesión a la opinión
ajena; y sirve él para exponer lo más a que debió llegarse cuando, constreñidos a atenerse a un plan para la desocupación, los
representativos hubiesen creído de su deber suscribir ésta, fundados en la obstinación de los ocupantes en desocupar en esa
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forma, y practicando la sentencia castellana de a enemigo que
huye, puente de plata.19
Lo cual habrían alcanzado los actuales representativos si no
consintieran en actuar para el Plan bajo la férula y el dictado
del Secretario Hughes allá, y del Enviado Welles aquí, durante
su revisión; sino en deliberar con ellos de igual a iguales, como
hombres libres y desasidos de todo interés personal que los hiciera propicios a un pronto arreglo en humillante forma.
Porque con el Plan que habéis suscrito, ciudadanos representativos, que os llamasteis, de la República Dominicana; con
el Plan Hughes-Peynado, sea que él se cumpla hasta su último
dispositivo, bien que se malogre en el curso de su ejecución dé
oportunidad a que vuelvan sobre sus pasos los sojuzgadores,
entonces más intolerantes y exigentes, y no pueda llegarse a
un nuevo Plan más decoroso, o a la pura y simple desocupación;
con ese Plan, en cualquiera de las dos adversas eventualidades
supuestas, se os podrá enrostrar sin injusticia el gran pecado
de vuestra ambición: que por los treinta denarios de una posible
presidencia habréis vendido la República.
Santo Domingo, año de 1922.
19 Quiero que se advierta: no cediendo nada, se accede, sin embargo, a no
romper bruscamente el orden establecido en lo económico o jurídico;
pero la puerta abierta es más amplia que la principal de la Basílica. Y que
no hablo por cuenta propia en nada de esto. No obstante, ¡pluguiera a
Dios se fueran con un plan así, en lugar de hacerlo (si se van) con el
hermético Plan Hughes-Peynado! El caso es que se vayan, y después, que
discutamos.
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Extacto del Memorándum del Entendido de Evacuación de la
República Dominicana por las fuerzas militares de los Estados
Unidos de América, concertado en Washington, D. C.
en junio 30 de 1922.
Difícil, casi imposible, nos parecía en ese momento obtener
el triunfo que hemos alcanzado; pues si bien era de esperarse
que las simpatías del mundo civilizado acompañaran a la República en esas nefastas horas de prueba, llevando hasta la Casa
Blanca su clamor, siquiera amistoso en demanda de justicia para
la tierra que fue cuna de la civilización del Nuevo Mundo, no
se nos ocultaba la circunstancia de que el agotamiento de los
recursos pecuniarios hacía entonces casi imposible la continuación, en la prensa extranjera, de la prédica que se había sostenido con el objeto de ilustrar la conciencia mundial acerca de
la estructura y consistencia de nuestro derecho.
La dificultad se hacía muy escabrosa por el hecho de que
estaba aún muy reciente la última manifestación que, a nombre del pueblo dominicano, se le había hecho al Departamento de Estado de los Estados Unidos, según la cual nuestro pueblo estaba dispuesto, para obtener su independencia, a que
por un acuerdo con el Gobierno Americano se pusieran bajo
el control de la Junta Central Electoral “todas las fuerzas públicas, nacionales y norteamericanas, durante el período electoral, con el fin de garantizar la libertad del votante;” y a la ratificación, por ley “de los actos del Gobierno Americano que engendraron
efectos jurídicos y un orden administrativo al cual se ajusta transitoriamente la vida de la Nación”. (Circular de 30 de agosto
de 1921, del Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, Presidente de
la Misión Nacionalista Dominicana).
Se había hecho, decimos, muy escabrosa la dificultad:
1º Porque nosotros estamos absolutamente convencidos de
que la libertad del votante dominicano no necesita estar garantizada por bayonetas extranjeras; de que todo cuanto ella requiere es que se borren de nuestro Código Político las ignominiosas prescripciones que han hecho, de la coacción por la
autoridad y del fraude electoral, verdaderas instituciones legales; de que el control de fuerzas militares norteamericanas por
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funcionarios civiles dominicanos no pasaría nunca de ser meramente teórico y perfumatorio, porque es imposible que, en
caso de conflicto de órdenes los militares no se sientan inclinados y aún compelidos a obedecer las de sus jefes naturales; y,
en consecuencia, temíamos que, por haberse hecho ese pedimento, el Departamento de Estado se mantuviese en él como
en terreno conquistado y, lo que era extremadamente peligroso, que esa solicitud, hecha a nombre del Pueblo Dominicano,
de que se le concediese que las tropas estadounidense garantizasen la libertad del votante, se estimara por el Senado y el
Pueblo Americanos como una confesión de nuestra incapacidad política, como una justificación de la intervención, y como
una poderosa inferencia de que en las demás elecciones que
se celebren en nuestro país durante largos años, la presencia
de esas tropas será tan necesaria como en las encaminadas a
establecer el próximo gobierno constitucional.
2º Porque si estamos absolutamente convencidos de que la
ratificación de las Órdenes y Resoluciones ejecutivas promulgadas por el Gobierno Militar y publicadas en la Gaceta Oficial,
que hayan establecido rentas, ordenado erogaciones o creado
intereses a favor de terceros, y de los reglamentos administrativos dictados y publicados y de los contratos celebrados, en virtud de tales órdenes o de alguna ley de la República, es esencialmente necesaria al orden social dominicano; absolutamente
indispensable para prevenir los males de una situación caótica
en nuestra futura vida como Estado independiente; estamos
también absolutamente convencidos de que ese orden social y
esa necesidad de prevenir tales males no requieren que se
aprueben o reconozcan o ratifiquen todos “los actos del Gobierno Americano que engendraron efectos jurídicos y un orden administrativo al cual se ajusta transitoriamente la vida de
la Nación”, porque en fórmula tan amplia cabe holgadamente,
entre muchos otros actos, la Proclama del Capitán Knapp, que
en 29 de noviembre de 1916 nos privó de nuestra independencia; y temíamos que, parapetado el Departamento de Estado tras pedimento o concesión tan importante, no quisiese situarse en la línea que nos tenía trazado el ideal de Patria libre.
En tan adversas condiciones fue emprendida nuestra lucha;
pero la emprendimos con inquebrantable fe en la justicia de
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nuestra causa, llevando como armas nuestra abnegación y nuestra sinceridad; y, después de varias entrevistas en el Departamento de Estado, en las cuales pusimos en acción todo el empeño que saben aportar los dominicanos, sin excepción ninguna,
cuando reclaman la devolución de su más preciado tesoro –la
independencia nacional– la llegamos a concertar el entendido
de evacuación que a continuación transcribimos:
Entendido de evacuación
1. Anuncio por el Gobierno Militar de que se instalará un
Gobierno Provisional con el objeto de promulgar la legislación
que regule la celebración de elecciones y provea la reorganización de los gobiernos provincial y municipal, a fin de capacitar
al pueblo dominicano a hacer las enmiendas a la Constitución
que crea conveniente y a celebrar elecciones, sin la intervención del Gobierno Militar. Aal mismo tiempo el Gobierno Militar anunciará que el Gobierno Provisional asumirá, desde que
se instale, los poderes gubernativos para llevar a cabo libremente
los antedichos propósitos; y, consiguientemente, ese Gobierno
Provisional será desde entonces el único responsable de sus
propios actos.
2. Selección de un presidente provisional y de su gabinete
por mayoría de votos de una Comisión compuesta por los señores general Horacio Vásquez, don Federico Velázquez y H., Lic.
Elías Brache hijo, Lic. Francisco J. Peynado y por Monseñor Dr.
Adolfo A. Nouel, a quien estos cuatro representativos han escogido. La comisión, al hacer el nombramiento del Gobierno Provisional, determinará las condiciones a que estará sometido el
ejercicio de este Gobierno, y la misma Comisión, por mayoría
de votos, llenará las vacantes que en ese gobierno puedan ocurrir, por causa de muerte, renuncia o incapacidad de cualquiera de sus miembros. Al instalarse el Gobierno Provisional los
departamentos Ejecutivos de la República Dominicana serán
entregados a los miembros del Gabinete así designado. El personal de esos Departamentos no se cambiará durante el ejercicio del Gobierno Provisional sino por causa debidamente justificada; los jueces y demás funcionarios del Poder Judicial no
podrán ser removidos sino en el mismo caso. Los oficiales que
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están encargados de los Departamentos Ejecutivos del Gobierno Militar prestarán su cooperación a los respectivos Secretarios de Estado del Gobierno Provisional, cuando fueren requeridos para ello. “No se efectuarán pagos por la Secretaría de
Hacienda que no estén de acuerdo con la ley de presupuesto
en vigor, ni se harán en forma distinta de la acostumbrada.
Cualquiera necesaria erogación no prevista en ese presupuesto será votada por el Gobierno Provisional de acuerdo con el
Gobierno Militar”. Tan pronto como se instale el Gobierno Provisional, el Gobierno Militar entregará a ese Gobierno el Palacio Nacional, y al mismo tiempo las Fuerzas Militares de los Estados Unidos en la República Dominicana se concentrarán en
uno, dos o tres puntos, conforme lo determine el Gobernador
Militar. “Desde esa fecha la paz y el orden serán mantenidos
por la Policía Nacional Dominicana, bajo las órdenes del Gobierno Provisional, excepto en el caso en que ocurran serios
desórdenes que, en opinión del Gobierno Provisional y del
Gobierno Militar, no puedan ser dominados por las fuerzas de
la Policía Nacional Dominicana”.
3. El Presidente Provisional promulgará la referida legislación relativa a la celebración de elecciones y a la reorganización del Gobierno de las provincias y comunes.
4. El Presidente Provisional convocará las Asambleas Primarias de acuerdo con las provisiones de la nueva ley electoral,
para la designación de los funcionarios electivos que prevean
las leyes de organización provincial y comunal, y para elegir los
electores, según lo prescribe el Artículo 84 de la actual Constitución.
5. El Colegio electoral así elegido por las Asambleas Primarias procederá a elegir los miembros del Senado y de la Cámara de Diputados y preparará las listas para los miembros del
Cuerpo Judicial, las cuales someterá al Senado Nacional.
6. El Congreso votará las reformas más necesarias de la Constitución, y se convocará para la elección de la Asamblea Constituyente, a la cual se le someterán las reformas propuestas.
7. El Presidente Provisional designará Plenipotenciarios para
negociar un tratado de Ratificación concebido en estos términos:
“1. El Gobierno Dominicano reconoce la validez de las Órdenes y Resoluciones Ejecutivas, promulgadas por el Gobierno
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Militar y publicadas en la Gaceta Oficial, que hayan establecido
rentas, autorizado erogaciones o creado derechos en favor de
terceros, de los Reglamentos Administrativos que se hubieren
dictado y publicado y de los contratos que se hubieren celebrado en ejecución de tales órdenes o de alguna ley de la República. Esas Órdenes Ejecutivas, esas Resoluciones, esos Reglamentos y esos contratos son los siguientes:
Siguen: 606 Órdenes Ejecutivas a validar, de la 2 a la 800,
fuera de las omitidas y las que salieron a luz después del Plan,
que también serán, parece, validadas.
—
47 Resoluciones de Fomento y Comunicaciones a favor o con
motivo de diversas empresas industriales, entre las cuales resoluciones figura la Barahona Company con 12 y el Central Romana con 8, los dos pulpos agrícolas hasta ahora.
—
15 Resoluciones de Agricultura e Inmigración, declarando
zonas agrícolas la mayoría; de ellas 5 en la provincia de Barahona
y 3 en la de Santo Domingo.
Todos los permisos de inmigración y órdenes de deportación expedidos por esa Secretaría.
—
25 Títulos de agua expedidos por la Secretaría de Estado
de Agricultura, en virtud de la Orden Ejecutiva No. 318.
1 Resolución NO. 74, G.O. 3355, Luis Gilberto Bogaert.
Todas las cartas de naturalización y permisos para fijar domicilio, acordados con el fin de naturalizarse, concedidos de acuerdo con el Art. 11 de la Constitución.
Todas las autorizaciones para establecer domicilio legal en
la República de acuerdo con el Art.14 del Código Civil.
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2 Resoluciones de Interior y Policía referentes a la venta del
Crucero Independencia y el remolcador Águila.
Resolución del mismo, sobre tarifa del acueducto Municipal de Puerto Plata.
Todas las Resoluciones tomadas por los Ayuntamientos y
aprobadas por el Gobierno Militar.
—
De Sanidad y Beneficencia, el Código Sanitario publicado
en la Gaceta Oficial Núm. 3181, diciembre 29 de 1920.
—
De Secretaría de Hacienda, la Circular E-105, diciembre 5
de 1919.
7 Resoluciones de Fomento y Comunicaciones: Convención
Postal de Madrid, Hispano-América del 21 de noviembre de
1920: Resolución No.7 del 12 de marzo de 1921; Convención
Postal Universal de Madrid del 30 de noviembre de 1920; Resolución No. 21 del 31 de diciembre de 1921; Convención Postal Universal de Madrid de Paquetes Postales del 30 de noviembre de 1920; Resolución No. 32 del 21 de diciembre de
1921.
Convenio Postal Domínico-Español del 17 de noviembre de
1921; Resolución No. 13 del 29 de abril de 1922.
Convención Pan-Americana de Buenos Aires del 15 de septiembre de 1921: Resolución No. 25 del 25 de julio de 1922.
Resolución aprobando la Convención Postal entre la República Dominicana y los Estados Unidos de América, bajo fecha
del 19 de mayo de 1917.
—
18 Reglamentos Administrativos de Fomento y Comunicaciones.
—
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De Agricultura e Inmigración: 14 Órdenes Departamentales.
—
De Interior y Policía. 1 Orden Departamental a favor de la
Junta de Caridad “Padre Billini”.
—
De Justicia e Instrucción Pública. Orden Departamental No.
1 del año 1921 (Repartición de terrenos comunales).
Todas las órdenes departamentales de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública relativas a enseñanza pública, con
excepción de las Órdenes Nos. 5, 9 y 16 del año 1917; No. 97
del año 1918, y la orden especial No. 1 del año 1919, hasta la
instalación del Gobierno Provisional.
—
Contratos de Hacienda: 41 Contratos efectuados entre el
Gobierno Militar y personas anotadas para el arrendamiento
de propiedades urbanas del Estado: (Clasificación mal hecha,
acaso intencional (¿para disimular?), porque figuran ahí muchos contratos que no son de la naturaleza que dícese ese encabezamiento, pues aparecen bajo él contratos de depósito de
fondos, de transacción con Meléndez y Gody (el famoso imbroglio
de Lotería), el del Empréstito de $6,700,00 y otros diversos
que no son de arrendamiento).
—
De Fomento y Comunicaciones. Todos los contratos que
existen entre la Secretaría de Fomento y Comunicaciones y
otras personas para el alquiler de edificios para Oficinas de
Correos, que estén en vigor el día de la instalación del Gobierno Provisional.
Mack Engineering & Contraeting Co. Contrato para la construcción del Mercado de Barahona.
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Jefe de Agrimensores. (Agrimensura de terrenos). Los cuatro contratos que se han celebrado para el adelanto de fondos
como sigue:
a) Central Romana Inc.: junio 29 de 1921. El monto total del
contrato era de $36,000, pagaderos en cantidades de $5,000 a
$10,000 mensuales, con el privilegio de suministrar, además,
braceros y suministros.
b) La Barahona y Compañías aliadas. Monto total: $45,000
pagaderos en cantidades de $2,000 mensuales, con el privilegio de aumentar dichas cantidades y de suministrar braceros y
sumnistros.
c) Ingenio Santa Fe. Monto total: $10,000 pagaderos en cantidades de $4,000 o menos mensuales.
d) Ingenio Santa Fe. Marzo 16 de 1920. Las mismas condiciones de c) pero se refiere a un distrito diferente.
—
De Interior y Policía. 5 contratos sobre empréstitos a o de
comunes de Azua, Barahona y Villa Mella, y una cancelación.
—
“El Gobierno Dominicano conviene en que esas órdenes,
esas resoluciones, esos reglamentos y esos contratos permanecerán en pleno vigor hasta que sean abrogados por los organismos que, de acuerdo con la Constitución Dominicana, puedan
legislar. Pero esta validación en cuanto a aquellas de las anteriores Órdenes Ejecutivas, Resoluciones, Reglamentos Administrativos y contratos que hayan sido modificados o derogados
por otras Órdenes Ejecutivas, Resoluciones o Reglamentos
Administrativos del Gobierno Militar, sólo se refiere a los efectos que ellas produjeron mientras estuvieron en vigor.
“El Gobierno Dominicano, además, conviene en que ninguna subsecuente abrogación de esas Órdenes Ejecutivas, Resoluciones, Reglamentos Administrativos o contratos, ni ninguna
otra ley, orden ejecutiva u otra acto oficial del Gobierno Dominicano afectará la validez y seguridad de los derechos adquiridos en virtud de esas órdenes, esas resoluciones, esos regla-
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mentos y esos contratos del Gobierno Militar; pero la controversias que puedan surgir con relación a esos derechos adquiridos serán soberanamente juzgadas por los tribunales dominicanos; admitiéndose, sin embargo, de acuerdo con las reglas y
los principios generalmente aceptados de derecho internacional, el derecho de intervención diplomática, cuando dichos
tribunales incurrieren en injusticia notoria o denegación de
justicia casos estos que, si afectaren únicamente los intereses
de los Estados Unidos y de la República Dominicana, serán, si
hubiere desacuerdo entre los dos Gobiernos, dirimidos
arbitralmente. En ejecución de este compromiso, en cada caso,
los contratantes, después de reconocida la necesidad del arbitraje, concertarán un acuerdo especial definiendo claramente
la extensión de la controversia, la extensión de los poderes de
los árbitros, y de los períodos que habrán de fijarse para la formación del tribunal arbitral y el desarrollo del procedimiento.
Queda entendido que, por lo que respecta a los Estados Unidos, el referido acuerdo especial será concertado por el Presidente de los Estados Unidos, con y mediante el consejo y consentimiento del Senado de los Estados Unidos, y, por lo que
toca a la República Dominicana, dicho acuerdo será concertado de conformidad con la Constitución y las leyes dominicanas.
“II. El Gobierno Dominicano, de acuerdo con las provisiones del Artículo I, reconoce especialmente la emisión de bonos de 1918 y el Empréstito de 5 y medio por ciento por veinte
años con fondo de amortización, garantizado con las rentas
aduaneras, autorizado en 1922, como legales, inevadibles, y
como obligaciones irrevocables de la República, y empeña su
entera fe y crédito al mantenimiento del servicio de esos bonos. Con referencia a la estipulación contenida en el Artículo
10 de la Orden Ejecutiva No. 735, en virtual de la cual el empréstito de 5 y medio por ciento autorizado en 1922 fue efectuado, la cual declara:
Que la actual tarifa aduanera no será alterada mientras dure
el actual empréstito a no ser mediante un acuerdo previo entre el Gobierno Dominicano y el de los Estados Unidos.
Ambos gobiernos convienen en establecer ese convenio previo en el sentido de que, según el Artículo Tercero de la Con-
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vención del 8 de febrero de 1907 entre los Estados Unidos de
América y la República Dominicana, será preciso para modificar los derechos de importación de la República, por ser condición indispensable para que esos derechos puedan ser modificados, que el Ejecutivo Dominicano compruebe y el Presidente
de los Estados Unidos reconozca que, tomando por base las
importaciones y exportaciones de los dos años precedentes al
en que se quiera hacer la alteración en los referidos derechos,
y calentados el monto y la clase de los efectos importados o
exportados, en cada uno de esos dos años al tipo de los derechos de importación que se pretenda establecer, el neto total
de esos derechos de aduana en cada uno de los dos años, excede de la cantidad de $2,000,000 (dos millones de pesos) oro
americano.
“III. El Gobierno Dominicano y el Gobierno de los Estados
Unidos convienen en que la Convención firmada en febrero 8
de 1907, entre la República Dominicana y los Estados Unidos,
permanecerá en vigor por todo el tiempo en que cualquiera
de los bonos emitidos en 1918 y 1922 permanezca sin pagarse,
y en que los deberes del Receptor General de las Rentas Aduaneras Dominicanas nombrado de acuerdo con esa Convención
serán extendidos para incluir la aplicación de dichas rentas afectadas al servicio de esos bonos emitidos bajo los términos de las
Órdenes Ejecutivas y de los contratos en virtud de los cuales
fueron emitidos.
“IV. Este convenio tendrá efecto después de su aprobación
por el Senado de los Estados Unidos y el Congreso de la República Dominicana.”
Esta Convención será sometida al Congreso Dominicano para
su aprobación. El Congreso, además, votará una ley que reconozca, independientemente de la Convención de Ratificación,
la validez de las Órdenes, de las Resoluciones, de los Reglamentos Administrativos y de los contratos a que se refiere dicha Convención.
8. Los miembros del Poder Judicial serán elegidos de acuerdo con la Constitución.
9. Inmediatamente después de haberse hecho todo lo especificado en los artículos anteriores y de que el Congreso Dominicano haya aprobado la Convención y votado la ley, menciona-
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da en el Artículo 7, se procederá a la ejecución de los miembros del Poder Ejecutivo conforme lo determine la Constitución. Tan pronto como el Presidente tome posesión de su cargo firmará la ley de ratificación y la mencionada Convención, y
entonces las Fuerzas Militares de los Estados Unidos abandonarán el territorio de la República Dominicana.
WILLIAM W. RUSSELL
Ministro americano
SUMNER WELLES
Comisionado Americano
HORACIO VÁSQUEZ
FEDERICO VELÁZQUEZ H.
E. BRACHE HIJO
FRANCISCO J. PEYNADO
ADOLFO A.
Arzobispo de Santo Domingo
—
Desde la primera ojeada que se le dé, ese entendido descubre que en él han quedado eliminadas estas condiciones, anteriores exigencias norteamericanas unas, y concesiones o sugestiones dominicanas las demás:
1ª. Ha quedado eliminada en absoluto la Misión Militar, con
o sin mando, en cualquiera de sus formas.
2ª Ha quedado eliminada en absoluto la Guardia de Legación.
3ª Ha quedado eliminado en absoluto el Consejero Financiero.
4ª Ha quedado eliminado en absoluto todo control sobre
nuestra Hacienda.
5ª Ha quedado eliminada en absoluto la garantía subsidiaria
de nuestras rentas internas para el servicio de la Deuda.
6ª Han quedado eliminadas en absoluto la convocatoria y la
dirección de las elecciones por el Gobierno Militar.
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7ª Ha quedado eliminada en absoluto la presencia de tropas
americanas cerca de las mesas electorales.
8ª Ha quedado eliminada en absoluto la necesidad de que
aceptemos contractualmente la imposición de técnicos por el
Gobierno Americano.
9ª Ha quedado eliminada en absoluto la necesidad de ratificar todos “los actos del Gobierno Americano que engendraron
efectos jurídicos y un orden administrativo al cual se ajusta transitoriamente la vida de la nación”, pues no hemos consentido
en ratificar un sin número de actos del Gobierno Militar que
han engendrado efectos jurídicos de grandísima importancia.
Como se puede ver también desde la primera ojeada, ese
entendido celebrado en Washington el 30 de junio de ese año
estipula la evacuación del territorio dominicano por las fuerzas
americanas, coincidentemente con la instauración del Gobierno Constitucional que se instalará por la sola y libre voluntad
del pueblo dominicano; y esa evacuación está sometida únicamente a esta condición ya mencionada: el reconocimiento de
la validez de las órdenes y resoluciones ejecutivas promulgadas
por el Gobierno Militar y publicadas en la Gaceta Oficial, que
hayan establecido rentas, ordenado erogaciones o creado intereses a favor de terceros, y de los reglamentos administrativos
que se hayan dictado y publicado y de los contratos que se hayan celebrado, en virtud de tales órdenes o de alguna ley de la
República. Pero ese reconocimiento es, como hemos dicho,
tan esencialmente necesario al orden social dominicano, tan
absolutamente indispensable para prevenir los males de una
situación caótica en nuestra futura vida como nación independiente, que nosotros lo habríamos prometido aun cuando la
Cancillería Norteamericana no hubiese hecho ninguna insinuación a ese respecto: ¡tan profunda es nuestra convicción!
—
Estando los Estados Unidos interesados en que reconozcamos los empréstitos que por nosotros han hecho para pagar las
deudas que agobiaban nuestra Hacienda y realizar obras públicas de indudable beneficio para nuestro pueblo, y en que validemos los impuestos que se han establecido y las recaudacio-
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nes y erogaciones que se han hecho para nuestro servicio administrativo; y estando nosotros interesados en reconocer la
validez, como previsión para nuestra futura tranquilidad, de
las órdenes y resoluciones ejecutivas que hayan creado intereses a favor de terceros y de los reglamentos administrativos que
se hayan dictado y publicado y de los contratos que se hayan
celebrado, en virtud de tales órdenes o de alguna ley de la
República; la ratificación por tratado, además de la ratificación
por ley, es una conveniencia internacional que los más elementales principios reconocen como obvia, indenegable.
—
Sigue aquí el resto de la inconmensurable cola del infausto
cometa Plan Hughes-Peynado, cuya extensión es aún mayor
que cuanto del dicho plan acaba de ser trascrito. La Gaceta Oficial no creyó del caso publicar la cabeza ni la cola del monstruo;
en lo cual ha obrado discretamente, porque nada está tan fuera de lugar como esos dos aditamentos de desahogo en el instrumento, odioso, pero oficial. Suscriben la cola los cuatro representativos que fueron a Washington. Nada más.
No dispongo ya de espacio para reproducirla aquí en toda
su inmensidad, y por eso me he limitado a los trozos a que hago
especial referencia en la parte del folleto que intitulo La cola
del animal.
En el Listín Diario de fecha 23 de septiembre de 1922 figura
íntegramente, tendido sobre tres páginas completas, el gran
cetáceo, digno por lo monstruoso y corpulento de la época
prehistórica.
Ahí lo he contemplado yo mientras he estado haciendo este
su estudio apologético.
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ESCRITOS SELECTOS
Rectificaciones en protesta*
(Réplica a unos artículos publicados en los diarios
El Sol y La Voz, de Madrid)
*
Este ensayo fue publicado por Félix Evaristo Mejía en Madrid, cuando se
desempeñaba como Ministro Delegado de la República Dominicana en la
capital española. Tiene el siguiente pie: Imprenta de los Hijos de M. G.
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Hernández, Libertad, 16 duplicado, bajo, 1928. (Nota del editor).
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ESCRITOS SELECTOS
La Legación de la República Dominicana se ha propuesto
antes de ahora la publicación en la prensa diaria de una serie
de artículos elaborados sin demasiado estrecha conexión que
fuese obstáculo a su fácil inteligencia, leídos aisladamente, a la
manera de los mismos a que iban a referirse. Artículos de réplica aquelllos, en los cuales quedasen victoriosamente rebatidos
los diversos puntos en que, con más donosura de estilo que
verdad austera, venía a la sazón distrayendo su pluma, y la había distraído en otra ocasión, cierto atildado escritor desde las
columnas de El Sol, primero, en fecha ya algo remota, y en las
de La Voz más recientemente, deprimiendo a destajo el país
que dicha Legación representa en esta Madre Patria, para quien
todos sus hijos de América saben guardar hoy cordial afecto y
sincera gratitud, sin miradas retrospectivas que pudieran entibiar en lo mínimo tan caros sentimientos.
Refiérense las precedentes líneas a algunos artículos publicados, el uno en 26 de marzo del corriente año, fecha anterior
a la llegada del actual Ministro Dominicano a esta Corte, en
abril 10, intitulado el artículo ‘‘De Primada a Cenicienta’’, y
sólo leído después con motivo y por referencia del que en el
mes de octubre apareció encabezado ‘‘La antinomia de Santo
Domingo’’, al cual se sumaron ‘‘Las arras de la soberanía’’, en
La Voz del 1ro. de noviembre, y otros posteriores o anteriores en
los cuales, a propósito de Haití y de Cuba, se usa también de
frases despectivas y subversivas sobre Santo Domingo. Y débense
todos ellos a la fácil y bien cortada pluma de un conocido escritor y acreditado periodista, huésped distinguido que fue, pocos meses atrás, de aquel país que hoy maltrata en el cual se le
acogió fraternal y deferentemente, así por su noble cuna española como por su elevada jerarquía intelectual.
Mas se propuso el aludido trabajo la Legación sin contar con
la huéspeda, locución ésta muy socorrida en aquella casa domini257
cana, que lo es también y muy especialmente a cuantos hombres
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a sus puertas llaman en son o misión de paz y de trabajo. Con la
huéspeda; esto es, con el carácter oficial inherente a una representación diplomática, marco de sobriedad de estilo y discreción de ideas dentro del cual no parece tener cabida ninguna personal manera de exponer éstas, si riesgo se corriera
en ellas de no ser todo lo grato deseable. Porque el tema apasiona, y ello algo empece, a quien había de prescindir ahora de
su condición de hombre mortificado y celoso de las ejecutorias
de su patria, para tratarlo con la ecuanimidad y reposo que le
impone su oficial investidura. Fuera de que el articulista continuaba escribiendo, y era conveniente recoger todas sus alusiones al país dominicano.
Por tales razones, las del párrafo que precede, desfilaron
rotas del bufete al cesto, en los días transcurridos hasta el 30
del pasado y desde la aparición en La Voz del artículo ‘‘La antinomia de Santo Domingo’’, numerosas cuartillas en las cuales
se había escrito repetidas veces, con variantes, los primeros de
esa serie en extensa y documentada impugnación a los informes y juicios –a ratos temerarios– externados por el notable
escritor en detrimento de la República Dominicana. Trabajo
que, aplazado luego para publicarlo con mayor precisión y acopio de datos, hoy no todos a la mano, y en una sola pieza de
índole menos personal, se da al fin a la publicidad sin más demora y con sólo los datos disponibles, en cuya búsqueda se ha
invertido también algún tiempo.
Se referirán las presentes Rectificaciones en protesta a aquellos
conceptos que de modo directo o indirecto atañan al crédito
material y moral del País, con simples digresiones incidentales
o ligeros comentarios sobre alguno que otro punto de vista del
impugnado escritor. Y para mayor claridad, se procederá en
ellas dentro de una clasificación, subdividiendo previamente
los datos de orden material en preliminares y de esfuerzo propio, y
los morales en sociales, políticos e históricos, tratando luego cada
uno por separado.
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I
Rectificaciones de orden material
Datos, algunos en rectificación de los similares y producidos
por el articulista, y todos para servir de mayores premisas a las
menores y conclusiones de los que les sigan.
§ 1. Datos preliminares
I. Extensión territorial. Toda la Isla mide, con sus adyacentes,
72,527 kilómetros cuadrados, de los cuales 50,070 corresponden a la República Dominicana. Haití ocupa la tercera parte
de la Isla.
El dato es de censo levantado en la época interventora, a la
cual no puede atribuirse empeño en exagerarlo. No son, pues,
los 31,000 que le adjudica el articulista de la ‘‘Antinomia de
Santo Domingo’’, escrito en que se incurre tal vez en otros errores de igual especie en lo referente a Cuba y probablemente
también a Puerto Rico, reduciéndoles el área. Sin que esto último sea una afirmación, por no tener a la vista censo de esas
dos islas.
II. Orografía. En ‘‘La antinomia de Santo Domingo’’ se consigna que esta isla es menos montañosa que Puerto Rico. Error
craso, y apreciación sólo aplicable a la porción ocupada por
Haití, en la cual las montañas parecen más aglomeradas, bien
que sean menos altas, y los valles más angostos en relaciones.
Aunque la exactitud es difícil en esta clase de comparaciones,
parece que no ha sido la del articulista la opinión más socorrida entre geólogos y geógrafos que del Descubrimiento acá han
visitado esas islas. El autor de estas rectificaciones las ha atravesado ambas de Sur a Norte, y no cree que pueda tenerse en
propiedad por montañas aquellas con frecuencia poco sensibles alteraciones del rico suelo puertorriqueño, cuyos cerros y
hondonadas cubre, gracioso e interrumpido, el manto de
verdores de sus cultivos tropicales. Santo Domingo es isla grande y alternan en ella las cordilleras con valles fertilísimos, dilatadas llanuras y alguna rara sabana. De España se sabe que es
muy montañosa, y nadie lo diría al correr del tren por las vastas
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soledades de Castilla. Como las montañas tienen también su
importancia en el porvenir económico de los pueblos, vale aquí
la rectificación.
III. Hidrografía. Cuatro grandes ríos con numerosos y algunos muy considerables afluentes, cuyos extremos opuestos casi
se tocan entre sí en el centro del territorio, lo recorren todo
precisamente en las contrarias direcciones de los cuatro puntos cardinales; y otras muchas corrientes caudalosas, como las
anteriores también navegables en gran trecho y flotables luego, se vierten en el Caribe al par de las extensas, poco profundas y torrenciales, e infinidad de ríos menores, que bañan los
valles costeros de la Isla y la riegan profusamente.
Se ha estimado en más de cuatro mil el número de ríos directos, afluentes, arroyos y riachuelos de esa red arterial que va
del corazón de la Isla a toda su periferia.
IV. Población. Asígnale el escritor 900,000 habitantes a la República en el año 1921. En este dato, que no es de 1921 sino
del Censo de 1920, siete años atrás, hay que tener en cuenta la
ocasión en que se obtuvo, durante la Intervención, perturbados
los campos y aldeas con las incursiones de los oficialmente denominados entonces gavilleros, entre los cuales había trigo y cizaña, pues en su mayoría no eran tales, sino alzados a su modo
contra las violencias de aquel militarismo interventor, y no pocos por inconforme patriotismo. Se omitieron, pues, muchas
cifras parciales; que se escurría el bulto por temor a las penosas
concentraciones. Hay fundados motivos para apreciarla ahora
en mucho más de un millón. Fuera de que han transcurrido ya
siete años, las dos razas y su mezcla que conviven en el País son
prolíficas, el estado sanitario siempre ha sido excelente de entonces acá, la mortalidad muy reducida, y no ha habido en ese
lapso guerra civil ni otra alguna de exterminio; y si aún puede
invocarse la vieja ley de Malthus, la población de país cualquiera, en circunstancias normales, se duplica cada veinticinco años.
Rectifique el autor.
Como adición a este dato se hace constar que, según el mismo Censo, en la población total los dos sexos guardan entre sí
la relación de 49.9 varones y 50.1 hembras, proporción mucho
más ventajosa y halagadora que la de Haití, en donde, de atenerse a la reseña que sobre ese país fronterizo y ‘‘antagonista’’
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nuestro aparece en la hermosa Semana Gráfica de Valencia,
número extraordinario del 12 de octubre último, la relación
de un varón para tres hembras, dato raro del cual sería preciso
deducir, más adelante, alguna consecuencia. La población de
Haití, según la misma revista, es de dos millones y medio de
habitantes.
V. Raza. De la población de 1920, revela el citado Censo, un
25 por ciento era blanca, incluido un 2 por ciento de extranjeros, españoles y sirios principalmente; otro 25 por ciento negra, comprendido poco más de un 3 por ciento haitianos; y el
50 por ciento mestizo, en escala del mulato genuino al casi
blanco. De la población de Haití, según la misma revista ya aludida, un 80 por ciento es negra, un 15 por ciento mulata y el 5
por ciento restante blanca, en gran parte elemento extranjero, allí muy numeroso. Rectifique ahí también el articulista,
que parece empeñado en ennegrecer todo el ambiente dominicano, y sobre todo rectifique aquel aserto suyo, en una de sus
‘‘Notas sobre América, La concentración industrial’’, de que
‘‘la isla de Santo Domingo está ocupada en más de su mitad
por negros haitianos’’, cuando sólo hubiera estado en lo cierto,
diciendo: ‘‘en más de la mitad de su población total’’, etc.
VI. Cifras de riqueza. No la de la pródiga naturaleza del País,
la cual reconoce honradamente el escritor, sino de la económica, obra del habitador. A falta de dato a la mano de la producción total (consumo interno y exportación) hablen las siguientes cifras comparadas del progresivo desarrollo de la riqueza
general, fuente de ingresos del País y del Erario, y base de sus
importaciones y de los egresos del Presupuesto. En la exportación, estas cifras suben: de 6,896,000 dólares en 1905, a más de
21 1/2 millones en 1916, fecha de la ocupación militar americana, pero anterior a su injerencia en la administración del
País, que ha de contarse aquí desde 1917 (Proclama de Knapp
de noviembre 29 de 1916); a poco menos de 22 1/3 millones
en 1917 y 18, respectivamente; y tras el paréntesis de 1919 y
20, los del alza fabulosa de los precios, en los cuales años se
elevaron las cifras a cerca de 40 y 59 millones, vuelven éstas a
descender en 1921 y 22 a poco más de 20 1/2 y poco menos de
15 1/4 millones, y a aumentarse en 1923 y 24, ya administrado
el País hasta mediados de 1924 por un Presidente dominicano
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de facto, a poco más de 26 y de 30 1/4 millones, de dólares
siempre. En 1925 y 26, durante la ya independiente y constitucional administración del actual presidente Vásquez, inaugurada
el 12 de julio de 1924, estas cifras fueron de cerca de 27 y 25
millones respectivamente. Las de importación son siempre
menores, a excepción de 1921, y arrojan a favor del bienestar
económico del País un balance comercial, en junto, de próximamente 106 millones de dólares desde el 1905 al 1926. Los
ingresos del Erario, que nunca fueron de origen exclusivamente
aduanales, siguen en el curso de tales años la misma gradación
progresiva, y se dividen principalmente en dos categorías: Renta Externa o Aduanera, afectada en una gran proporción al pago
de la deuda externa; Renta Interna, a la cual se suma la de Ingresos Diversos Generales, Especializados y otros muchos. Juntas, en el
año de 1924 alcanzaron, con los sobrantes en Caja de 1923, y
descontados 786,833.33 del Empréstito de 1924, la cifra de algo
más de 12 3/4 millones de dólares, de los cuales sólo 4,386,602
proceden de los derechos aduaneros del mismo año 1924.
En 1925 la respectiva cifra total, con sobrantes del año anterior y deducción ya hecha de 1,598,333.28, Empréstito de 1924
también, es de 12,190.000 y pico de dólares. Por no tener a la
vista dato igual preciso de 1926, se suple aquí con estos dos
párrafos del Mensaje presidencial correspondiente a dicho año:
Actualmente nuestra deuda, inclusive el empréstito de cinco millones que se hizo últimamente para proveer la realización de obras de positiva importancia nacional, asciende a la
cantidad de 15 millones.
Y es satisfactorio para mí consignar, que el servicio de la Deuda ha
sido atendido con tal religiosidad, que el Empréstito de 1908 por 20
millones ha sido totalmente cancelado el año pasado, o sea treinta y un
años antes del término fijado para su redención, etc.
De este dato se expondrán, en lugar oportuno, las conclusiones pertinentes en oposición a aventuradas apreciaciones
del articulista.
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§ 2. Datos del esfuerzo propio
VII. Vías de comunicación. Existe en esta Legación y se muestra, a quien lo desee, el plano de todas ellas, levantado el 1ro. de
marzo de 1926. Las férreas, por razones relacionadas con el
medio y de largo exponer, no han tomado posterior incremento, y sólo existen las citadas por el articulista. Pero de carreteras
y caminos va tejiéndose el País a paso largo. Tres grandes vías
parten de la Capital en dirección Norte, Este y Oeste, mientras
al Sur, el mar, el comunicador por excelencia, y al Norte el
Océano, cuentan cómodos muelles en los naturales puertos
principales, que se convertirán en breve en cuatro magníficos
puertos artificiales, pues que a ello se dedican estudios, voluntad y rentas. Llegan las carreteras preindicadas, la del Norte o
Duarte, hasta Montecristi, población noroestana cabecera de
la provincia de su nombre; la del Este, o Mella, hasta Higüey,
villa del casi extremo oriente dominicano, que florece en
feracísima y productora región de cacao y ganado vacuno, y la
del Oeste o Sánchez, hasta Comendador, poblado lindero a
zona limítrofe en discusión con Haití, a dos kilómetros de la
cual se le avecina ya la carretera, que en enero próximo la habrá tocado, según última declaración oficial del Secretario de
Estado del ramo. No ha de avanzar más ésta por ahí ahora, ni
penetrar después en la frontera legal, que hoy tranquen, desde Comendador, otro camino carretero, haitiano.
Ese trecho, aún en bruto, del territorio nuestro, que en la
época en que estuvo en el País el periodista era todavía mucho
más largo, debe de ser el en que él sitúa el pintoresco y a la vez
pavoroso párrafo de ‘‘La antinomia de Santo Domingo’’, en el
cual compara a éste con el África inexplorada, porque no encontró ahí senda a su gusto para pasar a Haití, con el cual echó
de menos toda una red de comunicaciones que acaso no entre
en los propósitos de país ninguno establecer con su vecino ‘‘antagonista’’, que dice el escritor. Poco habrá de saber de abruptas
lomas, selvas vírgenes y rústicos caminos vecinales quien sólo es
presumible haya hecho siempre sus recorridos literarios por
cómodas vías férreas o carreteras, desde las cuales tome las notas
de su carnet de viajero para posteriores descripciones de imaginarias proezas de explorador, bien así como quien va a cacería
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de tigres y leones metido él en una jaula, y luego, Tartarín,
muéstrales a sus claques las pieles de las bestias bravamente cazadas. Lo cual nadie le exigía, pues no era de Humboldt ni de
Stanley su misión, sino de intercambio de ideas y creación de
vínculos con los intelectuales de las ciudades, y acopio de perspectivas del camino, para sus artículos y libros.
De las tres carreteras madres parten a encontrar poblaciones, ya hechas o en fomento, numerosísimos ramales, varios ya
tendidos, a punto de terminarse otros, y muchos en construcción, en proyecto o en estudio. No se trata, pues, de una sola
carretera rumbo al Norte con trozos al Este y al Oeste, cual lo
asevera el articulista, sino de un sistema de carreteras generales y parciales que van dejando fácilmente transitable aquel país.
Y si se tiene en cuenta la maravillosa red fluvial que se ha descrito antes con sus respectivas situaciones tan apropiadas para
tal vez no lejanas canalizaciones, red que ha prestado desde
antaño preciosos servicios de vías navegables en pequeños barcos, flotables y de arrastre, se tendrá la visión de una próxima
urdimbre de hilos cada vez más unidos, de la cual pocos países
podrán en realidad jactarse. Además de que, cumplido que
sea el proceso carretero, tendrán su vez probablemente las vías
férreas, ahora detenidas en las dos públicas existentes y las de
privado uso agrícola-industrial. Tal así sea, para que el vivaz
periodista, que aún es joven, pueda pasearse un día por todo
el País, penetrando de cerca en las cosas y en el alma dominicana que ha intentado caricaturar sin estudiar sus rasgos.
VIII.Colonización agrícola. Asunto importantísimo sobre el cual,
con haber extremado su rigor para Santo Domingo el articulista, por prevención o por sistema de oponer débil valla al éxodo
español a las Américas, obliga él a rectificaciones y protestas.
Paralelo al de cruzar cuanto antes de carreteras el País, es el
empeño nacional dominicano en poblarlo de colonias agrícolas extranjeras. Empeño generoso al cual consagra gran esfuerzo; empeño de hoy, de ayer, de hace ya muchas décadas y más
de una centuria, cuando el inmejorable elemento canario le
ha llevado sus hábitos de laboriosidad, de paz y de honradez,
junto con gran firmeza de carácter y contingente blanco.
Toda clase de facilidades para el inmigrante agricultor: tierra, semillas, útiles y animales de labor, de establo y de corral,
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casa, sostenimiento, culto, escuela, dinero, estímulos, etc., todo
se les facilita a los colonos, a título definitivo, o precario y de
reintegro posterior en parte; y los ensayos realizados van siendo tan satisfactorios, que a un reparo del agente consular y
diplomático español, respondieron una vez también los propios colonos en contrario. En cuanto a la inmigración y canalización de la frontera, todo un vasto plan, rico en discretas y
atinadas previsiones para el establecimiento de diez colonias
agrícolas de inmigrantes europeos en sitios apropiados, fue
formulado y producido en 1925, en Informe especial al Poder
Ejecutivo, por una Comisión creada por la ley y compuesta del
Secretario de Estado de Agricultura e Inmigración, un senador, un diputado, un abogado consultor, un agrimensor, un
profesor agrónomo y un médico. El proyecto ha quedado en
receso, de momento, por haber privado después la opinión de
que esa colonización convendría ensayarla antes con elementos del País de diversas regiones, estimulado a ello y avezado a
toda clase de riesgos e intemperies, y que convertido allí en
terrateniente, al preservar sus predios defendiese de la expansión haitiana la frontera, por egoísmo y patriotismo a un tiempo. Por de pronto y como avanzada, una tentativa de colonización cultural, con escuelas y misiones escolares, se ha iniciado
ya. Todo ello precisamente para no exponer allí al colono extranjero, sin la preparación y seguridades necesarias, ‘‘como
muralla viva contra la expansión haitiana’’, de que acusa al País
el articulista en unos párrafos al par amenos y sombríos de ‘‘Las
arras de la soberanía’’, a propósito de ‘‘un grupo de esos heroicos pobladores’’ que debió de ver, sin duda, en las colonias de
Bonao y Guayibín, al paso de la carretera Duarte y adentro,
muy adentro del territorio dominicano, ‘‘en pleno Cibao’’, que
está muy lejos de Haití; aunque haya él visto por ahí dispersas
chozas de haitianos furtivamente llegados de su distante país y
acampados en el lugar mientras se les desaloje legalmente o se
les utilizaba ad interin en las fincas de caña y otros cultivos; gente
nómade en realidad, como gitanos, e inofensiva por aquellos
sitios en que no tendrían el apoyo de sus lares haitianos densamente poblados. Otro pasaje, éste, de la novela en que el escritor describe emotivamente sus impresiones recogidas a vuelo
de automóvil por las carreteras recorridas.
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La colonización agrícola del País significa uno de los más
puros empeños del Gobierno Dominicano; y es del caso advertir que la ley no la establece solamente con y para elemento
extranjero, sino también criollo; como no es el proyecto de la
de fronteras para exclusivos colonos españoles, sino que también italianos y otros, aunque prefiriendo los primeros. He aquí
palabras de la Ley de Colonización de 1927, del Secretario de
Estado de Agricultura e Inmigración, en una de sus Memorias
al Presidente de la República, y del Informe de la Comisión ad
hoc de 1925, respectivamente:
Al llevarse a cabo un reparto de lotes para formar una
colonia se preferirán, entre los solicitantes, a los que vivan
en la sección, sobre los que vivan en la Común; a los que
vivan en la Común, sobre los que vivan en la Provincia; y
a los que vivan en la Provincia, sobre el resto del País.
Esta última disposición no regirá cuando se trate de
inmigrantes traídos por el Gobierno Dominicano.
[...]
Inmigrantes agricultores es lo que especialmente necesita el País para el desarrollo de su riqueza agrícola, y a
provocar esa tendencia se encamina el trabajo de esta Secretaría de Estado… Esta inmigración tan deseable será
definitivamente provocada cuando el Gobierno pueda,
dentro de una situación económica más holgada, dedicar
su atención a la Colonización de algunas porciones de terreno que, por lo extenso, puedan dar cabida a un crecido
número de familias dominicanas y extranjeras.
[...]
El español (peninsular o insular) le ofrece a nuestro
País la ventaja de una fácil convivencia con el elemento
nativo por infinidad de circunstancias entre las cuales
consideramos como primordiales el idioma y los cada día
renovados nexos históricos que nos colocan, con respecto a
España, en un grado de parentesco que facilita el propósito
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del Gobierno de fomentar una corriente inmigratoria de
aquel País hacia el nuestro, sin que se originaran perjuicios causados por divergencias de carácter etnológico.
Otro tanto podríamos decir de la inmigración italiana en
caso de que una ampliación de la expresada Ley la recomendara igualmente, ya que etc., etc.
IX. Fuentes de recursos. No son los Empréstitos, ni lo han sido
nunca, la única fuente de ingresos con los cuales se realizan las
obras ya citadas y otras muchas de progreso material y moral no
mencionadas en este trabajo. Ni son los impuestos aduaneros el
único recurso fiscal (véase dato f). La Renta Interna, aunque
con diversas denominaciones especiales y de cuantía menor
que ahora, existía ya en el País desde 1905, sin que hayan sido
afectadas a la deuda externa, no obstante las pasadas tentativas
del acreedor, en el sentido de una como nueva pignoración,
por la posible merma futura de la prenda primitiva.
Con los Empréstitos se realizan las obras públicas, que ponen
al País en condiciones de mayor producción y más cuantiosos
ingresos fiscales, de los cuales se puede destinar entonces más
crecida suma a la amortización gradual de aquellos a la par que
a sus intereses. Mientras los Empréstitos no vengan en ayuda
del Presupuesto ordinario, y éste pueda, en cambio, ir
amortizando cada año una parte de los Empréstitos pasados mayor que el promedio anual de inversión de estos en el País, no
habrá económicamente ningún ‘‘círculo vicioso’’, aunque los
Empréstitos se repitan. Finca que se mejora realmente por el
préstamo y se administra bien, da rendimientos para su propio
dueño, para su entretenimiento y su acreedor, excepto cuando el finquero vendiese sus cosechas a la flor. El dominicano,
redimiéndose del Empréstito de 1908 treinta y un años antes del
tiempo para ello prefijado, y a pesar de nuevos Empréstitos
anteriores a esa redención, dejó ya demostrado que, en lo económico por de pronto, el círculo vicioso allí no existe. Los Empréstitos son recurso a que apelan con frecuencia los pueblos nuevos o en renovación para darle un más rápido impulso a los
medios de desenvolvimiento y producción de sus riquezas naturales, y el caso de Santo Domingo está lejos de ser el único en
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ambos mundos. Si el acreedor obligado es siempre el mismo,
eso se debe a nuestra posición geográfica, que nos tiene situados en pleno campo de influencias del coloso norteamericano.
Porque, como muy acertadamente se lo ha alegado al periodista el elocuentísimo Embajador de la República de Cuba:
¿Es que el Sr. … conoce, dentro de la comunidad internacional, un solo pueblo, no americano, sino europeo, en
vecindad de grandes potencias continentales o marítimas,
en que la vida de relación, hoy más que nunca necesaria
en las naciones, no ejerza una influencia en los actos propios de su existencia nacional?
II
Rectificaciones de carácter moral
§ 3. Datos de orden social
Como del cuadro recargado de sombras que de la República Dominicana ha venido dibujando a la pluma el colaborador
de La Voz y de El Sol, podría desprenderse la presunción de
cierto aspecto social defectuoso en aquel medio, se hace preciso aclarar aquí algo a tal respecto.
X. La índole social. País de costumbres aún sencillas y de instintiva pureza bajo la piel en rica gama de matices de su raza,
de hombres honrados y de esposas fieles y resignadas con la
fortuna que les haya tocado en suerte a sus consortes, ni el
amor al lujo que ya en él se despierta con el contacto extraño,
ni las vicisitudes de su pasada existencia le han llevado en lo
mínimo a las prevaricaciones del sentimiento patrio, de la ingénita probidad política y del honor nacional, vicios de que le
acusa el articulista. Los tumbos en el camino de su vida colonial
y posterior hasta el 1844, en que sacudió el yugo de su vecina
Haití, la anexión a España en 1861, y la tentativa a Estados
Unidos en 1870, obra fueron sólo de sus Gobiernos, no del
pueblo, como siquiera a grandes rasgos se evidenciará más adelante. Jamás en plebiscito sin coacción o engaño votaría él la
paz comprada al precio de la soberanía, ni su íntimo pensar
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sería jamás distinto de su acción; y es aventurado prejuicio el
de que sea este pueblo uno en la evidencia y otro allá en lo
recóndito de su conciencia nacional. Porque a tal histrionismo
mal se aviene la psicología de los países, siendo ello más propio
de individuos aislados, a muchos de los cuales para conocerles
habría que estudiarlos en la penumbra de los bastidores antes
que a la claridad del escenario en el cual van cada día representando más o menos hábilmente sus comedias. Bien debe de
haberlo aprendido el talentoso escritor en su comercio moral
e intelectual con hombres. Y puesto que hay, según él, dos dignidades en un pueblo, una externa y otra interna, vayan como
simples muestras sendos rasgos de que el dominicano las posee
ambas.
XI. Dignidad externa. Antes de la Intervención armada de 1916,
el elemento del País alternó siempre gustoso, como ha vuelto a
hacerlo ahora, con el norteamericano residente del servicio
aduanero, obras públicas y de otras actividades, todo él por regla general muy apreciable y culto; pero advino la ocupación
militar, y esa actitud civil y conciliadora se trocó luego para la
mayoría en reserva y abstención. En la promiscuidad de personas de actos públicos cualesquiera, en las relaciones del cotidiano afán, en las fiestas culturales, en el teatro, la tácita separación moral era ostensible. Si odios africanos no apartaban,
amores nunca unieron; y ello sin contar recíprocas y peligrosas
agresiones, sobre todo al principio, y los choques violentos en
campos y poblados, de que no es necesario rememorar detalles. Tan notorio se hizo el retraimiento, que a las liberales invitaciones sociales de los interventores al principio se siguió de
su parte también cierta abstención. Entre los respectivos centros sociales hubo siempre algunos intercambios, y correspondencia de obligada cortesía de personas de notoriedad política, económica o social; pero la mayoría era reacia. Salvo,
naturalmente, esa áulica camarilla, verdadera carcoma de todo
medio ambiente social, que adondequiera que la invite el que
gobierna acude con la sonrisa y la genuflexión; y allí también
se iba, que sin rebozo, que a hurtadillas, y a quien la prensa
castigaba luego.
Esa sorda resistencia social, unida a la política y tenaz del
patriotismo en vela, convencieron al ocupante militar de que
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aquel pueblo no le sería jamás asimilable, y le movieron a buscar salida airosa.
XII. Dignidad interna. En 1912, revolucionado el País, no
obstante hallarse respaldada por la escuadra norteamericana la Renta
Aduanera (las palabras subrayadas son conceptos, más o menos
textuales, del articulista rebatido), y la otra por un Gobierno
fuerte y receloso, se llenaron de presos políticos de todas las
clases sociales las celdas y salones –algunos separados entre sí
durante el día por solo puertas enrejadas y de abiertas maderas– de la histórica y sentida Torre del Homenaje, junto al río,
que sale ahí al mar y le da entrada a las embarcaciones. Las
modalidades de aquella situación de fuerza hacían temer procedimientos que pusieran en grave riesgo la vida de los presos.
Por el aire viciado de la cárcel corrió cierta mañana este rumor: ‘‘Llegaban barcos americanos con una Comisión que íbale
a imponer al Gobierno la renuncia en aras de la paz.’’ Hubo
quien los avizorara por un doble enrejado tragaluz, y aún pretendiera distinguirlos mar afuera. De ser aquello cierto, como
fue, significaba para los reclusos su liberación de la cárcel y de
quizás algún peligro más. Ello no obstante, una sorda y espontánea protesta se alzó unánime. ‘‘Que se vayan’’ –dijeron varias
voces, acogidas con manifiesta aprobación–. ‘‘Preferimos quedarnos aquí presos y aun expuestos a todo’’. Uno que otro político de campanillas se calló; asintieron sin ruido algunos, pero
la mayoría se sublevaba, y habló de protestar desde la cárcel.
Aquello no era una comedia: el ánimo no estaba para eso, y los
actores se hallaban entre batidores. El autor de estas líneas era
uno de los presos.
6. Probidad política. Las revoluciones casi siempre tuvieron
por móvil ‘‘una irrefrenable sed de mando’’ o ‘‘el codiciado
Erario’’. No es cierto. Si los Gobiernos no resultaban a las veces
gratos al País, las revoluciones fueron con frecuencia aceptas al
mismo, pues estas eran casi siempre inspiradas en propósitos
de bien, más o menos adulterados a ratos por resentimientos
políticos y afán de vindicaciones o impaciencias de partidos.
Porque la pasión partidarista ha sido el más profundo mal y el
dolor más acerbo de aquella sociedad. El mando y el Erario no
eran finalidades, sino medios. Medios de alcanzar el fin único y
múltiple, pasional u honrado. Revoluciones las hubo muy her-
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mosas y legítimas; también bastarda una que otra. Las acometidas revolucionarias a los fondos públicos, las depredaciones al
campesino por víveres y ganado vacuno o caballar, eran medios
de allegar hombres, recursos, necesidades penosas de la guerra. De todo eso, lo primero no se pagaba por considerarlo
hecho así en beneficio público; pero lo demás sí, religiosamente, tras el triunfo entonces o más tarde. Cuando ya en el poder
se abría la mano, pródiga de los dineros del Erario, hacíase ello
a un tiempo por la paz y la permanencia en el poder; no por
codicia ni rapiña. Fue la regla general, si hubo excepciones.
Lilís, la siniestra figura de aquel tirano de basalto que se llamó
Ulises Heureaux, no ‘‘es el prototipo, no es la regla’’ de los gobernantes del País. La mayoría, acaso todos los Presidentes, quedaron o murieron en pobreza. En realidad, el peculado propiamente no ha existido, sino en casos aislados. Y es que el medio
social lo reprueba, lo incrimina y lo anatematiza.
El actual Presidente –aunque en esta materia es de los pocos de puritana probidad sin prodigalidades– salda de sus haberes personales viejos compromisos políticos, acaso ajenos, y
cuenta con los dedos de la mano lo que de sus sueldos de Presidente podrá ahorrar para prepararse el modesto y postrero
refugio de sus años provectos.
m) Criminalidad. La genuina, esa que ha ocupado tanto a
los especialistas en la materia, y a la cual pretende una escuela
encontrarle nexos con la del hombre primitivo, es caso raro
allí, rarísimo. La otra, la pasional, fruto de la ignorancia, del
alcohol, o de una mente o un corazón en cataclismo, suele ser
más frecuente, pero casi siempre en las clases inferiores. La
sanción social, tal vez más justa en esos medios nuevos que en
los viejos, en los cuales el dedo justifica el homicidio y aún quizás el frío crimen, no peca por bastante severa; pero la justicia,
la implacable Astrea de la venda y la balanza, sí; una justicia
independiente y respetada aun por los más voluntariosos tiranos,
de venalidad desconocida. Cuando el articulista insiste en pasajes diversos de sus escritos en el asesinato de Heureaux, no
debiera ignorar que fue esa muerte la obra de una conjura de
hombres anotados por este en lista para ser próximamente fusilados; obra de legítima defensa, en la que un brazo vengador y
justiciero se anticipó a nuevas matanzas. El tiranicidio calificado
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asesinato lo sitúa en el plano de los perpetrados en grandes
hombres de Estado, tales Enrique IV, Lincoln, Carnot, Cánovas,
etcétera, y es una injuria a estos la pobreza del léxico, o el promiscuo sentido del vocablo.
Las culatas de las pistolas que presume el escritor haber visto
asomar bajo los fraques en un «baile brillantísimo» a que asistía
el Presidente en Santiago, jugarían, de no haberle engañado su
prevenida visión, el papel de la fuerza catalítica en Química:
que su sola presencia determinase saludable temor de un posible aunque improbable atentado. El porte de armas, prohibido
y sancionado hoy por ley, salvo casos excepcionales, nunca tuvo
allí otra consecuencia en los actos sociales, y si ello fue otrora
costumbre del medio, inocua y común con otros varios de América y Europa, convendría haberse cerciorado ahora de su general persistencia antes de juzgarla con mordaz criterio.
§ 4. Datos de orden político
El selecto escritor hace demasiado hincapié en los siguientes puntos de sus artículos para dejarlos sin rectificación. He
aquí los puntos: la Convención y la Deuda Exterior suprimen la
soberanía y crean el peligro yanqui; la paz, al precio de aquella;
la nacionalidad, ‘‘indecisa o en precadio’’; el Erario, cebo de
revoluciones sin ideal; el temor a los tiranos; el peligro haitiano;
y las veleidades del País, para volver al estado colonial. Los dos
últimos puntos, que participan de lo político y lo histórico, se
tratarán en ambos datos.
n) La Convención y la Deuda Exterior, etc. –Peligro yanqui–. La
Convención celebrada en 1907 no suprimió en un ápice la soberanía, como no la ha suprimido tampoco, después de la Intervención, la nueva Convención de 1926; porque ellas no consagran en ninguna de sus cláusulas ese derecho de intervención
que tanto recalca el articulista. Y como la Deuda solo es una
consecuencia de la Convención, accessorium sequitur principale. Y
ello es lógico; porque empeñe su propiedad no se afecta a sí
mismo el propietario; y aunque no siempre sean aplicables al
Internacional los principios del Derecho Civil, puede que sí en
el presente caso; pues los publicistas en la materia consagran
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que no hay derecho a intervenir, ni mucho menos a adjudicarse el gobierno de un pueblo extraño, por su deuda pública,
autorizando solamente lo primero, los más tolerantes, cuando
de modo expreso se haya estipulado en Convención especial
tal garantía. Lo contrario sería (volviendo a la comparación entre
ambos Derechos) regresar a los antiguos tiempos, en que el
deudor –insolvente y en mora, no el otro– debía constituirse
en esclavo de su acreedor.
Tal es lo legal. Si los hechos no confirman el principio, y una
dolorosísima ocupación militar de ocho años pesó sobre el País
(1916-1924), ello se debe a que sin Convención y sin Empréstito y
sin Deuda, habría ocurrido lo mismo, y volvería a ocurrir si tornasen a ser idénticas las circunstancias; el posible peligro que
corriesen los Estados Unidos en una guerra mundial y las ‘‘necesidades de su seguridad y su conservación’’, otra tolerancia
de autores internacionalistas. Que tal fue el móvil verdadero
de la Intervención, pues la Deuda, los réditos por lo menos, se
pagaban, y el término del plazo quedaba aún muy distante. Y el
otro móvil posible, las revoluciones que pudieran perturbar el
País y poner en riesgo la garantía de la Deuda, no había provocado antes intervención armada, a pesar de las sangrientas luchas civiles de 1912, 13 y 14. El cordero de la primera fábula de
Esopo, al cual su destino llevó a abrevarse en el arroyo mismo
en que lo hiciera más arriba el lobo, habría sido de todos modos por este devorado, en virtud de la necesidad de conservación del impiadoso canino. De modo, pues, que ese peligro
yanqui, si lo hay, lo habría también sin Convención, sin Deuda,
sin guerras intestinas.
ñ) Paz a precio de soberanía. No; la oración ha de cambiarla el
articulista por pasiva: soberanía al precio de la paz, como brillantemente se lo ha demostrado el joven Matos Díaz, Canciller de esta Legación. Porque las Intervenciones que han venido sucediéndose –las oficiosas, pues armada solo hubo una–,
efímeras y todo, han tenido siempre por ocasión un estado de
guerra civil, en que los Estados Unidos, al asumir hoy la política
del Continente, o por lo menos del Caribe, habrían realizado,
con deuda o sin ella, como en otras partes. Y la Ocupación
Militar de 1916 a 1924 debióse también a guerra, la mundial,
según queda arriba demostrado. Luego, la soberanía no está a
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merced de la Deuda ni de la Convención, sino de la paz. Haya
paz, y habrá siempre soberanía, como la hay absoluta ahora, y la
hubo antes. La garantía de la Renta Aduanera, administrada por
un Receptor general, no merma en un ápice la soberanía. Es una
simple hipoteca de cancelación gradual, en que el acreedor se
cobra por sí mismo, de lo que produce la propiedad, los réditos, la paulatina redención y los gastos de administración, devolviendo el sobrante al propietario, y siguiéndose de todo ello
dación anual de cuentas. Las actividades todas del Gobierno se
desenvuelven sin restricción, sin trabas, sin ingerencia extraña
alguna. Y así fue siempre antes, mientras hubo paz. Paz con soberanía, tal es el lema de la verdadera condición política de aquellos pueblos débiles e inquietos, sometidos a la influencia geográfica forzosa de los Estados Unidos de América. País grande y
admirable en sus demás aspectos, bien que nos duela este, común a cuantos imperialismos en la Historia han sido.
El propio escritor aquí impugnado, en su sesudo artículo ‘‘De
Haití’’, ‘‘El dominio estratégico’’ (de Estados Unidos), del 29 de
noviembre, aventura con reservas ideas que no son ya nuevas y
parecen cohonestar en cierto modo tal situación –independiente del querer nacional– de los débiles países de América Central
y Antillana. ¿Por qué entonces la inculpación a estos?
o) Nacionalidad indecisa o en precario. El concepto de nacionalidad se confunde aquí con el de soberanía. La nacionalidad es
un aspecto jurídico de los pueblos que no perece ni se suspende nunca, como derecho natural e inherente a aquellos que ya
una vez la poseyeron. Dígalo, si no, esa legión de pueblos
resurgidos a la guerra mundial al goce de la vida soberana tras
muchas décadas de haber dormido como brasas bajo las cenizas. La nacionalidad dominicana no puede ser indecisa, y no lo
ha sido desde que en 1821 se oyó hablar en la ex-Colonia por
primera vez de independencia, y a pesar de su platónica adhesión
a Colombia, obra del togado Núñez de Cáceres. La nacionalidad es
un cuerpo animado de un espíritu nacional que vela por ella,
dormida o despierta. Nunca estuvo indecisa en nuestros lares,
y brilló siempre como un ascua de oro bajo el dominio haitiano,
la anexión española y la ocupación militar americana. Y porque así brilló, pudo a la postre resurgir al uso de su soberanía
en las tres ocasiones. La nacionalidad no puede estar nunca
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indecisa. Ni indecisa ni en precario estúvolo jamás la nuestra. Y en
cuanto a la soberanía, con la cual se la ha confundido, pudo
hallarse en suspenso su ejercicio; pero indecisa o en precario su
existencia, jamás. Que ella también, en su esencia, es definitiva
y es eterna, como áureo cetro de la nacionalidad.
p) El Erario, cebo de las revoluciones. Se ha demostrado ya que
no lo fue. Pero el articulista, que en tal apreciación insiste, y
sienta la falsa premisa de que «el Erario se nutre principalmente de los aranceles de Aduanas», tomando las cuales en prenda,
los norteamericanos, respaldados por su escuadra, ‘‘han suprimido
el aliciente capital de las revoluciones’’, olvida las demás rentas
del Estado, que alcanzan hoy en junio cifra mayor que la aduanera (dato f) y ya existían en parte en 1912, 13 y 14 (dato i),
como también existía la garantía de la Deuda, que no le impidió al País ensangrentarse en la guerra civil aquellos años azarosos. Del ideal de las revoluciones ya se ha hablado (dato ll).
q) El tercer de sus propios tiranos. Frase del articulista escrita
como uno de los motivos de la penosa vida nacional dominicana, y solo aplicable al caso de Heureaux, y otros muy pasajeros.
Aunque contra tales terrores se reaccionaba luego en brusco
despertar (26 de julio de 1899, muerte de Heureaux, dato m)
o en las sacudidas colectivas de la protesta revolucionaria. El
dominicano en realidad no ha sentido nunca esos terrores,
contra los cuales le tienen ya escudados los mil azares a que le
avezó su historia.
r) El peligro haitiano. Como si se tratase de un rebaño de
ovejas, siempre asaltado y diezmado por manada de lobos del
contorno, deléitase el articulista en bellas frases expresivas del
pánico y la zozobra en que han mantenido a los dominicanos
sus vecinos de Haití. Tal no ha ocurrido desde que en brava
guerra de Separación proclamada y obtenida en el 1844, y, tras
decenas de victorias, refrendada en 1855 con la última batalla
ganada, de Sabana Larga, cesó en sus pretensiones de dominación
el hostil pueblo. Desde entonces, hace ya setenta y dos años,
ninguna invasión nueva, ninguna tentativa posterior. El peligro
haitiano, en la forma de miedo en que lo evoca el escritor, como
un terror presente, solo fue temible cuando la población de
ambas Colonias primero, y de ambas nacionalidades de la Isla
después, por razones históricas de empobrecimiento general
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de la parte oriental, guardaba la proporción de varias unidades
haitianas para una sola unidad dominicana, y eran los primeros
mucho más ricos y estaban militarmente también más preparados para sus agresiones que los dominicanos para su defensa.
Pero ese estado de zozobra es coas muy añeja; el coco ya no se
come al nene. La población de ambos países guarda actualmente solo la relación de dos a uno, más o menos (no acogido
aquel curioso dato sobre Haití, de tres mujeres para un hombre, dato d); y los varones que en una desproporción enorme
de población, de recursos y de preparación, supieron combatir
en gloriosas acciones y vencer, sin contar el número de sus contrarios, mal pudieran abatirse ahora de ánimo por el peligro
haitiano. Peligro sí lo habrá; ese de poner en doloroso trance
de pérdidas de vidas preciosas, de aniquilamiento, siquiera transitorio, de sus poblaciones, y de todo el cortejo de calamidades
públicas que conlleva la guerra; peligro de una actual ruptura
con el pueblo limítrofe y hoy amigo que comparte con el dominicano hace más de dos siglos la posesión legal de la Isla (Tratado de Ryswick, 1697), y con el cual una fusión en unidad
nacional no parece que fuera nunca acepta al sentir de los
nuestros (acaso tan solo una Federación, en la futura Confederación de las Antillas), como apunta el articulista. Peligro como el
de Alemania y Francia, Chile y el Perú, etc.; como el sovietista
para el capital, el amarillo y el negro para el blanco, y así otros
muchos; pero ni fatalmente amenazador, ni unilateral entre
naciones. La paz y cierta cordialidad reinan, desde hace tiempo, entre ambos pueblos; y muy vivos deseos ahora de zanjar en
la mejor armonía sus dificultades fronterizas. Algún peligro
común que sobre ambos se cierna lleve tal vez más pronto a tal
feliz acuerdo.
rr) Veleidades hacia el coloniaje. Es este uno de los más graves
cargos hechos al País por el escritor, y revela él un desconocimiento imprevisor o noticias muy superficiales de su historia al
escribir acerca de la misma. Porque las únicas veleidades que
pudieran atribuirse con algún cariz de verdad aparente, la
Anexión a España y la tentativa de lo mismo a Estados Unidos,
quedan desvirtuadas si se penetra en lo hondo de las cosas y en
el a las veces intrincado laberinto de las maquinaciones políticas. No es posible detener aquí la pluma para demostrar el
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caso; baste decir que el pueblo dominicano, el verdadero pueblo, fue absolutamente ajeno a ambos actos de claudicación.
Pacto secreto celebrado entre dos Gabinetes, la primera; artería preparada en silencio y disimulo por un viejo caudillo y sin
fe en los destinos de su país, que había defendido del extraño
antes y maltratado luego, y sin fe también en su partido y en sí
mismo, sorprendió ella al País y fue impuesta por un golpe de
Estado, con violencias, engaño y explotación de su persistente
y nunca extinguido amor dominicano por la Madre Patria. Tentativa, la segunda, de un sórdido concierto entre dos Presidentes, y tal vez sus más valiosos elementos, cierta desmembración
del mismo, y, a la postre, su caída del Poder y de la gracia o del
aura popular en lo adelante –lo mismo a él que a su partido–,
fracasó precisamente por la fe patriótica y nunca veleidosa, de
pasión política y de superchería.
Falta aquí espacio para tratar el punto cual lo requiere el
caso, y destruir con lógica contundente el severísimo aserto
del articulista. Es preciso, pues, concretarse ahora a asegurarle, a reserva de ulterior demostración si ello fuere forzoso,
que juntamente con la triste sorpresa del primero de esos dos
delitos de lesa patria, desde el momento de la previa noticia
de ambos púsose en pie el espíritu del pueblo y en armas la
protesta para hacer fracasar la tentativa y rectificar el error ya
consumado. Valgan aquí estas textuales palabras, que corren
insertas en la Historia, del primero y último Capitanes Generales de España, en la tierra efímeramente anexada (18611865):
El Gobierno de Santana impuso a los dominicanos la
anexión por la fuerza. El Gobierno de O’Donell logró que
los españoles la aceptaran, presentando hábilmente el problema a nuestros ojos de una manera inatacable. Cada
cual se valió de sus armas y de su medios para alcanzar
su fin, contrario a los intereses de ambos pueblos, según lo
acredita la catástrofe sangrienta que produjo... (Felipe
Ribero y Lemoine)
La anexión fue maniobra afortunada de un hombre
perseverante, a lo sumo, empresa de dos parcialidades cuyo
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interés coincidió y llegó a cifrarse en su trabajo. (José de
la Gándara y Navarro)
Citas de esta índole, sobre todo del último, autor de obra en
dos grandes volúmenes sobre la anexión y guerra restauradora
de Santo Domingo, podrían producirse muchas, si se dispusiera de lugar aquí.
En cuanto a la Ocupación Militar Americana, no es presumible que quiera atribuir el periodista a veleidad la desgracia
de un pueblo que, como otros muchos iguales o mayores de
ambos hemisferios, en distintas épocas, hubieron de sufrir invasiones, intervenciones y ocupaciones de algún cercano y preponderante imperialismo contra el cual, si el patriotismo reaccionó después con homéricas heroicidades, no pudieron
oponer dique en un principio a ese desbordado espíritu de
conquista de tal potencia engreída o de geniales usurpadores
de ajenas soberanías.
Y cabe preguntar al escritor: ¿En dónde, en su opinión, reside la voluntad de un país; en su Gobierno y unos cuantos hombres torvos o equivocados, o en el pueblo? A lo cual se responde: oficial y diplomáticamente, acaso en los primeros; pero en
la Historia y la crítica histórica, y para quien la una narre y la
otra haga, si pasión no le posee o superficialidad no le vistiere,
solo en el pueblo.
§ 5. Datos históricos
Holgarían, después de lo ya expuesto, si el rebatido escritor no afirmase en su artículo ‘‘De Primada a Cenicienta’’,
publicado hace tiempo en El Sol, ni confirmase luego en su
‘‘Antinomia de Santo Domingo’’, en La Voz, que la desventurada historia de la República es una serie de recaídas, de hecho o como deseo, en el coloniaje. En fe de lo cual cita como
tales recaídas las diversas etapas históricas del País, desde el
Descubrimiento.
La naturaleza de este trabajo, para un folleto, no consiente
un disertar extenso que prolongaría aún más el ya largo escrito
que quiso ser breve. Pero será necesario ponerle algunos pun-
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tos sobre las íes en tal materia, siquiera en unas líneas condensadas.
s) De Primada a Cenicienta. Cierto que lo fue La Española,
primogénita de su grande madre en la colonización y trasplante a América de la sangre generosa y pasional de esa madre, de
sus hábitos y su civilización, al grado que la primera iglesia, la
primera sede episcopal, la primera catedral, la primera escuela, la primera universidad, la primera Real Audiencia y la primera brillante Corte de virreinato, allí las encontrará siempre
al Historia, en sus huellas y en las ruinas que la posteridad aún
no ha borrado o destruido del todo. Pero ¿cuándo quedó la
Primada reducida a pobre Cenicienta? Pues en los propios tiempos coloniales, cuando el sometido y fiel colono no tenía voluntad ni dirección alguna en su país. ¿Obra de quién, o crimen?
‘‘Del tiempo’’ que dijera el gran Quintana; de las circunstancias, de su situación geográfica, de cualquier causa; pero no de
la propia Primada. Del tiempo, porque la economía política rudimentaria de aquellos solo tendía el índice centro hacia la riqueza aurífera o argentina de los nuevos países descubiertos,
México y el Perú, sobre todo; y el esforzado paladín de la Conquista era un heroico espíritu ávido de hazañas, pero amalgamado con una sed de rápidas riquezas a la cual ni siquiera el
sublime Descubridor pudo escapar. Feracidad del suelo sin
minas ya explotables, y extinguida en la explotación de las que
en la Primada fueron entonces reveladas su desdichada raza
indígena, no obstante el palio de protección de aquella
nobilísima Isabel I,, no era para detener el vuelo de águila de
un Hernán Cortés, secretario de Alcaldía que había sido en
aquel poblacho de Azua, que tan despectivamente ha citado el
escritor; de un Pizarro y de un Grijalba, y antes, de un Ponce
de León, de un Diego Velázquez o un Alonso de Ojeda; todos
huéspedes, primero, de la Antilla, en la cual, como Anteo al
tocar la tierra, cobraban nuevo impulso y aliento para su recorrido hacia la gloria. De las circunstancias, porque siendo aquella
Primada el campamento general de la Conquista, de allí se
destacaban las brigadas para su magna empresa; de allí partían
las expediciones; de allí los éxodos sucesivos al Continente, la
transfusión de su sangre a aquellos cuerpos de Hércules que
habían menester, empero, de la ardiente linfa hispana para
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ser asimilados y que donase España al mundo, no ya la hermosa
isla central del Caribe, sino un espléndido y doble Continente.
De su posición geográfica, que siendo la de en medio de todos y
de todo, la destinó a fácil presa de la frecuente enemiga entonces entre la Metrópoli y Francia, Inglaterra, etcétera; punto
de escala de hostiles aventuras de mar y tierra; centro de contrabandos que hicieron objeto de una Real Orden de Felipe
III, la cual mandaba destruir cuatro ciudades litorales (Puerto
Plata y Montecristi dos de ellas), e internarse sus habitantes
con sus ganados y todo su equipaje en el corazón del ya despoblado e inculto país; y escenario propicio, en fin, a aquel
filibusterismo audaz y legendario que supo aprovechar las fertilidades y abundancia en ganado montaraz de la parte Oeste,
solitaria de hombres, para arrojar allí como simiente aquellos
bucaneros franceses que fueron luego la génesis de la vecina
Haití. Exangüe y mal vestida ya la Primada, que se había ofrendado en holocausto a sus hermanos, se convirtió necesariamente
en Cenicienta. Sigan ahora las recaídas.
t) ‘‘En 1697, España cede a Francia la parte Occidental de la isla
–la actual República de Haití, un tercio del territorio– que desde hacía
tiempo dominaban los piratas y bucaneros franceses’’. Dolorosa cesión, pero ya inevitable. Laudabilísimos esfuerzos bélicos de
gobernadores españoles de la Isla habían querido interrumpir
de tiempo en tiempo el proceso de formación, de usucapción,
de aquella parte occidental, y el Conde de Peñalva pudo escribir su nombre, con tal motivo, y otro no menos señalado, en
página de oro. Mas todo inútil, por la falta de población que
mantuviese los saludables escarmientos. Quedó legalizada por
la Madre Patria la existencia de Haití.
u) ‘‘En 1795, España entrega a Francia el resto de la isla, y Santo
Domingo pasa a ser colonia francesa’’. Corra sobre esto el velo del
olvido, para no desangrar heridas ya cicatrizadas por el tiempo
y los besos del amor filial. Fue aquel dolor el más atroz sufrido
por la fiel Colonia. Tristes éxodos le siguieron.
v) ‘‘La reconquista de los españoles en 1809’’. No: la reconquistan
los dominicanos para España, con la débil ayuda de españoles de
Puerto Rico e ingleses de Jamaica, principalmente después de
la batalla de Palo Hincado, tras la cual el Gobernador francés
Ferrand, vencido en ella por el caudillo dominicano don Juan
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Sánchez Ramírez, natural de Cotuí, villa interior del País, se
internó en la selva a suicidarse. Veleidad no; fidelidad se llama
esa figura. Bien así como suele una madre preferir en su amor
al hijo enfermo, tal a veces también los hijos desgraciados son
los que más se apegan al regazo materno. Realizada la Reconquista, se llamó a regir nuevamente la Colonia a la siempre
bien amada Madre Patria.
w) ‘‘En 1821 proclaman los dominicanos la independencia de la
parte española, bajo la flamante protección de la República de Colombia’’. Desilusión, y perplejidad o impericia, a la hora de asumir por vez primera en su vida colectiva las funciones del gobierno propio, sintióse tímida o desorientada la Colonia, y
convirtió los ojos hacia la hermana fuerte, la Gran Colombia,
que había surgido ya a la independencia. Debilidad acaso; veleidad no. Abandonad a sí mismo de improviso a un débil niño,
habituado a andar siempre de la mano de su madre, en la vía
pública erizada de peligros, y en su medroso desconcierto se
amparará del sitio más próximamente protegido para no ser
atropellado. Por raquitismo o atrofia, la Colonia permanecía
siendo un niño.
x) ‘‘Pierden la independencia en 1822, con la ocupación
haitiana’’. Sin preparación militar, pobrísima de población y
de recursos, recién salida del marasmo colonial de aquel corto período de la reincorporación conocido en la historia dominicana, por su indolencia y desabrimiento, con el significativo mote de La España Boba, fue sorprendida por el vecino
enemigo, muy superior en número, en preparativos militares, en recursos de todo orden, y también a la sazón en barbarie –que ha solido ser, históricamente, universal y fatal superioridad para triunfar del limítrofe, si más civilizado–. La
pretendida unidad de la Isla, que arrancaba de los tiempos
del genial Toussaint Louverture y fue secuela de la cesión de
la parte oriental a Francia en 1795, dio entonces su maduro
fruto. No hubo ahí veleidad, sino fatalidad determinada por
las circunstancias. El dominicano no podía inclinarse jamás a
la compañía, y menos aún a la dominación, de su enemigo
eterno hasta allí y tan odiado entonces por las atrocidades de
sus aún recordadas y anteriores invasiones, entre las cuales
había batido el récord la del terrible Dessalines en 1805.
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y) ‘‘La recobran en 1844, separándose de Haití’’. Se levanta y se
hace dueña de sí misma en rudo batallar. ¿Habrá en eso veleidad? (Dato r.)
z) ‘‘Vuelven a perderla en 1861, por anexión voluntaria a España’’. No, voluntaria no, forzada; crimen de violencia y sorpresa
consumado por un nativo déspota y su camarilla. Ese acontecimiento, tratado en el dato rr, se ha demostrado ya cuán lejos
está de ser una veleidad.
zz) ‘‘España abandona voluntariamente también, en 1865, una
posesión que solo le acarreaba dispendios y fatigas…’’ De esto ya se
ha hablado parcamente lo necesario en el dato rr. Agréguese
solamente que el abandono fue la consecuencia de diversas
protestas armadas del 1861 al 63, sofocadas con mano dura, y
de una guerra horrible de dos años (de 1863 a 1865), sostenida por los dominicanos con enormes sacrificios de vidas de
ambos contendientes, de poblaciones importantísimas reducidas a cenizas por los propios naturales en su defensa heroica, o
por sus contrarios. Costó a España la movilización de 50,000
hombres, el gasto de 300 millones de pesetas y las bajas de 10,800
hombres, entre muertos de bala o machete, de enfermedades
de la manigua los más, enfermos repatriados, heridos y prisioneros. Y otro tanto, tal vez, a los dominicanos. ¡Recuerdo doloroso! He aquí, para paliarlo un poco, pintorescas palabras del
Capitán General La Gándara, en su ya citada obra a propósito
de una arenga dirigida al poblado de Neiba, en el Oeste:
…cada vez que en el curso de la arenga pronunciaba una
palabra de amistad, benevolencia o afectuosa recomendación para el pueblo y sus vecinos, los tiradores enemigos,
ocultos en la manigua que rodeaba la plaza, acompañaban con sus cercanos y repetidos tiros los períodos más animados, haciendo, lo confieso con franqueza, poco tranquila y sosegada mi elocuencia.
Y estas de un autor español de obra de texto escolar, Nicolás
Estévanez, Historia de América:
No es extraño, pues, que los dominicanos se cansaran
pronto y que recabaran su perdida independencia, ya que
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tal pérdida era obra de un partido y no voto nacional.
España los desoyó, y tuvo que sostener una guerra de dos
años (de 1863 a 1865).
… Los militares españoles se portaron como de costumbre, soportando enfermedades mortíferas y privaciones sin
cuento. Por su parte los separatistas se condujeron con valor y con humanidad.
Y esta otra todavía, de autor dominicano, Bernardo Pichardo,
en su obra de Historia de Santo Domingo, también de texto escolar:
Los cachorros acosaron a la leona, que devolvió con
sus zarpas las inmensas desgarraduras que ellos le ocasionaron, y a las seis de la tarde, al desmontarse Luperón y
abandonar las bridas a uno de sus edecanes, con varonil
entonación exclamó: ¡Hoy hubo gloria para todos los dominicanos’, mientras que un teniente español, prisionero,
se incorporó y le dijo con altivez: ‘Y para los soldados de
Su Majestad también’… Abrazáronse esos dos héroes, reconocieron que la tizona del Cid y el sable restaurador
habían sido forjados con el mismo acero y en la misma
fragua, y las palpitaciones de esos dos corazones gigantescos ratificaron, de modo solemne, en aquellos desiertos y
empinados desfiladeros, los vínculos y el pacto, solo visibles para los ojos del espíritu, que siempre han existido
entre la invicta madre y la hija predilecta.
Citas todas que se hacen con el único propósito de probar
que no ha sido el pueblo dominicano un veleidoso en punto a
independencia, y que hubo entonces guerra y no un simple y
pacífico abandono voluntario, bien que fuera abandono a
posteriori, si no de un triunfo definitivo de las armas dominicanas, tan inferiores a las de España, entonces como hoy, sí de
una guerra honrosa para ambas.
De la tentativa de anexión a Estados Unidos en 1870, de la
Convención de 1907 y de la Ocupación Militar Americana,
traídas también a cuento por el articulista, empeñoso en demostrar la flaqueza del ánimo dominicano y sus pecaminosas
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veleidades de patriotas, se ha hablado lo suficiente (dato rr).
Valga, empero, este pasaje en contra del mismo autor citado,
D. Nicolás Estévanez:
Sentimos no poder consignar aquí los ilustres nombres
de los héroes que se distinguieron en la guerra de independencia (de Haití), tarea que nos fuera sumamente grata,
pero que es harto difícil, pues los héroes dominicanos fueron entonces y han sido siempre excesivamente numerosos,
en Santo Domingo se ha luchado casi constantemente desde los tiempos de Colón hasta los de Santana, y siempre
con arrojo. No hay un pueblo más belicoso en América, ni
quizá en el mundo.
***
Y concluya por ahora el ya largo trabajo con el cual solamente se ha querido poner en evidencia los errores de apreciación
de un mal informado viajero y periodista.
La Legación de la República Dominicana debe lamentar
profundamente haberse visto obligada a estas Rectificaciones, que
se rozan con penosos acontecimientos de la Historia, en los
cuales, al par que otros, han participado el país del cultísimo
escritor y el de ella; Madre Patria la una, hija amante la otra, y
orgullosa de su prosapia hispana, nexo que va recordándose
más gratamente cada día, en el cordial abrazo a que su comunidad racial e histórica las ha llamado a estrecharse.
Y protesta enérgicamente de que en los actuales momentos, en que la siempre hidalga España invita a sus Américas todas a congregarse en tertulia bien hallada y afectuosa, y estas
van respondiendo con alborozo a su llamado, una pluma española se solace en lastimar a esa o aquella con sus conceptos
dolorosos. Bella cadena de frescas y fragantes flores de amor y
solidaridad de raza enlaza corazones de pueblos, madre e hijas,
y no es labor plausible ciertamente la de estrujar con dedos
crueles la rosa de un eslabón.
Madrid, diciembre de 1927.
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ESCRITOS SELECTOS
Índice onomástico
A
Abreu Licairac, Rafael
Alcántara, Valentín 41
Alcázar, Baltazar del 55
Alejandro Magno 112
Alí 231
Álvarez, Wenceslao (Laíto)
135
Andrisco 146
Andrómaca 210
Aníbal 146
Annunzio, Gabrielle d’ 71
Arias, Desiderio 113
Arístides 41
Ariza, José del Carmen 227
Arntz, M. 124
Astrea 271
B
Báez, Buenaventura 42, 220
Báez, Cayo 135, 141
Báez, Dr. Ramón 21, 68, 75
Barbarroja, Federico 71
Batista 135
Batlle, Cosme 227
Bécquer, Gustavo Adolfo 142
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285
Benavente, Jacinto 38, 205
Berenice 214
Blanco Fombona, Horacio
142
Bobadilla, Francisco de 222
Bogaert, Luis Gilberto 245
Bolívar, Simón 86
Bonfils, Monsieur de 102,
110, 123-125, 127, 129,
131, 140, 147, 153-155,
162, 163, 190-191, 193
Bordas Valdés, José 36, 67
Brache hijo, Elías 243, 251
Bruntschli, Johann Kaspar
116, 118, 161
Burke, Edmund 98
C
Cabral, José María 206
Cáceres, Ramón 67, 220
Caín 42, 114
Calícrates 214-215
Calvo, Carlos 123-124, 139,
141, 147, 154, 161, 167,
173, 191
Cánovas del Castillo, Antonio
285
271
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FÉLIX EVARISTO MEJÍA // Prosas polémicas 3
286
Carlos I de Inglaterra 26, 83,
86
Carlos V 113
Carnot, Lázaro 271
Castillo, Luis Conrado del 142
Castillo, Pantaleón 189
Castillo, Pelegrín 35
Catalina II 215
Catilina, Lucio Sergio 150
César, Cayo Julio 60
Charité 222
Cicerón, Marco Tulio 150
Cid, Rodrigo Díaz de Vivar,
llamado el 283
Clepoatra 146
Cobden, Ricardo 96
Colón, Cristóbal 215
Combes, Montandon des 189
Concho Primo 26, 50, 210
Conrado (los) 73
Contreras (los) 222
Coriolano 39
Cortés, Hernán 279
Creso 41
Cristóbal, Henri 222
Cristolao 146
Crowder 177
Crowder 38
Curio, Donato 220
Cussy, Tarin de 222
D
Daniel 42
Daudet, Alfonso 65
Dayton, M. 129
Demóstenes 213
Dessalines, Jean Jacques 222,
281
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286
Diceo 146
Dido 37
Diez de Medina, Francisco
Tadeo
Diógenes 220
Diógenes 41
Diógenes 66
Don Quijote 24
Donnat, Leon 63
Drake, Francis 222
Duarte, Juan Pablo 41, 86,
206, 220, 222
Duguesclin, Bertrand 220
Duruy, Víctor 213, 215-216
Duvergé, Antonio 41, 206,
222
E
Enrique IV 271
Esopo 102, 273
Espaillat, Ulises Francisco 41,
220-221
Esquines 213
Estévanez, Nicolás 282-283
Estrella Ireña, Rafael 23
F
Federico II de Prusia 215-216
Felipe III 280
Ferney 216
Ferrand, Louis 280
Ferrer, Fidel 184
Fiallo, Fabio 142
Filipo 112, 213
Filopemenes 214
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Índice onomástico
287
Fiore, Pasquale 72 100, 105,
116, 118, 122, 124, 126,
136, 142, 152-153, 156-158,
160, 163, 168-170, 194
Fiume 71, 85
Flaminio, Tito Quintio 214
Florentino, Pedro 222
Francisco I 113, 206
G
Galván, Manuel de Jesús 188
Gándara y Navarro, José de la
278, 282
García Godoy, Federico 21
García, Joaquín 222
Gladstone, William Ewart 98
Gómez, Máximo 86
González, F. 96, 98
Grijalba, Juan 279
Grotius, Hugo 131
Guacanagarix 167
Guimerá, Ángel 61
Guzmán Blanco, Antonio 31
Guzmán Espaillat, Santiago
68
H
Haffter 154
Harding, Warren Gamaliel
38, 42, 53
Hautefeuille, Jean de 118
Henríquez y Carvajal, Federico 86, 219
Henríquez y Carvajal, Francisco 41-42, 132, 172, 198199, 202-203, 241
Hércules 31, 124
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287
Herodes 141
Herodes Agripa 214
Herodes Antipas 214
Herodes el Grande 213
Heureaux, Ulises (Lilis) 90,
188, 220, 271, 275
Hostos, Eugenio María de
(El Maestro) 33, 40, 9598, 221
Hughes, Charles Evans 42,
47, 50, 54, 85, 103, 240
Hugo, Víctor 34
Humboldt, Alejandro de 263
I
Isabel I 279
Isabel la Católica 215
J
Jesús 220
Jimenes, Juan Isidro 220
Jonás 175
Juan 112-113
Juan, San 43
Juanico 103-104
Juárez, Benito 86
K
Knapp, Harry S. 108, 133,
141, 183, 242
Knowles, Horace G. 62, 104
Knox, Philander C. 22
Krüger 41
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FÉLIX EVARISTO MEJÍA // Prosas polémicas 3
288
L
Lincoln, Abraham 271
Liquito 103
Lot 162
Louverture, Toussaint 222,
281
Lugo, Américo 23, 142, 189
Luperón, Gregorio 206, 220,
283
M
Magoon 38
Manzueta, Eusebio
María Teresa de Austria 215
Mario, Cayo 223
Martí, José 86
Mateo, Olivorio 134, 137
Matos Díaz, Eduardo 273
Maury, Abate 82
Maximiliano 172
Mc Cormick 54
Mejía, Félix 45
Mella, Matías Ramón 206
Meneses y Bracamonte,
Bernardino (Conde de
Peñalva) 280
Meriño, Fernando Arturo de
220
Merrit, Wesley 162
Michelena, Santiago 227
Mill, John Stuart 98
Mirabeau, Honoré Gabriel
Riqueti, conde de 82
Mitrídates 146
Moloc 108
Monción, Benito 206
Monte, Luis E. del 227
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288
Morales Languasco, Carlos
34-35, 220
Morelos, José María 86
Morillo 184
N
Narváez, Pánfilo de 45
Nouel, Mons. Adolfo Alejandro 67, 243, 251
Núñez de Cáceres, José 222,
274
O
O’Donell, Leopoldo 277
Ogé, Vicente 222
Ojeda, Alonso de 279
Ormúz, Ahrimán de 51
Ortolan 154
Otones (los) 71, 73
Ovando, Nicolás de 34, 222
Ovidio Nasón, Publio 69
P
Pasamonte, Miguel de 222
Paulo Emilio 214
Pedro el Ermitaño 66
Pedro, San 220
Peel, Robert 98
Pellerano Alfau, Arturo 86
Penn, William 148
Pepito 103
Pérez Bonalde, Juan A. 31
Pérez, Lico 184
Pérez, Porfirio 21
Pericles 31
Periquín 103
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Índice onomástico
289
Peynado, Francisco J. 42-43,
47, 50, 57. 59-60, 63-66,
77, 85, 114, 135, 243. 245
Pichardo, Bernardo 283
Pigmalión 37
Pilato, Poncio 214
Pitt, William 98
Pizarro, Francisco 279
Pomerene 54
Ponce de León, Santiago 269
Poniatowski, José 220
Pradier-Fodéré, M. P. 122,
124-126, 128-129, 131,
140, 162, 168, 189, 192193
Puello (los) 41, 222
San Martín, José de 86
Sanabia, Rafael Emilio 22,
142
Sánchez Ramírez, Juan 280
Sánchez, Francisco del
Rosario 41, 206, 222
Sánchez, María Trinidad 222
Sancho Panza 24
Sansón 208
Santana, Pedro 42, 220, 277
Santisteban, José 95-97
Sewards, M. 129
Shakespeare, William 127
Shylock 38
Snowden, Thomas 108, 145
Sócrates 31
Q
T
Quintana, Manuel José 279
R
Ravelo, Fernando A. 222
Regalado, Doroteo A. 141
Ribero y Lemoine, Felipe
278
Robison, Samuel S. 145
Roldán, Francisco 222
Roosevelt, Theodoro 34
Rousseau, Jean Jacques 95
Russel, William W. 47, 112,
239
S
Salcedo, José Antonio
(Pepillo) 41, 222
Salnave, Silvain 223
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289
Tavito 103
Temístocles 212
Tiberio 220
Tito, Tito Flavio Vespasiano
214
Tomás, Santo 39
U
Ulises 85
V
Vásquez, Horacio 114, 220,
225, 243, 261
Vattel, Emmerich de 124
Velázquez, Diego 279
Velázquez, Federico 114,
243, 251
Venables, Robert 148
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FÉLIX EVARISTO MEJÍA // Prosas polémicas 3
290
Vercingetórix 146
Verne, Julio 199
Vespasiano, Tito Flavio 214
Vicini, Juan Bautista 227
Victoria, Eladio 67, 113
Victoria (los) 22
Viriato 146
Vulcano 36
W
Washington, George 86
Wattel 147
Welles, Sommer 31, 61, 104,
239-240, 251
Wheaton 147
Wilson, Woodrow 42, 53
Wood 38
Word 177
Z
Zaratustra 67
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Ensayos. Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. I
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 18441846. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944.
Vol. II
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944.
Vol. III
Samaná, pasado y porvenir, por E. Rodríguez Demorizi, C. T.,
1945
Vol. IV
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945.
Vol. V
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947.
Vol. VI
San Cristóbal de antaño, por E. Rodríguez Demorizi, Vol. II,
Santiago, 1946.
Vol. VII Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir), por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Vol. VIII Relaciones, por Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Vol. IX
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 18461850, Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C.
T., 1947.
Vol. X
Índice general del “Boletín” del 1938 al 1944, C. T., 1949.
Vol. XI
Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América.
Escrita en holandés por Alexander O. Exquemelin. Traducida de una famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920,
por C. A. Rodríguez. Introducción y bosquejo biográfico del
traductor por R. Lugo Lovatón, C. T., 1953.
Vol. XII Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T.,
1956.
Vol. XIII Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957.
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FÉLIX EVARISTO MEJÍA // Prosas polémicas 3
Vol. XIV
Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy,
García Roume, Hedouville, Louverture Rigaud y otros. 1795-1802.
Edición de E. Rodríguez Demorizi. Vol. III, C. T., 1959.
Vol. XV
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
Vol. XVI
Escritos dispersos (Tomo I: 1896-1908), por José Ramón
López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2005.
Vol. XVII
Escritos dispersos (Tomo II: 1909-1916), por José Ramón
López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2005.
Vol. XVIII Escritos dispersos (Tomo III: 1917-1922), por José Ramón
López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2005.
Vol. XIX
Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XX
Lilí, el sanguinario machetero dominicano, por Juan Vicente
Flores. Edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N.,
2006.
Vol. XXI
Escritos selectos, por Manuel de Jesús de Peña y Reynoso.
Edición de A Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXII
Obras escogidas 1. Artículos, por Alejandro Angulo Guridi.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos, por Alejandro Angulo Guridi.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario, por Alejandro Angulo Guridi.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXV
La colonización de la frontera dominicana 1680-1796, por Manuel Vicente Hernández González. Edición de Dantes
Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre, compilación de Rafael Darío
Herrera. Edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N.,
2006.
Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano
(1680-1795). El Cibao y la bahía de Samaná, por Manuel
Hernández González. Edición de Dantes Ortiz, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño, compilación
de José Luis Sáez. S. J. Edición de Dantes Ortiz, Santo
Domingo, D. N. 2007.
Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó / Textos selectos. Edición de Dantes
Ortiz. Santo Domingo, D. N. 2007.
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Ensayos. Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
Vol. XXX
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Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), por
Miguel D. Mena. Edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXI
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501,
por fray Vicente Rubio, O. P. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXII
La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos
sobresalientes en la provincia), por Alfredo Rafael
Hernández Figueroa (Comp.) Edición de Dantes Ortiz,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la provincia post Restauración), por Alfredo Rafael Hernández Figueroa (Comp.) Edición de Dantes Ortiz,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. (Vol.
LXXX de la Academia Dominicana de la Historia). Por
Genaro Rodríguez Morel (Comp.) Edición de Dantes
Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV
Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVI
Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922.
Edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la
República Dominicana (1879-1894), tomo I (Vol. LXXXII
de la Academia Dominicana de la Historia), por
Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la
República Dominicana (1879-1894), tomo II (Vol. LXXXIII
de la Academia Dominicana de la Historia), por Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX Una carta a Maritain (traducción al castellano del P. Jesús Hernández). Edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2007. Primera edición: Editora Montalvo, Ciudad Trujillo, 1944.
Vol. XL
Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo Nacional de la República de Cuba, por Marisol Mesa,
Elvira Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso,
Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle Cruz. Santo Domingo,
D. N., 2007.
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FÉLIX EVARISTO MEJÍA // Prosas polémicas 3
Vol. XLI
Apuntes históricos sobre Santo Domingo, por el Dr. Alejandro
Llenas. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D.
N., 2007.
Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos, por el Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII La educación científica de la mujer, por Eugenio María de
Hostos. Edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N.,
2007.
Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546)
(Vol. LXXXI de la Academia Dominicana de la Historia),
por Genaro Rodríguez Morel (Comp.) Edición de Dantes
Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael
Darío Herrera y edición de Dantes Ortiz. Santo Domingo,
D. N., 2008
Vol. XLVI Años imborrables, de Rafael Alburquerque Zayas-Bazán. Edición de Emilio Hernández Valdés. Santo Domingo, 2008.
Vol. XLVII Censos municipales del siglo XIX y otras estadísticas de población, de
Alejandro Paulino Ramos. Edición de Dantes Ortiz, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo
I)de José Luis Saez, S. J. Edición de Dantes Ortiz, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo
II), de José Luis Saez, S. J. Edición de Dantes Ortiz, Santo
Domingo, D. N., 2008 (en prensa).
Vol. L
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo
III), de José Luis Saez, S. J. Edición de Dantes Ortiz, Santo
Domingo, D. N., 2008 (en prensa).
Vol. LI
Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias , por Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LII
Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos, por Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2008.
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Ensayos. Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
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Colección Juvenil
Vol. I
Vol. II
Vol. III
Vol. IV
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Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Edición de Dantes Ortiz,
Santo Domingo, D. N., 2007
Heroínas nacionales, por Roberto Cassá. Edición de Dantes
Ortiz, Santo Domingo, 2007. E. Rodríguez Demorizi, Vol.
I, C. T., 1944.
Vida y obra de Ercilia Pepín, por Alejandro Paulino Ramos.
Segunda edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N.,
2007. Primera edición: Editoria Universitaria, Santo Domingo, D. N., 1987.
Dictadores dominicanos del siglo XIX, por Roberto Cassá. Edición de Dantes Ortiz, Santo Domingo, D. N., 2008.
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FÉLIX EVARISTO MEJÍA // Prosas polémicas 3
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Ensayos. Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
Colofón
Este libro se terminó de imprimir en el mes de
mayo de 2008 en los talleres gráficos de Editora
Búho, C. por A., con una tirada de 1,000 (un mil)
ejemplares. Está compuesto en caracteres New
Bakersville cuerpo 11.5 e impreso en papel
cáscara de huevo de baja densidad.
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Ensayos. Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado
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