el ministro del sacramento de la unción de los enfermos

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PHILIPPE ROUILLARD
EL MINISTRO DEL SACRAMENTO DE LA
UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
Le ministre du sacrement de I'onction des malades, Nouvelle Revue Théologique, 101
(1979) 395-402
Gracias al Vaticano II y a la reforma litúrgica, estamos redescubriendo el sentido
profundo y fecundo de los sacramentos, "aquellas acciones de Cristo mediante las
cuales interviene en la vida del cristiano para hacer efectivo el misterio de su
Resurrección".
A la luz de esta revalorización, la Iglesia se ha esforzado en hacer más accesible la
administración y participación de algunos sacramentos, como la Eucaristía y la
Confirmación. Pero ya en numerosos países de África y de la América Latina se plantea
la posibilidad de hacer algo semejante con el sacramento de la Unción de los enfermos.
Dada la escasez de sacerdotes y la importancia de este sacramento, los pastores se
preguntan si su administración es competencia exclusiva de los sacerdotes o si puede
hacerse extensiva a otros ministros, principalmente diáconos, catequistas u otros
responsables de las comunidades locales.
Para responder a este planteamiento, no estará de más que repasemos brevemente el
significado del sacramento de la Unción y estudiemos después, desde el punto de vista
histórico y teológico, la disciplina y el pensamiento de la Iglesia en relación con el
ministro.
El sacramento de la Unción de los enfermos
El Vaticano II ha rechazado el término y el uso restrictivos que hacían de este
sacramento una "extremaunción" es decir, una unción administrada a los fieles in
extremis.
Si tenemos en cuenta que este sacramento prolonga el gesto de Jesús que curaba y
reconfortaba a los enfermos, es evidente que la unción debe aplicarse prioritariamente a
los enfermos, a los hombres que sufren la agresión de la enfermedad, que luchan contra
ella y que, conscientes de su debilidad, solicitan la fuerza del Espíritu, simbolizada en el
aceite. De forma análoga, se ha de aplicar a los ancianos que han de soportar con
paciencia los achaques propios de la edad. Finalmente, este sacramento debe
administrarse también a las personas que de modo súbito, por un accidente o por un
ataque, se ven abocados a la muerte. La razón es clara: si, para hacer frente a la
enfermedad o a la vejez, el hombre necesita la ayuda del Espíritu, más aún la necesitará
en la agonía, aquel combate decisivo en el que se dirime no ya la vida temporal, sino la
vida eterna.
Para los enfermos y ancianos, el sacramento de la Unción significa un refuerzo, un
suplemento de fuerza espiritual. Para el moribundo, en trance de pasar a otra vida, la
Unción significa la plena efusión del Espíritu, y por tanto, este sacramento implica la
espiritualización de todo su ser.
PHILIPPE ROUILLARD
A la vista de estas reflexiones, parece obvio que la Iglesia ponga este don de Dios al
alcance de todos los creyentes que lo necesitan y lo solicitan.
La práctica eclesial en la antigüedad
En el dominio sacramental, la práctica de la Iglesia constituye, a lo largo de la historia,
un lugar teológico de indudable importancia. Hagamos, pues, memoria.
Y por lo pronto abramos el Evangelio. Vemos cómo Jesús acoge a los enfermos y los
cura, utilizando diversos rituales. Vemos también cómo los Doce, adoctrinados por
Jesús, en su primer escarceo misional "ungían a muchos enfermos y los sanaban". De
estos primeros datos deducimos que Jesús y los suyos se preocupaban de ayudar a los
hombres aquejados por la enfermedad.
El segundo dato es el texto, clásico en este tema, de St 5, 14-15: "¿Hay algún enfermo
entre vosotros? Que haga venir a los responsables de la comunidad (presbíteros), para
que recen por él y le unjan con el aceite, invocando el nombre de Jesús. La oración
inspirada por la fe salvará al enfermo; el Señor le restablecerá. Y si ha cometido algún
pecado, le será perdonado".
Observemos. El enfermo llama a los "presbíteros" de la Iglesia. ¿Quiénes son los
presbíteros? En el estado actual de las indagaciones exegéticas sólo podemos asegurar
dos cosas. Primera, que los presbíteros ejercían en la asamblea una función de
responsabilidad. Segunda, que los presbíteros eran y actuaban como miembros de una
institución colegial. Esta segunda precisión nos sugiere que no se trata del sacerdocio,
ya que este tiene carácter individual.
Del siglo V, época bien documentada, tenemos textos y hechos fehacientes que
corroboran las palabras categóricas del Papa Inocencio I. En una carta fechada en 416,
recuerda que corresponde al obispo consagrar los Santos Oleos, y añade: "todos los
cristianos, no sólo los sacerdotes, pueden servirse de ellos para ungirse o para ungir a
los suyos, en caso de necesidad" (PL, 20 559; Denz. 216). Así lo hacía Sta. Genoveva
de París.
A principios del s. VI, el obispo Cesáreo de Arlés predicaba: "cada vez que sobrevenga
la enfermedad, el enfermo ha de pedir con fe humilde el aceite bendecido por los
sacerdotes, y ungir con él su pobre cuerpo para que se cumpla lo que Jaime ha escrito"
(Sermón 13, 3).
Hacia el 720, S. Beda el Venerable, buen conocedor de la tradición, saliendo al paso de
ciertas dudas, citaba la autoridad de Inocencio I sobre el uso del aceite consagrado, y
hacía hincapié en que no se trata de competencia exclusiva de los sacerdotes (PL 93,
39).
Todos estos testimonios ponen de manifiesto que 1°), hasta cierta época, la Unción se
confiere no sólo a los moribundos, sino a los enfermos; y 2.o) que los propios enfermos
o sus familiares pueden administrar la Unción, tantas veces como sea necesario.
PHILIPPE ROUILLARD
Cambio de perspectiva y de disciplina
A lo largo del s. VIII se produce un giro decisivo en la teología y en la práctica del
sacramento de la Unción. Dos son los motivos principales: De un lado, se observa que
disminuye el interés por los efectos corporales de la Unción -alivio o curación del
cuerpo - en cambio aumenta la importancia de los efectos espirituales -el perdón de los
pecados-; sobre todo de cara al Juicio de Dios. En consecuencia, ya no se administra a
los enfermos, sino a los moribundos. De ahí el apelativo de "extremaunción". De otro
lado, en este siglo se instituye y promueve el sacramento de la Penitencia en forma
reiterable y menos exigente que la antigua disciplina. Cuando el cristiano se halla ante
la muerte, parece obvio que solicite del sacerdote una última absolución y que, como
complemento, reciba, de manos del propio sacerdote, la sagrada Unción. Así poco a
poco, la administración de los santos Oleos se fue convirtiendo en una función
reservada a los presbíteros, y expresamente prohibida a los laicos, como lo acreditan
algunos decretos conciliares locales (Cf PL 89, 821 y 923).
En esta fase de la evolución y sobre la base de estas prácticas, se fue elaborando en
Occidente, desde el siglo X al XIII, una teología sistemática del sacramento de la
Unción que ha permanecido inamovible hasta el Vaticano II. Sólo Lutero se levantó
contra estas restricciones que desvirtúan el Sacramento y privan a los enfermos "de los
beneficios enumerados por el Apóstol". Asimismo sostuvo que los "presbíteros" de que
habla Santiago no son los sacerdotes, sino los ancianos. Contra estas impugnaciones, el
Concilio de Trento se limitó a señalar que la práctica establecida por la Iglesia Romana
no se oponía a las enseñanzas de Santiago, y de paso, reafirmaba que sólo el sacerdote
es el ministro apropio de la última Unción.
El adyacente "propio" sugiere la posibilidad de que puedan arbitrarse otros ministros,
delegados y eventuales, análoga mente a como se admite para el Bautismo y la
Confirmación o para la distribución de la Eucaristía. En todo caso, observa J. Ch.
Didier, "propio" no significa "exclusivo". El mismo ritual de la Unción, prevé que, en
caso de necesidad (n. 21), "cualquier sacerdote puede bendecir el aceite". La intención
es bien patente: se trata de facilitar, en favor de los fieles, la recepción de este
sacramento.
Conclusiones
Este breve repaso sobre la práctica, la teología y la disciplina de la Iglesia de Occidente
acerca del sujeto del sacramento de la Unción de los enfermos, nos lleva a los siguientes
resultados:
1. Los sacramentos han sido instituidos propter homines. Consiguientemente, la Iglesia
ha de examinar aquellas situaciones de hecho o de derecho que hacen difícil o
imposible, a la mayoría de los fieles, la participación en tal o cual sacramento.
2. Hasta el s. VIII no estaba reservada a los sacerdotes la administración de la Unción de
los enfermos. Es curioso que dicha restricción coincida con la tendencia a administrar
este sacramento sólo a los moribundos, soslayando a los verdaderos destinatarios, los
enfermos. Si ahora el Vaticano II y el nuevo ritual recomiendan con insistencia que la
Unción ha de administrarse preferentemente a los enfermos y a las personas de edad, es
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de esperar que lo harán también accesible a la mayoría de los interesados, levantando
dicha restricción.
3. En lo que concierne a los poderes de los ministros, hay que tener en cuenta la facultad
concedida a los laicos de administrar, con arreglo a ciertas condiciones, sacramentos de
primera necesidad, tales como el Bautismo y la Eucaristía.
4. La teología y la disciplina elaboradas en la Edad Media sobre la Unción de los
enfermos fueron posibles en y para un tiempo en que no faltaban los sacerdotes. Hoy, en
cambio, la disciplina y la teología deben tener en cuenta situaciones eclesiales bien
distintas, sobre todo en las comunidades de América del Sur, de Asia y de África en las
que, por escasez de sacerdotes, los verdaderos "responsables" de las iglesias son los
diáconos o los catequistas.
5. La asistencia a los enfermos y ancianos es una función de la diaconía permanente de
la Iglesia, continuadora del ministerio de Aquel que dijo: "si alguno necesita médico es
el enfermo y no el fuerte o sano" (Mat. 9, 12). Y también: "estuve enfermo y me
visitasteis ...o no me visitasteis" (Mt 25, 36. 43). De este servicio asistencial, los
primeros responsables son los diáconos, a quienes en el día de su Ordenación se les
asignó, entre otras, la, tarea de "cuidar de los enfermos..." (Pontifical Romano).
Parecería, pues, lógico y legítimo que la Iglesia confiara este ministerio sacramental a
los diáconos.
Tradujo y extractó : JOSE CASAS
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