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Geometrías del deseo es el libro más reciente de René Girard,
uno de los pensadores actuales más innovadores. La piedra
angular de su teoría, el deseo mimético —el que es orientado
siempre por aquello que desean los otros—, permanece firme
como elemento de comprensión para el indescifrable caos moderno. En un mundo secular en el que los sujetos a adorar que
han reemplazado a los dioses se encuentran entre los propios
hombres, la obra de Girard cobra especial importancia para entender las relaciones sociales y amorosas.
En esta compilación de ensayos esenciales de René Girard
—realizada con gran tino por Mark Aspach— el filósofo retoma algunos de los grandes autores clásicos como Dante,
Shakespeare y Racine, e importantes autores contemporáneos
como Malraux, Sartre y otros más, para descifrar a sus personajes y tragedias. Con su habitual agudeza, muestra que la literatura es un espejo de los fondos más ocultos de la existencia
humana, al ser un arte que ofrece claves para comprender la
principal fuerza motriz del actuar humano: el deseo y su desquiciante complejidad.
Python
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Misterios de los Cabiros
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Papeles falsos
Valeria Luiselli
Un terrible amor por la guerra
James Hillman
Filosofías de la India
Heinrich Zimmer
ISBN 978-84-96867-85-7
RENÉ GIRARD (Aviñón, 1923) es crítico literario, historiador y filósofo, reconocido por su teoría de la mímesis,
que fue aplicada a la literatura y posteriormente al análisis de la violencia. Ha sido profesor de la Universidad
Johns Hopkins y de la Universidad de Stanford, entre
otras. La violencia y lo sagrado y Shakespeare. Los fuegos
de la envidia son dos de sus obras de mayor recono­ cimiento. Geometrías del deseo es su libro más reciente.
Geometrías del deseo
Geometrías del deseo
René Girard
Traducción de María Tabuyo y Agustín López
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.
Título original
Géométries du désir
Copyright © Editions de l'HERNE, 2011
Published by arrangement with Agence Litteraire Pierre Astier &
Associès
ALL RIGHTS RESERVED
Copyright © de la traducción: María Tabuyo y Agustín López
Primera edición: 2012
Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2012
París 35-A
Colonia del Carmen
Coyoacán, 04100
México D. F., México
Sexto Piso España, S. L.
Camp d’en Vidal 16, local izq.
08021, Barcelona, España
www.sextopiso.com
Diseño
Estudio Joaquín Gallego
Formación
Quinta del Agua Ediciones
ISBN: 978-84-96867-85-7
Depósito legal: M-14341-2012
Impreso en España
Este libro fue publicado con el apoyo de la Embajada de Francia en México/
IFAL , en el marco del Programa de Fomento a la Publicación “Alfonso Reyes”
del Ministerio Francés de Relaciones Exteriores y Europeas.
Índice
Prólogo
Mark R. Anspach
9
Amor y odio en Yvain
13
Paolo y Francesca, un deseo mimético
31
Pasión y violencia en Romeo y Julieta
41
Racine, poeta de la gloria
61
Marivaudage e hipocresía
93
El erotismo en las novelas de Malraux
105
Amor y amor propio en la novela contemporánea
115
Prólogo
Las leyes de la fascinación producen
esquemas geométricos rígidos…
René Girard
En Chrétien de Troyes, Dante, Racine o Marivaux, el juego del
amor no debe nada al azar, sino que obedece a leyes implacables que se iluminan a la luz de la hipótesis mimética. En los
ensayos aquí reunidos por vez primera, René Girard muestra
que los escritores más grandes son geómetras del deseo. El
eterno triángulo amoroso no es, por otra parte, más que la figura mimética más evidente.
Tomemos a Paolo y Francesa. Los amantes malditos de
Dante quedan prendados uno del otro leyendo la historia
de Lancelot y Ginebra. Cuando estos últimos se abrazan, Paolo
y Francesca se abrazan también. Su comportamiento es eminentemente mimético, pero el resultado no es un triángulo,
sino un paralelogramo: las dos parejas forman dos rectas que
no se encuentran nunca, pues no pertenecen al mismo mundo.
Lancelot y Ginebra inspiran desde fuera el deseo de Paolo y
Francesca, constituyen para ellos mediadores externos. Paolo no
entrará nunca en rivalidad amorosa con Lancelot, como tampoco Don Quijote deberá disputar la supremacía caballeresca
a su propio modelo literario, Amadís de Gaula.
En 1961, René Girard toma el mimetismo de Don Quijote
como punto de partida para su primer libro, Mentira romántica
y verdad novelesca, que reconstruye la historia del deseo en
Occidente a través de las obras de algunos grandes escritores.
Cincuenta años después, esta obra recupera esa ambición. Más
que una simple compilación de textos, representa un intento
de describir la misma historia en una escala más amplia, desde
el amor cortés de la novela medieval al erotismo voyeurista
de la novela contemporánea.
Si la primera novela moderna, Don Quijote, es una sátira
de las novelas de caballería, Girard sugiere aquí que las
primeras novelas de caballería, las de Chrétien de Troyes,
están ya animadas por una intención satírica. En Chrétien, el
amor cortés no tiene nada de espontáneo; está subordinado,
de manera voluntariamente caricaturesca, a la competición por
la fama. Las mujeres se enamoran del caballero más famoso,
aquél que goza del mismo prestigio que tendría en nuestros
días un cantante famoso o un futbolista conocido.
Cuando todo el mundo es espectador del mismo torneo,
todos los deseos convergen en el mismo punto. La mujer que
se casa con el vencedor se sentirá en armonía con la multitud.
Pero pobre del esposo feliz que —como Erec después de su matrimonio con Enide— abandona las justas marciales por el
amor conyugal: si los aplausos de la multitud dejan de resonar,
el deseo de la esposa corre el riesgo de agotarse de raíz.
El deseo es ya mimético en Chrétien de Troyes, pero no es
todavía «metafísico», permanece anclado en algo material: la
hazaña física demostrada en el campo de batalla. La fama recae
sobre aquél que da prueba de una violencia superior. Cuando
se pasa de la fama caballeresca a la gloria raciniana, la fuerza
física proporciona todavía el decorado, pero el verdadero campo de batalla se sitúa en adelante en la propia relación amorosa. A veces los dos planos coinciden: «Erifila es encantada por
Aquiles en todos los sentidos del término»; a veces —y éste es
el fenómeno nuevo— se oponen: «Andrómaca es la amante de
su señor; Pirro, el esclavo de su esclava».
Pirro es esclavo de Andrómaca porque ella no le desea.
Por mucho que él sea el vencedor físico, ella está aureolada de
una gloria superior por el simple hecho de permanecer indiferente a él. En el campo del combate erótico, ceder al deseo
del otro es reconocerse vencido. No se puede desear sin sacrificar la gloria propia y reforzar otro tanto la gloria del otro. En
10
la geometría raciniana del deseo, la figura dominante no es el
triángulo amoroso, sino el círculo vicioso.
La Julieta de Shakespeare ya temía ser atrapada por el
círculo vicioso del deseo; Julieta dice a Romeo: «Si piensas que
me conquistas con demasiada facilidad, frunciré el ceño, me
mostraré reticente y te diré que no». En pocas palabras, Julieta
amenaza con portarse como un personaje de Marivaux. Si,
a fin de cuentas, puede permitirse el lujo de la sinceridad,
es porque su familia tiene la obligación de decir «no» en su
lugar. Según Girard, Shakespeare utiliza la violencia entre las
familias de los jóvenes enamorados para dar artificialmente
a su pasión cándida el picante que le falta.
Las familias de hoy no tienen ya nada que decir sobre los
flirteos de sus retoños. La guerra de los Montesco y los Capuleto nos parece tan lejana como la corte del rey Arturo. No
obstante, las reglas del combate erótico han evolucionado
poco. Con la desaparición de todo obstáculo externo a la libre
elección en materia amorosa, la lógica de lo que Girard llama
la mediación interna no deja sin embargo de destacar con claridad. Para convencerse de ello, basta considerar el caso de una
joven pareja moderna tratada por un terapeuta que no ha leído
a Girard:1
Laura y Paul son colegas en un despacho de abogados. Jurista
serio, Paul no muestra ningún interés por la hermosa Laura,
y eso es justamente lo que le hace deseable a los ojos de
ella. Pero una vez que logra seducirle, el ardor de Laura
decae con rapidez. Le deja por otro abogado del mismo despacho, dejando a Paul hundido en la desesperación. Cuando éste
se consuela saliendo con Daphné, Laura se pregunta de golpe
cómo ha podido dejar escapar a un hombre tan perfecto. Usa
1
Dean C. Delis, Le paradoxe de la passion, Laffont, 2004. Para un enfoque
explícitamente girardiano de los problemas de la pareja, véase el libro
práctico de Suzanne Ross, The Wicked Truth about Love, Doers, 2009. Para
una perspectiva mimética sobre la sexualidad, véase Daniel Lance, Au-delà
du désir, L’Harmattan, 2000.
11
todos sus encantos para volver a conquistar a Paul, pero una vez
logra seducirle, el ardor de Laura decae con rapidez…
Si bien el despacho de abogados de Laura y Paul no tiene el
glamour de las cortes imperiales ni de los nobles salones descritos por Racine o Marivaux, las figuras del deseo que allí se
despliegan tienen siempre la misma rigidez geométrica.
Cuando lo único capaz de despertar el deseo es el obstácu­
lo para su satisfacción, se termina por buscar el fracaso igual
que la mariposa que se arroja sobre la llama. Es así como
hay que comprender el tipo de esquema «sadomasoquista»
que el joven Girard descubre en Malraux. Escritos antes de la
puesta a punto de su teoría, los textos sobre Malraux y la novela contemporánea que cierran este volumen no por ello indican
en menor medida adónde puede conducir el desarrollo del
deseo mimético. Más todavía quizá que en el masoquismo,
el círculo vicioso mimético tiende a desembocar en la impotencia del voyeur reducido a espiar las pasiones facticias de los
otros. El «diluvio de violencia y pornografía que se abate
actualmente sobre los restos de nuestra cultura» no significa
el triunfo del deseo, sino su agonía febril.
Mark R. Anspach*
*
Mark Anspach agradece a la fundación Imitatio el apoyo concedido a su
trabajo.
12
Amor y odio en Yvain
Para un viejo medievalista como yo, esta distinguida compañía es intimidatoria.1 Esto me recuerda mis exámenes anuales
en la École des Chartes. Después de cuarenta años vividos al
margen de la disciplina, corro el riesgo de estar un poco oxidado. Si esto se nota demasiado, ruego a Brigitte2 que tenga a
bien asumir la responsabilidad; ella ha sido sumamente generosa al invitarme a hablar aquí. Las observaciones que siguen
habrían podido llevar el título de «Impresiones en un vacío».
Al releer Yvain, me ha impresionado algo totalmente evidente:
la importancia de la fama.
En Chrétien, la fama caballeresca no es un valor estático.
Es móvil e inestable, eminentemente competitivo; tan competitivo como la imagen pública de los políticos actuales, o los
prestigiosos empresarios, artistas, jugadores de baloncesto, etc.
La pregunta suprema es siempre: «¿Quién es el mejor caballero?». La respuesta no depende del rey o de alguna autoridad
infalible; depende del conjunto de los demás caballeros. Cada
uno de ellos trata de impresionar tan fuertemente a sus iguales
que se verá obligado a confesar al otro una admiración mayor que la que se confiesa a sí mismo.
Encontramos muchos indicios de una competitividad histérica en Yvain. Al principio del relato, el senescal de Arturo, Keu, se burla abiertamente de Yvain delante de la reina
acusándolo de bravuconería, acusación tan letal como la de
1
2
René Girard habla ante un auditorio de medievalistas en el marco de un
coloquio organizado en la Universidad de Stanford en abril de 1988.
La ya fallecida Brigitte Cazelles, especialista en Chrétien de Troyes y colega de René Girard en el Departamento de Francés de la Universidad de
Stanford.
plagio en el medio universitario. Por tal motivo, Yvain querrá
ir al encuentro de Escladós el Rojo sin esperar a la expedición
organizada por Arturo contra ese caballero misterioso. Yvain se
concede así una distancia con respecto a los otros caballeros.
Iniciativa dudosa en el plano deontológico; toma ventaja sobre
sus pares en un asunto que afecta a la reputación de ellos tanto
como a la suya propia. Es culpable de competencia desleal.
Para un caballero que libraba combate en una comarca
lejana, informar a sus compatriotas de sus hazañas era complicado. En nuestros días, le seguirían montones de cámaras;
en la Edad Media, los relatos de combates con monstruos y con
gigantes matados sin la menor dificultad se enfrentaban a una
forma de escepticismo que ha desaparecido en nuestro mundo
a causa, entre otras cosas, de la televisión.
Tras haber dado muerte a Escladós, Yvain se esconde en
el castillo de su víctima. A pesar de los riesgos, no quiere partir; además de su amor por Laudine, tiene una razón «profesional» para quedarse allí: todos sus esfuerzos habrían sido
inútiles si, de vuelta a la corte, no hubiera presentado algún
fragmento del cuerpo de su adversario, una reliquia de Escladós, una prueba convincente de su victoria. Será por lo tanto
necesario que valide su reconocimiento junto a sus iguales, que
son suspicaces por definición, porque ante todo son sus rivales. Sólo sus pares pueden ofrecer a un caballero la fama que
trata de obtener, y entendemos perfectamente por qué en este
caso sólo se la darán a regañadientes.
A los ojos de un comentador que se quiere «moderno»,
la competición por la fama tiene un valor demasiado explícito
y no podría ser más que un impasse crítico; la solución sería
por tanto desacreditarla y reemplazarla por motivaciones ocultas, el inconsciente sexual de Freud, por ejemplo.
Chrétien pone en lo más elevado a la caballería, y relega
todo lo demás, incluido el sexo, a un rango subalterno. En su
mundo, la fama no es una forma de velar la sexualidad; con
frecuencia, lo cierto es precisamente lo opuesto. En esa época,
el sexo no se había convertido todavía en instrumento de la
14
fama, pero se sometía siempre a ella, mientras que la fama
no se sometía nunca al sexo. No tenía necesidad de hacerlo; el
sexo estaba humildemente al servicio de la fama.
Cuando un freudiano considera esta jerarquía, supone
de inmediato que debe ser engañosa, no porque carezca intrínsecamente de credibilidad —basta mirar a nuestro alrededor—, sino porque contradice el dogma freudiano número uno.
Que la competición por la fama influye en los deseos
libidinosos más de lo que sufre su influencia es una idea que
parece poco seria. Cada vez que la sexualidad no es la fuerza
dominante, se nos ha enseñado a concluir que se reprime. El
predominio de la fama debe ocultar un deseo sexual incapaz de
expresarse de manera directa; la fama nos parece algo demasiado elevado para no constituir una forma de sublimación.
El problema con este planteamiento es que el deseo sexual
está lejos de estar oculto en Chrétien. Se expresa por medio de
un simbolismo tan transparente que no se podría ver ahí el
signo de una represión. El efecto parece voluntariamente
cómico.
Todo el mundo recordará a la joven dama de honor que
encuentra a Yvain tendido en el bosque, privado de sus sentidos
y enteramente desnudo. Después de haberle escrutado largamente —un héroe desnudo es difícil de identificar— y en gran
estado de agitación, regresa a casa de su señora, que escucha
con interés su relato y le confía una caja llena de un ungüento
muy fuerte. Tiene que usarlo con medida, dice la señora, y frotar al paciente tan sólo en la frente, pues es manifiesto que la
enfermedad está localizada en la cabeza.
La joven se entrega a la tarea con tanto celo que olvida sus
sabios consejos; utiliza todo el contenido de la caja para untar
por completo el cuerpo de Yvain, quien, como puede imaginarse, recupera por completo todos sus sentidos.
La crítica que se aventura en un texto de este género con
la artillería pesada freudiana recuerda a Tartarín de Tarascón, que quiere cazar leones en los arrabales de las ciudades
15
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