¿Leproso o enfermo de lepra? - Archivos Argentinos de Dermatología

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Carta al editor
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¿Leproso o enfermo de lepra?
Hace años en México, quien fuera mi maestro en lepra, el doctor Fernando Latapí (ya fallecido), opinó que no tenía mucho
sentido tratar de cambiar el nombre que se le da comúnmente a esta enfermedad (lepra o la lepra, que en griego antiguo
quiere decir escama) por mal de Hansen; creía que no era esa la forma de desmitificarla porque, decía, el prejuicio, con
uno u otro nombre, estaba pegado a ella como parte de su naturaleza. La idea del cambio de nombre provenía de leprólogos del Brasil, creo, médicos conocedores del tema debido a la alta prevalencia de esta enfermedad en su país, por lo
menos en aquella época (me refiero a la década de los setenta.) La idea era bajar el impacto emocional que el nombre
lepra sugiere, tanto para el enfermo como para la gente en general. No sé quien estaba en lo correcto, si Latapí o los
brasileños; en la actualidad se usa la segunda denominación ocasionalmente y sólo en el ámbito médico.
Con respecto a la designación del ser humano afectado con lepra pasa algo parecido a la denominación de la enfermedad, aunque más grave. El término lepra es genérico; designa a una enfermedad, no a un sujeto; el prejuicio solo
acompaña a una definición. En cambio cuando una persona adquiere lepra, además de la enfermedad carga con ese
mismo prejuicio. Popularmente se lo reconoce como leproso; los médicos lo llamamos enfermo de lepra: hay diferencias
notorias entre una y otra designación. El leproso acarrea sobre sus espaldas todo el peso que otro enfermo debió llevar
sobre sí, proveniente de otro enfermo y así desde el pasado remoto, desde que esta enfermedad existe (aparentemente
unos cuatro mil años) o desde el momento en que se la identificó como tal y se la comenzó a temer. Como todos sabemos, el prejuicio es un juicio apresurado y por lo general negativo acerca de alguien o algo. En el caso de la lepra, señala
que un leproso debe ser sucio, deforme, pecador, pobre, doliente, contagioso en alto grado y por este último atributo
equivocado, excluido socialmente, e incluso hasta no hace demasiados años, debía ser encerrado en prisiones médicas
llamadas leprosarios. Eso es ser leproso. Ser enfermo de lepra, en cambio, es diferente; a veces cambia substancialmente, otras en cuestión de grados. El enfermo de lepra no tiene porqué ser sucio; puede o no tener deformidades físicas;
no es más pecador que yo o que ustedes; proviene por lo general de un medio socio económico bajo o medio bajo; no
siempre sufre físicamente en la medida que se supone, incluso puede no sufrir; algunos no contagian y otros lo hacen en
bajo grado solo en condiciones especiales; por último, no queda ninguna duda que la exclusión en leprosarios es cosa
del pasado.
¿Qué opina sobre esto el mismo enfermo? Sabe que la palabra leproso suele sintetizar todo lo malo de la vida; y
como él no lleva en sí todo lo malo de la vida ni mucho menos, le disgusta que lo nombren así. La mayoría de las veces
incluso ni siquiera se refiere a su padecimiento por su nombre; lo llama “la enfermedad”. De algún modo padecer lepra
lo avergüenza; no quiere invocarla y al no nombrarla, la aleja de sí.
Curiosamente, como gran parte de mis colegas hombres lo saben, en Rosario hay un club de fútbol a cuyos jugadores e hinchas se los llama “los leprosos”. Informándome descubrí que existen varias versiones acerca del origen de
este epíteto. Como no puedo saber exactamente cuál de ellas es la cierta, elegí la interpretación más conocida para este
escrito: la del partido de fútbol que nunca se jugó. En 1920, las damas de beneficencia que ayudaban a los enfermos de
lepra del hospital “Carrasco”, invitaron a dos equipos de fútbol, Newell´s Old Boys y Rosario Central, a jugar un partido
con fines caritativos. A último momento Rosario Central se negó a jugar vaya uno a saber por qué razón. Contrariados
sus adversarios los llamaron “canallas”; a su vez los integrantes del equipo de Newell´s fueron designados “los leprosos”
por sus resentidos oponentes. Hoy se usa este término de una manera aparentemente ingenua; sin embargo, su uso es
notoriamente descalificativo porque se basa en el prejuicio y no en la enfermedad en sí.
Personalmente no me caben dudas acerca de cómo llamar a este enfermo; tampoco llamo canceroso a un enfermo
de cáncer, ni sidoso a un enfermo de SIDA. (La tuberculosis es un tema aparte, tan especial como la lepra, pero con sus
características mitológicas propias; al enfermo de tuberculosis se lo llama tuberculoso, término que también arrastra
muchos prejuicios, pero tampoco se lo nombra así, en general, en el ámbito médico.)* Obviamente, somos nosotros, los
médicos, quienes debemos dar el ejemplo al hombre alejado del arte de curar. La carga de un enfermo debe ser apenas
su propia enfermedad; lo demás son fuegos artificiales que explotan sobre su cabeza y lo queman. En el caso de la lepra,
estos recelos se apagarán con el tiempo, el tiempo que dure la lucha contra el bacilo y contra la disminución del mito,
mito que en este caso tiene aspecto de monstruo que escupe fuego como en los relatos de Tolkien.
*Puede profundizarse este tema, así como los temas Sida y cáncer en: “La enfermedad y sus metáforas y el Sida y sus metáforas”,
Susan Sontag, Aguilar, Altra, Taurus, Alfaguara, S.A.; 2da. Edición: noviembre de 2003, Buenos Aires, Argentina.
José Luis Gómez
Ex – jefe del sector de Dermatología Pediátrica del Hospital Nacional “Baldomero Sommer”. Médico visitante del sector de Dermatología
Pediátrica del Hospital “Jose María Ramos Mejía”
[email protected]
Arch. Argent. Dermatol. 2014; 64 (4): 171
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