La virgen de los sicarios - Biblioteca Virtual Universal

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La virgen de los sicarios
como extensión de la narrativa de la
transculturación
Elsy Rosas Crespo *
Universidad Central (Colombia)
En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo ficcionaliza la oralidad
de una comunidad específica de Colombia con propósitos artísticos.
Para crear la ilusión de oralidad desde la escritura sin perder
verosimilitud es necesario que el artista conozca los imaginarios de la
comunidad de su interés, la manera en que sus miembros conciben
el mundo, el contexto social al que pertenecen y el modo en que
valoran su participación como individuos que forman parte de una
comunidad humana. Debe distinguir, además, las particularidades de
la lengua y la manera en que la emplean sus usuarios en situaciones
especificas con el propósito de estilizar ambos aspectos, el cultural y
el lingüístico y, de esta manera, crear mundos literarios configurados
a partir de situaciones sociales y usos de la lengua en contextos
particulares. Fernando Vallejo posee pleno dominio de las reglas
implícitas que subyacen a la realización de la oralidad y la escritura,
es un gran observador del habla de la comunidad de su interés y se
ha acercado a los usuarios de la lengua en contextos naturales para
luego tomar distancia cuando emprende el proceso de escritura, el
resultado es La virgen de los sicarios, una "historia de amor en el
país del odio".
Los novelistas que han adoptado la toma de posición que Angel
Rama ha denominado narrativa de la transculturación (1982)
comparten la dedicación por el estudio y el esfuezo por comprender y
ficcionalizar hablas y expresiones culturales de regiones
relativamente aisladas de América Latina; asumen el predominio de
la oralidad en la región de su interés como la clave de un conjunto de
recursos de representación literaria. A través del conocimiento de la
configuración mental de los habitantes de esta región y de los
principales problemas sociales que los aquejan, se propusieron
lograr, después de un exigente proceso de elaboración, la producción
de un efecto de oralidad con repercusiones estéticas e ideológicas en
cada caso particular (Pacheco, 1992).
La ficcionalización de la oralidad (como una opción opuesta a la
fetichización de la escritura) se inscribe dentro de la concepción que
parte de la negación de la superioridad cultural de unas comunidades
en relación con otras, una actitud eminentemente antieurocentrista
ratificada a partir de los textos de Fernando Ortiz -desde la
perspectiva antropológica- que luego sirvió de sustento para
fundamentar la teoría sobre la transculturación narrativa emprendida
por Angel Rama y ratificada en la actualidad por estudiosos de la
literatura latinoamericana como Carlos Pacheco.
Independencia, originalidad y representatividad literaria, categorías
definidas por Angel Rama (1982: 11-20), son, después de la
consolidación de las naciones latinoamericanas, los pilares sobre los
cuales debía fundarse el proyecto literario, que no podía ser indígena
porque existía una fuerte marca dejada por los europeos,
comenzando por la lengua y las tradiciones implantadas, como
tampoco se podía sustentar en la plácida imitación de los modelos
europeos. Los tres aspectos fueron logrados por los
transculturadores después de transcurrido mucho tiempo de intentos
de escritores regionalistas por crear obras que, además de poseer
gran valor estético, representaran con verosimilitud los lenguajes
simbólicos y orales interiorizados y empleados por individuos de
comunidades fuertemente orales, por culturas orales primarias, como
diría Walter Ong (1987: 40).
El deseo de dar a conocer los imaginarios de algunas comunidades
rurales e indígenas y de hacer de éstas el eje central de una
propuesta estética simultánea en varios paises latinoamericanos
maduró, entre otras cosas, debido a las grandes transformaciones
que ocurrieron en América Latina tras la primera Guerra Mundial:
Tras la primera guerra mundial, una nueva expansión
económica y cultural de las metrópolis se hace sentir en
América Latina y los beneficios que aporta a un sector de sus
poblaciones no esconde las rupturas internas que genera ni los
conflictos internos que han de acentuarse tras el crac
económico de 1929. Se intensifica el proceso de
transculturación en todos los órdenes de la vida americana. Uno
de sus capítulos lo ocupan los conflictos de las regiones
interiores con la modernización que dirigen capitales y puertos,
instrumentada por las élites dirigentes urbanas que asumen la
filosofía del progreso. La cultura modernizadora de las
ciudades, respaldada en sus fuentes externas y en su
apropiación del excedente social, ejerce sobre su hinterland una
dominación (trasladando de hecho su propia dependencia de
los sistemas culturales externos) a los que prestan eficaz ayuda
los instrumentos de la tecnología nueva... A las regiones
internas, que representan plurales conformaciones culturales,
los centros capitalinos les ofrecen una disyuntiva fatal en sus
dos términos: o retroceden entrando en agonía, o renuncian a
sus valores, es decir, mueren (Rama. 1982: 28).
En las obras de los narradores de la transculturación (Juan Rulfo,
Gabriel García Márquez, Joao Guimaraes Rosa...) la lengua y las
estructuras literarias son objeto de especial atención; gracias al
manejo de estos recursos es posible percibir en algunas de las
novelas más representativas (Pedro Páramo, Cien años de soledad,
Gran sertón: Veredas...) las diferencias con otras manifestaciones
estéticas escritas que, aunque también se destacan por la oralidad,
generan otro tipo de efectos en los lectores. El efecto que se
proponen producir los transculturadores con la estilización de un
habla regional es la sensación -en el lector- de encontrarse ante la
recreación de voces rurales o populares auténticas y de presentar las
particularidades culturales de la comunidad, su manera de concebir el
mundo, el amor, la vida... a través del uso que los narradores y los
personajes hacen de la lengua;
Se trata, nada menos, de escribir la realidad (y no de
describirla, de imitarla, sino de dejarla en cierto modo que se
produzca a sí misma, representación natural de la naturaleza);
es decir de hacer aquello que define propiamente la literatura,
pero a propósito de la realidad más banalmente real, la más
corriente y moliente que, por oposición a lo ideal, no está hecha
para ser escrita... hay que afirmar el poder que pertenece al
arte de constituirlo todo gracias a la virtud de la forma... de
transmutarlo todo en obra de arte gracias a la eficacia de la
propia escritura (Bourdieu. 1997: 165).
Si recordamos las características propuestas por Angel Rama sobre
la manera como los narradores de la transculturación emplean la
lengua, podemos percibir, antes de hacer cualquier análisis textual de
la escritura de Fernando Vallejo, que todas atraviesan su narrativa:
1. Se prescinde del uso de glosarios, estimando que las palabras
regionales transmiten su significado dentro del contexto
linguístico aún para quienes no las conocen.
2. El léxico, la prosodia y la morfosintaxis de la lengua regional,
aparece como el campo predilecto para prolongar los conceptos
de originalidad y representatividad, fundamentos de la
"plasticidad cultural".
3. Lo que antes era la lengua de los personajes populares y,
dentro del mismo texto se oponía a la lengua del escritor o del
narrador, invierte su posición jerárquica: en vez de ser la
excepción y de singularizar al personaje sometido al
escudriñamiento del escritor, pasa a ser la voz que narra... no
remeda simplemente un dialecto, sino que utiliza formas
sintácticas o lexicales que le pertenecen dentro de una lengua
coloquial.
4. El autor se ha reintegrado a la comunidad lingüística y habla
desde ella con desembarazado uso de los recursos
idiomáticos... es a partir de su sistema lingüístico que trabaja el
escritor, quien no procura imitar desde fuera un habla regional,
sino elaborarla desde dentro con una finalidad artística.
5. Desde el momento en que el escritor no se percibe a sí mismo
como fuera de la comunidad lingüística, sino que la reconoce
sin rubor, ni disminución como propia... investiga las
posiblidades que ésta le proporcionan para construir una
específica lengua literaria dentro de su marco (Rama. 1982: 4142).
Al introducirse en las raíces de la cultura y sentirse como parte de
ésta el escritor transculturador descubre aspectos que le eran
desconocidos, identifica rasgos particulares de la interioridad de los
habitantes del lugar que difieren ampliamente de los representados
en las obras en la que el escritor se distancia de la región o de la
realidad que desea representar, de la misma manera que se distancia
de sus personajes cuando se convierte en narrador.
La toma de posición asumida por Fernando Vallejo tiene algunas
similitudes con la de los narradores de la transculturación pero es
evidente que ha surgido a partir de intereses, problemas y nuevas
preocupaciones, diferentes a las observadas y expresadas por
escritores como Gabriel García Márquez. En La virgen de los
sicarios, por ejemplo, los problemas de carácter social están
relacionados con la explosión demográfica, la masificación y la
violencia, no se trata de concederle la voz a los desvalidos o a los
vencidos sino de -a través de la voz y las actitudes de los personajes
marginados y marginales- dar a conocer y reflexionar sobre
problemas que aquejan a ciudades como Medellín que, en síntesis,
son los de las ciudades latinoamericanas, en las que la distribución
de los bienes materiales y culturales no es equitativa; se trata de una
sociedad en la que no se le brindan las mismas oportunidades a
todos, especialmente a los jóvenes menos favorecidos
económicamente.
En la narrativa de la transculturación pocas veces los narradores
explican las situaciones que viven los personajes, a través de la
ficcionalización de la oralidad éstos lo hacen por sí mismos en
narraciones que se asemejan al testimonio y que producen en el
lector la sensación de que aquello que lee no es el resultado del
esfuerzo de un artista por lograr verosimilitud en su creación, sino
que se trata de la transcripción de relatos orales de personas que
desconocen la escritura o la emplean sólo con fines prácticos. La voz
de los narradores no es fría y distante, como si fuera la de un hombre
culto, distanciado y objetivo que expone situaciones que le son
ajenas, sino que esta voz se mezcla y se confunde con la de los
personajes.
El narrador de las obras de Fernando Vallejo ha llevado esta
práctica al extremo:
Al decidir hablar en nombre propio, con su voz (una voz
inconfundible que no se parece a la de nadie), Fernando Vallejo
está rompiendo con la más obstinada tradición literaria: la del
narrador omnisciente que todo lo sabe y que todo lo ve, el
novelista ubicuo que puede atravesar con su mirada las
paredes y leer los pensamientos. Nada de esto aquí. En vez del
Artífice Supremo, un simple ser humano que dice "yo" sin
ocultarse detrás de una pluralidad de máscaras. Pero eso sí,
uno que ha jurado no salirse jamás de los límites del pronombre
de primera persona con todo lo que eso implica: asumir sin
disimulos ni subterfugios sus amores y sus odios
(Contracarátula de El desbarrancadero. 2001).
En La virgen de los sicarios no sólo el narrador y los personajes
comparten el mismo idiolecto sino que, además, se involucra al
lector. El lector -real e implícito- aprende la lengua del narrador -que
también está aprendiendo la de los sicarios- y debe aceptar las
agresiones que éste le dirige; en la primera página de la novela
Fernando primero lo informa, después lo interroga, luego lo desprecia
y, finalmente, como hace siempre, le explica:
Un rombo de ciento veinte pliegos inmenso, rojo, rojo, rojo
para que resaltara sobre el cielo azul. El tamaño no me lo van a
creer, ¡pero qué saben ustedes de globos! ¿saben qué son?
Son rombos o cruces o esferas hechos de papel china
deleznable, y por dentro llevan una candileja encendida que los
llena de humo para que suban. El humo es como quien dice su
alma, y la candileja el corazón (Vallejo. 1994: 7).
Fernando emprende su viaje a través de Medellín; lo inicia con
Alexis y lo termina con Wilmar (el asesino de Alexis) cuando lo deja
en el anfiteatro:
Al amanecer sonó el teléfono: del anfiteatro, que fuera a
identificar a alguien que llevaba consigo un número.
"Anfiteatro" llaman aquí a la morgue, y no hay taxista en
Medellín ni cristiano que no sepa dónde está porque aquí los
vivos sabemos bien adónde tenemos que ir a buscar a los
muertos (Vallejo. 1994: 136-137).
Cuando Fernando sale de allí se dirige a tomar un bus cualquiera
para donde vaya y se despide del lector, que lo ha acompañado
durante su travesía.
De la misma manera en que Fernando le explica al lector lo que es
un globo, le describe cuanto ve y cuanto recuerda durante su
recorrido por diferentes lugares: iglesias, calles, zonas rurales,
comunas, restaurantes, bares... Los espacios, ambientes y objetos
con los que se encuentra y llaman su atención son conocidos por el
lector a través de descripciones y comparaciones en las que el
pasado vivido y recordado es visto como el tiempo ideal y el presente
es tratado con desprecio y dolor:
Entre los nuevos barrios de casas uniformes seguían en pie,
idénticas, algunas de las viejas casitas campesinas de mi
infancia, y el sitio más mágico del Universo, la cantina
Bombay... con los mismos techos de vigas y las mismas
paredes de tapias encaladas... los muebles eran de ahora pero
qué importa, su alma seguía encerrada allí y lo comparé con mi
recuerdo y era la misma...
No sé si entre aquellas casitas campesinas que quedaban
estaba la del pesebre... la del pesebre más hermoso que hayan
hecho los hombres desde que se estableció la costumbre de
armar en diciembre nacimientos y belenes para conmemorar la
llegada a esta mísera tierra... en la carretera a Sabaneta había
una casita con un pesebre que tenía otra carretera a Sabaneta.
Ir de una realidad a la otra era infinitamente más alucinante que
cualquier sueño de basuco (Vallejo. 1994: 15-16).
En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo recrea una región que
es presentada y sentida como un espacio natural y una realidad
social que han sido transformados, disueltos de forma violenta; se
trata de un espacio y una realidad que le producen repulsión: el idilio
es la naturaleza y la infancia, la edad adulta es de inconformidad,
rechazo y desprecio del presente:
¿Se les hace impropio un viejo matando a un muchacho?
Claro que sí, por supuesto. Todo en la vejez es impropio: matar,
reirse, el sexo, y sobre todo seguir viviendo (Vallejo. 1994: 103).
A través de la narración el lector experimenta las sensaciones
vividas por Fernando debido al modo en que están escritas, a la
puesta en forma; el ritmo de las frases es acorde con el ritmo de las
acciones y los rasgos de los espacios descritos:
Las comunas cuando yo nací no existían... las encontré a mi
regreso en plena matazón, florecidas, pesando sobre la ciudad
como su desgracia. Barrios y barrios de casuchas amontonadas
unas sobre otras en las laderas de las montañas, atronándose
con su música, envenenándose de amor al prójimo,
compitiendo las ansias de matar con la furia reproductora... en
el momento que escribo este conflicto aún no se resuelve:
siguen matando y naciendo... pero sigamos subiendo: mientras
más arriba en la montaña mejor, más miseria (Vallejo. 1994:
33).
La descripción física y los valores de los amantes del gramático son
explicados y contrastados con los de él mismo a medida que él, un
hombre adulto culto, se va internando en el mundo de los jóvenes
sicarios:
"Aquí te regalo esta belleza -me dijo José Antonio cuando me
presentó a Alexis- que ya lleva como diez muertos". Alexis se
rió y yo también y por supuesto no le creí, o mejor dicho sí... Le
quité la camisa, se quitó los zapatos, le quité los pantalones, se
quitó las medias y la trusa y quedó desnudo con tres
escapularios. Que son los que llevan los sicarios: uno en el
cuello, otro en el antebrazo, otro en el tobillo y son: para que les
den el negocio, para que no les falle la puntería y para que les
paguen. (Vallejo. 1994. 11-18).
Para comprender la naturaleza de los sicarios el narrador ha tenido
que involucrarse no sólo en sus actividades sino que además ha
tenido que aprender, interpretar y usar su lengua; a lo largo de la
novela hay frecuentes reflexiones relacionadas con el lenguaje y con
su uso debido a que el narrador es un gramático:
"El pelao debió de entregarle las llaves a la pinta esa",
comentó Alexis... Con "el pelao" mi niño significaba el
muchacho; con "la pinta esa" el atracador; y con "debió de"
significaba "debió" a secas... una cosa es "debe" sola y otra
"debe de". Lo uno es obligación, lo otro duda (Vallejo. 1994:
23).
Los valores del narrador experimentan transformaciones graduales
a medida que avanza el relato debido a que se ha involucrado en las
experiencias de los demás personajes. Al comienzo puede llegar a
alterarse debido a algunas actitudes de los sicarios, más adelante los
cuestiona un poco, al final, termina justificándolos y hasta celebrando
su comportamiento. Los sicarios, como Ángeles Exterminadores,
cumplen una función positiva debido a que compensan la "furia
reproductora" de sus madres.
El inicio de la novela no produce ninguna sorpresa en el lector
debido a que se trata de una escritura narrativa más o menos
convencional: un narrador en primera persona que se refiere a
hechos ocurridos en el pasado en los que él ha participado: "Había
en las afueras de Medellín un pueblo silencioso y apacible que se
llamaba Sabaneta. Bien que lo conocí" (Vallejo. 1994: 7).
Cuando el narrador se ha involucrado lo suficiente en el mundo de
los sicarios también se ha transformado su modo de expresarse:
"Sacó el Ángel exterminador su espada de fuego, su 'tote', su 'fierro',
su juguete, y de un relámpago para cada uno en la frente los fulminó.
¿a los tres? No bobito, a los cuatro, al gamincito también" (Vallejo.
1994: 64).
Al final de la novela, en la última página, Fernando se dirige al lector
través del idiolecto característico de los sicarios; el narrador conoce y
emplea la lengua de los personajes de manera desenvuelta y natural:
Bueno parcero, aquí nos separamos, hasta aquí me
acompaña usted. Muchas gracias por su compañía y tome
usted, por su lado, que yo me sigo en cualquiera de estos
buses para donde vaya, para donde sea.
"y que te vaya bien,
que te pise un carro
o que te estripe un tren" (Vallejo. 1994. 142).
El narrador de La virgen de los sicarios, a diferencia del de Cien
años de soledad, es un crítico severo que se expresa sin titubeos y
no se esfuerza por cautivar al lector. Mientras que en la novela de
García Márquez los problemas son expresados a través de la voz de
los personajes y la reflexión surge a partir de la lectura, es decir que
la actitud crítica debe ser descubierta e interpretada por el lector, en
la de Fernando Vallejo el narrador evalúa acciones y actitudes
propias y ajenas, la mayoría de las veces de forma bastante agresiva,
sin ningún tipo de consideración ni siquiera con él mismo.
La actitud desacralizadora -la "etica invertida" celebrada por el
"odiador amable" (Abad, 2000) en todas las obras de Fernando
Vallejo no puede ser concebida sólo como el deseo de ofender o de
calmar angustias existenciales; "el fin de Vallejo, con todo, es menos
retratar una conciencia que zarandear a un país y, desnudando sus
vergüenzas, igualarlo al resto de la humanidad, a la que insulta con
indignación imparcial" (Ospina. 2000: 20).
El narrador de La virgen de los sicarios -que es el mismo de El río
del tiempo y El desbarrancadero- se esfuerza por ir contra la
corriente, contra valores e instituciones como el matrimonio, la
maternidad, la heterosexualidad, la iglesia, la familia, los actos
humanitarios, la intelectualidad, el respeto a las instituciones
públicas, al presidente, etc:
La relación carnal con las mujeres es el pecado de la
bestialidad... como por ejemplo un burro con una vaca.
De tanto en tanto una vieja preñada, una de esas perras putas
paridoras que pululan por todas partes con sus impúdicas
barrigas en la impunidad más monstruosa.
Vive prisionero, encerrado, casado, con mujer gorda y propia y
cinco hijos comiendo, jodiendo y viendo televisión.
(el presidente) les lee el discurso que le escribieron en inglés
con esa vocecita chillona, montañera, maricona, suya, y con el
candor y el acento de un niño de escuela que está aprendiendo.
Cualquier sociólogo chambón de esos que andan por ahí
analizando en las "consejerías de paz" concluirá de esto que al
desquiciamento de una sociedad se sigue el del idioma. ¡Qué
va! (Vallejo. 1994).
Aunque la ficcionalización de la oralidad es un recurso empleado en
la totalidad de la obra de Fernando Vallejo, en La virgen de los
sicarios, por tratarse de la recreación de las expresiones y las
acciones más frecuentes de los sicarios de las comunas, su uso es
más eficaz para asumir una actitud desacralizadora, para producir
mayor repulsión en los detractores de sus obras. Después de esta
novela -gracias a la verosimilitud de su escritura- es muy probable
que su autor no sea catalogado sólo como homosexual de
costumbres depravadas, sino que, además, podrá ser declarado
como sicario y, sin embargo, Fernando Vallejo, como su narrador,
aparte de unos cuantos libros no tiene prontuario (Vallejo.1994: 42).
En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo se concentra en los
problemas que aquejan a Medellín, pero es evidente que a lo largo de
su narrativa el menosprecio va dirigido a la raza humana, a sus actos
y sentimientos, a la manera en que expresan sus deseos y a los
argumentos que los motivan para ejecutarlos:
Mira Alexis, tú tienes una ventaja sobre mí y es que eres joven
y yo ya me voy a morir, pero desgraciadamente para ti nunca
vivirás la felicidad que yo he vivido. La felicidad no puede existir
en este mundo tuyo de televisores y casetes y punkeros y
rockeros y partidos de fútbol. Cuando la humanidad se sienta
en sus culos ante un televisor a ver veintidós adultos infantiles
dándole patadas a un balón no hay esperanzas. Dan grima, dan
ganas de darle a la humanidad una patada en el culo y
despeñarla por el rodadero de la eternidad, y que desocupen la
tierra y no vuelvan más (Vallejo. 1994: 15).
La elección por la que ha optado Fernando en La virgen de los
sicarios no se debe a que los sicarios encarnen los valores que él
considera dignos de ser llevados a la práctica, sino porque entre las
posibilidades que le presenta Medellín durante el periodo de tiempo
recreado la opción que considera más legítima es la de amar a
Alexis, el Ángel Exterminador, porque en él, a pesar de sus
limitaciones, se concentran valores que dan fe de su autenticidad y
de una actitud radical ante la vida.
En algunas ocasiones y en relación con algunas decisiones, Alexis
puede llegar a ser "más extremoso" que el narrador:
Le pregunté si le gustaban las mujeres. "No", contestó con un
"no" tan rotundo, tan inesperado que me dejó perplejo. Y era un
"no" para siempre: para el presente, para el pasado y para el
futuro y para toda la eternidad de Dios: ni se había acostado
con ninguna ni se pensaba acostar. Alexis era imprevisible y me
estaba resultando más extremoso que yo. Conque eso era pues
lo que había detrás de esos ojos verdes, una pureza
incontaminada de mujeres. Y la verdad más absoluta, sin
atenuantes ni importarle un carajo lo que piense usted que es lo
que sostengo yo. De eso era de lo que me había enamorado.
De su verdad (Vallejo. 1994: 21).
Si se piensa en la situación actual del país, en los antecedentes de
violencia y en la parcialidad con que se abordan los temas más
conflictivos (la corrupción, la guerrilla, el paramilitarismo, el
narcotráfico, los derechos humanos, etc.) a través de los medios de
comunicación, por los políticos y por los "especialistas", es evidente
que la actitud de Fernando Vallejo no se constituye apenas en el
desahogo de un hombre que sufre y disfruta injuriando y
escandalizando a los demás mientras recuerda episodios de su vida,
sino que es necesario ir un poco más allá: "Esas despiadadas
comprobaciones, esos sermones del ateísmo militante, estos
asesinatos simbólicos del poder, fueron siempre el modo como las
sociedades se quitaron de encima las mordazas del clericalismo y las
camisas de fuerza de la moralidad hipócrita" (Ospina. 2000: 20).
La descripción del globo hecho con papel china deleznable en la
primera página de La virgen de los sicarios no cumple sólo la función
de evocar con nostalgia la infancia, es, además, el objeto ideal para
contrastar la fervorosa religiosidad de los colombianos especialmente de los antioqueños- con la sangre derramada por
Jesús y por Colombia "por los siglos de los siglos amén":
Cuando se llenan de humo y empiezan a jalar, los que los
están elevando sueltan, soltamos, y el globo se va yendo,
yendo al cielo con el corazón encendido, palpitando, como el
Corazón de Jesús. ¿Saben quién es? Nosotros teníamos uno
en la sala; en la sala de la casa de la calle del Perú de la ciudad
de Medellín, capital de Antioquia; en la casa donde yo nací, en
la sala entronizado o sea (por qué no se va a saber) bendecido
un día por el cura. A él está consagrada mi patria. El es Jesús y
se está señalando el pecho con el dedo, y con el pecho abierto
el corazón sangrando: goticas de sangre rojo vivo, encendido,
como la candileja del globo: es la sangre que derramará
Colombia, ahora y siempre por los siglos de los siglos amén
(Vallejo. 1994: 7-8).
En la virgen de los sicarios Fernando Vallejo se concentra en un
sector marginado de Medelllín: los jóvenes sicarios de las comunas;
el gran problema que aqueja a la comunidad -como ocurre en otros
lugares marginales de Colombia- no es el aislamiento sino la
violencia y el interés de quienes la constituyen por estar al día en
relación con aspectos como la moda:
Le pedí que anotara, en una servilleta de papel, lo que
esperaba de esta vida. Con su letra arrevesada y mi bolígrafo
escribió: Que quería unos tenis marca Reebock, y unos jeans
Paco Ravanne. Camisas Ocean Pacific y ropa interior Kelvin
Klein. Una moto Honda, un jeep Mazda, un equipo de sonido
láser y una nevera para la mamá: uno de esos refrigeradores
enormes marca Whirpool que soltaban chorros de cubitos de
hielo abriéndoles simplemente una llave (Vallejo. 1994. 107);
Los placeres o las aficiones como la música:
Alexis dijo que yo estaba loco. Que no se podía vivir sin
música, y yo que sí, y que además eso no era música
"romántica" (Vallejo. 1994: 20);
La televisión:
Se pasa ahora el día entero mi muchachito ante el televisor
cambiando de canal a cada minuto... Impulsado por su vacío
existencial agarra en el televisor cualquier cosa: telenovelas,
partidos de fútbol, conjuntos de rock, una puta declarando, el
presidente (Vallejo. 1994: 22-38);
El fútbol:
El muerto más importante lo borra el siguiente partido de
fútbol... al día siguiente ¡goool! Los goles atruenan el cielo de
Medellín y después tiran petardos o "papeletas" o "voladores" y
uno no sabe si es de gusto o si son las mismas balas de
anoche (Vallejo. 1994: 46).
Los gustos de los personajes se materializan o se ven frustrados en
un contexto social y político corrupto e impune:
Con eso de que aquí, en este país de leyes y constituciones,
democrático, no es culpable nadie hasta que no lo condenen, y
no lo condenan si no lo juzgan, y no lo juzgan si no lo agarran, y
si lo agarran lo sueltan... La ley de Colombia es la impunidad y
nuestro primer delincuente impune es el presidente, que a estas
horas debe andar parrandiándose el país (Vallejo. 1994: 22).
Una de las preocupaciones más evidentes de Fernando Vallejo
como intelectual y como novelista es el aumento desmesurado de la
pobreza, que se hace cada vez más preocupante debido a lo que él
llama la "furia reproductora". En El desbarrancadero el narrador
desprecia e insulta a su madre por el hecho de que ella se
autoproclame heroína sólo por haber dedicado su vida a tener hijos y
pensar que ellos deberían agradecérselo y servirla:
Herrmana de esta furia es la Loca que aquí tratamos, una
mujer impredecible, mandona, irascible, que nos hijueputiaba...
El gran secreto de las madres de Antioquia: paren al primer hijo,
le limpian el culo, y lo entrenan para que les limpie el culo, al
segundo, al tercero, al cuarto, al quinto, al decimosexto, que
encargándose exclusivamente de la reproducción ellas paren.
Así procedió la Loca y yo... terminé de niñera de mis veinte
hermanos mientras la devota se entregaba en cuerpo y alma...
a propagar su sacro molde... no se fuera a perder... Yo lavaba,
planchaba, barría, trapeaba, ordenaba... y lo que yo lavaba,
planchaba, barría, trapeaba y ordenaba la Loca lo ensuciaba,
arrugaba, empolvaba, desordenaba...
-Fue la última vez, vieja hijueputa- le grité con la dulce y
delicada palabra aprendida de ella.
Y fue porque cuando yo digo basta es basta.
Pero después me arrepentí de haberme rebajado tanto, hasta
su bajeza (Vallejo. 2001).
En La virgen de lo sicarios esta diatriba también es frecuente mucho más que en las novelas que constituyen El río del tiempodebido a que los amantes de Fernando viven en las comunas y las
madres de estos sicarios son tan prolíficas como la del narrador de El
desabarrancadero.
Uno de las rasgos que mejor caracteriza a lo sicarios y a las
personas con menos recursos económicos es la necesidad de
aferrarse a la fe para, a través de ésta, hacer más llevadera la vida:
Un tropel entre un carrerío llenaba el pueblo. Era la
peregrinación de los martes, devota, insulsa, mentirosa. Venían
a pedir favores. ¿Por qué esta manía de pedir y pedir? Yo no
soy de aquí. me avergüenzo de esta raza limosnera... Entre la
multitud anodina de viejos y viejas busqué a los muchachos, los
sicarios, y en efecto, pululaban (Vallejo.1994: 17).
Los pobres de Medellín se reproducen "como las ratas" en las
comunas y luego bajan a arrasar la ciudad:
¡Pero miren qué hacinamiento! millón y medio en las comunas
de Medellín, encaramados en las laderas de las montañas
como las cabras, y reproduciéndose como las ratas. Después
se vuelcan sobre el centro de la ciudad y Sabaneta... y por
donde pasan arrasan. "Acaban hasta con el nido de la perra"
como decía mi abuela (Vallejo. 1994: 60).
De la misma manera que los habitantes de las comunas reproducen
la pobreza, se encargan de reproducir también la violencia:
Cada comuna está dividida en varios barrios, y cada barrio
repartido en varias bandas: cinco, diez, quince muchachos que
forman una jauría que por donde orina nadie pasa...
perdiéndonos en el laberinto de los callejones y de los odios...
los rencores y los ajustes de cuentas que se heredan de padres
a hijos y se pasan de hermanos a hermanos como el
sarampión... La lucha implacable es a muerte, esta guerra no
deja heridos porque después se nos vuelven culebras. No señor
(Vallejo. 1994: 67).
Fernando Vallejo considera que la violencia se ha acrecentado "por
la rabia de la población. Por tanto carro, tanta gente, tanta rabia, que
les va subiendo de grado en grado la temperatura a las ciudades"
(Vallejo. 2002: 1). Propone dos alternativas para mejorar las
condiciones de vida: "o nos ponemos a matar en bloque, más a
conciencia, no de a veinte o treinta; o dejamos de reproducirnos.
Porque ya no cabemos. Y cuando las ratas no caben porque están
muy apretadas, unas con otras se matan (Vallejo. 2002: 1).
Bibliografía
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Alfaguara. 1994, 2000.
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Primera edición: París: Éditions du Seuil. 1992.
__________ Sociología y cultura. México: Grijalbo. 1990. Primera
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México: Fondo de Cultura Económica. 1987.
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Caracas: Biblioteca Ayacucho. 1978.
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- nov. 2000.
Pacheco, Carlos. La comarca oral. Caracas: La Casa de Bello.
1992.
Rama. Angel. Transculturación narrativa en América Latina. México:
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Vallejo, Fernando. El desbarrancadero. Bogotá: Alfaguara. 2001.
___________ "Los difíciles caminos de la esperanza". Fotografías:
retratos con bestia de Jorge Mario Múnera. En
www.revistanumero.com. 2002
___________ La virgen de los sicarios. Bogotá: Alfaguara. 1994,
2002.
Notas:
* Profesional en Estudios Literarios, Universidad Nacional de
Colombia; Magister en Literatura Hispanoamericana, Instituto
Caro y Cuervo; Profesora Universidad Central.
[1] La distribución de los bienes materiales y culturales en realidad
no es equitativa en ninguna parte y, mucho menos en las
sociedades capitalistas: "El mercado de bienes simbólicos
incluye, básicamente, tres modos de producción: burgués,
medio y popular. Estos modos de producción cultural se
diferencian por la composición de sus públicos (burgués/clases
medias/populares), por la naturaleza de las obras producidas
(obras de arte/bienes de consumo masivo) y por las ideologías
político-esteticas que los expresan (aristocratismo
esteticista/ascetismo y pretensión/pragmatismo funcional). Pero
los tres sistemas coexisten dentro de la misma sociedad
capitalista, porque ésta ha organizado la distribución (desigual)
de todos los bienes materiales y simbólicos. Dicha unidad se
manifiesta, entre otros hechos, en que los mismos bienes son,
en muchos casos, consumidos por distintas clases sociales. La
diferencia se establece entonces, más que en los bienes que
cada clase apropia, en el modo de usarlos" (Néstor García
Canclini, en la introducción a Sociología y cultura. Pierre
Bourdieu. 1990: 22)
[2] "El amor homosexual ha sido un tópico difícil para la literatura
hispanoamericana contemporánea, principalmente por la
impericia de los autores al tratar el tema... La mayoría se
conforma con un erotismo repetitivo y solemne, o bien una farse
melodramática que, a estas alturas, ya ni siquiera nos hace
sonreir.
Fernando Vallejo evita ambos escollos obrando con
eminencia intelectual: su novela no es erótica sino tanática. Su
campo de batalla es la mente, no la piel...
Por lo que atañe a las probables escenas de erotismo
homosexual, éstas han sido suprimidas sistemáticamente,
como si el narrador no quisiera que su presencia negara o
atemperara la perspectiva de que el mundo... fue y será una
porquería. De tal suerte, la homosexualidad aparece en La
virgen de los sicarios como una actitud moral de los personajes.
También como un recurso estilístico, un potente catalizador de
la misantropía y el horror ante la capacidad de engendrar"
(Herbert. 2001: 2).
[3] En fragmentos como este las palabras del narrador van
dirigidas al lector extranjero como explicación o ilustración y al
colombiano como reproche.
© Elsy Rosas Crespo 2003
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de
Madrid
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