Los mismos discos, una y otra vez

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La gaceta
9 de septiembre de 2013
FÁBRICA DE SONIDOS
ÉDGAR CORONA
Los mismos discos,
una y otra vez
D
emasiada oferta relacionada con
la música nueva y volvemos a los
mismos discos de siempre. ¿Le
parece una situación conocida?
Es recurrente que pese a lo último o novedoso en esta materia, los discos que han
permanecido en nuestra fonoteca guarden
un lugar especial en nuestra memoria, en
nuestra experiencia de vida y, claro está, en
nuestro gusto personal. Para muchos esto
puede significar una situación puramente
melancólica (tal vez así lo sea), pero también no se puede negar que en este acto,
el de volver a los viejos discos, encontremos la clave o el sentido de las cosas con
las que convivimos diariamente. A final de
cuentas, la música tiene esa facultad de
conducirnos a través del tiempo.
Con lo anterior no pretendo decir que las
personas deban colocar una barrera con el
propósito de desconectarse por completo de
lo que sucede en la actualidad, por el contrario, toda persona, o para
ser más precisos, todo
melómano sabe que es
necesario estar atento
a lo que gira en
su entorno, a la
música que
presume
ser vanguardista (si es que el término todavía significa algo). La reflexión gira en torno
a cómo esa música que guardamos, y que
recuperamos como una necesidad, prevalece en nuestras vidas, por lo menos hasta que
los recuerdos sean suficientemente fuertes.
Para el melómano escuchar álbumes pertenecientes a su colección privada es todo
un rito. Los melómanos somos compulsivos
frente al acto de programar en la tornamesa o
en cualquier dispositivo algún disco o discos
que nos recuerde historias personales. Aunque esto es una cuestión romántica, me atrevo
a decir que es lo que sucede en la mayoría de
los casos. En ese rito suceden infinidad de situaciones que van hacia distintas direcciones.
Pero, ¿cómo es que consigue engancharse la música que está fuera de nuestra fonoteca a nuestras vidas? La fórmula parece
sencilla: compra música nueva y obtén experiencias nuevas. Sin embargo, más que
simple consumo, debe ocurrir una atracción, casi de pareja, para que esa nueva música consiga seducirnos. En ocasiones esa
unión simplemente ocurre porque sí, digamos como un acto irracional, y en otras, porque alcanza a tocar otro tipo de fibras más
complejas. Música que seguramente pasará
a ese lugar especial y que, como una espiral,
nos hará regresar a ella, aunque la moda o
las tendencias sean exigentes.
Recuerdo a personajes como Rob Fleming, de la novela alta fidelidad, del escritor británico Nick Hornby. Un tipo que está
a punto de llegar a los cuarenta años y posee una tienda de discos antiguos en
el norte de Londres que, como bien
especifica el libro, “es una tienda
entre cutre y chic, donde sólo
vende la música que le gusta
a él”. Y con mayor exigencia,
Fleming sólo vende vinilos,
aunque su negocio esté destinado a un público de serios
coleccionistas.
Es conveniente que de vez
en cuando volteemos hacia esa
fonoteca y dejemos salir muchas de las cosas que tenemos
siempre junto a nosotros. No
se trata sólo de mirar al pasado y decir que lo anterior
fue mucho mejor, es exclusivamente un ejercicio que
nos permite entender más,
como un espejo, quiénes
somos a través de la música y su magia. \
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