la nueva opción fundamental de los cristianos

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GIULIO GIRARDI
LA NUEVA OPCIÓN FUNDAMENTAL DE LOS
CRISTIANOS
La nuova scelta fondamentale dei cristiani, Convegno nazionale dei cristiani per il
socialismo, Il Regno 17 (1973) 481-91
Esta asamblea1 pretende ser la expresión del hecho colectivo de la existencia de grupos
cristianos revolucionarios, minoritarios, pero presentes siempre que está presente el
cristianismo. Esto es significativo política y religiosamente. Políticamente, porque al
orientación a la izquierda de los cristianos puede ser un factor decisivo para el porvenir
de los países de mayoría cristiana y por tanto de tendencia derechista. Religiosamente,
porque este cambio político constituye la base de una renovación global, también del
cristianismo.
La novedad es importante por su relación con la realidad del proceso revolucionario; es
la novedad de un mundo totalmente en gestación. Nos encontramos en una época de
transición sin precedentes por la aceleración del ritmo y por la profundidad de los
cambios. El problema del cristianismo está inserto en el centro de este movimiento
dialéctico. ¿Pertenece al mundo agonizante o al naciente?
La presencia de cristianos, y en cuanto cristianos, en la edificación del socialismo en
todo el mundo, es un signo que produce confianza en el porvenir del mundo y del
cristianismo mismo; es una señal de que éste pertenece tanto al mundo agonizante como
al naciente. La inserción de los cristianos en esta transición histórica anuncia la
transición de la historia del mismo cristianismo.
La pregunta a la que debemos intentar dar respuesta se refiere a la dirección que debe
seguir este movimiento de los cristianos a favor del socialismo. La validez de la
respuesta dependerá de si nace de una lúcida conciencia del significado de nuestra
opción de "cristianos por el socialismo" y del cambio que representa en la historia del
cristianismo.
Pero una elección socialista de los cristianos ¿no implica una nueva confusión de
política y religión, de signo contrario al hasta ahora reinante? ¿No deberíamos separar
de una vez la fe y lo temporal? ¿No estamos reduciendo la fe a una política concreta,
con lo que reconocemos que el cristianismo ya no tiene nada específico que aportar al
mundo de hoy? Además surge el problema de cómo coordinar los cristianos que
condividen tal opción, teniendo en cuenta que se trata de militantes dentro de
organismos políticos y religiosos ya existentes. ¿Qué podemos hacer específicamente
cristiano que no lo hagan otras organizaciones ya existentes?
Como se ve, tenemos planteados unos cuantos interrogantes que constituirán el telón de
fondo de todo el discurso que seguirá y que tendrá tres momentos: Toma de conciencia
de la contradicción en que viven los cristianos por el socialismo. Alterna tiva perseguida
en la opción. Perspectivas de acción.
Ante todo, es necesario concretar de algún modo de qué socialismo se trata. Es difícil,
pues hay muchos modos de entender el socialismo. Con todo, es posible hacer una
descripción aproximativa del socialismo hacia el que tendemos en formas diversas: sería
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un proceso de transformación global de la sociedad capitalista por medio de la lucha de
las clases populares, con la finalidad de quebrar las relaciones de dominación opresora y
de crear una sociedad en la que el pueblo sea sujeto de su historia. Así pues, están
excluidos aquellos proyectos, denominados a veces socialistas, de humanizar el
capitalismo. También aquellas concepciones que buscan el socialismo mediante una
estrategia interclasista, así como aquellas para las que el socialismo es una mera
alternativa económica al capitalismo, que no implica una transformación global.
Es verdad que entre los que hemos optado por el socialismo se da una gran variedad de
estrategias, de tácticas, e incluso de objetivos. Esta variedad es importante y constituye
una de las dificultades para nuestra eventual acción futura. Ya hablaremos luego de
esto. Vamos a analizar ahora lo común en esta opción socialista de los cristianos.
CRISTIANOS POR EL SOCIALISMO: UNA OPCION CONTRADICTORIA
Lo primero que llama la atención es que el cristiano que opta por el socialismo en su
sentido global choca constantemente con la resistencia del cristianismo histórico,
aunque es verdad que tras el último Concilio la contradicción se ha ido atenuando: ya no
se ha renovado la condena del comunismo ni se ha reafirmado el derecho divino- natural
de la propiedad privada, por ejemplo. La Populorum Progressio critica el liberalismo
absoluto. La Octogesima Adveniens reconoce, aunque con cautela, la legitimidad de la
opción socialista de los cristianos. Una delegación católica, en un reciente encuentro
con la iglesia ortodoxa, reconoce valores evangélicos en el camino hacia el socialismo.
El delegado de la Santa Sede en la organización internacional del trabajo reconoce los
valores humanos del modelo de desarrollo chino. La diplomacia vaticana tiende a
relacionarse con los estados socialistas. Varias conferencias episcopales ven con buenos
ojos la opción socialista. En todo el mundo, los movimientos cristianos oficiales se
pronuncian a favor del socialismo, y en muchos países se constituyen movimientos
cristianos a favor del socialismo. Todos estos hechos y otros son señal de que se está
cambiando.
Pero no quiere decir que ya se haya adquirido una situación pluralista con opciones
políticas legítimas dentro de una misma fe. De hecho, las opciones socialistas de los
movimientos de base encuentran normalmente gran resistencia de parte de la jerarquía.
Uno debe confesar que la apertura de algunos documentos tiene, las más de las veces,
tono de concesión y no de reconocimiento. Atacan algunas desviaciones del
capitalismo, pero no sus principios estructurales. En cuanto a la política de concordatos
o alianzas con los estados socialistas, no se trata en realidad de algo nuevo: está dentro
de la tradición eclesiástica de aliarse a la larga con quien ha conquistado el poder, a
pesar de haberle puesto antes mil dificultades. En consecuencia, la existencia de una
minoría de cristianos que optan por el socialismo no excluye el carácter antisocialista y
contrarrevolucionario del cristianismo dominante. En este sentido, recordaremos en
primer lugar una serie de hechos para buscar luego su lógica interna.
1) Tomas de posición directamente políticas
La doctrina social cristiana. Se opone al socialismo. Rechaza como maniqueo su
análisis de clases de la sociedad capitalista. En nombre del derecho natural de la
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propiedad privada, en nombre de una cierta concepción del pecado original y en nombre
de la primacía de la persona sobre la sociedad, excluye la alternativa socialista de una
sociedad sin clases. La doctrina social cristiana se opone finalmente a la estrategia de la
lucha de clases, incompatible, según ella, con el amor cristiano y con el respeto a la
autoridad. Además son incontables las condenaciones, incluida la excomunión, del
socialismo y del comunismo por parte de los papas hasta Pío XII. De aquí que las
guerras anticomunistas hayan tomado tonos de cruzadas religiosas. Internacionalmente
la doctrina social cristiana ha justificado y casi apoyado el colonialismo, en nombre de
la civilización occidental cristiana. Ese cristianismo tiende a presentarse como una
tercera vía entre el liberalismo y el socialismo, cuando en realidad viene a ser un intento
de construir un capitalismo de rostro humano, conciliable fácilmente con los regímenes
fascistas en cuanto éstos son considerados baluartes contra el comunismo.
Las instituciones temporales cristianas. Son necesarias dada la existencia de una
doctrina social cristiana específica. Contribuyen a realizar la unidad política de los
católicos, de signo antisocialista, y quedan encuadradas en los partidos cristianos. Son
centros de poder ideológico, político y económico, a los que están sujetas las
motivaciones religiosas. En cuanto a la escuela confesional actual, no se distingue de la
del estado burgués, como no sea en su mayor relación cultural y económica con la
burguesía y en su aparato represivo que es más eficiente.
El comportamiento política de la Iglesia oficial. La Iglesia misma es la más importante
de las instituciones temporales cristianas. Es verdad que no solo es esto. Pero también lo
es. En la Iglesia católica es claro ya que la misma persona es cabeza religiosa y jefe de
estado. Tiene dos tipos de relación cualitativamente distinta: religiosa y políticodiplomática. Las relaciones diplomáticas de la Iglesia, especialmente los concordatos,
significan una cierta alianza con los estados reconocidos, y de hecho una oposición a los
movimientos revolucionarios de dichos países. Esto es especialmente trágico cuando se
trata de regímenes fascistas o colonialistas. El realismo político demostrado por la
Iglesia al reconocer regímenes tan diversos tiene como criterio más la defensa propia
que la de los derechos humanos. En consecuencia, la Iglesia controla la fuerza
contestataria del mensaje evangélico, en aras de la salvaguarda de las relaciones
diplomáticas. Se da, pues, una solidaridad del poder eclesiástico con los poderes
económicos y políticos. Dicha solidaridad queda expresada no solo en los
reconocimientos explícitos o en la presencia simbólica al lado de las autoridades, sino
también en los silencios ante la injusticia, la tortura y el despotismo, y en el silencio
habitual al presentar la Iglesia un evangelio no interpelador. La retirada de misioneros
en algún país, por la imposibilidad de anunciar el evangelio, pone en tela de juicio la
cualidad del evangelio predicado por quienes permanecen sin problemas. El último
ejemplo trágico del oportunismo eclesiástico estaría en la actitud, al parecer, de espera
de la jerarquía chilena ante el salvaje golpe de estado que se avecinaba.
Relación Iglesia y gran capital. Entre los aspectos del comportamiento de la Iglesia
oficial ante el poder, son importantes sus vínculos con el gran capital, sea por las
riquezas de todo tipo que poseen el Vaticano y otros estamentos e instituciones
eclesiales, sea por la solidaridad nacida de los legados hechos por los grandes
poseedores. La opinión pública tiene la impresión de que los ambientes eclesiásticos
tienen algo que esconder, como los grandes capitalistas, dada su resistencia a publicar
sus balances económicos.
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La mentalidad cristiana dominante. Sería erróneo pensar que toda esta orientación
política de la Iglesia proviene solo de las autoridades. En realidad, es la mentalidad
dominante de los cristianos, la "moderada", la anticomunista, la no deseosa de
renovación, la alienadora de los partidos de centro.
2) Dimensión política del hecho religioso
La misma presencia religiosa de la Iglesia ya tiene una dimensión política quizás más
importante hoy que las tomas de posición políticas reseñadas antes. Es una presencia
oculta que le permite perdurar a pesar de los cambios. Los cristianos hoy no quieren
indicaciones políticas de parte de la jerarquía y ésta afirma el carácter apolítico,
trascendente, escatológico, del mensaje evangélico. Y, sin embargo, se está haciendo
política con solo la presencia religiosa. ¿Cómo?
El autoritarismo. La organización eclesial se basa en relaciones autoritarias,
absolutistas. Esto contribuye a confirmar el carácter divino de las jerarquías sociales y a
crear el hombre dócil y dominable. Hoy la Iglesia, tras haberse resistido, defiende la
democracia. Pero no es fácil creer en la seriedad de esta defensa, ya que sigue siendo
antidemocrática en sus estructuras y mentalidad. Tenemos ejemplos frecuentes en las
acusaciones ante tribunales eclesiásticos en las que el acusado, teólogo o no, no goza
siquiera de las garantías y derechos concedidos por los tribunales civiles a los
delincuentes comunes. Estos hechos religiosos, por llamarlos de algún modo, son
también hechos políticos reaccionarios. La Iglesia, al criticar los regímenes totalitarios,
olvida que su vida interna está regida por principios totalitarios. La pregunta es si estos
principios inhumanos se convierten en divinos, por el mero hecho de ser usados por la
Iglesia. Toda la vida de la Iglesia, no solo su aspecto jurídico, está llena de
autoritarismo. En el fondo, las estructuras de participación postconciliares confirman la
resistencia de la Iglesia oficial a toda democratización y su desconfianza ante el pueblo
de Dios.
El interclasismo. La Iglesia cree que puede, y debe, trascender cualquier división social.
La fe, el origen y el destino unifican, según ella, a hombres de cualquier pueblo y
condición. Esta concepción tiene un claro significado político interclasista. El opresor y
el oprimido forman parte de una misma comunidad; se enmascara el conflicto objetivo.
De este modo, la unidad religiosa ejerce una función ideológica integrante. Lo mismo
ocurre con la evangelización misionera y la colonización. El colonizado pasa a formar
parte de una comunidad ideal cristiana, pero en la que depende del colonizador. Y es
irónico que el colonialismo político y económico, problema gravísimo hoy, tenga vigor
precisamente entre pueblos que forman parte de la misma comunidad cristiana. Otro
tanto se puede decir del movimiento ecuménico oficial, que habla de unificación
religiosa de las iglesias, pero que esconde una relació n estructural de dominación
opresora.
La moral católica. Concebida como adhesión obediente a una ley natural, se convierte
en una escuela de obediencia y respeto a la autoridad. Lo peor es que se da al mismo
mensaje religioso una dimensión política conservadora. Ciertas concepciones sobre la
creación, el pecado, la esperanza, la providencia, la salvación de Cristo, etc, contribuyen
a poner la vida y la liberación cristianas como alternativas a la liberación política,
fomentando así la docilidad y resignació n.
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Todos estos hechos enumerados son producto de la experiencia de los militantes
cristianos que chocan continuamente con estas resistencias a su labor revolucionaria.
Tienen, pues, una experiencia cristiana de contradicción. Esta contradicción se agudiza
en cuanto estos hechos no son ocasionales, sino que revelan una lógica y una intención
profundas, fruto de unas opciones fundamentales. Vamos a intentar descubrirlas.
La lógica de los hechos enumerados proviene de un triple fundamento.
1) Fundamento político
Para comprender cómo el cristianismo, fundado por un perseguido y ajusticiado, ha
llegado a ser una religión integradora, debemos remontarnos al cambio de la época de
Constantino, que separó la historia de la Iglesia en dos: la era constantiniana y la
preconstantiniana. Pero ¿qué es la era constantiniana?
Será útil remontarnos al Vaticano II, caracterizado por muchos como el fin de la era
constantiniana. Dicha caracterización parece hoy optimista, visto el tipo de restauración
postconciliar existente y lo mucho que queda por caminar. Pero no por eso deja de ser
significativa. Hablar de fin de la era constantiniana significa reconocer que existe, o al
menos ha existido, una cierta continuidad en el interior de la multiplicidad de
acontecimientos y sistemas sociales sucedidos en la historia de la Iglesia, desde
Constantino hasta nuestros días, continuidad marcada por el cambio constantiniano.
Pero ¿en qué consiste este cambio?
Está fechado a comienzos del siglo IV, cuando el edicto de Constantino. Por dicho
edicto, el cristianismo deja de ser considerado una amenaza, es legitimado y se prepara
para convertirse en religión del Estado. La importancia de este acontecimiento es
decisiva. Se trata del reconocimiento mutuo de la Iglesia y el Estado, de la legitimación
de la Iglesia por parte del régimen, y de éste por parte de la Iglesia. Es el primer
concordato de la historia. En él se legitima un régimen clasista y se reconoce el derecho
del más fuerte, aceptando la división estructural de la sociedad en pobres y ricos,
dirigentes y dependientes, opresores y oprimidos. Todo el mundo reconoce la
importancia de este acontecimiento que supone la reconciliación del evangelio con el
poder temporal, aunque cada uno le da una valoración distinta.
Lo cierto es que el cristianismo entero estará marcado en adelante por este hecho. La
biblia perderá su valor contestatario y contribuirá a la legitimación del régimen. Será
leída desde el punto de vista del poder. La fe y la teología serán expresadas en las
categorías de la cultura dominante, que se hará así necesaria para todo cristiano. En
consecuencia, la labor civilizadora cristiana irá encaminada a humanizar el sistema . y
no a discutirlo. La cruz dejará de ser germen de persecución y muerte, y se convertirá en
factor de integración y de victoria.
Resumiendo, la aceptación por parte de la Iglesia de la situación constantiniana
implicará una elección de la clase dominante. Se establece una solidaridad con muchas
consecuencias entre el primado de Dios y el de la clase dominante. En la esfera
religiosa, la adhesión al orden constituido supone una reinterpretación del mensaje de
Cristo, según la cual la institución estaría sobre el carisma, la autoridad sobre la
comunidad, la ortodoxia sobre la verdad. Una vez en el poder, el cris tianismo empieza a
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asemejarse. a la religión combatida por Cristo y a adoptar los métodos represivos de los
que había sido víctima Cristo. Se convierte en perseguidor y se apoya más sobre la
verdad del poder que sobre el poder de la verdad.
No intento reducir la historia del cristianismo a la de la lucha de clases: la experiencia
cristiana es irreductible a nada. Pero realmente la lucha de clases explica algunas líneas
fundamentales de tendencia que marcan la historia entera. Tampoco quiero ignorar los
fermentos revolucionarios de minorías cristianas. Pero su mismo carácter minoritario,
marginal y semiherético, es una prueba de la línea mayoritaria, dominante y ortodoxa,
que ha eliminado este fermento.
Tampoco se trata de poner en duda la mucha autenticidad y generosidad humanocristiana que ha animado la acción sacrificada de gran número de personas, a pesar de
encontrarse dentro de la estructura eclesial. Por esto el cristiano revolucionario, a pesar
de lo mucho que tiene que criticar de la estructura cristiana, puede sentirse solidario y
creer en el testimonio vivo del Cristo vivo.
Tampoco sería honrado falsear el sentido de este análisis de un fenómeno objetivo de
naturaleza política, reduciéndolo a un discurso moral y religioso, aunque es cierto que
una opción política así tiene implicaciones morales y religiosas. No pretendo cualificar
moralmente la alianza de la Iglesia con el poder. Solo trato de ver si, prescindiendo de
las intenciones de los particulares, se ha verificado y si ha señalado el conjunto de la
vida cristiana.
Pero ¿es lícito juzgar con categorías actuales una opción de otra época?, ¿era posible
esperar la actitud contestataria actual en la conciencia antigua y medieval?
En primer lugar, debemos juzgar con nuestras categorías actuales la situación actual.
Pero el problema está. en que estas categorías solo son actuales para una minoría
cristiana y son rechazadas por la mayoría. El problema no es de actualidad, sino de
punto de vista de clase. Si se dice que el cristianismo del pasado debe ser juzgado con
las categorías del pasado, uno puede referirse a las categorías de la clase dominante o a
las de la clase oprimida. Es "explicable" que el cristianismo haya adoptado las de la
cultura dominante. Pero sería minusvalorar la potencialidad innovadora del cristianismo
el afirmar que no podía obrar de otro modo. Se le hace un triste favor al cristianismo
intentando defenderlo así.
A pesar de todas estas precisiones, nuestro análisis podrá parecer demasiado ligero.
Deberíamos analizar cada uno de los conceptos fundamentales, pero no es posible. En
todo caso, el problema no está en la mayor o menor precisión, sino en las opciones que
este análisis supone e impone.
2) Fundamento antropológico
La opción de la clase dominante, arriba descrita, es global. Persigue un proyecto de
sociedad que implica un proyecto de hombre. Es una opción política, la del hombre de
orden.
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El hombre de orden concibe su realización como adhesión a una ley coincidente con los
valores dominantes en la sociedad, emanados de la voluntad de Dios. Su actitud
fundamental es, por lo tanto, la docilidad a la ley, actitud que le lleva a sacrificar toda
aspiración que entre en conflicto con la ley, incluida la libertad. Ésta es considerada un
medio ordenado hacia los valores objetivos; y la afirmación del primado de la libertad
es interpretada como un deseo de libertinaje y como el rechazo de toda obligación
moral.
La docilidad a la ley implica un respeto incondicionado a la autoridad que la representa.
Según esta concepción, ley y autoridad se identifican. Por esto el hombre de orden
prefiere regímenes dictatoriales y desconfía de la masa popular, tachada de inculta y sin
juicio. Se llega de este modo a concebir las relaciones interpersonales en términos
jerárquicos. El hombre de orden exige a sus prójimos una actitud de sumisión como la
que él tiene respecto a sus superiores. Se unen entonces autoritarismo y servilismo. El
modelo relacional es el del niño con sus padres en la sociedad patriarcal.
El hombre de orden necesita normas claras para su conducta, verdades definitivas para
sus convicciones, instituciones válidas para su vida. Confía en lo probado por el tiempo,
no acepta los riesgos de la renovación, que para él es una aventura. Considera
subversiva cualquier problematización del orden establecido, problematización que le
angustia, le quita seguridad. Se defiende afirmando la autoridad y la verdad. Busca un
apoyo externo incluso para su propio pensamiento; la autoridad, más que la evidencia,
es la que le convence. Las ideas dominantes de su sociedad serán sus ideas. Así pues,
autoritarismo y conservadurismo van juntos.
El hombre de orden se identifica con su grupo al que considera el centro del universo.
Sólo se preocupa de salvar la identidad de su grupo al que exclusiviza. Es propenso al
sectarismo racista y nacionalista. Pero en el fondo lo que intenta es colocarse a sí mismo
como centro del mundo. Quiere dominar a los demás. El autoritarismo, pues, es
esencialmente egocéntrico.
Sin embargo, todo esto ocurre de un modo inconsciente, ya que la estructura autoritaria
es en gran parte inconsciente. En el fondo se da una contradicción entre lo consciente y
lo inconsciente, entre el modo de creerse el sujeto y el modo de existir en la realidad. La
personalidad autoritaria nunca se ve como tal. Hay, pues, una gran afinidad entre la
estructura de la personalidad autoritaria y la de la sociedad autoritaria. No es
sorprendente, ya que se da un gran condicionamiento mutuo.
3) Fundamento teológico
La elección de clase de la que hemos hablado no se expresa en términos puramente
políticos. Está continuamente disfrazada con un lenguaje religioso. Esta presencia oculta
de la dimensión política es común a la religión y a toda forma de ideología. No es que
trate de reducir una vez más la religión a ideología. Lo que ocurre es que en la religión
siempre se da una dimensión ideológica. Por tanto, es necesario analizar el hecho
religioso a la luz de una teoría de la ideología.
Este análisis es delicado, pues es propio de la ideología, religiosa o no, el ignorar la
intención política objetiva que la atraviesa. Se trata de que el creyente analice su iglesia
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sabiendo que dicho análisis será rechazado por la oficialidad y por la mayoría,
precisamente porque es un análisis que se refiere a las dimensiones inconscientes de la
realidad.
Ahora bien, el principio religioso que está a la base de la opción de la clase dominante y
del hombre de orden es el del primado de lo espiritual sobre lo temporal. ¿Qué significa
esto? ¿Cómo se articula esta opción teológica con las opciones política y antropológica?
Es lo que vamos a ver ahora.
Este primado de lo espiritual significa que la vocación del hombre está en su relación
con Dios y solo se realizará en la otra vida. El deber del hombre consiste en servir a
Dios en esta vid a y gozar de Él en la otra. Todas las otras actividades en relación a los
otros hombres están subordinadas a su vocación fundamental: no son válidas por sí
mismas, son medios para el fin espiritual.
En último término, esta primacía de lo espiritual es consecuencia del primado de Dios
sobre el hombre: lo temporal está subordinado a lo espiritual, como el hombre a Dios.
Este principio comporta implicaciones que han marcado toda la espiritualidad cristiana
de tipo monástico: sacrificio de todos los valores a lo único necesario. De aquí se sigue
la subordinación del poder temporal al espiritual.
Es verdad que la secularización ha llevado a los cristianos a renunciar a muchas
consecuencias de estos principios mencionados. Pero no se ha llegado todavía a
cuestiona r los principios mismos. Con lo cual, éstos vuelven a tener vigencia en varias
cuestiones actuales. Señalo algunas.
El primado de lo espiritual lleva consigo la autonomía y la trascendencia de lo
espiritual: la vida temporal no es más que el lugar de la acción libre de Dios. De aquí
surge la resistencia a someter la vida cristiana, la Iglesia y la teología, a un análisis
científico, y de aquí el no querer reconocer una esencial dimensión política, clasista, a
las actividades espirituales de la Iglesia. En una palabra, el primado de lo espiritual lleva
consigo un espiritualismo histórico, incompatible con una lectura materialista de la
historia.
Primado de lo espiritual significa también que lo espiritual tiene una función normativa
de lo temporal. Según esto, el cristiano tiene una solución específica, que es juez y
correctivo de las conclusiones de la investigación humana. De aquí la afirmación de una
política cristiana, tercera vía entre liberalismo y socialismo.
Pero ¿qué relación hay entre esta opción teológica y las opciones política y
antropológica, arriba tratadas?
En la secularización, el hombre descubre que no hay soluciones específicamente
cristianas. Los pronunciamientos cristianos sobre cualquier problema temporal no
suponen una contribución específica, sino que son una elección de la solución humana
que en cada momento parece más coherente con el evangelio, y éste es interpretado
dependientemente de las opciones antropológicas y políticas del lector. Por eso, la
lectura del evangelio a la luz de la cultura dominante ha llevado a una doctrina social
que sacraliza el orden constituido y justifica teológicamente la concepción liberal de la
sociedad. En consecuencia, lo espiritual, normativo de lo temporal, no es autónomo,
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sino que depende de las opciones temporales; no es neutral, sino que está penetrado por
la cultura dominante.
La defensa del primado de Dios se convierte entonces, inconscientemente, en la defensa
del primado de la clase dominante. Se llega a instrumentalizar lo espiritual, y así el Dios
que destrona a los poderosos y exalta a los humildes se convierte en el Dios que
sostiene a los poderosos en el trono y que justifica el sacrificio de los humildes. Dios,
anunciador de liberación, es usado para inducir a renunciar a dicha liberación. El
crucificado por subversivo se convierte en el garante del orden y de la ley que le han
condenado.
Éstos son los fundamentos de esa orientación cristiana. Vemos su coherencia y al
mismo tiempo la profunda contradicción que se le presenta al revolucionario cristiano.
Tal contradicción ha llevado al abandono de la Iglesia y de la fe misma a muchos
militantes a los que el cristianismo se les presenta como una alternativa a la revolución
socialista. Pero hoy surgen muchos cristianos que creen poder y deber afirmar la
legitimidad de la opción socialista en el mundo cristiano y viceversa. Pero si la unión
entre el cristianismo dominante y el capitalismo es tan profunda como hemos visto, esta
nueva opción socialista debe comportar un modo nuevo de vivir y pensarla fe. Vamos a
ver ahora el sentido de esta nueva opción.
CRISTIANOS POR EL SOCIALISMO: UNA OPCION CREATIVA
Los creyentes que rechazan el modelo dominante son clasificados como contestatarios,
críticos, etc. Tales caracterizaciones son negativas. Debemos poner de relieve la
posibilidad de esta nueva presencia cristiana. Crea algo nuevo que es fruto de esta nueva
experiencia de fe militante. Es difícil describir este cristianismo alternativo que inspira
la acción de tantos militantes, ya que se trata de un proceso viviente más que de un
sistema hecho. Solo voy a ilustrar las nuevas opciones fundamentales que están en el
origen de este movimiento.
1) Una nueva opción antropológica
Toda la actuación de Cristo estuvo dominada por un conflicto fundamental: el que le
puso en contra de los hombres de la ley, cuya religiosidad ritualista era instrumento de
dominación del otro, ya que poner al hombre bajo la ley es en realidad ponerlo bajo el
hombre de la ley. Cristo, comprensivo con los llamados pecadores, es implacable con
los profesionales de la virtud, los escribas y fariseos. A la religión ritualista, a la
esclavitud, a las observancias exteriores, opone la adoración espiritual y verdadera del
Padre, la amistad, la verdad interior, el amor, la libertad. Es una lucha mortal entre dos
concepciones de la religión.
Los observantes son coherentes, defienden su poder creyendo defender los intereses de
Dios, toman la ley como norma única. El seductor, el blasfemador, el que va contra la
ley debe morir. Dios es condenado en nombre de la ley de Dios. La ortodoxia condena a
la verdad, la religión mata a Dios.
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Según los primeros cristianos, la muerte de Cristo fue organizada por los tutores de la
religión y la ley, ayudados por el brazo secular, como reacción ante una predicación de
un tipo nuevo y subversivo de hombre y de religiosidad. La muerte de Cristo marca la
victoria, provisional, de la ley. Pero la Resurrección anuncia la victoria de la libertad y
el amor. Esta victoria tampoco es definitiva, pues los hombres de la ley continúan su
batalla en la Iglesia de Cristo. Consiguen victorias parciales al transformar el evangelio
en un código, Jesús en un legislador, la Iglesia en una institución ordenada. Todo esto
explica la lucha secular entre la religiosidad creativa y la estática, y la continuación de
la lucha por la liberación, entablada ya por Cristo contra la ortodoxia.
Ahora bien, en el fondo se está luchando por dos proyectos de hombre: el del orden
legislado y el del amor en libertad. Cristo vino a defender al hombre libre, pues solo
éste puede vivir la religión de la libertad. Esta exigencia de libertad es la que funda la
nueva opción fundamental de los cristianos de hoy.
Pero ¿qué quiere decir hombre libre? En oposición al hombre de orden, el libre quiere
hacer de su vida un proyecto inédito, afirma que la libertad no está normada más que
por la libertad relacionada con la libertad de los otros y de la colectividad y realizada en
el amor, considera que la autoridad externa y la sumisión del hombre al hombre son
fruto de la inmadurez colectiva y personal y que es una tarea del hombre la
transformación de estas estructuras psicológicas y sociales en una relación personal de
amor.
Por lo tanto, la liberación personal y colectiva es el criterio de si se está actuando bien o
mal moralmente. Es necesario eliminar las estructuras que vayan en contra de la
liberación o las ideas que justifiquen cualquier tipo de esclavitud. Esta primacía de la
tarea liberadora puede parecer a los hombres de la ley un camino hacia el libertinaje y la
vida instintiva. En realidad, la liberación es una tarea muy exigente por la entrega total
que requiere a causa tan difícil y llena de resistencias, por los riesgos constantes de todo
orden, por la inseguridad al no tener una vía claramente trazada.
Pero las resistencias a esta tarea no son solo de orden social. Nacen de la profundidad de
la conciencia y del inconsciente del hombre, ya que éste no es espontáneamente libre. El
hombre lucha entre dos deseos: el de libertad y el de seguridad. La libertad se le
presenta como un riesgo. En realidad, el hombre debe liberarse de la esclavitud y del
placer de ser esclavo: debe descubrir el placer de la libertad. Como ejemplo tenemos-a
Moisés, que para liberar al pueblo debió luchar no sólo contra las dificultades del
desierto, sino sobre todo contra la nostalgia de los israelitas por la seguridad de Egipto.
2) Una nueva opción política
La nueva opción política de los cristianos lleva en sí su propia justificación. Es
coherente con la inspiración originaria del evangelio. En éste, los cristianos de hoy
redescubren la centralidad del mandamiento del amor (nuevo, único, resumen de todo,
señal y criterio de autenticidad), amor que no es puramente espiritual, sino material e
histórico (dar de comer, vestir, etc ), amor que no es neutral, sino discriminatorio
(amenaza a los ricos con la perdición y anuncia a los pobres la liberación), amor no
platónico, sino exigente (pide dar la vida por los demás). Pero cuando el amor cristiano
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descubre hoy la miseria, el hambre, la injusticia, la opresión, etc, se convierte en
protesta y revuelta. No se puede conformar con que unos vivan y otros no.
Y se produce un salto cualitativo en la conciencia del hombre de hoy cuando descubre
que la injusticia y la miseria están enraizados en las leyes estructurales del capitalismo,
sistema que la doctrina social cristiana avala y con cuya cultura el cristianismo está tan
compenetrado. Los creyentes intuyen que hay una incompatibilidad entre cristianismo y
capitalismo, que debe darse una alternativa global. Descubre entonces el amor cristiano
que su condición de posibilidad de ser una fuerza histórica y liberadora, según el deseo
de Cristo, está en una opción revolucionaria. Ve en la teoría de la revolución del
marxismo, tomada crítica y creativamente, un buen hilo conductor en la lectura de la
historia. Encuentra en los movimientos marxistas fuerzas organizadas en busca de tal
proyecto de hacer un hombre libre.
No se trata aquí de identificar "opción de los pobres" y participación de la lucha
proletaria, sino de comprender que tal opción solo será históricamente operante si se
alinea con las clases que en la lucha social representan los intereses de los pobres.
3) Una nueva opción teológica. El primado de lo temporal
Pero ¿qué significado tienen estas nuevas opciones en relación al mensaje
específicamente religioso del cristianismo? ¿ C ó m o considerar cristianas opciones que
son comunes a otros hombres acristianos e incluso ateos y que separan a unos cristianos
de otros?
La respuesta dependerá de la cuestión de las relaciones entre lo temporal y lo espiritual.
¿Se puede expresar en la tesis del primado de lo temporal sobre lo espiritual?2 .
¿Qué significa esta tesis?
Significa, en primer lugar, el reconocimiento de la autonomía de los valores profanos y
de la racionalidad de la esfera política. Implica el abandono de la pretensión de
especificidad cristiana en el terreno temporal y político, la denuncia como reaccio naria
de cualquier tercera vía entre liberalismo y socialismo, la denuncia de la unidad política
de los cristianos y de las instituciones que la expresan.
Pero no es solo cuestión de autonomía de lo temporal, sino de primacía. ¿Qué significa
esta afirmació n tan paradójica para un cristiano?
Significa simplemente que en la interpretación de la historia, en la interacción de
factores profanos y religiosos es reconocido un influjo más fundamental a los profanos,
es decir a los económicos. Significa aplicar un análisis de clase a la misma realidad
cristiana. Significa reconocer que la verdad religiosa debe ser juzgada a la luz de la
verdad humana y que si se da contradicción entre determinado mensaje religioso y las
conclusiones de una auténtica búsqueda humana se debe considerar a aquél como
producto de la cultura de otra época o clase y no como proveniente de Dios. No es una
pretensión de infalibilidad de la verdad humana, sino un reconocimiento de que se debe
pasar por la falible verdad humana para interpretar la verdad religiosa.
GIULIO GIRARDI
Esto va unido a la primacía de los valores humanos. La autenticidad de un discurso
religioso dependerá de si el hombre adopta como criterio el respeto a los valores
profanos fundamentales. En particular, lo que contradiga o sea obstáculo, en la verdad
religiosa y en la vida cristiana, a las exigencias de liberación humana, es claro que no
proviene de Dios.
Este principio comporta consecuencias incalculables. Es la clave de una nueva lectura
de la biblia, desde el punto de vista de los pobres y de las clases que son expresión de
los mismos. Abre á los cristianos un gran campo de investigación teológica. Es una
relectura de la biblia que devuelve a los pobres lo que les pertenece.
Significa también este principio que los valores profanos deben ser buscados por sí
mismos y no solo en orden a la evangelización, que son los objetivos prioritarios más
urgentes que deben ser pretendidos, incluso donde no se den las condiciones aptas para
la evangelización. Quizá leyendo con atención el evangelio se puede descubrir el
germen de este secularismo. La insistencia en la primacía del amor humano, material,
como nuclear del cristianismo ¿no es una clara afirmación de lo temporal?
Tal descubrimiento plantea otra vez el problema de la especificidad cristiana. Existen
valores esencialmente cristianos (el amor, la liberación) que no son específicamente
cristianos, sino humanos. Esta puesta al revés de perspectiva explica el que muchos
cristianos hoy se sientan atraídos por los valores temporales y políticos, en menoscabo a
veces de lo específico cristiano. Pero a partir de esta superación de la falsa originalidad
cristiana es posible el redescubrimiento del significado de ésta. El militante la descubre
en el fondo de su compromiso revolucionario, que es el lugar de nuevos interrogantes,
el lugar de una nueva esperanza que coloca los proyectos y los hechos humanos en el
proyecto más amplio y definitivo de Dios.
CRISTIANOS POR EL SOCIALISMO: PERSPECTIVAS DE ACCION
A la luz de esta opción fundamental, debemos ahora intentar definir el sentido de
nuestro movimiento. Como se desprende del análisis hecho, no pretendemos fundar un
nuevo partido o iglesia. No un nuevo partido, ya que nuestras opciones políticas se dan
en el terreno profano y prescinden de las diverge ncias confesionales. No una nueva
iglesia, ya que nuestras opciones políticas, a pesar de las dificultades institucionales,
pueden ser vividas, creemos, en conformidad con la inspiración originaria del
cristianismo.
Queremos, en cambio, afirmar la presencia de hecho y de derecho de la opción
socialista en el mundo cristiano, y de la opción cristiana en el mundo socialista.
La presencia de la opción socialista en el mundo cristiano. Vivida hasta ahora a nivel
reducido, creemos que puede ser proclamada a nivel colectivo. Queremos tomar
conciencia de esta realidad y tomar fuerzas para seguir el proceso. Esta proclamación
supone la ruptura de la unidad política de los católicos y de la alianza entre cristianismo
y clase dominante. No se trata de una simple afirmación de legitimidad, sino de una
mayor coherencia del proyecto socialista con las exigencias cristianas. No reconocemos
simplemente un lugar entre otros en la Iglesia para las clases populares, sino que
proclamamos una relación preferencial para ellas por parte del cristianismo originario.
GIULIO GIRARDI
La presencia de la opción cristiana en el mundo socialista. Éste era considerado hasta
ahora solidario del ateísmo. En adelante, pretendemos no un simple diálogo entre dos
grupos opuestos, no una alianza táctica, sino una participación plena en un proyecto
común.
Se abandona la pretensión de especificidad cristiana y se sigue viviendo en la propia
carne la historia reaccionaria del cristianismo. Pero los cristianos, llenos del nuevo
espíritu son conscientes de que contribuyen seriamente en la empresa común.
Esta nueva presencia masiva en la construcción del socialismo plantea nuevos
problemas y pone en tela de juicio la tradicional alianza entre revolución y ateísmo.
Impone a las organizaciones revolucionarias de izquierdas el repensar sus teorías
susceptibles de ser practicadas en el tradicional contexto ateo o en un nuevo contexto
religioso.
Nuestra participación cristiana significa también asegurar una presencia activa y
dinamizante del cristianismo en la sociedad del ma ñana; presencia asegurada no por
alianzas de poder, sino por la creación de condiciones objetivas de libertad, y por lo
tanto también de libertad de adhesión a Cristo.
Esta proclamación que acabo de hacer es importante, pero lo es más todavía el que nos
encontremos en el punto de partida de una búsqueda y una acción futura, cuyos
objetivos serán los problemas políticos implicados en el hecho religioso y los problemas
religiosos nacidos de la situación y. compromiso político.
De cara a esta acción futura político-religiosa, querría ahora indicar algunas exigencias
que, según mi opinión, deberían en la coyuntura actual inspirar cualquier orientación
hacia la práctica.
Deberíamos afirmar la importancia de la acción organizada, ya no espontánea, de los
cristianos. Deberíamos buscar alternativas más positivas a este movimiento,
caracterizado hasta ahora por el aspecto negativo de la contestación y el desacuerdo.
Deberíamos afirmar la importancia de una presencia más masiva de trabajadores en
nuestros grupos, dominados hasta ahora por intelectuales y burgueses, y la importancia
de una articulación orgánica mayor entre las luchas específicamente cristianas y las de
los trabajadores. Deberíamos afirmar la importancia del diálogo con la masa de
cristianos trabajadores, frenada hasta ahora por la ideología cristiana. Deberíamos
afirmar la importancia de una investigación científica que ayude a salir de la fase de
intuición y aproximación hasta ahora vigente; investigación que debe ir unida a la praxis
de lucha obrera. Deberíamos desarrollar las dimensiones internacionales de la lucha y
los objetivos comunes, contraponiendo a la ambigua diplomacia eclesiástica la
presencia cristiana revolucionaria. Finalmente, y esto lo digo a modo de hipótesis,
deberíamos contribuir a replantear el problema de la unidad de la izquierda, ya que la
derecha se está organizando internacionalmente. Es necesario intentar llegar a una
acción unitaria de las organizaciones. Pero esto no quiere decir que nuestra común
calificación de cristianos vaya a restar importancia a las divergencias en el interior de la
izquierda. Es licito formular la hipótesis de que los cristianos de la izquierda pueden
delimitar objetivos comunes que les permitan llevar una acción unitaria y crear un
nuevo espacio de diálo go. Pero esta hipótesis debe ser verificada en la práctica.
GIULIO GIRARDI
Concluyo: Deberíamos señalar algunos objetivos precisos y algunas indicaciones
organizativas que permitan en el futuro inmediato hacer operativas estas orientaciones.
Tales tareas inmediatas, sin embargo, reciben su significado de la perspectiva a largo
plazo de llegar a crear una sociedad en que por fin sea posible para todos el ser de
verdad hombres y en la que el mensaje cristiano sea realizable en su totalidad.
Notas:
1
Como indicamos antes, el texto del autor constituye la ponencia tenida en el I Congreso
de Cristianos por el Socialismo, en Bolonia, 1973 (N. de la R.).
2
Esta afirmación de la primacía de lo temporal sobre lo espiritual se le ha criticado al
autor como destructora y reductora de lo específicamente cristiano, y fue muy discutida
en el Congreso de CPS de Nápoles. Ayudará al lector tener en cuenta que el P. Girardi
no parece hablar de un primado ontológico, sino gnoseológico o de verificabilidad. En
este sentido, su afirmación puede aproximarse a ciertos textos bíblicos: la biblia no dice
que quien conoce a Dios ya conoce al hombre, pero sí que posibilita la afirmación
contraria (Jn 14,8; Mt 25,31ss); ni dice que quien ama a Dios ya ama al hombre, pero sí
que sugiere lo contrario (Un 4,7.8.20.21). El fundamento de esta inversión de primacías
es precisamente la incapacidad del hombre para disponer de lo espiritual: a Dios nadie
le ha visto nunca (Jn 1,18; Un 4,12).. El propio Girardi matizó así su pensamiento en
otra ocasión: «No es que la verdad humana juzgue a la verdad divina. Esto sería
blasfemo en la medida en que signifique que no es Dios quien juzga a los hombres, sino
que los hombres juzgan a Dios. En realidad es siempre el hombre que se juzga a sí
mismo, o que juzga a los hombres o a algo que le es propuesto como palabra de Dios. Y
para juzgar de eso no tiene otros criterios que los del análisis humano más honesto y
riguroso posible» (Idoc, 15.9.73 p. 40). Cfr. también lo que se dice sobre este punto en
la conclusión de este número de SELECCIONES DE TEOLOGIA (N. de la R.).
Tradujo y condensó: RAFAEL DE SIVATTE
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