Introducción al libro del Apocalipsis.

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Apocalipsis (Intr.)
La palabra «apocalipsis» es la transcripción de un término griego que significa
revelación; todo apocalipsis supone, pues, una revelación hecha por Dios a los
hombres de cosas ocultas y sólo por él conocidas, en especial de cosas
referentes al futuro. Es difícil deslindar exactamente las fronteras que separan al
género apocalíptico del profético, del que en cierto modo no es más que una
prolongación; pero, mientras que los antiguos profetas escuchaban las
revelaciones divinas y las transmitían oralmente, el autor de un apocalipsis
recibe sus revelaciones en forma de visiones que consigna en un libro. Por otra
parte, tales visiones no tienen valor por sí mismas, sino por el simbolismo que
encierran; porque en un apocalipsis todo o casi todo tiene valor simbólico: los
números, las cosas, las partes del cuerpo y hasta los personajes que salen a
escena. Cuando el vidente describe una visión, traduce en símbolos las ideas
que Dios le sugiere, y entonces acumula cosas, colores, números simbólicos, sin
preocuparse de la incoherencia de los efectos obtenidos. Es, pues, necesario
para entenderle, hacerse cargo de sus procedimientos y traducir de nuevo en
ideas los símbolos que propone, so pena de falsear el sentido de su mensaje.
Los apocalipsis tuvieron gran éxito en algunos ambientes judíos (incluso entre
los esenios de Qumrán) en los dos siglos que precedieron a la venida de Cristo.
El género apocalíptico, preparado ya por las visiones de profetas como Ezequiel
o Zacarías, se desarrolló en la obra de Daniel y en numerosas obras apócrifas
escritas en las inmediaciones de la era cristiana. El Nuevo Testamento
únicamente ha mantenido en su canon un Apocalipsis, cuyo autor se llama a sí
mismo Juan, 1 9, desterrado, en el momento en el que escribe en la isla de
Patmos, por su fe en Cristo. Una tradición representada ya por San Justino y
ampliamente difundida a fines del siglo II (San Ireneo, Clemente de Alejandría,
Tertuliano, el Canon de Muratori), le identifica con el apóstol Juan, el autor del
cuarto Evangelio. Pero no parece que las iglesias de Siria, Capadocia y aun de
Palestina hayan incluido el Apocalipsis en el canon de las Escrituras hasta el
siglo V, prueba de que no lo consideraban como obra de un apóstol; un tal
Cayo, sacerdote romano de comienzos del siglo III, llegó a atribuirlo al hereje
Cerinto, pero sin duda por razones polémicas. Por otra parte, si bien el
Apocalipsis de Juan presenta un parentesco innegable con los demás escritos
joánicos, también se distingue netamente de ellos por su lenguaje, por su estilo
y por algunos puntos de vista teológicos (referentes especialmente a la Parusía
de Cristo), hasta el punto de que es difícil asegurar que proceda
inmediatamente del mismo autor. A pesar de todo, su inspiración es joánica, y
está escrito por alguno del círculo del apóstol e impregnado de su enseñanza.
No se puede dudar de su canonicidad. En cuanto a la fecha, se admite
ordinariamente que fue compuesto durante el reinado de Domiciano, hacia el
95; algunos, y no sin alguna probabilidad, creen que ciertas partes fueron
redactadas ya en tiempo de Nerón, poco antes del 70.
Sea que optemos por el tiempo de Domiciano, o por el de Nerón, es
indispensable, para comprender debidamente el Apocalipsis, volver a situarlo en
el ambiente histórico que le vio nacer: un período de perturbaciones y
persecuciones violentas contra la Iglesia naciente. Porque, al igual que los
apocalipsis que le precedieron (especialmente el de Daniel) y en los que se
inspira manifiestamente, es ante todo un escrito de circunstancias, destinado a
levantar y afianzar la moral de los cristianos, escandalizados sin duda de que se
pudiera desencadenar una persecución tan violenta contra la Iglesia del que
había afirmado: «Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo», Jn 16 33. Para
realizar su plan, Juan vuelve sobre los grandes temas proféticos tradicionales,
especialmente el del «Gran Día de Yahvé» (ver Am 5 18 +): los profetas
anunciaban al Pueblo santo, esclavo bajo el yugo de los asirios, de los caldeos y
luego de los griegos, dispersado y casi destruido por la persecución, el día
cercano de la salvación, en que Dios vendría a liberar a su Pueblo de manos de
sus opresores, devolviéndole no sólo la libertad, sino también poderío y dominio
sobre sus enemigos, a su vez castigados y casi destruidos. Cuando Juan
escribía, la Iglesia, el nuevo Pueblo elegido, acababa de ser diezmada por una
sangrienta persecución, 13; 6 10-11; 16 6; 17 6, desencadenada por Roma
y el imperio romano (la Bestia), pero a instigación de Satanás, 12; 13 2-4, el
Adversario por excelencia de Cristo y de su Pueblo. Una visión inicial describe la
majestad de Dios que reina en el cielo, dueño absoluto de los destinos humanos,
4, y que entrega al Cordero el libro que contiene el decreto de exterminio de los
perseguidores, 5; la visión prosigue con el anuncio de una invasión de pueblos
bárbaros (los partos), con su tradicional cortejo de males: guerra, hambre y
peste, 6. Pero los fieles de Dios serán preservados, 7 1-8; ver 14 1-5, en
espera de gozar del triunfo en el cielo, 7 9-17; ver 15 1-5. Sin embargo,
Dios, que quiere la salvación de los pecadores, no va a destruirlos
inmediatamente, sino que les enviará una serie de plagas para prevenirles,
como lo había hecho con Faraón y los egipcios, 8-9; ver 16. Esfuerzo inútil: a
causa de su endurecimiento, Dios destruirá a los impíos perseguidores, 17, que
trataban de corromper la tierra induciéndola a adorar a Satanás (alusión al culto
de los emperadores de la Roma pagana); siguen una lamentación sobre
Babilonia (Roma) destruida, 18, y cantos triunfales en el cielo, 19 1-10. Una
nueva visión vuelve sobre el tema de la destrucción de la Bestia (la Roma
perseguidora), esta vez realizada por Cristo glorioso, 19 11-21. Entonces se
abre un período de prosperidad para la Iglesia, 20 1-6, que terminará con un
nuevo asalto de Satanás contra ella, 20 7s, la destrucción del Enemigo, la
resurrección de los muertos y su Juicio, 20 11-15, y finalmente el
establecimiento definitivo del Reino celeste, en el gozo perfecto, después de
haber sido aniquilada la muerte, 21 1-8. Una visión retrospectiva describe el
estado de perfección de la nueva Jerusalén durante su reinado sobre la tierra,
21 9s.
Esta es la interpretación histórica del Apocalipsis, su sentido primero y
fundamental. Pero el alcance del libro no se detiene aquí; porque su visión de la
historia depende de valores eternos sobre los que puede apoyarse la fe de los
fieles de todos los tiempos. Ya en el Antiguo Testamento, la confianza del Pueblo
santo estaba fundada en la promesa de Dios de permanecer «con su Pueblo»,
ver Ex 25 8 +, presencia que significaba protección sobre los enemigos para
llevar a cabo la salvación. También ahora, y de una manera mucho más
perfecta, está Dios con su nuevo Pueblo, que ha unido consigo en la persona de
su Hijo, Emmanuel (Dios con nosotros); y la Iglesia vive de esta promesa de
Cristo resucitado: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo», Mt 28 20. Siendo así, nada tienen que temer los fieles; aunque
por algún tiempo tengan que sufrir por el nombre de Cristo, en definitiva serán
vencedores de Satanás y de todas su maquinaciones.
Estructura del Apocalipsis
El libro en su estado actual presenta dos partes netamente diferenciadas: la
parte exhortatoria, 1-3, y la parte profética, 4-22. En la presente edición
adoptamos la siguiente disposición: Prólogo, 1 1-3.
I. Cartas a las iglesias de Asia, 1 4 -3 22.
II. Las visiones proféticas, 3 1 - 22 15.1. Los preliminares del «Gran Día de
Yahvé», 4 1 - 16 21.2.El castigo de Babilonia, 17 1 -19, 10.3. Exterminio
de las naciones paganas, 19 11 - 20 15.4. La Jerusalén futura, 21 1 - 22
15.
Epílogo, 22 16-21.
Muchos autores dividen la parte de las visiones proféticas, c. 4-22, en dos
grandes secciones. En la primera, 4-11, tras la visión del Trono de Dios, 4, y la
visión del Cordero, 5, tendríamos dos septenarios: los sellos, 6-7, con el
intermedio de la visión de los elegidos y la muchedumbre inmensa, y las
trompetas, 8-11, con la culminación de la visión del librito abierto y de los dos
testigos, 11. Esta sección de los c. 6-11 estaría dominada por la imaginería del
Día de Yahvé y por la actualización de las plagas de Egipto y la invitación a la
conversión. El c. 11 prepararía la transición a la parte siguiente.
La segunda sección de la parte profética, 12-22, tiene como visión inicial el gran
signo de la Mujer y el Dragón, 12.Esta visión, inspirada en Gn 3 15 (lucha de
la Mujer y su descendencia contra el Dragón y la suya), determina la sucesión
de los acontecimientos del drama: Las bestias perseguidoras de la Iglesia, 13, y
el Cordero, 14, se enfrentan. La prevalencia de la impronta del libro de Daniel,
especialmente la visión del c. 7 sobre las Bestias y el Hijo del hombre,
determina toda la sección de los c. 13 1-20 10. Las secciones de los anuncios
angélicos, la siega y la vendimia, 14, anuncian el Fin. El septenario de las copas
actualiza las plagas de Egipto contra el trono de la Bestia, 16. Los c. 17-18
representan el mismo enfrentamiento con la imagen de Babilonia-Roma.
Las dos representaciones del combate escatológico con el intermedio del
milenio, 19 11 - 10 10, contienen la victoria de Dios y su Mesías sobre las
Bestias y el Dragón. El juicio universal, 20 11-15, termina la historia, y la
visión de la Jerusalén celeste inaugura la consumación, 21 1 - 22 15.
En esta descripción de la disposición del libro aparece ya indicado el tema
dominante del libro, su estructura profunda, que consiste en la proclamación del
Reinado de Dios y de su Cristo, 11 15.17; 12 10, y el consiguiente juicio de
Satán, 12 10; 20 2.10, y de los poderes hostiles, 19 20-21; 20 9.
El Apocalipsis como culminación de la Biblia: El cumplimiento mesiánico
escatológico El libro del Apocalipsis está lleno de referencias al Antiguo
Testamento (más de 800 en la edición de Nestle-Aland). Nuestra traducción
ofrece en este sentido un inmenso repertorio entre las citas directas, impresas
en letra cursiva, y las referencias que van en las notas y en los paralelos
marginales.
El autor recurre a los principales textos mesiánico-escatológicos del Antiguo
Testamento, tal y como eran actualizados en la sinagoga, y los presenta
cumplidos en Cristo. Recordemos brevemente algunos: la bendición de Judá (Gn
49 9-10), el oráculo de Balaán (Nm 24 17), la figura del Rey mesiánico (Sal
2), las visiones de la Nueva Jerusalén (Is 61-62), la figura del Hijo del hombre
(Dn 7). A la vez utiliza toda la imaginería bíblica para expresar el castigo divino.
Así recurre a las plagas de Egipto (Ex 7-11), las imágenes de los castigos
anunciados para el Día de Yahvé como las langostas (Jl 1-3), las profecías sobre
Gog de Magog (Ez 38-39), los poemas sobre la caída de los tiranos, v.gr., Tiro
(Ez 27-28), Babilonia (Is 46-47; Jr 50).
Este abundante recurso al Antiguo Testamento está ordenado por el autor a
expresar el cumplimiento de las promesas divinas.
El agente del cumplimiento es el Dios Todopoderoso, 1 8; 4 8; 11 17; 15
3; 16 7; 16 14; 19 6; 19 15; 21 22. Junto al término «Todopoderoso» y
a veces ligado al mismo, encontramos el nombre divino «El que es, el que era y
el que va a venir», 1 4.8; 4 8. Esta denominación es una actualización del
Nombre divino «Yo soy» de Ex 3 14, con la mediación targúmica, y pone
también de relieve que Dios va a intervenir definitivamente en la consumación
de la historia.
Jesucristo es el realizador del designio divino. Es el Hijo de Dios, 2 18, el
Mesías lleno del Espíritu, 3 1, que tiene la llave de David, 3 7, el León de Judá
y Retoño de David, 5 5; ver 22 16, el Amén, el Testigo fiel, 3 14; ver 1 4.
Él es el Príncipe de los reyes de la tierra, 1 4, que ha lavado los pecados con su
sangre y ha constituido un pueblo sacerdotal, 1 5-6; 5 10. Él es el Cordero a
quien se entregan los destinos de la historia, 5, la Palabra de Dios, 19 13, que
actúa en el combate escatológico, 19 11-16. Es el Rey de reyes y Señor de
señores, 19 16; ver 17 14. Es el Esposo, 19 9; 21 2.9. El Apocalipsis
presenta también a Jesucristo con rasgos divinos en la visión del Hijo del
hombre, 1 13ss, en que se le aplican el título «El Primero y el Último», 1 17;
2 8, título que se aplicaba a Dios en Is 44 6; 48 12. Asimismo la
participación del Cordero en el Trono divino y la adoración que le tributan los
Ancianos y los Vivientes, 5 8-14, indican este carácter divino.
La fe cristiana trinitaria está presente también en la mención del Espíritu, tanto
en el saludo inicial, 1 4, como en el mensaje a las iglesias, 2 7.11.17.29; 3
6.13.22; asimismo en otras proclamaciones, 14 13; 22 17.
El cumplimiento mesiánico escatológico se realiza en la comunidad de redimidos
que es la Iglesia, pueblo regio y sacerdotal, 1 5-6; 5 9-10. La Iglesia está
representada en la Mujer victoriosa del Dragón, 12. Es una comunidad de fe,
esperanza, caridad y servicio, 2 19, participa en el poder mesiánico de Cristo,
2 26-29, es una comunidad de testimonio, 11 1ss, está formada por el resto
de Israel y una muchedumbre inmensa, 7 1ss, es la Novia, la Nueva Jerusalén,
21-22.
El cumplimiento mesiánico-escatológico implica la derrota de las fuerzas hostiles y la victoria de los elegidos en la Jerusalén celestial, que como hemos
dicho, es el contenido de la parte profética del Apocalipsis.
Incitamos al lector a dejarse ganar por el conjunto de imágenes, complicado,
pero poderoso, con que el autor ha revestido su mensaje de certeza y
esperanza. El sacrificio del Cordero ha obtenido la victoria postrera y, sean
cuales fueren los males que la Iglesia de Cristo padezca, no puede dudar de la
fidelidad de Dios hasta el momento en que venga el Señor, «pronto», 1 1; 22
20. El Apocalipsis es la gran epopeya de la esperanza cristiana, el canto de
triunfo de la Iglesia perseguida.
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