Filosofía - CIIE-R10

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ESPACIO CURRICULAR
FILOSOFÍA
Modalidades: Humanidades y Ciencias Sociales; Ciencias Naturales;
Comunicación, Arte y Diseño; Economía y Gestión de las Organizaciones
Lic. Yamile Socolovsky
Índice
1.
2.
3.
(1)
(2)
(3)
(4)
(1)
(2)
(1)
(2)
(3)
(4)
4.
5.
6.
7.
Presentación de la serie documentos......................................................... 2
Introducción.............................................................................................. 4
Desarrollo................................................................................................ ..4
I. ¿Qué es la filosofía?................................................................................... ..4
II. Aprender Filosofía, aprender a filosofar..................................................... 5
Sócrates: mayéutica, reminiscencia y diálogo............................................5
Descartes: el método ................................................................................. 6
Kant: la filosofía y el filosofar................................................................... 8
El aprendizaje filosófico.......................................................................... ...9
III. Consecuencias didácticas.......................................................................... 10
Los paradigmas de la enseñanza de la filosofía....................................... 10
La enseñanza filosófica de la filosofía: el enfoque crítico................... ....12
IV. Los contenidos en la enseñanza de la filosofía.......................................... 13
Conceptos, procedimientos y actitudes..................................................... 13
La selección de los contenidos.................................................................. 14
Los problemas filosóficos.......................................................................... 16
La historia de la filosofía........................................................................... 16
V. Una propuesta de integración...................................................................... 18
Actividades................................................................................................. 21
La evaluación............................................................................................. 22
A modo de cierre....................................................................................... 24
Bibliografía................................................................................................ 25
1
1. Presentación de la serie de documentos de apoyo curricular
Este es el primero de una serie de cinco documentos de apoyo, elaborados con el fin de
realizar un aporte a la tarea de los docentes a cargo del espacio curricular previsto para
la enseñanza de la filosofía en el Nivel Polimodal de la provincia de Buenos Aires.
Para cumplir con dicha finalidad, se pretende mediante estos materiales abordar los
núcleos problemáticos centrales que configuran el Diseño Curricular propuesto, y así
ofrecer a los profesores responsables de este espacio algunas consideraciones teóricas
relativas a las cuestiones seleccionadas, como también ciertas sugerencias que permitan
adecuar el planteo didáctico en el tratamiento de estos temas al enfoque global que
sustentamos para la enseñanza de la filosofía.
De acuerdo con dicho enfoque, ningún diseño previo podría sustituir el rol activo que
compete al docente en la elaboración concreta de los lineamientos que definirán su tarea
en el aula. Al contrario, se insiste aquí en la necesidad de reconocer al profesor que
enseña filosofía la capacidad y responsabilidad de llevar adelante su práctica docente de
una manera reflexiva, crítica y creativa.
De modo que estos serán documentos de trabajo; no hay en ellos recetas, mandatos, ni
respuestas definitivas, sino una contribución al proceso permanente de reflexión sobre
aquello que hacemos cuando enseñamos Filosofía.
En síntesis, el contenido de los documentos es el siguiente:
1.
“La concepción de la filosofía como práctica teórica y sus consecuencias
pedagógicas: el enfoque crítico”. En este documento se propone y fundamenta la
adopción de un enfoque de la enseñanza de la filosofía que entiende a la disciplina,
fundamentalmente, como una actividad o práctica teórica, crítica y reflexiva. Se
analizan las consecuencias pedagógicas de diversos enfoques posibles, y se sugieren los
lineamientos generales para un diseño coherente con la perspectiva propuesta: la
selección y organización de los contenidos, las actividades y los criterios de evaluación.
2.
“El problema del conocimiento”. La reflexión filosófica sobre el problema del
conocimiento se plantea a los jóvenes como una primera instancia auto-reflexiva,
relativa a la actividad misma que se pretende desarrollar en clase, a partir de la cual es
posible promover una consideración de las diferencias entre las creencias y saberes en
general y aquello que denominamos en sentido propio conocimiento. En el marco de la
problemática gnoseológica, las discusiones relativas al estátus diferencial de la ciencia
pasan a un primer plano en la época contemporánea, en la cual el conocimiento
científico ha adquirido una posición hegemónica en el conjunto de los saberes. El
documento procura señalar algunos lineamientos para un abordaje crítico de estos
temas, de acuerdo con una modalidad histórico-problemática.
3.
“Problemas de ética y política”. El tratamiento de un capítulo de temas de ética
en la escuela se ve favorecido por el grado en que los interrogantes que plantea pueden
resultar inmediatamente significativos para los estudiantes, en tanto es un hecho que
todos – de un modo u otro – establecemos juicios éticos, tanto sobre las acciones ajenas
como sobre las propias. Sin embargo, en la medida en que la clase de Filosofía se
propone como un ámbito facilitador de un proceso de reflexión crítica, es necesario
superar en ella el nivel del mero intercambio de puntos de vista previamente
constituidos, y hallar el modo en que los aportes de las teorías filosóficas existentes
pueden enriquecer el debate y las deliberaciones sobre estos temas. De modo similar, a
2
partir del análisis de algunos conceptos que forman parte del discurso político común
contemporáneo, así como de los dispositivos institucionales establecidos y de los
procesos en curso, es posible recuperar y examinar las formulaciones teórico-políticas
que les han dado sustento o han promovido su crítica, ampliando a la teoría y la
actividad filosófica, mediante dicho recurso, la comprensión del fenómeno en cuestión.
4.
“El hombre y su entorno: sociedad, historia, cultura”. El diseño propone
abordar los problemas que suscita la reflexión sobre la condición humana en el marco
de una consideración del contexto social, histórico y cultural en el que dicha reflexión
puede configurarse, en tanto no nos pensamos a nosotros mismos abstractamente, sino
como condicionados por un entorno del que nos asumimos también de un modo u otro
como constructores. Proponiendo como punto de partida algunos problemas ligados a la
existencia humana en las condiciones contemporáneas, el documento revisa el modo en
que la filosofía ha debatido algunos conceptos y perspectivas en torno de la sociedad, la
historia y la cultura, para sugerir una serie de coordenadas a partir de las cuales podría
desplegarse y llevarse a cabo un análisis crítico de esta trama compleja de relaciones.
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Documento de Apoyo Curricular 1
La concepción de la filosofía como práctica teórica y sus consecuencias
pedagógicas: El enfoque crítico
2. Introducción
La pregunta por su propio estátus acompaña a la filosofía desde los orígenes. Un repaso
por la historia del pensamiento exhibiría a la filosofía como práctica teórica autoreflexiva, que necesita continuamente dar respuesta a la cuestión de su propia identidad,
exigida de definir de alguna manera sus límites y su relación con el conjunto de los
saberes. Si repasáramos las respuestas que se han dado a la pregunta de ¿qué es la
filosofía? a lo largo de la historia, nos encontraríamos con una diversidad aparentemente
irreductible. Sin embargo, la reflexión teórica insiste en hallar algo que persiste y
recorre la multiplicidad, y que tal vez no sea otra cosa que una misma actividad: la
indagación, la crítica, el análisis, la fundamentación.
Entendemos a la filosofía como una práctica teórica, una actividad reflexiva que trabaja
sobre materiales conceptuales, procedentes del sentido común, de la cultura, de la
ciencia de la época y de la época misma. La filosofía no puede reconocerse a sí misma
en un cuerpo acabado de conocimientos, enunciados o definiciones.
Esta cuestión resulta decisiva para abordar con claridad los problemas de la enseñanza
de la filosofía. De ella depende la respuesta que pueda darse a otra pregunta: ¿en qué
consiste enseñar / aprender filosofía?, y a todo un conjunto de cuestiones derivadas,
relativas a los objetivos y métodos de enseñanza, la evaluación, la situación aúlica, las
estrategias, etc. Porque entendemos que la pregunta ¿qué es la filosofía? no puede
contestarse sin asumir – no siempre de manera consciente – un enfoque filosófico
determinado, y que existe siempre algún grado de correspondencia o adecuación entre
este enfoque y el modo en que se proponga la enseñanza de la disciplina.
De la respuesta que demos a la pregunta ¿qué es la filosofía? dependerá nuestro modo
de entender en qué consiste enseñarla.
Si pretendemos llevar a cabo una práctica pedagógica consciente de su propósito,
tendremos que preguntarnos antes: ¿puede enseñarse la filosofía? Y, luego, ¿en qué
consiste el aprendizaje que esta enseñanza procuraría facilitar?
3.Desarrollo
I. ¿Qué es la filosofía?
Sabemos que esta pregunta es elemental solamente en apariencia, porque no hay
respuesta a ella que no involucre en sí misma una posición filosófica. De manera más o
menos consciente, toda decisión didáctica sobre el área de nuestra competencia implica
un compromiso que el docente debería procurar explicitar tanto como sea posible. Una
práctica docente responsable nos exige permanentemente estar dispuestos a revisar
nuestros propios supuestos. Lograr la mayor claridad posible es fundamental a la hora
de tomar decisiones, para poder ser coherentes, justificarlas y revisarlas.
Como advierten varios de los estudiosos del tema a los que vamos a recurrir en lo que
sigue, la propia práctica docente está marcada fuertemente por lo heredado: no sólo
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aprendemos qué es enseñar filosofía y qué se propone nuestra tarea docente, en buena
medida a partir de los ejemplos que hemos recibido en nuestra propia formación
específica, sino que aprendemos allí y de ese modo qué es la filosofía misma. Es así
que, normalmente, el graduado en Filosofía sabe que hay un conjunto de temas,
problemas, títulos, autores, procedimientos y áreas que constituyen el cuerpo
indiscutido de una disciplina para la que estará habilitado profesionalmente a enseñar.
La falta de reflexión sobre el modo en que tal registro llega a configurarse conduce
frecuentemente a reproducir, en la enseñanza en el nivel medio y en el mismo nivel
superior, tanto los modelos pedagógicos como la apreciación de la disciplina y sus
límites que al graduado le han tocado en suerte en su propia formación.
Si no es posible evitar el compromiso con alguna perspectiva filosófica ¿cómo enseñar
Filosofía sin caer en alguna forma de dogmatismo? El problema no parece resolverse
apelando a una selección suficientemente amplia de doctrinas recogidas de la historia de
la filosofía. Ni siquiera bastaría con abordar el dictado de la materia – aún cuando ello
sea una estrategia posible y hasta deseable – comenzando por ofrecer un menú de
definiciones de filosofía provistas por los filósofos. Porque, ¿qué sería, en cualquier
caso, una selección suficiente?, ¿cuál el límite de su amplitud?, ¿a quiénes
reconoceríamos como filósofos, o en qué expresiones estaríamos dispuestos a hallar
definiciones filosóficas?
El problema no es menor, y sin embargo hay una cuestión más fundamental que debe
ser resuelta, y en cuya respuesta esté tal vez la clave para comenzar a destrabar la
dificultad anterior. Ocurre que debemos determinar primero si filosofía es el nombre de
un conjunto de saberes objetivados en sistemas, conjuntos relativamente coherentes de
conceptos, afirmaciones y relaciones de derivación lógica que los articulan, o si, antes y
más fundamentalmente, la filosofía es la actividad de la que eventualmente resultan
estas objetivaciones que hallamos en los textos, los discursos, las tradiciones.
Si entendemos a la filosofía, en primer término, como una actividad, asumiremos lo que
podríamos llamar un primer compromiso antidogmático. La enseñanza de la filosofía no
podrá ya reducirse a la pretensión de transmitir un cuerpo acabado y cerrado de
conceptos identificable con un sistema particular, sino que deberá ser pensada como
proceso que procura facilitar el aprendizaje de una práctica, una práctica teórica. Pero,
¿en qué consiste esta práctica?, ¿cuál es la clase de actividad que llamamos filosofía?,
¿sobre qué materiales trabaja, y qué fin pretende alcanzar?
II. Aprender Filosofía, aprender a filosofar
Los propios filósofos han entendido de diversas maneras en qué consiste aprender
Filosofía, y sus argumentos demuestran que dicha concepción se vincula siempre con la
noción que ellos tienen o han tenido de esta actividad que llamamos filosofar. (Obiols,
1986: pg. 118-121) Veamos algunos ejemplos destacados: Sócrates, Descartes y Kant.
1. Sócrates: mayéutica, reminiscencia y diálogo
“Hasta tal punto me parezco a la partera, que yo mismo no puedo dar a luz sabiduría, y
el reproche usual que se me hace es cierto: a pesar de que yo pregunto a los demás, nada
puedo traer a luz por mí mismo, porque no existe en mí la sabiduría.” (Platón, Teetetos,
150 c)
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La concepción socrática ha constituido un modelo clásico del proceso de enseñanzaaprendizaje, considerado como válido no sólo para la filosofía, sino para cualquier
materia de estudio. La dimensión pedagógica era central y explícita en la actividad que
Sócrates desarrollaba en Atenas y que Platón retrata en sus diálogos. La enseñanza
entendida como mayéutica supone el ejercicio pedagógico como un acompañamiento,
una guía que induce a los jóvenes a seguir un camino que necesariamente debe recorrer
para llegar al conocimiento.
Los alumnos y alumnas no aprenden recibiendo pasivamente las verdades que el
maestro poseería; ellos mismos deben realizar la búsqueda de la respuesta adecuada a
las preguntas que sucesivamente se les formulan. Este modelo pedagógico sostiene una
propuesta de enseñanza basada en el diálogo y guiada por el principio de que el
conocimiento exige poder dar razones de lo que se afirma, y no meramente repetir lo
que otros han dicho. Por ello se la ha vinculado, más recientemente, con el objetivo de
contribuir al desarrollo de capacidades asociadas a la vida en una sociedad democrática.
Sin embargo, esta práctica supone – en la formulación platónica - que existe una
verdad eterna y objetiva a la que podemos acceder a través de la reminiscencia: el
proceso mediante el cual el alma recuerda las verdades que ya ha contemplado en su
tránsito por el reino de las ideas. La reminiscencia es complementaria de este parto de
las ideas que no nacen efectivamente en el sujeto sino que preceden al proceso de
conocimiento y orientan la búsqueda del saber en un sentido único. Sócrates dice que no
existe en él la sabiduría, pero en los diálogos escritos por Platón sus preguntas no
apuntan simplemente a poner en cuestión las afirmaciones no meditadas del sentido
común, sino que trazan una orientación definida a la indagación, guían a los jóvenes por
el camino correcto haciendo como si él lo encontrara por sí mismo.
Es posible advertir, entonces, que una metodología basada en el diálogo bien puede ser
la invitación a recorrer un camino ya trazado; la puesta en escena de una obra de la que
solamente uno de los participantes (el maestro) conoce el final. La clave reside en el
modo en que se entiende tanto al proceso de conocimiento como a la verdad. Si, como
ocurre en la filosofía platónica, la verdad es una propiedad de las ideas eternas a cuya
contemplación procura remontarse el filósofo mediante una actividad puramente
intelectual, el diálogo socrático deja de ser una instancia en la cual se construye o se
busca colectiva (y, en algún sentido, democráticamente) la verdad, para acabar siendo la
simulación que encubre un proceso en el cual quien aprende es conducido por el
maestro, quien ya sabe, hacia una conclusión establecida.
2. Descartes: el método
“[...] nunca llegaremos a ser matemáticos, por mucho que sepamos de memoria todas
las demostraciones de otros, a no ser que también nuestro espíritu sea capaz de resolver
cualquier problema; ni llegaremos a ser filósofos, aunque hayamos leído todos los
razonamientos de Platón y Aristóteles, si no podemos dar un juicio firme sobre las
cuestiones propuestas; pues de este modo parecería que hemos aprendido no ciencias,
sino historias.” (Descartes, 1996: pg. 73-74)
La modernidad trastoca el orden del saber: la revolución cosmológica que descentra el
universo conocido desplazando de la Tierra al Sol el centro orbital del sistema de los
cuerpos celestes, es acompañada en el plano de la fundamentación filosófica por el
sistema cartesiano, que coloca al individuo como sujeto de conocimiento y al sujeto
como lugar de la verdad. Así como la fe, con la Reforma Protestante, se encuentra en la
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relación personal que Dios establece con cada una de sus criaturas, la verdad se halla en
la intuición que surge de la reflexión racional del sujeto sobre sí mismo. Por eso, en las
Reglas para la dirección del espíritu (1528) que exponen el modo en que cada quien
puede llegar al conocimiento de todas las verdades en la medida en que logre emplear
adecuadamente sus facultades – es decir, en tanto siga el método – y evitar el error que
surge del desconocimiento de sus posibilidades y limitaciones- Descartes critica a la
escolástica y su principio de autoridad.
Descartes reconoce el valor que tiene leer los libros de los antiguos, para aprovechar lo
que otros han descubierto y saber cuánto queda aún por descubrir. Pero si no
efectuamos esas lecturas valiéndonos de nuestro propio criterio de juicio, y tomamos a
los autores por autoridades, corremos el riesgo de no advertir sus errores, y de
reproducirlos. El riesgo es grande – nos dice - porque los escritores suelen desplegar
sutiles argumentos para persuadirnos e inducirnos a adscribir a opiniones confusas, y
para ocultar la verdad – que para este filósofo posee la sencillez de lo evidente –
rodeándola de ambigüedades con las que creen acrecentar su importancia. Pero, además,
aunque no emplearan estos recursos retóricos, la diversidad de sus opiniones nos dejaría
aún frente a la necesidad de resolver por nosotros mismos sobre la verdad que ellas
contendrían. La verdad no es una cuestión de votos; si todos estuviesen de acuerdo,
¿cómo saber que no estaban todos igualmente equivocados?
El rechazo al principio de autoridad, lleva consigo la afirmación del propio
entendimiento como único tribunal de la verdad. ¿En qué consistiría, en estos términos,
la enseñanza de la filosofía, entendida como aquella que permitiría o facilitaría a los
jóvenes desarrollar la capacidad de juzgar por sí mismos no solamente sobre la verdad
de los razonamientos de Platón y Aristóteles, sino sobre todas las cuestiones que se les
propusieran? El aprendizaje, en sentido propio, consiste para Descartes en la
comprensión y ejercitación del método; esto es, empleando la terminología actualmente
en uso: no se trata de adquirir el dominio de un conjunto de contenidos conceptuales,
sino de adquirir el manejo de aquellos procedimientos que permiten a cada quien
acceder a la verdad por sí mismo.
Para Descartes, sólo obtenemos conocimiento en sentido estricto mediante una
operación de la razón o entendimiento que denomina intuición. Esta consiste en una
captación inmediata de la verdad efectuada por la razón cuando contempla su propio
contenido: aquellas nociones simples que constituyen el principio de nuestro
conocimiento de todas las cosas. La operación que llama deducción no es otra cosa que
un encadenamiento de intuiciones, tal que permite pasar del conocimiento de lo simple a
las cuestiones complejas. Si, pese a que aquellas nociones constituyen el contenido
innato de nuestra razón, no ocurre que todos conozcamos todo inmediatamente, es
porque se requiere de un método para disponer y emplear adecuadamente nuestras
facultades. Solamente así estará la razón en condiciones de captar su propio contenido,
y estará asegurado el camino (método) hacia la ciencia, el conocimiento de todas las
verdades accesibles a la mente humana.
Pero, advierte Descartes, que no todos los espíritus son naturalmente inclinados a
indagar las cosas por su cuenta. De modo que habría que introducirlos en este camino
gradualmente, a partir del análisis de aquellas artes más sencillas en las que el orden es
manifiesto y que permiten ejercitar al espíritu en su observación. La filosofía, ilustrada
como la raíz del árbol de Porfirio que representa al saber humano, es para Descartes
ciencia de los fundamentos, de las primeras verdades de las que depende nuestro
conocimiento de todo lo demás. Pero no se puede aprender filosofía si no se aplica el
7
propio entendimiento a la relación con esas nociones que el innatismo cartesiano
presupone como contenido invariable de una razón humana universal. De manera tal
que, finalmente, aprender Filosofía es aprender a filosofar.
3. Kant: la filosofía y el filosofar
”Solamente puede aprenderse a filosofar, o sea a ejercitar el talento de la razón en la
observancia de sus principios universales en ciertos intentos existentes, pero
reservándose siempre el derecho de la razón a investigar esos principios en sus propias
fuentes y confirmarlos o rechazarlos.”. (Kant, 1986: pg. 401)
Las reflexiones cartesianas parecen apuntar ya a una perspectiva que Kant desarrollará
en forma más compleja. Es el profesor de Könisberg quien completará la revolución que
termina de entronizar al sujeto ya no solamente como portador de la verdad, sino como
su constructor, al entender que el conocimiento se produce por la síntesis categorial
efectuada por el sujeto cognoscente sobre los materiales que le ofrece la experiencia, y
al rescatar de la crítica empirista la posibilidad de un conocimiento necesario y
universal sobre la base de advertir que hay en nuestro conocimiento de las cosas un
elemento a priori que es, a la vez, subjetivo y universal. La crítica kantiana de la razón
teórica nos lleva a admitir que sólo conocemos aquello que, siendo objeto de nuestra
experiencia, resulta de la actividad sintética del sujeto trascendental. Esto es, que no
conocemos las cosas tal como son en sí mismas, sino tal y como se nos dan en una
experiencia posible. Conocemos el fenómeno; y pretender ir más allá de los límites que
constituyen las condiciones de nuestra propia actividad cognoscitiva (y que son, al
mismo tiempo, las condiciones de posibilidad de los objetos de nuestro conocimiento)
es extraviar la razón.
Según Kant, desde el punto de vista del sujeto, todo conocimiento es o bien histórico
o bien racional. Es histórico si el sujeto lo ha recibido desde fuera, como es el caso de
quien ha aprendido los principios, definiciones y demostraciones de un sistema
filosófico particular. Este conocimiento puede ser objetivamente racional, pero desde el
punto de vista del sujeto es solamente histórico porque no procede de su propia razón.
Es fruto de una actividad imitativa, no productiva. Sólo cuando el conocimiento es
derivado por la propia razón a partir de principios puede ser considerado racional
también subjetivamente. La relación del sujeto con el conocimiento así producido es
diferente, porque procede de las mismas fuentes que la crítica de lo aprendido. Es decir,
que solamente en esta forma, el conocimiento es fruto de la actividad autónoma del
sujeto.
Kant entiende que esta distinción - que permite decir que un conocimiento puede ser
objetivamente racional pero subjetivamente histórico si sólo ha sido aprendido por el
sujeto sobre la base de la imitación y la reproducción, y no derivado a partir de
principios – no vale para el conocimiento matemático, porque en este caso quien enseña
debe necesariamente apelar a principios. La filosofía, en cambio, sí puede ser
transmitida y reproducida de este modo. Es por eso que la matemática puede aprenderse
como conocimiento racional, y la filosofía no; la filosofía no solamente puede
aprenderse históricamente, sino que en verdad sólo puede aprenderse de este modo. Y
“[...] en lo que respecta a la razón, lo más que puede aprenderse es a filosofar.” (Kant,
1986: pg. 400).
La filosofía sólo puede aprenderse históricamente porque – dice Kant - no existe la
filosofía como un sistema acabado de conocimientos. Los sistemas particulares
solamente constituyen intentos, siempre provisionales y sujetos a revisión. Ellos pueden
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ser la materia sobre la cual la propia razón ejercita su uso. El único aprendizaje
racional, no histórico, relativo a la filosofía es el aprendizaje de este ejercicio del uso
libre de la propia razón.
En resumen: para Kant, solamente pueden enseñarse los sistemas que existen o han
existido como intentos – lo cual no es aprender filosofía, sino historias, como diría
Descartes. Fuera de ello, puede enseñarse a emplear la propia razón en la búsqueda de
un conocimiento que solamente existe acabadamente en la idea de que la razón nos
proporciona de un sistema total de los conocimientos y que regula la construcción actual
del saber. Esto es, solamente puede enseñarse (aprenderse) a filosofar.
4. El aprendizaje filosófico
“En general, no se puede llamar filósofo a quien no sepa filosofar. Pero solamente se
puede aprender a filosofar por el ejercicio y por el propio uso de la razón. ¿Cómo se
podría aprender filosofía?. Cada pensador filosófico edifica su propia obra, por así
decir, sobre las ruinas de otra; pero nunca se realizó una obra filosófica que fuese
duradera en todas sus partes. Por eso no se puede en absoluto aprender filosofía,
porque ella no existe. Pero, aún cuando supusiésemos que hubiera una filosofía
efectivamente existente, aquel que aprendiese no podría, de todos modos, decir de sí
mismo que fuese un filósofo; pues su conocimiento de ella jamás dejaría de ser
solamente subjetivo-histórico. En matemáticas, las cosas suceden de otra manera. Esta
ciencia sí puede ser aprendida, en cierta medida; pues las demostraciones son aquí tan
evidentes que todos pueden convencerse de ellas; también puede, gracias a su evidencia,
ser tomada de algún modo como una doctrina cierta y duradera. Aquel que quiere
aprender a filosofar, al contrario, sólo puede considerar a todos los sistemas de filosofía
como historia del uso de la razón y como objetos para el ejercicio de su talento
filosófico. El verdadero filósofo debe hacer, pues, como pensador, un uso libre y
personal de su razón, no un uso servilmente imitador. Pero tampoco un uso dialéctico,
esto es, tal que solamente se proponga dar a los conocimientos una apariencia de verdad
y de sabiduría. Esta es la tarea de los meros sofistas; pero es totalmente incompatible
con la dignidad del filósofo, como conocedor y maestro de sabiduría.” (Kant, 1943: pg.
46)
Según Guillermo Obiols, la postura kantiana no implica un desprecio de la historia de la
filosofía y de aquellos conceptos, problemas, métodos y teorías que ella ofrece en un
repertorio de intentos existentes, ni una correlativa reducción de su aprendizaje a la
adquisición de un método pasible de desarrollarse y ejercitarse en relación con cualquier
contenido. De la postura de Kant no se desprendería que el aprendizaje filosófico
consista en la adquisición de un método carente de contenido, ni que suponga
meramente lograr que los jóvenes piensen por sí mismos. Se aprende a filosofar
poniendo en ejercicio las propias capacidades en la comprensión y crítica de los
conceptos, problemas y teorías filosóficas existentes. Es decir que podríamos entender
que aprender filosofía consiste, en primer término, en aprender a ejercitar el talento de
la propia razón, aunque ello requiera también conocer los intentos existentes, cosa que
solamente se efectuaría filosóficamente en tanto y en cuanto esta materia posible sea
sometida al juicio crítico del sujeto del aprendizaje.
Siguiendo una vez más a Obiols, habría que llegar a la conclusión de que aprender
filosofía y aprender a filosofar constituirían dos caras de la misma moneda: aquella del
aprendizaje filosófico, que integra tanto los textos, los conceptos, las teorías filosóficas,
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como los procedimientos y actitudes propios de una práctica teórica reflexiva y crítica.
(Obiols, 2002: pg. 87)
III. Consecuencias didácticas
1. Los paradigmas de la enseñanza de la filosofía
En nuestro país, la enseñanza de la filosofía en la escuela media se introdujo – a fines
del siglo XIX - bajo el predominio de un paradigma ecléctico, un modelo que
consideraba posible conciliar en un sistema único un conjunto de verdades parciales
aportadas por algunos de los diversos sistemas filosóficos existentes. De acuerdo con
este enfoque, la selección y organización de contenidos que los programas y manuales
de filosofía de la época exhiben sigue el principio de que una verdad absoluta se halla
en la reunión de la parte de verdad que contienen diversas escuelas que deben por ello
ser reunidas en un sistema.
El eclecticismo es, de acuerdo con el estudio realizado por Obiols y Agratti, el modelo
que rige la enseñanza de la filosofía a lo largo del siglo XX, y su vigencia se refleja en
un conjunto de características y situaciones bien conocidas: la filosofía se enseña en los
últimos años de la escuela media, como síntesis de los conocimientos previamente
adquiridos; se pretende que los jóvenes conozcan o comprendan ciertas teorías, no que
desarrollen habilidades; la consideración de objetivos actitudinales se concentra en la
parte de los programas denominada Moral; no hay referencias a la Argentina, ni
preocupación por vincular de algún modo la enseñanza con los intereses y
preocupaciones de los alumnos y alumnas. Se trata, finalmente, de una enseñanza
enciclopedista, que reúne y transmite resultados, desentendida de los procesos y las
prácticas que constituirían el saber hacer filosófico, y carente de espíritu crítico. (Obiols
– Agratti, 1993: pg. 127)
En el transcurso del siglo, este paradigma se va debilitando por la influencia de otros
enfoques. Se producen modificaciones parciales de los programas, que sufren agregados
y supresiones de diversa índole. La vigencia de otros modelos y la introducción de
novedades en el enfoque no se reflejará ya de manera coherente en los programas, sino
en los manuales en uso, que se convierten en el marco de referencia efectivo para los
docentes. Es allí donde se presentan, en sucesivas etapas, los paradigmas
fenomenológico (Francisco Romero y Eugenio Pucciarelli, Lógica y nociones de
Filosofía, 1938; Vicente Fatone, Lógica y teoría del conocimiento, 1951), neotomista
(Jorge García Venturini, Curso de Filosofía, 1960; Patricio Hopkins, Filosofía, 1964;
Alfredo Casaubón, Nociones generales de lógica y filosofía, 1981) y logicista (M.A. y
J.C. Colacili de Muro, Elementos de lógica moderna y filosofía, 1965; Telma Barreiro
de Nudler, Lógica dinámica. Nociones teóricas y ejercicios de lógica tradicional y
simbólica, 1969; Oscar Nudler y Telma Barreiro de Nudler, Elementos de lógica
simbólica, 1973; Alicia Gianella de Salama, Lógica simbólica y elementos de
metodología de la ciencia, 1975).
El neotomismo es la más clara y explícita propuesta de una enseñanza dogmática de la
filosofía, que pretende seguir la tradición aristotélico-tomista, y se afirma como una
guía necesaria para el alumno y la alumna, y que los autores se representan como un
sujeto requerido de la palabra esclarecedora del docente, que le señala con certeza
dónde se encuentra la verdad y dónde el error.
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Sin embargo, la enseñanza orientada por las restantes corrientes mencionadas también
podría constituir, a la postre, una variante del enfoque dogmático, en la medida en que
el empleo de los textos en cuestión determina la afirmación (consciente o inconsciente)
de una visión restringida de la filosofía, acorde con una concepción que no se explicita
pero que afecta no solamente la selección y organización de los contenidos, sino
también los objetivos y las actividades a través de las cuales se pretende alcanzarlos. La
condición dogmática de la enseñanza - que caracteriza incluso al paradigma ecléctico,
en tanto este asume que la enseñanza de la filosofía consiste en la transmisión de un
conjunto definido de verdades parciales que configuran una verdad general - se
manifiesta en todos los casos en la vigencia de la idea de la filosofía como cuerpo
acabado de conocimientos que debe ser transmitido, en la ausencia de toda pretensión
de favorecer el desarrollo de la capacidad crítica, la creatividad y la autonomía de
juicio del sujeto del aprendizaje, y en la falta de una preocupación por motivar a los
alumnos y alumnas, vinculando la enseñanza con sus intereses y preocupaciones y con
la realidad social concreta en la que se lleva a cabo el proceso educativo.
En las últimas décadas surgió un paradigma alternativo, que Laura Agratti denomina
didáctico. Bajo esta denominación común reúne una serie de textos o manuales que
tenían al menos dos rasgos comunes: una concepción de la enseñanza de la filosofía que
destacaba, por sobre los contenidos, la adquisición de las herramientas propias de un
saber hacer filosófico, y la preocupación por establecer un vínculo con los intereses que
podían presumirse propios de alumnos y alumnas adolescentes en una sociedad
determinada: la Argentina de los ‘80 y ‘90. (Agratti, 1996: pg. 12). Entre los más
conocidos y utilizados se cuentan: Obiols, G.; Curso de lógica y filosofía (1985) y
Nuevo curso de lógica y filosofía (1993); Dallera, O.; Temas de filosofía (1989) y
Problemas de Filosofía (1995); Frassineti de Gallo, M. – Salatino de Klein, G.;
Filosofía, esa búsqueda reflexiva (1991).
En el momento en que aparecieron, estos materiales resultaron francamente novedosos;
frente a los modelos que reseñábamos anteriormente, había en ellos una atención
inusual sobre los intereses propios de los adolescentes y sobre su capacidad crítica y
creativa, que daba cuenta no sólo del comienzo de los estudios especializados en la
didáctica de la filosofía y los problemas específicos de su enseñanza, sino también de la
preeminencia de una concepción de la filosofía como práctica teórica, crítica y creativa.
Este énfasis en la filosofía como práctica se refleja en el empleo cada vez más
abundante de ilustraciones, tiras humorísticas, poemas y artículos periodísticos, que no
solamente pretenden acercar las temáticas propuestas al universo cultural de los
adolescentes, sino que legitiman los elementos que objetivan la vida cotidiana como
materia de reflexión filosófica. Estos textos comienzan a ocuparse especialmente,
además, de diseñar actividades de diversa índole (ejercicios, cuestionarios, etc) que
demuestran la preocupación de los autores por brindar a profesores y jóvenes estrategias
para el desarrollo de habilidades que asumen como centrales con vistas a la finalidad de
aprender a filosofar.
Agratti menciona el predominio de esta concepción entre las razones que darían cuenta
de la aparición de este paradigma didáctico, y entiende que esta preferencia no es ajena
al clima que se vivía en el proceso de la recuperación de la institucionalidad
democrática, que no solamente favoreció el abandono de los enfoques dogmáticos que
fueron funcionales a las dictaduras que vivió nuestro país, sino que alentó positivamente
la pretensión de que la escuela promoviera actitudes de compromiso y crítica
responsable en los futuros ciudadanos de la república. Otras razones también habrían
sido el intento de dar respuesta a la crisis de la enseñanza de la filosofía en el nivel
11
medio, vista por los alumnos y alumnas como completamente ajena a sus intereses y a
su realidad concreta, y el auge de corrientes pedagógicas que insistían en la necesidad
de formular, en todas las disciplinas, propuestas didácticas con objetivos claros,
contenidos seleccionados de acuerdo con un criterio de significatividad, actividades y
recursos tradicionales y no tradicionales, y formas explícitas de evaluación. (Agratti,
1996: pg. 16-17)
En alguna medida, el énfasis puesto en el planteamiento didáctico deja abierta la puerta
a cierta indefinición respecto del enfoque filosófico subyacente. Es así que - aún cuando
no sea este el propósito de sus autores – algunas de las propuestas que se inscriben
dentro de este paradigma, al dejar en un plano secundario de atención los contenidos
sobre los cuales se despliegan las actividades propuestas, han permitido - en un grado
variable - que en sus aplicaciones concretas se reintroduzca con el ropaje de lo nuevo, la
perspectiva dogmática o ecléctica tradicional, o que se pierda cierta especificidad de la
problemática filosófica.
Tal vez cabe aquí, para aventar estos espectros, retomar nuestro análisis previo de los
pasajes de la Crítica de la Razón Pura en los que Kant examina el problema que nos
ocupa, y considerar una vez más la sugerencia de Guillermo Obiols, que entendía que la
concepción kantiana según la cual aprender filosofía consistiría básicamente en
aprender una actitud filosófica no suprime sino, al contrario, presupone que el desarrollo
de dicha actitud se despliegue sobre un conjunto de materiales conceptuales que deben
ser aprehendidos en un nivel del aprendizaje que compete a la adquisición de cierta
información y comprensión de la historia, los sistemas y los problemas planteados ya
por la actividad filosófica; o – como diría Kant – por los intentos existentes.
2. La enseñanza filosófica de la filosofía: el enfoque crítico
“La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad
significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta
incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de
decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude!
¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la Ilustración.”
(Kant, ¿Qué es la Ilustración?)
La concepción kantiana de la filosofía y su aprendizaje se encuentra claramente anclada
en una perspectiva ilustrada. La actitud crítica que ella promueve se erige como lucha
contra todo dogmatismo y supone una afirmación de la autonomía del individuo, al
reivindicar su capacidad de someter a juicio toda afirmación y toda institución, toda
presunta verdad, todo mandato.
Es innegable que hay, en la afirmación de un enfoque crítico en la enseñanza de la
filosofía, un presupuesto que – aún mediando y sin desconocer el embate contra la razón
moderna que ha jalonado la producción teórica en las últimas décadas – cabe reconocer
como moderno, al menos en el sentido que le atribuiría Foucault: aquel sentido que se
hace cargo de la tarea crítica como pregunta por nosotros mismos y por la actualidad
que nos constituye. (Foucault, 1996: pg. 99-100)
Un enfoque crítico sería, entonces, aquel que reconoce en esta actitud el núcleo de
sentido de la actividad filosófica, y procura llevar al plano del proceso de enseñanzaaprendizaje todos aquellos elementos que contribuyan a favorecer su desarrollo. En
12
definitiva, buscará los mejores medios para provocar y sostener en los alumnos y
alumnas una actitud filosófica, entendida como actitud crítica.
En esta perspectiva, parece producirse una subordinación del aprendizaje de los
contenidos filosóficos al de las habilidades propias de esta práctica teórica. ¿Sobre qué
contenidos se desarrollarían dichas habilidades y de qué modo se promovería la actitud
crítica que este enfoque asume como el sentido propio de una enseñanza filosófica de la
filosofía?. Una propuesta de estas características resulta en principio pasible de aquellas
distorsiones que advertíamos que amenazaban al paradigma didáctico, en la medida en
que, no mediando mayores especificaciones, los contenidos que histórica o
problemáticamente podrían vincularse con los intentos existentes como objetivaciones
de la actividad filosófica parecen terminar siendo prescindibles. El problema que aquí se
abre no reside meramente en un riesgo de banalización de la enseñanza de la filosofía.
El mayor peligro de una pedagogía light en la enseñanza de la filosofía es la pérdida de
sentido de aquello que se pretende enseñar.
El valor de la autonomía que el desarrollo de la capacidad crítico-reflexiva pretende
promover no se impone por sí mismo, sino como antítesis de todas las formas de
sometimiento a las que los sujetos se ven expuestos en condiciones históricas
determinadas. Ella se afirma teórica y prácticamente frente al peso de lo establecido, sea
para contradecirlo, sea para reinstituirlo sobre nuevas bases. El objeto de la actividad
crítica mediante la cual el sujeto se constituye en su autonomía no se encuentra
exclusivamente en aquellos intentos existentes que han sido reconocidos como
filosofías, sino en el mundo que el hombre habita y crea, y cuyos límites y posibilidades
intenta explorar. Es decir que, en principio, una enseñanza filosófica de la filosofía no
buscará sus materiales, sus contenidos, exclusivamente en los sistemas filosóficos
particulares y reconocidos. Sin embargo, resta por pensar si, en qué medida y de qué
modo, es en esos intentos de los que hablaba Kant que podemos encontrar ciertos
elementos que favorecerían un desarrollo particularmente enriquecedor de las
capacidades que una enseñanza de la filosofía acorde con un enfoque crítico se propone
estimular en los alumnos y alumnas.
IV. Los contenidos en la enseñanza de la filosofía
1. Conceptos, procedimientos y actitudes
¿Cómo pensar la integración de los contenidos en la enseñanza de la filosofía de
acuerdo con un enfoque crítico? ¿Qué dificultades específicas nos plantea un diseño
sobre la base de la concepción centrada en la tripartición de los contenidos –
conceptuales, procedimentales, actitudinales?
Como veníamos diciendo, hay una estrecha relación entre el enfoque didáctico y la
concepción de la filosofía que subyace a él y orienta la definición de las posibilidades y
limitaciones de la enseñanza de la disciplina. Esta perspectiva se revela normalmente de
modo más o menos directo en la definición de los objetivos de la enseñanza. La
determinación del desarrollo de la capacidad crítica, la creatividad, la actitud de
responsabilidad intelectual, etc., como objetivos fundamentales de la enseñanza revela –
hasta cierto punto – la idea de que la filosofía se aprende como una práctica teórica que,
sean cuales fueren los objetos sobre los cuales se aplique, supone el ejercicio autónomo
de aquellas facultades que permiten afirmar la individualidad, la libertad, el
compromiso, etc, como rasgos definitorios de una subjetividad socialmente valorada.
13
Ocurre, sin embargo, que en la realidad cotidiana de las aulas, la tendencia a desarrollar
una práctica pedagógica que reproduce el viejo esquema de transmisión de contenidos
conceptuales es muy fuerte, en la medida en que constituye la principal herencia que los
profesores han recibido de sus propios docentes durante su formación. El desarrollo de
las habilidades se cumple más fácilmente, y de manera tradicional en el capítulo de
lógica, donde el objetivo de que los jóvenes comprendan y se ejerciten en la aplicación
de procedimientos y operaciones resulta idéntico al objeto de estudio y suele ser
abordado sin mediaciones y con escasa vinculación con los restantes temas de la
asignatura, de una manera que es característicamente poco atractiva y significativa para
los estudiantes. Las actitudes quedan en un plano secundario, raramente
problematizadas, como una expectativa difusa de los docentes hacia los alumnos y
alumnas, que solamente accidentalmente resulta integrada al conjunto de los elementos
del diseño.
Las tres clases de contenidos se encuentran enunciados en las expectativas de logro que
se formulan en la nueva propuesta de diseño para Filosofía en el Nivel Polimodal: (a)
reconocimiento y comprensión de conceptos y procedimientos filosóficos
fundamentales, y su aplicación en el proceso concreto de reflexión crítica sobre diversos
problemas que puedan aprehenderse como cuestiones filosóficas socialmente
significativas; (b) comprensión de la especificidad de la filosofía como una práctica
teórica crítica que se despliega en una diversidad de enfoques y una pluralidad de
respuestas desarrolladas a lo largo de la historia del pensamiento; y (c) disposición a
asumir, al abordar cuestiones debatibles, una actitud de respeto y tolerancia frente a los
distintos puntos de vista.
El desarrollo de la capacidad de reflexionar críticamente sobre las cuestiones filosóficas
socialmente significativas supone el dominio de un conjunto de procedimientos e
instrumentos que permitirían abordar dichas cuestiones, delimitarlas, analizarlas,
establecer relaciones, juzgar argumentos diversos de acuerdo con su coherencia lógica y
en relación con un contexto mayor de asociaciones de sentido. Sin embargo, el objetivo
de favorecer el desarrollo del pensamiento crítico no se satisfaría meramente
proporcionando al joven una batería de operaciones analíticas, un método. No hay una
mecánica crítica que pudiera aprenderse de una vez para ser aplicada sobre una
variedad posible – en el límite, infinita – de cuestiones con las cuales mantendría una
relación de exterioridad en virtud de la cual ella misma permanecería intocable. Hay, en
cambio, una actitud crítica, que no podría ser enseñada-aprendida, sino en el sentido de
que pensamos que se ve favorecida cuando los sujetos se ven implicados en un proceso
de enseñanza-aprendizaje con determinadas características. Debería quedar claro que la
enseñanza formal no es el único ámbito en el que pueden producirse situaciones
favorables al desarrollo de dicha actitud, y que aún el mejor diseño para una enseñanza
de la filosofía de acuerdo con este enfoque no podría asegurar por sí mismo el logro de
un objetivo de esta índole, aunque consideremos que deba proponérselo.
2. La selección de contenidos
Si asumimos que enseñar filosofía consiste, en primer término, en enseñar a filosofar, y
colocamos por ello en primer plano entre nuestros objetivos el desarrollo de aquellas
habilidades y actitudes que favorecen el ejercicio de una práctica teórica, destacando el
sentido de la filosofía como actividad, deberemos adecuar a dicha perspectiva la
organización de nuestra propuesta pedagógica. El primer problema que se presenta es el
de determinar el papel que desempeñarían en esta enseñanza los sistemas filosóficos
reconocidos. Si la filosofía no se identifica con ninguno de ellos en particular, y
14
tampoco con su mera reunión; si la filosofía es, para nosotros, en su sentido más
fundamental, la actividad antes que los resultados, ¿qué importancia tienen los sistemas
filosóficos particulares en el proceso de la enseñanza de la filosofía?, ¿cómo se
articularían en un diseño?, ¿qué criterios deberíamos emplear para seleccionarlos?
Hay en el diseño de toda propuesta de enseñanza una primera selección de contenidos
que responde a la idea general que se tiene de la disciplina, y que se expresa a través del
recorte de los núcleos problemáticos que se consideran significativos en relación con
una definición usualmente implícita. Si repasamos los títulos de las unidades de un
programa, tendremos un índice que delata la afinidad del autor (los autores) con una
concepción de la filosofía: ¿hay un marcado énfasis en los problemas lógicos,
epistemológicos y gnoseológicos, en desmedro de, por ejemplo los problemas éticopolíticos?, ¿se toman en cuenta las cuestiones estéticas?. Una segunda selección se
efectúa sobre los sistemas filosóficos escogidos, en torno de los cuales se decide
plantear dichos núcleos problemáticos. Toda selección es, en este sentido, parcial, y al
mismo tiempo inevitable. Es evidente que no sería posible abordar la totalidad de los
sistemas teóricos, incluso si dejáramos en suspenso la discusión sobre el estátus
filosófico de algunas construcciones teóricas y nos limitásemos a considerar aquellas
que han sido consagradas y cuyo carácter disciplinario está fuera de debate. Lo que nos
interesa subrayar es que una propuesta concreta estará siempre condicionada tanto por la
concepción de la disciplina como por la aplicación de diversos criterios de selección de
los contenidos. Para una práctica pedagógica consciente y crítica es imprescindible que
estas condiciones sean reconocidas, problematizadas y justificadas. Solamente así es
posible someter la propia práctica a una permanente evaluación y mejoramiento.
Finalmente, para un enfoque crítico de la enseñanza de la filosofía como el que estamos
esbozando, es evidente que no se pretenderá que ella deba ejercitarse exclusivamente
sobre aquellos materiales teóricos que aportan los sistemas filosóficos reconocidos. En
la medida en que esta perspectiva destaca el carácter de la filosofía como actividad, y
valora especialmente la creatividad y la crítica, reconocerá la posibilidad de que los
jóvenes encuentren ocasiones para su ejercicio en los diversos aspectos que conforman
la totalidad de su entorno social y cultural. Los enfoques tradicionales asumen que la
filosofía se halla y debe ir a buscarse en las obras de los grandes filósofos (Carpio,
1987: Prefacio, pg. XI). Una apreciación de este tipo puede favorecer el trabajo con las
obras filosóficas en desmedro del empleo exclusivo de manuales, que - aún cuando su
sentido resida en facilitar al estudiante el acceso al universo histórico-conceptual de la
disciplina – implican siempre una limitación para que los jóvenes ensayen una
interpretación propia de los mismos. Todo comentario, se sabe, es relativo, parcial,
perspectivo y bajo estas condiciones debe ser propuesta su lectura. Sin embargo, si la
auténtica filosofía solamente se encuentra en la obra de los grandes filósofos, no tendrá
sentido buscarla ya no en los manuales sino siquiera en otras obras. ¿Cuál es el
contenido filosófico posible de un texto literario?, ¿no hay, acaso, obras que se admite
se encuentran en un límite difícilmente aprehensible entre la literatura y la filosofía?.
Las Moscas, de Jean Paul Sartre, ¿es meramente una obra de teatro o es la exposición
literaria de un conjunto de tesis filosóficas? En busca del tiempo perdido, la novela de
Marcel Proust, un autor no reputado como filósofo, ¿no podría ser caracterizada como
filosófica?. Los ejemplos serían innumerables, y habría que añadir a ellos a quienes no
son reconocidos como grandes filósofos, y que suelen ser denominados filósofos
menores, pensadores, ensayistas, escritores, o intelectuales. ¿En virtud de qué
cualidades se destacan unos pensadores como grandes? Si es indudable que la filosofía
se encuentra en la obra de Kant, de Descartes, de Aristóteles, de Hegel, ¿por qué la
filosofía solamente se encontraría allí? Cuando pensamos que tantos son los factores
15
que se conjugan en el proceso que conduce al reconocimiento de la condición filosófica
de una obra o de un autor, podemos advertir que limitaríamos excesivamente nuestras
miras si – presas del dogmatismo que pretendíamos combatir – redujésemos la filosofía
a aquel conjunto de sistemas convencionalmente consagrados como filosóficos.
3. Los problemas filosóficos
Según Guillermo Obiols, las diversas modalidades que exhibe la práctica de la
enseñanza de la filosofía se relacionan con los diferentes puntos de vista respecto de lo
que se consideran los aspectos principales de la disciplina (Obiols; 1999). Las cuatro
grandes modalidades en la enseñanza de la filosofía pueden identificarse a partir del
énfasis que se pone, alternativamente, (a) en los problemas, (b) en la historia de la
filosofía, (c) en la lectura y comentario de textos, o (d) en determinados enfoques
doctrinales. Estos aspectos suelen estar combinados de diversas maneras en los
enfoques concretos, siendo entonces lo que define a una modalidad la preponderancia
de uno de ellos sobre los restantes.
La adopción de una determinada modalidad revela una concepción particular de la
filosofía, y responde, implícitamente, a una cuestión fundamental: “¿dónde mora lo
filosófico?”. El planteo de esta cuestión puede ayudarnos a revisar los supuestos que
subyacen a la modalidad problemática, que se ha convertido en una alternativa
ampliamente aceptada frente a los enfoques dogmático-doctrinarios que gobernaron
durante mucho tiempo la enseñanza de la filosofía. La modalidad problemática sería –
como sostiene Obiols en primera instancia - aquella que se funda en la convicción de
que la filosofía se halla, fundamentalmente, en las preguntas. Pero ¿es posible
identificar a los problemas con las preguntas, sin más? Los problemas filosóficos, ¿sólo
se encuentran en las preguntas? ¿Qué hace a un problema filosófico? (Agratti; 2002)
La modalidad problemática ha venido imponiéndose, decíamos, como enfoque que
permitiría captar y poner en juego en el proceso de enseñanza el núcleo de sentido de la
actividad filosófica. Esto resulta manifiesto en la abundancia de nuevas propuestas que especialmente mediante los libros de texto, que siguen siendo la referencia concreta más
importante para la práctica docente – articulan sus contenidos en torno de una serie de
preguntas que – parafraseando a Kant – procuran abarcar el conjunto de inquietudes
fundamentales que guían la reflexión racional (¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?,
¿qué me es dado esperar?, ¿qué es el hombre?). En ausencia de una actitud crítica sobre
la condición problemática de las preguntas, y sobre su pretendido estátus filosófico, se
corre el riesgo – como intentábamos advertir – de terminar reproduciendo
dogmáticamente, al dar cuerpo al tratamiento de los problemas definidos a partir de las
preguntas, un orden convencional de cuestiones que conlleva una toma de posición
respecto del carácter de la disciplina.
4. La historia de la filosofía
Un riesgo no menor de la modalidad problemática reside en la posibilidad de que,
enfatizando la centralidad de las preguntas como portadoras del núcleo de sentido de la
actividad filosófica, dejemos de lado su condición históricamente determinada. Esta
concepción de la filosofía se presenta tradicionalmente bajo la suposición de que ella
consiste en la reiteración de las mismas preguntas, que habrían recibido diversas
respuestas a lo largo de la historia de la humanidad. De este modo, si bien se admite el
carácter históricamente situado de los intentos de solución – independientemente de que
luego se considere que alguno o algunos de ellos tienen sin embargo vigencia
16
transhistórica -, los problemas permanecerían exentos de tal condicionamiento. En estos
términos, el sentido mismo de la actividad filosófica, ligado a los problemas
fundamentales, se encontraría fuera del proceso histórico, asociado a algún aspecto
constitutivo de la condición humana entendida como una naturaleza eterna, atemporal.
La formulación de un diseño bajo la modalidad problemática suele completarse con la
vinculación con un eje histórico que opera como una segunda dimensión organizadora
de los contenidos de la enseñanza. Esta vinculación no es sencilla, y obliga a definir
alguna prioridad entre ambas claves, histórica y problemática. Cuando la propuesta de
desarrollo de un enfoque histórico-problemático es reconducida a los sistemas de los
grandes pensadores, la historización se reduce a una breve contextualización de los
cuerpos de doctrina seleccionados, una vez que los problemas fueron reducidos, a su
vez, a los conjuntos disciplinares (áreas) establecidos. Así, en gnoseología (¿qué puedo
conocer?) se estudia a Aristóteles, luego a Descartes, a Hume y a Kant. En ética (¿qué
debo hacer?), nuevamente a Aristóteles, y más tarde a Kant. Otra vez a Aristóteles en
metafísica (¿qué es el ser?, o ¿qué es lo real?, o ¿por qué hay algo más bien que nada?, o
alguna de sus variantes), precedido ahora por Platón, y antecediendo a Descartes, a
Kant, eventualmente a Hegel, raramente a Heidegger. Tenemos así un programa
convencional ahora revestido del ropaje de una modalidad histórico-problemática.
Una reconstrucción histórica de la enseñanza de la filosofía en nuestro país corroboraría
esta apreciación, y tal vez nos permitiría comprender hasta qué punto la tradición puede
operar como un lastre que distorsiona fácilmente los intentos de reforma cuando los
criterios vigentes en la práctica no son debidamente revisados. Como observaba
Guillermo Obiols, los programas en uso a principios de la década del ’90 eran
notablemente similares a los que se empleaban en las escuelas normales y en los
colegios nacionales casi un siglo antes. En el momento en que Obiols analizaba estos
contenidos, los programas del bachillerato común comenzaban con una unidad
introductoria dedicada a consideraciones generales sobre la filosofía, su método y su
objeto, y proseguían, en el cuarto año, con nociones de psicología, y, en el quinto, con
temas de lógica. La asignatura de ese último año del bachillerato se denominaba
oficialmente Filosofía. Lógica, nociones de Teoría del Conocimiento, de Ética y
Metafísica, y - de acuerdo con su programa - las primeras cinco unidades correspondían
a lógica y las cuatro restantes a los otros temas mencionados. La lógica era aristotélica;
el problema gnoseológico se abordaba siguiendo las líneas de la Teoría del
Conocimiento de J. Hessen, de 1925; la ética se exponía a partir de las teorías de Kant y
Scheler; y, finalmente, el problema metafísico reunía un conjunto de conceptos
desarticulados (El ser: sus principios constitutivos. Ser, existencia, realidad. Dios y el
problema metafísico). La referencia a los problemas gnoseológico, ético y metafísico
daba a este programa la apariencia de un enfoque problemático. Sin embargo, se trataba
en realidad de un diseño basado en las disciplinas filosóficas tradicionales, que no
seguía en su desarrollo ningún criterio histórico ni establecía entre ellas vinculación
sistemática alguna. (Obiols, 1991: pg. 19-23)
En esta visión tradicional, la historia de la filosofía asume finalmente siempre una
condición aparentemente autónoma respecto de la historia concreta de los hombres;
guiada por una dinámica propia – o, si se quiere, la de las ideas. Ella se presenta como
un diálogo entre interlocutores sucesivos, en el que los recién llegados discuten a sus
antecesores las respuestas dadas a las preguntas eternas. Los filósofos, sus inquietudes,
su búsqueda, se presentan como ajenos a las exigencias y condicionamientos de su
tiempo. Ellos mismos y sus reflexiones adquieren la marca de la intemporalidad. ¿Cómo
no les resultaría a nuestros alumnos y alumnas tan lejana, ajena y oscura esta filosofía?
17
Por muchos esfuerzos que podamos hacer para vincular las preguntas y respuestas
filosóficas que conforman esta historia con aquellas que creemos que nuestros jóvenes
se formulan o podrían formularse en la vida cotidiana, estos intentos siempre se
revelarán artificiales, forzados, si no partimos de una consideración diferente del origen
mismo de la reflexión filosófica, tanto la de los grandes pensadores como la que es
posible llevar a cabo en el aula.
V. Una propuesta de integración
Las cuatro modalidades que resumían el conjunto de las tendencias que organizan las
propuestas didácticas en Filosofía, pueden ser reducidas a dos: la modalidad histórica y
la problemática, si consideramos que la enseñanza centrada en los textos solamente
apela a lo que en verdad es un recurso fundamental, pero que no podría por sí mismo
constituirse como eje integrador de contenidos; y que hemos ya descartado la propuesta
que se articula a partir de la enseñanza de ciertos sistemas o doctrinas, puesto que – una
vez más, en cuanto se pretenda que allí reside el núcleo de sentido de la filosofía
solamente porque así ha sido establecido tradicionalmente – su carácter dogmático
resulta manifiesto desde el punto de vista de una práctica docente auto-reflexiva y
crítica.
Para Guillermo Obiols, el enfoque problemático es el más adecuado para una propuesta
de enseñanza de la filosofía en el Nivel Polimodal, ya que parece – frente a un enfoque
puramente histórico – ajustarse mejor a la pretensión de que los jóvenes comprendan
ciertos conceptos filosóficos, y desarrollen el pensamiento crítico, la apertura a diversos
puntos de vista, el hábito de la discusión racional, etc. Si una propuesta estructurada a
partir de la historia de la filosofía podría resultar – además de superficial y sinóptica –
difícilmente vinculable a los intereses de los adolescentes y jóvenes que comienzan a
familiarizarse con el campo de la disciplina, y con las disciplinas teóricas en general-,
un enfoque problemático, en cambio, favorece el intento de tomar como punto de
partida del trabajo de aula las inquietudes reales de los sujetos que intervienen en el
proceso que se procura promover.
“Partir de lo concreto, es decir, del mundo circundante, de los conocimientos, los
intereses y las inquietudes operantes en los adolescentes, precisarlas y plantear el
problema.”
“Remontarse a lo que para los alumnos es abstracto: investigar el problema en los textos
filosóficos, ubicarlo en la historia de la filosofía. Hallar una o más ‘soluciones’.”
“Retornar a lo concreto, al mundo circundante del adolescente y ‘aplicar’ los
conocimientos obtenidos para una mejor compresión de ese mundo, y de sí mismo: sus
ideas, intereses e inquietudes.”. (Obiols – Frassinetti de Gallo, 1991: pg. 63)
Obiols propone, en este marco, un ejemplo de planificación del tratamiento de un
problema filosófico particular (¿existe Dios?). Partiendo del supuesto de que se trata de
una cuestión que los adolescentes se plantean espontáneamente, sugiere tomar en
cuenta, en primer término, qué es lo que los alumnos y alumnas conocen del tema, y, en
segundo lugar, cuál sería la relevancia que el mismo podría tener para ellos. En este
sentido, se observa que el tratamiento de la cuestión propuesta permitiría a los jóvenes
aclarar sus propias ideas al respecto, y comprender más ajustadamente las nociones
vigentes en su entorno, así como las consecuencias que de ellas se derivan.
Habrá entonces que proceder a organizar los contenidos conceptuales que se
considerarán fundamentales para el tratamiento del problema. La propuesta consiste en
18
comenzar ordenando los conceptos básicos y sus relaciones recíprocas en un esquema
o estructura conceptual. Si bien, inevitablemente, esta selección y estructuración estará
signada por la concepción que el docente tenga del problema a abordar, lo importante es
que “[...] la selección y estructuración de los conceptos responda a un orden lógico y un
criterio explícito. [...].”. (Obiols – Frassinetti de Gallo, 1991: pg. 67) Una vez definida
esta estructura, se podrán especificar los objetivos que se procura alcanzar y la
metodología de enseñanza que se entiende que respondería mejor a esa finalidad.
Años más tarde, Guillermo Obiols avanzaba sobre esta propuesta y la perfeccionaba con
vistas a la conformación de un modelo general formal para la enseñanza de la filosofía.
Este modelo, que se pretende no comprometido con concepción filosófica alguna, se
basa en tres teorías o ideas fundamentales: (a) la teoría de los contenidos de César Coll,
(b) la concepción constructivista del aprendizaje, y (c) la idea de que el profesor de
filosofía debe ser él mismo un filósofo. (Obiols, 2002: Walter Kohan, “Prefacio a la
edición brasilera”, pg. 13)
La teoría de los contenidos da sustento al enfoque pedagógico que se derivaría de una
concepción de la filosofía y su enseñanza como la que sostiene Obiols, en la medida en
que ella supone que esta apunta a promover un aprendizaje filosófico que implica,
simultáneamente, aprender Filosofía (contenidos conceptuales filosóficos) y aprender a
filosofar (contenidos procedimentales y actitudinales filosóficos). Este autor considera
que la teoría de los contenidos permite desarrollar una propuesta de enseñanza de la
filosofía que no se comprometería con ninguna concepción determinada, porque una vez
expuestos estos lineamientos generales, aún es necesario seleccionar los contenidos
conceptuales filosóficos (que podrían remitir – de acuerdo con las cuatro modalidades
señaladas anteriormente – tanto a un período de la historia de la filosofía, como a la
obra de algunos filósofos, o a ciertos textos o problemas) y las actividades o
disposiciones a través de los cuales se pretenden desarrollar procedimientos y actitudes
propios del filosofar (que pueden variar sustancialmente de acuerdo con la concepción
de la filosofía adoptada). (Obiols, 2002: pg. 107-108)
Las teorías constructivistas del aprendizaje constituyen, por su parte, un apoyo
complementario para el enfoque que se quiere proponer, al cuestionar la idea de que el
estudiante recibe pasivamente contenidos que le son transmitidos por el profesor y –
mediante la lectura de los textos pertinentes – por los filósofos. Desde una perspectiva
constructivista, el aprendizaje supone una intervención activa del sujeto, y una
reconstrucción de conocimientos anteriores a partir de la incorporación de nuevos
conocimientos que modifican el conjunto de saberes en que se integran.1
Obiols defiende, finalmente, un enfoque del proceso de enseñanza que denomina
práctico, por oposición al modelo técnico que se desarrolló especialmente a partir de la
segunda mitad del siglo XX con vistas a la educación de masas, y que ponía el acento en
la planificación, el diseño y la elaboración de estrategias con que los especialistas
proveían a los docentes, encargados de ponerlas en práctica. Este modelo técnico, pese a
1
“[...] Como la filosofía es una búsqueda permanente en la cual debe colocarse cada estudiante, como la
filosofía es un saber inacabado y como no hay ninguna persona que no haya desarrollado de modo más o
menos embrionario, más o menos claro, más o menos articulado, algún conjunto de ideas filosóficas, el
aprendizaje de la filosofía, cuando es un aprendizaje integral en los términos que desarrollamos antes,
resulta de un proceso activo de construcción y reconstrucción permanente de las ideas en el que se
ratifican, se rectifican, se descartan o se enriquecen las ideas iniciales. Este proceso de aprendizaje de la
filosofía puede ser estimulado por una perspectiva constructivista de la educación filosófica.”. (Obiols,
2002: pg. 113)
19
sus logros, no podría tomar en cuenta adecuadamente ni las diferencias y
particularidades que afectan y constituyen los procesos concretos de enseñanzaaprendizaje, y tampoco resulta compatible con una idea de la educación que pretende
promover el desarrollo de una actitud crítica – tanto por parte de los jóvenes como de
los profesores – frente a la sociedad, a las instituciones y al conocimiento establecido.
Al contrario, el enfoque práctico considera que para promover en los alumnos y
alumnas una actitud crítica es preciso que el docente sea también crítico. De modo que
su tarea no podría reducirse a la aplicación de un diseño preestablecido, sino que le
exige dar respuesta a numerosas y variadas situaciones que se presentan en el aula y que
constituyen ocasiones para el ejercicio de su propia creatividad y capacidad crítica.
(Obiols, 2002: pg. 115-116)
Desde esta perspectiva, el profesor de Filosofía debe ser más que un simple instructor
que sigue directivas elaboradas por los especialistas; el mismo debe ser un agente
crítico, productor de la disciplina que enseña y constructor del proceso que promueve:
en cuanto debe ser capaz de llevar a la práctica la actividad que enseña, este profesor de
Filosofía debe ser también filósofo.
Cabe preguntarse si efectivamente es posible que la adopción de este modelo general
formal para la enseñanza de la filosofía no implique la adhesión a ninguna corriente
filosófica en particular. Como advierte el mismo Guillermo Obiols en los párrafos
finales de su obra, el enfoque crítico que concibe a la enseñanza de la filosofía como
facilitadora del aprendizaje de una actividad crítico-reflexiva que se entiende contribuye
al desarrollo de la autonomía del individuo y que se asume como factor de
emancipación de los sujetos, es – en un sentido amplio - afín a una perspectiva ilustrada.
Ella sitúa en el conocimiento y en el desarrollo y uso de las facultades cognoscitivas del
sujeto al menos una de las claves de un proceso de autoafirmación del individuo y de su
liberación de toda sujeción a los dogmas, a las autoridades, al peso de lo establecido.
Si el modelo es emancipador, entonces no será compatible con cualquier posición
filosófica. Será, en todo caso – asumiendo quizás distintas modalidades - capaz de
abordar todas las concepciones filosóficas, pero desde la perspectiva y con la intención
crítica que adopta y promueve un enfoque particular. Este no es, desde nuestro punto de
vista, un defecto del modelo o del enfoque que propugna Obiols; al contrario, es
probablemente su mayor virtud, una virtud, sin embargo, desde el punto de vista de un
compromiso determinado con la sociedad y desde una visión del rol de la filosofía y de
la educación que compartimos pero que – para ser fieles a la misma intención
antidogmática que se corporiza en estos debates – es preciso asumir explícitamente.
Es en estos términos, a nuestro entender, que cabe retomar la cuestión de los problemas
en los que – de acuerdo con una visión como la que sostenían varios de los autores que
examinamos – residiría el núcleo de sentido de la filosofía, y que se expresaría
fundamentalmente mediante las preguntas. Porque es posible pensar que las preguntas
mismas se constituyen a partir de, y se articulan en torno de, alguna forma de
compromiso. En todo caso, una de aquellas cuestiones de fundamento que una reflexión
filosófica sobre la enseñanza de la filosofía debería proponernos es aquella de la
relación existente entre la crítica y el compromiso.
Esta perspectiva supone, en términos generales, el compromiso con la idea de que la
enseñanza de la filosofía no consiste en la transmisión de una serie de contenidos (aún
cuando se presentaran enunciados, por razones de conveniencia o incluso de moda
didáctica, en la forma de preguntas-problemas), de un producto objetivo de la cultura
20
con ciertas peculiaridades más o menos debatibles, sino de la enseñanza de una
práctica, una actividad reflexiva y crítica, una búsqueda de sentido colectivamente
producida y – fundamentalmente – una actividad orientada por un interés
emancipatorio. Reconocer este compromiso impone sobre la práctica docente la
exigencia permanente de un cuestionamiento sobre las decisiones que la orientan.
Desde este punto de vista, si el propósito de llevar a cabo una práctica pedagógica
consciente y crítica exige en nuestro caso, como señalaba Laura Agratti, una reflexión
filosófica sobre las cuestiones de fundamento que el nivel didáctico presupone, la
pregunta ¿dónde habita lo filosófico? es central, y debería permanecer siempre abierta,
como clave de bóveda de un continuo examen de nuestras propuestas y nuestra
actividad. En este sentido, puede ser esclarecedor seguir a aquella autora en su
propuesta de replantear la pregunta, e interrogarnos por tal lugar no en el sentido de
dónde se encuentra (dado) lo filosófico, sino dónde ocurre (Agratti, 2002). Habrá que
preguntarse luego, cómo, en qué condiciones, esa actividad que llamamos filosofía
puede ocurrir - puede desplegarse, puede producir algo - en el aula.
Una vez abierto este abanico de cuestiones que pueden, en un primer momento, abonar
la impresión de que la confusión se cierne sobre nuestra práctica, sería deseable intentar
reafirmarnos en la convicción de que nuestra actividad debe estar permanentemente
sujeta a la reflexión y la crítica de sus propios presupuestos, así como al examen
regular de la coherencia que existiría entre los objetivos propuestos y las decisiones y
tareas concretas que consideramos permiten aproximarse a ellos. Buena parte de lo que
resolvamos hacer o proponer en el aula tendrá un carácter provisional, sujeto finalmente
siempre a la prueba de la realización colectiva, abierto desde el inicio a los
imponderables que proceden de toda acción con otros en un terreno en el que – si se
trata de producir algo a partir de una interacción de sujetos libres a quienes, además,
queremos reivindicar y contribuir a afianzar en su condición de autonomía – el
surgimiento de elementos imprevistos en el diseño bien puede ser no solamente un
desafío sino incluso un logro para la enseñanza.
VI. Actividades
Veamos, en un ejemplo, cómo se podría abordar en el aula el desarrollo de las
actividades, de acuerdo con un enfoque como el que se propone. Si atendemos a las
sugerencias de Guillermo Obiols, el diseño de las actividades debe elaborarse en el
marco de una planificación previa del tratamiento de los contenidos. En la medida en
que se acepte que la modalidad más adecuada a un enfoque crítico es aquella que
organiza los contenidos propios del espacio curricular de acuerdo con un eje históricoproblemático, nuestro punto de partida será dado por la definición de un problema. Es
de suma utilidad que el docente elabore su propia conceptualización del mismo antes de
proponer su tratamiento en clase. Aquí es posible apelar a la construcción de lo que
Obiols llamaba esquemas conceptuales, que permitirán ordenar los conceptos y
explicitar las relaciones que el propio profesor establece en la consideración del asunto
que se trate.
El problema debe ser, en primer lugar, un problema para los jóvenes. De modo que en
una primera etapa será necesario explorar en qué medida aquello que el docente asume
– a partir de su propia experiencia y contacto con la disciplina – como objeto de
indagación puede ser propuesto significativamente a los alumnos y alumnas. Establecer
el punto de partida de la búsqueda que se habrá de proponer a partir de las propias
21
inquietudes que los jóvenes logran formular parece ser un modo adecuado de asegurar
la significatividad de la actividad que se pretende desarrollar a continuación. El
problema puede ser definido a partir de una elaboración de las preguntas que hacen los
jóvenes cuando son puestos frente a una situación o dificultad que opera a modo de
disparador. La elección de los recursos – películas, cuentos, poemas, la representación
o incluso el relato de una situación dilemática o problemática - estará guiada
indudablemente por la definición previa que el docente tenga del problema en cuestión;
pero será conveniente que permita a los jóvenes interrogarse tan libremente como sea
posible sobre lo que allí se les presenta.
Es sobre la base de estas interrogaciones que el problema puede ser reformulado: en esta
etapa deberían proponerse actividades puntuales que permitan profundizar algunas de
las preguntas que los alumnos han formulado – previa puesta en común y discusión
colectiva de las mismas preguntas, de modo que todos conozcan los interrogantes que
en conjunto han propuesto, y que unos puedan intentar responder o repreguntar a otros,
dando precisión y a veces esbozos de solución a lo que ellos mismos han planteado.
Una vez que el problema ha sido trabajado de esta forma, algunos aspectos de los
sistemas filosóficos pueden ser presentados como aquellos intentos existentes de los que
hablaba Kant. Aquí es importante que los jóvenes puedan acceder a un contacto directo
con algún recorte de la obra de los filósofos que se esten tratando, y que la selección
propuesta responda al criterio de pluralidad y representatividad. La diversidad será
siempre restringida, pero los alumnos y alumnas deberían poder conocer e identificar
los elementos fundamentales distintivos de varias perspectivas posibles sobre una
misma cuestión. La dimensión histórica en el ordenamiento y tratamiento de los
problemas debería resultar accesible a los adolescentes especialmente en esta etapa, a
través de una adecuada vinculación de estos intentos existentes con el contexto sociohistórico en el que se desarrollaron. Este aspecto puede ser atendido de manera
especialmente enriquecedora si se logran coordinar actividades con otros espacios
curriculares, especialmente los de Historia y Literatura, pero también Sociología,
Psicología, e incluso Matemáticas o Física.
El cierre del tratamiento del problema exigirá efectuar – como advertía Obiols – un
retorno a lo concreto, mediante actividades que no solamente requieran de los alumnos
y alumnas la aplicación de los conceptos y relaciones estudiados, así como también de
los procedimientos de análisis, fundamentación y debate que se habrán comenzado a
desarrollar en el transcurso del trabajo de problematización.
5. La evaluación
Una evaluación que sea adecuada al enfoque crítico, bajo la modalidad históricoproblemática, deberá atender cuidadosamente a las expectativas que orientan el diseño,
y que se han repasado en la sección V de este documento. En principio, solamente cabe
determinar sus lineamientos generales, puesto que la elaboración de los instrumentos de
evaluación tiene que ajustarse a las particularidades de la planificación concreta del
modo en que se tratarán los temas, considerando qué estrategias específicas se decide
emplear, cuáles son los requerimientos institucionales, cuáles las características del
grupo, etc. Es necesario considerar a la evaluación no meramente como un medio
burocrático de calificación, sino como un paso fundamental en el proceso de
enseñanza, que debe permitir tanto a los jóvenes como al docente ponderar sus logros
en función de las expectativas que guiaron su tarea conjunta.
22
La evaluación misma resulta de un proceso en el cual deberían articularse diversos
instrumentos que permiten al docente y al grupo mismo observar y reflexionar sobre
diferentes aspectos del aprendizaje. Algunas técnicas de trabajo grupal (debates,
paneles, resolución de guías de estudio en el aula, etc) no sólo pueden constituir la base
para el diseño de actividades, sino que brindan una ocasión privilegiada para evaluar
actitudes y procedimientos, así como el manejo de conceptos. En términos generales, la
observación de actuaciones permite apreciar de manera directa cómo interactúan los
miembros del grupo en situación de debate o pesquisa, de qué modo argumentan, qué
lenguaje emplean y cómo incorporan los conceptos filosóficos en su discurso, etc. Estas
instancias suelen ser más adecuadas para evaluar la actuación grupal, y es difícil en ellas
detenerse en la consideración de algunos desempeños individuales que tendrán que ser
atendidos mediante instrumentos complementarios.
Para evaluar a los jóvenes individualmente, las pruebas escritas son usualmente más
adecuadas, aunque ellas también sirvan para ponderar un desempeño grupal. En
filosofía, las pruebas de tipo estructurado u objetivo (aquellas que contienen ejercicios
de tipo verdadero o falso, selección múltiple, apareamiento o de completamiento) no
son de gran utilidad cuando se adopta un enfoque crítico que atiende especialmente a las
habilidades productivas y creativas de los jóvenes. Ellas pueden tener una aplicabilidad
acotada, como instancia de diagnóstico, o en el tratamiento de temas de lógica. Las
pruebas semi-estructuradas (que requieren respuestas breves, completar afirmaciones,
cuadros o esquemas, proponer o analizar ejemplos, y ubicar en su contexto fragmentos
de texto dados) son más adecuadas, y en Filosofía pueden ser útiles para examinar el
dominio de procedimientos propios de la disciplina, cuando en ellas se solicita la
formulación de argumentos y contraargumentos, la elaboración de justificaciones,
hipótesis, diálogos, etc. Las pruebas de ensayo permiten evaluar más acabadamente el
manejo de conceptos y relaciones, la capacidad para seleccionar y organizar
información, para elaborar argumentos, y, en general, el grado en que ha logrado hacer
de la escritura un medio fluido para la expresión y comunicación de su pensamiento.
(Obiols - Frassinetti de Gallo: 1991; pg. 133-139)
En la medida en que se considere que los instrumentos de evaluación forman parte del
proceso global de la enseñanza, su aplicación no debería representar un corte en ese
desarrollo. Angélica Sátiro profundiza esta idea, y plantea la necesidad de asumir que, si
pensar es en alguna medida evaluar - sopesar, poner en la balanza - la evaluación debe
ser vista en el proceso continuo del pensamiento, no como un fenómeno aislado y
externo al trabajo de enseñanza. Los alumnos y alumnas no deberían ser tomados como
objetos (de evaluación), sino reconocidos como sujetos (evaluadores). En el marco de
una propuesta que otorga centralidad a la auto-evaluación, sugiere ampliar los símbolos
empleados, apelando a elementos estéticos que los mismos jóvenes puedan
correlacionar con las diversas dimensiones que grupalmente se definan como relevantes
en el proceso de aprendizaje (Kohan – Waksman (Comps.): 1997; Sátiro; pg. 129-142).
Un ejemplo demuestra de qué modo la evaluación así entendida puede incorporarse al
proceso específico de enseñanza de la filosofía. Supongamos que el grupo ha decidido
evaluar su propia actuación colectiva al final de una clase, y que se propone el uso de
una serie de imágenes (en el ejemplo de Sátiro, fotos de las Madres de Plaza de Mayo
en diversas actitudes y posiciones). Cada uno elegirá aquella imagen que considere
simboliza más ajustadamente su apreciación – en este caso - de la participación del
grupo en las actividades realizadas. Luego deberá explicar a los demás en virtud de qué
relaciones ha escogido tal imagen, lo cual permitirá al conjunto no solamente confrontar
las diversas evaluaciones particulares, sino analizar los elementos y factores que
conforman aquella dimensión que se han propuesto juzgar, los criterios pertinentes para
23
dicha evaluación, etc. Una instancia de evaluación puede convertirse en un ejercicio de
debate y reflexión que no sólo involucra procedimientos y conceptos filosóficos, así
como actitudes que forman parte de los contenidos que configuran el espacio
curricular, sino que se constituye en una ocasión para proponer nuevas cuestiones para
la indagación.
6. A modo de cierre
En el presente documento, nuestra reflexión ha tomado como punto de partida dos
afirmaciones fundamentales. Primero, creemos que hay una estrecha relación entre
nuestra concepción de la filosofía y el modo en que pensamos que ella puede o debe ser
enseñada. Segundo, la filosofía no es un sistema acabado de conceptos y articulaciones
teóricas, sino una práctica teórica, crítica y reflexiva. En la medida en que pretendemos
desarrollar nuestra tarea pedagógica de manera consciente y responsable, aquella
primera convicción nos obliga a intentar explicitar la concepción de la disciplina que
nos proponemos enseñar. Y esta definición, a su vez, nos lleva a retornar críticamente
sobre nuestra práctica y nuestros objetivos, para adecuarlos a ella.
El imperativo de la coherencia no implica solamente la exigencia de que estrategias y
métodos de enseñanza se adapten a las peculiaridades de la materia que vamos a
enseñar. Cuando advertimos que en la enseñanza en general, y en la enseñanza de la
filosofía en particular, no es posible evitar el compromiso con alguna perspectiva
teórica, debemos asumir que si el respeto hacia los jóvenes, así como cierta
consideración del sentido de la tarea pedagógica, nos llevan a rechazar toda forma de
dogmatismo en la enseñanza que pudiera convertirla en una forma de adoctrinamiento,
estas premisas no suponen, en cambio, una imposible neutralidad. Sí requieren de
nosotros la disposición a exponer y revisar críticamente los supuestos que sustentan
nuestras decisiones y nuestra práctica.
Hemos defendido aquí, en consonancia con estos principios, una concepción
determinada de la filosofía y un enfoque de su enseñanza que consideramos coherente
con ella y con una interpretación de los objetivos de la educación en el Nivel Polimodal.
A favor de tal opción, creemos que esta concepción y este enfoque son los más
favorables al propósito de que los alumnos y alumnas desarrollen la capacidad de
afirmar de manera consciente y fundada un punto de vista propio en relación con las
cuestiones propias del espacio curricular de nuestra competencia, así como respecto de
toda otra materia o problemática que deban afrontar o abordar.
Aún a modo de cierre, vale señalar otro aspecto en el cual esta propuesta pretende
enfatizar su sentido de apertura. El enfoque sugerido jerarquiza el rol del docente, al
señalar la imposibilidad de reducir la suya a una función meramente técnica, consistente
en la aplicación concreta de las indicaciones generales de los especialistas. Nadie puede
sustituir al profesor en la tarea de construir, junto con sus alumnos y alumnas, las
condiciones en las cuales la práctica reflexiva que hemos identificado con la filosofía
pueda producirse. Está en sus manos la responsabilidad de hallar las claves para
desarrollar propuestas de indagación significativas para el grupo que habrá de llevarlas a
cabo, y suyo es el desafío de encontrar el modo en que los intentos filosóficos existentes
puedan constituir un aporte para una mejor elaboración de interrogantes, debates y
respuestas. Este profesor, como hemos dicho, deberá ser también filósofo: deberá estar
dispuesto a asumir una actitud crítica tanto sobre lo dado en general como sobre aquello
que constituye su propia formación y experiencia. Una actitud que implicaría - sobre la
24
base de una comprensión de que su rol diferenciado en tanto que docente puede y debe
ser ejercido reconociendo a sus alumnos y alumnas como otros tantos sujetos
autónomos con quienes participa en un emprendimiento común - la posibilidad de una
apertura a lo nuevo que procede del trabajo colectivo.
7. Bibliografía empleada
Sobre los problemas de la Didáctica de la filosofía
AGRATTI, Laura (1996); “La producción de los libros de texto en la última
década en la Argentina: el paradigma didáctico”, en Revista de Filosofía y Teoría
Política, La Plata, FAHCE-UNLP, Nº 31-32
AGRATTI, Laura (2002); “Enseñar filosofía a partir de problemas filosóficos.
Una cuestión de fundamento”, Ponencia presentada en las IX Jornadas de Enseñanza de
la Filosofía organizadas por el Programa para el Mejoramiento de la Enseñanza de la
Filosofía, el Departamento de Filosofía y la Fac. de Filosofía y Letras de la UBA, del 3
al 5 de octubre de 2002
CARPIO, Adolfo (1987); Principios de Filosofía. Una introducción a su
problemática, Bs. As., Ed. Glauco [Este texto, muy empleado en el Nivel Polimodal y
en asignaturas introductorias del Nivel Superior, ofrece en su introducción algunas
consideraciones del autor respecto del modo en que entiende debería ser enseñada la
filosofía. Aún cuando nuestra propuesta difiere sensiblemente de este enfoque, es
interesante atender a los problemas que el autor plantea y considerar cómo desde su
propia concepción de la filosofía procura desarrollar una serie de indicaciones
didácticas coherentes con aquella]
KOHAN, Walter – WAKSMAN, Vera (Compiladores), (1997); ¿Qué es
filosofía para niños? Ideas y propuestas para pensar la educación, Bs. As., UBA,
Oficina de Publicaciones del CBC
OBIOLS, Guillermo – AGRATTI, Laura (1993); “Concepciones de la filosofía y
enseñanza de la filosofía en la escuela secundaria: un análisis a través de los programas
y los libros de texto”, en Obiols, G. – Rabossi, E.; La filosofía y el filosofar, Bs. As.,
CEAL
OBIOLS, Guillermo – CERLETTI, Alejandro (1999); “Modalidades y
contenidos en la enseñanza de la filosofía”, Mimeografiado.
OBIOLS, Guillermo – FRASSINETI de Gallo, Marta (1991); La enseñanza
filosófica en la escuela secundaria, Bs. As., Ed. AZ
OBIOLS, Guillermo (1986); “Aprender filosofía”, Revista de Filosofía y Teoría
Política, La Plata, FAHCE, UNLP, Nº 26-27
OBIOLS, Guillermo (1993); Nuevo Curso de Lógica y Filosofía, Bs. As., Ed.
Kapelusz
OBIOLS, Guillermo (1997); La escuela necesaria, Bs. As. Ed. Kapelusz
OBIOLS, Guillermo (2002); Uma introduçao ao ensino da filosofía, RIO grande
do Sul, Ed. Unijuí. (Una edición en castellano se encuentra en preparación)
RABOSSI, Eduardo (1993); “Enseñar filosofía y aprender a filosofar: nuevas
reflexiones”, en Rabossi, E. – Obiols, G.; La filosofía y el filosofar, Bs. As., CEAL
SÁTIRO, Angélica (1997); “Evaluar la filosofía con niñas y niños. Ideas y
propuestas de trabajo”, en Kohan – Waksman; ¿Qué es filosofía para niños?, Bs. As.,
UBA, 1997; pg. 129-142
25
Obras de filósofos (de todas ellas existen varias ediciones en castellano; se citan las que
se emplearon en la elaboración del documento)
DESCARTES (1996); Reglas para la dirección del espíritu, Madrid, Alianza
DESCARTES (1984); Discurso del método – Tratado de las pasiones del alma,
Barcelona, Planeta
DESCARTES (1970), Discurso del método - Meditaciones metafísicas, Madrid,
Espasa-Calpe
FOUCAULT, Michel (1996); “¿Qué es la Ilustración? (1984)”, en Foucault, M.;
¿Qué es la Ilustración?, edición preparada por Silvio Mattoni, Córdoba, Ed. Alción
KANT, “¿Qué es la Ilustración?”, en Filosofía de la Historia (varias ediciones)
KANT (1943); Sobre el saber filosófico, Madrid, Ed. Adan [citado en Obiols
(1986): pg. 74]
KANT (1986); Crítica de la Razón Pura, Bs. As. Ed. Losada
PLATÓN; Teetetos
PLATÓN, República
PLATÓN, Fedón
Bibliografía complementaria
ARMSTRONG, A. H.; Introducción a la filosofía antigua, Bs. As., Eudeba,
1984
CASSIRER, Ernst; Kant. Vida y doctrina
CORNFORD, F. M.; La teoría platónica del conocimiento, Barcelona, Ed.
Paidós, 1983
EGGERS LAN, Conrado; El Fedón de Platón, Bs. As., 1983
FRASSINETTI DE GALLO, M. – FERNÁNDEZ AGUIRRE DE MARTÍNEZ,
E.; Filosofía Viva. Antología, Bs. As., Ed. AZ, 1991
GARBER, Dinu; “Descartes”, en Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía
(EIAF) Nº 21: Del Renacimiento a la Ilustración II, Madrid, Ed. Trotta – CSIC, 2000.
Pg. 93-120 [Ensayo sobre la filosofía cartesiana, situada en la bisagra cultural entre el
Renacimiento y la Modernidad ilustrada]
JAEGER, Werner; Paideia, México, Fondo de Cultura Económica, 1985
[estudio clásico sobre la paideia griega, un concepto que no es inmediatamente
equiparable a “cultura”, “educación”, o “filosofía”, pero que se encuentra estrechamente
vinculado a todos ellos]
MONDOLFO, Rodolfo; Sócrates, Bs. As., Eudeba, 1988
MORAN, Julio César (comp.); Por el camino de la filosofía, La Plata, Ed. De la
Campana, 2001 [compilación de trabajos sobre autores y problemáticas diversas
elaborados por la cátedra de Introducción a la Filosofía de la Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación de la UNLP, con el propósito de facilitar a los alumnos y
alumnas una primera aproximación a la disciplina]
MUGUERZA, Javier; “Kant y el sueño de la razón”, en THIEBAUT, Carlos
(Ed.); La herencia ética de la Ilustración, Barcelona, Ed. Crítica, 1991. Pg. 9-36 [breve
ensayo que expone muy claramente los problemas que pretende resolver el proyecto
crítico kantiano, y los desafíos que permanecen abiertos en la actualidad]
OBIOLS, Guillermo – DI SEGNI DE OBIOLS, Silvia; Adolescencia,
posmodernidad y escuela secundaria, Bs. As., Ed. Kapelusz, 1993
OBIOLS, Guillermo; Problemas filosóficos. Antología básica de filosofía, Bs.
As., Ed. Hachette, 1987 [texto que ofrece una variada selección de fragmentos útiles
para el trabajo en el aula]
TORRETTI, Manuel; Manuel Kant. Estudio sobre los fundamentos de la
filosofía crítica, Bs. As., Charcas
26
EGGERS LAN, Conrado; El sol, la línea y la caverna, Bs. As., Eudeba, 1975
[estudio clásico sobre el diálogo República de Platón]
27
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