predique la palabra

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PREDIQUE LA PALABRA
2 Timoteo 4:1-2
Por Eliseo Martínez
Usado con permiso
Tema: Nuestro llamamiento es a predicar la Palabra
Propósito: Animar a pastores y líderes a un trabajo excelente en su ministerio como
predicadores.
INTRODUCCIÓN:
En la época en que Dios llamó al profeta Samuel, fue un tiempo donde la palabra de Jehová
escaseaba. Hoy estamos viviendo un tiempo muy parecido a pesar de que estamos siendo
constantemente bombardeados por radio y televisión por diversos géneros de predicación
supuestamente sobre la palabra. Pero podemos decir sin temor a equivocarnos que la Palabra de
Dios escasea.
Proposición: Nuestro llamamiento es a predicar la palabra
Transición: Hablamos de tener una predicación completamente basada en la Biblia. ¿Por qué?
PORQUE SEREMOS JUZGADOS POR DIOS POR EL USO QUE HACEMOS DE LA
PALABRA.
Es una vergüenza oír a muchos predicadores exponer sus mensajes en medios masivos como
radio y televisión. Hay predicadores en estos medios que son prácticamente verdaderos hombre
show. Y mucha gente los oye con ese propósito, simplemente entretenerse.
Lo triste es que en la mayoría de las iglesias en nuestro medio, los pulpitos están ocupados o por
gente que adolece de conocimientos de principios hermenéuticos o por gente haragana, ociosa
que tiene el atrevimiento de pararse frente a un público y comunicar un discurso, que es lo más
que puede ser un discurso, pero no una auténtica predicación. En el libro Un ministerio ideal,
leemos: “Sed seriamente fervorosos. Vivid como hombres que tienen algo por lo cual vivir; y
predicad como hombres para quienes la predicación es la más sublime actividad de su ser.
Nuestro trabajo es el más importante que existe debajo del cielo, de lo contrario, es pura
falsedad”.
Las iglesias no conocen la verdadera palabra de Dios, a lo sumo conocen los pensamientos de su
pastor. El cual viene a ser un experto en el manoseo de la Biblia. Este tipo de pastor grita a todo
pulmón, “Dios me habló y me dijo tal cosa u otra”. Y mucho de lo que dice no son más que
pensamientos calenturientos o el producto de una mala digestión.
Estimados consiervos que hoy están recibiendo este reconocimiento que hace constar que han
estudiado Biblia, teología y herramientas ministeriales, no olvidemos que Dios nos ha llamado a
ser predicadores de su Palabra y que en un momento ya establecido soberanamente por él;
seremos juzgados por Dios por el uso que hacemos de la Palabra (Biblia).
Un deber de primer orden para los que nos atrevemos llamarnos predicadores es emplear tiempo
suficiente en la interpretación correcta del texto base de nuestra predicación. No importa si no
manejamos adecuadamente principios de comunicación que nos brinda la homilética.
Prediquemos la Palabra, alcemos nuestra voz predicando la Palabra, que resuene a los cuatro
vientos, “la Biblia dice... la palabra de Dios dice... Dios dice”. No hemos sido llamados a
exponer lo que nosotros pensamos que dice la Biblia, sino lo que la Biblia dice. Para ello
necesitamos un estudio de ella de manera disciplinada y sistemática, usando principios
hermenéuticos sanos, sólidos. Que respetan la gramática, el marco histórico/cultural en que se
da el texto.
Debemos ser estudiosos no solo del texto bíblico sino también del mundo contemporáneo para
que la Palabra sea correctamente entendida, asimilada y aplicada, debemos ser buenos
constructores de puentes. Aceptemos que somos constructores de puentes. Como lo dice John
Stott, “la predicación es un puente entre dos mundos. Seamos buenos constructores y
construyamos buenos puentes”.
PORQUE LA PREDICACIÓN ES UN ACTO POR MEDIO DEL CUAL SE EXPONE
LA PALABRA.
Cuando estamos predicando manifestamos, sacamos a luz, explicamos, declaramos la
interpretación del texto que estamos compartiendo. Es la palabra encontrada en el texto bíblico.
Es la Biblia, la palabra de Dios, la que redarguye, reprende, exhorta.
Predicamos para redargüir, ¿Qué es redargüir? Es usar adecuados argumentos para
convencer. La idea de la palabra es usar el mismo argumento para contradecir a alguien que
defiende una especie de vicio. Saber argumentar es un reto, un desafío ya que no hablamos de
argumentos sólo por argumentar sino de la Palabra. La palabra de Dios es la que tiene la
promesa de no volver vacía. La palabra de Dios es el agente que utiliza el Espíritu Santo para
cumplir con su ministerio de redargüir el mundo de su pecado. Nosotros los predicadores no
convencemos a nadie de nada. Es el Espíritu Santo el que usa la Biblia en nuestra boca para
convencer a los oyentes de que tienen que corregir un sistema de vida pecaminoso; de dar la
espalda al pecado y entrar a una relación íntima, estrecha con Dios.
Predicamos para reprender, señalamos fallas y extravíos de los creyentes con el objetivo de
que hagan correcciones en el estado presente de su vida. Es exponer claramente prácticas
desaprobadas por la Biblia. Es la Biblia la que reprende, no el predicador. El salmista con
mucha razón decía que en su corazón había guardado la palabra de Dios para no pecar contra él.
No tenemos otra alternativa que predicar la Palabra. Pastor, predica la Palabra,
predica…predica…predica la Palabra. Imitemos a los santos hombres de Dios del Antiguo
Testamento como Isaías, Jeremías, que proclamaban con la boca lo que Jehová ha hablado.
Imitemos a un Pedro a un Pablo quienes proclamaban el santo evangelio saturado de citas
tomadas del Antiguo Testamento.
Predicamos para exhortar, La Palabra nos habla de predicar con el propósito de ayudar,
consolar, animar. Las palabras que ayudan, consuelan, animan, determinan la función pastoral
propiamente dicha. Exhortar no es hablar de manera desconsiderada, ofensiva razón por la cual
se ha popularizado el dicho: te van a sermonear por decir te van a regañar.
Hay directores de culto que dicen después de un mensaje hoy ha habido leños y piedras que
cada uno agarre lo que le toca.
La exhortación tiene como propósito indicar cómo se vive a Cristo, cómo es la vida bajo el
reino de Cristo. Exhortar es tomar de la mano al creyente y conducirlo paso a paso a vivir a
Cristo, es enseñarle cómo evitar la práctica de hábitos pecaminosos y cómo adquirir la
disciplina de basar la vida en normas y principios bíblicos.
PORQUE DIOS HA ESTABLECIDO UN PROPÓSITO PARA LA PREDICACIÓN DE
LA PALABRA.
Nuestra responsabilidad es predicar, la del Espíritu Santo producir resultados, así que la
predicación debe ser inteligentemente. En Colosenses Pablo habla de amonestar y enseñar a
todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre. La
palabra sabiduría denota el saber usar el conocimiento adquirido. Ser sabio es ser prudente,
juicioso, saber emplear el conocimiento adquirido. Implica la idea de tener tacto en la manera de
expresarnos. Si sabiduría es saber usar el conocimiento adquirido, confiemos en nuestro Dios
que nos ha dado al Espíritu Santo para recordarnos la enseñanza de Cristo, para guiarnos a toda
verdad de la Biblia, iluminando nuestra mente finita y limitada para interpretar correctamente en
primer lugar y luego de una sana exégesis, exponer en el poder del Espíritu Santo en un acto de
predicación su Palabra. Dios establece la locura de la predicación, como la llama Pablo, para
salvar al creyente. Es el medio por el cual instruimos, alimentamos y animamos a los creyentes
a una vida auténticamente cristiana.
Nosotros debemos establecernos metas, propósitos específicos siempre que predicamos. Y
cualquier propósito que nos establezcamos cabe dentro de tres grandes propósitos a seguir
siempre que predicamos:
• Evangelístico: Desafiar a los no creyentes responder al llamado de Dios
• Didáctico: Para brindar instrucción, enseñanza,
• Pastoral: En la que alimentamos, fortalecemos y acompañamos a los que sufren,
lloramos con quienes lloran y nos alegramos con quienes tienen motivo para alegrarse.
Quiero recordar nuevamente lo que dice Pablo sobre la predicación en 1 Corintios 1:21 que
agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación, Es la predicación el medio
establecido por Dios para hacer el llamamiento eficaz a quienes Dios había elegido para
salvación. En el capitulo dos versículo 4 (2:4) afirma que su predicación fue en el poder del
Espíritu Santo. Una predicación poderosa en el Espíritu Santo sólo lo es cuando es
eminentemente bíblica.
PORQUE PREDICAR LA PALABRA DE DIOS (BIBLIA) ES NUESTRO TRABAJO.
Pablo le dice a Timoteo, “cumple tu ministerio”, (4:6), es decir, realiza cabalmente tu tarea
sagrada de predicar. Aunque el ministerio pastoral es más amplio. En Colosenses 1:29 habla de
la actitud que debe tener el predicador ante la predicación. Debe verla como un trabajo que
demanda inversión de tiempo, de energía, esfuerzo agotador. El predicador, como el maestro
que quiere realizar un trabajo excelente, lo logra solamente en la potencia de Cristo. Un trabajo
bien hecho tanto en la preparación como en la exposición demanda entrega y desgaste. Las
energías del predicador no son suficientes, necesita fortalecerse con la energía de Cristo.
Aquí quiero recordarles que tanto el proceso de crear el sermón como el momento de la
predicación deben estar permeados de oración. La vida misma del predicador debe ser una vida
de oración. E. M. Bounds dice en su libro, Poder por la oración: “El verdadero hombre de Dios
se forma en la oración secreta. El hombre -el hombre de Dios- se forma sobre las rodillas. La
vida del hombre de Dios, sus convicciones profundas, tiene su origen en la comunión secreta
con el altísimo. Sus mensajes más poderosos y más tiernos, los adquiere a solas con Dios. La
oración hace al hombre, al predicador, al pastor, al obrero cristiano y al creyente consagrado”.
CONCLUSIÓN:
Estimado consiervo siempre que prediques, predica la Palabra. No importa si tus mensajes
carecen de técnicas homiléticas o tus discursos no califican como sermones en el sentido
absoluto de la palabra. Cuando te pares frente al pueblo que Dios ha puesto bajo tu cuidado
pastoral, predica la Palabra…predica la Palabra…predica la Palabra. Si es que te diriges a los
todavía no regenerados, recuerda que es la Palabra (Biblia) la que usa el Espíritu Santo para
aplicar la obra redentora de nuestro Señor, en quienes deben ser salvos. Amén
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