La bohème Ópera en El MET Boris Godunov

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Ópera en El MET
La bohème
Octubre 28, 2010. Contra todos los pronósticos, un gran éxito
se apuntó el primer reparto que tuvo a su cargo subir a escena
la reposición de la omnipresente producción del popular título
de Puccini en esta nueva temporada del Metropolitan Opera.
En términos generales, la elección del elenco no pudo ser
más homogénea ni más competente, ya que todas las voces
resultaron espléndidas y adecuadísimas para sus partes, dotando
a la reposición de una energía y un entusiasmo que no tardó en
transmitirse al público asistente.
En un nivel superlativo de vocalidad, ya desde su entrada dominó
la escena el tenor italiano Vittorio Grigolo, quien sedujo por la
pasión, la elegancia y la entrega con la cual se lanzó a componer
la parte del poeta Rodolfo, más allá de una técnica vocal no todo
lo depurada que se desearía. Su aria ‘Che gelida manina…’ le
permitió lucir un bellísimo y matizado timbre lírico, un fraseo de
ensueño y unos agudos firmes y bien proyectados que provocaron
delirio y que sólo serían el puntapié inicial de una caracterización
que iría superándose a sí misma a medida que fue transcurriendo la
ópera.
No le fue en zaga la Mimì de impecables cualidades vocales y
estilísticas de la soprano Maija Kovalevska, quien con mucha
inteligencia supo sacarle provecho a una parte que le calzó como
anillo al dedo y a la cual arropó diligentemente tanto en lo vocal
como en lo dramático. A la soprano originaria de Latvia su
momento de gloria le llegó con el aria ‘Donde lieta uscì’, donde a
un canto mayúsculo se unió una sentida expresividad que obligó a
más de uno a sacar su pañuelo.
Una grata sorpresa significó el debut de la soprano americana
Takesha Meshé Kizart quien, a cargo de la parte de Musetta y
sustituyendo a la originariamente prevista Kristine Opolais, tuvo
un desempeño vocalmente irreprochable y dejó a todos con ganas
de mucho más canto. Con mucho gusto, el barítono italiano Fabio
Capitanucci delineó un muy sólido Marcello de voz robusta,
bien timbrada, y gran musicalidad, causando la mejor de las
impresiones. Por su parte, el joven barítono americano Edward
Parks obtuvo un lucimiento poco común dentro de lo reducidas
posibilidades que le brindó la parte del bohemio músico Schaunard.
Completó el elenco de bohemios, el bajo chino Shenyuang quien,
con un timbre noble, gran autoridad y contundencia en los graves
descolló interpretando un filósofo Colline soberbio desde todo
punto de vista. El veterano bajo Paul Plishka mostró cuanto oficio
es aún capaz de ofrecer e hizo descostillar de la risa a la asistencia
en su doble caracterización de Benoit y Alcindoro.
El coro de la casa tuvo una excelente noche y una vez más dio
muestras del excelente nivel en el que se encuentra desde que
el maestro Donald Palumbo ha asumido su dirección. Desde el
foso, el director italiano Roberto Rizzi Brignoli hizo una lectura
musical de cuidada concertación y gran fuerza dramática, siempre
atento a extraer de la orquesta los ricos matices y refinamientos que
la partitura de Puccini ofrece. En medio de muchos rumores que
hablan de su futuro reemplazo, la producción escénica firmada hace
ya varias décadas por el director italiano Franco Zeffirelli, símbolo
de la grandeza de la compañía, continúa deslumbrando como el
enero-febrero 2011
Vittorio Grigolo (Rodolfo) y Maija Kovalevska (Mimì)
Foto: Marty Sohl
primer día por la riqueza de sus detalles, su cuidada estética y
un sentido del teatro puesto en evidencia en la dirección de los
cantantes, del que van quedando muy pocas muestras hoy en día.
por Daniel Lara
Boris Godunov
Octubre 25, 2010. Toda la expectativa imaginable rodeó la
nueva producción escénica que el Met hizo de la ópera cumbre
del compositor ruso Modest Mussorgsky. Y no fue para menos,
teniendo en cuenta que la caracterización del rol protagónico
fue encomendada al bajo alemán René Pape y la dirección de la
vertiente musical del espectáculo, a Valery Gergiev. El resultado
estuvo a la altura de lo esperado.
Vocalmente, a Pape la parte del apesadumbrado zar ruso lo mostró
en todo su esplendor vocal, y confirmó el nivel de excepcionalidad
de quien puede ser considerado uno de los artistas más completos
con los que cuenta el mundo de la lírica actual. Imponente, dúctil,
portadora de una intensa expresión y gran comunicación, la voz de
Pape tuvo en su caracterización de Boris la inflexión justa, el matiz
más adecuado y el efecto dramático necesario para que la turbación
y la angustia imperante en el zar pudiesen exhibirse sin necesidad
de recurrir ni a la exageración, ni a un fraseo ampuloso. Con una
autoridad indiscutible, su Boris no buscó la espectacularidad sino
que prefirió ahondar en la psicología del personaje, buscando
pro ópera reflejar con todos los matices posibles la conciencia culpable y
atormentada del zar.
La otra figura de la noche fue el tenor Aleksandrs Antonenko,
quien con descomunal solidez vocal y gran temperamento
concibió un Grigori de alto vuelo. Tanto el bajo Mikhail Petrenko
como el bajo-barítono Evgeny Nikitin brillaron por la impecable
línea de canto y la convicción con la que compusieron al monje
Pimen y al sacerdote Rangoni, respectivamente. No fue menos el
bajo Vladimir Ognovenko, quien como Varlaam hizo alarde de
medios caudalosos y de gran extensión. Muy en papel, el barítono
Alexey Markok cantó un remarcable Schelkalov y tenor Oleg
Balashov delineó un príncipe Shuisky sin mácula. Muy aplaudido,
Andrey Popov hizo toda una creación de la patética figura del
idiota.
La mezzo-soprano rusa Marina Semenchuk fue una Marina
elegante y seductora que, si bien cumplió, mostró varios colores
diferentes en su voz, una articulación no del todo clara y no pocas
deficiencias técnicas a resolver. Por su desenvoltura y dignidad
en la composición de la posadera, bien merece un halagador
comentario la veterana soprano Olga Savova. El resto de los
personajes solistas fueron cubiertos con profesionalismo y
solvencia por elementos locales y artistas provenientes del elenco
del Marinsky.
Ovacionadísimo, el coro del Met, a cargo de Donald Palumbo,
lució un encomiable nivel, destacando fundamentalmente por
su gran equilibrio y afinación. Como no podía ser de otro modo,
Gergiev se movió como pez en el agua en una obra que conoce
hasta en su más mínimo detalle, y recreó con intensidad la
atmósfera musical de la ópera, prestando particular atención a
la riqueza de colores y resaltando la opulencia cromática de la
partitura de Mussorgsky.
La labor de Stephen Wadsworth a cargo de la dirección escénica
tuvo en general mucha coherencia y construyó sin altibajos el
marco en el cual se desarrolló la trama. En su labor primó lo
simbólico: la escena de la coronación, sólo por dar un ejemplo, con
sus hileras de campanas, transmitió con contundencia el mensaje
deseado y la atmosférica ambientación rusa del mismo modo que
antaño lo hicieron las recargadas producciones de la casa. Los
puntos más discutibles de la producción resultaron en primer lugar,
el plantear la acción como si se tratara de un drama doméstico y no
como una “gran ópera”, con todo lo que ello supone; en segundo
lugar, el modo en el cual Wadsworth delineó visualmente las
características psicológicas de algunos personajes —como el de
Marina o Rangoni— cuando la música ya lo está diciendo todo.
El bellísimo vestuario de Moidele Bickel y el cuidado
tratamiento lumínico de Duane Schuler contribuyeron de un
modo decisivo al gran recibimiento que el público propinó a la
producción escénica.
por Daniel Lara
Les contes d’Hoffmann
Sábado 2 de octubre, 2010. Matinée en el Met. Se presentó la
conocida y aclamada última obra de Jacques Offenbach: Los
cuentos de Hoffmann. La producción de Bartlett Sher con
escenografía de Michael Yeargan es un despliegue de elementos
entremezclados de realismo al estilo de principios del siglo XX
René Pape como Boris Godunov
Foto: Ken Howard
pro ópera
enero-febrero 2011
y de fantasía de tintes psicológicos. La dinámica escénica no
terminó de convencer en más de algún aspecto, ya que entre
los pincelazos de locura existen acciones no justificadas que no
se terminan de entender, si bien la producción, en general, no
desmerece. La iluminación de James Ingalls y los vestuarios de
Catherina Zuber terminaron de vestir la aplaudida puesta. Desde
el foso, Patrick Fournillier dirigió con claroscuros… más oscuros
que claros. En realidad marcó tiempos, pero más allá de ello no
hubo indicio de interpretación, énfasis en momentos o intento de
colaborar con los cantantes; sencillamente pasó desapercibido.
El coro mereció estrellita en la frente, a pesar de la desangelada
batuta.
Hablando de los solistas, la Olympia de Anna Christy, aunque
profusamente aplaudida, no fue más allá de ser una fábrica de
agudos —claro, requeridos por el papel—, pero que fueron
empañados por un fluctuante vibrato que impidió saber si intentaba
florituras, o si nada más vibraba junto con el resto de la capretina
emisión. Su fiato fue insuficiente todo el tiempo, y eso la obligó
a abortar cualquier intento de fraseo elegante. La Antonia y la
Stella de Hibla Gerzmava fueron correctas, con una emisión
limpia, generosa y con buen uso de matices; no fue impactante,
pero cubrió con dignidad el puesto y logró enternecer. Respiraba
con tirones de aire muy sonoros, pero su timbre lírico tenía una
agradable ligereza. La Giulietta de Enkelenjeda Shkosa apenas
alcanzó a cumplir en lo vocal y, en lo escénico, lució bien de
proxeneta. Desgraciadamente, no posee un desenvolvimiento
escénico que convenza del todo. Los comprimarios Joel Sorensen,
Dean Peterson, Jeff Mattesey y David Cangelosi dieron una
verdadera lección de histrionismo, y aún cuando sus voces fueron
más enfocadas al carácter de sus personajes y no a rebosar de
belleza y lirismo, corrieron sin problemas y cumplieron con creces
sus encomiendas… Curioso: hasta aquí los comprimarios han sido
mejores en escena que las solistas.
La Musa y Nicklausse de Kate Lindsey fue simplemente un
deleite: su timbre es hermoso; su técnica, impoluta; su uso de
la escena, indiscutible; y, aún cuando es joven, pone el ejemplo
en todo; de lo mejor de la función… simple y llanamente me
enamoré de su voz y de toda ella. Su voz es más mediana, pero
su canto de excelente factura llenó y corrió sin problemas.
Ildar Abdrazakov fungió como los cuatro villanos, con una
avasalladora presencia escénica y una emisión que pega como
martillo. Su voz envuelve a la vez que golpea; graves plenos,
agudos redondos y elegantes, y emisión que llenó el recinto.
Giuseppe Filianoti tuvo una gran función como el poeta
Hoffmann. Su voz posee bello timbre, gran proyección, buen
centro y un buen uso de matices. Ya para el epílogo se le notó
vocalmente agotado, y tuvo que empujar algunas notas, pero
no desmerece lo que, esperemos, sea el surgimiento de un gran
tenor. No sé qué hacen dando este papel a Joseph Calleja que es
técnica e interpretativamente un ejemplo de deficiencias, y en
cambio, aquí tienen un verdadero portento de voz y presencia.
Ojalá Filianoti trabaje en corregir los ligeros detalles que aún
denotan su verdor.
por Jorge Arturo Alcázar
Ildar Abdrazakov (Coppélius), Kate Lindsey (Nicklausse) y Giuseppe Filianoti (Hoffmann)
enero-febrero 2011
pro ópera Cosí fan tutte
Noviembre 9, 2010. La producción de Lesley Koening se estrenó
en 1996, y en aquella ocasión el elenco lo formaron Carol Vaness,
Susanne Mentzer, Jerry Hadley, Dwayne Croft, Thomas Allen
y Cecilia Bartoli (quien realizaba su debut en el Met), bajo la
batuta del maestro James Levine. La producción, bastante eficaz,
cuenta con una serie de mecanismos que hacen mucho mas
rápido los cambios de escena, que en su época de estreno fueron
muy atractivos. El vestuario y la escenografia, muy acertados,
estuvieron a cargo del diseñador Michael Yeargan.
Como siempre, acertadísimos el coro del Met, bajo la dirección
del maestro Donald Palumbo. El elenco en esta ocasión
funcionó perfectamente bien en conjunto, mostrando una
química extraordinaria en escena. La soprano Miah Persson
fue Fiordiligi, dándole un perfecto toque a su personaje, con un
hermoso timbre vocal, sin tratar de forzar mucho la voz, supo
darle una bella línea en toda la extensión de su cuerda (muchas
sopranos abusan demasiado, y quieren meterle toda la voz al
centro y a los graves), resolviendo fácilmente los momentos más
complicados del personaje. La mezzo-soprano americana Isabel
Leonard interpretó el rol de Dorabella con una voz hermosa,
la cual, sin embargo, necesitaba un poco más de carácter y
potencia. En varios momentos sus graves se perdían, aunque
en los ensambles con Fiordiligi supo empastar su voz, y su
actuación fue bastante buena. La soprano Danielle de Niese
realizó una muy esperada Despina, realmente encantadora, con
una hermosa voz; la cantante sabe comunicarse perfectamente
en cada momento con su personaje y lo transmite, resolviendo
fácilmente sus momentos vocales. Es muy buena en escena,
y eficaz en sus cambios de voz, a la hora de realizar los
personajes del “doctor” y el “notario”.
El tenor Pavol Breslik interpretó el rol de Ferrando con una
bella línea de canto, ideal para el repertorio. Supo dar una
excelente interpretación a su personaje, con mucho estilo y
una voz que se mueve fácilmente en el registro agudo, muy
natural, y supo perfectamente acoplarse a los demás intérpretes
en las escenas de conjunto. El barítono Nathan Gunn es
un especialista en el repertorio mozartiano, y lo demostró
nuevamente al interpretar el rol de Guglielmo, perfectamente
en estilo, con una flexibilidad que aprovechó para dar mayor
carácter a la trama.
En el rol de Don Alfonso se contó con la interpretación del
barítono William Shimell, quien encajó perfectamente con
el resto del elenco, manejando la línea de canto mozartiano
con mucho estilo. A algunos de sus graves les hizo falta más
autoridad, pero fuera de eso su interpretación fue muy buena.
El maestro William Christie realizó con esta ópera su debut en
Escena de Così fan tutte en el Met
Foto: Marty Sohl
pro ópera
enero-febrero 2011
John del Carlo (Don Pasquale) y Anna Netrebko (Norina)
Foto: Marty Sohl
el Met. Con una muy acertada batuta, los tiempos justos en cada
momento de la ópera, supo mantener perfectamente el equilibrio
entre orquesta y cantantes, los concertantes sonaron de lujo, y con
su experiencia supo dar ese encanto que tiene Cosí: de los más
ovacionados.
por Raúl Amador
resolviendo las dificultades vocales del personaje, con una línea
vocal bella, mucho legato y realizando algunos agudos en falsete
con mucha gracia y estilo. El barítono Mariusz Kwiecien fue todo
un lujo como el Dottor Malatesta: con una voz potente, bastante
flexible para darle un toque buffo, hizo perfecta mancuerna con el
resto del elenco.
Don Pasquale
La dirección musical estuvo a cargo del maestro James Levine,
quien está celebrando sus 40 años a cargo de la dirección musical
del Met. La orquesta sonó de maravilla.
por Raúl Amador
La última comedia de Gaetano Donizetti regresó al teatro
neoyorkino, después del estreno en 2006 de esta nueva producción
dirigida por el legendario regista Otto Schenk y Rolf Langenfass
(diseñador del vestuario y de la escenografia), en una acertada
mancuerna, llevando la obra al tiempo del compositor Gaetano
Donizetti, a mediados del siglo XIX.
John Del Carlo, un bajo-barítono que se ha especializado en el
repertorio buffo, se encargó ahora de dar vida al personaje de Don
Pasquale, sin caer en exageraciones ni manierismos, y realizó una
muy buena interpretación, con perfecta unión de canto y actuación.
Anna Netrebko interpretó el rol de Norina, en el que se lució,
tanto vocal como escénicamente. Como Norina se le sintió plena,
con una bella línea de canto, coloratura lírica resuelta, agudos sin
problema de afinación, una actuación casi perfecta, a no ser que
en algunos momentos exagerada (aunque el personaje requiere
también un poco de eso).
El tenor Matthew Polenzani interpretó el difícil rol de Ernesto,
enero-febrero 2011
Das Rheingold
Octubre 9, 2010. Desde que la temporada pasada bajó de cartel la
tetralogía wagneriana que firmara el regista alemán Otto Schenk
para el Met, y que fuera durante más de dos décadas una de las
cartas de presentación de la casa, mucho se ha hablado acerca de
la nueva producción escénica que habría de sucederle. Toda una
parafernalia publicitaria ha dado cuentas de la renovada visión
que su sucesor, el regista canadiense Robert Lepage, impondría
a su Anillo del nibelungo y de las características de un evento que
suponía ser el más importante de la era de Peter Gelb al frente
del Met. Finalmente, el estreno llegó y este nuevo Oro del Rin que
inició la temporada 2010-11 del Met dio mucha tela para cortar.
En lo estrictamente escénico, Lepage hizo un trabajo interesante,
sin asumir demasiados riesgos, y manteniéndose —dentro de
pro ópera Escena de Das Rheingold en el Met
Foto: Ken Howard
lo innovadora de su propuesta— fiel al espíritu de la obra del
compositor alemán. A diferencia de su anterior producción en
la casa, el regista ha logrado que el canto y la puesta en escena
cohabitaran en armonía, fueran de la mano y se potenciaran, sin
nunca opacarse una a la otra. La acción se desarrolló —lo mismo
que anuncia para el resto del Anillo— sobre dos plataformas que
se movieron de modo circular, modificando la escena según los
requerimientos de la trama y dando lugar a momentos de destacado
despliegue visual y estético, pero al mismo tiempo limitando las
posibilidades de acción del regista.
En este marco, los momentos de mayor calidad visual —y en los
cuales el cuidadísimo despliegue lumínico tuvo un rol decisivo—
fueron la presentación de las ondinas del Rin, las marchas de
Wotan y Loge hacia y desde Nibelheim, y de modo discutible la
escena final, en la cual los dioses suben al Walhalla. En una ópera
de dos horas y media, que lo realmente interesante no llegara a más
de 30 minutos —sin desmerecer los méritos de lo hecho— supo
a poco. Seguramente en las tres jornadas que seguirán, Lepage
tendrá la posibilidad de revertir esta situación y darle a su Anillo
una dinámica que hasta ahora no tuvo. El vestuario —que buscó
“actualizar” la acción— tampoco se apartó de los lineamientos
clásicos, contribuyendo a elevar el nivel general de la propuesta
visual, aunque se lamentó una excesiva utilización del plástico en
su confección.
de ajustar su trabajo para que el resultado conjunto de la orquesta y
las voces pudiera apreciarse.
El tan esperado debut local de Bryn Terfel como Wotan superó
todas las expectativas. En la escena, su presencia lo dominó todo y
—cuando Levine dejó que se oyera— fue difícil no caer cautivado
ante toda la calidad vocal que emanó del rico, bien proyectado
y suntuoso timbre del bajo-barítono galés. Un tibio debut tuvo
Stephanie Blythe como Fricka. La mezzosoprano americana
compuso una esposa de Wotan de correcta vocalidad, pero fría e
impersonal en su caracterización. Una grata sorpresa dio la Freia
de la soprano americana Wendy Bryn Harmer, quien con grato y
homogéneo timbre dio un realce poco usual a su parte. El barítono
Dwayne Croft pasó sin pena ni gloria en su caracterización como
el dios Donner, y resultó incomprensible que Richard Croft fuese
abucheado en su saludo final, puesto que el tenor defendió con
dignidad, musicalidad y mucho acierto el rol del semidiós Loge.
Contra todos los pronósticos, los mayores claroscuros de la velada
vinieron de la vertiente vocal. El elenco compuesto por algunas de
las más rutilantes estrellas de la lírica actual no llegó a conformar
en la media de lo deseado, y en este hecho tuvo mucho que ver la
dirección musical de James Levine, quien hizo sonar la orquesta
tan fuerte que impidió oír mucho de lo que sucedía en la escena.
El tenor Adam Diegel brilló con luz propia e hizo gala de una
vocalidad potente y robusta en su composición como el dios
Froh. Completó el elenco de dioses la Erda de nobles acentos, voz
aterciopelada e impactantes resonancias en el registro grave de la
mezzo-soprano irlandesa Patricia Bardon. Los bajos Franz-Josef
Selig y Hans-Peter König cantaron con convicción y esmero las
exigencias de las partes de los gigantes Fasolt y Fafner. El tenor
Gerhard Siegel dejó una buena impresión como el nibelungo
Mime y se esperará con ansias su regreso en la segunda jornada.
Tanto por vocalidad como por entrega, la composición más rotunda
de la noche la hizo el bajo-barítono americano Eric Owens, quien
con un apabullante poderío vocal bordó un contundente y modélico
Alberich que conquistó a todos y compartió, junto con Levine, la
gran ovación que el público propino una vez caído el telón.
De todos modos, “al César lo que es del César”. Al frente de la
orquesta del Met, el director americano condujo con mano de
hierro una orquesta muy cercana a la perfección, y con la cual en
todo momento fue superándose, obteniendo momentos de sublime
lirismo, delicadeza y gran profundidad musical, pero olvidándose
No puede omitirse un halagador comentario para las ondinas del
Rin, que con sólidos medios vocales cincelaron Lisette Oropesa,
Jennifer Johnson y Tamara Mumford. El Anillo tiene previsto
seguir su curso en el mes de abril de este nuevo año.
por Daniel Lara
pro ópera
enero-febrero 2011
Rigoletto
Sábado 2 de octubre, función vespertina en el Met. El popular
título verdiano se pone por 828 ocasión desde la fundación de la
Ópera Metropolitana de Nueva York, y con la ya muy conocida
producción de Otto Schenk. Qué decir de la escenografía y los
vestuarios que no haya sido dicho ya: realistas, convincentes e
impactantes. Paolo Arrivabeni tuvo bajo su cargo a la orquesta,
y ¡vaya que se tomó en serio el cargo!: la obsecuencia de los
músicos desembocó en una interpretación entrañable, con manejo
de matices, impacto, lirismo… cada carácter en cada momento
adecuado, cada nota y cada compás en su mejor lugar.
Se esperaba mucho de la Gilda interpretada por la experimentada
Christine Schäfer, pero en cambio dejó mucho que desear: su
voz no corrió, su interpretación en la escena fue opaca, y para no
abundar más, no pudo nivelarse con el resto del elenco aún cuando
—lo adelanto— no fue nada del otro mundo. Su gran oportunidad
de lucimiento en el aria ‘Caro nome’ se convirtió en un verdadero
tormento en el que tuvo que idear subterfugios con forma de
pianissimi que no eran más que escapatorias devenidas de una
condición vocal nada óptima para la función. La Maddalena de
Nino Surguladze fue muy buena, con emisión cristalina, timbre
aterciopelado y desenvolvimiento escénico de diez. Su escena
convenciendo a Sparafucile de no matar al Duque de Mantua fue
oportunidad para hacer gala de su excelente manejo escénico.
El Duque de Francesco Meli fue bastante bueno. Meli posee un
buen instrumento con facilidades hacia el registro agudo, pero en
repetidas ocasiones se sintió con empujones innecesarios que a la
larga fueron mermando su proyección; en la parte actoral cumplió
bien. Abordó ‘Questa o quella’ con gran desenfado y, por sólo
mencionar otro momento, ‘Bella figlia del amore’ fue un ejemplo
de lirismo y legato. Lado Ataneli como Rigoletto fue bueno,
pero no pudo llegar a la excelencia. Su timbre es adecuado para el
papel y su interpretación vocal fue muy buena, pero su desarrollo
en escena fue pobre y no logró el impacto dramático esperado
del personaje central del drama. En el climático ‘Cortigiani,
vil razza dannata’ casi rompe un agudo, pero se supo recuperar
de inmediato. Andrea Silvestrelli tuvo a su cargo el papel de
Sparafucile: estuvo maravilloso. El bajo italiano es un monstruo en
la escena, y su timbre profundo corre aún en la nota más baja de su
registro; un deleite escucharlo nota por nota. Su giro de la voz en el
registro agudo le permite manejarse bien en las alturas, aún cuando
el peso de su timbre es bastante importante. Los comprimarios,
buenos en general, pero sin mayor detalle digno de mención, y un
coro con gran oficio. George Gagnidze —el otro Rigoletto de la
temporada— andaba por ahí entre el público… ¿Le gustará mucho
el título, o andaba echándole un ojo a su competencia?
por Jorge Arturo Alcázar
Il trovatore
La producción de David McVicar regresa en su ya segunda
temporada (su estreno fue el 16 de febrero de 2009). Es una
producción bastante interesante, inspirada en las imágenes de
Francisco Goya, que traslada la historia a inicios del siglo XIX en
la llamada Guerra Peninsular en España.
En el rol de Manrico se contó con el tenor argentino Marcelo
Álvarez, quien dio vida al trovador. Encarnó el rol de Manrico con
una voz lírica, magnífico brillo vocal y agudos potentes, aunque
algo tensa su coloratura. Afrontó los momentos mas heroicos con
bastante garra vocal. La soprano americana Patricia Racette, por
su parte, interpretó el rol de Leonora con una línea mucho mas
lírica, y no tuvo que dar más fuerza ni empuje a su personaje:
siempre lo cantó con naturalidad, muy fluido en todo el registro, y
cantó sus arias cantó sus arias con las cadenzas opcionales que se
adaptaron mejor a su voz y a la personalidad de la Leonora que ella
estaba creando.
En el rol del Conte di Luna se contó con la participación del
barítono Zeljko Lucic, quien lució su línea verdiana, con graves
y centro bastante potentes y redondos, aunque su zona aguda
carece un poco de punta y brillo. La mezzo-soprano Marianne
Cornetti supo imprimir mucha fuerza dramática en el rol de
Azucena, con una voz bastante flexible, graves, centro robusto
y agudos brillantes. El rol de Ferrando fue interpretado por el
bajo Alexander Tsymbalyuk con una voz grande y con mucha
autoridad, y aunque en momentos su vibrato sonó algo tremulante,
llenó su relato del primer acto de matices para realzar el drama.
La dirección estuvo a cargo
del maestro Marco Armiliato,
siempre dirigiendo con
entusiasmo, plagando de fuerza
dramática cada momento de la
obra. Sus tempi fueron bastante
acertados, llenando a la orquesta
de un magnifico legato melódico,
y tratando sabiamente y con
cuidado a cada cantante para
el mayor lucimiento de su voz.
También estuvo acertadísima
la dirección coral del maestro
Donald Palumbo, haciendo
brillar las voces del coro
Metropolitano. o
por Raúl Amador
Nino Surguladze (Gilda) y Francesco Meli (il Duca)
en Rigoletto
Marcelo Álvarez como
Manrico en Il trovatore
Foto: Ken Howard
Foto: Ken Howard
enero-febrero 2011
pro ópera 
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