Testimonio: Lennar Acosta

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Relato de vida / Lennar Acosta
“La música
cambió mi vida”
Desde los 12 hasta los 15 años consumió drogas y manejó armas. Recluido en el Instituto Nacional del Menor conoció el Sistema Nacional de Orquestas
Infantiles y Juveniles y se llenó de música y esperanza. Hoy, a sus 26 años,
es clarinetista y el único organero del país / José Ramón Villalobos | fotografía roberto mata
A los 12 años empecé a manejar armas y a consumir drogas. Participé en los hechos de violencia
más brutales: robé, vendí cocaína, me expulsaron
de varios colegios y me fugué muchas veces de
retenes de menores. Hasta que mi destino cambió
gracias a la música.
Mi infancia transcurrió en Carapita [barrio de
Caracas] junto a mis tres hermanos. Empecé a
trabajar a los 8 años vendiendo re“A todo el que me frescos y pastelitos en el Mercado de
miraba mal, lo agredía. La Hoyada. Con el dinero que ganaba
me compraba ropa y juguetes, porque
Me llevaron a varios
mi mamá sólo me daba lo básico. Esas
centros de menores, carencias me impulsaron a ganarme
pero siempre me fugaba” la vida en la calle desde niño.
¿Mi papá? Lo conocí a los 12 años.
Un día mi mamá me dijo: ‘Lennar, el
sueldo no me alcanza para mantener a los cuatro.
Quiero que conozcas a tu padre y te vayas con él’.
Así fue: ese mismo día lo conocí.
Al llegar a casa de mi papá intenté estudiar de
nuevo, después de que me habían expulsado de
dos colegios por problemas de conducta. Con él
duré sólo tres meses. Un día empezó a gritarme,
agarró una correa… y yo agarré otra. Mirándolo a
los ojos le dije: ‘tú nunca me diste un pote de leche.
Y ahora, después de tantos años, vienes a pegarme.
¿A cuenta de qué?’. Ese mismo día regresé a casa
de mi mamá. Más nunca supe de él.
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A los pocos meses de haber cumplido 13 años
empecé a consumir marihuana. Los panas me
ofrecieron y fumé. Muy drogado, una noche llegué a
casa de mi mamá y le levanté la mano durante una
discusión. Eso fue muy duro para mí: me descontroló tanto que agarré mis cosas y me marché.
Me fui a vivir a casa de un amigo cuya mamá era
adicta a las drogas. Yo compraba y la compartía
con ella. En ese momento mi vida tomó un rumbo muy oscuro: todo el día consumía marihuana,
cocaína y bazuco. Nunca pisaba tierra. La realidad
me resultaba muy dura.
Para mantenerme económicamente retomé
la venta de ropa en La Hoyada y vendía cocaína.
También robaba tiendas de fábricas de pantalones. Gané mucho dinero y cada vez quería más. En
ese tiempo mi mamá me iba a buscar al mercado
y yo me escondía. La veía llorar a lo lejos con las
manos en la cara. Me sentía la oveja negra… por
eso me distancié.
Al tiempo, viví una situación que me marcó: en
un ajuste de cuentas cinco muchachos me cortaron la cara con una hojilla. Mis amigos, desesperados, fueron a buscar a mi mamá. Me tomaron
39 puntos.
Ese suceso alimentó más mi violencia. A todo el
que me miraba mal, lo agredía. Me llevaron a varios centros de menores, pero siempre me fugaba.
Me fugué nueve veces. ¿Miedo? Nunca.
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y
La última vez que me agarraron y me llevaron al
INAM [Instituto Nacional del Menor] de Los Chorros, le pagué a los policías para que colocaran en
el informe sólo robo y no consumo de drogas. Eso
trajo una consecuencia fatal: el
“El Sistema Nacional síndrome de abstinencia por la
de Orquestas Infantiles falta de drogas lo viví sin ayuda
Juveniles hizo un milagro médica, porque los trabajadores sociales no sabían nada. Los
conmigo. Lo que soy hoy
escalofríos y temblores eran
se le debo a la música. aterradores.
Me llenó de esperanza”
Estando recluido (estuve intermitentemente entre los 15 y 17
años) llegó al INAM el proyecto
del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. Al principio mostré desinterés,
pero participé en las clases de lenguaje musical. Me
atrapó ese universo.
Una mañana vi un clarinete y me pareció elegante y lujoso. Dije: ‘quiero aprender a tocarlo’. Me lo
propuse y poco a poco lo conseguí. A los 18 años, ya
fuera de reclusión y viviendo nuevamente con mi
mamá, visitaba el INAM todas las tardes para practicar. Me enamoré perdidamente de ese instrumento,
porque logró que cambiara el arma y la marihuana
por sus sonidos sublimes.
A los 22 años, muy animado con los estudios musicales y con siete años alejado de las drogas, me
casé. Tuve una hija llamada Nicole, una niña alegre
y juguetona que, lamentablemente, nació con las
arterias del corazón obstruidas. Al año la operaron,
pero le dieron dos preinfartos. Murió.
Tiempo después, con la vida hecha pedazos, entendí que Nicole vino a darme una lección: vino a
enseñarme a respetar la vida. Mis participaciones
como clarinetista profesional en varias orquestas
sinfónicas del país me ayudaron en el proceso de
superar su muerte.
En 2006 Dios me puso en el camino una excelente
oportunidad: el maestro José Antonio Abreu, director del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e
Infantiles, me envió a Bonn (Alemania) con el objetivo de participar en el proceso de construcción y
traslado a Caracas del órgano principal del sistema.
Fui a capacitarme para repararlo y mantenerlo.
Llegué a Bonn sin saber alemán, pero poco a poco
lo fui manejando. Estando allá me gané una beca
para estudiar organería, una disciplina compleja
que se encarga de restaurar y reparar las piezas del
órgano. Soy el único venezolano formado para esa
labor. Quedé seleccionado por mis habilidades con
la madera.
El sistema hizo un milagro conmigo. Lo que soy
hoy se le debo a la música. Me llenó de esperanza.
A principio de julio de 2008 el maestro Abreu me
nombró director del núcleo de Los Chorros, justo
donde estuve recluido. ¡Las vueltas que da la vida!
Eso me tiene muy animado. Conformaré allí una
orquesta de altura.
A mis 26 años me siento viejo por todas las experiencias que he vivido. Hay momentos en que toco
el clarinete… y recuerdo mi adolescencia. Dicen que
el sonido refleja el alma de cada ser humano. Mis
sonidos de hoy reflejan amor”.
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