La salvación: la única solución

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Comentarios de la Lección
IV Trimestre de 2012
Crecer en Cristo
Lección 4
27 de Octubre de 2012
La salvación: la única solución
Prof. Sikberto Renaldo Marks
Versículo para Memorizar: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquél que en Él crea, no se pierda, más tenga
vida eterna” (Juan 3:16).
Introducción
Aquí, en la tierra, en el ámbito degenerado en el cual vivimos, una persona generalmente
es calificada como aceptable, incluso buena, si con astucia sólo engaña a los desconocidos. Quien roba con discreción, pero –al mismo tiempo– tiene una imagen social, es considerada una persona de bien, y si le sobra el dinero, alguien que ha triunfado en la vida.
Quien logra hacerse de fama, pero vive una vida inmoral, llega a ser idolatrado por el
pueblo. Quien predica bien, es simpático y desarrolla una buena relación con los demás,
pero es infiel con su esposa, siempre que lo haga discretamente, hasta puede ser ascendido.
En síntesis, aquí en este mundo las personas pueden practicar maldades y ser pecadoras, pero deben hacerlo con cierta discreción, sin atraer demasiado la atención. En ese
caso, serán aceptadas y hasta servirán como ejemplo para otros. Sólo para citar un
ejemplo, muchos de los jugadores de fútbol más famosos, de equipos grandes, los cuales ganan muchísimo dinero, viven descuidadamente, hacen fiestas con consumo de bebidas alcohólicas y drogas, pero sin embargo, son idolatrados por las multitudes y los
medios los promueven, así como la justicia hace la vista gorda, a no ser que el escándalo
sea demasiado flagrante. Los hombres y mujeres que componen el poder judicial también son fanáticos de esos equipos grandes. No quieren perjudicar a su equipo metiendo
a algún jugador en la cárcel por algo que no sea tan grave.
Los cristianos, que vivimos en este entorno, y nos hemos acostumbrado a él, muchas veces calificamos a esto como algo normal. Hasta llegamos a no incomodarnos demasiado
cuando algo parecido entra en nuestra iglesia. Al fin y al cabo, “todo el mundo lo hace”,
como se acostumbra decir. Además, cuando un hermano o hermana toman la decisión
de hacer las reformas en su vida, seguramente tendrá que enfrentar la crítica de otros
hermanos del grupo de los “liberales”.
Sin embargo, el pecado es algo gravísimo, cruel y tiene consecuencias trágicas, tales
como el dolor el sufrimiento, los conflictos, el envejecimiento, las enfermedades y –al fiRecursos Escuela Sabática ©
nal– la muerte. Acostumbramos comparar nuestra situación aquí en la tierra con la de los
seres que viven en planetas que no han caído. No los vemos, pero podríamos imaginarlo
y, por lo menos, reflexionar en ello. No debemos aceptar el pecado, tenemos que vivir sin
tolerarlo. La solución al problema del pecado le costó carísimo al Cielo, se corrió un riesgo grandísimo en la persona del Hijo de Dios. No debemos considerar de poca valía el
hecho de que el Ser divino se convirtiera en un hombre mortal sujeto al pecado y, en esa
condición, estar dispuesto a enfrentar en una lucha contra el ángel Lucifer. La cruz no fue
una puesta en escena montada con un resultado ya definido por anticipado. No fue una
simulación. Jesús llegó a derramar gotas de sangre. Su victoria final fue aceptada porque
Él no se doblegó a ningún punto de desobediencia. Si Él hubiera descendido, por ejemplo, de la cruz, muchos allí hubieran creído allí mismo que Él era hijo de Dios, pero –
como en el caso de Eva– habría obedecido una orden del enemigo, se habría sometido a
Él, y con ello habría sido derrotado por la eternidad. Y nosotros estaríamos perdidos para
siempre, no existiría ningún plan de salvación, pues Dios Padre ya no tendría a nadie
más para enviar. En esta semana, entonces, analizamos el problema de la extensión del
pecado.
El alcance del problema
El problema del pecado ha alcanzado tal grado de intensidad que generalmente el ser
humano juzga muchas cosas negativas como positivas. Por ejemplo, beber cerveza hace
mal, pero aquél que no la bebe eso considerado alguien inferior. Aun cuando provoque
muchos accidentes, las bebidas alcohólicas son valoradas. Mentir también es considerado algo normal. El uso de la violencia es normal incluso en los programas televisivos en
canales religiosos. El canal de televisión Record, hace unos días presentó un programa
de buen nivel moral, pero en la pausa publicitaria hizo promoción de un programa inmoral. Y generalmente los líderes no ven anda de malo en eso, ni tampoco los miembros. El
mundo acostumbra a mezclar lo malo con lo correcto, y eso a nadie le preocupa demasiado. Nosotros, como pueblo de Dios, en muchos casos tampoco no nos preocupa demasiado. Lo mismo puede decirse acerca de la inmoralidad y las separaciones entre las
parejas, igual que las uniones entre personas del mismo sexo. Y la lista podría seguir. El
mal es considerado como algo bueno, y lo bueno es visto como una actitud ingenua. El
corazón del ser humano es malo, corrupto, engañador, centrado en sí mismo, siempre
tratando de obtener ventajas sin importar las consecuencias de ello sobre los demás, y
generalmente a todo eso lo consideramos aceptable.
Nosotros, que participamos del pueblo escogido, no debemos, ni podemos, ser así. Debemos ser santos, separados del mundo. Y con esa finalidad es que hemos sido escogidos. Por eso es que Elena G. de White escribió: “El oír sermones sábado tras sábado, el
leer la Biblia de tapa a tapa, o el explicarla versículo por versículo, no nos beneficiará a
nosotros ni a los que nos oigan, a no ser que llevemos las verdades de la Biblia al terreno
de nuestra experiencia personal. La inteligencia, la voluntad y los afectos deben someterse al gobierno de la Palabra de Dios. Entonces, mediante la obra del Espíritu Santo,
los preceptos de la Palabra vendrán a ser los de la vida” (El ministerio de curación, p.
411). Necesitamos ser transformados, pues en lo que respecta a nuestra naturaleza somos iguales a cualquier pecador de este mundo.
Nuestro testimonio más importante es el de ser personas transformadas. No podemos
dar un testimonio angélico, como seres que nunca hemos pecado. Esa posibilidad no
existe para nosotros, pues somos pecadores. Entonces, debemos entregarnos a Dios para que Él nos transforme, y nos haga cada vez más parecidos a Cristo. Eso provocará
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admiración para las personas del mundo. En tal testimonio, las personas verán algo diferente a lo usual aquí en la tierra. Tal como lo afirma Elena de White, inspirada por Dios:
“Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia.
Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces
vendrá él para reclamarlos como suyos” (Eventos de los últimos días, p. 39).
La provisión divina – Parte 1
Mi forma de ser manifiesta una particularidad: no me gusta ver a personas sufriendo. Y
peor aun es cuando no se puede hacer algo que sirva de ayuda. Por ejemplo, una persona anciana, enferma y que ya no pueda recuperarse. Su vida se va apagando, sufre y no
avizora días mejores. ¿Qué sentimientos puede pasar en lo profundo del pensamiento de
alguien en ese estado? Por lo menos, para quien tiene la esperanza de la salvación,
puede consolarse con su estado luego de la venida de Cristo. Por lo menos tiene eso. Me
siento dolido al ver, por ejemplo, a un mal individuo siendo apresado porque ha asesinado a otra persona. Quedará enjaulado como un animal (a pesar de que el lugar de los
animales no es el de jaulas y encierros), pero es un ser humano. Y hay que tener en
cuenta que no es del todo culpable, también –en parte– es una víctima. Y lo más dramático en esto que no queda otra cosa que hacer que encerrarlo. Es necesario, pues de
quedar suelto, la situación podría empeorar. Es una persona que no ha generado las
condiciones en sí mismo para vivir en sociedad, sólo vive para perjudicar a otros. ¡A qué
punto hemos llegado!
Cuando Adán y Eva pecaron, en un primer momento tuvieron la imaginaria sensación de
encontrarse en un estado superior. Pero eso duró, por cierto, unos instantes, pronto se
sintieron raros. Un sentimiento de temor, culpa e inseguridad se apoderó de ellos. Temieron lo que diría Dios, su Creador. ¿Qué haría Él, puesto que había dicho que si comían
de aquél fruto, morirían? Ese pensamiento los aterró. Necesitaban urgentemente algo de
consuelo, algún mensaje de alivio, algo como el perdón (nadie todavía, a no ser Dios,
conocía la posibilidad del perdón). Cada segundo transcurrido suponía una agonía mayor. ¡Cuán bueno hubiera sido para ellos que Dios se apareciera y les dijera algo así como: “Han desobedecido, pero por esta vez, no les va a pasar nada”!
Ciertamente podemos imaginar una suerte de certamen. Muchos seres tal vez pensaron
que sería muy bueno que Dios no tomara en serio su advertencia. Y de parte de Lucifer
había gran festejo: “Dios ha quedado preso de sus propias palabras. Tendrá que matar a
esta pareja, entonces vamos a ver dónde queda su amor, del que tanto se vanagloria”.
Eran momentos de sentimientos contradictorios en este planeta.
¿Y Dios? ¿Retardaría por mucho tiempo su aparición para animar a la pareja? ¿O para
anunciar su plan de salvación? ¿Para declararle la guerra a Lucifer y sus ángeles?
Pues no, Dios no dejó a aquella pareja en su angustia por mucho tiempo. En ese mismo
día fue tras ellos, que de tan aterrorizados estaban, decidieron cubrirse con hojas de higueras atadas unas con otras. Cuando se dieron cuenta que Dios andaba por allí, sintiendo temor por su desobediencia, viéndose desnudos ante la santidad y la pureza de su
Creador, su Presencia se convirtió en algo aterrador, pues se sintieron culpables y no
pudieron hacer otra cosa que esconderse. Lucifer estaba exultante con la escena. Se frotaba las manos esperando ver el desenlace, la muerte de la pareja, lo que resultaría evidentemente en la derrota del amor, que es Dios.
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Entonces Dios aparece, y entra en escena el Amor. Él declara que hay una esperanza, y
promete Él mismo morir en medio de una batalla con el enemigo de la pareja, que por
ello también se había convertido en su enemigo. Muriendo en lugar de ellos, los salvaría
para que nuevamente pudieran ser perfectos. Nadia había imaginado esta inesperada
actitud de Dios. Era un plan secreto que sólo habría de ser revelado en caso de necesidad. Y ahora era necesario. El plan incluía transformar la última letra de la sentencia divina: en vez de “ciertamente moriréis”, quedó “ciertamente moriré”.
Entendamos la situación. Para los seres inteligentes, ya sea los ángeles “buenos”, o los
caídos, era evidente que desobedecer al Amor tenía que resultar en muerte. Eso es simple de entender. La vida eterna proviene del amor. Desobedecer es desconectarse del
amor, o sea, lo mismo que desligarse de la vida. Por lo tanto, morir es una consecuencia
natural para el pecado. Es como arrancar a una planta del suelo, muere; es como sacar
un pez del agua, muere. En ese momento, aunque la pareja no lo percibiera, ya estaba
envejeciendo, dirigiéndose hacia la muerte, lo que se concretó definitivamente algunos
siglos más tarde. Intentemos imaginar que solución podría haber existido, si no supieran
de ella a través del anuncio de Dios. ¿Qué podía haberse hecho para salvar a la pareja
de la muerte? Nadie en el universo pudo imaginarlo. Hubo temor en el universo respecto
del futuro de la pareja. Nadie conoció en tal intensidad el amor de Dios como para admitir
que Él vendría a morir por ellos. Y cuando eso fue revelado, todos aquellos seres fueron
sorprendidos con la solución que el Amor había concebido. Todos los seres inteligentes
existente seguramente se maravillaron de lo que era capaz de hacer el Amor, y esto incluyó a los ángeles caídos, respecto de la originalidad de la solución que en aquél día se
anunció. Seguramente hubo un espíritu exultante en ellos, al mismo tiempo que algo de
angustia, por la manera en cómo se llegaría a la solución, la muerte de un integrante de
la Trinidad, en forma humana. ¡Qué día de fuertes y contradictorias emociones fue aquél!
Aquí surge una pregunta: ¿Qué amor es este, que de tan intenso, se pone en lugar de
quien se ama, y sufre las consecuencias que debería acarrear el sustituido?
La provisión divina – Parte 2
¿Fueron tan graves los pecados de Adán y Eva? Sí, fueron muy graves. Dieron como resultado la transformación de su naturaleza. En la carne, se volvieron mortales; en lo mental, se desencadenó la experiencia de la maldad. Eso quiere decir que, además de la
mortalidad, descubrieron el conocimiento del mal, y quedaron listos para que, partiendo
de esa primera experiencia, gustaran del mal o, por lo menos, de utilizarlo en su favor.
Alcanza con recordar que, momentos después, se convirtieron en acusadores uno del
otro, y Adán culpó a Dios por la mujer que le había dado. En el mismo día la pareja perdió la armonía que surge del amor puro, y hubo desavenencias. ¡Y eso ocurrió delante
del Creador! Se avergonzaron por su desnudez, pero no tuvieron vergüenza de hablar
mal del otro, delante del propio Dios. Ya había perdido el respeto. Y eso revela otra contradicción: Adán había pecado porque amaba a esa mujer.
Con aquél primer pecado, pasaron a intentar resolver sus problemas por cuenta propia,
así como hoy nosotros lo hacemos. Sintiendo vergüenza de su desnudez, improvisaron
unas ropas muy ridículas. Asumieron el modo de actuar de Satanás, y comenzaron a
perder el modo divino de actuar. Habiéndose separado de Dios, no pudieron imaginar de
qué modo Él podría haberlos ayudado, y por iniciativa suya se hicieron aquellas ropas.
Fue después que Dios hizo provisión de ropa más decente, aunque eso le costó la vida a
un cordero.
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Si eso no es grave, entonces lo grave no existe… Desde entonces, la raza humana viene
decayendo cada vez más. Hoy ya estamos en un punto en el que tememos a nuestro
propio semejante. Nos protegemos de los demás a través de muros o cercas elevadas,
alarmas, guardias, perros de ataque, y muchos compran armas para protegerse de otros
seres humanos. La raza humana hoy se dirige aceleradamente en dirección a la autodestrucción. Esta situación está llegando a su punto culminante. Se construyen armas de un
gigantesco potencial destructivo, y el odio se exacerba. Estamos muy cercas del límite de
la explosión del poder del mal. La situación gradualmente se está yendo de control Esa
es la razón por la que los cuatro ángeles del Apocalipsis están sosteniendo los vientos:
no permitir que el colapso acontezca antes de la conclusión de la culminación de la predicación del evangelio.
En síntesis, aquél pecado inicial trastornó de tal modo al ser humano que si las cosas
continuaran indefinidamente, se exterminaría a sí mismo, de tanto odio. El amor en el
mundo se va enfriando, y la violencia toma su lugar.
¿Cómo resolver esta situación? ¿Qué es lo que tuvo que hacer? En primer lugar, era necesario resolver la cuestión de quién pagaría la impresionante cuenta del resultado de
aquella primera desobediencia y de todas las cosas que la sucederían. ¿Podemos tener
una evaluación cierta del tamaño del desastre, tanto en la naturaleza, como en la raza
humana? En segundo lugar, para tener una solución completa, era necesario transformar
al pecador de pecador degenerado en una criatura perfecta otra vez. Esas dos cosas había que hacer.
La primera se resolvió en la cruz, al morir Jesús allí en lugar de todos los seres humanos
que existieran. Allí Él sufrió todo lo que los seres humanos deberían haber sufrido para
morir la segunda muerte. Intentemos imaginar algo de cuánto sufrirías en los momentos
de la sentencia final, hacia el final del milenio, cuanto vieras todo lo hecho de maldad,
cuando tuvieras que evaluar cuánto perjudicaron tus actitudes a otras personas, a los
animales, a la naturaleza… Ahora multiplica eso por la cantidad de personas que vivieran
en este planeta. ¿Será que podemos imaginar la angustia de todas las personas juntas,
ante el Juez, en el día de la ejecución de su Juicio? Pues bien, algún día podremos preguntárselo a Jesús, pues esa fue la intensidad de su sufrimiento en la cruz. Si tú y yo nos
salvamos, por lo menos el sufrimiento de Jesús no habrá sido en vano. Sin embargo,
aquellos que se perderán, no disminuirán en nada el sufrimiento de Jesús, y aun así habrá sido en vano. Nadie podrá quejarse de que no hubo esperanza para él. El hecho de
que Jesús se convirtiera en el Salvador, le costó muy caro a Dios.
La otra parte, la de la regeneración del ser humano, no provoca ningún sufrimiento, hasta
es placentera para Dios y para los ángeles, así también para quien está siendo transformado. El sacrificio de Jesús nos provee la posibilidad del perdón. Y si aceptamos ese
perdón, eso significa que estamos aceptando el ser transformados por Dios para salvación. Esta es una experiencia agradable tanto para Dios, como para sus ángeles y también para nosotros. Y su momento más culminante será en el día de la Segunda Venida,
cuando se complete el proceso de la santificación y nos convirtamos nuevamente en seres perfectos e inmortales. Esto nos será algo extremadamente placentero, pues –con
excepción de Adán y Eva– nunca hemos tenido una mínima experiencia cercana siquiera
a la perfección.
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No sé si he logrado describir en palabras al menos una pálida idea de la gravedad del
problema causado por haber comido el fruto de aquél árbol. Si no lo he conseguido, entra
en un hospital, en el área de emergencia, o en el sector de oncología, donde están las
personas con cáncer, y podrás tener una idea, aunque bastante limitada, del resultado
del pecado. Otro lugar para dar un vistazo sobre esto es en las cárceles y en las penitenciarías. Verás a miles de seres humanos encerrados por tanta maldad. Verás a otros matándose lentamente y hasta gustando de ello. Algo terrible…
No me da ningún placer, y no sirve de consuelo, pero el que más va a sufrir en el infierno
será Satanás. Allí sufrirá por sus pecados y por los estragos que éste causó en todos, si
bien ese sufrimiento no servirá como pago por los pecados de nadie, ni siquiera de los de
él. Sólo será su castigo. Y su culpa es gigantesca. Qué bueno que, por esa culpa, nuestro Salvador no tuvo que sufrir.
La experiencia de la salvación – Parte 1
En este tema de la experiencia de la salvación queremos abordar un tema clave: ¿Cómo
saber lo que tenemos que cambiar en nuestra vida?
Esta cuestión es crucial. Por ejemplo, supongamos que un hermano comete un error que
fácilmente podemos percibir. Todos se dan cuenta, menos él. No se da cuenta que ha
cometido un error, y no le incomoda la conciencia. Para mejorar la comprensión de lo que
estamos queriendo expresar, supongamos que el error de aquél hermano es tomar mate.
Aquí, al menos en los estados del sur de Brasil, muchos adventistas no logran admitir
1
que ese vicio sea algo malo. No pueden admitir que perjudica su salud. Tengo una definición un tanto grosera, pero realista del mate: es una manera elegante de escupir en la
boca del otro.
Pues bien, hay que considerar que quien toma mate, si no abandona ese vicio, no alcanzará la vida eterna. Debe quedar claro para todos que es un vicio porque esta infusión
contiene sustancias que generan dependencia, además de contener estimulantes como,
entre otros, la cafeína. Pero no mi intención tratar esto, sino de cómo podemos abrir
nuestras mentes para que entendamos que debemos librarnos de ciertas cosas, muchas
de las cuales ni siquiera logramos percibir que sean perjudiciales.
Hace unos meses, estuvo en nuestra ciudad un predicador de la red Nuevo Tiempo, y tocó el tema del mate con convicción. Aprovecho para decir que hizo lo correcto y su mensaje fue oportuno. Uno de los miembros que asistieron era un fanático seguidor de ese
pastor, pero desde aquél día pasó a detestarlo. Reflexionemos entonces, para profundizar en el tema. ¿Qué envoltorio poderoso está colocado alrededor de nuestra mente que
impide que logremos identificar las cosas de las cuales nos debemos librar? La lección lo
explica.
Nota del Traductor: Tomar mate es una costumbre tradicional ampliamente extendida en Argentina, sur de
Brasil. Paraguay y Uruguay y en todos los estratos sociales. Constituye virtualmente un rito social, donde en
rueda se comparte esta infusión realizada de hojas molidas de yerba mate que se toma con una bombilla. Se
han comprobado sus efectos estimulantes análogos al del café y el te, además de que sus efectos favorecen
cierta compulsión a su consumo. En cierto modo, además de que pueda compararse a otras infusiones como
el café o té, su consumo es análogo al de, por ejemplo, hojas de coca en la región andina.
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La Biblia no dice nada acerca del mate. Así como no encontramos nada acerca del consumo de crack. Pero en ella encontramos textos acerca del cuidado del templo del Espíritu Santo, nuestro cuerpo, y eso ya sería motivo suficiente para poner en evidencia costumbres que perjudican ese templo. Según Hechos 2:36-37 y 3:19, podemos también
considerar la intensidad del sufrimiento de Jesús, ya anteriormente descripta, para perdonarnos. El perdón sólo puede provenir del derramamiento de la sangre de Cristo, o sea
que le costó caro al Cielo. Entonces debemos detenernos para pensar: ¿no tendríamos
que abrir nuestra mente para permitir que informaciones tan claras, como –por ejemplo–
las relacionadas a esta cuestión del mate, sean entendidas para encaminar una debida
reforma?
Comprendiendo el amor de Cristo por nosotros es que logramos abrir ese envoltorio virtual en derredor de nuestras mentes que impiden las reformas necesarias. Tenemos que
desearlo, y este querer proviene de sentir el amor de Jesús por nosotros.
Hay un punto clave: la victoria más importante sobre el pecado es siempre la primera.
Una vez vencido el primer mal hábito, el segundo y los demás malos hábitos serán más
fáciles de vencer. Pero necesitamos comenzar a caminar rumbo a la transformación.
Desear ser salvo incluye entender que eso significa dejar ciertas cosas que son del mundo. Y, según el caso, para alguno podrán ser cosas personales, no las de otros. Es como
dice Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por la renovación de vuestro entendimiento para que comprobéis cuál sea la buena, agradable y perfecta voluntad
de Dios”.
La salvación nos es concedida por Dios a través de la gracia y la sangre de Jesús. En
verdad, la gracia es el resultado de la sangre. Pero esto es apenas una provisión, o sea
que está disponible, cada uno debe tomar su parte. Y esto surge de una actitud de fe, o
sea que se tiene que creer que la gracia hará su parte. Al creer, el Espíritu Santo nos hará entender lo que debamos abandonar. Sin embargo, si no se abandona el primer pecado, permanecerá, y con el tiempo nos volveremos tan empedernidos en ese pecado que
ya no lograremos identificar la voz del Espíritu Santo, que nos habla a través de otras
personas, la Biblia, el Espíritu de Profecía, etc.
La experiencia de la salvación – Parte 2
La lección felizmente explica cómo nos salvamos. Y lo logra con pocas palabras. Por
eso, vamos a abordar este aspecto vital de nuestras vidas, comenzando a partir de lo
que ya fue considerado.
Lo que nos salva es la gracia, más la sangre de Cristo. Mejor aun, lo que nos salva es el
pago de lo que aquí podríamos llamar el precio del rescate estipulado para la liberación
de la sentencia. La sentencia es la muerte, y el valor del rescate, también. No nos referimos a la primera muerta, que Jesús consideró un sueño, sino a la segunda muerte. Fue
esa muerte la que Jesús enfrentó, y alcanza a todos los seres vivos. Fue el único en retornar a la vida de esta clase de muerte.
Una vez pagado el precio, se volvió disponible o –tal como lo expresa la lección– se volvió una provisión para la salvación de las personas. Provisión es algo que está a nuestra
disposición, pero que debemos tomar. Si no lo tomamos, no nos podríamos beneficiar de
ella. Para tomar lo que está disponible, con fe (que Dios concede a todos los que sientan
ese deseo) nos arrepentimos y pedimos perdón. Lo que se nos ha sido provisto es jusRecursos Escuela Sabática ©
tamente el perdón de nuestros pecados, lo que es concedido al arrepentido sin dilaciones.
Una vez perdonada, la persona ya no debe más nada delante de Dios; si Jesús volviera
en ese preciso momento, estaría salva para vida eterna. Pero como todavía resta una vida por delante, la historia continúa. Ahora el gran desafío es mantenerse salvo, algo mucho más difícil que obtener el perdón. Hay que destacar que muchos obtienen el perdón,
pero pocos perseveran en la senda, y vuelven a los pecados de siempre. Dios perdona a
todo el que sienta el deseo de ser perdonado. Y debemos reiterarlo: Dios tiene un buen
corazón, nos perdona fácil, sólo tenemos que pedirlo. Además, Dios concede el perdón
más fácilmente que el propio perdonado. Nosotros, habiendo sido perdonados, sentimos
como que no ha sido así, y vivimos torturándonos, pidiendo muchas veces perdón sobre
lo que ya ha sido resuelto. Sucede con frecuencia que Dios ha perdonado a una persona,
pero que ésta no se ha perdonado a sí misma, y siente su conciencia mortificada por esto. Así que cuando pedimos perdón, debemos tener en mente que Dios nos ha perdonado, y luchar, estando Dios a nuestro lado, para no caer en el pecado, y no torturándonos
a causa del pasado.
Una vez perdonados, debemos buscar una vida nueva, y a esto lo denominamos santificación. Luego del perdón debe haber un cambio radical en la vida. Si no hay cambios,
aun cuando haya perdón, la persona muestra que ha perdido el interés en continuar en el
camino de la salvación, que todo ha sido apenas un ímpetu momentáneo. Aun así, el
perdón existió, el nombre de la persona fue escrito en el libro de la vida, pero –podríamos
decirlo así– la persona se arrepintió de haberse arrepentido, y vuelve a la vieja senda.
Así como los israelitas que insistieron en volver a Egipto. A esto lo denominamos apostasía. Cuánta gente hay que ya ha apostatado, pero que todavía asisten a la iglesia, incluso tienen cargos, y acostumbrados a una doble vida, no perciben que están perdidas,
aun dentro de la iglesia.
Mantenerse en el camino de la salvación. Allí está lo dificultoso. Obtener perdón, es fácil.
Pero desear después de eso no pecar más, he allí el desafío. Es por eso que hay tantos
miembros en la iglesia que continúan atados al mundo, el cual tanto les gusta.
Una vez perdonados, debemos cambiar el enfoque de nuestra vida. Debemos procurar
acostumbrar nuestros intereses hacia las cosas del Cielo, buscar –como Enoc– caminar
con Dios, y con tiempo perder las ataduras con las cositas de este mundo. Una estrategia
de Satanás contra la Iglesia Adventista es justamente esa, mantener personas dentro de
la iglesia atadas al mundo. Así dan mal testimonio y contaminan a otros, si fuere posible,
a todos. Cuánto más influyente sea una persona que contamina, más estará al servicio
de Satanás.
“[Palabras de Satanás a sus huestes] Usando a los que tienen una forma de piedad pero
no conocen el poder, podemos ganar a muchos que de otra manera nos harían daño.
Los amantes del placer más que amantes de Dios serán nuestros ayudadores más eficaces. Los que pertenecen a esta clase y que son aptos e inteligentes servirán como cebo
para atraer a otros a nuestros anzuelos. Muchos no temerán su influencia, porque profesan la misma fe. Así los induciremos a sacar la conclusión de que los requerimientos, de
Cristo son menos estrictos de lo que una vez creían, y que conformándose con el mundo
podrían ejercer una mayor influencia sobre los mundanos. Así se separarán de Cristo;
entonces no tendrán ninguna fuerza para resistir nuestro poder, y antes de mucho estaRecursos Escuela Sabática ©
rán listos para ridiculizar su primer celo y devoción” (Testimonios para los ministros, pp.
482, 483).
El obtener perdón muchas veces se da en el marco de una intensa emoción, pero la
realidad surge después, cuando llega la hora de desprenderse de lo que nos mantiene
atado a la muerte. Es allí donde Satanás se muestra muy competente, poniendo frente
nuestro pequeños atractivos, pero que son suficientes para deteriorarnos espiritualmente.
Pensemos bien lo que eso significa.
Aplicación del estudio
Una de las cualidades de Dios que más me impresiona es que Él tiene conocimiento del
futuro. No importa cuán falte para que ese futuro se vuelva realidad, Él sabe lo que va a
suceder. Asocia entonces esa capacidad a otra de mayor importancia en todos los sentidos, que es la de amar. Desde la eternidad Él sabía que Adán y Eva caerían en pecado,
así como que Lucifer se rebelaría.
Antes que comiencen a enviarme correos electrónicos, responderemos a la pregunta:
Pues bien, si Él sabía, ¿por qué creó a Lucifer y por qué creó a Adán y Eva? No nos es
posible saber exactamente qué fue lo que se le pasó por la mente a Dios, pero parece
evidente que ese fue el mejor camino. Por ejemplo, quizá la única alternativa para evitar
el pecado hubiera sido no crear a ninguno de ellos. Pues si Dios los creó sabiendo que
esa posibilidad existía, de haber creado a Lucifer, partiendo de la lógica, es de suponer
que el algún tiempo otro podría haber cometido pecado. Y Dios no se quedaría sin tener
criaturas para amar. Sólo Él, la naturaleza y los animales, sin seres semejantes a Él,
¿cómo viviría un Ser cuya naturaleza siempre fue amor? Dios siente la necesidad de
crear para hacer felices a sus criaturas.
Y en cuanto a Adán y Eva, debemos dar gracias a Dios que nos haya creado, pues de no
haber sido así, no existiríamos y no habría tenido oportunidad de redención. Además, para nosotros hasta el pecado fue algo favorable, más allá del sufrimiento. Así como Pablo
dice que el rechazo de los judíos a Cristo favoreció la predicación a los gentiles (Romanos 11:11, 12), por el pecado de Adán y Eva el devenir de la Historia sufrió alteraciones,
y nosotros llegamos a la existencia. En caso de que ellos no hubieran pecado, seguramente la sucesión de su descendencia sería muy diferente y en lugar nuestro existirían
otras personas.
Pero hay dos cosas admirables en todo esto. La primera es el plan de redención, que ya
estuvo previsto desde antes de la creación de los primeros seres en el universo. La segunda, habiendo reconocido el poder de Dios de prever todo, ahora Él nos revela que
eso ya no sucedería nunca más otra vez. El mal no se levantará por segunda vez
(Nahúm 1:9). Una vez resuelta esta situación, la solución será definitiva. Entonces sí, podremos descansar en paz, nosotros los que hemos sido salvos, porque después del milenio, con la destrucción de las raíces del pecado, la posibilidad de otra rebelión jamás
volverá.
¿Sabes cuál es la razón por la cual no surgirá nuevamente el pecado? Por medio de la
actual experiencia con el pecado, el amor de Dios se revela en tal intensidad que jamás
alguien dudará de Él. O sea, jamás ningún otro ser tendrá la idea de querer ser semejante al Altísimo, porque sabrá que ese Altísimo es un Ser con un puro e insuperable amor,
por lo que nadie generaría otra campaña en contra de Dios.
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Pero también tenemos que prestar atención a otras dos cosas importantes. No debemos
defender la postura de que nadie creería en otro rebelde. Nadie, jamás, en el futuro, logrará desarrollar siquiera un pensamiento contra el amor de Dios revelado. La intensidad
del amor de las criaturas hacia Dios luego de la solución en la cruz será tan grande, que
jamás alguna mente idealizará otra rebelión. Y la otra cosa es que de tanto amor a Dios
de parte de sus criaturas, no admitirían llevar a Jesús otra vez a una nueva experiencia
de darse en una cruz. Las marcas en las manos y los pies servirán de testimonio de que
Él lo haría de nuevo si fuera necesario. El amor de Dios nunca menguará.
Pareciera contradictorio, pero para que el amor de Dios se revelara más allá de lo ya conocido antes del pecado, tuvo que surgir la experiencia del pecado. Pero cuidado, eso no
justifica le mal, pues se hubiera vivido muy bien por la eternidad aun sin esa revelación
adicional del amor divino. La creación sería inexplicablemente feliz si el plan de redención hubiera permanecido como un misterio por la eternidad. El universo no sería menos
agradable. Pero, ya que eso terminó sucediendo, vemos cómo Dios expuso su capacidad
de amar, lo que sorprendió tanto a los ángeles buenos como hasta Lucifer y sus ángeles
caídos.
Ése es nuestro Dios. Con Él, yo y mi casa viviremos por la eternidad, sin preocupación
alguna. Ya nos hemos convencido de abandonar cositas que forman parte del camino
largo aquí, para tener allá un camino tan largo como la dimensión del universo. Y la dimensión del amor de Dios es aun mayor.
Prof. Sikberto R. Marks
Traducción: Mario W. Dávila & Rolando D. Chuquimia
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