cTate, tate, tolloncicos, de ninguno sea tocada

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BE'VISTA BIBLIOGRÁFICA
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cTate, tate, tolloncicos,
de ninguno sea tocada...»
y que me perdone Lemaitre ai le tuve por foUoncico antes de leer BU
libro. ¿Pero no estaba juBtifloada mi impresión? Pues bien, igualmente
lo eBtá ahora mi admiración hacia una obra que parecía imposible, pero
de la que hay que decir ahora, y valga otra cita clásica:
«¡Vive Dios, que pudo ser!»
Sí, ha podido ser lo inconcebible; ha podido ser que este maravilloso
escritor, que se llama Julio Lemaitre, invente nuevos episodios para libros definitivos, con tan profundo conocimiento de éstos, tan pasmosa
habilidad y tanto respeto al mismo tiempo, que no se diría que son sino
de los mismos augustos autores.
Así, por ejemplo, al margen de «Don Quijote>, Dulcinea, empieza de
esta manera:
f A dos leguas del lugar de Argamasilla, patria de ese señor Quijada
ó Quijano, que llegó á hacer célebre el nombre de Don Quijote, vivía, en
el lugar del Toboso, Aldonza Lorenzo, hija de labradores acomodados y
honradísimos. Era, como dice Cervantes, <una aldeana de buen parecer».
No sabía leer ni escribir, pero estaba dotada de talento natural, buen
sentido y excelente carácter.
Gomo las comunicaciones entre las dos aldeas no eran fáciles ni frecuentes, Aldonza ignoraba la partida y las extraordinarias aventuras de
Don Quijote, el día en que fué á compras á Argamasilla. Al llegar al
mercado se encontró á Teresa Panza, á quien conocía un poco, y la mujer de Sancho le dijo riendo:
—Mi señora Dulcinea, yo os saludo.
—¿Por qué—replicó Aldonza—me llamáis por un nombre que no me
fué impuesto en la pila bautismal?
—Porque el amo y señor de mi marido os ha rebautizado así—respondió Teresa.
Y contó á la joven que el señor Quijano, su vecino, se había armado
r;aballero andante, adoptando el nombre de Don Quijote; que había tomado á Sancho por escudero, y escogido por dama á Aldonza, dándole el
nombre de Dulcinea del Toboso.»
Con igual sabor sigue el diálogo que interesó grandemente á Aldonza,
hizo que volviera muy pensativa á casa de sus padres, y que por fln, un
día, fuese á Argamasilla con objeto de visitar al cura Pero Pérez. Iba
movida por un delicadísimo sentimiento que, en su conversación con el
ouxa y respondiendo á una observaoióia de éste, trasluce ea las siguientes
razones:
— «No soy tan tonta, señor cura. Pero vuestra merced no dejará de reconocer que BU locura es la locura de un hombre honrado, y, puesto que
le ha dado la ventolera de escogerme por dama, me parece que tengo el
deber de hacerle algún bien, si es que puedo, sirviéndome del imperio
que tan generosamente me concede sobre su persona. Si algún día vuelve
á Argamasilla, ¿querréis decirle que Dulcinea del Toboso desea verle y
hablarle?»
Al cura le parece bien la cosa y se concierta con raaese Nicolás y con
la sobrina y el ama de Don Quijote para enviar al buen caballero á casa
de Aldonza, en cuanto aparezca por el lugar, lo que no tarda en suceder.
Y véase como le aguardaba su Dulcinea:
«Aldon7.a le esperaba en el patio de la alquería. Se había puesto su
mejor traje, lucía un collar de coral, una rosa en la oreja. Y aunque sencilla campesina, con más frescura que belleza, asi compuesta daba gusto
verla.»
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