en 1913-1914, quizás se deba, precisamente, a que habían

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en 1913-1914, quizás se deba, precisamente, a que habían conocido y
aprendido de lo que ocurrió en 1910-1911. Ya no se vieron sorprendidas y reaccionaron firmemente ante el desafío que las encaró. De hecho, la fuerza de la contrarrevolución comenzó prácticamente desde
los acuerdos de Ciudad Juárez, continuó con el interinato y alcanzó su
cenit con el golpe de estado huertista; por ello la siguiente etapa de la
Revolución fue mucho más sangrienta y destructiva.
Felipe Arturo ÁVILA ESPINOSA
Thomas Benjamín y Mark Wasserman (coord.), Historia regional de la Revolución Mexicana. La provincia entre 1910-1929, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1996, 471 p.
Pese a los deseos de muchos que quisieran verla muerta y enterrada
de una vez y para siempre, la Revolución Mexicana resucita una y
otra vez al conjuro de los historiadores, haciendo parecer cada vez
más cercana aquella irónica previsión de Alan Knight, según la cual
la ingente masa de material historiográfico sobre el fenómeno amenazaba con volverse más compleja aún que la propia Revolución.
Lo curioso es que sean sobre todo norteamericanos e ingleses los
interesados en revivirla. Muestra de ello es este voluminoso libro,
que reúne ensayos recientes de varios investigadores.
El análisis comparativo de los temas
La primera edición de esta obra data de 1990 y los coordinadores
intentan con ella propiciar una nueva perspectiva de la Revolución
Mexicana mediante lo que llaman un “análisis comparativo” del fenómeno revolucionario, que consistiría en una cierta integración de
los dos principales temas de la investigación contemporánea: el estudio de “la lucha por la hegemonía entre un gobierno nacional
mexicano emergente y líderes o facciones políticas del nivel estatal”
y el de “los orígenes de la Revolución y sus movimientos populares”
(p. 11). El libro se divide en tres partes: la primera incluye ensayos
de David LaFrance, John Tutino y Thomas Benjamín sobre la evolución del estado mexicano; la segunda, que se ocupa principalmente
de los movimientos locales o estatales participantes en la Revolución, contiene seis ensayos, algunos de cuyos autores son Romana
Falcón, Heather Fowler Salamini y Raymond Th. J. Buve. La última
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HISTORIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO
parte contiene las conclusiones del libro y la conforman dos ensayos
de Stuart F. Voss y Thomas Benjamín sobre la nacionalización y
regionalización de la Revolución.
Historia verdadera de la Revolución Mexicana según los revisionistas
Una lectura que tratara de abarcar el fenómeno revolucionario tomando en cuenta los hallazgos de la historiografía revisionista, e
incluyera los presentados en este volumen, tendría que admitir que
la versión de la Revolución que se desprende de ella se parece muy
poco a la enseñada en nuestras escuelas.
En todo caso, la Revolución Mexicana no es lo que la historia
oficial quiere. No empezó el 20 de noviembre de 1910, ni fue una
brillante idea de los explotados del campo, ni ganada por ellos, ni
los priístas de ahora son sus únicos representantes autorizados y encarnación visible (cosa que ya empezábamos a sospechar), y si de
ahora en adelante seguimos celebrando el 20 de noviembre no será
porque se haya iniciado entonces la Revolución, sino para no perder
otro día festivo en nuestro calendario de fiestas, ya tan disminuido.
La interpretación que vino del norte
El que inició la rebelión en busca de mayores espacios para su participación política fue un rico hacendado norteño apoyado por las
clases reformistas medias y altas de la sociedad mexicana de la época. Este hacendado se llamaba Francisco Ignacio y el movimiento
que lo encumbró al poder se inició en las ciudades; sólo cuando
éstas se volvieron peligrosas para los rebeldes, decidieron éstos últimos llevar la lucha al campo.
Madero resultó ser un gobernante incapaz de conciliar los intereses políticos y económicos de los diversos grupos en los que se
había apoyado para echar a Díaz, sobre todo porque nunca fue ésa
su intención. No fue un ingenuo ni un inocente; sabía lo que hacía,
y precisamente por ello se negó a escuchar reclamos que no fueran
simplemente reformistas. Fue esta incapacidad de Madero como estadista lo que, entre otras cosas, favoreció el golpe de Estado de
Victoriano Huerta.
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
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Huerta ya no es “el chacal”; ahora es sólo un dictador
Huerta parece seguir siendo el único personaje con cuya caracterización casi todos parecen estar de acuerdo. Cierto que ya su nombre
no se usa como sinónimo de chacal y de traidor, pero sigue siendo el
candidato idóneo para adjetivos tan coloridos como “dictador” y “faccioso reaccionario”. Tal vez ello sea excesivo: Michael C. Mayer ha
dado pie para creer que esta descalificación sólo tiene sentido en un
escenario que presuponga apriorísticamente la necesidad de una
continuidad ideológica entre Madero y los hombres que se disputaron el poder a su caída, lo que resulta insostenible. No parece que
Huerta haya sido tan sólo una piedra en el camino de México hacia
la libertad y la democracia, ni que su fin primordial fuera la reinstauración del regímenes porfiriano; pero si así fuera, y dado que
parece haber más continuidades que discontinuidades entre el régimen porfirista y los regímenes postrevolucionarios, quizá tendríamos que admitir que la verdadera interrupción o fractura fue introducida por Madero, no por Huerta.
Zapata o la derrota como vocación
El caudillo morelense se nos presenta como el único guerrero coherente de la lucha propiamente revolucionaria. Nunca descuidó los
reclamos de tierras y de autonomía para los pueblos y comunidades
que representaba (autonomía de la que, se nos aclara, nunca habían
gozado antes, ni gozarían después). Ésa fue su fortaleza, pero también su debilidad. El hecho de que sus soldados hubieran aceptado
luchar por la recuperación de tierras arrebatadas por los hacendados les hacía ver con desagrado la extensión de la lucha más allá de
sus fronteras. Esto, aunado a la escasez de recursos para emprender
acciones a gran escala, y al escaso o nulo interés de los grupos nacionales e internacionales en financiarlas, lo condenó al arraigo local y
finalmente a la derrota. Sin embargo, la coherencia del movimiento
no se explica por sus carencias; éstas podían no ser inherentes al
mismo. Se habla de coherencia porque sus objetivos nunca rebasaron el ámbito regional... sus acciones tampoco.
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HISTORIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO
El que perdió la guerra por no emplear las trincheras
El movimiento villista incorporaba gente de todas las clases sociales,
lo que determinaba serias contradicciones en su interior: no podía
dejar de prometer parcelas a los rancheros que lo seguían, pero tampoco podía llevar a la práctica esa promesa antes de una victoria total,
pues en ese caso sus tropas probablemente se hubieran desbandado.
Por otro lado, tampoco podía actuar directamente contra las elites a
las que se había aliado para continuar su lucha, ni contra las empresas extranjeras que dominaban económicamente la zona en que operaba.
Ante estas evidencias, lo que hizo fue tratar de incluir en el movimiento tanto a las víctimas como a los beneficiarios del modelo
económico preexistente, lo que a la postre se reveló insostenible. A
final de cuentas fueron estas y otras diferencias con los zapatistas las
que imposibilitaron su acción concertada, y quizá su derrota.
La estrategia ganadora
Carranza nunca se comprometió con las demandas campesinas, y si
en algún momento pareció acceder a ellas fue sólo como estrategia
política para ganar su apoyo. Este hombre supo aprovechar los recursos económicos de su región para llevar adelante una lucha por
el poder que sus contrincantes no podían sostener.
Finalmente, Carranza, un hacendado, sólo pudo consolidar su
movimiento gracias a la elaboración de un programa agrario que
obedecía a una estrategia populista, y al apoyo y reconocimiento
que los Estados Unidos dieron a su facción. Los beneficios materiales que trabajadores y campesinos llegaron a obtener del gobierno
carrancista fueron muy limitados; sobre todo porque los desheredados que participaron en la lucha revolucionaria contra Huerta en
1913 no llegarían a formar parte del equipo gobernante.
Una poderosa debilidad
Una idea que se repite continuamente a lo largo del libro es la de
una cierta debilidad del gobierno central entre los años de 1914 y
1920, fenómeno que habría permitido el surgimiento de caudillos
civiles y militares en diversas regiones del país; se dice incluso que
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aquella debilidad del gobierno central se prolongó hasta bien entrada la década de los veinte.
Esta hipótesis es bastante cuestionable: los casos presentados revelan que cuando un gobernador o caudillo dejaba de servir a los
intereses políticos de Carranza, Obregón o Calles, simplemente era
derrocado, depuesto y hasta asesinado. Ante esto, malamente se
podría hablar de un gobierno central débil, y mucho menos si consideramos que esto pudo hacerlo en los años en que aún no se apagaban los ecos de la lucha armada.
Algo que parece quedar mucho más claro es que en los estados,
o por lo menos en algunos de ellos, se hicieron del poder antiguos
compañeros de armas de los revolucionarios victoriosos; que aquéllos eran conscientes de la relación clientelar que los unía a éstos;
que, no obstante, intentaron crear bases locales de poder para conseguir cierta autonomía de acción... empresa en la cual a la postre
fracasaron rotundamente.
La historia regional o la ausencia
Cabe hacer una observación sobre el título mismo de la obra: no se
trata propiamente de una historia regional de la Revolución, si por
región entendemos el espacio geográfico en que se desarrollan procesos históricos con una dinámica propia. Se trata más bien de una
historia estatal de la Revolución, y, aunque esto no afecta mayormente las propuestas de la obra, es conveniente señalarlo para evitar confusiones.
Algo que sí concierne directamente al planteamiento metodológico de la compilación es la propuesta de aquel análisis comparativo cuya aplicación nunca se explicita claramente. Lo que tenemos
finalmente es una serie de ensayos que resumen las investigaciones
de la historiografía revisionista contemporánea sobre la Revolución
Mexicana, que no es poco.
Hildebrando JAIMES
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