La Cueva

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CUENTO DE LA CUEVA
(Fuente: Programa de prevención de drogodependencias “A tu salud” de la comunidad de Madrid)
La verdad es que cuando llegué al pueblo de la Gran Cueva lo primero que me llamó la atención fue el río que
corría seguro de si mismo, el tono dorado de la vegetación que rodeaba las tierras oscuras y el aire alegre de la
gente.
Sin embargo, muy pronto, la “Gran Cueva” empezó a ser una realidad que aparecía en todo momento de mi
vida allí.
Todo el pueblo giraba alrededor de ella. Bajar, entrar en ella, descubrir nuevas simas y grutas no era solo una
diversión sino, sobre todo, el baremo social de la estima a la admiración en aquella comunidad.
Aunque hice valer mi derecho a ser pasicorta, algo miope, y terriblemente patosa y nada amante del ejercicio
físico, todos los que me rodeaban consiguieron con sus reproches y sus estímulos, que un fin de semana me
dispusiese a ir a lo que me prometía ser una especie de peregrinación obligatoria dominical.
El gran agujero surgía directamente de la tierra en medio de la llanura muerta e inmóvil y sus paredes
parecían acantilados de un mar extrañamente silencioso. Mientras trataba de agarrarme a todo cuanto estaba a
mi alcance ya fuese rama, arista o persona, intentaba comprender el hechizo de la gran cueva ejercía en chicos
y grandes, la necesidad de entrar que parecían sentir tan imperiosamente.
Por ello, la caída, el golpe, mi pierna astillada, mi traslado en camilla al pueblo, fueron vividos por mi como
un a forma de darme la razón sobre las dudas que me asaltaban sobre la Gran Cueva.
Como siempre pasa en estos casos, una afluencia de noticias referidas a accidentes semejantes al mío, me
fueron llegando rápidamente. Mi estupor creció al saber el número tan elevado de sucesos, muchos de ellos
mortales, y aproveché mi obligado retiro del trabajo para elaborar un informe para el periódico local sobre el
asunto.
Nunca me hubiera imaginado la cara de sorpresa con que me recibió la vieja vecina.
-¿Usted sabe el revuelo que ha levantado su artículo...? Mi nuera me ha contado que hay un Pleno en el
Ayuntamiento para discutirlo.
Cuando llegó Paco, el lechero, me contó que en la escuela, los profesores habían mandado a sus alumnos
hacer una encuesta sobre los accidentes. Realmente era sorprendente que una situación vivida siempre como
normal se hubiese planteado en la mente de todos como algo urgente por resolver. Y así fue. El ayuntamiento,
decidió como suele ser habitual, que el mejor remedio seria prohibir el acceso a la “Gran Cueva” y los
guardias, una valla y carteles servirían de disuasión para los ciudadanos. Esta decisión llenó de satisfacción a
los familiares y amigos de los accidentados mas graves que llevaban tiempo pensando y pidiendo que una
medida así fuera tomada para evitar que otros sufrieran su misma situación.
Durante mucho tiempo el pueblo de la “Gran Cueva” se alejó de mí. La carta que escribí una fría mañana de
febrero no contenía apenas noticias interesantes y a punto estuve de tirarla, si no es por la posdata, que me
llamó la atención.
“No fuiste tu la última accidentada en nuestro pueblo; para consternación del ayuntamiento, la gente ha
seguido entrando y saltándose todo tipo de prohibiciones”.
La realidad fue que muchas personas, especialmente las más jóvenes, hicieron caso omiso de la prohibición.
Ellos habían entrado cientos, miles de veces y nunca habían tenido problemas. Es mas, consideraban injusto y
exagerado privar de la única diversión del pueblo a muchos vecinos que eran expertos montañeros y deseaban
seguir disfrutando de su Cueva.
En una sesión municipal para hablar del problema fue el médico quien propuso la solución que pareció mejor
para la mayoría: “retiremos la valla y en su lugar estableceremos un puesto de socorro permanente para
atender a lo heridos y accidentados, así evitaremos males mayores respetando la voluntad del que quiera
seguir entrando”.
De nuevo resonaban en mis oídos los ecos de: “¡cuidado!”, “no pongas el pie ahí” “¡se caen rocas!”.
Llegaban acompañados de una sensación, ya intuida en mi única y desdichada excursión a la “Gran Cueva”,
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de que el hechizo no consistía solo en ser la única diversión del pueblo sino que en ella se plasmaban las
ansias que todos tenemos de sentirnos valorados e integrados socialmente.
Lamentablemente el proyecto del médico tampoco dio resultado. Cuando el hijo del alcalde se fracturó la
cadera en una caída se vio la insuficiencia del puesto de socorro. Aunque se curasen en el muchos rasguños y
magulladuras no se conseguía evitar que se siguieran produciendo accidentes, y lo peor fue observar como
cada vez mas niños y jóvenes tenían como única afición ir a la Cueva.
Esta vez fueron los maestro/as los que, apoyados por un grupo de padres y madres, plantearon un a nueva
solución. “Haremos que los niños y niñas cojan miedo a la cueva, de este modo evitaremos que entren en ella
sin necesidad de vallas y estaremos haciendo una labor de futuro. Pronto empezaron a llenarse las clases de
fotografías de los cuerpos sin vida de los que habían caído de la Cueva, se organizaron charlas en las que los
accidentados que habían podido sobrevivir hablaban a los alumnos/as de la locura que suponía entrar y otras
acciones por el estilo.
Esta nueva medida fue eficaz durante un tiempo, pero al cabo de unos meses algunos muchachos/as, los que
peor iban en la escuela, empezaron a acudir de nuevo a la Cueva. La atracción del riesgo era mayor que el
miedo que habían intentado meterles, poco a poco fueron atrayendo a otros y los accidentes volvieron a
aumentar.
Después de todo aquello y de tantas vicisitudes, en el pueblo había una gran preocupación. Algunos pedían
volver al sistema de valla, otros pedían que hubiera mas puestos de socorro y otros insistían en que el que no
se sepa espeleología que se quede en su casa. Los ánimos estaban exaltados, y se tomó una decisión.
Se formó un comité con todos los que quisieran aportar ideas y se contrató a una persona encargada de llevar
a cabo los planes y propuestas que se aprobaron.
Poco a poco las cosas empezaron a cambiar. El primer paso fue señalizar las distintas rutas de bajada a la
cueva, indicando los peligros y dificultades de cada una e instalando cuerdas y puntos de apoyo para facilitar
la ruta.
En la escuela y el ayuntamiento se organizaron cursos de espeleología para niños y adultos de modo que
aprendieran las técnicas adecuadas para bajar sin riesgo.
Por último, en el pueblo se abrió un centro cultural, un cine, se organizaron bailes, teatros y cursos de
manualidades y poco a poco la gente empezó a descubrir que había muchas formas de diversión aparte de la
cueva.
Al cabo de unos meses el número de accidentes había descendido tanto que se pensó en retirar el puesto de
socorro, puesto de socorro, puesto que no servia casi para nada.
El pueblo recobró su equilibrio y su tranquilidad y, hoy en día, puedes disfrutar de tantas y tan variadas
Formas de diversión que incluso estan llegando visitantes de otros lugares a pasar allí sus fines de semana.
La cueva es sólo un símbolo del pueblo y no una fuente de problemas para la comunidad.
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