la dama del desierto - Iniciativa para la Conservación en la

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TEXTO GUILLERMO REAÑO
FOTOS PABLO MERINO
LA DAMA DEL DESIERTO
REFORESTACIÓN Y ESPERANZAS EN
LA RESERVA NACIONAL TAMBOPATA
E
l chofer de la camioneta que nos
transporta ha detenido su vehículo
en el infierno. Kilómetro 109 de la
carretera Interoceánica Sur, zona de
amortiguamiento de la Reserva Nacional
Tambopata, una de las áreas protegidas más
biodiversas del Perú y seguramente del planeta.
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En lugar de bosques, de vida natural, lo que se
deja observar es una sucesión de construcciones
de todo tipo que se amontonan al pie del
asfalto convirtiendo la moderna autopista en
una callejuela cualquiera, en un mercado persa
definido por el ruido que brota de los altoparlantes
y el trajín de cientos de hombres y mujeres que
han ido llegando de todas partes atraídos por el
boom del oro, de la riqueza pronta y los excesos
de todo tipo.
Babel en medio de la Amazonía peruana;
Babilonia sin jardines y palacios que puedan
resaltar sus bríos.
Hemos llegado a La Pampa, distrito de Inambari,
provincia de Tambopata, Madre de Dios,
escenario desde el año 2007 de una ocupación
salvaje. Ese año y el siguiente, miles de
campesinos pobres de la sierra sur y buscadores
de fortuna provenientes de los más recónditos
parajes del Perú iniciaron una diáspora que
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todavía no acaba y que en poco tiempo
transformó un bosque en una pampa, en un
vulgar archipiélago de dunas y charcos de aguas
pútridas y altamente contaminadas. Desde
entonces, a pesar de las interdicciones y otros
operativos a cargo de las fuerzas policiales, la
ley de la selva sigue predominando en esta zona
donde alguna vez, no hace mucho, era posible
toparse con sachavacas, ronsocos, pumas y
apreciar en lo alto de sus árboles centenarios los
nidos de guacamayos.
EN MOTO POR UN DESIERTO ATERRADOR
La onza de oro antes de la crisis mundial del 2007
se cotizaba en los mercados internacionales en
250 dólares. Hace poco superó los 1300 dólares
y no hay quien se anime a vaticinar que cifra
va a marcar su punto de retorno. La subida del
precio del oro convirtió en rentable cualquier
modalidad de extracción, incluso la que significa
sacarlo a como dé lugar del subsuelo de las
selvas más remotas.
Madre de Dios, paradójicamente una de las zonas
con mayor riqueza biológica de la Tierra, ha
perdido en los últimos seis años por acción de una
minería salvaje 400 kilómetros cuadrados de sus
mejores bosques.
Nosotros vivíamos en paz, extrayendo mineral
de manera artesanal y con las debidas
autorizaciones del Estado…pero un día
llegaron los informales y todo cambió.
Hemos detenido nuestro vehículo en una suerte de
chabola en un paraje próximo al kilómetro 116 de
la carretera Interoceánica. Quien nos va contando
lo dramático de su historia es Sabina Valdez, una
mujer de rasgos andinos que vive en el caserío
de Manuani, a cincuenta minutos en motocicleta
de donde estamos y preside la Asociación de
Mineros y Agricultores del río Manuani, un comité
compuesto por 24 mineros artesanales que desde
hace veinte años venían extrayendo el mineral de
manera controlada, utilizando para ello métodos
manuales o equipos básicos: lampas, carretillas,
quimbaletes y bombas eléctricas de hasta 25 hp.
Ellos fueron los primeros en dar alerta de la
invasión que les cayó encima. De nada les sirvió las
denuncias hechas ni las gestiones que realizaron
ante los funcionarios del gobierno regional y
los ministerios comprometidos con una posible
solución; como hormiguitas, en pequeños grupos
o en masa, los mineros informales fueron tomando
posesión de las mejores tierras y cauces de agua
para imponer un tipo de ocupación basado en la
fuerza de sus potentes motosierras y la maquinaria
que fue apareciendo como por arte de magia.
De pronto fueron mil, diez mil, muchos más. Las
chozas forradas con plástico azul y calaminas se
multiplicaron; los pueblos, los negocios, los bares
y prostíbulos también. Una economía paralela,
boyante y muy dinámica, se instaló al lado del
caserío de Manuani. La ley y el orden empezaron a
correr por cuenta de los propios mineros.
En este punto del relato interrumpimos a Sabina
para subirnos a las motocicletas que nos esperan
y acercarnos al corazón de La Pampa. Cuarenta
minutos nos tomó recorrer parte de una geografía
inaudita, inconcebible, indescriptible. Las dunas
y la grama salada, los charcales y el páramo, la
desesperanza y el olvido componen un paisaje
salido del Armagedón.
Hay que tener la piel muy dura para soportar el
cuadro que ha quedado del vergel de vida que hace
menos de diez año caracterizaba a este sector en
el interior de la llamada zona de amortiguamiento
de la Reserva Nacional Tambopata.
Ya ve usted, no nos dejaron nada.
Sabina mira en lontananza para que tomemos un
poco de aire.
UN NUEVO BOSQUE PARA MANUANI
Los impactos de la minería informal en Madre de
Dios son inmensos y vienen siendo estudiados por
el Estado y la sociedad civil. Una de sus grandes
amenazas es sin duda el uso indiscriminado de
mercurio, sustancia que termina invariablemente
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en los ríos. Un estudio del Proyecto Carnegie
Mercurio Amazónico reveló que el 78% de los
226 adultos analizados en Puerto Maldonado
presentaba en el cabello niveles de mercurio
superiores a los límites permisibles (1 ppm). El
nivel promedio hallado fue de 2,7 ppm, casi el
triple del valor referencial, y llegó incluso hasta
los 27,4 ppm.
En Madre de Dios se producen 15 toneladas de
oro cada año, de lo que se puede deducir que al
menos treinta toneladas de mercurio se vierten
en sus ríos. “El tema del mercurio es un asunto
que afecta directamente la salud de la gente
cuando la minería no trabaja adecuadamente.
Es un problema impostergable”, lo ha dicho sin
medias tintas Mariano Castro, un alto funcionario
del ministerio del Ambiente peruano. En La
Pampa, viendo los estragos que ha dejado la
minería informal, se hace evidente que la salud
de los ecosistemas también ha sido severamente
afectada.
No sabíamos que hacer. Muchos decidieron
irse, pero al final fuimos las mujeres las que
decidimos cambiar, generar una nueva forma
de vida.
A finales del 2012 la directiva de la Asociación
de Mineros y Agricultores del río Manuani se
contacta por primera vez con los técnicos del
Consorcio Madre de Dios, una coalición de
organizaciones públicas y privadas que en el
marco de la Iniciativa para la Conservación en la
Amazonía Andina (ICAA) venía implementando
esfuerzos regionales de conservación, con el
objetivo de buscar soluciones integrales a los
problemas de la región.
Queríamos recuperar las áreas que habían
destruido los invasores, pero no sabíamos
cómo, recuerda Sabina.
Gracias al apoyo del Consorcio Madre de Dios,
la asociación implementó a inicios del 2013
un vivero forestal con plantones de especies
nativas de rápido crecimiento: “topa” (Ochroma
pyramidale), “lupuna” (Ceiba pentandra), “amasisa”
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(Erythrina ulei) y “peine de mono” (Apeiba
membranácea) con el objetivo de reforestar un
área de 262 hectáreas de tierras severamente
degradadas por la minería informal. Fue un
trabajo de titanes, de mucho esfuerzo y diálogo
entre todos…
En este punto del recorrido mientras observamos
con entusiasmo los plantones que resisten el
aplastante calor de las doce del día de La Pampa,
nos damos tiempo para escuchar a Francisco
Román, limeño, científico de la Universidad de
Florida, una de las organizaciones que conforman
el Consorcio Madre de Dios y decidido impulsor
del sueño de los vecinos de Manuani. “Reforestar
con especies nativas en terrenos tan degradados
nos permite contar con información previa sobre
el desempeño de las especies en los diferentes
sitios en los que vamos a trabajar. Parece mentira,
no existían experiencias de reforestación en áreas
amazónicas degradadas por la minería aurífera
informal”.
Sabina y los miembros de su asociación son
conscientes de la importancia que tiene su
emprendimiento para afrontar con éxito la
regeneración de miles de hectáreas degradadas
de Madre de Dios. Los mineros y mineras
artesanales de Manuani tienen absoluta confianza
en el éxito de su trabajo. Como lo menciona una
de las socias “las mujeres de nuestra asociación
sabemos lo que hacemos, cuando decimos hay
que hacer esto, lo hacemos”.
EL BOSQUE DE LA ESPERANZA
Una nueva ilusión se ha instalado en este páramo
al lado de lo que fue una selva exuberante y rica
en recursos. Los integrantes de la asociación,
la mayoría de ellos migrantes andinos, han
empezado a hacer lo que parecía imposible. Sanar
el ecosistema degradado, empezar a sembrar de
vida lo que devastaron los que llegaron de lejos y
se llevaron todo. “Si nos hubieran dado el apoyo
que pedíamos, rememora Sabina, deteníamos
la invasión. Por eso creemos que si el Estado de
verdad valora nuestro trabajo y nos da una mano
estas tierras recuperadas jamás volverán a ser
degradadas”.
En el caserío de Manuani, veinte casitas rodeando
un campo de fútbol, nos reunimos con un grupo
numeroso de socios de la asociación y los
técnicos del Consorcio Madre de Dios. Queremos
recoger el testimonio de los implicados en esta
revolución verde y sus expectativas. La más
entusiasta es Sabina, una mujer de armas tomar
que conoce el teje y maneje de la burocracia
regional. “Yo no me chupo, he hablado con el
ministro varias veces y le he pedido lo mismo.
Que nos reconozcan como guardianes de estos
bosques y nos apoyen. Nosotros no vamos a
parar hasta convertir el desierto en bosque y
queremos vivir de sus beneficios”.
Luis Masías, uno de los técnicos del Consorcio
Madre de Dios los mira y sonríe, conoce muy
bien la fuerza del colectivo con el que viene
trabajando desde el 2013. “Lo que acaban de ver
es un campo de investigación de primerísimo
orden. Como Consorcio estamos tratando de
aglutinar a todas las organizaciones de Madre de
Dios para gestionar ambientalmente la región.
Sin la participación de las poblaciones no vamos
a cambiar nada”.
de la asociación, no entendíamos porque nos
decían que sembremos en tantas zonas.
Claro, no se trataba de sembrar por sembrar,
nos lo había comentado el doctor Román
durante nuestra visita al área reforestada,
“lo que estamos haciendo en La Pampa con
nuestros socios de Manuani es investigación
científica”. Y de la más útil. La actividad minera
convirtió las tierras directamente afectadas y
el bosque aledaño en tierra ácida, sin un ápice
de materia orgánica. “Hoy sabemos gracias
a la información que va generando nuestra
investigación las medidas que se deben tomar
para tener éxito”.
Día a día hemos regado las plantas, acota un
hombre joven, otro de los miembros de la
asociación.
Sí, fueron varias faenas. Llevamos en moto
los plantones y con nuestras propias manos
los fuimos sembrando en la pampa, acota
una mujer de sonrisa amplia.
Y al toque fueron llegando las hormiguitas.
Al principio no entendíamos a los ingenieros,
toma la palabra Elizabeth Carhuaya, la tesorera
Y los bichos.
Suscríbase a
La reunión se convierte en un torbellino. Todos
quieren contar sus experiencias en la reforestación,
las anécdotas más resaltantes.
La minería ya no nos va a dar de comer, tenemos
que buscar otras alternativas, el turismo por
qué no, todavía nos quedan bosques en pie
y en estos que vamos a sembrar va a volver la
vida, cierra el círculo Sabina.
Tiene razón. Los bosques de Madre de Dios tienen
que encontrar una vocación distinta a la de la
minería que todo lo convierte en oro. En oro que
se esfuma dejando contaminación e infinitos
problemas sociales. En La Pampa, en el infierno de
la capital de la biodiversidad del Perú, una mujer
está demostrándolo. Una mujer y un comité de
generosos defensores del bosque.
Tres de la tarde. Hemos hecho el recorrido
contrario, la desolación es la misma. En el bohío
del kilómetro 116 nos volvemos a subir a la
camioneta que nos habrá de llevar a Puerto
Maldonado. Cierro mis notas apuntando lo
siguiente: “Es posible cambiar el mundo si las
voluntades se juntan. En el infierno de La Pampa
pobladores locales e instituciones de la sociedad
y el Estado lo están demostrando. Gracias al
trabajo colaborativo, gracias al esfuerzo del
Consocio Madre de Dios – USAID, una alianza que
reúne a la Universidad de Florida, la ONG Futuro
Sostenible, la Universidad Amazónica de Madre
de Dios (UNAMAD) y al Gobierno Regional de
Madre de Dios, ganamos todos”.
Pienso en Sabina Valdez, presidenta de la
Asociación de Mineros y Agricultores del río
Manuani, me ha quedado grabada una última
imagen suya. Sabina y tres de sus asociados,
riéndose a mandíbula suelta: “Miren, miren, esas
huellas que ven sobre la arena muerta son de una
sachavaca, la muy viva está regresando en busca
de su bosque”. A los lejos escucho el graznar
de los guacamayos. La naturaleza se resiste a
morir. Sabina y su comité lo saben, por eso han
empezado a construir el futuro.
y sea protagonista
de la aventura del Perú
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