Claudio Enríquez, contrabajo Mi acercamiento a la música

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Claudio Enríquez, contrabajo
Mi acercamiento a la música fue a través de mi papá quien cantaba y tocaba la guitarra.
Con él aprendí lo elemental. Durante la preparatoria escuché conciertos de Rock en la
Prepa 4, pero en una ocasión fue Chilo Morán y llevaba un contrabajo dentro de su
grupo, me sorprendió y tuve deseos de tocarlo. Primero me compré un bajo eléctrico
para poder tocar de oído con mis amigos, sin embargo, siempre me quedó la idea del
contrabajo para tocar jazz.
Durante 6 años trabajé en un banco y formaba parte de un grupo para amenizar fiestas,
pero la música me fue cautivando poco a poco y fue en esa transición que primero
compré mi equipo, mi bajo eléctrico y finalmente un contrabajo. Hubo una época en la
que por la mañana iba al banco y por la tarde asistía a la Superior de Música. Era como
llevar una doble vida, hasta que la música me acabó de llamar. Renuncié al trabajo y
entré a la Escuela de Música Sacra con el Padre Javier para dedicarme por completo a la
música. Mi papá se enojó porque no le gustaba el ambiente y quería que yo fuera
ingeniero, pero yo nunca dudé de mi elección. Al empezar a escuchar, mi oído se iba
volviendo más fino y yo deseaba algo más, era como un hambre por la buena música.
Hubo unas vacaciones en que fue impactante escuchar, en una estación de tren
semiabandonada de un pueblito pequeño, rodeado de unos cuantos indígenas, la
Novena Sinfonía de Beethoven que salía de un radio de transistores situado en una de
las esquinas de aquel lugar. Para mi resultó una revelación y supe que eso era lo que yo
quería hacer el resto de mi vida. Y así ha sido, estoy muy satisfecho y contento de
dedicarme a la música.
Tomé unas clases de chi-kun intensivas en un curso que servía para abrir tus chakras y
el domingo tuve que salir del curso para ir al concierto de la OFUNAM. Llegué a la
Sala a tocar la Sexta Sinfonía de Tchaikovsky y percibí la música desde otra
perspectiva. Sentí risa, llanto, tristeza y todo esto junto lo viví porque venía con toda mi
sensibilidad abierta, fue magnífico.
Otra ocasión impactante fue una vez que fui con un amigo flautista a Las Lagunas de
Zempoala, yo llevaba una guitarra y estábamos los dos solos en medio de la naturaleza.
Yo comencé a tocar y cantar y él sacó su flauta. Cerré los ojos y disfrutaba del aire puro,
la soledad y la música en medio de ese ambiente. Después de varias canciones, que
hilamos una a otra, terminamos y al abrir los ojos estábamos rodeados de animales que
nos observaban y nos escuchaban con atención. Ha sido una experiencia única.
Me gusta la música popular y me encanta tocar jazz o tango. Toco el contrabajo
acompañado de un pianista. Disfruto mucho del cine de arte, Hollywood no me atrae.
Durante muchos años he practicado tai-chi, chi-kun y yoga porque tengo un gran deseo
de hallar un sentido de la vida, encontrarme y conocerme a mí mismo. Sería feliz en un
ambiente bohemio donde se pudieran mezclar la poesía, el canto, la música y el buen
vino. Creo que sería el lugar propicio para que surgieran muchas cuestiones creativas.
Hay veces que la música, por sí misma, crea un paréntesis en tu vida, instantes en que se
junta la cabeza, el corazón y los sentimientos y entonces se encuentra la armonía, no
sólo en la música, sino en la vida y se percibe junto con la magia de la música, es algo
que uno no se cuestiona y sólo disfruta el estar inmerso en ello.
CLAUDIO ENRÍQUEZ NACIÓ EN MÉXICO D.F. ESTUDIÓ EN LA ESCUELA DE
MÚSICA SACRA CARDENAL MIRANDA, EN LA ESCUELA SUPERIOR DE
MÚSICA Y EN LA ESCUELA OLLIN YOLIZTLI. HA FORMADO PARTE DE LA
ORQUESTA SINFÓNICA DE MINERÍA Y DESDE 1989 ES INTEGRANTE DE LA
OFUNAM.
Rebeca Mata, autora de los textos
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