Pedradas

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Pedradas
Enric Herce Escarrà
PETRÒPOLIS
Hespèria, 4
Pedradas
Enric Herce Escarrà
PETRÒPOLIS
Terres de l’Ebre, 2010
Editorial Petròpolis
www.petropolis.cat
[email protected]
ISBN: 978-84-613-7241-6
Diseño y edición de la colección: Jaume Llambrich
(http://www.basar.cat).
Fotografía de la cubierta: Jef Poskanzer
(http://acme.com/jef/).
Este libro se encuentra bajo una licencia Creative Commons
Reconocimiento-No comercial-Compartir con la misma licencia
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/
SUMARIO
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Pedradas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Índice de relatos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Nota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
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PRÓLOGO
Enric Herce, que ya ha demostrado su solvencia
como narrador en la novela de horror y la novela
juvenil, nos ofrece en esta antología de literatura
hiperbreve un nuevo paso adelante en su obra literaria, sin abandonar esa querencia por el fantástico
que tanto apreciamos los que adoramos el género.
Si existe un género que necesita de la complicidad del lector para alcanzar toda su fuerza, ese
es el microrrelato. Enric Herce lo sabe, y lo demuestra una y otra vez en los relatos que forman
parte de esta antología. Enric es un autor que disfruta escribiendo literatura de género fantástico,
y el microrrelato es uno de los géneros que mejor
se adapta a lo extraño, a lo inusual, a lo terrible.
En estas pequeñas piezas que descubrirán tras este
prescindible prólogo, Enric ha jugado con todas
las características que de�nen la �cción mínima:
la referencialidad, la intertextualidad, la vuelta de
tuerca, la concisión… Todo está aquí para ser disfrutado por el lector. En esta colección de breves
muestras Enric nos lleva sin transición aparente
del humor al horror, buceando con el surrealismo,
jugando con los tópicos de los géneros fantásticos,
siempre exhibiendo una prosa contenida, cuidada,
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que permite disfrutar de la necesaria relectura que
exige el género.
No es de extrañar que, en una época en la que
herramientas como las redes sociales o los microblogs triunfan en la red, la literatura más breve encuentre refugio entre los lectores ávidos de grandes
historias que puedan paladear en un instante. Pero
no por ello debemos olvidar que la �cción mínima
es un género peligroso, que permite a los autores
mostrar diminutas pero excelentes obras de arte
pero también vacuos ejercicios sin mayor interés
que su brevedad. Es por ello reseñable que la selección de microrrelatos que contiene Pedradas
sea exquisita, lo que permite pensar que han sido
escogidos con mimo y cuidados hasta los últimos
detalles. «Anhelo», uno de los dos nanorrelatos
contenidos en el libro, es una excelente muestra de
lo que Enric puede lograr con tan solo un puñado
de palabras.
En �n, no quiero que este prólogo vaya más allá,
pues la brevedad y la concisión debe ser la marca
de este libro, así que sin más le agradezco a Enric
que pensara en mí para prologar este libro y les invito a pasar página y entrar en el mundo breve pero
a la vez adorablemente amplio de Pedradas.
No tengo ninguna duda: lo van a disfrutar.
Santiago Eximeno
www.eximeno.com
IN GIRUM IMUS NOCTE
ET CONSUMIMUR IGNI
Escribir una introducción no es fácil, especialmente si es la primera vez que lo haces. Si además has
de escribir una introducción sobre un tema algo
intratable, el resultado no puede ser muy prometedor. La di�cultad de escribir la introducción se
hace mayor si, a continuación de la misma, les
espera una excelente sucesión de microrrelatos de
Enric Herce. Pero, ¿cuál es el tema de esta introducción? Una respuesta rápida sería igualmente
una pregunta ¿qué es un escritor de nuestro tiempo?
Una pregunta excesiva y ambiciosa para tan poco
espacio, pero de la que puede servirme de ayuda en
la redacción de esta introducción (pero seguro que
con poco éxito).
Hace poco estuve visitando los pasillos del Louvre dedicados a la pintura decimonónica francesa.
Algunos lienzos eran retratos de escritores o pintores que posaban ensimismados o �rmes frente al
retratista. A medida que los observaba con mayor
profusión, no me costaba deducir cuáles de ellos se
sentían formar parte de su época y cuáles parecían
sentirse más cómodos prolongando un pasado que
jamás regresaría. No era difícil comprobar cómo
Courbet debió disfrutar salvajemente de la caída
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de la columna de Vendôme en las primeras semanas de la Comuna de París. “Il faut être absolument
moderne” gritó después Rimbaud, antes que fuera
sodomizado por el fuego que vino poco después de
la caída de la Comuna. Hay que ser absolutamente
modernos. Y los artistas, performers, activistas, escritores o como queráis llamaros, no podéis escapar de la consigna de guerra de Rimbaud que signi�ca ser de la época que os ha tocado vivir: dejad
atrás vuestros sentimientos y transformaos en una
suerte de sismógrafos de la realidad. Predecid el
próximo terremoto; intuid cuál será la próxima revolución. El problema es que, hoy en día, no parece
estar muy claro qué signi�ca ser de nuestro tiempo
desde la perspectiva de un escritor y la aguja del
sismógrafo tiembla tanto que acabamos creyendo
que vivimos en un terremoto permanente de revoluciones.
Si yo fuera escritor hoy en día y eligiera tomarme en serio las palabras de Rimbaud, tendría claro
que este tiempo, al que le falta muy poco para reciclar el calendario, es un tiempo en el que la palabra
escrita se proyecta más veces sobre una pantalla
que sobre papel. Y paradójicamente no es una palabra escrita para ser leída. Todo lo contrario. Es
una palabra escrita para ser hablada. En realidad,
cada vez se escribe menos a favor de un extraño
retorno de la vieja tradición oral, pero escrita. Tendría entonces un problema serio de identidad con
el o�cio. Pensaría la manera de encajar el cómo es-
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cribir en un momento en el que todas las personas,
que no son pocas, conectadas en red, no descansan en escribir todo aquello que sienten, piensan o
desean compartir. Pero no escriben, hablan escribiendo. Como escritor tendría una cierta di�cultad
en comprender esta Conversación que emerge de
la actividad colectiva de hablar escribiendo en la
red. De alguna manera, lo que escribo y publico en
esta Conversación podría entenderse como parte
de ella, aunque yo piense lo contrario.
Por suerte, yo no soy escritor (por eso mismo
también se me dan muy mal escribir introducciones) y, por lo tanto, no tengo la necesidad de responder a estas y otras dudas. Pero también puedo
decir que, los microrrelatos de Enric Herce, tienen
en común el situarse en esa difícil y escurridiza
geografía de la Conversación. Y por suerte, su autor
tampoco ha querido expulsarlas de la misma. Esta
decisión, nada fácil, quizá le empuje a interrogarse,
una vez más, sobre el signi�cado mismo del o�cio
de escritor hoy en día.
Estoy convencido que tendrá la su�ciente habilidad en sortear la trampa y no terminar sus días
escribiendo introducciones fallidas.
Xavier Belanche
http://twitter.com/xbelanch
PEDRADAS
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EL ÚLTIMO HOMBRE EN LA TIERRA
El último hombre en la Tierra está sentado en una
habitación cuando llaman a la puerta. Brenda entra con la mejor de sus sonrisas para avisarle de
que Sonia ya le espera en el dormitorio. Él asiente
y, resignado, empieza a desnudarse. ¡Cómo añora
las tiernas caricias de Roger!
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DESTELLOS
El niño miraba ensimismado como las embarcaciones se mecían a la luz del ocaso. Se agachó y
buscó entre la arena alguna piedra plana y lisa que
hacer saltar sobre las aguas de aquel mar, tan lleno
de destellos que cualquiera diría de cristal. El niño
lanzó la piedra y descubrió, aterrado, que no sólo
lo parecía.
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ENFERMEDAD
Como todos los días el doctor entra en mi habitación y me examina con expresión grave. Tras él, los
estudiantes en prácticas apenas consiguen disimular el miedo y aprensión en su mirada. Andan cautelosos, siempre manteniéndose detrás del mentor,
como si fuera este el único parapeto que les protege de un gran peligro. Veo como mantienen las
manos aferradas a sus papeles llenos de dibujotes,
sin tan siquiera atreverse a rozar mi abrecartas, mi
pluma estilográ�ca, mi ordenador o los cantos de
la mesa. Algunos babean nerviosos, otros miran
alrededor inquietos, otros murmuran palabras inconexas. Descon�ados, examinan el estucado de la
pared, incapaces de acostumbrarse a la ausencia de
acolchado.
—Este es el único fracaso que nuestra institución ha tenido desde que fuera creada. El paciente
ha sido sometido al más agresivo cóctel de medicamentos y se le han aplicado las mismas terapias que
tanto éxito han tenido en otros casos, pero a pesar
de los años sigue como el primer día, sin el menor
síntoma de mejoría. Hola, Joel, ¿cómo estás?
—Bien —respondo siguiendo el ritual habitual a la
espera de la fatídica pregunta.
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—Dime, ¿lo ves hoy, Joel? ¿Ves hoy a Tommy?
Míralo, te está saludando. ¿Ves su siempre pulcro
uniforme azul y sus largas orejas?
Miro hastiado hacia el vacío rincón y suspiro.
Los estudiantes sonríen en esa dirección y saludan.
Incluso el doctor se acerca para estrechar una mano
invisible. Me gustaría decirles que lo veo, que veo a
Tommy, el gigante conejo rosa; pero no sería cierto
y, por mi propio bien, debo permanecer encerrado
aquí hasta que sane de mi cordura.
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SUSPIRO
Los contempló con atención. Aunque le resultaban
familiares necesitó varios minutos para reconocer,
en aquella pareja de frágiles ancianos, a los recién
casados que se besaron a sus pies, llenos de sueños
y proyectos por cumplir, tiempo atrás. Un suspiro
para él, encaramado al pedestal en su eterna desnudez. Toda una vida para ellos.
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DESEO
Concertó cita con Satán y se encontraron en una
terraza con solera del casco antiguo.
—He conseguido todo cuanto me he propuesto
en esta vida —aseveró chulesco aspirando con ansia el cigarrillo—, todo menos librarme de la tiranía de la nicotina.
El diablo le sonrío con ojos aviesos. —Estoy de
rebajas. Cinco años de vida a cambio de tu victoria
sobre la adicción.
El triunfador apagó el cigarro con saña en el
cenicero de propaganda y añadió levantándose:
—Hecho. Y que este sea el último.
—Lo será —concedió el Maligno, guasón, dos
segundos antes de que el andamio se derrumbara.
21 | Pedradas
CROMOS
Salió corriendo hacia el corro de niños que se había
formado cerca de la puerta de salida del colegio y
se unió a ellos en la pugna por conseguir un álbum
y algunos sobres. Con algún arañazo de más, pero
satisfecho con el preciado trofeo entre las manos,
de camino a casa no pudo dejar de contemplar las
grafías doradas de la portada y los arabescos que
decoraban las páginas del interior: todo le prometía
un apasionante viaje por los misterios del arte de la
adivinación a lo largo de la historia. Llegó a casa
ansioso por abrir los sobres, saludó a sus padres
de forma esquiva, se encerró en su habitación y se
sentó sobre la cama. Su decepción no pudo ser mayor al descubrir que el primer sobre se encontraba
vacío. Abrió el segundo, luego el tercero y todavía
un cuarto, solo para comprobar, contrariado, que
ninguno contenía más que aire. Abrió el quinto y
último con rabia, sin rastro alguno del cuidado con
el que había asaltado los anteriores para no estropear el preciado contenido. Una sonrisa le cruzó el
rostro al ver que este sí traía un cromo. Uno solo.
Donde esperaba encontrar ilustraciones de oráculos en santuarios de antiguas civilizaciones, de
sacri�cios humanos ante templos de piedra; astrólogos que leían el provenir en las palabras de los
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astros o sacerdotisas escrutando el futuro bajo las
super�cies de bolas de cristal y en antiguas cartas
del Tarot, no halló más que oscuridad: toda la super�cie del cromo era de color negro. En el dorso
encontró que se trataba de la última estampa de
la colección, la número ciento setenta y seis. Tras
varios intentos comprendió que no era adhesivo,
así que ya se disponía a buscar el pegamento por
los cajones del escritorio cuando cayó en la cuenta del mensaje impreso bajo el número. Lo lamió
comprobando que al instante su textura se volvía
pegajosa, para luego, con ademanes solemnes de
ceremonia, depositarlo sobre el rectángulo correspondiente. Tan pronto lo hizo, antes sus ojos sorprendidos, letras blancas tomaron forma sobre la
negrura; decían: mueres envenenado a los nueve
años.
23 | Pedradas
DÉJAME ENTRAR
Sus padres estaban de �n de semana, así que la
adolescente invitó al vampiro a colarse en su alcoba con lujuria mal contenida. Como buena lectora
de la Meyer suspiraba por todo lo que la velada iba
a ofrecerle: besos, caricias y sensibilidad a lo Candy
Candy; combinación de hipermercado que le dejó
el tanga más húmedo que una bolsita de té. Quiso
la taimada fatalidad que el guapo mozalbete comulgara con la escuela Bram Stoker: para tranquilidad de vecinos y paseantes ocasionales los gritos
de la niña se confundieron con los del matadero
colindante.
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SHOW MUST GO ON
«Habitantes de la casa, la situación en el exterior es
insostenible y me temo mucho que esta será la última vez que podamos conectar con vosotros. No
perdáis la calma y manteneos dentro del perímetro
de seguridad. El muro contra �sgones convierte
vuestro emplazamiento en un auténtico fortín; si
no intentáis huir como hizo Pedro, tenéis alguna
posibilidad de sobrevivir. La mala noticia es que
los aprovisionamientos van a dejar de llegar. A
partir de ahora solo dispondréis de vuestro huerto
y de los animales de la granja para alimentaros…
Volviendo a Pedro, ya sabéis que su estado sigue
empeorando, la herida no sana y es cuestión de horas que se convierta en uno de ellos. Por un ajustado margen, el 53% de la audiencia ha decidido que
quien debe dispararle en la cabeza es…»
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MARGARITA
«Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar…», dice el narrador, contemplando impasible como la niña agita los brazos incapaz de mantenerse a �ote. «Yo siento en el alma
una alondra cantar tu acento. Margarita, te voy a
contar un cuento…», lees, sintiendo como el agua
salada inunda tus pulmones.
26 | Enric Herce Escarrà
DISCRIMINACIÓN POSITIVA
Quienes no habían recibido la tarjeta de embarque
podían consultar, en un puesto habilitado junto al
arca, si se había producido algún error. Tras horas
de espera le llegó su turno. Sin saludarle, el administrativo cogió su tarjeta y la introdujo en el ordenador.
—Varón, 42 años, heterosexual, soltero, sin hijos a su cargo; de profesión comercial, no practica
usted ninguna religión, ni está a�liado a ningún
partido político ni equipo de fútbol… Ni siquiera
es usted inmigrante. Le sale puntuación negativa,
amigo.
—¿Negativa?
—Penalización por peligro potencial de violencia machista.
—¡En mi vida he golpeado a nadie!
Por toda respuesta el funcionario se encogió de
hombros y le devolvió su identi�cación. Él le miró
algunos segundos con ella en la mano, hundido, sin
saber qué hacer o decir; dudó, pero �nalmente dio
media vuelta y se alejó. No iba a caer en el patetismo de todos aquellos que había visto llorar y rogar
de rodillas por un pasaje en la nave de evacuación.
Levantó la mirada al cielo y contempló el cuerpo
brillante que teñía la noche de un rojo rabioso. Más
cercano a cada minuto que pasaba.
27 | Pedradas
CORAZÓN
desbocado pugnando por salírsele del pecho a ritmo de doble bombo. Entre el Pulitzer y aquello tenía que existir un punto medio, un hueco digno
para ella y sus estudios. ¿Llegarían tiempos mejores? ¿Dispondría alguna vez de su�ciente margen
para escapar? Tal vez cuando comer y pagar la hipoteca no convirtieran llegar a �nal de mes en una
gesta.
Dejó que el tumulto la engullera y con vergüenza de limosna en las mejillas levantó el micro y se
unió al coro.
—¿Puedes con�rmarnos que tu hijo y Choli ya
no están juntos?
28 | Enric Herce Escarrà
PRODUCTO MUSICAL
—Nunca triunfará en vida, como su productor sabes bien que solo vendería de morir de forma truculenta. Los consumidores son así de cabrones.
—Lo sé. El chaval está la mar de deprimido.
Más de una vez me ha comentado que de no ser
por su novia ya hace tiempo que se hubiera pegado
un tiro.
—Menudo plan.
—Cojonudo. Ayer después de echar un polvo
me aseguró que le iba a dejar.
29 | Pedradas
REVELACIÓN
Aka cruzó los límites del territorio de su tribu en
busca de una respuesta.
Los ancianos le habían reprendido por su idea de
a�lar piedras de sílex y utilizarlas contra los Mocha.
Le dijeron que aquello era una aberración contra natura y que el Padre-que-les-creó se pondría furioso
si la llevaban a la práctica. Aka se defendió apelando
a las garras de oso que sus enemigos utilizaban para
exterminarles, pero los ancianos no atendieron sus
palabras y lo despacharon con un tajante «no es lo
mismo». Aka estaba seguro de que aquella idea podía
darles una oportunidad de sobrevivir y, dispuesto a
demostrar que contaba con el beneplácito del Padreque-les-protegía, partió más allá de la cordillera.
El tercer día de marcha lo vio.
Era un ser pequeño, de tórax esbelto, ojos grandes y largas antenas, cubierto por un delgado caparazón del cual el sol de la mañana arrancaba vivos
destellos esmeraldas. Aka le tendió la mano y él
aceptó la invitación encaramándose a su dedo índice. Fue entonces cuando pudiendo contemplar la
criatura con más detalle. Aka observó maravillado
sus dos extremidades superiores. Su último tramo
era una réplica exacta de las dos dagas de piedra
que él había tallado.
30 | Enric Herce Escarrà
A su regreso, los ancianos acogieron con gran
asombro el descubrimiento y de inmediato ordenaron a todos los miembros de la tribu que aprendieran la técnica de a�lado de Aka. En pocos días,
los últimos supervivientes de los Mocha acudieron
a su poblado aceptando la derrota y pidiendo de
rodillas que les permitieran pasar a formar parte
de los suyos.
A partir de entonces Aka fue considerado el
hombre más sabio y respetado del poblado y antes
del deshielo fue nombrado jefe de los Campa. De la
misma forma, aquella revelación hizo que la tribu
dejara de lado al Padre-que-todo-lo-veía y pasara a
venerar a Campamocha, que fue el nombre que le
dieron a aquel pequeño ser verde.
A su imagen y semejanza inventaron la azada
y también el hacha. Gracias a ambos los frutos de
la caza y la recolección resultaron más abundantes
que nunca. Los Campa pronto fueron la tribu más
poderosa del valle y no tardaron en convertirse en
la única al derrotar a sus rivales y fusionarse con
sus supervivientes.
Con el paso del tiempo el clan devino una numerosa comunidad matriarcal dirigida por la esposa del difunto Aka. Cuentan que él fue el primero
en morir decapitado al engendrar a su único hijo.
31 | Pedradas
FRUTO PROHIBIDO
Llevaba un buen rato mirándola con deseo. Su presencia le atrapaba y cuanto más pretendía ignorarla
más le obsesionaba. La dulzura de su forma redondeada, la tersa piel perlada por gotas de rocío y el
sensual color de la carne cuyo aroma y sabor debía
conformarse con imaginar. La saliva le llenaba la
boca tan solo hacerlo y el estómago protestaba furioso. Si Yahvé le había prohibido probarla, ¿para
qué la había puesto a su alcance?
Eva despertó gritando al sentir el bocado en su
nalga derecha. Aunque las escrituras se afanen en
silenciarlo, el pecado original fue la antropofagia.
32 | Enric Herce Escarrà
MALAS LOCALIDADES
El hombre invisible no pagaba entrada, pero se veía
obligado a sentarse en las primeras �las o en las
butacas de los extremos laterales.
33 | Pedradas
LA CARICATURA
La multitud se arremolinaba alrededor de la entrada del templo: hombres, mujeres, ancianos y niños
estiraban el cuello inquietos, intentando ver lo que
tanto revuelo causaba.
—Es una �rma —consideró un anciano acariciándose la blanca perilla.
—En absoluto —discrepó un hombre tocado
con generoso turbante—. Sin duda se trata de algún tipo de código que utiliza una hermandad secreta para comunicarse.
—Pues a mí me parecen números muy mal escritos —opinó una mujer de voz estridente.
—Es un pez —dijo un niño de grandes ojos verdes, arrancando risas de todos los presentes.
—¡Abran paso! —pidió un agente del orden que
llegó escoltando a uno de los sabios del consejo. El
hombre, ataviado con la túnica dorada de las autoridades, se plantó ante el paño de pared y permaneció en silencio, examinando con mirada experta
los erráticos trazos color ceniza que habían aparecido, aquella soleada mañana de verano, junto a la
puerta principal del sagrado recinto.
Finalmente levantó la nervuda mano derecha
para indicar que ya disponía de un veredicto satisfactorio y, acallar así, los murmullos de impaciencia que le rodeaban.
—Estos trazos malintencionados no son sino
una caricatura de nuestro Dios y salvador. Este re-
34 | Enric Herce Escarrà
dondel es una cabeza desproporcionada sobre el
ridículo cuerpecillo que delimitan estos cinco trazos. La línea más larga horizontal, es una bicicleta,
y la forma posterior, un perro rabioso que persigue
al Todopoderoso. Lo que mancilla las paredes de
nuestro templo no es sino un dibujo herético.
Voces de protesta se alzaron por doquier: maldiciones, insultos y peticiones de justicia.
—¡Pedís justicia y justicia tendréis! —clamó el
sabio levantando ambos brazos al cielo—. Ahora
mismo me reuniré con el resto del consejo y trataremos de dilucidar quién es el responsable de semejante blasfemia.
Y así fue.
Informado el consejo de sabios que el día anterior un autobús de jubilados cachimbos, pobladores del quinto anillo, había llegado a la ciudad, no
precisaron de muchas deliberaciones para concluir
que habían sido ellos, adoradores del Sol, quienes
se habían atrevido a hacer mofa de su Dios. Cuando la noticia fue hecha pública, la población, soliviantada por semejante ofensa, se lanzó a la calle y
prendió fuego a cuantos puestos de churreros cachimbos había en el anillo central.
Al día siguiente se hicieron eco de la noticia todos los medios de comunicación que existían a lo
largo y ancho de los cinco anillos. Hasta el punto
que tres periódicos babuchos y dos mezquitos se
atrevieron a reproducir en sus páginas la caricatura
prohibida. La reacción de Chilabo no se hizo espe-
35 | Pedradas
rar y la población, indignada, asaltó veinte carritos
de helados mezquitos y atacó a huevazos cuantos
restaurantes babuchos había en el anillo central.
Los máximos dirigentes de Cachimbo, Babucho
y de Mezquito, aparecieron en todos los medios de
comunicación de sus respectivos anillos pidiendo
respeto por las creencias de Chilabo y condenando
la ofensiva caricatura. Los periódicos chilabos, por
aquello de calmar los ánimos, convocaron concursos de caricaturas entre sus lectores, prometiendo
suculentos premios a quienes reprodujeran de la
forma más ofensiva posible al dios Sol de los cachimbos, la diosa Luna de los babuchos o el Fuego
de los mezquitos.
Todo parecía regresar a la normalidad, cuando uno de los máximos dirigentes de los Dunos,
pobladores del segundo anillo, tuvo la feliz idea de
aparecer en televisión con una camiseta que reproducía la dichosa caricatura. El dirigente fue cesado
de inmediato, el dios Agua duno pasó a engrosar
la lista del concurso de caricaturas ofensivas de los
periódicos de Chilabo y cincuenta y tres alfareros
dunos, que trabajaban en el anillo central, fueron
apaleados, reducido a polvo su tenderete y robada
cuanta mercancía guardaban en el almacén.
Pasado el tiempo, las aguas volvieron de�nitivamente a su cauce. En pocos meses nadie del anillo recordaba ya el triste incidente de la caricatura.
Tal vez por ello a la tutora de la clase de tercero A
de la escuela del anillo central, le llevó más de la
36 | Enric Herce Escarrà
cuenta recordar dónde había visto antes aquellos
garabatos. Cuando los reconoció llevó al alumno
que los había dibujado y a la prueba del crimen en
presencia del director.
—¿Por qué has dibujado esto? —interrogó
muy serio el director atusándose los largos bigotes
— ¿Te parece bonito ir dibujando por ahí a Dios
todopoderoso montado en bicicleta y perseguido
por un perro rabioso?
—Esto no es ningún Dios montado en bicicleta
—repuso el niño de grandes ojos verdes ante la mirada atónita de su tutora—. Es un pez.
El director llamó de inmediato a los padres del
niño para informarles de su travesura y se le castigó con ración extra de deberes y dos meses sin
patio.
A la salida del colegio la niña de las trenzas esperaba a su amigo, el niño de los grandes ojos verdes.
—No tienes ni idea de dibujar peces— le dijo
este muy indignado—. Hoy, en clase de dibujo me
ha salido uno igualito, igualito, al que dibujaste tú
y, sin embargo, todo el mundo lo ha confundido
con Dios en bicicleta.
—Eso será porque no lo habrás dibujado bien
—le respondió la niña—. Vamos al templo. Verás
como en sus lisas y blancas paredes te sale mucho
mejor.
37 | Pedradas
ANHELO
Una mañana de abril, incapaz de soportar su pena,
nadó hasta la super�cie y se ahogó.
38 | Enric Herce Escarrà
PROGRESO
Los cuerpos desmadejados de los cinco cientí�cos
yacían bajo la luz que se colaba en la sala desde el
enorme rosetón. Sin mediar palabra, la inspectora de seguridad, Rosa Estado, se quitó la máscara
protectora.
—¿Pero es que se ha vuelto loca? —bramó desesperado el jefe de laboratorio, Jorge Arras.
Por toda respuesta, la mujer señaló con el mentón en dirección a los cadáveres. Todos tenían el
rostro bien cubierto por máscaras como las suyas.
Comprendiendo, Jorge le imitó algo avergonzado.
La inspectora se agachó junto a los muertos y
los examinó sin tocarlos. A juzgar por la postura
de los cuerpos habían sufrido una agonía muy dolorosa. Luego se levantó y paseó la mirada alrededor hasta �jarla en el rastro de sangre y pisadas que
provenían de la sala contigua. Sobre su entrada,
letras metálicas rezaban: «PROGRESO».
—¿Qué tipo de experimentación se estaba llevando a cabo en esta sección? —quiso saber.
—Área restringida de máxima seguridad. Me
temo mucho que nadie más en el laboratorio a parte de ellos cinco lo sabía.
—¿Ni siquiera usted?
39 | Pedradas
—No estaban a mi cargo. Trabajaban directamente para el gobierno.
Durante algunos segundos, Jorge Arras aguantó incómodo la fría mirada de la inspectora. Sin
responderle, Rosa Estado se dirigió hacia la sala de
donde procedía el rastro carmesí. El hombre dudó
algunos instantes sobre la conveniencia o no de seguirla, cosa que �nalmente hizo.
En la penumbra del laboratorio, Jorge Arras
encontró a la mujer agachada sobre una capsula
esférica de la que emanaba una fosforescencia verdusca.
—¿Qué es esto? —le preguntó invitándole a
acercarse con un gesto de su mano derecha.
En el interior del contenedor levitaba una reproducción del planeta de unos setenta centímetros de
diámetro. El nivel de las aguas había aumentado
hasta tal punto que los continentes resultaban irreconocibles y la atmósfera que lo rodeaba era una
masa gaseosa de un espesor y color malsanos.
—Nunca había visto nada igual, parece una simulación a escala de los efectos que podría tener
sobre la Tierra la implantación masiva de la tecnología en la que trabajaban.
—¿También sobre sus habitantes? —preguntó
la inspectora, alarmada, al tiempo que sentía como
dos hilos de sangre asomaban por sus fosas nasales.
40 | Enric Herce Escarrà
ANONIMATO
Era uno de esos escritores a lo Salinger. Uno de esos
que le tiene pánico a ser reconocido por la calle y
a que cualquier extraño se crea con el derecho de
abordarlo con la excusa más peregrina. Por nada
del mundo quería que su rostro apareciera en la solapa de su nuevo libro, cosa que hubiera obligado
a modi�car el diseño de portada de la colección.
Por fortuna para su editor, también era uno de esos
escritores a lo Baudelarie.
—Pondremos una foto del año pasado. Nadie
te reconocerá con los dientes sanos y carne en las
mejillas.
41 | Pedradas
EL PODER DEL MIEDO
—¿Os agrada majestad? —quiso saber el maestro
escultor con una ligera reverencia.
El monarca examinó la estatua sedente con
mirada re�exiva. Sus ojos se pasearon durante largos segundos por toda la obra, sin perder detalle,
mientras se acariciaba la barba cana. Finalmente
respondió:
—Yo nunca he empuñado una alabarda. De hecho, jamás he blandido arma alguna.
—Es bien sabido por todo el reino la bondad y
sabiduría de su persona; pero eso forma parte de la
función didáctica de la pieza, majestad.
—¿Apelar a la violencia os parece didáctico?
—Lo es infundir miedo en el corazón del enemigo y disuadirle de emprender ataque alguno
contra nuestro reino.
—Pero esa sonrisa… parece que me esté burlando de ellos.
—Re�eja la seguridad en sí mismo del que nada
teme.
El pací�co monarca estuvo tentado de ordenar
que hicieran pedazos aquella abominación y que
le cortaran la cabeza a aquel desgraciado, pero por
alguna extraña inspiración, las palabras del escultor no le parecieron carentes de sentido. Después
42 | Enric Herce Escarrà
de todo, el miedo podía ser tan fulminante como la
hoja más a�lada. Si aquel pedazo de piedra conseguía disuadir a sus enemigos, muchos de sus súbditos podrían salvar la vida.
—Quiero que esculpas tres estatuas exactamente iguales a esta para que se sitúen en cada uno de
los cuatro puntos cardinales de la frontera del país,
en lo más alto de las más altas torres.
Cuentan que tribus bárbaras llegaron de allende
del gran mar en busca del suculento botín que les
ofrecían las poblaciones costeras. Al ver la estatua
del rey en lo más alto de la torre norte su caudillo
dijo:
—En verdad que esta muralla tendría que empujarnos a buscar objetivos más asequibles, pero
solo un cobarde retrocedería ante un reino de
guerreros contra los que podremos probar nuestra bravura, conocer la fuerza de nuestro acero y
ganarnos el paraíso.
En menos de veinte jornadas las tribus norteñas
hubieron saqueado el pequeño reino de un extremo a otro, sin apenas hallar resistencia.
43 | Pedradas
SU TURNO
En la Asamblea General que debía dirimir el futuro de la humanidad, el representante de un país
subdesarrollado pidió la palabra. Le tocó en suerte
«silencio».
44 | Enric Herce Escarrà
METAMORFOSIS
Desearía ser de material humilde, pasar inadvertido. Ojalá despertara la curiosidad de los niños y
no la avaricia de los hombres. Me gustaría tanto ser
ligero. Flotar sobre la corriente en lugar de hundirme hasta el fondo enfangado. Lo daría todo por
formar parte de juegos y no de conspiraciones.
Y con un simple toque de su varita mágica, el
hada Genoveva convirtió el angustiado lingote de
oro en liviana pajarita.
45 | Pedradas
TOP TEN
«[…] sorprende de la lista que una desconocida
antología de relatos aparezca por encima de obras
como el Necronomicon o el Corpus Hermeticorum,
clásicos ineludibles en cualquier ranking de libros
asesinos. Estudiosos del tema consideran que la
clave para entender semejante número de víctimas,
en tan poco tiempo, se encuentra en la enigmática
advertencia con que concluye el prefacio: “¡Ay de
aquel que se atreva a criticar sin leerme!”».
46 | Enric Herce Escarrà
BURMAR FLAX
El niño se detuvo junto a la silla, mirándole �jamente con ojos rasgados de un azul triste. Enric
le observaba divertido. Recordaba perfectamente
aquella ropa: la camiseta granate de manga corta,
los tejanos hasta las rodillas con tirantes y las zapatillas de tela estampada.
—¿Qué pasa, Kike?
El niño le sonrió y abrió el puño derecho mostrándole dos duros.
—Mamá me ha dado para un �ash.
—Esto es genial, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y de qué te lo vas a comprar? ¿De fresa?
¿Naranja? ¿Tal vez limón… ¿Cola?
—Lo quiero de menta.
—De menta… no recordaba ese sabor.
—Solo lo tienen los gordos. Los de veinticinco.
Mami me ha dado para uno de diez.
—Vaya, eso es un problema.
—Sí.
—¿Quieres que te preste lo que te falta?
—Bueno.
—Pero me lo devolverás, ¿no?
—Sí.
47 | Pedradas
—A ver qué encuentro por aquí —dijo Enric
revolviéndose el bolsillo—. Vaya, tenemos otro
problema.
El niño miró con interés las monedas que el
hombre sostenía.
—Solo tengo euros.
—¿Qué son eso?
—Dinero.
—El señor de la bodega quiere pesetas.
—Pues lo siento, pero no podré ayudarte.
—Bueno.
Kike se guardó los dos duros en el bolsillito del
peto tejano y permaneció en silencio mirando la
silla de ruedas. Finalmente se atrevió a tocar su
super�cie con el dedo índice de la mano derecha,
con la misma cautela que comprobaría si un bicho
sigue vivo.
—¿Te gusta? Es genial para echar carreras.
Por toda respuesta el niño le miró muy serio,
como si acabara de decir una estupidez.
—¿Nunca volverás a andar?
—No, me temo mucho que no. Soy parapléjico.
—¿Qué es eso?
—Tengo una lesión en la médula que me impide mover los brazos y las piernas.
—¿Cómo te la hiciste?
48 | Enric Herce Escarrà
—Fue en un accidente de trá�co, me salí de la
carretera.
—¿Te duele?
—No siento nada —respondió levantándose de
la silla y tomándole de la mano—. Se hace tarde.
¿Qué te parece si te acompaño a comprar ese �ash
y luego vamos para casa?
—Vale.
Cruzaron entre los columpios del parque: junto
a la bola de hierro amarilla donde su hermana se
partió un diente jugando a dar volteretas y junto al
tobogán que se calentaba con el sol y te quemaba
las pantorrillas si vestías pantalón corto; uno de los
columpios tenía una cadena rota y pendía ladeado, en el otro, una madre empujaba suavemente a
su hija de unos cuatro años. Cruzaron la calle y se
internaron bajo los porches donde solían jugar al
escondite y a policías y a ladrones. En una de las
últimas columnas de la izquierda todavía podía
verse el corazón que grabó con las letras «E» y «N»
en su interior. No lejos de allí, Noemí le había dado
su primer beso a cambio de una bolsa de pipas. Salieron a la plaza donde estaba el quiosco en el que
compraba los sobres de soldaditos de plástico y los
tebeos de superhéroes, justo al lado de la bodega
del señor Matías.
49 | Pedradas
—Kike —dijo Enric deteniéndose frente al pequeño establecimiento. El niño le miró por debajo
del rubio �equillo—. El día que cumplas los treinta
y dos, después de la �esta, quédate a dormir en el
piso de Marta.
—¿Cómo está su hijo?
—Pues ya ve, sin muchas ganas de charla. Hoy
tiene uno de esos días.
—Hace calor, ¿verdad?
—Mucho. Y solo estamos a junio. Verá en pleno
agosto… no habrá quien lo aguante.
—Enrique, ¿cómo va el paseo?
—Lleva toda la tarde mirando esa furgoneta
aparcada ahí.
—«Burma Flá» ¿Y eso qué son? ¿Caramelos?
—No mujer, son golosinas congeladas de esas
que comen los críos.
50 | Enric Herce Escarrà
SEPARACIÓN
Cansada de sus palizas y harta de sus engaños decidió poner tierra de por medio. Tanta como hiciera
falta para que nadie descubriera el cadáver bajo las
margaritas.
51 | Pedradas
VACACIONES
—Calla, calla que al �nal nos quedaremos en casita. José se con�ó y para cuando quiso hacer las
reservas ya no quedaba nada.
—Menuda faena, nena. Todo el año esperando
para eso. ¿Y por qué no vais a otro sitio por aquí
cerquita?
—Pues si te digo la verdad, se me han pasado
las ganas de ir a ningún lugar.
—Pero mujer, aunque sea por cambiar de aires.
—Nada, este año como vosotros, nos quedamos
a pasar calor.
—Anda que me iba a quedar yo si la cuenta corriente me lo permitiera.
—…por la mañana a la piscina y por la tarde a
tomar algo en cualquier terracita.
—Pues vaya plan.
—Hija, escuchándote cualquiera diría que quieres que nos vayamos.
—Paco, cariño, olvídate de dar el palo en casa
de los Rodríguez que se quedan.
52 | Enric Herce Escarrà
VACACIONES (II)
Raimundo lo había intentado todo para aumentar
el tamaño de su pene. Había probado cremitas, artilugios y cuantas soluciones milagrosas llegaban
a su correo electrónico con la promesa de ganar
unos centímetros. Se había paseado por todas las
clínicas de cirugía estética de la ciudad, pero no
encontró ningún doctor que quisiera considerar su
miembro viril como un micropene merecedor de
cirugía.
Raimundo nunca hubiera imaginado lo feliz que
podía hacerle aquel baño en el mar. Mientras las
lágrimas de dolor se mezclaban con las de alegría,
la guapa enfermera sostenía entre las enguantadas
manos su miembro henchido, poderoso, y lo limpiaba con mimo de cualquier resto de tentáculo.
53 | Pedradas
VACACIONES (III)
—Venga Carlitos que el señor se espera.
Carlitos miró al señor del gorrito y del delantal
blanco que sostenía en su mano derecha el utensilio para hacer bolas y que le sonreía con desgana.
—Venga cielo, ¿de cuantas bolas lo quieres?
Carlitos se imaginó un cucurucho coronado por
un ejército de relucientes bolas de helado multicolor.
—Tres —se conformó a sabiendas de que era lo
máximo.
—¿Y de qué las quieres, corazón?
—De chocolate.
—¿Quieres las tres de chocolate?
—Sí.
—Pero cielo…
—Déjelo, señora, a los chavales les encanta el
chocolate.
—Sí claro, pero la que después le aguantará los
retortijones seré yo.
El heladero cerró la boca y apretó los dientes
para que no se le escapara ningún improperio.
—Venga Carlitos, ¿qué te parece una de limón,
otra de melón, y la tercera de sandía. Las tres bolas
de frutita buena?
54 | Enric Herce Escarrà
Carlitos puso cara de que la frutita buena se la
comiera su madre.
—De chocolate.
—Mira Carlitos que no te compro ningún helado, ¿eh?
El heladero sudaba resignado mientras veía
como aumentaba la cola de clientes frente al carrito de los helados.
—Póngale lo que le he dicho.
—¡Limón, melón y sandía, marchando!
—¡Quiero chocolate! —berreó Carlitos.
—Nada de chocolate.
Carlitos todavía pataleaba en el suelo cuando
el heladero le alargó a su madre un cucurucho de
limón, melón y sandía.
La señora miró alternativamente a su hijito y al
helado. A aquellas alturas la cara del niño ya tenía
el mismo color que la bola de sandía.
—Mire, ¿sabe qué? Deme uno de chocolate a
ver si se calla de una vez.
El heladero permaneció seis segundos y medio
inmóvil, mirando con expresión incierta a la señora y al cucurucho que sostenía en su mano derecha.
—¿Y yo que hago con esto? —dijo �nalmente al
ver que la clienta no se daba por aludida.
55 | Pedradas
—El nene no lo quiere y yo estoy a dieta —respondió la señora.
El heladero miró con desesperación como las
bolas empezaban a derretirse y a gotear sobre su
mano. Tras chasquear la lengua lo lanzó a la papelera.
—Venga Carlitos, que la mama te compra uno
de chocolate.
El heladero hundió tres veces el utensilio metálico en la cubeta del helado de chocolate y le alargó
el cucurucho a la señora. Esta pagó, le dio el helado
al niño y le cogió de la otra mano.
Carlitos miró goloso las sabrosas bolas del helado triple. Sus glándulas salivares estaban segregando a lo loco. El niño sacó la lengua y la acercó
ansioso al objeto de su deseo. Cerró los ojos, arrobado, y lamió con desespero. Las tres bolas cayeron
al suelo.
56 | Enric Herce Escarrà
PRELUDIO
—¿Quién anda ahí…?
57 | Pedradas
EL VIOLINISTA EN EL CÉSPED
El sol primaveral relamía perezosamente la hierba
del parque, arrancando un verde intenso que casi
cegaba la vista de Ramón e Irene. Tendidos sobre
una toalla de playa, disfrutaban de una tarde de domingo tranquila, en el parque de la ciudad.
—A este lugar cada vez viene gente más rara
—protestó Irene, dando a entender que de seguir
así la cosa pronto tendrían que cambiar de emplazamiento para sus tardes domingueras.
—Ya ves. Pero el que se lleva la palma es el violinista ese de debajo del árbol.
—¿Quién?
—Ese violinista que está al lado del quiosco.
Menudas pintas me lleva.
—Al lado del quiosco no hay nadie —dijo Irene
levantándose.
—¿Cómo que no? —insistió Ramón imitándola
y señalando hacia el punto exacto.
—A ver si has pillado una insolación.
Algo confundido, Ramón se encaminó hacia
donde estaba la peculiar �gura.
A medida que se acercaba a su posición pudo
ver con más detalle sus manos huesudas y su tez
pálida. También comprendió que no era una violín
lo que apoyaba contra su barbilla ni un arco lo que
58 | Enric Herce Escarrà
utilizaba para rasgarlo. La esquelética �gura estaba
a�lando la hoja de una guadaña.
Irene gritó antes de echar a correr hacia donde
Ramón se había desplomado.
59 | Pedradas
MI ROBOT
Yo solita he construido,
un robot de poliespan.
Tiene dos ojos muy grandes,
y patitas para andar.
Lo he pintado color plata,
y parece de metal.
Tiene un aspecto muy �ero,
puede llegarte a asustar.
Vendrá conmigo al colegio,
será mi ángel guardián.
Me protegerá de los niños,
que me quieran algún mal.
No se reirán más de mí,
ni me robarán la comida.
No me insultarán en el patio,
nunca más me harán llorar.
Por las noches mi robot,
dormirá siempre conmigo.
Vigilará bien la puerta,
escuchará con sigilo.
Si papá vuelve a venir,
para meterse en mi cama,
yo podré dormir tranquila,
mi robot le ahuyentará.
60 | Enric Herce Escarrà
Mi robot es muy sincero,
ya es mi mejor amigo.
Dice que todo irá bien,
y escucha lo que le digo.
Dice que no me preocupe,
porque mamá volverá.
Que no es cierto que esté muerta,
que solo salió a comprar.
ÍNDICE DE RELATOS
El último hombre en la Tierra . . . . . . . . . . . . 15
Destellos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
Enfermedad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Suspiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Deseo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
Cromos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Déjame entrar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Show must go on . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Margarita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Discriminación positiva . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
Corazón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
Producto musical . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
Revelación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Fruto prohibido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Malas localidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
La caricatura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Anhelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Progreso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
Anonimato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
El poder del miedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Su turno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Metamorfosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
Top ten . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
Burmar Flax . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
Separación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
62 | Enric Herce Escarrà
Vacaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Vacaciones (II) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Vacaciones (III) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Preludio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
El violinista en el césped . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Mi robot . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Enric Herce Escarrà (Barcelona, 1972) es licenciado en
Filología Inglesa y aunque ha
desempeñado distintos trabajos como el de webmaster
o profesor de inglés, en la actualidad trabaja como técnico
especialista en la Biblioteca de
Letras de la Universidad Rovira i Virgili, de Tarragona.
Ganador del primer premio MiasMa de relatos
de terror en catalán, el Tierra de Leyendas IV de
sedice.com y �nalista del segundo premio MiasMa
y del certamen de relatos cortos «Einstein y el Quijote» convocado por el Ciemat. Ha publicado Friki,
novela infantil de ciencia �cción, con Edimáter y
en versión digital la novela corta La luna dormida,
con Ediciones Efímeras, así como diversos relatos
y poesías en diferentes fanzines (Catarsi, Tierras
de Acero MGZN, Miasma y Mascarada); en otros
tantos ezines (BEM on line, Aurora Bitzine, NGC
366,...) y en la revista Historias Asombrosas.
Ha sido recogido en diferentes antologías: Tierra de Leyendas IV, Tierra de Leyendas V, De la caballería andante a la teoría de la relatividad, King
Kong solidario y en el Visiones 2008 de la AEFCFT,
de próxima aparición.
Más información en www.enricherce.com
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