16 de noviembre La misa de la UCA La misa del 16 es la misade la UCA. Por la lluvia la tuvimos en el auditorio repleto y acogedor, con peticiones, ofrendas y el coro de la UCA. Al final le fue concedida a Dean Brackley, a título póstumo, la medalla de la UCA, sobre lo que informamos más adelante. Ahora reproducimos y editamos extractos de la homilía de Mons. Elías Rauda, obispo de San Vicente. Mantenemos el tono personal, y nos concentramos en su recuerdo de los mártires. Homilía de Monseñor Elías Rauda o.f.m. ¿Cuántos de aquí han conocido a Ellacuría, cuántos a Amando López, a Martín Baró, a Segundo, a López y López, a Ramón Moreno? ¿Cuántos recibimos sus clases, esas sabias enseñanzas? A Juan Ramón Moreno lo recuerdo como el profesor que más nos hizo estudiar, y Jon Sobrino decía qué montón de libros que nos daba. Pero aquel método de apretar… Evidentemente enseñaban con espíritu. Y nos inspiran a que cada uno como profesional en el campo donde le toca trabajar sea luz, sea levadura del Reino. Invitan a trabajar, a dar nuestro aporte, a no tener miedo, más bien tener confianza. Y como decía Dean esa “es otra forma de dar la vida”. Cuando venía en el carro yo estaba recodando que de muchachos vinieron de España y se quedaron aquí en El Salvador. Hicieron su noviciado aquí, su formación. Se sintieron atraídos, cautivados, por ese primer encuentro con el Señor, y se sintieron llamados a ser sus compañeros. Con qué fuerza y con qué generosidad dijeron sí para no quedarse en España, sino viviendo las necesidades de este pueblo. Después se fueron a preparar fuera -ya vieron las libretas de notas que tienen, “extraordinarios”-, y no se quedaron. Regresaron a producir, a multiplicar, 22 “triplicar” esos talentos que recibieron, para aportar a la paz. Fueron los que llamaron al diálogo. Y rápido, la bomba. “El sentirse así, atraídos y cautivados, y asumir la causa de Jesús es también lo que les llevó a compartir su mismo destino”. Son palabras de Jon Sobrino. No crean. Los padres asumieron las bienaventuranzas como programa de vida. El mundo llama feliz a quien tiene todo, e infeliz y desgraciado a los que están haciendo cola allá en el hospital, los que allá en el Bajo Lempa se han quedado sin casa, sin pertenencias. En la diócesis tenemos cantones con hambre, y llega la gente: “perdí todo”. Por qué son felices para Cristo? Otra vez Jon Sobrino: “porque al Padre Celestial le pareció bien hacer de su Reino el regalo, especialmente a aquellos últimos, aquellos que están en necesidad, a esos pobres sociológicos”. Y Juan Ramón Moreno nos decía que “la justicia en la Biblia” es ir a meter la mano para aquellos que están tronchados, para aquellos de quienes nadie se acuerda. Y acercarse físicamente también. Por eso es importante que aquí en la UCA se enseñe ese cariño, aprecio, predilección del Señor por los pobres. Que no se quede solo como materia, sino que se muestre en la profesión. Porque no hacemos carrera para ser alguien sobre alguien y a costa de alguien. Sino para hacer un servicio concreto a nuestros hermanos. Jesucristo ha querido que sus discípulos sirvan a sus predilectos no como una opción sino como un deber: “Denles ustedes de comer”. “Tuve hambre y me dieron de comer”. “Estaba desnudo y me vistieron”. “Estaba enfermo y en la cárcel y me visitaron”. Ese espíritu movió a los padres de la UCA a dar su vida. Los mártires tienen una gran fuerza, y quiero decirles 16 de noviembre que la han tenido en mi vida. En 1977 yo viajaba de Obrajuelo, Agua Caliente, Aguilares, todos los días, y en la misa me encontraba con Rutilio Grande. Antes de ir al Instituto me quedaba un rato escuchándolo. Miren, cuando su asesinato, fue una gran conmoción nacional. ¡Matar a un padre en El Salvador! En la vela estábamos en comunidad, pues con Rutilio estaba un niño y Manuel el catequista. Recuerdo que pasamos todos en fila, y yo viéndolo una vez, dos veces, tres veces, cuatro veces… Me impresionó verlo con sus ornamentos en el ataúd. Y sentía que Rutilio me decía: “A mí me mataron, vos me vas a sustituir”. Y me recuerdo que en una de las confesiones, me confesé con Tavo Cruz que iba a aguijares: “yo quiero ser sacerdote”. Y después le escribí a monseñor Romero, dándole una carta de condolencia y explicándole mi deseo de ser sacerdote. Yo quería entrar ya en el 78, y monseñor Romero me contestó. Yo saltaba de este alto. Que el Arzobispo me escriba y que me contesta y me dice: “Querido joven, José Elías te agradezco tu carta donde me manifiestas tu deseo de ser sacerdote. La vocación es un llamado que Dios hace especialmente a los jóvenes de hoy. La Iglesia necesita jóvenes valientes como tú. Te vienes al seminario San José de la montaña, ahí te darán la orientación”. Yo desde niño venía embelesado por ser fraile, y en el seminario san José me encontré con el padre Ladislao Segura. “Mirá, si venís al seminario vas a ser diocesano”. Y yo le dije: “no, yo franciscano quiero ser”. Se puso a reír y me dirigió a Planes de Renderos, Otro recuerdo fuerte fue que yo entré a la Orden cuando la muerte de Monseñor Romero. Pueden imaginarse ustedes la conmoción y el momento de vivir el retiro más centrado y concentrado. Luego mataron al padre Cosme Spezotto y a otro y a otro. Y después en Guatemala, al padre Maruzzo al que me tocó cargar en su funeral. Y al padre Augusto Ramírez Monasterio, también en noviembre en Guatemala. Y me decía: “están matando a los padres y tú con ganas de ser cura”. Creo que hay algo que mueve la vida cristiana, tantos mártires, catequistas, religiosos, seminarista, diáconos. Es el Espíritu del Señor. Y el último recuerdo. ¡De la que me libré! El padre Amando López era el asesor de mi tesis y comencé a escribirla. Yo venia desde Guatemala a dejar los capítulos. El ultimo se lo entregué el sábado 11. Después fui a la casita y allí estaba el padre Cardenal. Eran momentos tremendos para ellos después del cateo. Yo seguía con las últimas correcciones. Amando me llamó el miércoles 15 a la una de la tarde. Entré por un agujero que había hecho una bomba allá por donde vivía el guardián. Segundo Montes me recibió. “Adiviná cuántos proyectiles está tirando ese helicóptero que va por ahí. A Martin Baró lo saludé. El padre Moreno estaba en la salita donde mataron a la niña Julia, y a su hija. “Estoy preocupado. ¿Cómo estará la gente de Soyapango ahorita?”. Estaban en su casa, pero con ese sentido de compartir las penas y la vida, el sacrificio de la guerra y todo. Me explicó por qué doña Julia y Celina se quedaban en su casa. Luego pasé con el padre Amando López. “Mirá. Aquí hay café de tres días”, no importa. “Me gustó tu trabajo, pero tienes que poner una dedicación”. No tenía computadora, así que fui a buscar a un amigo a Planes de Renderos. Ahí llegaba la luz a ratitos, pero sentía que Amando López estaba conmigo. Y a todo esto ya los había matado Nos vinimos justamente cuando acababan de recoger sus cuerpos, y vimos sus masas encefálicas ahí tiradas. Eso para nosotros los frailes, y para el todo el mundo que presenció esa masacre, fuealgo que nos marcó. 23