Teresa Gómez Isla: La investigación es siempre caballo

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Madridmasd.org
05/12/2011
Teresa Gómez Isla: La investigación es siempre caballo ganador
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El sueño de esta prestigiosa neuróloga es encontrar la llave que
explique y cure el alzhéimer, esa enfermedad que amenaza a una de
cada dos personas mayores de 85 años.
Es delgada, viste gabardina berenjena, pantalón negro, camisa roja,
melena lisa oscura con flequillo; es austera, no lleva a la vista
aderezo alguno de joyas. Ha llegado de visita desde Estados Unidos
para dos días de trabajo y hoy Barcelona le regala un cielo azulísimo
y luminoso, ideal para pasear por los jardines del hospital de Sant
Pau, que así visto luce cual sanatorio de infecciosos de antaño. Y sí,
dice ella. Aire libre y plantas para mejorar la salud en un tiempo en
que la salud tenía preocupaciones distintas. Visualizamos el ambiente
mientras ella se presta a las fotos con pudor, hasta que un grupo de
médicas de nueva generación con bata blanca van hablando entre los
setos de la película Crepúsculo y la creciente pasión vampírica última,
y nos desencuadran así la escena decimonónica. ¿O la cuadran?
Ambas cosas quizá. Así es el mundo de la investigadora y neuróloga
Teresa Gómez Isla, dual.
Aquí (en España) y allá (en EE UU), pero siempre en contacto y
colaboración permanente; con atención simultánea a pacientes y
laboratorio; intentando desentrañar esa red interactiva que es el
cerebro, en busca de la llave que aclare el misterio de la enfermedad
de Alzheimer (EA), la cure o la ralentice; lo que sea que evite ese
deterioro cognitivo que amenaza nuestra vejez, ese gran mal que se
sabe barre ya el mundo como una suerte de escoba impenitente: un
70% ha crecido en la última década. "Si no conseguimos dar con un
fármaco que por lo menos retrase la progresión al menos unos años,
sería catastrófico... y una de cada dos personas de 85 años los
sufrirá", dice. Sospecha doble también de la posible causa: dos
proteínas (tau y amiloide, que se acumulan fuera y dentro de las
neuronas, hasta que estas empiezan a dejar de comunicarse y
finalmente mueren) serían hoy el principal enemigo a batir, péptidos
cual vampiros, se diría, que se pegan a las neuronas hasta secarlas.
Investigadora de altura nacida en 1965, Gómez Isla anda ocupada en
Harvard en ese espacio, digamos, cerebral: neurología eligió desde
siempre o al menos desde que trató a los primeros pacientes con
demencia y se dijo: "Les han robado todo lo que son". La curiosidad
por el laboratorio le nació en una charla de una investigadora en un
curso de la Universidad del País Vasco. "Allí precisamente acudiré
este verano a impartir clase y ojalá yo sea capaz de contagiarle a
alguien la misma ilusión".
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Se aprecia que no le gusta posar para las fotos, le cuesta, y para
relajar, charlamos. Y hablando del valor de lo físico, suelta: "¿Tú no
te habrías parado en los 40 años?". Se ve que ella sí. Luego le
preguntaremos. Cuenta que sus hijos (tres, de 9, 10 y 12 años) y su
marido, el también neurólogo Óscar Soto, van en el mismo paquete,
todos juntos a todas partes, y la ayudan a poner el mundo en
contexto: "Debo vivir donde vivan ellos, eso lo tengo claro". Y
después de abrirnos, y mucho, el apetito científico contando, entre
otras muchas cosas, que ya se puede "recrear en un plato de cultivo
en el laboratorio algo similar a lo que ocurre en un cerebro humano
con la EA", nos tranquiliza ante una duda personal: "Si pierdes
memoria por el estrés no significa nada". Así que, aligerados del peso
de la hipocondría, al final concluimos que quizá nosotros tengamos
los péptidos bajo control, quizá; pero lo que es seguro es que ella
tiene memoria de caballo. Porque se marchó de regreso a Boston y
dos días después nos mandó puntualizaciones: se acordaba de cada
punto tratado, uno a uno, que fueron muchos y están aquí solo
resumidos. Así que en su caso el padecimiento parece descartado o
lejano. O ambas cosas.
¿Usted qué hace para prevenir el envejecimiento y sus males como el
alzhéimer (EA)? ¡Trabajar para encontrar una cura que sirva a todos!
[risas] Bueno, estar activa. No quiero trasmitir falsas esperanzas
porque hasta hoy nadie ha demostrado que la EA se pueda prevenir.
Procuro poner en práctica consejos que les doy a mis pacientes.
Camino, dieta sana, me mantengo intelectual y socialmente activa, y
miro a la vida con optimismo.
¿Le asusta pensar que algún día pueda padecer usted la EA? No me lo
he planteado. Evidentemente, si llegas a los 85 años... se sabe que la
mitad de las personas van a sufrirla. Claro, me puede pasar, la edad
es el principal factor de riego... Pero no es algo que me angustie, más
bien me estimula para buscar solución.
Su paciente estrella, Pasqual Maragall, le dedicó a usted el Goya por
la película sobre su vida de enfermo, 'Bicicleta, cuchara, manzana',
en la que usted participó. ¿Qué habría sentido si no la hubiera
recordado? Nada. Estoy acostumbrada a que mis pacientes no se
acuerden ni de la visita anterior. Siempre les digo que me cambié el
pelo. Cuento con ello; cuando no ocurre, es un regalo.
El estudio del cerebro, ¿no da un poco de vértigo? Da la sensación de
que se sabe tan poco... No, no creo que se sepa poco. Lo que pasa es
que hay otros órganos a los que se les ha prestado más atención.
Enfermedades como las cardiovasculares o el cáncer han salido mejor
paradas; gracias a programas de prevención y detección precoz, ha
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bajado mucho su mortalidad en la última década. Pero en el caso de
la EA ha crecido casi un 70%.
Pero en el territorio neurológico existe mucho el síndrome "Se cree
que...". La incertidumbre... Sí, pero es que en la EA, los factores de
riesgo fundamentales son factores en los que no se puede incidir:
cumplir años y tener historia familiar... Esto hace que tu riesgo sea
mayor. Y luego, en el campo genético, se han empezado a identificar
genes que en casos muy raros pueden dar origen a la EA, a veces
antes de los 40 años... También se ha identificado un factor de riesgo
genético en casos de inicio más tardío que es la variante 4 del gen de
la apoliproteína E, y todo ello ha dado pistas que señalan a proteínas
implicadas... Identificarlas las convierte en una potencial diana
terapéutica para desarrollar fármacos. No tengo la sensación de que
se sepa tan poco, piensa que en el caso de la EA pasó inadvertida
hasta hace muy poco...
Sí, desde 1906... ¿No será que antes no se diagnosticaba? Sigue
habiendo mucha gente sin diagnóstico, ojo. Un porcentaje alto quizá
tiene síntomas y no lo sabe. Antes era típico: "Ah, el abuelo no
recuerda el nombre del nieto". Era normal. Ahora se sabe que no.
Una persona puede vivir mucho y su cerebro tiene que seguir
funcionando perfectamente, ser capaz de tener autonomía salvo que
tenga una limitación motora de otro tipo. La EA no es parte del
envejecimiento normal. La prueba es que hay gente que llega a los
100 años sin padecerla.
Su línea de investigación ahora es analizar cerebros de gente que
tiene lesiones, pero no desarrolla síntomas... Sí, cuando empecé mi
tesis, la pregunta era por qué alguna gente padece la EA. Y he
querido darle la vuelta. ¿Cómo es posible que algunas personas sean
capaces de soportar lesiones y no tener síntomas? Se trata de ver
qué pasa en el cerebro de individuos con lesiones típicas de la EA,
pero que nunca llegaron a desarrollar una demencia, ver si existen en
ellos mecanismos que han permitido que las neuronas sigan vivas y
funcionando. Eso puede dar pistas sobre fármacos que puedan imitar
lo que ocurre en ellos.
Y para desarrollar esto, usted necesita cerebros de gente que no haya
mostrado síntomas. ¿Cómo los consigue? Bueno, la gente es
generosa. En EE UU hay una red de centros acreditados en los que se
atiende no solo a enfermos, sino también a personas sanas que están
dispuestas a donarlos; yo les hice esta propuesta y nos apoyaron, y
coordino distintos centros buscando cerebros de estas características,
que son pocos. Quiero seguir en España, que otros se sumen.
En 2007 se hablaba de 70 fármacos en prueba y aprobados; hoy solo
hay cuatro. ¿Y los demás? Fracasaron. Hoy hay como cien en ensayo.
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La diferencia es que los que diseñan hoy, y tras haberse conocido la
composición bioquímica de las lesiones (que es algo reciente), no son
para aliviar síntomas, sino para intentar interferir o detener la
progresión de la enfermedad. Evidentemente, es posible que sigan
fracasando muchos, pero yo creo que ahora mismo no se están
dando palos de ciego. Los fármacos se están dirigiendo contra
determinadas proteínas, intentando que no se acumulen, eliminarlas,
promover que las neuronas sigan vivas y protegidas, y no solo
intentando que no progrese la pérdida de memoria.
Se ha oído citar la palabra vacuna...
Pero se usa de forma incorrecta. Se realizó un primer ensayo hace
años... pero se paró; hubo un 6% de casos de encefalitis. Lo que se
hace ahora es intentar con un trocito de ese péptido amiloide
conseguir que el organismo fabrique anticuerpos para eliminarlo del
cerebro. Se está ensayando. Creo que estos resultados son
importantes y se sabrán el año próximo, porque desde hace un
tiempo la hipótesis más aceptada es que lo que desencadena la
enfermedad es el acúmulo de ese péptido... Y si esa ruta no es la
acertada... pues hay demasiado invertido ahí.
Supongo que hay muchos intereses en las farmacéuticas, porque la
que dé con la medicina milagro... Sí. Pero debemos replantear la
manera de hacer los ensayos clínicos en la EA: duran un mínimo de
un año o dos, implican una cantidad ingente de dinero y las
esperanzas de mucha gente... Y para una compañía, si ese es su
fármaco estrella y fracasa, le puede llevar a la ruina. Hay que
hacerlos en menos tiempo y coste.
Imagine que tengo síntomas: no recuerdo frases, ni palabras, creo
estar enferma... ¿Qué debo hacer? Ir a un especialista que los
evalúe; si ve indicaciones de problema cognitivo, te mandará pruebas
de sangre, de imagen, evaluación neuropsicológica para medir esos
déficits supuestos, y que deben además ser corroborados por alguien
que te conozca bien. Y, sobre todo, excluirá que haya causa
potencialmente reversible. Por ejemplo, que tu tiroides esté fallando
o que tengas déficit de vitamina B12... cosas que se pueden corregir.
Sabemos hace ya tiempo que la enfermedad empieza diez o más
años antes de que tú tengas el primer olvido.
El objetivo es diagnosticar lo antes posible. Sí, intentar predecir,
encontrar lo que se llama biomarcadores, esa sería mi mejor
previsión de futuro. Te doy dos ejemplos, que lo son para otros males
y que todo el mundo conoce: la glucosa para la diabetes y el
colesterol para los vasculares... Para la EA podrían ser patrones de
metabolismo cerebral, trazadores capaces de marcar y hacer visibles
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las placas de la proteína amiloide; mediciones del nivel de amiloide y
tau en el líquido encefalorraquídeo... Todos se están intentando
validar. Es fundamental.
Al oírla contar esto, se le ve la pasión por su oficio. ¿Cuándo supo que
quería ser neuróloga? No fue por nada especial, pero sí recuerdo que
los primeros pacientes que vi con demencia me impactaron, fue la
sensación esa de la desaparición de ti quedándote tú. Ya lo decía
Maragall: "Morirse en vida".
Es este un sector de la investigación un tanto frustrante. ¿Cómo lo
vive usted? Como una bomba de relojería, casi. Yo no sé si alguien se
tiene que sentar y planteárselo... porque esto sí que colapsará el
sistema sanitario. Convierte a millones de personas en dependientes,
y entonces ¿quién las cuida? Por eso hay que curarlo. Yo lo tengo
claro: cuando voy a la consulta, pongo mi interés en cuidar, no puedo
hacer otra cosa; pero al salir, lo que quiero es curar, es el objetivo.
Porque no es lo mismo una persona que se vale por sí misma, llega a
los 85 y se muere de infarto, que otra que desde los 60 es
dependiente. Con algo que retrasase el inicio de la enfermedad... la
prevalencia se reduciría de forma muy significativa, la gente se
moriría siendo ellos mismos.
¿Se descartan factores de estilo de vida, lo que comemos, aditivos,
plástico...?
Factores ambientales se sospechan. Debe haber. Seguro. Esta no es
solo una enfermedad de gente mayor. Hay un 10% de pacientes que
tienen los síntomas antes de los 60, y en esos casos puede haber
factores genéticos y otros que aún no se han identificado. No hay una
causa del alzhéimer... hay múltiples causas. Se estudian los efectos
de una dieta sana, o de mantenerse intelectualmente activo, pero
piensa la cantidad de gente activa que aun así desarrolla la
enfermedad...
¿Cómo hace usted para conciliar? Tiene tres hijos, está aquí y allá...
Óscar Soto, mi marido, es la clave. En mi casa, el delantal no tiene
talla. Él trabaja en otro hospital. Nos hemos movido mucho, pero
siempre juntos. Yo me dedico de aquí para arriba, y él, de aquí para
abajo [señala el cuello]. Él, a patologías neuromusculares, y yo, a
demencias.
La neurocirujana Rita Levi Montalcini decía que había tratado siempre
de conciliar dos aspiraciones irreconciliables: la perfección en la vida
o la perfección en el trabajo. Y descubrió el valor de la imperfección
en ambas. ¿Qué opción ha elegido usted? Ser imperfecta. Y me ha
costado. Ahora me frustro mucho menos. Porque un rasgo de mi
carácter es ser competitiva. En mi familia, claro, no hay nada
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imperfecto, para mí es la felicidad absoluta. Ahora, si dices: "¿Te
gustaría tener más tiempo?". Pues sí. Me he organizado, hago más en
menos... Creo que cualquier madre se ha visto en las mismas. Estar
pensando en los disfraces de los niños y en el objetivo número tres
de la beca que estás pidiendo, y al hacer la cena pensar: "Ay, que me
tengo que leer esta tesis...". Pero he aprendido a ser más benévola.
Antes quería que el día tuviera 48 horas y ahora acepto 24.
¿Ser mujer le ha marcado de alguna manera? Yo nunca me he
sentido discriminada por serlo. Ni aquí ni en EE UU. Muchas mujeres
sí, se quedan por el camino en su carrera. No sé la razón. Pero en el
mundo de la investigación hay y ha habido muchas investigadoras;
mira Rita Levi, que es además un excepcional ejemplo de persona
centenaria con una mente brillante. Pero es verdad que por algún
motivo en el mundo por el que he pasado había fundamentalmente
hombres... Estoy acostumbrada. Mi marido es la prueba de que la
igualdad existe.
¿Hay tan buenos investigadores en España como para exportar
tantos? Sí los hay. Buenísimos. Pero no hemos sido capaces de
transmitir a la gente de la calle el mensaje de que la investigación es
fundamental, de que apostar por ella es apostar a caballo ganador.
Aquí esta idea no se tiene clara. En EE UU es distinto. Cuando a un
paciente o a su familia les has explicado todo... tú sabes que has
conseguido conectar cuando preguntan: "Y yo ¿cómo puedo ayudar?".
Esto ha calado. La gente participa, se siente parte del problema pero
también de la solución. Aquí tengo la impresión de que esperamos a
que alguien nos solucione esto... Pero, por otro lado, allí los enfermos
están más solos. Las familias viven muy separadas. Cuando un día le
dices a un paciente: "Mire, que no puede usted seguir
conduciendo...", es una tragedia. En cambio aquí, siempre hay
alguien cerca, aunque esto también pasa factura, ahí está la otra
parte del sándwich: los cuidadores. La mayoría siguen siendo
mujeres. Es tópico lo de cuidar al cuidador, pero sí, para poder cuidar
hay que cuidarse. Son personas que se deprimen más, tienen más
ingresos hospitalarios, patologías mentales y físicas... El estrés
emocional y físico es brutal. Algunos te dicen: "Yo ya me despedí de
mi padre hace años". Y el fallecimiento de esa persona para la
mayoría es una liberación. Yo les digo que no deben sentirse
culpables por eso. Otra diferencia son los afectos físicos. En EE UU se
manifiestan distinto. Yo, cuando acabo la consulta, les doy dos besos,
lo típico...
Y claro, eso se ha popularizado y usted tiene la consulta llena. Ja, ja,
sí, se sorprenden. Pero lo que les intento decir es: "Estamos en el
mismo equipo". Si en España fuéramos capaces de convencer a la
sociedad de que necesitamos investigar para encontrar una solución,
que se puede ayudar...
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Si alguien quiere ofrecerse voluntario para la investigación, ¿qué
debe hacer?
En el Massachusetts General Hospital hay una web del Centro de
Investigación de la EA ([email protected]). Y en el Instituto de
Investigación Hospital San Pablo ([email protected]) se ha
apostado por la investigación. Una de las cosas por las que estoy en
Barcelona es por impulsar un programa de intercambio que permita
eso que a mí me costó tanto, y conseguí por cabezonería: ser médico
e investigar a la vez. Intento abrir camino, contribuir a formar
expertos españoles en la EA. Hemos puesto en marcha un programa
que conecta cuatro centros, dos en Boston (Massachusetts y MIT) y
dos en Barcelona (San Pablo e Instituto Químico de Sarriá), que
permite que jóvenes neurólogos e investigadores básicos vayan a
formarse a EE UU y luego regresen. Estas dos vías a veces se
separan en exceso. O eliges ser médico, o investigador, pero juntas
te las tienes que fabricar tú... El sistema no te ayuda.
¿Qué ha supuesto Maragall para usted? Él es uno de esos pacientes
que te he descrito antes, que te dice: "¿Cómo puedo ayudar?". ¿Y
cómo puede? Pues como lo ha hecho. Alguna gente dice: "Tiene que
enfermarse alguien famoso para que se hable de nosotros". Bueno sí,
así es. Le respeto mucho, ha sido muy valiente y generoso. Habría
sido más fácil para él vivirlo en la intimidad... porque no deja de ser
una enfermedad con estigma. Y creo que esa es una de sus
contribuciones, desestigmatizarla [en el filme se veía cómo ella le
prevenía: "A partir de ahora te van a tratar como un enfermo"]. Al
hacer público su mal, llevaba un mensaje de esperanza a muchos. Su
esposa e hijos se enfrentan a una situación dura, como tantas
familias. Y lo cuentan muy bien. La gente que ha ido a verlo se siente
identificada, las mismas dudas, preocupaciones... Carles Bosch, el
director evitó inspirar compasión, quiso dar información.
¿Cómo es el día a día de la investigadora Gómez Isla? Cada uno
distinto, pero siempre empieza saliendo por la puerta a las siete... En
general, voy primero al laboratorio. Y allí mi tarea ahora es el diseño
de proyectos y la petición de becas para financiarlos, la supervisión.
Otros hay sesiones. Y si es un día de clínica, visito pacientes. Entre
medias, me acerco a los platos con las células, al microscopio... Si lo
echo de menos, voy, y entonces mis estudiantes me dicen: "Largo,
largo". Yo también lo hacía con mis maestros.
¿Qué personas la han marcado en su carrera? Nunca se lo pude
agradecer porque murió: el que era tutor de residentes, Julián
Tejerina, porque fue una de las poquísimas personas que no pensó
que habíamos perdido el juicio al querer irnos tras la residencia.
"Nunca vais a volver a tener un trabajo fijo", nos advertían. Y él:
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"Seguid, no miréis atrás". También Justo García de Yébenes. Y otros
importantes allí, en EE UU, B. Hyman y J. Growdon. Y conocer a
Fisher y Adams. Uf, son autores del tratado que todos los neurólogos
estudiamos. Sentarse con ellos fue increíble, y su actitud, una gran
lección: la humildad, el respeto, la atención con que escuchaban a
alumnos de primero...
Ah, me recuerda eso al discurso de Steve Jobs en Stanford. Sí, es
una de las mejores cosas de EE UU. La autoridad se deriva del
respeto. La invitación a no seguir el camino trillado, a aprovecharlo
todo. Por ejemplo, aquí la gente se jubila y se acabó, y entonces
¿qué? ¿Esperamos 30 años a morir? No, allí se hacen voluntariados,
se aprovecha la sabiduría en consejos de expertos. Debería poderse
copiar y pegar porque funciona. Se ha creado una cultura que
sobrevalora la juventud. Cuando no lo eres, tienes que desaparecer,
pero tu cuerpo quiere seguir aquí... Y si las estadísticas se cumplen,
en 2030 un 20% de la población tendrá más de 65 años.
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