Frentes abiertos

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Heraldo de Aragón l Domingo 21 de diciembre de 2014
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TRIBUNA l 29
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ŢŢ I El debate sobre la oportunidad de una reforma constitucional o
el desgaste generado por la renuncia del fiscal general del Estado ejemplifican los múltiples frentes a los que debe dar respuesta el Gobierno popular
Por Mikel Iturbe
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Ángel Gorri
Frentes abiertos
LAS NAVIDADES DE
LA RECUPERACIÓN
TAL vez porque son fechas dadas a los excesos, se empieza a hablar con llamativa insistencia de las Navidades de la recuperación.
De momento, cabe aferrarse a la ilusión del
momento porque la recuperación, lo que se
dice recuperación, sigue sin llegar a muchas
casas. Desde luego, no a la de miles de familias que hace años que no llegan a fin de mes
ni a la de aquellas en las que el paro sigue
dominando sus vidas. Como ha acabado admitiendo el presidente Rajoy para modular
la euforia desmedida del discurso preelectoral, nadie responsablemente debería afirmar
que la crisis es historia del pasado hasta que
todo el mundo tenga un trabajo con el que
subsistir. Y la realidad sigue siendo la que
es: Aragón acabará el año con cerca de
100.000 desempleados; incumpliendo el déficit que obliga a mantener los ajustes; con
un crecimiento inferior a la media nacional;
y una caída del consumo también única en
España, que no encontrará compensación
en el espejismo de las galerías y los comercios abarrotados en estos días de artificios y
dispendios. De momento, las verdaderas Navidades de la recuperación tendrán que
aguardar, sin que eso obligue a nadie a renunciar a la esperanza y a la ilusión.
HERALDO
LA Fundación Giménez Abad, un
espacio plural de estudio político
abierto al debate y a la que PNV
y Amaiur han decidido vetar en el
reparto de fondos procedentes de
los presupuestos generales del Estado, presentaba esta semana con
el marchamo de su marca y reputación una interesante publicación sobre los cambios que podría
sufrir nuestra Constitución. Bajo
el título ‘Pautas para una reforma
constitucional’, una veintena de
expertos coordinados por Javier
García Roca analizan, sin haber
recibido «encargo de partido político alguno» ni financiación de
ninguna naturaleza, las posibilidades, inconvenientes, necesidades y ventajas de una revisión de
la Carta Magna. Son muchas las
conclusiones que ofrece esta publicación, algunas de profundo
calado y otras más acordes a las
evidencias descritas con el tiempo que nos ha tocado vivir –por
ejemplo, la necesidad de recoger
el compromiso y la vocación europeas–, pero quizá sean dos las
ideas fuerza que resumen con mayor acierto las aportaciones de los
autores. La primera hace referencia a la necesidad de «vivir en
Constitución». Desde la aceptación y el reconocimiento de la
existencia de posiciones diversas
resulta evidente que «es posible
alcanzar consensos practicando
el diálogo, la transacción y el compromiso». La segunda idea señala que la reforma de la Constitución «no puede ser labor de académicos y juristas, sino de políticos, pues se trata de una decisión
política por antonomasia. Sólo los
representantes tienen legitimidad
democrática para ponderar la
oportunidad de los cambios, y resolver los tiempos en que deban
realizarse».
La recuperación del diálogo entre partidos como herramienta
básica para asuntos de especial
trascendencia como lo es una reforma constitucional exige de la
presencia de la política en el primer plano de la discusión. En los
últimos años, la política ha sido
apartada de la escena pública en
beneficio de una visión que ha
priorizado los formatos de perfil
supuestamente tecnócrata aunque siempre dotados de ideología
propia. Los abusos producidos
por la mala praxis política, resumidos en las múltiples intromisiones en sectores donde nunca debieron instalarse, o los comportamientos sencillamente delictivos
protagonizados por algunos de
los representantes públicos, han
rociado de descrédito una actividad que no puede ser orillada.
Conviene retomar el pacto y la
cultura del acuerdo pero, de forma especialísima, urge esforzarse
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por recuperar el crédito y el prestigio de las instituciones que conforman nuestro Estado de derecho.
Duele descubrir las dificultades
con las que convive la política,
aunque aún duele más reconocer
su persistencia en la equivocación. Provocada por la injerencia,
la dimisión el pasado jueves del
fiscal general del Estado Eduardo
Torres-Dulce traduce la siempre
peligrosa entrada de la política en
los ámbitos que le deben ser, por
simple definición, completamente ajenos. La falta de respeto a la
división de poderes defendida por
Montesquieu sitúa al Gobierno
del presidente Rajoy en un ámbito de descrédito que daña su imagen política, tanto dentro como
fuera de España. Torres-Dulce,
que pese a su perfil supuestamente flexible y afín al Gobierno ha
demostrado un firme convencimiento en la defensa del papel de
la Fiscalía General del Estado, ha
puesto de manifiesto dónde se encuentran los límites que ningún
gobierno puede superar.
Rajoy, que habría de aceptar
que en este último tramo de la legislatura aún cuenta con la capacidad suficiente como para corregir esa tendencia alejada del riesgo, debe de ser consciente de que
el país demanda una severa revisión política. Fiar en exclusiva su
futuro y el de su partido a la recuperación económica o a los pactos
que puedan producirse tras la noche electoral no hace sino acelerar el desencanto de una sociedad
que ha dejado de ser comprensiva con sus políticos.
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Javier Usoz
Culpar a
Baudelaire
ES una bendición disponer de
personas allegadas a las que
pedir y de las que recibir recomendaciones. Unas veces
yo soy el recomendado ante
ciertas instancias, que de esta
forma tienen una idea más
certera de mi valía, y otras, en
cambio, pido que se me recomiende a un tercero que cumpla una misión por la que estoy dispuesto a pagar. Y es
que esta virtuosa costumbre
de recomendar cumple funciones sociales de primer orden. Para empezar, en términos de pura economía, evita
cuantiosos ‘costes de transacción’, como el tiempo, el esfuerzo y los gastos que conlleva contratar correctamente.
Así, cuando recientemente
hube de cambiar de domicilio
con mi familia, en lugar de
buscar una empresa de mudanzas por mi cuenta, acudí a
un amigo que había pasado
por ello hacía poco tiempo,
para que me recomendara a
los profesionales con los que
tan satisfecho se quedó. No
hice más indagaciones. Además, otra gran ventaja de la
recomendación radica en que,
si resulta ser un fiasco, siempre se puede culpar de los
cristales rotos a quien la hizo,
librándose uno de toda responsabilidad. Esta actitud
constituye una auténtica pasión nacional, hasta el punto
de que, tengo que confesarlo,
me fastidió que la mudanza
fuera perfecta, ya que no tuve
el menor motivo de agravio
con el amigo en cuestión.
Echar la culpa a otro, qué oscura delicia. La misma, y me
tomo la libertad de hacer una
recomendación, que sugiere
el reciente libro de Enrique
López Viejo, ‘La culpa fue de
Baudelaire’ (El Desvelo, 2014),
en el que el autor atribuye maliciosamente al jardinero del
mal francés la responsabilidad
de haberle convertido, con
premeditación y alevosía, en
un individuo original y respetuosamente transgresor de los
usos, costumbres y creencias
que le estaban reservados, por
su origen burgués de provincias en la España interior. Qué
gozoso privilegio culpar a
Baudelaire de todos los excesos de la juventud de una época, la de la España de la Transición menos tópica y más
desconocida, por menos política y más hedonista. Y qué
gozoso privilegio poder recomendar el deleite de su lectura, inesperado y raro en nuestras letras. De no ser así, cúlpenme sin remilgos. Ser culpable también tiene lo suyo.
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