1 de Mayo, día del trabajador: La historia no concluye

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1 de Mayo, día del trabajador: La historia no concluye
01-05-07, Por Eduardo Zurita Gil *
Son ciento veintiún años desde el primero de mayo de 1886. En Estados
Unidos de Norteamérica, la historia oficial ignora o minimiza la importancia
y sentido de las acciones heroicas hasta la muerte, que realizaron en
Chicago los trabajadores, en su mayoría inmigrantes, por la reducción de la
jornada laboral a ocho horas y el mejoramiento de las condiciones de vida
de los obreros.
Son ciento veintiún años desde el primero de mayo de 1886. En Estados Unidos de
Norteamérica, la historia oficial ignora o minimiza la importancia y sentido de las
acciones heroicas hasta la muerte, que realizaron en Chicago los trabajadores, en
su mayoría inmigrantes, por la reducción de la jornada laboral a ocho horas y el
mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros.
Ocultar, con el olvido, el crimen de asesinar a los hombres por sus ideas, no borra
la vergüenza de acto tan despreciable. Por ello el mejor tributo que podemos
ofrendar a los gestores de una de las luchas más trascendentales por la
reivindicación de los derechos de los trabajadores, es refrescar la memoria histórica
y recuperar su valor, sobre los hechos y su significado.
SITUACIÓN
DE
LOS
OBREROS
La Guerra de Secesión (1861-1865) conlleva varios resultados para los
trabajadores en EE.UU. Se producen grandes cambios socioeconómicos. El
desarrollo de las fuerzas productivas consolida el gran capital; no obstante, entre
las décadas de los setenta y ochenta, como resultado de la crisis de
sobreproducción, se ocasiona la Gran Depresión que, sumada a la automatización
de las labores específicas, provocó desempleo, disminución del salario y mayor
explotación. “El exceso de mano de obra en los mercados de trabajo siempre ha
debilitado las posiciones de quienes la ofertan garantizando las de quienes la
compran” (A. Galkin).
Las injustas condiciones de sobreexplotación, el hambre y la incertidumbre
repercutieron en la toma de conciencia y en la unidad del proletariado
norteamericano. “El empleo asegurado y constante es una excepción” –dice el
periódico obrero The Alarm– “el número de desempleados comprendidos los del
agro ascendió a 3 millones, estos norteamericanos son libres de verdad! Pueden
pasar hambre libremente, pueden mendigar libremente, pueden incluso morir de
hambre, pero no son libres de hacerse ni siquiera esclavos”. Una familia necesitaba
para malvivir 755 dólares por año, pero su ingreso era de apenas un poco más de
500. Trabajando 16 y 18 horas diarias un minero de Pennsylvania ganaba entre 2 y
2,7 dólares por día. Las condiciones se empeoraban por la inmigración y la
concentración de la población en las grandes ciudades.
A estos hechos se añade la ausencia de una legislación laboral y de derechos
políticos para los obreros, por lo tanto no tenían ningún peso en las decisiones de
gobierno. En estas circunstancias bregaban por organizarse. En Europa soplaban
vientos renovadores. Las nuevas ideas. El Manifiesto Comunista, la esperanza de
liberación del proletariado. La experiencia de la Comuna de París. Sucesos que en
las tierras nacientes alentaban los sueños proletarios. Chicago se convirtió en una
ciudad de extranjeros: alemanes, irlandeses, bohemios, polacos, franceses, rusos.
Aunque sus orígenes eran de pobreza, llevaban una llama visionaria. Un proletario
se describió: “Bárbaros, salvajes, anarquistas ignorantes, analfabetos de Europa
Central, hombres que no pueden comprender el espíritu de las instituciones
americanas libres; de ellos soy uno”.
INVIERNO
DE
1872
Un año después de la Comuna de París, en Chicago, miles sin hogar y hambrientos
a causa del Gran Incendio, hicieron manifestaciones pidiendo ayuda. Muchos
llevaban en pancartas inscritas las palabras “Pan o sangre”. Recibieron sangre.
Corridos al túnel debajo del río Chicago, fueron abaleados y golpeados.
Después de 1877, las dos clases entendieron bien que pronto estallarían nuevos
conflictos. En el horizonte, la burguesía veía una “Comuna Americana” y preparaba
medidas sangrientas para reprimirla; en las ciudades principales convirtió los
arsenales en fortalezas; transformó la Guardia Nacional en un ejército moderno con
armas modernas –ametralladoras Gatling– contrató grandes ejércitos privados de
informantes, matones y pinkertons –guardias privados–” (Del Obrero
Revolucionario, No. 351, 14.4.1986).
Los empresarios gozaban de sus propias asociaciones y tomaron providencias para
evitar la unión de los trabajadores. Se dictó la prohibición a la huelga, a la
asociación, y respecto de los activistas se elaboraban “listas negras” de modo que
quienes constaban en ellas no podían ser contratados en ninguna empresa. En la
revista The North American Review se leía: “en EE.UU. nada garantiza al hombre el
primero y más grande de todos sus derechos inalienables; el que el trabajador debe
tener a todos los frutos de su trabajo”. De las propias estadísticas oficiales se
establecía que los obreros recibían apenas el 15% de los bienes materiales que
producían, apropiándose del 85% restante un puñado de dueños del capital.
LA
ORGANIZACIÓN
En 1882 lograron el reconocimiento al derecho de organización. Pero es a fines de
los años setenta y comienzo de los ochenta, particularmente, durante la crisis
económica (1882-1885) que aparecen las primeras uniones o sindicatos en los
estados de mayor concentración obrera e industrial (Nueva York, Pennsylvania,
Massachusetts, Ohio e Illinois).
Más allá de las exigencias de los trabajadores europeos de limitar la jornada a diez
y doce horas, se empezó a considerar que las nuevas condiciones tecnológicas y
sociológicas, la debían reducir a ocho horas, y por ello ésta se constituyó en la
principal reivindicación de la clase obrera. El Cuarto Congreso de la Federación
Norteamericana del Trabajo (AFL), realizado el 7 de octubre de 1884, por moción
presentada por Gabriel Edmonston, resolvió que a partir del primero de mayo de
1886 la jornada de trabajo duraría ocho horas. La consigna decía: “Un día de
rebelión, no de descanso!… Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra
la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ocho
horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana”.
La imagen de la jornada de ocho horas, a los dueños del capital les pareció una
sandez y un disparate, pero entre los obreros logró gran poder de convocatoria.
Con tal propósito desde comienzos del año 86 se multiplicaron las huelgas. La
efervescencia
de
los
acontecimientos
comprometió
a
un
grupo
de
anarcosindicalistas, entre ellos Albert Parsons y August Spies, quienes dirigían la
prensa obrera y daban orientación a los trabajadores, uno de sus postulados decía:
“la libertad sin igualdad es pura mentira”. En 1876 se había fundado el Partido
Obrero Socialista de América, pero en Chicago, en cambio, sus dirigentes, se
desentendieron de la lucha obrera porque estaban embelesados debatiendo en la
arena parlamentaria.
PRIMERO
DE
MAYO
Llegó el Primero de Mayo. En la fábrica de maquinaria agrícola Mackormic Reaper,
en medio de la agresión y provocación diaria de esquiroles protegidos por la policía,
se desarrollaba una huelga. El 3 de mayo, Spies se presentó para animar a los
huelguistas con uno de sus tantos discursos. Le escuchaban alrededor de 6000
obreros cuando apareció la policía para escoltar a los rompehuelgas que en ese
momento salían de la planta. No pudo concluir su intervención. Los precursores del
Pentágono guardaban intenciones de cortar todo de raíz y apurar el desenlace, las
instrucciones eran amedrentar y escarmentar. La ira demostrada por los
trabajadores frente a los esquiroles fue razón suficiente para que la policía abra
fuego, mate a seis y hiera a muchos de los reunidos. Esa misma noche Spies
escribió …esta tarde mataron a seis de sus hermanos de la fábrica Mackormic, les
mataron porque ellos, igual que ustedes, tuvieron el coraje de desobedecer la
suprema voluntad de sus dueños. Les mataron porque habían osado pedir que se le
redujera las horas del trabajo pesado. Les mataron para demostrarles a ustedes
“libres ciudadanos de América”, que deben estar satisfechos y contentos por lo que
sus amos tengan la condescendencia de permitirles, si no quieren ser asesinados…”
4
DE
MAYO
Fischer y Engel, otros de los dirigentes, promovieron para este día en la plaza de
Haymarket (mercado del heno), un mitin para protestar contra la matanza. Se
concentraron varios miles de obreros. Se inició a las siete y media de la noche. Los
oradores fueron Spies, Parsons y Fielden. Fueron discursos esclarecedores no de
incitación. Cuando intervenía Fielden, empezó a llover y más de la mitad de los
asistentes se retiraron. El mitin estaba por concluir, cuando se escucharon botas
que chapoteaban arrogantes cruzando la plaza. Un numeroso grupo de policías fue
a apostarse desafiante junto al vagón que servía de tribuna.
Los policías tenían un “plan trazado para provocar un incidente” que –como
siempre- justifique la represión, la persecución y la destrucción del movimiento y
de sus dirigentes. Los sucesos se dieron vertiginosamente. Un oficial exigió a los
manifestantes que abandonen la plaza, Fielden bajando del vagón apenas pudo
responder “Nuestro mitin es pacífico…” Ese momento estalló entre los grupos de la
policía una bomba. Muchos se desplomaron y uno cayó muerto. La fuerza medrosa
abrió fuego al acaso. Los trabajadores corrieron. En tan solo segundos cayeron
varios muertos y centenares de heridos. La prensa capitalista que en todo el
proceso venía desinformando y azuzando contra los obreros se desató furiosa y
acometió a los sindicalistas, calificó al mitin de “multitud embrutecida” (Chicago
Tribune). “Estas serpientes se han calentado y alimentado bajo el sol de la
tolerancia hasta que, al final, se han envalentonado para atacar la sociedad, el
orden público y el gobierno”. Es hora de “infundir un miedo benéfico” entre los
trabajadores. Por otro lado se rotulaba a los policías como “héroes de la ley y el
orden público”.
CACERÍA
Y
PATÍBULO
De inmediato comenzó la cacería y los registros generales. Se encarcelaron a todos
los activistas y se inició causa contra los principales dirigentes: Ausgust Spies,
Michael Schwab, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Adolph Fischer, George Engel,
Louis Lingg y Oscar Neebe. La acusación era el asesinato del policía Mathias J.
Degan en la plaza de Haymarket. De los ocho indiciados solo dos estuvieron
presentes en la plaza; no obstante, el New Cork Tribune, reclamaba que “todos los
líderes obreros fuesen ejecutados de inmediato”. El Gran Jurado se constituyó, no
como debió hacerse, por sorteo; se seleccionó de entre 981 candidatos, a doce
sujetos que profesaban “un odio abierto a los obreros”; el alguacil, al igual que los
escogió, garantizó, con desparpajo, la horca como desenlace. Sin pérdida de
tiempo, el 17 de mayo se reunió e instauró el llamado “Proceso de Haymarket”. El
juicio se fijó para el día 21 de junio ante la Audiencia Criminal de Cook County.
Antes de iniciado el juicio, se conocía el destino fatal de los acusados. Mientras se
armaba el tinglado judicial se construía el cadalso para la ejecución. Se había dado
comienzo a un “linchamiento legal”.
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