Las aventuras de Mario Conde: Una historia

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Mayo
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Ilustración: Greta Molas
Las aventuras de Mario
Conde: Una historia
escuálida y conmovedora
Juan Luis Hernández
Historiador, docente UBA.
El escritor cubano Leonardo Padura, reconocido mundialmente por su obra El hombre que
amaba a los perros, es también el creador de la
serie policial que tiene por protagonista a Mario
Conde, detective de La Habana. Inspirada en las
obras más emblemáticas de la novela negra anglosajona, el autor construye la saga siguiendo
los preceptos de su maestro J. D. Salinger quien,
según sus palabras citadas por Padura, “…estaba sumamente interesado en la escualidez”. Es
ésta una condición de la escritura del autor: una
historia simple pero con capacidad para conmover al lector, concentrando los recursos literarios en la descripción densa del contexto y en el
trazado minucioso de los personajes. Estas características convierten al género en fuente de
indudable valor para la comprensión y el estudio de la historia social de una época. Las novelas policiales de Padura, además de su intrínseco
valor artístico, nos ofrecen un excelente mirador
desde donde observar la historia y la vida cotidiana del pueblo cubano, a partir de la pluma
crítica del autor. Intentaremos a continuación
una somera presentación de las novelas que integran la serie, y esbozaremos algunas reflexiones sobre las temáticas sociales contenidas en
las mismas.
Las cuatro estaciones
El ciclo “Las cuatro estaciones” comprende
los casos más relevantes del Conde en su trayectoria como miembro activo de la Policía de
Investigaciones de La Habana. Se inicia con
Pasado Perfecto (1991), continúa con Vientos
de Cuaresma (1993) y Máscaras (1997) y se cierra con Paisaje de Otoño (1998). Las cuatro
novelas fueron escritas y publicadas durante el
“Período Especial”, como se llaman en Cuba los
años inmediatamente posteriores al colapso de
la Unión Soviética en 1991.
Pasado Perfecto cuenta la historia de Rafael
Morín, un cuadro político ascendente que sufre una lenta descomposición personal, haciendo negocios y acaparando poder, hasta terminar
enredado en una mortal telaraña de corrupción.
En la investigación, Conde se topa con Tamara,
la esposa de Morín, excusa perfecta para retrotraer la historia a la adolescencia del policía, a
los años formativos en el Preuniverstario La Víbora, en el cual la joven era el escurridizo objeto de deseo de todos sus compañeros. El autor
aprovecha la ocasión para presentar el grupo de
amigos más cercanos del Conde –el flaco Carlos
y su madre Josefina, el Conejo, Andrés, Candito
el rojo– quienes, junto a Tamara, lo acompañarán a lo largo de la saga.
En Vientos de Cuaresma, historia ambientada
en una tórrida primavera habanera, Mario Conde es convocado para investigar la misteriosa
muerte de Lisbeth, una profesora de química de
la Universidad, cuyo cuerpo sin vida aparece en
su propio departamento. La historia le permite
al investigador adentrarse en el lado oscuro del
mundo académico.
Máscaras es la apuesta política-literaria más
arriesgada de este primer ciclo. El detective »
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CULTURA
Literatura
“ El detective Mario Conde nos invita a pensar temas que en
Cuba permanecieron silenciados durante todos estos años, como
la represión y el exilio. Es una ficción ... pero está inserta en un
contexto que remite a la realidad de la sociedad cubana actual.
”
debe resolver el asesinato de un travesti, que
aparece estrangulado en un bosque de La Habana. La víctima era el hijo de un importante
diplomático, debiendo Conde sumergirse en
los pliegues de la hipocresía y el doble discurso de la nomenclatura. El punto de partida de
la pesquisa es el encuentro con el personaje del
Marqués, escritor homosexual, artista plástico
excéntrico, dueño de una amplia y refinada cultura, quien introduce a Mario en un mundo desconocido, poblado de seres inimaginables para
el detective. La obra se apoya en un doble relato: por un lado el curso de las investigaciones, por el otro un monólogo del Marqués en
el que va desgranando distintos momentos de
las difíciles relaciones del mundo gay, el arte y
el régimen político cubano. El relato del Marqués provoca excitación, curiosidad y repulsa
en Conde, exacerbadas con una aparición con
la que vivirá una extraña e intensa pasión.
El ciclo concluye con Paisaje de otoño, la más
oscura de la saga. Es la historia de Miguel Forcade Mier, ascendente revolucionario en los ‘60,
cuando dirigía una unidad estatal especializada
en la apropiación y reutilización de bienes lujosos expropiados a la burguesía que huía a Miami. Estando en el pináculo del poder, decide
misteriosamente no regresar al país al término
de un viaje oficial al exterior. El relato comienza con la renuncia del Conde a su cargo en la
policía de La Habana, disparada por el abrupto relevo de su jefe, reemplazado por un joven e
inexperto burócrata vinculado a la inteligencia
cubana. Este, a cambio de aceptar su licenciamiento, le pide que resuelva el asesinato de Forcade, ultimado al volver a Cuba con su esposa
por unos breves días. Nuevamente Conde debe
bucear en las profundidades más sórdidas de la
sociedad cubana, confirmando su voluntad de
dar por terminada su experiencia policíaca. El
mismo día de 1989 en que cierra el caso, cumple treinta y seis años y recibe su licenciamiento
de la fuerza, mientras un terrible huracán atraviesa la ciudad. Esa noche, celebrando su cumpleaños en la casa del flaco Carlos, se entera
que uno de sus mejores amigos había iniciado
los trámites para irse definitivamente del país.
Ajuste de cuentas
Adiós Hemingway fue publicada en el año
2001, para una serie en la cual la ficción policial se entrometía con escritores verdaderos,
lo que habilita al autor a convocar nuevamente las habilidades de Mario Conde. Retirado de
la policía cubana, Conde subsistía dedicado a la
compra-venta de libros usados. Su antiguo ayudante Manolo le pide ayuda para resolver un
extraño caso: en Finca Vigía, en el puerto de
Cojimar, la última residencia de Ernest Hemingway en la isla, una tormenta dejó al descubierto un cadáver en el jardín de la casona. Conde,
a quien un lejano día de 1960 su abuelo lo llevó a conocer el humilde pueblo de pescadores y
en su transcurso pudo ver a Hemingway y saludarlo, intentará ayudar a su amigo y resolver el
caso. En la densa trama aparecerá una relación
de amor-odio de Padura-Conde con el escritor
estadounidense, un escritor genial pero también
un ser despreciable que había traicionado a muchas personas que confiaron en él.
Padura, a través de su alter-ego Mario Conde acusa, a Hemingway de una infame felonía
contra su colega John Dos Passos, durante la
época de la guerra civil en España. Hemingway
habría descalificado a Dos Passos porque éste
reclamó la verdad sobre la muerte de un amigo suyo, enrostrándole que había sido fusilado
por traidor a la República, cuando en verdad
era una víctima más del terror stalinista. Pero lo
acusa de una canallada más: tomó ese personaje y lo transformó en un modelo de traidor en
su famosa novela Por quién doblan las campanas. Pero si Padura logra formular una crítica
políticamente correcta, se queda a medio camino respecto de las impresentables opiniones y
actitudes de Hemingway sobre la tauromaquia,
la cacería o las mujeres. Su protagonista toma
distancia del machismo, la misoginia y el depravado asesinato serial de animales perpetrado
por el escritor, pero su ánimo flaquea cuando
advierte las huellas en Finca Vigía de las célebres amantes de Hemingway. El machismo y el
sexismo se cuelan por los hilos de la novela sin
que el autor pueda evitarlo.
habanera prerrevolucionaria, las conspiraciones políticas y los crímenes mafiosos, siguiendo los pasos de Violeta del Río, la Dama de la
Noche, y su amante misterioso. En esta aventura el ex-policía tiene un socio: Yoyi el Palomo,
traficante de libros y discos, dueño de un deslumbrante Chevrolet Bel Air, modelo 1956, con
el que recorre orgulloso la ciudad. Es un notable recurso literario: a medida que Mario Conde envejece se vuelve más romántico, aferrado a
viejos códigos, por lo que el autor necesita crear
personajes más jóvenes, dotados de una mirada
mucho más cínica. El contraste entre el Conde y
Yoyi asume la forma de una tensión generacional, que sobrevuela toda la obra.
Si La neblina del ayer es la novela más “histórica” de la serie, La cola de la serpiente es la
más “sociológica”. Inspirada en investigaciones
periodísticas que el autor realizó sobre la inmigración china a La Habana, la acción transcurre
entre el antiguo barrio chino de la ciudad (hoy
casi inexistente) y el barrio de Regla, donde viven y actúan los baolabes, como se llaman los
practicantes de la santería, culto religioso muy
popular originado en el sincretismo de ritos
cristianos y africanos. Todo empieza con la evocación de Mario de una investigación realizada
años antes a pedido de una amiga suya, colega
de la fuerza, la teniente Patricia Chion, teniente
de policía especializada en delitos económicos,
una china-mulata de exuberante belleza física y
avasallante personalidad. El Conde recuerda la
mañana de 1989 cuando Patricia apareció en su
casa a pedirle que investigara un oscuro asesinato en el barrio chino. El resultado, una lúcida
indagación en el entramado social habanero, le
permite al detective recorrer lugares y anécdotas vividos en el pasado con sus padres, familiares y amigos más entrañables.
El regreso de Mario Conde
Las UMAP y el “quinquenio gris”
Años después de abandonar la policía, Conde,
dedicado a la compraventa de libros de segunda mano, ubica una valiosa biblioteca en una
vetusta mansión habanera, habitada por dos
hermanos. Revisando los libros, encuentra una
hoja de revista en la que una cantante de boleros de los años ‘50 anuncia su retiro, en la cumbre de su carrera. Atrapado por la belleza de
la mujer y el misterio de su destino, Mario decide investigar que le había sucedido. Este es
el comienzo de La neblina del ayer (2005), un
alucinante viaje en el tiempo hacia los convulsionados años 1958 y 1959, que le permite
a Conde internarse en el mundo de la noche
Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), constituyen una de las páginas más
oscuras de la historia de la Revolución Cubana.
Fueron creadas entre 1964 y 1965, y se expandieron hasta 1968, cuando fueron clausuradas. Eran
agrupamientos en los cuales, mediante el trabajo
productivo (generalmente el corte de caña de azúcar), se pretendía combatir la homosexualidad y
reeducar a quienes la practicaban.
Existen distintas interpretaciones para explicar la temprana política represiva del gobierno
revolucionario hacia la homosexualidad. Algunos ubican el origen de la misma en el contexto desencadenado por la presencia amenazante
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de Estados Unidos. Muchos militantes y dirigentes estaban convencidos de que las formas
culturales que irrumpían desde el país del norte
–Elvis Presley, el rock, la psicodelia, las drogas–
eran formas perversas de corroer los sentimientos de unidad y solidaridad del pueblo cubano.
A ello debe sumarse los anquilosados criterios
morales imperantes en el mundo comunista, según los cuales la militancia política revolucionaria era incompatible con la homosexualidad,
y el tradicional machismo de la sociedad cubana, que contribuyeron a la discriminación y persecución de quienes no mantenían “conductas
masculinas” apropiadas.
En 1968 las UMAP fueron disueltas, pero no
por ello cesó la represión, que adquirió nuevas
formas. Vagos, “elvispreslianos”, “mariguaneros”, “pitusas” o “pepillos” (estos dos últimos,
términos cubanos equivalentes al “maricón”
rioplantense), todos eran considerados lúmpenes, productos de la decadencia burguesa, peligrosamente cercanos al imperialismo y la
reacción. Se llegó a postular, desde las Juventudes Comunistas, que la Universidad no debía
graduar personas homosexuales.
La década de los sesenta, los años gloriosos en
que la Revolución Cubana enamoró a la juventud del mundo entero, terminó políticamente
con la muerte del Che en Bolivia, el respaldo de
Cuba a la invasión de las tropas soviéticas a Checoslovaquia y el fracaso de la “zafra de los diez
millones”, frustración que sepultó definitivamente el sueño de una economía independiente.
En la historia cubana se denomina “quinquenio gris” al período que media entre 1970 y
1975, en el que se produce un avance significativo del dogmatismo y el autoritarismo, con nefastas consecuencias para el arte, la cultura y
las ciencias sociales. El Congreso de Educación
y Cultura de 1971 marcó un punto de inflexión
en este sentido. Se persiguió y relegó a prestigiosos intelectuales, empujando a muchos al exilio
a pesar de sus simpatías revolucionarias, vinculando disidencias políticas reales o imaginarias
con la condición de homosexualidad, como los
casos de José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Revistas emblemáticas de la cultura cubana, como
Pensamiento Crítico, dirigida por Fernando Martínez Heredia, o Criterios, por Desiderio Navarro, fueron clausuradas o censuradas, mientras se
imponía el estudio de dogmáticos manuales procedentes de la Unión Soviética. Con la creación
del Ministerio de Cultura en 1976 y la designación
en el mismo de Armando Hart Dávalos, comienza a modificarse la situación, alternándose desde
entonces avances y retrocesos, por lo que el lapso
temporal definido por el “quinquenio gris” puede
resultar engañoso respecto de la perdurabilidad
de su contenido.
El ciclo ascendente del autoritarismo, con el
entrelazamiento de la persecución de formas
culturales con la represión de género y la construcción de un Estado de partido único, constituye el telón de fondo sobre el cual se recortan
los personajes y las historias que forman las tramas de los policiales de Padura.
Mario Conde, nacido en 1953, pertenece a
una generación que ingresa al Preuniversitario
a principios de los setenta, cuando los procesos
que hemos descripto se encontraban al rojo vivo. En la ficción de Padura, una profesora de literatura fue expulsada del colegio acusada de
promover una revista literaria (en cuyo número
cero Conde publicó un cuento) que no seguía
los cánones oficiales, en un procedimiento típicamente stalinista, mientras el maestro bibliotecario le dio a leer un libro “que lo haría más
libre” (1984 de Orwell), pero se lo pasó convenientemente forrado para evitar miradas indiscretas de los guardianes de la ortodoxia. Estos
acontecimientos fueron marcando la frustración del protagonista de convertirse en escritor.
El ritual del Conde y sus amigos cuando se reunen –escuchar a todo volumen Proud Mary, el
clásico de Credence Clearwater Revival, en la
voz inoxidable de Tom Fogerty– es su manera
de confirmar que, pese a todo, siguen vivos.
Miami y la generación escondida
“Míralo bien. Miami es nada. Porque lo tiene todo pero le falta lo más importante: le falta el corazón.” Las palabras son de un antiguo
revolucionario devenido tránsfuga radicado en
Miami, en Vientos de Otoño, mientras otro personaje agrega: “Miami es nada, y Cuba un sueño que nunca existió.”
Padura es duro al describir el mundo del exilio cubano en Florida, pero elude la condena
fácil: no todos pueden asimilarse, sin más, a la
gusanera más rancia. Muchos se fueron cansados del autoritarismo burocrático, agobiados
por la falta de libertades, o simplemente buscando nuevos horizontes, sin agravios definitivos o, por lo menos, sin una condena total del
proceso revolucionario.
El Conde pudo comprobarlo el día de su cumpleaños número 36. Durante el festejo en la
casa del flaco Carlos, Andrés, uno de sus más
antiguos y queridos amigos, contó que había
iniciado los trámites para irse definitivamente
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del país. Exitoso cirujano, con una hermosa familia, tomó la decisión por simple aburrimiento, rodeado y acosado por la rutina.
Alguna vez Eric Hobsbwam se preguntó cuándo termina una revolución. Pregunta extraña
para quienes adscriben al socialismo internacionalista, que siempre entendió que la lucha
de clases sólo puede culminar en el plano internacional. Pero ¿qué sucede cuando el régimen
instaurado por una revolución social perdura en el tiempo, y las transformaciones a escala
planetaria se demoran? En ese caso no resulta
incorrecto, en términos epistemológicos, interrogarse en qué momento esa sociedad ingresa
en un período pos-revolucionario. Hobsbawm
sugiere algunos criterios interpretativos: uno de
ellos sería cuando aparece la primera generación “nacida y criada” después de la revolución.
Esa es la generación de Mario Conde y sus compañeros del Pre, la “generación escondida”, como muchos la llaman.
En Cuba, quienes vivieron los tiempos de Batista tienen una valoración del proceso revolucionario necesariamente distinta de quienes
nacieron y se criaron cuando la Revolución era
ya un dato histórico. Y es a éstos últimos a quienes el horizonte se les ha aplanado. Pero los
deseos, los intereses, las aspiraciones de estas
nuevas generaciones no parecen uniformes, y
en las ciudades cubanas reina hoy la diversidad
entre los más jóvenes. Está por verse si al igual
que en otros momentos de la historia, la juventud toma la delantera en la renovación intelectual y moral del país.
***
El detective Mario Conde nos invita a pensar
temas que en Cuba permanecieron silenciados durante todos estos años, como la represión y el exilio. Es una ficción, como siempre
remarca Padura, pero está inserta en un contexto que remite a la realidad de la sociedad
cubana actual. La saga cuenta, en definitiva,
la historia de un grupo de amigos, hombres y
mujeres comunes y corrientes, atrapados en
medio de uno de los procesos revolucionarios
más vertiginosos de la historia contemporánea. Se trata, como diría Salinger, y como le
gusta repetir al autor, de una historia escuálida y conmovedora que nos permite reflexionar sobre el pasado y el presente de Cuba y la
Revolución Cubana.
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